Colección de Inuyasha - Príncipe y sirvienta

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por Fernandha, 28 Octubre 2016.

  1.  
    Fernandha

    Fernandha Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Escritora
    Título:
    Príncipe y sirvienta
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2144
    Retos de Inuyasha
    #4
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    Palabras: 2,029
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    Advertencia: Muy leve Yuri, de hecho ni se nota pero nada pierdo avisando.
    Pareja como tal realmente no hay, ustedes sabrán comprender conforme lean.
    Inuyasha & Kikyô, Kagura & Sesshômaru, Sesshômaru & Kagome, Kagura & Kagome. NO se dejen guiar por lo breve aquí explicado, considero que vale la pena una rápida lectura.
    Obviamente Ooc, es un fanfic.
    Amen el final.
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    Acomodó su máscara, arreglando su corbata y, antes de girar hacia la puerta, sujetó por el tallo lo que era una rosa blanca. Caminó a donde el pasillo se abría paso a las escaleras de caracol para ver, desde lejos, cómo la gente bailaba libremente pese al ambiente de tensión que hasta en sus hombros se reflejaban.

    —Es ella lo único bueno que pasó en mi vida después de la muerte de mi mujer —InuYasha bebió un trago de champaña que se le era cordialmente ofrecido sin ver si quiera a su hermano (a su medio hermano), haciendo el ademán hacia la jovencita que parecía bailar entre la gente con bandeja de bebidas en mano—. Me hizo ver el mundo de una forma distinta y sé que pese a mi cariño este sentimiento no se explotará más allá porque mi corazón ya fue entregado una vez.

    —Palabrería absurda que me tiene sin cuidado, ¿debo suponer, hermano que las copas se te han sobrepasado? —respondió educadamente dejando caer el peso desdeñoso en el lazo que compartían por sangre.

    —Probablemente —aprobó el menor—. Pero ten en cuenta, Sesshômaru, que flor más bella ni en el mejor de los jardines volverás a encontrar —dejó la copa en la bandeja del camarero ambulante para girar con aquél corte real correspondiente a la familia para arrebatar la rosa de sus manos y colocarla por sobre el pañuelo del traje que su hermano vestía—. No temas a pasar la montaña de tus sentimientos, probablemente una grata sorpresa te puedes llevar; deja de vivir en el pasado infiel que nuestro padre presentó y acepta lo que la vida te ofrece ahora.

    —¿Quién dice que debo de temer a tales trivialidades?

    —Nadie en realidad —inquirió el menor—. Sólo toma esto como el consejo de aquello que nunca fuimos: hermanos.

    Dejando el saco, se retiró en silencio escaleras arriba con una sonrisa titubeante en sus labios sabiendo que pese a la reflexión que el mayor pudiera hacer sobre sus palabras y que, en el mejor de los casos, tanto Kagome como Sesshômaru pudieran terminar juntos.

    Él, Inuyasha, debía ser fuerte y luchar cuando la reina se opusieran a tal encuentro debido a los protocolos reales. Luchar por aquello que a él se le vio arrebatado.

    Se lo prometió a Kagome, le juró en la tumba de quien fuera su hermana y antigua esposa de él, que nada en la vida volvería a alejarla de lo que soñaba.

    Lo hacía por Sesshômaru.

    Lo hacía por Kagome.

    Lo hacía por Kikyô, especialmente por Kikyô. Porque aún en la muerte, él no dejaría de amarla.

    Tomando una copa más del sirviente a su costado, el menor de los Taishô observó con tranquilidad el mundo que se le abría ante él desde la parte superior del salón. Uno iluminado, repleto de disfraces acordes a la etiqueta del palacio, con suaves melodías llenando los espacios vacíos donde las diplomacias de las jovencitas en pos de un prometido no alcanzaban llegar.

    Sonrió detrás del cristal.

    Allá abajo, hace algunas lunas pasadas, él disfrutó enormemente de aquellos movimientos cuando comenzó su cortejo con la hija mayor de la familia Higurashi. Bailando con diversión alrededor de la gran pista, haciendo caso omiso a los cuchicheos propios de la 'alta' sociedad.

    Inuyasha en ese momento, sólo pudo centrarse en aquellos bellos ojos y nívea piel que lo invitaban a caer en un pecado lujurioso no una ni dos noches, sino a prometer todo aquello que su vida le permitía mostrar. Siendo capaz hasta de besar el suelo pisado por tan delicados pies que danzaban en el vaivén armonioso de la coquetería.

    Él cayó enamorado. Tanto o más que ella.

    Saliendo un poco de pensamientos tan gratos, el príncipe divisó a su hermano recargado en una de las puertas que daban paso al gran balcón Este mientras ignoraba a las doncellas que, con movimientos planeados de la estricta educación, se le acercaban sonrientes. El menor de los hermanos rió con un poco de malicia al comprobar que sí, Sesshômaru las despedía sin mayor delicadeza.

    Kagura, quien una vez fue una prospecta a prometida para el mayor, se acercó donde Inuyasha con una cansada sonrisa adornando sus labios. Miró a la pista y, perdiendo un poco de su etiqueta, se recargó en el brillante barandal.

    —Es algo estresante el que no suceda nada con ellos dos, ¿no es así?

    El chico no respondió pero sonrió un poco más.

    —Debe ser algo triste, de igual forma, saber que la familia Higurashi cayó en las malas lenguas de esta viperina gente después del suceso que Nâraku cometió en contra de tu esposa, joven príncipe —murmuró la mujer con algo de nostalgia.

    —Nâraku —respondió él— tenía una obsesión insana con mi esposa.

    —Nâraku era un hombre insano en sí, príncipe —corroboró ella—. El amor que le profesaba a sus sobrinas era fuerte pero no bien recibido.

    —El amor es un arma, princesa Kagura —asintió él— mas hay amores —siguió al tiempo en que meneaba su copa antes de beber un poco— como los tuyos que, al ser tan puro, sólo desean lo mejor para el contrario.

    Ella rió quedamente.

    —No soy una mujer de intensiones tan puras, pero Sesshômaru pese a su negativa sí quiere a esa jovencita. Kagome le aprecia, todos lo sabemos, pero igualmente le apena su situación. La joven es un guerrera por naturaleza mas desea lo mejor para los pocos que aún quedan en su familia.

    Inuyasha no dijo nada, dándole así la razón.

    .

    Kagome no era tonta.

    Podía parecer lo suficiente ingenua para toda persona que le rodeara, pero era más astuta de lo muchos creerían; ella entendía que la mayoría de los cuchicheos maliciosos provenían de todas aquellas 'doncellas’.

    Y es que, pese a haber pasado ya cuatro años del evento ocurrido... jamás dejaría la memoria de nadie, mucho menos para ella que, aún con dolor, recordaba cada noche fría en una habitación repleta de recuerdos.

    Nâraku, quien una vez fue un grandioso tío consentidor, había desarrollado una obsesión por ella y su hermana mayor. Siendo como era, nadie sospechó jamás de que era él quien mandaba aquellos anónimos regalos tan poco correctos; ni que era él quien hacía desaparecer prendas específicas de sus habitaciones.

    El rememorar eso sólo le provocaba amargos sabores de boca mas ni así podría llegar a odiarlo por completo, que de alguna forma la vida ya le había hecho pagar eso y mucho más cuando, en un altercado ocurrido hace cuatro años, Kikyô informó de su embarazo. Nâraku había enloquecido, mostrándose más furioso que cuando sus hermana se casó.

    Su padre, Satoshi, había salido en defensa de su hija mayor mas todo fue en vano. Cuando ella cayó por las escaleras perdiendo así no sólo a su bebé sino su vida, Kagome lloró. Sintió la rabia subir con ardor por su garganta antes de intentar golpear a un hombre shockeado con una lámpara.

    Su tío, tan anonado, sólo cedió. Golpeando sin ver las grandes veladoras del comedor.

    Aquella noche Kagome no sólo perdió una hermana, perdió a su padre en un incendio que no debió haber pasado a grandes destrozos y logró marcas imborrables en el cuerpo de Nâraku. Su madre, tan dulce y destrozada, sólo atinó a abrazarla junto a su hermano menor.

    Fue su abuelo quien dio la cara ante una corte, relatando suceso tras suceso y ni así fue escuchado por Irasue, la reina de Shikon —quien había cambiado más desde la muerte de Inu-no-Taisho junto a su amante Izayoi—. Bajo la luz de la desgracia, los Higurashi comenzaron a vivir del campo como unos sirvientes más.

    La hija, la única ya, se volvió una criada más del gran castillo.

    Por eso conoció aún más al mayor de los hermanos, por eso vivió de ilusiones una vez más, por eso decidió no cruzar nunca más aquella delgada línea entre la fantasía y la realidad. Ya que ella no deseaba sólo ser una doncella de una noche que el hijo tendía a llevar y a ella le tocaba despachar.

    Kagome, pese a lo rota, deseaba vivir con amor.

    Porque amor era todo lo que quedaba para ella y la joven se aferraría con uñas y dientes a él.

    Así que se limitó a callar ese tema, hablando con Inuyasha lo necesario. Llorándole a veces sus desgracias, porque el joven príncipe la trataba como lo que alguna vez fue: la hermana de su esposa.

    Regresando de sus recuerdos, Higurashi suspiró antes de acomodar su bandeja y sonreír para ofrecer una bebida más a los invitados del salón.

    .

    Sesshômaru era guapo. Lo es. Siendo todo aquello que una muchachilla desearía en su vida con un plus de misterio a su alrededor que te invitaba a descubrirlo, y Kagura mejor que nadie lo sabía.

    Debido a esa razón la princesa de los vientos tomó la decisión de ayudar. Excusándose con Inuyasha, quien sólo le sonrió divertido, bajó los escalones a donde Kagome estaba. Ayudándola a librarse de viejos políticos sinvergüenzas que venían sólo a aprovecharse de la carne débil.

    Le sonrió, con algo de dolor, pero la guió al balcón oeste.

    Kagura amó al mayor de los hermanos con una ferocidad propia de su familia. Le conoció cuando niño y se maravilló con su mente, lo vio crecer e indudablemente se enamoró mas no era idiota. Su familia la educó mejor que eso. Por eso mismo fue una de las primeras en darse cuenta en cómo, pese al escándalo social, el hombre miraba a la —ahora— única hija de la casa Higurashi.

    Lloró en su momento, reclamándose ante un espejo que nada podía hacer, sobre qué era aquello que la ahora campesina tenía en su poder. Si de belleza se tratase ambas ocupaban un lugar parecido, pero no era eso… y ella lo entendió luego.

    Kagome tenía un-algo inexplicable que te hacía sentir segura.

    —¿Qué sucede, princesa? —cuestionó la chica algo inquieta.

    —Nada, Kagome —susurró ella tomándole con delicadeza del rostro, acariciando con ternura los delicados pómulos de la muchachilla.

    La menor, nerviosa, no atinó a hacer nada más que cerrar los ojos y esto a Kagura le pareció tontamente encantador. Si ella, siendo la princesa que tenía que ser, no tuviera tanta carga en sus hombros no dudaba nada en haber sido partícipe del cortejo ante ambas hermanas.

    La princesa no era tradicional ni mucho menos débil ante desdeñosas críticas, pero sí respetaba mucho cuando el corazón de alguien más había sido entregado. Se lamentó en un momento el haber perdido a Sesshômaru sin haber tenido la oportunidad de intentar algo más. Se lamentó un poco más cuando comprobó, dolorosamente, el qué era aquello que tanto les atraía de los Higurashi.

    Si bien la mujer no se enamoró sí que se encaprichó un poco con Kagome.

    Tan dulce, tan ingenua, tan bella e indicada para ocupar un puesto junto a ella. Sonrió y depositó un sencillo beso en su coronilla, riendo abiertamente al comprobar el asombro en su rostro. Levantó la mirada sólo un poco más antes de ver al príncipe Sesshômaru en la puerta.

    —Debes, querida niña, dejar de tener miedo —le dijo a ella—. Y tú a tener más respeto ante sus sentimientos y decidir el qué harás ahora, porque existen personas que te la podemos hurtar, Sesshômaru —siguió ahora él—. Oh, claro. Perdone usted mi irrespetuosa forma de hablar, sabrá comprender mis obscuros motivos —rió.

    Soltando a Kagome caminó a un costado del mayor.

    —No lo arruines, tonto príncipe —le dijo con burla antes de acelerar su caminar un poco.

    Miró al barandal del piso superior y le sonrió a Inuyasha quien, con algo de nostalgia, divisó a su hermano acercarse a Kagome. Ambos suspiraron, perdiéndose cada una entre la multitud de ambos pisos.

    Y allá, en un balcón, príncipe y sirvienta quedaron a merced del tiempo.

    El que pasara o no algo se dejaría sólo a decisión de ambos. Kagura e Inuyasha ya nada podían hacer por más que así lo deseasen.

    La música siguió.

    El baile volvió a comenzar.

    Las máscaras fueron reacomodadas y el salón se llenó una vez más de movimiento.

    La noche era joven.

    Y el final era una historia que valía la pena saborear en una ocasión diferente.
     
    Última edición: 29 Octubre 2016
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    Kohome

    Kohome Fanático Comentarista destacado

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    Ah, hacía tiempo no leía algo de este fandom, y es bastante grato volver al hábito con un fic tan bien redactado y desarrollado.

    Entendí finalmente aquello de que no era un fic con parejas realmente, pero se siente el ligero Sesshome que aún no evoluciona en ese universo. Como si fuera un botón de rosa sin florecer.
    En fin, siento que tu narración fue muy acertada tomando en cuenta el tipo de universo, y que ese final abierto permite a todos los lectores concluir lo que a sus mentes les plazca.

    Muchas gracias por compartirlo.
     
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