One-shot Pensamientos de un hombre malo | Samurai Senso

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La cabalgata había sido amena; la katana de Takeda había logrado ser recuperada por un plan orquestado por el propio Takano, junto a muchos samurais nobles a la causa Minamoto. Kato Harima había sido vencido en su propio terreno y, poco a poco, todo parecía cambiar de rumbo, de uno oscuro y enigmático a otro con luz y esperanza. La esperanza es lo que movía a las personas, ¿no era cierto? La fe, sus creencias o el miedo. El ronin estaba apoyado en el marco de la puerta de la cabaña donde pasarían la noche. Había tenido una buena idea al proponerle que Ayame les acompañe; después de todo la mujer había sido quién descubrió su escondite nocturno. El hombre se encontraba cruzado de brazos, con la mirada perdida en la infinita oscuridad del bosque; sintiendo la tenue luz de la luna filtrándose entre las nubes nocturnas. Era una noche cálida, de esas que le recordaba a su niñez.

Se sentó, siempre con su katana a mano, y siguió vigilando mientras Kuroki y Misato descansaban. A sus pies había tres grullas de papel que había hecho mientras ordenaba sus pensamientos. Faltaban horas para el amanecer y debía descansar para llegar a la prefectura de Chiryu de una pieza. Pero era imposible para el ronin, quién no dejaba de pensar en Mao. Él se había ido de Kamakura sin decir nada, sin dar una explicación, sin un hasta luego, ni siquiera un adiós. ¿Ese sentimiento se llamaba culpa, quizá? Por eso, en su mano derecha, tenía un papel que aún no había convertido en grulla; un papel y un carbón para escribir, ya que un tipo como él no se podía dar el lujo de permitirse la tinta, o al menos, no gastaría en algo como ello.

Se quedó en blanco, pensando las primeras líneas, sintiendo el cántico nocturno de los insectos. La noche era muy agradable, de esas en las que Mao danzaba bajo la luz de la luna, moviendo esos piecitos como si tuvieran vida propia y él, el viejo Kenzaburo admirando el baile en silencio, recordándole lo bello que era el mundo, un mundo que había dejado de existir para él.

"Toda mi vida intenté luchar contra el cambio... es un desperdicio. Pienso que no hay mucha diferencia entre el hombre y la mujer; la mayoría de ambos son horribles. Pero hay una minoría, muy pequeña... que son amorosos, leales y reales"

Las pisadas de Ayame le quitaron la vista de su pequeño papel. Por normal general, él nunca oía acercarse a su informante, pero la mujer se hizo notar para no interrumpir su intimidad bruscamente. Kenzo dejó el papel.

—¿Ahora escribes? —preguntó Ayame de forma jocosa, acercándose y sentándose a su lado. Ambos miraban la noche.

—Solo expreso mis pensamientos en papel... para olvidarme de ellos y seguir.

—Estoy segura que eso no funciona así. —Ayame sonrió levemente. —¿Sabes? Desde que te conozco, siempre me pareció que algo de bondad se escondía en tu coraza, muy en el fondo. Pero siempre luchabas contra un gigante y perdías, aunque ahora... —leyó de reojo un poco de la carta y desvió la vista al frente. —Ahora parece que estás exponiendo esa bondad más afuera de tu corazón.

—No cambié. Sigo siendo un hombre malo. —dijo seriamente.

—Quizá tu camino sí está cambiando, Kenzo.

—Mi camino está llegando a su fin, Ayame. —la miró a los ojos y la mujer se encontró con algo nuevo: no era ira, no era odio, tampoco rabia; simplemente unos ojos oscuros y buenos, un poco irritados de llorar horas previas a esa charla; ojos con una determinación. Ayame lo entendió, Kenzaburo finalmente dejó de ser un ronin que se escondía de conflictos ajenos y finalmente tomaba las riendas de su camino de samurai, que implicaba morir por un señor. Y ahora, yendo a una misión imposible, quizá.... quizá realmente encuentre su fin.

—Veo que tu mundo no es un mundo del que uno pueda escapar. Hay un hombre bueno dentro de ti, Kenzo. Pero estuvo tanto tiempo escondido que no sabes cómo tratar con él. —silencio, donde el coro de los grillos nocturnos cortaba la tensión. —Todo lo que puedes hacer ahora es decidir el hombre que quieres ser en el tiempo que te queda.

Kenzaburo se quedó en silencio, apretando aún más el papel que tenía en sus manos. Ayame se levantó y le dio una leve caricia en el rostro.

—Descansa, yo me encargo de la vigilia de esta hora. Mañana nos espera un día largo.

La shinobi desapareció en las sombras, dejando al ahora samurai sólo con sus pensamientos.

"Enfrentaré mi destino como un hombre, como un guerrero. Porque eso es lo que soy. Es todo lo que soy: un luchador, un asesino... un viejo loco"

Los ojos acuosos nuevamente. ¿Que le estaba pasando? Se limpió con el dorso de la mano y siguió.

"No busco un perdón, no se trata de eso. No me perdones, sé que arruiné tu vida y sufro por eso todos los días..."

Kenzaburo siempre pensará, de aquí a su muerte, que la decisión de cargar con Mao había costado a la niña su pureza, su luz, su eterna bondad. El ronin sentía que la había cambiado, había cambiado esa luz por oscuridad y era algo con lo que no podía cargar. Lo quemaba por dentro, como un volcan entrando en erupción.

"Mi maestro solía decir que si puedes estar muy cerca del fuego durante mucho tiempo, puedes ver el mundo entero pasando entre las llamas... ¿en eso nos convertimos? ¿en llamas de un mundo monótono? Maté a tantas personas, y por tan estúpidas razones, que ya no recuerdo la cifra. Me hubiera gustado que todo sea distinto, pero ahora lo veo. Todo el mundo parece diferente de alguna forma, no puedo explicarlo. Como si fuera mejor, creo.

Releyó la carta por enésima vez, tanteando las posibilidades de enviarla junto a Mao para que pudiera leerla.

"Nacemos con algunos sueños, adquirimos otros cuando somos más adultos y vivimos de otra cosa que no soñamos. ¿Qué opción tuvimos, realmente?"

Finalmente se decidió, arrugó la carta hasta formar una bola de papel y la lanzó lejos.