One-shot Provocación [Calígula]

Rol: Calígula.
Personajes: Russo y Stefopoulos.
Título: Provocación.

Russo hacía poco menos de diez minutos que despertaba del hipersueño y ya llevaba contadas diez dominadas, a la par de Montana y Jaihil. Stefopoulos observaba desde una silla el espectáculo: Tony siempre empezaba una apuesta ni bien despertaba.

—Eh, Russo, ¿nunca te confundieron con un hombre? —preguntó Montana, haciendo la dominada número doce.

—No, ¿y a ti?

Montana lanzó una risotada campechana y bajó de un salto.

Stefopoulos a veces deseaba ubicarlo con algún comentario sagaz, elocuente. Pero tenía la mente en blanco. Además tampoco era como si su compañera lo necesitaba. Sabía defenderse sola, oh sí; y tenía dientes, músculo y una boca casi al nivel de Montana para hacerlo. Aunque eso delante de los superiores nunca demostraba, sabía guardar las apariencias.

El viaje había sido interrumpido por una llamada de emergencia de alguna colonia cercana a su cuadrícula. Nada de qué preocuparse y el griego así lo tomaba: a la ligera. A veces le daba más pánico o tensión compartir el mismo espacio con su compañera de armas en la misma habitación que una misión en general. Se sentía lento, cabeza hueca y no podía ser él mismo porque la personalidad de Russo era arrolladora; lo inhibía a tal punto que Kenworth, jefe de equipo, le preguntó si había sucedido algo y si eso podría interferir en las misiones futuras. Obvio que lo negó, nunca había pasado nada.

La mujer colocó una pequeña toalla de mano sobre su cuello y se enjugó el sudor de la frente con el dorso de la mano y le sonrió en su dirección.

—Stefo, ¿todo bien?

—Sí. Solo pensaba el por qué de la llamada de emergencia.

—Bueno, ya hemos respondido a otras llamadas en otros momentos, ¿no? Nada extraño.

Se hallaron solos en las cámaras de hipersueño, Jaihil y el resto se habían ido a por café cargado para despertar los cerebros. Russo al notar que estaban solos se cambió delante de él. La mujer contaba con un físico tremendo, pequeña y maciza; con fuertes piernas y buen trasero. Buenos brazos y manos pequeñas. En sus ademanes el griego notó cierta lascivia animal.

—¿Todo bien? —la voz de ella rompió el hechizo y Stefo sacudió la cabeza, como si estuviera despertando de un letargo.

—Todo bien. —respondió torpemente. Se obligó a levantarse por que no tenía excusa de quedarse allí sin hacer nada. A veces pensaba que Russo lo provocaba a propósito a sabiendas de que él no haría nada: era en cierto aspecto un caballero y nunca se desubicaría con nadie, menos con ella. —Iré a por un café, ¿quieres uno?

—Claro. —la mirada cruzó la estancia completa y, cuando sus ojos se cruzaron, ella pasó la lengua por sus labios.