Primera Navidad

Primera Navidad​

La noche buena había llegado; con ella miles de risas y guerras de nieve se extendían por las calles. Los adornos llenaban de color rojo las casas que junto con el color blanco hacían la combinación perfecta, miles de familias salían a las calles a comprar lo que sería su cena por lo que todo estaba especialmente concurrido.

La familia Kinomoto que no dejo la oportunidad atrás, decidió salir a comprar lo que requeriría para esa noche. Minutos antes de salir, Sakura vistió a Keberos (aunque este no los acompañaría pues sería un peligro que lo descubrieran) pues era la primera navidad que vivía desde su confinamiento en el libro.

—¡Kerberos! Te ves tan lindo. El traje que te hizo Tomoyo te ha quedado a la perfección. Ojalá ella te estuviera grabando— decía con una gran sonrisa mientras lo miraba.

—¿Tú crees que me queda bien? Me siento muy raro— A pesar de su inseguridad no dejaba de dar vueltas para que la pequeña lo admirara.

—Monstruo es hora de irnos— comentó su hermano mientras abría la puerta, interrumpiendo la conversación de antes. Kerberos se acostó tan rápido en la mesa que Touya no tuvo la oportunidad de mirarlo.

—¡Deja de llamarme así! —Sakura se acercó refunfuñando. Peleas eran peleas aún en Noche Buena.

—Tan solo mírate, vestida de rojo pareces un marciano, además acabas de crear un rata-conejo-duende— miró al muñeco que estaba en el escritorio.

—No le llames así —replicó Sakura. Touya cerró la puerta pero tras esta aún se oían las burlas del mayor hacía Kerberos. Éste indignado se limitó a quitarse la barba y el gorrito, su primera Navidad: su primera desilusión. Voló hacia el colchón cabizbajo y miró la luna que se asomaba por la ventana como nunca lo había hecho antes, el nombre de Yue taladró su mente y el de los recuerdos juntos aún más

—Mago Clow— dijo en un susurro.

—Ah, por cierto Kero, en la almohada hay un postre, nos vemos luego— la menor había olvidado su abrigo color blanco por lo que regreso lo más rápido que pudo y así como llego así se fue. Kero, miró a su lado, estaba tan distraído que no había notado el pastel de chocolate y frambuesas que se alzaba a su vista

—¡Que aproveche! — y sin más reparo, con una gran sonrisa y olvidando lo que había dicho, atacó el pastel. El azúcar subió tan rápido a su cerebro que se puso a cantar villancicos sin saber el ritmo y a bailar música imaginaria sin pareja…Total nadie lo veía y nadie sabía de él…Nadie a excepción de las personas que pasaban frente a la casa Kinomoto quedando convencidas –todavía en estado de shock- de que los duendes alegres si existían.