Perdón

Perdón​

Los gritos e insultos volaban de un lado a otro, acompañados de vez en cuando por algún objeto que encontrarán en su camino. Dos seres que demostraban su odio por medio de las palabras y los golpes cuando la furia los cegaba, una pareja en problemas, un matrimonio destruido y unos padres irresponsables.

—¡Sabes que cuando estás borracho tienes que quedarte afuera! ¡No pienso dejar que mis hijos te vean así! —Gritó histérica la mujer, con el rostro de un intenso bordo y empujando con todas sus fuerzas al que alguna vez fue el dueño de su corazón. Sus orbes marrones destilaban ira y decepción.

—También son mis hijos, querida —. Murmuró él, haciendo énfasis en la última palabra y saliendo a tropezones por la puerta.

—¡Eso no me interesa! ¡Vuelve cuando seas un verdadero hombre! Oh, lo olvidaba ¡no eres uno! —Y con un simple movimiento, dándole la espalda y sin mirar en ningún momento hacia atrás, cerró la puerta.

El castaño murmuró miles de maldiciones, caminando tambaleante por el medio de la calle desquebrajada que se abría frente a él. Cerrando los ojos y evitando ver las pequeñas casas ubicadas a los costados, con las ventanas rotas y las paredes pintadas con aerosol.

Siguió moviendo sus pies, saliendo de los barrios bajos en donde vivía desde hace más de veinte años, llegando a un pequeño bar con ventanas oscuras y algo viscoso a un lado de la puerta. No quería ni imaginarse lo que eso podría ser. Ignoró el hedor que eso destilaba y entró, sentándose en la barra y pidiendo rápidamente un trago de alguna bebida colorida que le pareció atrayente desde dónde estaba.

Tomó el primer trago, ignorando la fuerte quemazón que comenzó en su garganta y terminó en la boca del estómago. Volvió a llegar el vaso hacia su boca, relamiendo sus labios y observando como el líquido azul llegaba a su objetivo. Bebió lo que quedaba de un solo trago, sintiendo como las llamas se encendían a su paso.

—¿Un mal día? —Cuestionó alguien sentado a su derecha, mirándolo por el rabillo del ojo y con una pequeña sonrisa pintada en su rostro. De cabello rubio y ojos marrones, algo hinchados y rojos.

—Piérdete. —Y con un gruñido enojado le dio la espalda.

—Ya estoy perdido —susurró, procurando que el castaño no lo escuchase. —Me llamo Benjamín, ¿y tú?

—No me hables —habló más fuerte que la última ocasión, mirándolo con el ceño fruncido y una mueca en sus labios.

—De seguro te echaron de casa, ¿no es así? Yo pase…

—¡Cállate! —Gritó, sintiendo como la vena de su cuello se marcaba visiblemente. Tomó del cuello al rubio, levantándolo de su asiento y fulminándolo con los ojos.

—¿Sabes? Yo era igual que vos, llegaba borracho todas las noches y volvía a salir al amanecer para tomar otra vez —confesó, con la voz entrecortada y cambiando de forma rápido el color de su rostro. —Hasta que un día se fue… se fue y no la volví a ver.

Tensó los músculos, sintiendo como un sabor amargo inundaba su boca de un momento para el otro. En ese instante un nudo se formó en su garganta, un dolor se instaló en su pecho y un invisible temblor se apoderó de sus brazos y piernas. No quería perder a su hermosa Lucía, a la única persona que realmente amó en su vida, a la que siempre estuvo con él aún en esos momentos en los que solamente la hacía sufrir. No podía perderla. No a ella. No a sus hijos.

Soltó al rubio, quién para ese entonces ya se encontraba con el rostro morado y a punto de quedarse sin aire. Corrió fuera del bar, ignorando los gritos del dueño porque le pague lo que había bebido, saliendo por la puerta y resbalándose con esa cosa viscosa de la entrada. Siguió con el mismo paso, dejando tras él cuadras y cuadras. El miedo le recorría las venas desde los dedos hasta la cabeza.

Sintió que un poco de su alma volvía a su cuerpo cuando reconoció el barrio en donde estaba. Aceleró el paso y dobló a la derecha, sintiendo que podía volver a respirar cuando vio su casa a unos diez metros. Abrió la puerta rápidamente, mirando hacia todos lados con su corazón acelerado.

—¡Lucía! ¡Niños! ¿Dónde están? —Gritó, con una sonrisa en su rostro y moviendo todo para encontrarlos. —¿Chicos? —volvió a preguntar, sintiendo como el nudo se volvía a formar en su garganta.

Buscó en la cocina y las dos habitaciones, en el baño y el pequeño patio del fondo. Para cuando volvió a la sala su rostro estaba empapado en lágrimas.

—Por favor… no, por favor —rogaba, soltando imperceptibles sollozos que golpeaban su pecho como si de un martillo se tratase.

Observó la pequeña mesa de la sala, esa que generalmente estaba llena de los juguetes de sus dos hijos. En dónde Kevin jugaba con sus coches y Sophia pintaba miles de dibujos que luego le regalaba y él tiraba. Ahí, en el centro de ella, había un pequeño papel con algo escrito en él. Arrastró los pies y lo tomó mientras mordiendo su labio inferior.

“Ya no puedo más, Ashton. Ya no.

Lucía”​

Y cayó al suelo, llorando desconsoladamente y con el papel en el pecho mientras susurraba: Perdón.




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Asdf~ algo raro que salió para un trabajo del colegio.
¿Les agrada la idea de poner gifs al comienzo? Siento que a algunos no les gusta del todo.