Reclusión voluntaria (la vida de una hikikomori)

Tema en 'Relatos' iniciado por Cygnus, 25 Noviembre 2012.

  1.  
    Cygnus

    Cygnus Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Título:
    Reclusión voluntaria (la vida de una hikikomori)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2485
    Cuento de principio y final en un solo capítulo. Espero que les guste, es una especie de crónica narrada en segunda persona. NO es un fan-fic. Es una historia como cualquier otra que yo haya contado.


    _________________________

    No eres más que una rutina, no eres más que una sombra que el espejo empañado te devuelve cuando lo observas. No eres más que una silueta que se desliza por las cuatro paredes de tu eterna recámara, esa misma que no piensas abandonar nunca o no cuentas con los planes para hacerlo.
    Eres un eslabón de una cadena interminable y rechazas el puesto de la cadena que te ha tocado llevar. Te ocultas en la negrura que invade tu rostro cuando le llevas tus manos para dejar de ver el mundo que te rodea. Tienes la puerta de tu recámara cerrada con llave, y lleva así desde hace tres meses; no te preocupa, las cosas que ocurren fuera de ella no te conciernen. Eres tú y tu claustro voluntario, ése en el que juras permanecer hasta el día de tu muerte.

    Nada te importa, las personas son muy crueles, hay que dejarlas que se acaben entre sí, tú puedes consumirte tú misma, hacerte daño en la soledad, pero nadie más tocará uno de tus cabellos, nadie te ve. Las paredes blancas son tus confidentes, una fotografía borrosa en tu buró de alguien a quien quieres, pero que no sabes si vive o ya murió. No sabes nada, las paredes parecen más sólidas que nunca, no divisas un rayo de sol.

    Cierras tus cortinas de forma impetuosa, tus pupilas ya están más dilatadas de lo que la gente normal debería tenerlas. Haces una mueca de dolor, pero ¿a quién le importa si algo te duele? Díselo a tu cama, a la cómoda, a la televisión descompuesta. A las almohadas a las que les pintaste caras. Díselo al espejo y verás lo que te responde. Implórale algo al cielo que ves de noche por tu ventana apenas entreabierta, lo suficiente como para ver y que otros desde afuera no te vean.
    Piensas que eres una vergüenza para tu familia, piensas que te deben humillar. Que el mundo jamás debe saber de ti. Y no es para menos, si estás muerta en vida, si nada de lo que hagas, digas o pienses importa, nada vale, todo se recluye en tu tumba que labraste voluntaria y que te encierra para siempre. Esa puerta que jamás se abre te dibuja una sonrisa siniestra que juega con tu mente y te advierte que no te atrevas a girar el picaporte; tus pupilas tiemblan de dolor y desconcierto, tu boca permanece cerrada, casi has olvidado a emitir vocalizaciones. Las personas querían que te callaras y ahí está el resultado.


    De mediodía te sientas en un rincón de tu eterna habitación. Rodeas tus piernas con los brazos y te consumes. Miras un punto fijo, el ángulo superior izquierdo de tu ventana, siempre igual, siempre aburrida, y por alguna extraña razón, te atrae de un modo curioso. Sobre todo la cortina, siempre fue tu espectáculo personal. Dejas que entre un poco de aire por la ventana, y cada vez que se introduce una corriente un tanto fuerte, la tela cambia de forma y te presenta una distinta figura que intentas encontrar. Una sonrisa. Unos ojos. Y entonces tapas tu rostro con las manos: ni siquiera ojos ficticios deseas que te vean. Eres un ser moldado de ignominia.

    Te arrastras por tu habitación hurgando algo que jamás encontrarías. Buscas en tu cómoda, no sabes en qué cajón dejaste tu dignidad. Giras hacia el otro extremo, tropiezas, parece que tus piernas no te sostienen. La melodía tibia de los vecinos que se cuela por la ventana es un martirio insoportable para ti, de modo que la cierras lo más enérgicamente que puedes. Luego recargas tu cuerpo de una forma incómoda sobre la pared, tu frente pega contra ella, derramas más lágrimas, nadie puede entender tu dolor porque nadie lo ve, nadie es consciente de lo que ocurre en tu cuerpo y en tu alma, ese choque de sentimientos, esa desmoralización, esas ganas de hacer lo impensable.

    Estás sola en este mundo y lo entiendes así, y cada noche te derrumbas, nada vale, nada existe, sólo esta habitación que es tu refugio y de la que jamás saldrás porque así lo has decidido. Porque la vida es asquerosa y no deseas vivirla si no es a tu manera, consumiendo tu cuerpo, salpicando de sangre tu cobija cada vez que te lastimas a voluntad, dando cabezazos ya involuntarios contra la pared, machacando tus brazos tras la navaja. No existe nadie que pueda darte una luz, alguna esperanza de que todo irá bien. Ya no lo deseas. Pero vives, pero despiertas cada mañana.

    Tu madre sabe que vives porque tu comunicación con ella es la bandeja que deposita cada mañana con alimentos tras tu puerta y, al cabo de unas horas, la observa ya vacía. Sólo una mano sacas de tu habitación para jalar tu comida y devuelves la reja intacta. Luego puede volver a escucharse el cerrojo de la habitación que quedará así, perpetuamente congelado por el resto del día, y te mantendrá segura por la noche cuando eres aún más frágil. Cuando necesitas algo más, escribes en una hoja con letra temblorosa lo requerido, y lo escurres por debajo de tu puerta sin más, con la esperanza de que tu madre lo lea pronto, cuando pase cerca de tu prisión. Así obtienes más jabón para lavar tu cuerpo y tus ropas en tu baño personal, entre otras cosas. Hay alguien que no te abandona fuera de tu habitación y no pareces darte cuenta.


    Alguien viene a pedirte que abras, pero esa puerta jamás dejará pasar a nadie. Está congelada. Ese cerrojo no desea ser corrido por dentro. No necesitas psiquiatras, ¿cierto? Estás bien, todo está bien, sólo hace falta que ya te dejen en paz los hombres de ahí afuera, los que se dicen especialistas en sus casos. Tu madre llora y la escuchas tras la puerta lamentarse, y también llegan a tus oídos las palabras de consuelo del supuesto psiquiatra, las cuales son para ti una amenaza: “tranquila,
    señora. He abierto otras puertas ya, de otros hikikomori como su hija”.
    Que la catalogaran con alguna etiqueta médica o social nunca había sido de su agrado. Ella estaba encerrada así porque eso era lo que quería. Deseaba mandar a todos al carajo.
    Las visitas vuelven. Una voz sigue hablando del otro lado, y otra voz llora. La puerta jamás cedió. La has asegurado con cerrojos que tú misma has diseñado en tu enorme tiempo libre. Nada más tienes que hacer. Y cuando aquel hombre se detenía tras la puerta, cuando hablaba y cuando su sombra se dejaba ver por la rendija de abajo, tú asías muy bien tu navaja, jurando utilizarla si deseaban entrar por la fuerza.
    Pero nada ocurría.


    Pasan seis meses, querida amiga, seis largos meses. Parece que el invierno cayó allá afuera; en tu habitación todo sigue igual. Una pared con una fisura, pero eso qué importa. La ventana ya está cerrada, el aire está heladísimo, no tienes ropa para estas temporadas ni saldrás por ella. Ya no hay movimiento de cortinas, la nieve podría entrar si lo permites. Tu mirada está vidriosa, no quieres nada, no imaginas nada, no te preocupa nada. Ni siquiera por lo que vas a comer. Tu boca ya no se mueve, tus pupilas continúan siempre fijas a la ventana, a ese ángulo superior que por más que te enfade te empeñas en ver.


    Tus almohadas tienen rostro, pero no te abrazan. Y si lo haces tú, son frías. Y se humedecen pronto, porque no has olvidado cómo llorar. Quizá si no fuera por tu madre y los psiquiatras, hasta hayas olvidado tu nombre. Pero llorar, eso lo sigues haciendo a diario, tus lágrimas ruedan por tus mejillas frías, ya olvidaste todo lo demás. Tu trato con los humanos, ¿qué es eso? Pasan siete, ocho, nueve meses, un año, las cosas continúan igual, el tiempo se desliza cuando menos lo imaginas, pero cuando estás inmóvil pensando en tu vida, parece como si se arrastrara.

    Cada vez escuchas menos movimiento, tu madre parece haberse rendido. No haces más que agitar la cabeza lentamente con la mirada borrosa. Eres una vergüenza, tu familia se siente humillada por tenerte, por contar con una persona recluida del trato social. Y es que no deseas nada. Sólo quieres vivir tu vida como más cómoda te sientes, lejos de todo el mundo. La habitación es el paraíso que no quieres dejar.

    Allá afuera las personas maltratan a otros. Te miras en el espejo y descubres que no eres la misma. Tres o cuatro sucesos marcaron tu vida en el pasado, ahora no queda la chica alegre que eras. Esa niña que deseaba que los demás la aceptaran, que hizo hasta lo impensable por quedar bien ante ellos. Esa niña marginada que a pesar de los malos tratos de sus compañeritos, siempre esbozaba una sonrisa ante los problemas y las contrariedades: ya no queda nada de eso, ya su vida acabó. Ya no sonríes, como le sonreías a esa compañera a la que querías agradarle en la secundaria y que te ignoraba dándote la espalda, sumida en sus propios problemas. Ya no.

    Muerdes tu labio inferior con fuerza hasta reventarlo y que las lágrimas salgan una tras otra sin parar. Sabes que sólo buscabas a alguien que te quisiera, sabes que sólo buscabas amor. Sabes también que terminaste siendo marginada y hasta ultrajada por un cobarde. Sabes que todo sucedió pero no deseas recordarlo para no revivir los sucesos que marcaron tu vida y te han llevado a como están las situaciones actuales. Sólo entiendes que ya no quieres seguir sufriendo en este mundo. Sabes que dormir es tu refugio en donde puedes esconderte, y que despierta ya no quieres estar existiendo. Por eso cierras los ojos, por eso ya no los abres durante todo el día y descansas tu mente, por eso ya no te quieres a ti misma. Por eso te lastimas y precisamente también, por eso ya escapaste del entorno. Pasaron más días, pasaron más meses, quién sabe cuánto. Recuerdas que antes llevabas el conteo de los días con un calendario y hasta esperabas el día de tu cumpleaños. Hoy ya no sabes si tienes dieciséis, diecisiete o veinte. No sabes nada. Pudo haber pasado un año, o pudo haber sido un mes, o cinco años. Las cosas no cambian, las paredes no te dicen nada, los rostros de tus almohadas no se mueven y ya no las ves, tu vista es deficiente porque necesitas nutrientes que no consumes porque ni te importa, y porque la sangre no la recuperas. Cierras tus párpados, el mundo es cruel, las paredes son crueles, tus almohadas con rostros pintados son muy crueles, intentas abrazar tu colchón, tu ropa, ésa que se va acumulando de suciedad porque ya no lavas, ya no te importa. Necesitas amor y no lo obtienes, y lloras profundamente, pero sabes que esa puerta no abrirás, porque todos son traidores, porque no hay abrazo sin puñalada.


    Y por eso te abrazas a ti misma y oprimes tu labio que ya está destrozado de tantas mordidas. Te tiras al suelo y no sabes lo que ocurre, ruedas de un lado a otro, tocas la pared contraria, el techo te parece muy alto cuando lo ves y luego sientes que todo se desploma.

    Tu madre se sorprende, llega con una bandeja de comida y resulta que ahí está aún la del día anterior. No puede creer que no quieras tomar ni tus propios alimentos. Llama a la puerta con los nudillos de sus dedos, frágilmente, y tú sólo respondes con un rugido de furia lunática desde dentro. Ahuyentas a la pobre de tu madre que baja las escaleras asustada, y tú lloras con ira, desahogando lo que el corazón tiene oprimido desde hace tanto tiempo. Ya no ves, ya no sientes. Oyes demasiado poco y tu garganta se está destrozando. Tus manos están negras, de tanto arrastrarte por el suelo lleno de polvo. No te lavas, ya no importa tu higiene personal. Te has convertido en un monstruo que no se soporta a sí mismo, que desea salir de tu cuerpo. Clavas tus uñas en las líneas de tu piso, muerdes todo lo que ves, las lágrimas no dejan de escurrir, tu cuerpo se está desangrando de diversas partes. Tus gritos comienzan a ahogarse, no importa lo que la gente piense, lo que los vecinos oigan, ellos tampoco dicen nada. Te ahogas, amiga mía, te ahogas y nadie lo ve.

    Cae la noche, llega el día, vuelve a anochecer, tu sangre está seca, tus ojos están ciegos, tu cabeza estalla y te retuerces en el mismo sector del piso. Estás consumida, eres un saco de huesos, pero misteriosamente nadie llama a la puerta. Nadie te salva. Ya no puedes poner resistencia, estás muerta, ¡que alguien derribe la puerta! Giras tu cabeza de un lado a otro, gritas, no articulas palabra, sólo son gemidos lastimeros y de desesperación. Arrancas de tajo los jirones de tu ropa, hace frío pero no te cubres, deseas sentir desesperadamente el calor de algún cuerpo en tus brazos, aunque sea el tuyo, y tu piel se ennegrece al rodar por la densa capa de polvo. Tu retina te devuelve una realidad distorsionada, todo oscuro y sólo un lejano resplandor lunar colándose por la cortina que ya no muestra ni luce figuras.

    Gritas más. Alguien debe derribar tu puerta. Que alguien te salve, que el psiquiatra te tome en brazos, que tu madre te abrace. Pero ya no hay nadie. Acaso haya pasado muchísimo tiempo.
    Tus piernas no te sostienen, tu cabeza te traiciona al igual que tus ojos. Tu cuerpo entero te duele y está lleno de llagas, pero más te duele tu alma que nadie puede curar. Te arrastras, no puedes pararte. Tanteas con tus manos tu alrededor, chocas contra tu cama, nadie puede ayudarte. Bajo el colchón está la navaja. La navaja….

    Decides que es momento de que alguien deje de estorbar en este mundo. Te das cuenta que sólo causas problemas, que no ayudas a nadie y otros intentan ayudarte. Te miras a ti misma, eres un parásito, no eres nadie en el mundo y te das asco. No sirves para nada, sólo quieres darle fin al sufrimiento. Pensaste que podrías vivir en el paraíso de la soledad eternamente, te equivocaste.
    No te gusta el dolor, pero te lo induces.


    Eres sólo una estadística más, amiga mía, sólo una estadística más…




    ________________-

    Gracias por leerlo. Quizá algunos notaron que me inspiré en la macabra idea de Yume Nikki, pero es una historia completamente alterna que no tiene la más mínima relación con el juego, por eso lo posteo acá .w.

    Saludos.
     
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  2.  
    Shani

    Shani Maestre Comentarista empedernido Usuario VIP

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    Bueno... aquí estoy. Cómo te dije antes, solo tú podrías escribir algo así. Me gusto, mucho, pero me tramó un poco por el hecho de que coas así suceden en la vida real. Y el hecho de que esto suceda en la vida real hace a la historia más interesante y cautivadora.
    Está, obviamente muy bien narrada y sin faltas ortográficas. ¿Sabes? Sería interesante ver el punto de vista de la madre ¿Cómo se sentiría un madre si su hija tuviese ese comportamiento? ¿Cuáles serían sus pensamientos? ¿Qué haría?
    Esa es solo mi humilde opinión :)
     
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  3.  
    Fernandha

    Fernandha Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Aw~ Cygnitus °-°
    ¿Sabes? Quedaría bien en un Two-shot; pues, tal y como dijo Shani, me intriga la idea de qué pudo haber pensado su madre, ¿cómo tomarse el comportamiento de su hija?
    La historia en sí me pareció espléndida, muy bien redactada. Plasma perfectamente los pensamientos de la niña, su sentir; la manera en que ve todo... tan confuso en una parte y tan claro en otra, viendo lo que quiere ver... quizá hasta obligándose a creer en ello. La locura que la embarga y la desesperación en cada momento hasta el final. Me encantó, Oscarín. Una magnífica historia, tan real... tan monstruosamente cautivante.

    Hace tanto que no leía algo de ti, que cuando me invitaste a esto no dudé ni un segundo en leer. Sólo tú puedes hacer historias así :'3

    Encontré un fallo, quizá al subirlo la página lo hizo:
    De ahí en fuera nada, perfecto en todo, Cygnitus.
    Espero volver a leerte, no sabes como me alegran el día tus historias, sin importar el género en el que estén :'3

    Bonito día.
    At: Fer-chan.
     
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  4.  
    Mercedes Oñate B

    Mercedes Oñate B Iniciado

    Aries
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    Mis felicitaciones, soy nueva en esto de escribir, me fascino Reclusión voluntaria.

    Hay tanto dolor, en niños, jóvenes, adultos en general, como contribuir a que tengan una vida mejor, a que sean felices, gracias por el aporte que ha sido para mi, tener la posibilidad de leer sus historias, ya iré publicando las mías, para que me puedan ayudar a crecer como persona y por que no decirlo como escritora. Mercedes Oñate
     
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  5.  
    Tomoee

    Tomoee Elfases de los bosqueses Espectroses Comentarista destacado

    Virgo
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    Ohhh, no puedo evitar sentir un no se que xD es que, realmente estaba mal la chica. ¿No se dio cuenta que realmente tenia a su mama? Aunque entiendo esa sensación de buscar la aceptación y el amor en personas que quizás no serán capaces de darlo por diversas razones. Es una frustración, y entiendo aquella necesidad que tenia de ser querida.

    Por otra parte, realmente pude ver tu historia como algo que me pego. El punto en que ella ya ni se molesta por tener un cuidado por ella, definitivamente perdiéndose en si misma. Ojalá a ninguna persona le pasaran estas cosas, aunque la vida no sea siempre alegría, tampoco es tan negra como a veces solemos verla en nuestra desesperación o hastío de ella. Quizás reflexionar un poco mas... Las cosas que tenemos y lo que podemos hacer.

    Me gusto, hace tiempo que no leía algo tan trágico. Muy bien cisne <3!
     
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