Yuri!!! On Ice Please, Stay [One Shot]

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por Arleet, 29 Noviembre 2016.

  1.  
    Arleet

    Arleet Fanático

    Aries
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    9 Julio 2010
    Mensajes:
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    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Please, Stay [One Shot]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    4009
    Advertencias: Si no estas al día con el anime, te recomiendo que no leas esto. Este one-shot es una idea de lo que yo creo que puede llegar a ocurrir en el siguiente capitulo que sale este miércoles 30.

    Aclaraciones:
    Omg~ es el primer fic que escribo en, literalmente, dos años. Espero que los errores que tenga no sean tan horribles y penosos, y espero sepan disculparlos. Apreciaría que si los encuentran me los hagan saber <3

    Por otro lado, quisiera decirles que el Viktor que se muestra a continuación -el de los flashbacks- es como yo creo que él es en aquellos momentos en los que nadie esta mirando. Cuando las cámaras no lo captan y los fans no gritan por él, cuando no debe hacer todo lo que sus fans desean y puede ser él mismo. Y como en realidad el anime no nos mostró mucho material sobre él en su versión joven, me atreví a jugar un poco con eso.

    Supongo que sólo me falta aclararles que los flashbacks se encuentran en cursiva. Es mi forma de diferenciarlos del presente.

    Espero que les guste

    Please, Stay




    —¡Regrese! —Viktor gritó, mientras cerraba la puerta y apoyaba su frente en la suave madera. Su largo cabello platinado atado y cayendo sobre uno de sus hombros, el abrigo en la mano y su mochila con los patines dentro en la otra. Suspiró, sus ojos se cerraban del cansancio y su cuerpo se sentía más pesado de lo normal. Sus piernas dolían, sus pies palpitaban y estaba seguro de que tenía un nuevo moretón en su cadera y brazo derecho.


    —Viktor, ven a la cocina —quería dormir. Oh dios como deseaba una ducha y dormir hasta que Yakov lo llamara al día siguiente para volver a entrenar aquel salto que se le estaba complicando.


    Volvió a suspirar, abrió los ojos y sonrió. Enderezó su espalda, dejó el abrigo y caminó como todos los días hasta la cocina, desde donde su madre lo llamaba. Ella no debía saber, no tenía por qué preocuparse por cosas tan insignificantes. Amaba verlo patinar, sus ojos brillaban cuando él se deslizaba por el hielo y nunca veía sonrisa más grande que la que ponía cuando volvía a casa luego de una nueva presentación. Ella lo amaba y Viktor adoraba ver a su madre tan feliz, le alegraba y haría lo que sea porque ella siga sonriendo así para siempre.


    —Viktor, ¡cierra los ojos! —¿uhm?

    —¿Pasa algo? —una simple negación y la suave risa de su madre sólo hacen que sonría con más ganas. Puede sentirla moverse por la cocina con rapidez, cargando algo en sus brazos y parándose frente a él. Hasta podría decir que sabe el momento exacto en el que abre la boca para decirle algo, pero él mismo salta cuando siente como algo húmedo y suave acaricia su mejilla. ¿Pero qué demonios…?

    —¡Sorpresa! —y al momento de abrir sus ojos, en vez de ver a su madre enfrente suyo, observa a un pequeño cachorro que lo mira con ojos oscuros y brillosos. Un suave ladrido escapa de su hocico y puede jurar, y esta tan seguro que podría apostar los patines que tiene aún en su mochila, de que el mismo perro le ha saludado. —¿Te gusta?

    —Yo, espera ¿qué? Madre, ¿de quién es? —no sabe en qué momento, pero su mano ya se encuentra acariciando la pequeña cabeza de aquel can, recibiendo lametones en su palma y una que otra mordida de su parte. ¿En qué momento sus labios dibujaron una sonrisa en su rostro?

    —Es tuyo —susurra, observando como los ojos de su hijo se abren de asombro cuando empuja al cachorro a sus brazos, y le sonríe. Ve como Viktor sonríe cuando el pequeño lame su mejilla otra vez, y, oh dios, sus ojos se llenan de lágrimas al ver a su hijo sonreír de forma sincera por primera vez en mucho tiempo. Al principio no estaba del todo segura sobre traer a una mascota a casa, pero en ese momento, luego se ver como su pequeño se sentaba en el suelo jugando con el cachorro y olvidando por un momento todas las rutinas y saltos, sabe que fue lo mejor que pudo hacer. —¿Cómo se llamará?


    Viktor levantó al perro por un momento, dejándolo a la altura de su rostro y observándolo fijamente. Luego sonrió, abrazándolo contra su pecho, y miró a su madre.


    —Makkachin.


    —Makkachin, pórtate bien mientras no estoy ¿sí? No te robes manjus.


    —Viktor, ve a dormir, no servirás de nada mañana si sigues así —. Con esas simples palabras, Yakov le ordenaba que dejara esos patines por al menos ocho horas y tomara una noche decente antes de la competencia de mañana. Viktor mentiría si dijera que no se sintió frustrado cuando su entrenador lo empujo a los vestuarios sin escuchar sus protestas, y posteriormente supervisara que tomara un taxi con destino directo a su hogar.


    ¿Es que no se daba cuenta que el final de la coreografía debía ser pulido?, ¿que ese último salto seguido por la pose final tenía algo que no encajaba del todo? Si tan sólo pudiera estar una hora más… o quizás unas tres horas, lo tendría perfecto para mañana.


    Miró por la ventana y suspiró, el taxi estaba estacionando enfrente de su hogar y no tenía tanto dinero consigo como para pedirle que lo llevara a la pista de patinaje más cercana. Agarró su mochila y, luego de pagar y prometerle al chofer que saludaría a su hija en la próxima entrevista que tuviera, entró a su hogar. ¿Qué sentido tenía prometerle eso al tipo que lo trajo si seguramente mañana su actuación no sería perfecta? Estaba seguro que ese final iba a decepcionar, ¿cómo podía presentarse y mostrar una coreografía incompleta?, ¿cómo se atrevía a…?


    —¡Makkachin! para, para —ese perro le iba a sacar más moretones que el mismo patinaje. Con sus patas delanteras en el pecho de Viktor, su lengua recorriendo cada centímetro de su rostro y su nariz husmeando por momentos en su cuello; Viktor no tenía escapatoria ante el ataque de aquella bestia, había caído en sus garras y lo único que podía pensar en ese momento era en como la nariz de su ya no tan pequeña mascota le sacaba suaves carcajadas.


    —¡Así se hace Yuuri! —la Copa de China estaba por terminar, toda la familia Katsuki miraba el final de la coreografía del patinador japonés, festejando como sólo una gran y unida familia podía hacerlo.


    Desde un rincón, un perro que desde hace unos meses se había convertido en un integrante más de ellos, miraba las imágenes que se mostraban en la pantalla. No sabía cómo explicarlo, pero ese último salto que aquel humano había realizado se le hacía muy conocido.


    —¡Viktor te amo!

    —¡Eres el mejor!

    —¡Cásate conmigo!

    —¡Viktor, por aquí!

    —¡Viktor, mírame!

    —¡Viktor, Viktor, Viktor!


    La puerta del vehículo que lo transportaba desde el estadio hasta la pista de patinaje en donde entrenaba todos los días se cerró, acallando todo el ruido que los reporteros y los fans hacían en el exterior. Los oídos de Viktor zumbaban y su cabeza palpitaba como hace mucho no lo hacía. Al parecer ganar el Grand Prix Senior no era tan genial y asombroso como lo hacía ver desde afuera. Tanto ruido, tantas cámaras y flash de todos lados mareaban más de lo que esperaba; su rostro estaba empapado en sudor, pálido y con algunos mechones de cabello pegados a la frente.


    Inhalo hondo, recostándose en el asiento y abrazando el peluche con forma de perro que uno de sus fans le regalo apenas salía del estadio. Era grande, esponjoso e igual a su propio perro. Quizás por eso fue de las primeras, y únicas, cosas que acepto ese día. Lo apretó contra su cuerpo y enterró su rostro en la suave felpa, podía jurar que la tensión lentamente iba desapareciendo de su cuerpo.


    Estaba seguro que aquella corona de flores azules que le habían puesto en su cabeza al ganar la competencia estaba rota y deshecha, pero ese detalle ni siquiera cruzó su mente mientras caía en los cálidos brazos de Morfeo.


    —¡Vamos Yuuri!

    —Mari, ¿alimentaste a Makkachin? —una pregunta que salió de forma despreocupada de los labios de Hiroko se escuchó por sobre las palabras de aliento que su familia gritaba a la pantalla del televisor.

    —¿Mhm? Oh sí, sí. Hoy luego de comprar su alimento.


    Todos quedaron mudos mientras veían la presentación de aquel patinador coreano, sus movimientos y saltos, todo perfectamente en sincronía con la música que sonaba de fondo.


    —Pero Mari, ayer compraste el alimento.

    —Oh.


    —Buenas noches Makkachin —murmuró, acariciando su pelaje y viendo como el mismo se acostaba en la improvisada cama que le había preparado en una esquina de su habitación.


    Era temprano aún, el sol se había ocultado hace tan solo unos minutos, pero necesitaba desesperadamente de aquellas horas de sueño que le esperaban. Esa semana había tenido reuniones, conferencias, prácticas y una pequeña competencia; todo se había acumulado para último momento, todo le explotó en el rostro y cuando menos se dio cuenta había pasado dos días completos sin dormir o lapsus prolongados en los que su ingesta de alimentos había sido totalmente nula.

    Necesitaba volver a empezar, tener un pequeño momento para acomodar sus ideas y volver a ser el mismo Viktor que todas sus fans conocían y del que estaban acostumbradas.

    Quitó sus zapatos, dejándolos tirados en cualquier parte de la habitación; y, mientras sacaba la remera negra con la que había entrenado ese día por sobre su cabeza, puso la alarma de su celular para poder despertarse con tiempo al día siguiente y así llegar un momento antes a la pista de patinaje. Deseaba tener esos momentos a solas que se tomaba todos los días antes de que el resto llegara.

    Suspiró, sintiendo como su cuerpo se relajaba en medio de las cálidas sábanas. Podía sentir toda la tensión desaparecer de sus hombros, todo pensamiento racional desaparecer de su cerebro y sus ojos estaban empezando a sentirse…

    Pudo apreciar el momento exacto en el que su habitación se iluminó de blanco. Su cuerpo se tensó, pegó la frazada a su cuerpo y el rostro a la almohada mientras escuchaba como el primero de una serie de truenos se desataba desde el otro lado del cristal.


    “Mierda, mierda, mierda, mierda...” su garganta estaba seca, sus ojos se apretaban con fuerza y manos eran dos puños contra su pecho.


    Otro trueno, y pudo jurar que su corazón estuvo a centímetros de salir por su garganta. Su pecho dolía, sus dientes se apretaban unos contra otros, su respiración se estaba volviendo irregular.

    La habitación volvió a iluminarse.


    “Voy a morir” podía sentir como el aire lentamente se escapa de sus pulmones, como las bocanadas se hacían cada vez más grandes, pero nada entraba por ellas. “Ayuda” un pitido insoportable crecía dentro de su mente. “Ayuda” su rostro se encontraba empapado en lágrimas. “¡Ayuda!” podía sentir como sus uñas se clavaban en…


    Una cosa suave y viscosa recorrió todo su rostro. Y como si se tratase de magia, su garganta de pronto se abrió y el preciado aire entro a sus pulmones. Sus ojos se movían, tratando de enfocar lo que sea, algún objeto que estuviera cerca y le diera soporte. Pestañeo, sintiendo como algunas lágrimas seguían cayendo sobre sus mejillas y mojaban la almohada que tenía bajo su rostro. Y de pronto, como si hubiera estado ciega hasta hace unos segundos, descubrió que Makkachin se encontraba parado a un lado de él.

    El perro parecía estar preocupado, sus ojos por alguna razón se mostraban más grandes de lo normal.


    —Makkachin, ¿qué sucede? —su voz temblaba por momentos, su cuerpo entero se movía en contra de su voluntad. Trato de correr las frazadas para devolver al animal a su propia cama, cuando un nuevo trueno lo paralizó y su respiración volvió a cortarse. Lo siguiente que supo, fue que aquel perro al que consideraba su compañero desde hace algunos años se había metido a la cama junto con él. ¿Pero qué…? El can acercó su cuerpo, pegándolo contra el de Viktor, lamiéndole la mejilla y acomodándose junto a él.


    Viktor simplemente lo miró, olvidando por un momento su antigua angustia y tratando de descifrar que acaba de suceder. Estuvo a punto de moverlo cuando volvió a escuchar otro trueno, esta vez más fuerte que los anteriores, y lo único que atinó a hacer fue a taparlos a los dos y esconder su rostro en el pelo de su compañero.

    Pasó un brazo sobre el lomo del animal, pegándolo a su pecho y llenándose de aquel calor que su cuerpo desprendía. Ese calor que rodeo todo su cuerpo, aquel que lo relajó y permitió que su corazón volviera lentamente a un ritmo menos preocupante.

    No sabe exactamente en qué momento su respiración se normalizó y su cuerpo dejo de temblar. No lo recuerda realmente, lo único que sabe es que esa fue la primera noche de tormenta eléctrica en la que pudo tener un sueño tranquilo. En el que pudo descansar con algo de paz rodeándolo. La primera noche en que su pecho no se sintió tan pesado como desde hace un tiempo lo hacía.


    —Makkachin, ¿dónde estás? —¿dónde podría haberse metido ese perro? —¡Makkachin!


    Mari llevaba buscando al animal desde hace unos buenos diez minutos, gritaba su nombre y agitaba el plato con su alimento esperando que con el sonido y el olor este apareciera frente a ella. Pero ya había visto la habitación de Yuuri y la de Viktor, había salido a las aguas termales por si es que tenía suerte y lo encontraba nadando en ellas; había deslizado y abierto cada puerta que tenía en su hogar.

    Bueno, todas menos la de la sala en donde yacían las cenizas de la antigua mascota de la familia junto con las pequeñas ofrendas que su madre ponía de vez en cuando. ¿Podía ser que él estuviera ahí?


    —Makkachin, ¿qué haces aquí? Tengo tu co... —el plato de comida se deslizó de sus manos.


    Mari gritó, mientras corría y se arrodillaba a un lado suyo. Makkachin yacía en el suelo, de costado y con los ojos cerrados. Su pecho apenas se movía, el aire entraba en pequeñas bocanadas y se escapaba en rápidos suspiros.


    —¡Perro idiota, ¿qué hiciste?! —sus manos se posaron sobre su lomo, sacudiéndolo y tratando de que abriera aquellos ojos pardos con los que saludaba todos los días al ruso. —¿Qué hiciste?, ¿qué fue lo que…? —observó la habitación, inspeccionando cada objetivo que en ella se encontraba, y deseó nunca haberlo hecho. Sobre la mesa, estúpidamente puestos al alcance de sus dientes, se encontraban varios envoltorios rotos con trozos de manjus en ellos.


    Mari bajo la mirada. Oh dios, que abriera los ojos, por favor ¡debía abrir los ojos!


    Viktor lo miró, sus manos se movían delicadamente sobre su cabeza y una manta era depositada sobre la espalda de Makkachin. Al parecer, salir a correr a las tres de la madrugada mientras llovía no había sido la mejor de sus ideas y su querido compañero había tenido que sufrir las consecuencias.


    —No te preocupes —susurró, sonriendo a su querida mascota. —El veterinario dijo que sólo era un resfriado, mañana deberías de estar mejor.


    Siguió acariciando el suave pelaje del can, mientras él mismo se acostaba a un lado suyo y lo atraía más cerca de su cuerpo. Su calor corporal debía de ayudar en estos casos. Cerró los ojos y suspiró. era el peor padre que alguien pudiera tener. Ni siquiera tenía el derecho a ser llamado padre, y su corazón se rompió con ese pensamiento, desde ese momento había sido relegado a un simple dueño desconsiderado.


    Añadió una manta más, y tapó ambos cuerpos con ella. No se movería hasta que su pequeño estuviera mejor, hasta que volviera a ser el mismo perro saltarín que era desde que su madre se lo regaló.


    —Oh, ¿Yuuri? —algo en el tono de voz de su hermana le hizo quitar los ojos de la actuación de JJ, la conocía y podía decir que algo malo había sucedido. —Lamento molestarte, pero Makkachin robó unos manjus y se atoró con ellos… —su pecho empezó a sentirse pesado, y pudo jurar que escuchó como la voz de Mari se quebraba al final de la frase. —Estamos en el veterinario… no sabemos si vivirá.

    —¡La puntuación de Jean Jacques Leroy es de 113.56! ¡Superó su marca personal del Skate Canada! —pudo sentir como alguien hablaba, como el estadio aplaudía por algo que su mente no llegaba a registrar.

    —Perdón, ¿qué quieres que hagamos? —la imagen de su pequeño Vicchan inundó su mente. Aquel indefenso animal que había amado desde el momento en que lo tuvo en sus brazos, aquel al que consintió desde que llegó a su hogar y con el que solía dar largos paseos por el pueblo. El mismo adorable cachorro al que no pudo despedir cuando su tiempo había acabado.

    —¡Viktor!


    —Rotaste demasiado en el último salto Vitya —la voz de Yakov se hizo notar en el momento en que terminó su rutina. Viktor se giró, deslizándose sobre sus pies y respirando más rápido de lo normal en él mismo. Sus mejillas estaban sonrojadas al momento de ver como su entrenador lo observaba con los brazos cruzados.

    —Lo sé, lo sé. Es el salto que me enseñaste la semana pasada, aun trabajo en él. —Sus brazos se posaron en el barandal mientras tomaba un poco de agua y estudiaba las expresiones del hombre enfrente suyo.

    —Si no logras hacerlo perfecto para cuando el Grand Prix comience, no lograrás ganarlo.

    —Lo entiendo —horas llenas de caídas y golpes fueron las que les siguieron a esas palabras. La mayoría de los que patinaban ahí ya se habían retirado, hasta aquel niño rubio que venía todos los días con su abuelo se había ido.


    Luego de una nueva caída, varios moretones en su cuerpo y del ladrido de su mascota que desde hacía unos días lo acompañaba a practicar, desistió completamente por ese día. Había algo que no le dejaba hacer bien ese salto, algo en él lo hacía rotar demasiado una vez que volvia a tocar el hielo. Pero no llegaba a descifrar qué podía ser; los patines estaban perfectamente amoldados, su vestimenta era la misma de siempre y hasta podía jurar que la técnica era perfecta.


    Entonces qué… al mirar su reflejo en el espejo de los vestuarios lo supo. Había algo que él tenía y que ninguno de los otros competidores a los que les había visto realizar el salto poseía.

    Su cabello estaba más largo de lo normal, rozaba el elástico de sus pantalones y sabía que esos pequeños gramos con los que no contaba a la hora de saltar le habían inclinar el rostro y, por consiguiente, su cuerpo más de lo que debería. Se negaba, aún estaba a tiempo de poder cambiar el final de su rutina. Siempre podía hacer algo distinto, hacer algún truco ya conocido o combinar dos como siempre hacía.

    Pero sus fans ya habían visto todo eso… y él no quería decepcionar a Yakov.


    Makkachin se acostó en sus piernas al momento de sentarse en el suelo con las tijeras del botiquín de primeros auxilios en su mano. Estaba seguro de que con sus patas le estaba abrazando, dándole calor y mostrándole que estaba al lado suyo en lo que sea que fuera a hacer.

    Apretó los dientes mientras agarraba un mechón de cabello, sintiendo como su cuerpo se tensaba mientras acercaba el filo de las tijeras hacia él. Cerró los ojos, negándose a mirar, y sus lágrimas cayeron al suelo junto con aquella melena que lo había acompañado desde hace varios años.


    Su pecho quemaba, podía jurar que una bola de fuego crecía en su interior y punzaba por subir por su garganta. Sus oídos pitaban y lo único que podía escuchar era el sonido que hacían sus pies al correr sobre el asfalto en su carrera por llegar al veterinario. El aire le faltaba y su cabeza se sentía pesada, sus pulmones exigían un descanso. Pero no podía, dios no podía.

    Su vista estaba empezando a nublarse y podía jurar que ya no sentía nada de la cintura para abajo, pero se negaba a descansar. Se negaba rotundamente a desperdiciar aquellos preciados segundos que podrían significar todo en el futuro.

    Un suave ladrido se escuchó en el momento en el que vio la veterinaria a sólo unas casas de distancia, un ladrido suave pero potente que retumbó en las calles. Pero él no lo escuchó.


    —¡Señora Katsuki! —un gritó ahogado por la falta de aire escapó de sus pulmones, deslizándose por sus labios y llegando a todos los que se encontraban en la veterinaria. Un perro saltó de alegría al ver quien había entrado por la puerta, corriendo hacia él y ladrando mientras lo rodeaba con entusiasmo. Más Viktor no pudo verlo.

    —Viktor —el ruso la miró, con las mejillas rojas y tratando de meter algo de oxígeno en su cuerpo. Todo se detuvo cuando vio a su rostro, cuando se dio cuenta que no debía hacer preguntas pues las respuestas estaban pintadas en aquellos ojos que le devolvían la mirada. —Lo siento.

    —No… —sus lágrimas cayeron, mientras su rostro se movía de un lado a otro y un perro al que nadie podía ver u oír seguía ladrando a un lado suyo.

    ¡Makkachin! —de pronto se escuchó, y aquel perro ignorado detuvo sus ladridos. Sus pardos ojos miraron hacía fuera de la tienda, en donde un Viktor sonriente movía los brazos. —¡Makkachin ven! —no entendía. ¿Por qué había dos Viktor? Volvió a mirar al que había entrado al lugar hace unos segundos. Estaba arrodillado en el suelo, tapando su rostro y soltando pequeños ruidos raros. No le gustaba verlo así, olía raro y eso le ponía nervioso y triste. ¿Por qué estaba así?, ¿no estaba feliz de verlo de nuevo? —¡Makkachin! —volvió a mirar hacia afuera.


    Ese Viktor estaba feliz, tenía una sonrisa dibujada en su rostro y desde donde estaba podía olerlo. Algo en su aroma era distinto, había algo que nunca antes había sentido en él, ¡pero estaba feliz! Él quería ver a su compañero feliz, no le gustaba cuando olía como el primer Viktor. Él no quería al primer Viktor.


    ¡Makkachin! —cuando volvió a escuchar su nombre no lo dudo más. Ladró y salió corriendo, movió sus patas lo más rápido que pudo y se alejó de aquel lugar que olía raro. —¡Por fin viniste!


    Viktor le sonrió, abriendo sus brazos y atrapándolo en medio del salto. Su lengua recorría su rostro mientras sentía las risas de su dueño inundar el lugar, como había extrañado estar con él todos estos días. Esperaba que no se volviera a ir, cuando él se iba las cosas se volvían más aburridas. No era que sus amigos fuesen malos, pero ellos no eran su Viktor.


    Ehh Makkachin, vamos a jugar —no entiende en qué momento dejaron el pueblo en donde había estado viviendo los últimos meses, tampoco comprende cuándo fueron a la misma playa a la que fueron de visita hace dos años; pero nada de eso importaba ahora. No lo piensa, simplemente ladra y corre tras él. La arena se siente cálida, el sol está en su punto más alto y el agua del mar brilla como si tuviera pequeños diamantes. Brilla como los ojos de Viktor cuando lo mira.

    Ojalá nunca se fueran de ahí.




    @Jamón pan jamón amor de mi alma, me debes estar odiando mucho, pero igual te dedico esto <3
     
    Última edición: 29 Noviembre 2016
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    No hay una insignia que pueda poner justo ahora en tu fic... No la hay... ¿por qué rompes mi corazón?
    Es que... ¡MACCACHIN WHY, NOO, WE, ERES MALDAD! ¿Ves ese Kuroo que tengo de perfil? ¡No te ama! Porque Kuroo no ama a las personas que matan lindos animales indefensos </3

    Okya... me calmo... espera lloro un poco más. ;-; Mi pobre Viktor... ¡Tonto Maccachin, deberías haber animado al Viktor que estaba triste! *déjame ser egoísta, por favor*. Te juro con que esto pase mañana en el anime me declaro en huelga y no me lo veo (? (Ok, ojalá fuera así de decidida para hacerlo).

    ;-; me encantó, ya sabes que mi alma negra ama el drama y la muerte (?) ~Ya me las cobraré yo~ :') Plañirás (? Lo único que tengo que anotar es que a veces tienes incongruencias con los tiempos que usas, es decir, estás narrando en pasado y de repente hay una palabra en presente, así que pon cuidado en esas pequeñas cosas para que tu escritura sea mejor de lo que ya es.

    Y pos... tengo mucho más que decir... pero justo ahora no puedo porque me duele mi corazón.

    [​IMG]

    Kuroo llora por tu culpa (?

    Makkachin.png
     
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