Pasillo (3º piso)

Las clases, contrario a lo que había supuesto, le resultaron bastante amenas. ¿Quizás porque el dolor de cabeza había remitido y había pasado un rato agradable durante el receso? Fuera cual fuese la razón se sentía mucho mejor, más tranquila y segura.

No había vuelto a encontrarse con el díscolo chico tatuado así que se había permitido suspirar, relajarse y calmar su estado de alarma. En ese momento, sin embargo, tenía muy claro cuál sería su próximo movimiento. Normalmente tendía a pensar las cosas una y otra vez, sus pos y sus contras, valorando los riesgos en la gran mayoría de situaciones. Eso, sin embargo, no se lo había cuestionado demasiado. Estaba segura de que de hacerlo no hubiera podido encontrar el valor para acercarse.

Necesitaba asegurarse.

Distinguió la cabellera larga y dorada acompañada por una figura masculina que también conocía. Estaban charlando animadamente mientras abandonaban la 3-1.

Si seguían o no siendo amigas.

Se detuvo un instante en silencio, observándolos. Buscando el coraje dentro de sí misma para poder encararla después de todo lo que había pasado en la noche. Se llevó la mano al pecho y cerró los ojos, controlando su respiración para serenar sus latidos. Lenta y profundamente. Solo entonces se acercó a ellos.

—Alisha-san—llamó con suavidad. Su voz no titubeó incluso si internamente estaba nerviosa—¿Podemos hablar? Solo será un segundo.

 

Linda.

Había pensado tenerlo todo bajo control, estar calmada, permanecer estoica. Solo era una confirmación, nada del otro mundo. Podía con ello. Pero el rubor le subió de súbito al rostro sin permiso y toda su determinación se balanceó al escucharla.

—¿L-linda?—murmuró.

Thump.

Thump.​

Thump.​

Le había dicho linda. ​

¿En serio Alisha-san?

¿Justo ahora? ​

Algo tan aparentemente inocente como eso en boca de Welsh podría tener un sinfín de significados. Era peligroso. ¿Se estaba burlando? ¿Hablaba en serio? ¿Era linda siquiera? Nunca se había preocupado excesivamente por esa clase de cuestiones. Tenía una figura de curvas sinuosas y femeninas y había sido pretendida desde prácticamente primaria. Era delicada como una muñeca, con el cabello largo y azul oscuro como una princesa de cuento. Pero no era algo a lo que le hubiera dado importancia.

No hasta que ella lo mencionó.

Su expresión mostró cierta consternación, nerviosismo, y se llevó las manos frías a las mejillas propias para calmar el ardor intenso de la piel. Ah~ calma. Cálmate, Konoe. Inspiró con lentitud antes de apartarlas del rostro.

Solo está jugando.

No caigas.

Exhaló nuevamente.

—No quiero que dejemos de ser amigas—confesó con seguridad. Sus ojos violetas brillaban con determinación, con cierta cuota de anhelo que no pudo disimular—. Eres muy importante para mí. Y por encima de mis sentimientos te quiero como mi mejor amiga. Está bien si no puedes corresponderme, está bien si no quieres tocarme.

No estaba bien. Dolía. Quemaba. Pero lo aceptaba, por supuesto. Aceptaba que Alisha pretendiese mantener su amistad, que se preocupase por conservar esa inexistente pureza en su relación, mientras ignoraba sus sentimientos y se acostaba con todo el mundo. Con cualquiera. Con quién fuese.

Una chispa repentina saltó en algún lugar.

¿De verdad lo aceptaba?

Tensó los labios.

Dios, qué injusto.​

>>En cierta forma agradezco que no me veas como ves al resto—se llevó un mechón oscuro tras la oreja—. Eso... hace que me sienta especial.

No era mentira del todo.

Pero tampoco era del todo verdad.

 

Alisha era simple. No buscaba complicarse y por supuesto no indagaría más. Desvió la mirada, tensa. No lo entendía, simplemente no iba a entender las implicaciones de sus propias palabras. No podía esperar que descubriese el verdadero significado. No entendía su ansiedad, ni su anhelo, ni su deseo. A veces deseaba preguntarse por qué se había enamorado de alguien como ella. Por qué a veces parecía tan egoísta, tan frívola. Estaba condenada a sufrir, eso era simplemente obvio.

Negó con la cabeza y el liso cabello oscuro acompañó el movimiento.

—No, estoy bien—murmuró por toda respuesta. Su voz había perdido el nerviosismo anterior pero siguió sonando suave, ligera— ¿A ti aún te duele Alisha-san? ¿Tomaste líquidos?

 

La respuesta de Alisha no fue exactamente lo que esperaba escuchar. ¿Acostumbrada? Era obvio. Pero había algo que estaba pasando por alto, algo que no iba a contarle. Podía notar eso porque la conocía desde primero. Detalló su rostro con atención, sus micro-expresiones. Su risa ligera.

—¿Con Wickham-kun?—inquirió.

¿Siesta? ¿Con Joey? ¿Solo... una siesta? No debería permitirse albergar sentimientos tan fatales como los celos o la envidia. Pero absolutamente los sentía. Lenta e inexorablemente, cada vez que Joey entraba en la conversación y recordaba la relación que ambos tenían solo veía como se acrecentaban.

Apretó los labios.

No seas injusta, por favor.

Repentinamente la pregunta saltó sin pedir permiso. Y antes de poder detenerla había abandonado sus labios.

Ambas sabemos que esto no es... justo.

—Alisha-san—murmuró y buscó nuevamente sus ojos— ¿Te resulto atractiva?

La pregunta por sí misma casi le resultó ajena. Pero podía no compartir sus sentimientos, que iban mucho más allá de mera intimidad física, mas la atracción sexual no estaba ligada con ellos. Podías desear a alguien y no quererlo, Cerbero era la prueba fehaciente de ello. Lejos del gris del espectro en cuanto atracciones sexuales se refería los sentimientos eran secundarios.

>>Contrólate Suzu<<

No puedo hacerlo.

Contrariada con su propia pregunta trató de explicarse sintiendo aquel conocido ardor en sus mejillas. La boca algo seca. Ojalá supiera que estaba haciendo exactamente. Pero no podía detener el curso de sus palabras, ni aunque quisiera. Se sentía impotente y celosa. A pesar de lo que acababa de decir. A pesar de que había sentenciado que estaba bien con eso.

>>Es decir... si no albergara estos sentimientos por ti...—se llevó un mechón oscuro tras la oreja y agachó la mirada incapaz de sostenérsela mucho más. Era meramente vergonzoso cuestionarlo— ¿harías conmigo lo que haces con Wickham?

 

Suzu-chan.

En apodo del desastre.

Tantas cosas.

Defínelo.

Dime que me harías.

No contaba con que los eventos se precipitasen de esa forma. Su actitud claramente lo estaba buscando, presionando e insistiendo, pero no estaba preparada para eso. Para sentir sus dedos lánguidos y cálidos sobre su cuerpo.

Un escalofrío le erizó la piel cuando se deslizaron desde su mejilla a su cuello y el roce tan aparentemente simple le envió una descarga de calor justo entre sus piernas. Separó los labios en un amago de gemido que no se oyó. ¿Por qué era tan malditamente débil por esa mujer? Bastaba un mero roce por su parte y su cuerpo ansioso reaccionaba justo como esperaba que lo hiciera. ¿De verdad era tan fácil? Ella. La estudiante modelo perfecta.

>>Eres una muñequita<<

Y entonces lo vio.

>>De esas fáciles de corromper<<

Cerbero.

La cabeza que solo buscaba divertirse.

No estaba bien.

No era lo correcto.

Corromper.

Manchar.

Quebrar la pureza.

¿Realmente había inocencia que corromper?

—¿Solo porque te amo no lo harás?—cuestionó y apoyó las manos en su cintura atrayéndola hacia sí, pegándola a su cuerpo. Su voz no fue un ronroneo como el de Alisha, de hecho era una pregunta genuina— ¿A pesar de que lo deseas tanto como yo?

Solo me rechazaste anoche porque te amo y no quieres cargar con eso. No quieres lastimarme, pero no te das cuenta de que esto también me lastima. Cuando te vas con cualquiera, con quién sea, y me ignoras como si no existiese. ¿No ves lo egoísta que es? Dime, ¿de qué tienes tanto miedo?

Debería ser capaz de permanecer estoica cuando claramente estaba jugando con ella. Pero no podía. Estaba cruzando la línea. Había presionado y presionado y presionado sin piedad. ¿Welsh esperaba que retrocediera? ¿Que el pudor se apodera de su cuerpo y cortase aquella situación de raíz? ¿O realmente quería llevar las cosas hasta el final?

No es como si hubiese puesto mucha resistencia. O... resistencia alguna en general.

Konoe no lo sabía. Pero ella no era una piedra. Tenía sangre caliente bajo la piel y los eventos de la noche anterior la tenían particularmente sensible. La vulnerabilidad que había mostrado. El dolor que le había provocado su rechazo.

Probablemente se arrepentiría después. Probablemente sufriría como una estúpida cuando diese el paso y se diese cuenta de que realmente no era especial. De que era un nombre más en una interminable lista. Y sería su culpa por haberla buscado. Pero en ese momento no le importaba. En ese momento, cuando la persona que amaba le había confesado practicamente que gastaría todas las páginas del kamasutra lésbico con ella si simplemente no sintiera amor.

No es justo.

Quiero amarte.

—Ya no puedo más Alisha-san—susurró. Su respiración se había vuelto algo más agitada. Alisha pudo notarlo cuando habló apenas a escasos milímetros de sus labios—. No puedo tener tu amor, sé que no vas a dármelo. Pero déjame tener esto.

Déjame amarte.

Y presionó sus labios contra los suyos. A aquellas horas de la tarde la mayoría de alumnos habían abandonado el centro o estaban ocupados en sus clubes por lo que el pasillo, apenas iluminado por la luz vaga que se colaba a través de las nubes y la lluvia, estaba completamente desierto. Silencioso y vacío. La empujó contra la pared y presionó aún más sus labios, rozándolos con la punta de su lengua y buscando deslizarse dentro de su boca con imperante necesidad.

Ah, Dios.

Dios.

Katrina la había besado de la misma forma. Había presionado sus labios y colado su lengua dentro de su boca durante cuatro segundos.

Los había contado.

Uno.

Conectó sus labios.

Dos.

Los presionó.

Tres.

Se coló en su boca.

Cuatro.

Y presionó su lengua.

Pero qué le dieran a Katrina. El sentimiento no podía compararse. Perdió la cuenta de cuánto segundos fueron, no tuvo necesidad alguna de contarlos. La besó, profundizó el beso de forma ciertamente torpe y la acarició deslizando el tacto de sus dedos de sus mejillas a su cuello y de su cintura y a su espalda baja.

¿Cuanto se había contenido? ¿Cuanto tiempo llevaba guardando esos sentimientos para sí, fingiendo que no existían porque sabía todo lo que implicaba haberse enamorado de una promiscua como Alisha Welsh? ¿Cuanto había decido esconderse y fingir que solo una amistad estaba bien?

—Vas a llegar tarde al club de baloncesto—murmuró separándose con cierta renuencia de su boca. El pecho le subía y bajaba con profundidad al compás de su respiración agitada. Los pulmones le ardían por la falta de experiencia.

¿Qué pasó niña perfecta?

>>Mañana—susurró contra su oído. Las mejillas le quemaban fieramente y el ardor se había extendido por su piel como un fuego incontrolable. Sus senos, el interior de sus muslos. Incluso manteniendo el tono suave de su voz podía notarse el deseo que casi desbordaba—. Durante el receso. Búscame.

Se apartó de ella y se adecentó el uniforme sin mirarla, alisando la falda arrugada, tratando de recomponerse. Prefería no pensar. Prefería no recordarse a sí misma que acababa de sellar su sentencia de muerte.

Y se alejó por el pasillo.

Había perdido la cabeza.

Contenido oculto

Esto se fue bien a la verga

BUT

 

Increíble resultaba el hecho de como se hipnotizaba escuchándola hablar, saliendo del trance en cuanto distanció su mirada atraída, comenzando a subir las escaleras con ella aferrada a su brazo. Pff, si contara cuánto disfrutaba el tenerla cerca, el que implícitamente aquella cercanía demarcara sus lazos lo llenaba de mofa, por el simple hecho de tener más posibilidades referente a que ningún idiota se le acercara... aunque siempre habían excepciones, lo sabía.

—Pierce —murmuró al ver el letrero del aula de Sasha—, si te sigues presionando contra mí —deslizó sus orbes por sus senos con parsimonia, guardando silencio y dejando la idea a medio decir, regalándole una sonrisa filosa.

Fue entonces que aprovechó para deslizar su atención por el aula, volviendo a ella.

Luego tendría tiempo para ver quiénes compartirían con su chica escarlata.

—Te veo en unas horas —se inclinó, besándola en la comisura de los labios.

 

Ah, era tan divertido. Jamás se había sentido tan atraído por la escuela hasta que su centro de diversión abrió sus fauces y se metió directamente en la boca del lobo. Lena Sallow era una mujer errática; tan pronto podía estar clavándole un bolígrafo en el ojo pasaba a comer de la palma de su mano. Parecía una bestia indomable, con sus ojos verdes destellando amenazantes y su expresión severa, con una larga lista de rumores a sus espaldas.

Todo ello podía ser reducido a cenizas si lograbas encontrar su talón de Aquiles. El centro de su mundo. Tan solo bastaba colocar las cartas sobre la mesa para amansar hasta a la más fiera de las bestias. Y él lo había conseguido sin buscarlo.

Victoria Strauss.

A medida que escoltaba a Lena hacia su aula no podía evitar desviar su mirada hacia ella, sutil. Ahí se encontraba, con su perpetuo ceño fruncido y el asco impregnado en su rostro. No era ninguna estúpida, y aunque le traía sin cuidado, era incapaz de imaginar cuan importante debía ser esa persona para ella para obligarla a aceptar un trato así.

Se salía tanto de los esquemas. Le encantaba.

—¿Y bien, Lennie? —comentó entonces, con la burla camuflada en sus palabras—. ¿Cuándo vas a presentarme a tus nuevos amigos?

—¿Amigos? —respondió, átona, con la vista clavada en el móvil. No iba a entrar a su juego—. No me hagas reír, Zuzu.

—Pero alguno habrá —siguió divagando, con la vista clavada en el techo. Chasqueó los dedos, volviéndose hacia ella, y esbozó una sonrisa extraña—. ¿Qué hay de ese chico misterioso? Me tienes en ascuas~.

—No sé de qué me hablas.

—¿Ah, no? Vaya —dejó caer los hombros, frenando en seco en mitad del pasillo. Su sonrisa se ensanchó y a Lena le recorrió un escalofrío por la espalda—. Entonces no te importará que lo esperemos aquí, ¿cierto? Los amigos de Lena son mis amigos~.

La castaña estrechó los ojos, fulminándole con la mirada. Jodido manipulador, disfrutaba como un cabrón con su sufrimiento, ¿no es así? Chasqueó la lengua, dando media vuelta en dirección a su aula.

—Que te diviertas.

Zuko dejó escapar una risa por la nariz, sin mover un ápice por detenerla. Despuéz de todo, había grabado con claridad su rostro en su memoria. Agitó la mano, despidiéndose de ella con fingida inocencia.

—Ya te contaré~.

 

Caminó por el pasillo con las manos enterradas en los bolsillos, el maletín de cuero negro al hombro y aquella expresión sagaz en su mirar, detallando no muy lejos de sí la cabellera castaña menearse al caminar, con aquel ferviente esmeralda en las pupilas, identificándola de una sola pasada. La niñata altiva, osada y descarada. La intención de seguirla cesó sin llevarse a cabo, sin siquiera cometer el ademán, terminando su rostro volteándose hacia la cabellera blanca, manteniendo sus orbes fijos en los ajenos, deteniéndose por un momento, al sentirse... ¿observado?.

Similar a la sensación del caminar en el parque en sitios marginados a altas horas de la noche.

O la decisión de llevar en aquella ocasión un martillo en la sudadera.

Gran problema.

Pestañeó con el tinte de parsimonia innata, siguiendo nuevamente a la jovencita con las pupilas afiladas, terminando su centro de atención en el tablero de la pared luego de verla perderse dentro de una de las aulas; reconoció el número del salón, no estaba muy lejos del suyo, a fin de cuentas estaban en su mismo piso, sin embargo la percepción de extrañeza volvía a incitarlo en volver su vista a aquel sujeto, como un animal manteniéndose sereno ante otro, sin descuidarlo.

No lograba leerlo.

Fue entonces que el diablillo interno comenzó a punzar.

Una sonrisa déspota se dibujó en sus labios.

¿Perro guardián acaso?

 

Su ida hasta el tercer piso había sido tranquila, mayormente distraída por estar continuamente observando la pantalla de su celular, no deseaba hacer mucho recorrido antes de iniciar las clases, era de las que prefería ir con el tiempo descubriendo las partes de la academia a su paso, casi como si fuera su aventura personal para mantenerse entretenida.

Una vez que llegó a su destino fue directamente hacia las grandes ventanas que había en él para poder apreciar los terrenos de la academia con una sonrisa emocionada, inclusive terminó tomando una foto porque sabía que a su padre le preguntaría que tal le parecía su nueva escuela cuando pudieran encontrarse en la noche por regresar del trabajo.

Quizás... luego se aventuraría a la azotea al no ser algo que acostumbrara a hacer en sus otras escuelas, casi reservado para el personal. De allí estaba segura que las vistas serían mucho, mucho mejores.

 

Jugó con el celular dentro del bolsillo, recostado en la pared fuera de aquel salón de clases, con la vista clavada en la puerta, esperando el único objetivo. Aquel cabello celeste, los orbes miel, la sonrisa cálida. Comenzaba a sentir la sangre caliente. Había pagado por algo, no había obtenido nada interesante a cambio. La sonrisa de Altan le martilleó la cabeza, si Violet no estuviese ahí, si la maldita plaga de Konoe dejase de hablarle de reglas, si lo hubiese tenido más cerca le lanzaría el celular a la cara, sin embargo su autocontrol siempre era mucho mayor a sus impulsos, por eso estaba pacientemente esperando el momento de ver su presa, como una pantera hambrienta.

Miró por un instante los panfletos de los clubs.

Suspiró suavemente por la nariz al sentir los dedos cosquillearle. Sabía que terminaría visitando el club de arte. Quería pintar, estaba mal humorado y aquello era lo que necesitaba, a menos que tuviese algo de adrenalina, trayendo a colación sus neuronas el verde esmeralda, y por ahí derecho el zorro albino.

No estaría mal.

Si no fuese porque estaba esperando a que Kohaku saliera del salón.

Ya vería qué pasaría.

 

Lo escudriñó con la mirada, manteniéndose en su posición hasta que Kohaku se acercó lo suficiente. Estiró su mano izquierda sujetándolo de la muñeca, comenzando a caminar mientras lo halaba al obligarlo a caminar a su ritmo, abriendo la puerta de los baños del tercer piso. Unos estudiantes estaban platicando, a lo que frunció el ceño y terminaron saliendo, entrando a Kohaku en ese momento para luego pasar él por el marco de la puerta, cerrándola, echando pasador para evitar interrupciones innecesarias, como la de Altan, que había logrado divisarlo por el rabillo del ojo.

Fue entonces que dio un paso hacia adelante, acorralándolo contra la fría baldosa, estrellando su mano derecha en la pared para evitar que se escapara, aunque dudaba enormemente que lo hiciera, sonando apenas un estruendo por el choque de la piel contra el material; inconscientemente sus pupilas se afilaron, manteniendo sus labios en una perfecta línea recta.

—¿Te pareció gracioso? —siseó acercándose a él, sintiendo casi su respiración.