¡Hola! Debuto en este foro con esta novela. Mis prólogos son, por lo general, un poco aburridos. La historia tomará un buen rumbo (o al menos eso espero). Título:Pure Blood. Tipo de historia: Long-fic/ Novela. Género: Romance/ Aventura. Advertencias: Guerras. Muerte de algún personaje. Sin beta. Sipnosis: <<—Por cada 100 que mueran de ustedes, morirá uno de nosotros —mencionó Melinda. Joseph observó en sus ojos la determinación, se observó a sí mismo de alguna manera—. No tendremos piedad. Y el primero en morir serás tú, padre. >> PURE BLOOD PRÓLOGO <<La sangre sirve sólo para lavarLas manos de la ambición>>Lord Byron. ¿Qué sucede cuando los Mestizos empiezan a multiplicarse y hacerse mayoría? La identidad vampírica es puesta en riesgo puesto que una cantidad peligrosa de humanos se enteran de la existencia de seres míticos de increíble belleza, poderes sobrenaturales y filosos colmillos que atraviesan la piel. La vida de los Athanatos —vampiros de sangre pura— se ve en peligro, ya que éstos escasean. La Asamblea deberá tomar medidas drásticas para que el orden regrese a su pueblo. ··· Desde la creación del mundo, los vampiros han coexistido tranquilamente con los humanos, aunque éstos últimos siempre han sido mayoría. Desde entonces, sólo algunos valientes inmortales se han rebelado contra La Asamblea —la máxima monarquía vampírica que gobierna— con tal de casarse con humanos y procrear con ellos. El resultado de esa combinación son los Mestizos, inmortales que no necesitan de la sangre para sobrevivir. Sin embargo, en los últimos años el caos ha llegado para los dirigentes de La Asamblea, puesto que sus leyes ya no son respetadas por los vampiros más jóvenes ni los Mestizos. Los monarcas creen que la sangre sucia no debe ser bienvenida, que todo debería ser como en el principio fue: sólo los humanos y los Athanatos deben existir. Una guerra muy grande se avecina. Una guerra que sólo los Idchyró, que son vampiros guerreros cuya existencia está prácticamente extinta, podrán detenerla. ··· El automóvil corría veloz por la fría y desolada carretera rodeada de una espesa neblina. En los brazos de una mujer dormía plácidamente una niña recién nacida. Un jadeo se escapó de los labios de la fémina mientras una lágrima surcaba sus mejillas sonrojadas de frío; el hombre que se hallaba a su lado conduciendo se percató de lo que sucedía, miró de reojo sólo para comprobar sus sospechas y sintió como algo dentro de él se quebraba. Su mano grande se escurrió hasta encerrar la de ella, más pequeña y delicada. Acarició el fino diamante de su anillo recordando que había hecho una promesa que debía cumplir. Y la cumpliría a cabalidad cuando pudiese. —Ella estará bien, Melissa —le dijo con suavidad, diciéndose eso también a sí mismo. Su voz era áspera, pero pasiva. Acarició los oscuros cabellos de la aludida que caía por sus hombros. —Corres peligro con nosotros, mi pequeña Melinda —susurró a la dormida recién nacida, con la voz hecha pedazos pero conservando ese matiz de una madre desolada—. Pero vas a estar bien, te lo prometo. El auto cruzó a la derecha de improvisto, causando un pequeño sobresalto en la mujer; se aparcó frente a una gran casa de aspecto antiguo y un ligero aire gótico. Melissa se quitó el collar donde una gran “R” y una rosa colgaban; lo mismo hizo con su anillo de compromiso y lo colocó junto al dije. Besó la frente de su hija y puso entre sus manitas la joya, besándola nuevamente, pero esta vez en su pecho. Se mordió el labio mientras retenía las lágrimas que se acumulaban en sus ojos dorados y amenazaban con salir. Su puerta fue abierta, se encontró con un rostro familiar que se abrigaba bajo una capucha de piel. El cabello rubio tostado sobresalía cayendo sobre su frente y sus orbes color celeste que miraban con tristeza y nostalgia la conmovedora despedida de una madre que no desea abandonar a su hija. —Espero que, cuando seas mayor, comprendas la situación y me perdones, Melinda —murmuró antes de entregar el bebé a los brazos del hombre—. Cuídala bien, Haine. —Como a mi propia vida, Melissa James —prometió fundiendo a la niña en un abrazo protector. —Es hora de que nos vayamos, Laurent puede sospechar —habló el hombre que acompañaba a Melissa James—. Haine, gracias, amigo. —Estoy a tus servicios, Joseph —admitió, asintiendo levemente la cabeza en acción de respeto—. Cuidaré a tu hija como si fuese mía. —Ahora es tuya —añadió con desdén Joseph. Haine no respondió. Joseph, cuyos ojos oliváceos resplandecían intensamente con algo de tristeza, asintió en forma de despedida y dio marcha al automóvil sin mirar atrás. Haine sabía cuánto le dolía desprenderse de su pequeña hija, pero trataba de mantenerse tranquilo para ser el pilar de Melissa, para mantenerla de pie cuando su mundo parecía derrumbarse dolorosamente en tan poco tiempo y con una velocidad increíble. Aún había algo que Haine Van Persy no entendía… ¿Por qué Joseph, siendo miembro de La Asamblea, debía esconder a su hija de ésta? Bien sabido era por el rubio que él y Melissa habían concebido a la pequeña cuando ella era aún una humana. Pero, ¿por qué Melinda debía mantenerse lejos del mundo de los vampiros? Lejos de su mundo. Haine no sabía lo que sucedía allí, pues lo habían mandando al Exilio por revelar el secreto de su verdadera identidad a su cónyuge siendo ésta aún una mortal. Y como él era un Mestizo, La Asamblea fue más cruel. Sin embargo, Joseph Rosenbauer no sólo era miembro de la monarquía, sino que era hijo de uno de los Idchyró más poderosos que ha pisado la faz de la Tierra. Por tanto, le correspondía uno de los puestos más emblemáticos de La Asamblea y el respeto de todos, además de que su decisión estaba al mismo nivel del Ministro. Días antes había recibido todo lo necesario para el cuidado de la pequeña por parte de su madre, quien se había molestado incluso en ordenarlo todo en la habitación que Haine había apartado para ella. Colocó a la recién nacida en su cuna con el mismo cuidado que un arquitecto traza las líneas de su obra. Se quedó observándola durante algunos minutos: su escaso cabello castaño era casi un rubio oscuro; sus cejas eran casi invisibles sobre sus ojos cerrados que escondían dos perlas de oro como las de su progenitora y sus pestañas eran largas. El parecido a Melissa era sorprendente, a pesar de que la bebé aún era tan pequeña. Dio media vuelta y se marchó, apagando la luz para no perturbar el dulce sueño de la niña. La miró una vez más antes de cerrar la puerta; había algo que le decía que esa pequeña iba a hacer historia. ··· Espero sea de su agrado, gracias por leer.
A ver, apenas vi el nombre supe que sería algo vampírico. Así que entré. No me lo podía perder. Empezando porque me gustó, sí. Tienes una buena narración: atrapante, tranquila, sabes atraer a los lectores mientras narras. Tu ortografía es muy buena, no creo haber notado ningún error ortográfico, aunque tampoco le presté mucha atención pues mi mente estaba absorta con la lectura. La trama no es nada del otro mundo, un poco cliché a decir verdad pero me gustan los clichés y seguiré la novela. Noté que tuviste un error en el tiempo, creo, si no que me corrijan. Sé que vas a llevar a cabo una buena historia porque tienes las herramientas. Yo por mi parte la seguiré leyendo a medida tu vayas actualizando porque me ha gustado la trama (a pesar de que dije que era un cliché). Mucha suerte.
No soy fanatico de lo vampirico, pero siempre uno puede cambiar de opinion y me diste una razon para cambiar esa opinion, tu novela tiene un gran atractivo para mi lo que demuestra tu habilidad como escritora, espero que pronto lo continues porque no tengo la menor idea de que pueda pasar haci que espero conti
¡Aeh! Sabes escribir cosas originales y yo no *se va a llorar a su esquinita emo* Debo admitir no soy una fan loca por los vampiros, pero me gustó el escrito, y me gustó aún más como describías con nombres tan originales las cosas T-T Yo no sé ._.U Y luego, Joseph ¡amo ese nombre! =3 No se, me gusta mucho xD En cuanto a la trama, va bien para ser prologo xD Ya quiero ver lo que sigue, cuando pongas continuación avisame, ok, bien bye ^^
Hi Pefredo-chan!;) te agradezco mucho por la amable invitación, nuevamente gracias. para serte sincera, esta muy buena la narración que llevastes a cabo. es simplemente linda. jejeje pero debo admitir que al principio me perdí un poquitín debido a que no sabía si estaban hablando los personajes o tú,como por ejemplo: creo que así podría: y otra cosita mi querida, no se permite escribir a color en el foro(T_T)! no era todo el contenido, pero si hubo. discúlpame a mi también me pasó lo mismo! me lo pasaron por que no lo sabía y soy novata!(T0T)! sólo te corrijo para q no cometas los mismos errores/horrores que y perdón si te soy tediosa Pefredo-chan no soy beta ni nada, sólo pienso que sería bueno resaltarlo de una manera para que no se confunda con el diálogo. tu original esta suuuuuupeeerr!!! me atrapastes soy toda tuya! jejejeje es simplemente embelezanteee!!(*¬*)!! te espero me avisas cuando continues, si? Xaaaaaooo!!!:D
¡Hola a todoos! Bueno, les aviso que éste es un capítulo importante, se revelarán muchas cosas. CAPÍTULO IPuella potest competere mulieribus <<Las cosas no cambian,Cambiamos nosotros>>Henry David Thoreau. 16 años después… El frío viento acarició con cautela el cabello castaño, invitándolo a una danza donde él pondría en tempo. Los ojos de aquella joven se mantenían cerrados mientras sus largas pestañas azabaches se mecían acompañando el vals. Se abrieron con pasividad los orbes dorados, que brillaron intensamente cuando el sol se posó sobre ellos. El agobiante sonido de la campana anunciando el final del descanso la sacó de sus cavilaciones. Con un suspiro se levantó y tomó su bolso, colocándolo sobre su hombro mientras empezaba a caminar en dirección a la entrada del inmenso y viejo edificio color naranja. <<Es como una cárcel>>, pensó. Su mano se adentró en el bolsillo del pantalón de mezclilla, buscando con insistencia algo. Lo consiguió. Sacó un pequeño papel arrugado y lo desdobló, leyendo con rapidez. Miró hacia arriba, dándose cuenta que el número del pasillo no coincidía con el que decía en la hoja. —Rayos —murmuró—, esto tiene que ser una broma. Guardó el papel y empezó a correr en dirección a la salida. Corrió lo más rápido que sus cortas piernas le daban, trastabillando de vez en cuando por lo mojado del suelo: había llovido esa mañana. Fue entonces, cuando su pie —cuyo zapato se encontraba con las trenzas desamarradas— se enredó con las raíces que sobresalían de un árbol. Esperó que el golpe llegase. Su cuerpo se estampó pesadamente contra el suelo de cemento frío y húmedo; sus manos frenaron el impacto de su frente. Gimió quejumbrosamente mientras intentaba levantarse, sentía el magullamiento de sus rodillas en carne viva. Entonces se percató del hueco que se había hecho en el pantalón y la sangre que brotaba de él. No le prestó atención. Se paró con esfuerzo y siguió cojeando hasta el edificio que correspondía. ··· Abrió la puerta y sintió cuando la mirada de todos los presentes se posaba en ella. Bajó la cabeza, sintiéndose agobiada ante tanta atención; luego la elevó par fijarse en el gesto severo que tenía el profesor. —Llegar tarde no es una buena manera para iniciar su primera clase de historia, ¿señorita…? —recriminó preguntando indirectamente el apellido de la joven. —James, Melinda James —respondió—. Lo siento, maestro, no sucederá otra vez. —Señorita James, le puedo preguntar: ¿Qué le sucedió? —dijo el bigotudo señor señalando los pantalones rotos, sangrientos y húmedos de la chica. —Tuve un pequeño accidente —mencionó agachando la mirada—. ¿Puedo pasar? El mayor asintió. Melinda James se adentró en la habitación, sintiendo en su espalda la penetrante mirada del maestro de historia clavada como un puñal en ella. Miró hacia los lados, pero sólo consiguió un puesto vacío al lado de una joven de cabello rojizo, llegando ligeramente a un tono color naranja. Se sentó a su lado y la miró de reojo, ella también le miró dedicándole una sonrisa. Se sintió más cómoda. De su mochila sacó el libro que correspondía y un cuaderno dónde apuntar. Aún seguía sintiendo como si alguien la mirase. Por pura coincidencia —destino, casualidad, ley de atracción, o lo que haya sido— giró su rostro hasta encontrarse con dos ojos achocolatados con un ligero brillo rojizo que la miraban con insistencia. Su piel se erizó inmediatamente al igual que los cabellos de su nuca. Por más que lo intentase, no podía dejar de ver a aquél joven y él no apartaba su vista de ella. Hasta que fue el muchacho quien rompió el magnetismo que se había creado. —¿A quién miras? ¿A Christopher? —preguntó una voz cantarina a su lado. Melinda la miró—. Oh, lo siento. Soy Electra Wilde. —Melinda James —se presentó secamente—. ¿Quién es ese chico? —No sé mucho de él. Sólo que se llama Christopher Donovan —admitió la fémina con gesto de despreocupación. Melinda quedó pensativa, luego volvió su vista al profesor que explicaba con entusiasmo; aunque la mitad de la clase no escuchaba lo que decía. Al menos eso pensaba la morena. Tomó un lápiz y empezó a dibujar garabatos en la última página de su cuaderno de apuntes. Los minutos pasaron como si fuesen años para Melinda James, deseaba salir cuanto antes de ese salón, pues de vez en cuando volvía a sentir que aquella mirada color chocolate se centraba en ella de nuevo. La sensación no le era para nada placentera. Sonó la campana que indicaba el final de las clases. <<Gracias al cielo>>, pensó la James mientras suspiraba de alivio. Se encontró con la mirada de Electra. —¿Ya te vas a tu casa? —preguntó. —No lo sé, esperaré un poco… a esta hora no pasan buses —admitió la castaña. —Igual yo —concordó—. ¿Quieres ir al centro comercial conmigo? Melinda lo meditó unos instantes, pero finalmente asintió. No le veía nada de malo el querer hacer amistad con una chica que había sido simpática con ella mientras todos parecían verla como un bicho raro. Recogió sus cosas y la siguió hasta la salida. ··· Llegaron al centro comercial. Electra pagó al conductor lo que correspondía por ambas. Bajaron del autobús y caminaron por entre la multitud hasta perderse en la inmensidad del edificio. Melinda, entre tanta gente, había perdido de vista a Electra Wilde; sin embargo, ésta le tomó la mano para que la siguiese. Caminaron por varios pasillos, subieron pisos, bajaron, dieron vueltas, recorrieron infinitas tiendas. Pero al final terminaron frente a un local que James jamás había visto: El Café de los Olímpicos; cuya fachada tenía un inmenso parecido al Partenón de Atenas, sólo que dorado y no estaba en ruinas. Se quedó absorta apreciando cada detalle, hasta que un empujón por parte de su acompañante la sacó de sus pensamientos. —Vamos, vamos —insistió—. Te encantará este lugar. Melinda la siguió. Cuando entró, la castaña no sabía hacia dónde mirar, pues todo le parecía fascinante. Se sentó frente a Electra en una pequeña mesa de madera color caoba, ella pidió algo de tomar para ambas, aunque Melinda no prestó atención a lo que era. —¿Por qué todos me miran así? —preguntó James. —¿Así, cómo? —enarcó una ceja rubia. —Como si quisieran… comerme —alegó, luego Electra rió nerviosamente. —Es porque esta es la primera vez que entra alguien como tú —respondió—: sienten curiosidad por saber quién eres. —¿Alguien como yo? —Sí, ya sabes… —vaciló con nerviosismo, Melinda se percató de ello—, alguien nuevo. Que nunca había venido acá. Melinda abrió la boca sin decir nada, demostrando silenciosamente que entendía lo que la chica quería decir. El joven que atendía las mesas se acercó hasta ellas llevando unas bebidas rosáceas en unas copas doradas. Las dejó en la mesa. —¿Qué es esto? —preguntó Melinda. —Ambrosía —respondió Electra sin cuidado—. Es un batido de fresa y melocotón, con un toque de licor. James bebió, sintiendo un ardor en la garganta al principio. Nunca había bebido alcohol. Luego volvió a tomar otro sorbo, esta vez pudo apreciar el embriagante sabor agridulce de la bebida. Cuando empezaba a disfrutar la bebida, ésta se terminó, por lo que pidió otra. Y otra… Y otra… ··· El automóvil aparcó frente a la casa antigua. Las luces alertaron a la persona que se encontraba dentro y salió rápidamente. La fémina de cabello rojizo bajó del auto negro de vidrios polarizados. —¿Usted es el tutor de Melinda? —preguntó dirigiéndose a Haine. —Sí, ¿dónde está? —Electra percibió la preocupación en la voz de él. —Está en el auto, se ha desmayado y la llevamos a un hospital. —¿Por qué no me avisaron? —No teníamos su número, de verdad lo sentimos. Haine miró al muchacho que bajaba del puesto de conductor y dejaba la puerta abierta. Abrió la trasera y sacó con delicadeza a Melinda, quien yacía semi inconsciente. La cargó hasta estar llegar donde se encontraban ambos. —¿Me harías un favor, muchacho? —preguntó el rubio. El chico asintió—. Su habitación está en el piso de arriba al fondo, llévala allí. El joven hizo lo propio, dirigiéndole una mirada fugaz a Electra, ella sólo asintió dándole a entender que todo estaba bien. La fémina no despegó su mirada aguamarina de la espalda del muchacho hasta que éste despareció en la luminosa estancia. Entonces, su mirada se dirigió al mayor. —Vampiros —murmuró él. —Usted también lo es —atajó ella mientras cruzaba sus brazos—. Exiliado. Nosotros formamos parte del ejército Olímpico. Christopher y yo. Su mano se elevó haciendo un ademán de que hablaba del chico que había entrado con Melinda a la casa. Haine meditó las palabras de Electra, ella esperaba pacientemente que el rubio le respondiese. Miró con curiosidad los gestos pensativos y la manera como rascaba su barba de varios días. —¿Le han dicho algo a ella? —preguntó. —No. Pero usted debería hacerlo —la fémina le entregó un sobre—. Hable con ella, pronto tendrá que ir con nosotros. Aquí ya no está a salvo. Electra Wilde se giró cuando Christopher pasó a su lado, dejando a Haine Van Persy con una enorme tarea y una gran preocupación. Lo que temía que sucediese estaba ocurriendo: La Asamblea empezaba a tomar medidas para exterminar a Los Mestizos. Aunque su verdadera preocupación era la conversión de Melinda en vampiro, ¿cuándo sucedería? ··· Sus ojos azules se posaron en el rostro de la chica que dormía. <<Cuánto ha crecido>>, susurró su mente, mientras él fruncía el ceño ligeramente imaginándose a la pequeña bebé recién nacida que dormía allí hacía 16 largos años. Su mano temblorosa se metió en el bolsillo de su pantalón, sacó el sobre que había doblado cuando la joven vampiro se lo entregó. Lo miró. —Enviado por Frederick Hudson, director del Ejército Olímpico —leyó, sin percatarse de unos ojos dorados que se abrían y se volvían a cerrar rápidamente—: La siguiente es para notificarle que su representada, Rose Rosenbauer, deberá asistir a nuestro campamento debido a que La Asamblea lo está buscando. >>Por ser Mestizo, el Ministro enviará muy pronto a sus guardianes por usted. Conocemos el linaje de la señorita Rosenbauer, por lo tanto cuidaremos de ella antes de su conversión y la entrenaremos después. Sólo necesitamos de su autorización. >> ¿Desde cuándo estás escuchando? —preguntó. —Lo suficiente —murmuró la castaña incorporándose—. ¿Quién es Rose Rosenbauer? ¿Qué es el ejército Olímpico? ¿Qué es La Asamblea? ¿Por qué te buscan? ¿De qué conversión hablan? —Bien, te explicaré —aceptó—: Rose Rosenbauer es tu verdadero nombre, así te colocó tu padre; Melinda James es tu segundo nombre y el apellido de tu madre que se te dio mientras permaneces como humana. >>Tu padre, tu madre, yo y muchas otras personas que conoces somos vampiros. Yo soy Mestizo, es decir, hijo de un vampiro y una humana. El Ejército Olímpico son un grupo de jóvenes que se entrenan desde su conversión en inmortales para formar un ejército que se rebelará a La Asamblea. >>La Asamblea es la máxima organización del mundo de los vampiros que crea las leyes de nosotros y castiga a quienes las incumplen. Sin embargo, los miembros de La Asamblea quieren acabar con la existencia de los Mestizos y los Rhumyr, o como ellos los llaman “los sangre sucia”, que son los hijos de humanos que nacen siendo inmortales. Me buscan porque quieren destruirme por ser Mestizo, aunque no me encontrarán porque no saben dónde estoy ni qué es de mi vida desde que me enviaron al Exilio. >>Y por último, hablan de tu conversión a vampiro. Sucederá el día de tu cumpleaños 17 a la media noche. Va a ser difícil, tendrás que perder toda la sangre de humano que tienes mientras tus venas se llenan de sangre vampírica. Los días antes de que eso suceda, posiblemente vomites sangre, llores sangre, tengas hemorragias… Haine miró los ojos vidriosos de Melinda, sabía que ella estaba decepcionada por lo que había escuchado, porque él le había ocultado la verdad desde que ella tenía razón, porque sus padres no habían muerto, no la habían abandonado. Miró como ella se levantaba y dejaba que las lágrimas se escurrían por sus mejillas. —Perdóname, Mel —murmuró. —No, no tengo nada qué perdonarte —negó—. ¿Por qué mis padres me abandonaron? —Ellos no te abandonaron, mi cielo, te protegían —caminó hasta la ventana donde Melinda miraba la oscura noche tormentosa y la abrazó, consolándola—. Cuando tu padre y tu madre te concibieron, ella era aún una mortal; tu padre sabía que no nacerías siendo inmortal, sino que una parte de ti sería humana. Te dejó aquí para que no corrieras peligro, para que el Ministro no se tratara de deshacer de ti, pues tú, siendo nieta de un Idchyró que gobernó mucho tiempo, tendrías el puesto de Ministra asegurado por derecho.
se esta poniendo muy buena la trama, pobrecita sangrar por todos lados eso si que seria como para asustarse, XD esta bien escrito e interesante, segui asi
Hooooolaaaaa Pefredo-chan!!!:DEs un placer poder leerte pues me transporta en la narración misma viviendola!(*0*)!! sie es facinante.lo de la borrachera me dió risa:D a la vez intriga y después ¡Wataka! sie, a pesar(T0T)!!Dios!! pobre Melissa y lo que tiene que soportar por ser mestiza!! no me cabe en la cabezota botar tal cantidad de sangre(como la mitad!) aww Electra es un amorr!! tan bella y tan mala influencia¬¬(sie no estoy deacuerdo con el consumo de bebidas acoholicas!)jejejejeOugh!! y Christopher...mnnnnn bueno ué se tramarel chico? ([FONT=%value]será parte de la asamblea?) ejem... esperare con ansias la siguiente publicación de tu narración.[/FONT][FONT=%value]ÉXITOSSSS ESTA SÚUUUUUPEEEEERRR!!!!(*0*)!![/FONT]
CAPÍTULO IINonne tu es alius nescientes <<Somos fácilmente engañados porAquellos a quienes amamos>>Moliére. Despertó sobresaltada, ahogando con un jadeo el grito que tenía en la garganta. Su respiración estaba agitada mientras que sus cabellos se adherían a su rostro a causa de la fina capa de sudor. Cerró los ojos suspirando, aliviada de que la pesadilla hubiese llegado a su fin. Su mano derecha se posó en su pecho, sintiendo cómo su corazón latía rápidamente, a una velocidad sobrenatural. Se levantó, luego caminó hasta su espejo, sólo para mirar su pálido rostro brillante por el húmedo sudor caliente y los cabellos revueltos. Se dirigió con paso lento hasta el baño, decidida a lavar su cara y despejar su mente. El agua cristalina mojó su rostro, arrastrando el cansancio y purificando sus ojos. Volvió a acostarse luego de secarse, pero ya no podía dormir. Decidida a pensar un poco y reflexionar lo que Haine le había contado acerca de su “verdadera” vida. Una punzada se hizo presente en su pecho al recordar que toda su vida era una fachada, que Melinda no era su nombre, que no era normal. Se puso unos zapatos deportivos y abrió la ventana. Haine Van Persy nunca se había percatado de que Melinda se escapaba por ese frondoso roble, donde una de sus ramas casi atravesaba el cristal de la habitación de la joven. Se montó en la rama, quedándose casi sin respirar cuando ésta se tambaleó ligeramente; luego siguió gateando hasta llegar al centro del tronco en la parte superior. Con cuidado descendió, hasta con un salto tocar la húmeda hierba. El gélido viento golpeó su rostro súbitamente, causando que un escalofrío recorriera su columna vertebral hasta llegar a su nuca y erizar sus vellos. <<Debí traer un abrigo>>, se lamentó. Exhaló y vio su aliento, finalmente se abrazó y empezó a caminar. El crujido de las hojas cuando las pisaba le provocaba una relajación increíble, desde pequeña los sonidos de la naturaleza le parecieron muy sublimes. Fue entonces cuando un sonido le llamó la atención, unas pisadas veloces seguidas por otras, algunos crujidos de ramas y hojas rompiéndose, respiraciones fuertes que no eran de ella. Su corazón se agitó con fuerza y el miedo hizo estragos en ella. Miró a su alrededor, sintiéndose repentinamente observada. Entonces corrió, fue veloz por primera vez en su vida, parecía no tocar el suelo y los mechones de cabello castaño bailoteaban libremente. Sus ojos se mantenían cerrados, aguantando las lágrimas que amenazaban con salir de ellos. Tenía miedo. No le importaba golpearse contra un árbol y romper su cabeza, sólo quería huir. Así fue, se estampó contra algo, pero sabía que no había sido un árbol por la textura. —No tengas miedo —susurró una voz suave, tranquila y ronca, que la ayudó a calmarse—, no te haré daño. Sus ojos se abrieron lentamente con duda, mientras que sus manos temblorosas eran sostenidas por unas grandes y firmes. Se encontró con dos ojos color chocolate que reconoció, unos labios carnosos, una mandíbula dura, nariz perfilada, cejas rectas y el cabello castaño era corto. Supo que era él, aquél muchacho de su clase de historia. —Yo te conozco —habló ella, su voz temblaba de miedo. —Sí, lo sé —admitió—. Yo también a ti, Rose… —¡Ese no es mi nombre! —exclamó, interrumpiendo al joven. Él calló, mientras que Melinda bajaba la mirada arrepentida de su impulsiva acción, entonces se fijó en las ropas ensangrentadas del muchacho—. ¿Qué te ha sucedido? Él agachó su cabeza, no queriendo decepcionarla pues sabía lo mucho que le costaba a la joven Melinda el asimilar cosas tan difíciles en tan poco tiempo. Sintió que las pequeñas manos apretaban las suyas, algo dentro de él despertó… una parte de él que hacía mucho tiempo que no se sentía viva: su lado humano. Vio sus ojos, dorados, llameantes, determinantes… Y se sintió seguro, se sintió a salvo teniendo en cuenta que era ella quien debería tener miedo. —Eres uno de ellos —afirmó, él asintió—. Tenías hambre, ¿cierto? Porque tus ojos tenían un brillo rojizo esta mañana, y ahora no. Te estabas alimentando. —Debo hacerlo —añadió el joven—. Soy Christopher Donovan, aunque creo que ya Electra se encargó de hablarte de mí. —No mucho, ella dijo que no te conocía —admitió e hizo una pausa, llenando el ambiente de un incómodo silencio, aunque el muchacho tampoco quería romperlo—. ¿Por qué? ¿Por qué me tengo que alejar de Haine? Melinda buscaba una respuesta, sabía que Christopher podía dársela. Incapaz de aguantar un poco más, la castaña se dejó caer en el piso cuando sus rodillas flaquearon y empezó a llorar como una pequeña niña. Como la niña que en el fondo era. El joven se agachó, mirando como ella se sostenía el estómago y lloraba con fiereza, con frustración, con miedo… Sus manos hormiguearon, porque tenía ganas de consolarla, pero sabía que debía dejarla llorar, descargar su alma. —No es seguro que estés aquí —susurró, acariciando levemente el flequillo castaño—, te podrían hacer daño. La Asamblea ya sabe de tu existencia. Te llevaré a tu casa, no es hora para estar afuera. Él la alzó en brazos, mientras ella seguía reprimiendo los jadeos dolorosos que salían de su garganta. Le dolía esa mentira, él lo sabía, era normal. La apretó contra su pecho, entonces sintió que algo en esa chica hacía que se volviese a sentir humano… que volviese a sentir. El calor que desprendía recorrió su cuerpo y, por un momento, lo revivió. Empezó a caminar suavemente, incapaz de ir más rápido porque aquella sensación le gustaba en demasía. Aunque quería que todo fuese lo contrario, el viaje se hizo extremadamente corto. Rápidamente se adentró en la habitación de la fémina, dejándola en su cama, fue entonces cuando se dio cuenta de que se había quedado plácidamente dormida. <<Eres un hijo de Ares, Christopher. El amor sólo ablanda tus miembros, haciéndolos inútiles e inservibles a la hora de la guerra. Los hijos de Ares no amamos, no cometemos el mismo error que nuestro padre>>, había escuchado eso tantas veces que ya las palabras se habían quedado talladas en su cerebro. De la misma manera, se despidió mentalmente de la joven y desapareció en la penumbra. ··· El sol resplandeció fuertemente en el cielo, mientras que los pajarillos madrugadores anunciaron con devoción la llegada del astro rey. Unos ojos azules se abrieron con dificultad, se incorporó y rascó su cabello despeinado. Se levantó, dispuesto a iniciar la ardua tarea que significaba la marcha de Melinda James al campamento Olímpico, pues el Exilio con Haine ya no era un lugar seguro para ella. —Te prometí que la cuidaría, Joseph, amigo —murmuró viéndose al espejo—. Y si eso significa tener que dejarla ir a ese lugar siendo aún una humana… Pues, que así sea. Trató de ser muy rápido cuando se bañaba y se vestía, bajando las escaleras con una velocidad sobrenatural. Preparó el desayuno para su querida niña. Luego, miró ese retrato en la mesa de la sala: esa mujer de negras hebras, con ojos castaños y sonrisa dulce, de alguna manera la culpable de que él estuviese lejos de donde pertenecía. Ella era la humana de quien él se enamoró como un idiota, abandonando todo por estar a su lado. —¿Está todo bien, tío? —escuchó la voz somnolienta de la hija de su amigo—. Escuché unos ruidos, por eso desperté. —Sí, sí —vaciló—. ¿Cómo has dormido? Tienes unas ojeras monstruosas. —No he podido dormir, pasé la noche en vela —mintió, girando su rostro acción de la que el caballero notó, pero obvió. Después de toda la historia que le había contado a Melinda la noche anterior. El rubio la abrazó, sintiéndola como una pequeña niña que debía cuidarse sola antes de tiempo. Sabía que pronto aquellos jóvenes inmortales vendrían por ella y la alejarían de él —por su bien, estaba consciente—. Pero, era eso, o dejar que los Guardianes de La Asamblea se la llevasen y acabaran con ella. Melinda correspondió el abrazo, sintiéndose necesitada y con miedo. Mucho miedo. Haine se alertó cuando escuchó un estruendo proveniente de afuera, de unas llantas frenando súbitamente. Luego, milésimas de segundo después, unos nudillos golpeaban con insistencia. El rubio corrió hasta la entrada, haciéndole una seña a Melinda para que se escondiese. Se colocó tras la puerta y la abrió. —¡Señor Van Persy! —escuchó una voz melódica y angustiada que se le hacía conocida—. Soy Electra, cálmese. Tenemos que llevarnos a Melinda, los Guardianes fueron vistos en una ciudad cercana a esta y vienen hacia acá. La castaña aludida salió de su escondite a velocidad, abrazando a Haine y mirándole con expectación, como si temiese por la vida de ambos. El rubio apretó con fuerza su cintura, tratando de transmitirle tranquilidad, aunque por dentro él estaba tan o más desesperado que la joven. Electra se sintió melancólica, recordando buenos momentos —borrosos, pero existentes— de su vida humana, momentos que nunca volverían. Se sentía mal por haber tenido el deber de separar a esa pequeñísima familia (lo eran, sí, no necesitaban nada más que ellos para serlo) pero era eso, o que ambos muriesen. —Lo lamento —murmuró tomando el brazo huesudo de la castaña. Melinda James dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos, mientras Electra tomaba su mano y ambas salían por la puerta de madera. Afuera, donde apenas el sol alumbraba la soledad de aquella estancia en medio de la carretera a pocos kilómetros de la ciudad, esperaba un automóvil negro con vidrios polarizados. Se veía bastante lujoso, brillaba bajo los escasos rayos ultravioleta. La chica Wilde le abrió la puerta de atrás, y la hizo entrar; luego la cerró de un portazo ligeramente violento y entró en el asiento de copiloto. —Vámonos ya —ordenó, luego el conductor arrancaba, sobrepasando los límites de velocidad. Melinda no supo cuanto tiempo estuvo despierta antes de caer dormida, tal vez sólo segundos. Fue mejor así, ya que el viaje se le hizo más corto. Cuando abrió los ojos, ya el negro manto de la noche había cubierto el cielo; pero no había estrellas. El automóvil se detuvo, entonces entendió que habían llegado. Miró por la ventana y se encontró con un bosque denso y oscuro. Giró el rostro cuando oyó el sonido de la puerta al abrirse, encontrándose con que Electra abría su puerta y le tendía la mano invitándola a salir. Hizo lo propio sin mencionar palabra alguna, no sabía qué decir. Estuvieron caminando unos minutos por la densidad de aquel bosque, la fémina se preguntaba cómo era que recordaban el camino. Su mirada dorada se centró en aquél muchacho alto, de corto cabello oscuro, espalda ancha. Lo reconoció al instante. Era él. Ése chico que había visto la noche anterior, que conocía de la clase de historia; ese vampiro. Christopher Donovan. —Es aquí —murmuró Electra y Melinda miró la entrada que parecía ser de un campamento infantil abandonado—.La guarida del Ejército Olímpico. Entraron, encontrándose con muchas personas que iban y venían con armas y armaduras. Sin embargo, pronto todos dejaron lo que hacían y se quedaron viendo a aquella mortal que surcaba sus tierras en compañía de dos de ellos. Un grupo de hombres se concentró en un extremo del río, mirando fijamente al trío. Todos eran parecidos, tenían una gruesa contextura y parecían hechos de músculos. —Tengo que irme, Electra —susurró el muchacho, encaminándose hacia aquel grupo. —Hijos de Ares —mencionó la chica dirigiéndose a Melinda, quien no había perdido de vista a Christopher mientras éste se acercaba a su grupo—. Son aquellos guerreros vampiros más violentos, hechos para la guerra. Controlan el elemento tierra. —Él es uno de ellos —habló Melinda, su voz fue casi imperceptible. Electra señaló a unas jóvenes de aspecto soberbio, de belleza indescriptible y de gestos agraciados. —Hijas de Afrodita. Expertas en el arte de la sanación, nunca matan a nadie, pero son muy útiles para el espionaje y la infiltración. Melinda las miró, pero pronto dirigió su vista hacia otra parte porque se sentía intimidada. Ni en sus sueños más remotos podría imaginarse tan bella como alguna de esas muchachas. Luego captó su atención que féminas y muchachos de otro grupo estaban unidos, casi todos con armas. —Las chicas son hijas de Artemisa, y los chicos de Apolo. Sus casas son muy amigas, casi siempre están juntos. Ambos grupos son muy buenos en el manejo de las armas; las chicas son excelentes en la caza y la recolección de alimento. Los chicos controlan el elemento fuego. Wilde señaló a otro grupo de hombres, unos chicos de aspecto desgarbado y desaliñado, mantenían sonrisas intimidantes en sus bocas y la mayoría de ellos estaban ebrios. —Hijos de Dioniso, pueden definirse como los más sanguinarios de todos. Suelen hacer rituales y torturar a sus víctimas, no matan si no están bajo el efecto de alucinógenos. Luego la chica señaló a un conjunto de mujeres guerreras que no se habían detenido por la presencia de la humana, sino que continuaban con sus entrenamientos incansables. —Ellas son las Hijas de Palas Atenea, yo pertenezco a esa casa. Somos las estrategas, expertas guerreras hechas para matar. A Melinda le costaba imaginar a Electra peleando y matando, no le parecía posible que alguien tan menudo y dulce pudiese ser capaz de eso. La pelirroja señaló inmediatamente a otro grupo de chicas que correteaba graciosamente y se reían entre ellas, pero luego se detuvieron a contemplar a la humana como todos los demás. —Hijas de Deméter. Las más compasivas. También son excelentes en la curación, se encargan de hacer las armas y de los cuidados de los enfermos. Raramente participan peleando en las guerras, pero cuando lo hacen son muy peligrosas. Llegaron hasta una gran laguna azul, donde se reflejaba la luna. En ella nadaban unos muchachos y unas muchachas, otros peleaban entre ellos pero sin ánimos de causarse un daño severo, sino como modo de entretenimiento. —Hijos de Posidón —murmuró, soltando una risita. Melinda le miró—. Ésa es la única casa que tiene hijos de ambos sexos. Controlan el elemento agua, son muy hábiles en las batallas cuerpo a cuerpo. Continuaron caminando, hasta llegar a una colina, donde se encontraban unas féminas reunidas. Más arriba, se encontraba una gran cabaña, pero parecía que nadie podía ir hasta allá, aún cuando la cabaña tenía las luces encendidas. —Ellas son las Hijas de Hera. Celosas, resentidas y odiosas. Son las más peligrosas de todas las guerreras, muy severas a la hora de castigar —Melinda miró hacia arriba, lo mismo hizo Electra—. Ésa es la casa de los Hijos de Zeus. Sólo hay tres personas viviendo allí. Son los Idchyró, los guerreros vampiros más poderosos que existen.
Te seguiré leyendo hasta el final. Tu lectura engancha y no he podido de dejar de leer. Melinda es una Idchyró¿? :P Me esperare al proximo capitulo, de todas formas, avisame cuando lo tengas. No me gustan nada las hijas de Hera! Y amo a los hijos de Poseidón, me recuerdan a Percy Jackson! :D
Ok! Pefredo estoy más que satisfecha con tu publicación.;) sinceramente tienes fuerte para la descripción de lugares, caracteres y fortalezas en cuanto a los personajes. xD! te felicito eres muy buena narrando! tanto así que si fuera por mí me encantaría hacer un manga sobre tu historia querida!(^_~)! jejejejeje! si tuviese los recursos sería un honor materialezarlos en dibujos manga!(^///^)! si, soy una apasionada con ello! jejejejeje *Huy Melinda se me la llevaron, huy! que lástima pero, bueno todo sea por su bienestar!:D Woe! Elektra una hija de Atenea1(O_O)! tampoco yop me la imagino así! ough! y Christopher...deb ser solitario vivir sin love' pero bueh! okas! usted me dira mi escritora que pasara a continuación con Melinda,, sin mas que agradecida po la publicación y el aviso se despide su lectora. Xao!
¡Hola, Pefredo! Disculpa que no haya comentado antes, pero sí había leído ambos capítulos (tú me entiendes: universidad) Me encanta el giro que le estás dando a tu historia, me parece muy bueno que, siendo Melinda aún humana, tenga que irse al campamento del Ejército Olímpico. Me imagino que allí entrenará luego de convertirse, no lo sé, pero siento que me sorprenderás. Ahora, Christopher, creo que gusta de Melinda/Rose, aunque por la cuestión de que es un hijo de Ares, no puede enamorarse de ella. Eso me gusta, será un amor complicado porque creo que a ella también le atrajo él desde que lo vio en clases de Historia. ¿De qué casa será Melinda? Hablando de ella, me sorprendió todo lo duro que debe ser enterarte de que no eres quien crees así como así. Qué fuerte. Me encanta Electra, es genial. Bueno, espero que continúes pronto, está buenísimo.
CAPÍTULO IIIIt’s vicis cretum sui uti <<El infortunio pone a prueba a los amigosY descubre a los enemigos>>Epicteto. El suave aroma a café inundó la estancia, llenándola de un aroma que a Melinda se le hizo extremadamente agradable: le recordaba a su hogar. <<El hogar es el lugar al que acudes cuando no tienes dónde ir>>, leyó la castaña una vez, aunque en ese momento su memoria no podía rememorar dónde. Sus ojos se humedecieron nuevamente, se preguntó si aún le quedarían lágrimas luego de tantas derramadas. Subió las piernas al mueble y se abrazó a ellas. —Aquí hay un poco de café —escuchó la voz cantarina y melodiosa de su amiga Electra (podía considerarla una amiga, a pesar del poco tiempo; pues Haine siempre le dijo que un amigo verdadero era quien te ayudaba a mantenerte firme cuando tus piernas amenazan con caer). —Gracias —quería decir más, pero sólo eso salió de su boca: un murmullo bajo y suavecito, que se perdió cuando la brisa cruzó la ventana. La pelirroja le miró con tristeza, casi con lástima, sintiéndose muy identificada con ella. Se sentó a su lado, dejando su taza en la mesa; luego, sin palabras ni peticiones, la abrazó, ofreciéndole su consuelo silencioso. Melinda se quedó paralizada, sin saber qué hacer; si corresponder o quedarse tal cual como estaba, pero al final decidió rodear el menudo cuerpo de la Wilde, hundiendo su rostro en el hombro de ella y rompiendo a llorar como una niña pequeña. —Mientras estés conmigo, nada te pasará —susurró la pelirroja su oído, acariciándole el cabello suavemente—. Y, te prometo, que haré lo que esté en mis manos para que a Haine no le pase nada. —Gracias —repitió—. Gracias por ser mi amiga. Electra enmudeció. ··· Melinda abrió los ojos, preguntándose si a los pajarillos madrugadores se les hacía una costumbre el despertarla cada mañana. Se propuso dormir, aunque fuese, diez minutos más; sin embargo ese sonoro cantar le hizo su tarea imposible. Se levantó, viendo el reloj de pulsera que había dejado en su mesita de noche. 6: 00 a.m. Suspiró. Había dormido en la casa de Palas Atenea, ya que sólo conocía a Electra (y en menor medida a Christopher, pero no dormiría en su casa ni ebria). Tendió su cama, que era un pequeño colchón de sábanas blancas sobre una base hecha de grandes pedazos de madera. Se fijó en lo rústico que se veía toda esa choza gigante y se preguntó si todas las casas serían iguales. Hizo silencio, procurando no despertar a las otras quince muchachas que dormían en aquella habitación. Estuvo a punto de buscar su ropa para darse una ducha, pero recordó que no había traído nada para su estadía en ese lugar. Se lamentó silenciosamente y salió, dispuesta a dar un paseo para relajar su mente. Al principio se había perdido en esa cabaña, pero luego recordó que debía bajar las escaleras, caminar por la cocina, pasar por el salón de estar, rodear los baños y luego salir por la puerta de atrás para no encontrarse con un barranco. La hierba estaba húmeda por el rocío de la mañana, el campo se encontraba solitario, sin un alma (salvo Melinda) que rondara por sus extensiones. A la luz de la mañana, ese campamento se veía muy hermoso: cada casa posada en una extensión donde los Hijos de los Dioses podían utilizar el territorio para los entrenamientos según sus habilidades. Por ejemplo, la casa del Dios Posidón: eran varios palafitos que se encontraban posados en una especie de muelle en el lago. La casa de Zeus se encontraba en la montaña más alta, a la que los guerreros del Ejército llamaban “La cima del Olimpo”, ya que sólo podían entrar los más grandes y mejores guerreros, es decir, los Idchyró. Melinda caminó hacia La cima del Olimpo, embelesada por la belleza de esa montaña, a su alrededor había flores diversas: algunas bellas flores de Pensamientos en la parte más baja; seguida de delicados botones de rosas que no terminaban de florecer aún. Más arriba, en la parte alta, descansaban las orquídeas, húmedas de rocío llenas de esplendor. —¿Hacia dónde te diriges, humana? —preguntó una voz. La castaña gritó de susto, dando un leve saltito sobre sus talones. Una mano tapó su boca a la velocidad de la luz, sus pies ni siquiera habían tocado el piso. Otra mano la tomó ferozmente por el brazo y la obligó a girar. Se encontró con dos ojos fieros, llenos de determinación y flameantes de peligro. Eran oliváceos, aunque juró haberlos visto por un momento color rojo. La piel era pálida, más que la de Electra o Christopher; tenía unas pequeñas pecas que adornaban esa nariz perfecta y marmórea. Su cabello rubio con naturales reflejos castaños, caía desordenado por su perfecto rostro, dándole un toque de informalidad. Melinda por un momento olvidó cómo respirar. Sus mejillas empezaron a teñirse de rojo escarchado, cuando se dio cuenta que había visto a ese muchacho y comparado con un ángel (teniendo en cuenta que era una criatura de la noche, un ser mítico y que creía inexistente hasta ese entonces). —¿Por qué has gritado? —inquirió con su voz ronca y profunda. —Porque me has asustado —respondió con un hilillo de voz, escondiendo su rostro bajo el flequillo para evitar ver la cara de sorna y burla que pondría el muchacho al percatarse de su absurda acción humana. —Hmp, los humanos son tan estúpidos —soltó con veneno, haciendo sentir a Melinda muy ofendida. —¿Me dijiste estúpida? —habló, subiendo el rostro hasta encontrarse con esas esmeraldas que brillaban en las cuencas del muchacho. —No sólo a ti, a todos los mortales —replicó, pedante. Melinda sintió la sangre hervir de rabia, ¿cómo alguien tan guapo podría ser tan idiota? Cruzó los brazos y le miró con molestia. —¡Seré estúpida pero tú eres un idiota! —le reclamó a gritos, causando el asombro del joven. —¿Cómo me dices idiota, humana? —Esta “humana” tiene su nombre. —No me interesa saberlo. —A mi no me interesa seguirte escuchando. Luego de eso, salió corriendo en dirección a la casa de Atenea, dispuesta a tomar un poco de agua para bajar los humos. Entró a la casa con rapidez, sintiendo su espalda humedecida por el sudor que corría por ella. Su corazón palpitaba a mil por segundo, su respiración se hallaba acelerada y su frente pálida y nacarada por el sudor. Escuchó los pasos rápidos, ágiles; pero siempre femeninos, de Electra Wilde. Acomodó su aspecto, arreglándose la ropa y quitándose los mechones de cabello que se encontraban en su rostro. La pelirroja se extrañó de verla en ese aspecto, pero decidió no preguntar nada al respecto. Melinda se percató de que ésta llevaba en sus manos un conjunto de ropa, que luego de acercarse hasta ella plantó un beso en su mejilla y se lo entregó. —¿Cómo has pasado la noche? —preguntó casualmente la menudita fémina, dándole la espalda mientras se disponía a buscar algo en la alacena. —Bien —respondió rápidamente, casi sin dejar a Electra culminar la frase. La pelirroja le miró alzando una ceja, sumamente extrañada por la actitud sospechosa de la castaña, pero no le prestó demasiada —o excesiva— atención a ello. Tomó entre sus pequeñas manos un envase que contenía un polvillo marrón oscuro, el cual Melinda reconoció de inmediato: café. —¿Dónde queda el baño? —inquirió Melinda, observando la ropa que Electra le había entregado, causando una risilla en ella— ¿Qué? —Aquí no hay baño —dejó el envase en la mesa y colocó sus manos en su diminuta cintura. Melinda abrió los ojos de par en par—, si te quieres bañar deberás hablar con nuestros amiguitos del lago. La castaña miró hacia el lago, donde ya podía observar que varios muchachos de ambos sexos disfrutaban de la calidez del agua y se divertían a pesar de la temprana hora. Sus ojos dorados se volvieron a clavar en la pelirroja, quien tenía los ojos llorosos de risa y sus mejillas infladas estaban sonrojadas por lo gracioso que le había parecido la situación. —Debiste haber visto tu cara —rió con escándalo, tanto que a Melinda le pareció que despertaría a la mitad del campamento. —No me causa gracia, Electra Wilde —refunfuñó fingiendo enojo y haciendo un puchero. ··· Se miró en el espejo que se encontraba en el baño, se sentía extraña utilizando una ropa que no le pertenecía. Miró los pantaloncillos de mezclilla que le llegaban a la rodilla, esa blusa color turquesa sin mangas y el abrigo de tela que se hallaba abierto, dándole un toque más citadino. Ató su cabello a una cola alta, dándole un aspecto más sobrio que le gustó, hacía contraste con la informalidad de su vestuario. Salió del baño y bajó para encontrarse con Electra; sin embargo se consiguió con algo más: Christopher Donovan acompañaba a la fémina; éste no perdió de vista a Melinda mientras bajaba.
Gracias por invitarme, buena trama aunque no soy muy fans de los vampiros, me gusto tu narración y descripción, espero que a Melinda la ayuden hasta la conti: Saludos:)