Bueno extiendo a los fanficsleros a leer o ver este breve fandom, es una historia corta pero enseña bastante. Su pies apenas tocaban el piso, le faltaba el aliento, las luces amarillentas de las farolas de la calle hacían que la acera pareciera un borrón grisáceo y las figuras a su alrededor solo siluetas desdibujadas en la oscuridad. Escuchaba los jadeos incesantes y espectrales de las criaturas que los perseguían, una jauría impulsada por un deseo ferviente, incontrolable y mortal de venganza y condena, pues esa era su misión eterna. —No te detengas Azuma, los escucho muy cerca—exclamaba Wakaba. —Quisiera intentar una fotografía, tal vez si uso una de esas funciones especiales de la cámara puedo conseguir una prueba de ellos—contestaba la chica de gafas casi ignorando lo que había dicho su amiga. La chica sintió una enorme desesperación, esa actitud tan inconciente de su amiga,ya la había metido en problemas en ocasiones anteriores. Entonces un tanto molesta la tomo de la mano y la jaló. No sabía si su molestia era con Azuma, con esa extraña habilidad que atraía a ella todo tipo de criaturas extrañas estando en un riesgo constante o con ella misma, por no tener en cuenta a la única cosa que podría ayudarla, llevar a Pupipo con ella. Una vuelta equivocada y habían quedado atrapadas en un callejón, detrás de ellos una pared de ladrillos demasiado alta para saltarla y frente a ellas al menos cinco pares de ojos rojos observándolos mientras gruñían mostrando sus colmillos segregando una especie de neblina fantasmal, eran una especie de caninos de tamaño considerable de un blanco palido. Eran inugamis, espiritus ligados a esta tierra para con cadenas de una justicia corrompida de sus amos, cargando en sus cuerpos rencor, odio y pena que estos habían llevado en vida. Las piernas de ambas chicas temblaban desde sus muslos hasta las pantorrillas, pero cualquier movimiento voluntario había quedado atrás pues parecían estar sujetos al concreto como con arneses de un material irrompible. Una de las criaturas saltó sobre ellas como los depredadores que eran ahora, pues ante su vista maldita, todos eran culpables. El resto de la manada lo seguía detrás gruñendo. —¡¡Pupipo!! Wakaba sonrió aliviada, una vez más su pequeño y curioso salvador aparecía a escena justo en el instante crucial. En cuestión de segundos, lo que había sido una criatura fantasmal, terrible y monstruosa, se había transformado en un alegre y juguetón perrito estirándose entusiasmado moviendo su patita ansioso mientras la moronita rosada llamada Pupipo le rascaba la pancita con sus manitas. —¡Pupi, pupi, pupi, pupipo! —decía mientras lo acariciaba con más intensidad. Con cada caricia la apariencia grotesca del inugami se desvanecía. Pupipo observó a las dos chicas y con señas indicó que hicieran lo mismo. Las dos chicas sonriendo se acercaron ya sin temor para hacer lo mismo, Wakaba sonrió pensando cuantas cosas en el mundo la pequeña criaturita solucionaría de la misma manera, con un poco de amor.
