Pecados del Pasado -Ao No Exorcist Fic [Mephis-x-OC]

Tema en 'Fanfics Abandonados de Temática Libre de Anime' iniciado por Black Butterfly, 28 Diciembre 2012.

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¿Que tal esta mi redaccion?

Poll closed 12 Enero 2013.
  1. Es aceptable, pero hay un par de detalles que debes mejorar.

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  2. Sigue practicando ¡Mucho más!

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    Black Butterfly

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    Pecados del Pasado -Ao No Exorcist Fic [Mephis-x-OC]
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    -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-INTRODUCCIÓN.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
    La quietud que asolaba a la academia de la Cruz Verdadera era mortal, cualquier sonido, por más mínimo que fuese, podría oírse a kilómetros a la redonda. Parecía como si Satanás hubiera creado el escenario solamente para torturar a Mephisto Pheles quien, acostumbrado a las interrupciones que los alumnos hacían en su oficina para discutir asuntos poco trascendentes, esperaba porque uno de los adolescentes que cursaban su escuela llegara inoportunamente y lo salvara de aquella visita.

    Nada…

    Las manecillas del reloj seguían su marcha constante pero se sentía como si el tiempo no avanzase, ahí al otro lado del escritorio una frívola mujer rubia con un impecable corte de cabello y unos ojos cargados de ira se encontraba sentaba a sus anchas mientras tamborileaba con sus dedos la superficie del mueble.

    -¿Y bien? –atino a decir después de esa guerra de miradas que se lanzaban mutuamente.

    Nada, repito, me hubiera preparado para esto…

    -¿Y bien, que? –pregunto haciéndose el tonto.

    La mujer no dudo y volvió a clavar sus ojos color azul hielo en el hombre de cabello azulino. Mephisto solo sintió como los cabellos de su nuca se erizaban.

    -¡Quiero que te hagas cargo!

    -¿Yo? Vamos, querida, eso fue hace mucho tiempo…

    -¡No! –y con fuerza golpeo su puño contra el escritorio. Él solo asintió y trago una enorme cantidad de saliva.

    Mephisto no quería, pero no podía evitar mostrar temor en sus acciones. Hace mucho tiempo esa mujer había llegado a su vida con la intención de arruinarla. Al intentar rechazar su presencia y alejarla de él, Mephisto termino jodiendose aún más. Odiaba cuando los planes no resultaban, aquella intrusa era su mayor fracaso, y nadie le gusta que le recuerden un fracaso.

    Fue hace mucho. Yo… creí que estabas muerta,… yo mismo te sepulte.

    -Quiero que te hagas cargo, Mephisto,… de todo.

    -¿Cómo saber que dices la verdad? No traes pruebas que… -y antes de terminar la frase ella arroja frente a sus ojos una carpeta amarrilla llena hasta el tope de papeles.

    -Ahí viene todo lo que necesitas.

    ¿Incluye una pócima que te desaparezca?

    -No será necesario –él ni siquiera le da una hojeada, simplemente la aparta delicadamente con un dedo de su vista, como si fuera algo toxico –, lo único que quiero saber es… ¿Por qué hasta ahora? ¿Por qué no antes?

    -Mi esposo esta muerto –su tono era frío al igual que la escena, no mostraba dolor solo resentimiento, y eso era la que a Mephisto le sacaba los nervios de punta.

    Que conveniente.

    -¿Roy? Cuanto lo lamento, querida, no lo sabía.

    -No seas un hipócrita, al menos hazte responsable, no te pido otra cosa –la alarma del cronometro del susodicho director suena, ambos voltean al lugar donde se produce el sonido.

    -Lo siento, antes de que tu llegaras estaba haciendo… mi comida, verás –toma sus palillos y sostiene en alto el envase de polietileno, mostrándole una sopa de ramen instantánea.
    -Mephisto –llama a su nombre como lo haría una maestra enojada con un alumno que hizo un desastre con los materiales en la hora de arte.

    Lo normal, cuando esperas a que alguien interrumpa no aparece, pero… hay algo en ella, y es que si no la conocieras como yo no lo notarias, es ese brillo en sus ojos… está desesperada.

    -Suponiendo que yo te creo, sin la necesidad de ver las pruebas, ponte en mi lugar ¿no sentirías que alguien que se va durante ocho años y regresa, y te pide que te vuelva a incluir en su vida, alguien que había venido de golpe antes, estaría queriendo obtener algo de ti?

    -Yo solo… -eso basta para que ella tambalee un poco y su seguridad se caiga.

    -Te fuiste tan de repente, no me dejaste otra opción que desecharte…

    Te fuiste tan de repente y me dejaste con el corazón roto, además de muchas dudas…

    -Cuando supe de nuevo de ti, te habías casado.

    -Mephisto –las lagrimas empiezan a abordar los ojos de la mujer y, sin poder contenerlo, comienza a llorar amargamente –, era joven, no me hagas purgar por los pecados del pasado, tú eras tan experimentado y poderoso y yo solo era una chiquilla, no pude mantener el paso y yo… tuve que abandonar.

    -¿Qué te ha hecho regresar?

    -Él lo sabe, la muerte de Roy solo ha servido para poner en duda su paternidad, ¿no lo entiendes?

    Fue hace mucho, nos conocimos, nos enamoramos y nos casamos, a pesar de nuestra felicidad como pareja tú decidiste abandonarme para complacer a tu padre. Sin ninguna explicación, sin un aviso o una nota, cuando volví no estabas. Creí que estabas muerta, yo mismo te había enterrado, en mi corazón no debía haber espacio para ti…. Así que me resigne, y poco a poco comencé a odiarte. Tanto que hice por ti, me lo pagaste con una puñalada al corazón, fui el hazmerreír del Gehenna por varios torturosos años, te juró que llegue a considerar el habernos casado como mi peor error.

    -No hay remedio, quiero verlo.

    -No me acompaño hoy.

    -¿Cómo quieres que te ayude?

    -No creí que querrías verlo el mismo día.

    -Traes un montón de papeles inservibles pero al "cuerpo del delito" lo dejas en casa.
    Vuelve el silencio sepulcral. Mephisto voltea hacia los ventanales que ofrecen vista al patio y le da la espalda a la rubia que se limpiaba las lágrimas. Era mucha confusión para que el pudiera procesarlo todo. Su ex esposa estaba frente a él, pidiéndole que reconociera a un supuesto hijo suyo del que no tenía ni idea. La tarde estaba empezando a ponerse extraña. Mephisto comienza a comer su ramen, el cual, después de tanto tiempo, se encontraba frío.

    -¿Cómo se llama?

    -¿Eh?

    -¿Cómo se llama tú… eh, nuestro hijo?

    Siempre creí que yo podía lidiar con todos los vuelcos que la vida quisiera darme…

    -Mer…Merlín, Merlín Gutenberg.

    -¿En serio? –Pregunto ligeramente sorprendido –Creí que no ponías atención cuando yo te sugería nombres para nuestros futuros… hijos –esto último lo dijo prácticamente arrastrando.

    -Ese me gusto.

    Pero tú llegaste y volviste todo patas arriba, todo hubiera sido mejor a haberte conocido…

    -Ya veo –Mephisto vuelve a darle vuelta a su silla y coloca a un lado de su escritorio el envase de la comida instantánea vacio.

    -¿Qué harás? –inquiere la mujer, quien encontraba la fuerza que momentos atrás había perdido.

    -Regresa cuando quieras, pero con el niño, mientras no hare nada para ayudarte. Si él es mi hijo, como aseguras, no tienes nada que temer –ella se levanta del asiento –, Clarisse Köller… perdón, Clarisse Gütenberg.

    -Es… Pheles, o si prefieres Fausto –Mephisto la mira estupefacto –, no tuve tiempo de cambiarme el apellido con mi segundo matrimonio, así que se… quedo.

    -Entiendo –afirmó, aunque a esas alturas ya no entendía nada.

    -Espero que cumplas tu palabra, Mephisto, porque volveré.

    -Confío en ello –Clarisse se da la media vuelta y cierra estrepitosamente la puerta tras su salida.

    porque nada, repito, nada me hubiera preparado para esto.
     
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    Tarsis

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    Oh, oh, oh, no me arrepiento de haberlo leído. Melphisto es uno de mis personajes favoritos del anime.

    Me tomaste por completo por sorpresa, y fue agradable leer algo como esto. No he terminado de ver el anime, así que quizás me pierda detalles,de igual forma me ha encantado.

    La forma desesperada en la que esperaba ser interrumpido para no tener que afrontar a esa mujer, que ppara él formaba parte de un pasado, doloroso y que lo puso en burla. Afsd, es tan triste...

    Espero la continuación con ansias. *-----*
     
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    Black Butterfly

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    Bueno, aqui esta la segunda parte de mi fic, espero que lo disfruten. Se lo quiero dedicar a dos personas muy especiales: a Bella Luna Lawliet y a Ashel, la primera por enseñarme este lugar y apoyarme en mi fic, y a la segunda por darme una oportunidad y motivarme a seguir publicando. Espero que sigan conmigo y que esta historia no les paresca muy aburrida.​
    -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-Capitulo 1: Lo que mal empieza...-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
    Clarisse Pheles salió casi corriendo del lugar, no importaba cuantas veces lo hubiera ensayado frente al espejo, la mirada de ese hombre siempre la hacía tambalear ahí donde el suelo estaba más inestable. No es que ella olvidara lo que iba a decir, simplemente Mephisto no seguía el guión y a Clarisse no se le daba bien improvisar. Incluso lloro frente a él, se sintió patética, su sombra la empequeñecía, y esa era una de las razones porque ambos se habían separado.

    Clarisse no aparentaba más de 30 años, pero su rostro sin sonrisa la hacía ver sombría. Su traje de exorcismo consistía en un traje de ejecutiva azul marino y una blusa blanca por debajo que sobresalía, su cinturón de exorcista con todos los aditamentos necesarios que requiere un dragoon y un aria, además de una enorme metralleta cargada en la espalda. Esa mujer daba miedo.

    Recorría los pasillos de la escuela casi como una zombi, no necesitaba ver para donde iba porque ya se había memorizado cada parte de la academia. Hace años había llegado ahí como una espía del Vaticano, era joven y al igual que todos quería era hacerse un nombre, ese fue su primer error. Su objetivo, Sir Mephisto Pheles o Johan Fausto V si lo prefieren, la había descubierto apenas se habían presentado, al parecer ella no fue muy buena fingiendo, y la atacó de la manera más inesperada: le coqueteo. Si bien lo único que él deseaba era ahuyentarla, esto solo provoco el efecto contrario, Clarisse jamás fue un oponente fácil y pronto comenzó la batalla: ella hizo exactamente lo mismo. Buscaban escarmentarse, las convicciones de ambos eran claras, al igual que al bando en el que jugaban, ninguno iba a aceptar perder, eso era obvio.

    Ya había fracasado en la misión, el director la había descubierto, ¿Por qué seguía ahí? Cierto era que jamás el menciono nada del asunto, pero no bastaba para ocultarlo, ¿Entonces que fue? La respuesta estaba frente a ella y jamás quiso verla, se había enamorado de Mephisto Pheles. Ese fue su segundo error.

    -Esto apesta –comento como si hubiera alguien ahí para oírla.

    Todo sigue exactamente igual a cuando me fui, nada ha cambiado: la pintura, los pasillos, los alumnos,… el director…

    Sin proponérselo las mejillas de Clarisse se encendieron en un infantil tono rojizo. Se llevo la mano a la cara, como intentado definir la sensación, pero solo fue por cortos segundos, pues volvió a subir la guardia cuando se dio cuenta de lo que hacía.

    Habían sido muchas las razones por las cuales había huido de ese matrimonio. La primera fue que su padre jamás lo aprobó y ella no quería ganarse el odio de su padre; la segunda fue que al lado de su esposo ella desaparecía por completo del cuadro, y eso no le gustaba; la tercera sin duda fue que les costó mucho hacerse reconocer como pareja ante los ojos de los demás exorcistas, aquellos que alguna vez fueron sus amigos la habían abandonado. Pero fue la cuarta y la más importante la decisiva: él siempre estuvo ocupado.

    Clarisse podía sobrellevar el perder amigos, el odio de su padre, su poca relevancia al lado de su esposo e incluso el que él fuera un demonio. Nada de eso importaba, pero cuando Mephisto consideró más importante atender asuntos cotidianos y echarla a un lado, aun sabiendo lo mucho que ella ha tolerado, era algo que simplemente no tenía que soportar.

    Tuvo que irse, no le dejo opción, sobre todo cuando eso se volvió parte de la rutina.

    Lo hago por mi hijo, por Merlín, esa es la razón por la que estoy aquí.

    Repitió en su mente para darse ánimos. Entonces recordó la escena que había hecho hace unos instantes: "Mephisto, era joven, no me hagas purgar por los pecados del pasado, tú eras tan experimentado y poderoso y yo solo era una chiquilla, no pude mantener el paso y yo… tuve que abandonar". Pensarlo le dio asco, no quería causar lastima, quería lucir fuerte, hacer que el imbécil se redoblara pidiendo perdón, pero fue ella la que al final se quebró. Aunque al perecer al demonio no le importo, creando en Clarisse una sensación como fuego en el estomago. Era enojo, ¿Creado por su incapacidad de mantenerse en pie o porque esperaba otra reacción de su parte?

    -¡¿Pero que dia…? –dijo cuando la tonada de "Smell like teen espirit" sonó en su celular, indicándole que tenía una llamada.

    Sin dudarlo busco el teléfono en uno de los compartimentos izquierdos de su cinturón, y sin fijarse en quien llamaba, contestó.

    -Pheles, guten tag –como odiaba usar ese apellido.

    -¿Hola, mamá? –se escuchó la voz de un niño al otro lado de la línea.

    -¡Hola, mi amor! –reacciono cuando reconoció la voz.

    -Mami, Helga no me deja jugar en la computadora, dice que es contra las reglas –se escuchan ladridos al fondo.

    -Bueno, dulzura, tu sabes lo que dicen las reglas –la alarma de la siguiente clase suena y pronto Clarisse se ve rodeada de adolescentes que recorrían los pasillos, algunos de mala gana y otros platicando.

    -Pero ya termine mi tarea –reclama con tono berrinchudo.

    -Pues dásela a Helga para que la revise –los chicos que pasaban a su lado la observaban un instante, pues no estaban acostumbrados a ver una mujer con semejante arma expuesta a la vista de todos.

    -Ya lo hice, dice que está mal –más ladridos en el fondo – ¡No, Bobby, no! –regaña el niño. Eso hizo sonreír a Clarisse de manera divertida.

    -¿Ahora qué pasó?
    -Casi destruye mi laboratorio –dice con acento de hombre importante.

    -Ajá, escucha, pequeño científico loco, corrige tu tarea y entonces podrás jugar las dos horas que te corresponden.

    -Pero, mami…

    -Nada de "peros", no quiero que vuelvas a sacar un 6 en matemáticas. Y saca a pasear a Bobby antes de que te pongas a jugar online, jovencito.
    -Sí, mami –se rinde por fin.

    -Y si recibo una queja de Helga así te va a ir, ¿entendiste?

    -Sí, ¿mami…?

    -¿Qué, corazón?

    -Te extraño –al decir esto las lagrimas brotan de los ojos de Clarisse.

    -También yo. Pero mañana estaré ahí –finge estar tranquila, cosa que no era así –Esto es… es por mi trabajo, ¿ok?

    -¿De exorcista?

    -Sí. Te amo, cielo.

    -Y yo a ti –se da un silencio que parece eterno.

    -Escucha, Merlín, ya debo colgar porque… porque si no la cuenta del recibo va a llegar muy cara, ¿de acuerdo?

    -Está bien –dice de manera inocente.

    -Bye.

    -Bye –Clarisse cuelga desconsolada.

    ¿Cómo es que… me metí en esto?

    ¿Cómo iba a explicarle a su hijo que tenía que venir con ella la próxima semana para presentarlo con su padre biológico? ¿Qué madre enfrentaba algo así? De seguro no era la única, pero hasta ese instante no había tenido el placer de conocer a alguien en su misma situación. Después de vacilar un poco se agacha para volver a guardar su celular. Antes de poder levantar su rostro tropieza con algo, o mejor dicho alguien, y cae al suelo.

    -¿Ah? –pregunta aturdida.

    -Disculpe.

    Ante ella un alumno se sobaba la cabeza sin mirarla. Se veía despistado y confundido. Por la manera en que llevaba el uniforme se podía notar que era muy relajado. Su playera blanca semiabierta mostraba una camisa debajo de ésta con el símbolo de tiro al blanco, no llevaba chaqueta o chaleco característico de la escuela. Su cabello era de color rosa, obviamente pintado, y susurraba algo difícil de entender, probablemente maldiciones.

    -¿E…estás bien? –indaga Clarisse obedeciendo a su instinto maternal.

    -Ya voy tarde –exclama el chico para sí mismo.

    -¿No te lastimaste? –entonces es cuando él se detiene a verla.

    La cara del joven se sonroja haciendo difícil el descifrar que pasaba, si estaba apenado o si era otra cosa. Cuando se levanta del piso las cosas en su mochila se caen al suelo, vuelve a maldecir a lo bajo. Antes de que ella pudiera reaccionar él le ofrece su mano para ayudarla a pararse.

    -¿Se encuentra…bien?

    -Sí –al oír su voz el pelirrosa gira su cabeza para otro lado. –Tus cosas…

    -Oh, sí –se inclina para recogerlas.

    Para la sorpresa de la exorcista eran menos las cosas que esperaba que un alumno cargara para ir a clases. Solo dos cuadernos, un libro, tres lapiceras y un montón de basura. Ella se agacha para alcanzar un borrador que estaba cerca de sus pies. Él solo observa como lo rejunta pero no dice nada.
    -Las clases ya empezaron –La rubia intenta hacer conversación.

    -S-sí, lo sé.

    -¿Qué te toca? –ella analiza la goma de borrar que sostenía en sus manos.

    -Q…química –vacila.

    -Ya veo, ¿Tu maestro es severo con eso de las tardanzas?

    -Más o menos –Clarisse le sonríe.

    -Deberías fijarte por dónde vas.

    -Lo siento, señorita.

    -¡¿Señorita? –Pregunta sorprendida – ¡Que halagador! Pero no, tengo 30 años. Me llamo Clarisse Pheles –le estira la mano para saludarlo pero solo lo confunde más.

    Olvide que aquí no es como el occidente, debo de inclinarme, sino mal recuerdo, como forma de saludo.

    -Quiero decir… -y hace una pequeña reverencia -¿Cómo te llamas tú?

    -Shima Renzo –saluda más bajo. –Usted se apellida igual que… el director.

    -Sí, eso es porque soy su ex esposa.

    -Ya veo –Clarisse le ofrece el borrador, con un movimiento rápido lo toma – ¿Lo conoció en un trabajo de exorcismo?

    -¿Eh? –Renzo señala la metralleta.
    -Además del broche que condecora su pecho, es el símbolo de la orden de La verdadera Cruz. Es la única opción lógica que conozco. El director también es un exorcista.

    -Veo que estudias para ello –el pelirrosa se encoge de hombros.

    -Es de familia.

    -¿Qué meister?

    -Aria.

    -¿En serio? Es muy difícil ser Aria. Pase lo que pase no puedes parar de recitar. Y todos esos versos… Supongo que estudias duro.

    -Sí, pero no tanto como Bon –inconscientemente sonríe.

    -¿Uno de tus amigos? Bueno, Shima-kun, espero que estés decidido con lo que has escogido, porque ser exorcista podría ser una mierda algunos días.

    -¿Cómo lo sabe?

    -Soy una Aria. Es más, yo di clases de Aria hace diez años en esta escuela. Así conocí a Lord Pheles.

    -¿En serio? –ella asiente.

    -¿Qué nivel eres?

    -Solo un escudero.

    -Así se empieza.

    -¿Y usted?

    -Ya estoy muy avanzada. Soy Honorary Knight.

    -¡¿En serio? ¿Cómo lo hizo? Son los representantes de toda la Orden de su país respectivo… eso quiere decir…

    -Se me dio después de que fui la única capaz de sobrellevar una posesión de Belcebú, con oraciones yo misma lo saque de mí… después de 14 minutos que tomo control de mi cuerpo. Ser Aria no es sencillo.

    -Es fantástica –sus ojos se engrandaron.

    -No quiero sonar engreída.

    -No, para nada.

    Clarisse ahoga una sonrisa. Nadie le había dicho eso en mucho tiempo. Que la consideraran genial era un honor, sobre todo si se trataba de alguien joven. Por primera vez se sintió viva, la admiraban a ella, y no por ser la consorte de Mephistopheles, eso le recordaba que la separación tuvo un lado bueno, ¿Shima hubiera reaccionado igual si le hubiera dicho que seguía siendo la conyugue del director? Tal vez, pero alguien joven como él solo esperaría proezas de la esposa de un personaje como lo era Mephisto.

    -¡Clarisse! –se escucha al fondo.

    Ambos, exorcista y alumno voltean al lugar donde provenía la voz. Un hombre alto, moreno y de ojos verdes se acerca a ambos. Llevaba el conocido saco de los exorcistas y una cicatriz, que abarcaba desde su ojo izquierdo hasta el hemisferio de su labio derecho, se lucía dándole un toque tétrico.

    -¿Cuánto más piensas tardar? –eso es todo lo que Shima entiende, pues lo demás que sigue son gritos en alemán por parte de ambos.

    -¡Genug ist genug! (¡Ya es suficiente!) –grita Clarisse.

    -Solo… vámonos –termina su acompañante más calmado.

    -Será mejor que te vayas a tu salón, Shima. Ya es muy tarde –el pánico se apodera del rostro de Renzo.

    -¿Quién es él? –la rubia lo mira de reojo.

    -¿Él? No es nadie, es solo…

    -Su pareja –interrumpe el rudo hombre –: Arnold Schubert a tu servicio.

    -Escucha, Shima, si quieres puedo escribir una nota que justifique tu retardo.

    El muchacho no respondió, se quedo viendo al enorme alemán que esperaba impaciente a que su compañera terminara de hablar con él.

    -¿Shima? ¿Escuchaste, Shima? –lo zarandea un poco para traerlo en sí.

    -¿Qué? ¡Ah, sí! Lo que diga, señorita.

    -Puedes llamarme Clarisse, es más, lo prefiero.

    -¿D…de verdad?

    -Aja.
    -¡Vámonos ya! –Arnold explota cuando se da cuenta que esta por iniciar otra conversación.

    La toma por el hombro y la arrastra por el pasillo. Ella se lo sacude de encima pero no se acerca al adolescente de cabello rosa que solo los mira extrañado. Parecía que quería decir algo pero se queda callado.

    -Me voy ya. Adiós –le despide con la mano.

    Para su sorpresa él solo se da la vuelta y se dirige en sentido contrario. Se lleva las manos a sus bolsillos y se agazapa un poco, demostrando una actitud decaída.

    Que será lo que…

    -Muévete, deje la limosina encendida.

    -Umm, no te mataría ser más amable. Creo que lo has deprimido.

    -Cuando dejas el vehículo quemando gasolina que no debería gastar no hay tiempo para la amabilidad.

    -No sé cómo puedo soportarte.

    -Debe ser tu habilidad de soportar cavernícolas como yo.

    -Ja (sí), debe ser eso.

    Es inevitable, mi vida está llena de hombres poco sensibles: mi padre, Arnold, Roy… y Mephisto. El único que me ha tratado con respeto es Merlín. A veces desearía encontrar a alguien que… pueda amarme y tratarme como merezco.

    -¿En qué piensas?

    -¿Eh?

    -No te hagas, estás muy extraña.

    -Solo pensaba que… todo sigue jodidamente mal.

    -¿Qué te dijo?

    -Quiere verlo.

    -Te lo advertí.

    -Lo sé.

    -Debemos hacer una parada. Tengo hambre.

    -¿Cuándo no?

    -Vamos, chistosita, yo se que tu también quieres comer.

    -Soy alemana, yo siempre tengo hambre, y no me apena decirlo.

    Se lanzan una última sonrisa cómplice y continúan caminando juntos en silencio. Tal vez no fueran el mejor equipo pero había conexión. La clase de conexión que te conecta con otra persona y el silencio es lo único que te hace falta para saber si el otro está bien, la clase de conexión en la que no se ocupan palabras.

    "Nada ha cambiado… todo sigue jodidamente mal"

    Bajo la mirada de Shima, Clarisse desaparece del pasillo. Un pitido proveniente de su mochila lo hacen fijarse para buscar el lugar donde provenía. Grande es su sorpresa cuando un celular Blackberry Torch 9800 negro, que para nada era suyo, le marcaba que tenía 3 mensajes pendientes por leer de un tal "Merlín".

    -¡Oh, oh!

    Al parecer en el tropiezo sus cosas no fueron las únicas que se cayeron, distraído lo que hizo fue meter todo sin fijarse en que era. Como creyó que todo provenía de su mochila su actitud fue normal. Una extraña felicidad se apodero de Renzo. Eso significaba que volvería a verla.

    -Clarisse… –y sonrío para sí.
     
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    Ains, adorable continuación. Se me hizo condenadamente tierna, su relación con su hijo, podrá ser muy dura con todos, pero sin duda Clarisse ama con locura a su hijo, y me encanta el hecho de como se frustra por la reacción que estuvo al estar frente a él, después de todo, eso es sólo una prueba de que lo que ellos tenían era especial.

    Toda una Aria profesional, jajaja, la admiración para os más jóvenes, vaya que su hazaña sí fue admirable. Creo que ya te lo había comentado, me encanta la forma en la que narras, justa sin mucho pero no simple.

    Espero con ansias la continuación, y gracias por la dedicación. *---*
     
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    Black Butterfly

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    Lamento mucho la tardanza, la verdad es que me enferme de la garganta porque en mi país estamos en pleno invierno, el dolor aun no se me ha quitado, pero ahora me siento mucho mejor como para publicar el siguiente cap.​
    Debo agradecer mucho a Ashel, ella me esta inspirando en continuar esta historia, porque me hace saber que a ella le esta gustando. No importa si solo tengo una lectora fiel, que se vaya sabiendo que, mientras a alguien le guste esta historia, yo no dejare de publicar ¿si?​
    Bueno, ya no les quito más espacio n.n​
    -.-.-.-.-.-.-.-Capitulo 2: Si no tienes la suerte...-.-.-.-.-.-.-.-
    -Se que debería dejarlo, pero no puedo. Mephisto, ¿Qué haremos con mi padre? –Clarisse toma la mano de Mephisto mientras lo mira con ojos suplicantes.

    Ya no podía soportarlo, esas eran las palabras que el hijo de Satán menos deseaba escuchar. Tanta presión sobre sus hombros lo iba a hacer colapsar, si seguía con ella es porque realmente le importaba, ¿Por qué seguía insistiéndole? Los humanos eran tan frágiles, que se les necesitaba recordar lo valiosos que son, sino podrían resquebrajarse al igual que simples figuras de barro. Mephisto no estaba acostumbrado a tanta demanda, y lo lógico era abandonar. ¿Por qué no lo había hecho ya?

    -Tranquila –dice con voz pasiva –, tu no deberías preocuparte por algo así, el estrés te podría volver anciana más rápido de lo convencional. Mejor relájate y ve conmigo el espectáculo.

    Ok, tal vez esas palabras no ofrecían el consuelo que deberían, pero funcionaron, porque al instante ella ya se había olvidado de lo anteriormente mencionado y ahora dirigía su vista al cielo nocturno de Tokio, colgada del brazo de Mephisto, para poder visualizar los fuegos artificiales que lo surcaban y se elevaban por sobre los edificios y las luces de la ciudad. Era simplemente hermoso.
    Pero era, sin duda, la compañía de Mephisto lo que más disfrutaba. Ahí, los dos solos, en esa azotea del hotel más lujoso que Mephisto pudo encontrar, viviendo un momento muy intimo y especial, alejados de los problemas, en una escapada romántica para olvidar que eso… su unión… sencillamente estaba prohibido.

    La simple palabra era dulce y agria a la vez. Todo un sueño adolescente: el padre lo desaprueba pero él es capaz de soportar la presión que el mundo ejerza contra ellos con tal de estar a su lado. Pero esos sentimientos estaban lejos de ser solo un capricho de un malcriado e inmaduro adolescente. Clarisse se había convencido más de una vez que sería capaz de llevarse a sí misma al límite por él… por estar juntos. Solo tenía que ver a través de sus hipnotízates ojos verdes para comprender porque lo hacía y recobrar fuerzas para seguir luchando.

    -Es bellísimo –exclama fascinada.

    -No más que tu –le corresponde con una sonrisa.

    -Si tan solo el tiempo no pasará, si tan solo se congelara para siempre… –susurra la exorcista cuando siente como los brazos del peliazul rodean su cintura.
    -Ya somos dos, linda, ya somos dos –la rubia solo pudo sonreír cuando lo oyó decir esto.

    La cara de Mephisto se acerco a la de ella y lo siguiente era lo que estaba esperando desde el inicio del espectáculo nocturno. Le recorrió un pequeño mechón que estorbaba a la visión de su cara y tomo su rostro entre sus manos. No necesitaban hablar. Clarisse se puso de puntitas para intentar alcanzarlo, Mephisto se agacho un poco para estar a su altura y se regalaron un beso cómplice, tierno e inocente, pero a la vez lleno de afecto y pasión. No querían que ese momento terminara, y mientras los fuegos artificiales siguieran estallando esa sensación de que todo estaba bien no se acabaría. ¿Si no era magia que otra cosa no podría ser?

    La vida estaba de más, en el Gehenna o en el Assiah daba igual, era amor lo que había embriagado al rey demonio y Clarisse sabía cómo volver esa dosis letal.

    Jamás estuvo en el cielo, jamás le importo saber cómo se sentía, pero eso… eso debía ser lo más parecido al paraíso.


    ¡Maldita mil veces seas, Clarisse!

    Hace tres días que había regresado y el mundo perfecto de Mephisto Pheles ya estaba patas arriba. Si todos creían que él era el tipo de persona a la que nada podría tirar estaban más que equivocados. Solo bastaba una visita de la que alguna vez fue su esposa para darle un terrible dolor de cabeza capaz de impedir que pudiera concentrarse en lo que realmente era importante: el hijo de Satán, el mayor de los Okumura.

    Decir que tardo en recuperarse cuando se divorcio es poco. Mephisto lucho contra los ancianos del Vaticano que querían arrebatarla de su lado, exorcistas que clasificaron su matrimonio como impuro e indecoroso, y lo único que basto para que ella lo dejara fue la insistencia de su padre que desde siempre la había tratado mal. ¿Acaso eso era lógico?

    -¿Hermano? –lo llamo Amaimon que desde hace rato lo había estado observando ahí sentado en su escritorio con la mirada puesta en el vacío.

    -…

    -¿Hermano? –volvió a llamar cuando no obtuvo respuesta.

    -Olvídalo, no tiene caso –dijo Mephisto, aunque Amaimon no pudo adivinar si se lo decía a él o era para sí mismo.

    Mephisto jamás entendería a las mujeres, eran peor que demonios. Ellas tenían ese tipo de poder, que enredaba a los hombres (incluyéndolo) y los hacían caer en sus telarañas malignas de… de… bueno, no había palabra para describir de qué, pero si algún día la encontraba no sería de nada bonito. Y la más peligrosa de todas las que había conocido sin duda debía ser Clarisse.

    -Tsk –se quejo.

    El nombre incluso mencionado en su mente le hacía mal. Y es que, sin intentar justificarse, esa mujer solo quería destruirlo. Él sabía que el Vaticano sospechaba de su persona, incontables veces lo había hecho (eso no es novedad alguna), pero que enviaran a un espía era nuevo. Eventualmente, la idea de torturar al chismoso le resulto tentadora, aunque nada lo hubiera preparado para lo que encontró. Frente suyo, extendiendo su mano en forma de saludo, una joven delgada cualquiera esperaba impaciente terminar con el ritual de las presentaciones. No se necesitaba ser un genio para reconocer a que venía. Si el Vaticano buscaba el efecto contrario se veía que eran nuevos en esto de enviar gente encubierta.

    Él hizo la primera movida: se mostro seductor para desorientarla. El punto era mantenerla controlada y a su lado, como un fiel cachorro al que se entrena para seguir a su amo. Pero el efecto fue contrario. Si él hacia un movimiento ella lo repetía, si decía algo lo usaba en su contra, si la evitaba ella lo buscaba. La descarada muchacha no llego solo hasta ahí, sino que le pidió un puesto como maestra en su academia para "poder estar más… juntos", ¡y eso era cita textual!

    ¿Por qué no se negó? ¿Por qué lo permitió? Porque todo era parte del juego, o eso creía. No iba ceder primero, de eso estaba seguro… pero solo de eso. En cuestión de meses la seguridad de Mephisto había caído considerablemente y en ese punto dejaba que ella supiera todo de él: pensamientos, planes, debilidades y todo. Se desnudo frente a ella, metafóricamente hablando, a pesar de que sabía que la rubia solo representaba al enemigo. Y pese a todos sus esfuerzos, solo termino necesitando de su compañía, más que la de cualquier persona.

    Y es que Clarisse tenía ese algo, ese "no sé qué" que lo hacía sentirse tan bien. Lo escuchaba, apoyaba y alentaba. Sus palabras y su voz lo hacían transportarse allá cuando debía estar acá, sus frías manos lo obligaban a sentirse así y de este otro modo. Al final terminó cediendo a ese saludable escape de la realidad y llegó a amarla.

    Todo ese loco amor termino parando en una rápida boda en el Gehenna, como aquellos locos adolescentes que escapan a las Vegas para poder casarse pese a lo que sus padres opinen.

    -¿En qué piensas hermano? –volvió a insistir Amaimon.

    -Ojala… – comienza dudativo – ¡Ojala tu nunca te enamores de una humana!

    -…. –con esto dejo a su pequeño hermano asustado frente a esa reacción.

    Malhumorado se levantó de su lugar y se dirigió a los ventanales que asomaban hacia el campus. Allá abajo estaban los alumnos de exorcismo, sentados en una banca mientras platicaban. Rin debió haber dicho algo muy asqueroso porque la rubia a su lado se sonrojo, y los chicos, en cambio, solo se rieron.
    ¡Vaya si tenía problemas! Ya le bastaba con tener que cuidar al pequeño demonio que, al parecer, era un imán para el peligro. Y eso que era un adolescente, ¡ahora un niño! No importara que hiciera, o de qué lado lo viera, jamás estuvo listo para ser padre, por tres razones: son pequeños muy caros, son un estorbo porque no hablan y solo chillan, y la tercera pero más importante, porque no tenía con quien tenerlos. En algún tiempo fue cierto que hasta los considero necesarios, pero eso fue cuando estaba ciego de amor, y ya no era así. Podía verlos de lejos, y ni siquiera así eran lo suficientemente lindos, ahora que además su paternidad tendría que ser bajo la vigilancia constante de la mujer que más odiaba…
    -Debo concentrarme en ideas positivas,… ¿no lo crees Amaimon?

    -S…sí –dijo mecánicamente, aun recuperándose por la explosión de emociones que acarreaba su hermano mayor.

    -Será cuestión de tiempo para que Okumura tenga su oportunidad de demostrar lo que vale, todo su entrenamiento, los días de constante vigía, discusiones con el Paladín Ángel, todo… dará el resultado que se merece,…eso espero, en verdad.

    -Podría hacer una pelea de simulacro…

    -No, déjalo, aun debes de recuperarte… y yo.

    Aun no he recibido llamada alguna de Clarisse, no es como si ella hubiera dicho que me llamaría, pero la espera de una visita no deseada puede llegar a ser… sofocante.

    -¿Sabes que si puedes hacer, Amaimon? –gira sus ojos al asiento donde se encontraba el peliverde jugando con su familiar.

    -¿Eh? ¿Qué, hermano?

    -Ve a observarlo. Debemos asegurarnos que estará listo para entonces.

    -Sí –toma la correa de su duende y se dirige a la puerta.

    -Y, Amaimon…

    -¿Qué?

    -Abstente de pelear, ¿quieres?

    -Sí.

    El seguro de la puerta al cerrar indico que él se había ido. Mephisto suspira a lo bajo y vuelve a sentarse. La verdad, es que solo fue una excusa para que lo dejara solo. Su tortura mental lo estaba derrotando, y personas como Amaimon son las que menos deben saberlo pues pueden aprovecharse. Amaba a su hermano, pero no estaba listo para contarle a nadie aún que hace tres días se había enterado que era padre. Esa situación no era normal, había escuchado relatos similares a su caso, pero al gran Mephisto Pheles no tenían que pasarle.
    Maldita seas mil veces, Clarisse Pheles…
    -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-​
    Clarisse tomo una de las mantas dobladas que tenía en el cesto de la ropa limpia y cubrió a Merlín con una de ellas. El niño se había quedado dormido mientras veía la televisión y no podía resfriarse antes de ver a su supuesto padre.

    Como si cupiera duda alguna. Aunque Clarisse quisiera engañarse a sí misma diciéndose que era posible para él pasar desapercibido como hijo de Mephistopheles, sabía que eso no podría estar más cerca de la ficción. ¡Era imposible! Para su mala o buena suerte, el pequeñín se parecía más a su progenitor de lo que era aconsejable: su cabello morado caía en un corte de pelo casi similar (por pura coincidencia), poseía sus mismas pupilas pero el iris era del color de los ojos de su madre. Pequeños colmillos adornaban su dentadura, al igual que orejas en punta ligeramente grandes y llamativas. Si sus compañeros que llegaron a conocerlo hicieron como que creían la historia que era hijo de su esposo en ese tiempo es porque era muy famosa por su actitud dura y una peligrosa enemiga. Clarisse no toleraba que su vida personal se hiciera pública, sobre todo si era por un error de la juventud… ¡Esperen! ¿Acababa de llamarle a su hijo… un error? ¡No! Ella no podía decir que todo con Mephisto fue malo, si algo salió bien ahí fue Merlín, como cualquier madre le era imposible imaginar vivir su vida sin la presencia de ese crío.

    Aún no le había dicho nada del viaje pero planeaba volver el fin de semana que era cuando no tenía clases. Merlín era listo, más que cualquier niño de su edad, por eso debía tener más cuidado con lo que hacía, porque él podía entenderlo.

    Su esposo, Roy Gutenberg, había muerto hace no más de cinco meses atrás debido a que se había ahogado con su propio vomito después de emborracharse. Se había hecho cargo del mocoso a pesar de que sabía que no era su padre, en realidad, había sido muy bueno y fue un gran apoyo para la rubia cuando aún estaba con vida. El único defecto que tenía Roy era su obsesión con la bebida, rara vez se le encontraba en estado sobrio y siempre lo despedían de cualquier trabajo que consiguiera, casi inmediatamente de haberlo contratado.

    Los había dejado en la bancarrota, y esa se había vuelto una de las razones por las que ella se tuvo que armar de valor para volver a ver al hombre, si se le puede llamar así a un demonio, del que no quería saber nada.

    Nunca olvidara el día del entierro. Habían vuelto del cementerio, y ella seguía aturdida por lo que había pasado, cuando se le acerco su hijo y se sentó a su lado. Clarisse aún no había reaccionado cuando él comenzó a hablar, es más, todo lo oía como si fueran murmullos lejanos, pero Merlín se veía serio. Clarisse intento captar los hechos, quería entender, pero solo comprendió cuando sacó una foto arruga del bolsillo de su pantalón y se la acercó. Era la foto de Mephisto Pheles.

    Al parecer él la había encontrado tres años atrás. No fue difícil deducir que era su padre; eran muy similares y Roy pero para nada. Además, ella la guardaba en su alhajero, lo que quería decir que aquel hombre era importante. Calculó su edad y si la restaba con la fecha de boda de sus padres se podía ver que él había sido concebido cuatro meses antes de que se casaran.

    Y había algo más, algo que ni siquiera su mamá sabía, y es que Merlín podía recordar toda su vida desde la primera semana que nació. Todo lo que el contó cuando se sentía derrotada, porque creía que él jamás lo recordaría, los secretos y las confesiones, todo lo recordaba. Y sí, entre todos esos momentos alguna vez ella le había hablado sobre su padre biológico.

    Lo más triste de todo, es que la verdadera intención de Clarisse era dejarlo con Mephisto, con quien podría tener la vida que merecía. Con todas las cuentas que tenía que pagar lo más seguro es que le tendría que privar de cosas que un niño de su edad tenía derecho de gozar. En cambio su ex esposo y padre de su hijo se encontraba nadando en dinero y le daría mejores condiciones de vida de la que ella jamás podría disponer.
    -¡Ah! –suspiro y se sentó en una silla del comedor.

    Ella se había jurado no depender ya jamás de ningún hombre, y esa promesa es muy difícil de cumplir. Jamás sabes lo que te depara el futuro, ni de quien necesitaras ayuda… Esta vez ocupaba ayuda de su ex pareja. Clarisse seguiría visitando a su hijo pero ya no viviría con ella. No pedía que Mephisto pagara las cuantas a deber, o que le diera dinero, solo quería que cuidara de su hijo… porque también era suyo.

    -Veamos la correspondencia –acerca un montón de cartas que se encontraban tiradas en la mesa.

    Todas eran deudas y más deudas, del agua, de la luz, de la tarjeta de crédito… era interminable. Debía agradecer que los viajes a distintas partes del mundo se hicieran por los túneles de los exorcistas y que esos no tuvieran caseta de cobro. Los boto a un lado, no quería más dolores de cabeza.
    Definitivamente su hijo estaría mejor en Japón. Desde que había regresado tampoco había tenido ninguna llamada que la solicitara para algún caso, su celular no había sonado ni una sola vez, lo que se la hacía extraño. Su suerte estaba empeorando, se podía sentir. Sin ningún trabajo ¿cómo obtendría dinero? Eso estaba mal, ¿Acaso Dios le enviaba un castigo por haber amado a un demonio?

    -¡Bobby! –grito cuando un cachorro de san Bernardo entro corriendo a la cocina dejando un camino de lodo que seguir.

    Clarisse se levanto de su asiento dispuesta a castigar al can. Se lo había regalado a Merlín por sus buenas calificaciones, fue un mal cálculo. Ella creyó que el perro solo le causaría molestias a su hijo así que no vio nada malo cuando acepto el obsequio de su hermana. Debió haberlo sospechado cuando la noto muy feliz de deshacerse de él.

    -¿Cuántas veces te he dicho que no entres a la casa? Mucho menos cuando estás tan sucio, creí que le había dicho a tu amo que te diera un baño antes de que se pusiera a ver Bob Esponja. ¡Ven aquí! –jaló al animal de su collar rojo y aunque el perro no intento liberarse, ponía resistencia con su peso de cachorro de nueve meses.

    El teléfono de la casa sonó y eso basto para que Clarisse se distrajera, haciendo que soltara al cachorro que, en lugar de huir, se acostó en el piso de madera. Ella le lanzo una mirada asesina pero primero fue a contestar.

    -Ni creas que te has librado –amenazó y descolgó el teléfono.

    -¿Exorcista Pheles? –se escucha al otro lado de la línea.

    -Sí, ¿Quién habla?

    -¡Gracias al cielo! Es el aprendiz del exorcista Schubert, no sé si se acuerda de mí.

    -¿Gerard? Sí, me acuerdo de ti. ¿Por qué estas llamando a casa?

    -Él está muy molesto, señora. Dice que "¿si está loca o qué?", y está preguntando porque usted no contesta el celular.

    -¿Celular? No, yo no he recibido ninguna llamada al celular, no ha sonado.

    -La hemos intentado contactar como unas quince veces en este día. Pero como en la quinta llamada usted decidió apagar el celular… o bloquearnos.
    -Debe haber un error… –Clarisse avanza hacia la sala donde tenía botado su cinturón de exorcismo.

    Aún con el teléfono pegado a la oreja busca lentamente en los compartimientos en los usualmente ella lo hubiera puesto. Cuando sus opciones van desapareciendo y aun no lo encuentra lo va buscando más ansiosamente.

    Tal vez Merlín debió haberlo agarrado.

    Pero ella sabía que era imposible, él tenía la regla de jamás tocar las cosas de trabajo de mamá.Cosa que había cumplido bien hasta ahora. Debía repasar, tal vez ella lo había sacado, no, era terriblemente improbable. Tal vez se le había caído en la limosina, realmente era poco factible. ¿Entonces?

    -¿Exorcista Pheles? –la llamarón desde el teléfono.

    -Amm… Gerard, dile a Arnold que ya sé que pasó, dile que he dejado mi celular en la oficina de Sir Pheles.

    -Sí.

    Se hace un breve silencio en el que ninguno a los dos extremos del auricular saben que decir.

    -Y… ¿Para qué querían contactarme en la mañana? –Clarisse voltea a ver a su hijo quien dormitaba, se había llevado ambas manos a la cabeza como tapándosela y elevaba el trasero en una posición incómoda. La comisura semiabierta de su boca al respirar dejaba asomar su tierna dentadura de niño de ocho años.

    -¡Ah sí! Tenemos un problema con una lamia, ¿Qué tan rápido puede venir?

    -En cuanto llegue la niñera, ¿Dónde están? –el chico empieza a dar coordenadas.

    Todo lo demás empieza a perder importancia, mientras ella buscaba una hoja y una lapicera para anotar la dirección su mente empezaba a divagar. ¡Ya estaba!, en cuanto regresara a casa lo primero que haría sería llamarle a Mephisto y darle un regañiza por no decirle que ella había olvidado su celular. Pero ¿y si no estaba ahí? Ese celular era su vida entera: sus contactos, sus horarios, su agenda, su alarma, sus canciones, todo. Intentaría hablarse a sí misma para ver si alguien respondía al otro lado de la línea aunque lo dudaba, de todas formas debía intentarlo.

    Su suerte estaba empeorando…
     
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