Pasillo (3º piso)

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Estaba exhausta.

    Por lo general podía sin ningún problema mantener su atención en la clase y las explicaciones, tomando apuntes y notas como buena alumna modelo que era. Pero ese día no. Había estado batallando por mantener los párpados abiertos, sintiendo el peso del cansancio de la noche hacer mella sobre su cuerpo. No había dormido nada y tenía la impresión de que casi sin notarlo podría caer rendida en cualquier sitio y momento.

    Era extraño realmente. Durante épocas de exámenes apenas dormía preparándose a conciencia para rendir las pruebas con mano diestra. Le gustaba. El esfuerzo, el trabajo duro, la satisfacción de obtener una calificación perfecta que la siguiera condecorado como una alumna ejemplar del Sakura Gakkuen. En aquella ocasión era distinto... y no había que ser un genio para saber por qué.

    El cansancio emocional.

    Suspiró.

    No solo estaba cansada estaba apaleada sentimentalmente. Los eventos de la noche anterior seguían repitiéndose una y otra vez en una vorágine masoquista e incesante.

    En cuanto la campana sonó se incorporó de su mesa y abandonó el salón. Necesitaba encontrar a Ai Mamiya y hablarle sobre la invitación de Jezebel al almuerzo. Aquello era lo único que parecía poder levantar sus ánimos. Sin embargo nada más cruzar el salón 3-1 un sentimiento de pérdida le escaló la garganta y contradiciendo esa parte obstinada y rota de sí misma dirigió su mirada a una de las últimas mesas. Sus pupilas oscurecidas, los iris opacos detallaron la figura grácil y el largo cabello rubio.

    Alisha-san.

    ¿Eran siquiera amigas? ¿Seguían siéndolo? Era una pregunta que carecía de respuesta. No importaba cuan doloroso fuese... no quería perder eso.

    No quería perderla.

    Sentía que si dejaba ir por completo su mano terminaría hundiéndose en su totalidad en las negras fauces del guardián del averno. Estaba pisando arenas movedizas, hundiéndose casi sin notarlo en la oscuridad y el fuego. Quería poder salvarla. Ansiaba poder hacerlo. ¿Pero cómo? ¿Cómo pensaba siquiera atreverse a acercarse a hablarle como si nada después de lo sucedido la noche anterior? ¿Cómo podía tener el descaro y los ovarios de hacerlo?

    Cuando sabía de las cosas que hacía. De cómo usaba a Wickham para coartar sus propios vacíos emocionales. De como parecía buscar escapar de sí misma cada noche.

    La cabeza más honesta.

    Desvió la mirada.

    Pero no la menos rota.

    Deshinibida por el alcohol, aunque probablemente solo había sido la gota que rebasó el vaso, le había pedido que la tocase. Que la usase. Que utilizara su cuerpo como quisiera hacerlo. No le importaba si la rompía en trozos dispersos o si la forzaba a convertirse en una sombra de sí misma. Pero sería deshonesto de su parte negar que sentía miedo. Le aterraba dar el paso. Esa Konoe aún cuerda, esa que no se había perdido por completo sentía pavor de desaparecer. Pero la otra era terca, irresponsable y estúpida y estaba tan malditamente enamorada que realmente no quería pensar en consecuencias.

    Solo ansiaba un mínimo, un simple tacto, ese que su corazón pedía a gritos y que a pesar de todo sabía de sobra que tenía el poder necesario para destruirla.

    ¿Cómo te enamoras de una de las cabezas de Cerbero?

    Estúpida. No va a cambiar. No puedes salvarla de sí misma.

    Mereces sufrir como lo haces. Incluso cuando eres egoísta terminas siendo un mártir.
    No podía hacer nada. No podía alcanzarla. Daban igual sus ridículos y desesperados intentos. Era la tonta enamorada y los sentimientos no tenían cabida en el mundo sórdido de Cerbero. No sabía cómo llegar a ella... y aquello era lo que más dolía de todo.

    ¿Era lo correcto, entonces, solo dejarla ir? ¿No era a fin de cuentas de los errores como se aprendía? ¿No se maduraba a fuerza de caerse, tropezar y aprender a levantarse? Sabía de sobra la teoría. Era en la práctica donde fallaba de forma miserable. Endurecer su corazón y no flaquear era probablemente lo que debía hacer.

    Jamás correspondería sus sentimientos. No iba a permitirse amar ni iba a dejar que nadie la amase. Su juego no funcionaba así. Y mientras se negaba a sentir solo seguiría mimetizándose más y más con las sombras. En ese infierno vacío, carente de calor genuino, carente de toda luz.

    Hasta ser uno con el monstruo.

    Debería dejarla. Olvidarse de todo lo que las unía. Era una influencia pésima. Pero no podía hacerlo.

    Porque ella también estaba hecha un maldito desastre.

    Sus pensamientos volvieron a hacer eco mientras dejaba atrás el salón. Esa voz autocrítica, cruda.

    ¿Cómo pretendes salvar a todos cuando no puedes ni salvarte tú misma?
     
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    Zireael

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    ¿Proyectarse? Ojalá. No le había venido en gracia el rechazo de Jez a Gotho por ser un rechazo en sí mismo, sino porque ciertamente no creyó que la albina fuese nunca capaz de hablarle a alguien de aquella manera. Había sido una grata sorpresa.
    El resto de la lección había intentado dormitar, pero Eris era un grano en el culo y se había dedicado a patear su silla con la frecuencia suficiente para impedírselo una mayoría importante del tiempo.

    La cabeza le enviaba punzadas de dolor todavía, pero al menos para cuando llegó el descanso su estómago parecía haber vuelto más o menos a su lugar. Se enderezó en la silla, dándose cuenta de que Eris prácticamente había echado a correr fuera de la clase y que Suzumiya también había salido.

    Para cuando se levantó, con Jez siguiéndole los pasos, ya Suzumiya había reiniciado su marcha hacia sabría ella dónde.

    —¡Suzu, estaremos en la biblioteca! —anunció, alzando la voz lo suficiente para que llegara a ella. No esperaba detenerla de por sí.

    —Veo que congeniaste con ella —lo atajó la albina.

    —Podría decirse —admitió metiendo las manos en los bolsillos.

    —Me alegra ver que estás haciendo amigos, Al —soltó ella con genuina alegría.

    Había que ver lo buenos que eran para hacer la vista gorda.

    ¿Amigos decía Jez? Realmente no eran más que dos fracasados.

    Él hubiese preferido subir a la azotea, pero con ese clima asqueroso no era posible, así que no le quedaba de otra que acompañar a Jez aunque no pensar formar parte del club de lectura de la escuela. Así que sin más remedio, dejaron la tercera planta.
     
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    Gigi Blanche

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    Había salido del aula con las manos en los bolsillos, dispuesto a buscar a Morgan en la 3-1, cuando reconoció una coleta rosada brincando hasta él. Anna venía llena de energía y se le contagió, recibiéndola con una amplia sonrisa.

    —¡Enana! —dijo, muy contento, aunque sin perder nunca la suavidad—. ¿Qué te trae al universo de los senpai?

    —¿Quieres que almorcemos juntos, mini Ishikawa?

    —Claro. —Le regaló una sonrisa de ojos cerrados y se asomó por el hueco de la puerta de la 3-1—. Espera a ver si Morgan quiere acompañarnos.

    —¿Quién?

    —Ah, es una amiga. Se transfirió conmigo.

    Morgan salió entonces, llevaba unos libros contra el pecho y le sonrió con calma a Kohaku antes de reparar en Anna. Su mirada púrpura, bastante calmada y hasta desinteresada, se afiló un pequeño instante antes de suavizarse.

    —Ella es Anna, Mor, amiga de Rei.

    O'Connor curvó sus labios con una diversión más extraña, indescifrable, y se inclinó apenas hacia el costado para ver mejor el cabello que Hiradaira llevaba recogido en la coleta. La menor lo notó y se tomó el pelo, pasándolo entre sus dedos y dejándolo caer. Morgan volvió a sus ojos y ladeó la cabeza; lucía satisfecha.

    —Qué bonito —murmuró, sedosa, y luego se dirigió a Kohaku en un tono más similar al usual—. Estaré en la biblioteca, quiero ver qué tal el club de lectura. ¿Vas a almorzar?

    —Sip~ ¿Quieres que te compre algo?

    —Nah, estoy bien. No tengo mucha hambre. —Se empezó a alejar, pero no sin antes concederle una de aquellas sonrisas juguetonas suyas a Hiradaira—. Nos vemos, linda~

    —Adiós, senpai.

    Anna lucía algo confusa aún por aquella breve interacción, y Kohaku no podía culparla. Morgan tenía la manía de comportarse como si todo el tiempo se estuviera ligando a alguien; no sabía de dónde sacaba las ganas. Le palmeó la cabeza a la menor, captando su atención, y compartieron una sonrisa antes de empezar a caminar hacia las escaleras. Anna había retomado su energía y le fue contando cuán aburridas habían sido las clases, mientras Kohaku la oía en silencio y comentaba algo suavemente de vez en cuando.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Apenas había avanzado un pequeño trecho cuando una voz que conocía se impuso sobre el silencio. Detuvo sus pasos.

    Sonnen-kun.

    ¿La biblioteca?

    Ni siquiera lo había pensado. Según tenía entendido no estaba permitido comer allí por lo que el almuerzo debería ser en otro lugar. Pero podía aprovechar y tomar algún libro nuevo o incluso curiosear y sopesar unirse al Club de literatura. Mantener su mente ocupada y activa la ayudaría a estar centrada.

    Se acercó al ascensor y se hallaba a punto de pulsar el botón cuando las puertas se abrieron. Sus ojos se encontraron en ese instante.

    Azul y morado.

    —¡Cerasus-chan!

    —¿Mamiya-san?

    La sorpresa era evidente en las facciones de ambas. Allí estaba, Ai Mamiya, la presidenta del club de jardinería. Si Konoe era la hermana mayor de todos, Ai actuaba casi como una madre. Su carácter maternal buscaba resguardar a todo el mundo bajo su ala incluso si solo tenía para ofrecer un té y una distendida charla. Era una mujer sofisticada, calma. Su carácter sosegado era contagioso y lograba imprimirlo en los demás. Tenía un efecto calmante sobre aquellos que se acercaban a ella.

    Ambas eran muy similares a fin de cuentas. El gesto de Mamiya se suavizó considerablemente.

    —Ah, gracias al cielo—murmuró—. Te he estado buscando por todas partes.

    Curioso.

    Ella había estado haciendo lo mismo.

    —Yo también Mamiya-san.

    Konoe se tensó. Aguardando, sabiendo de sobra cual era la pregunta de rigor. La conversación de la noche debía haberla dejado preocupada, la conocía, y sabía que descubrir la verdad—que había roto las normas para irse de fiesta con un puñado de salvajes— no iba a ser particularmente de su agrado.

    Era otra estudiante modelo después de todo. Algo rara... pero era un milagro encontrar alguien en esa academia que no entrara en esa descripción.

    —¿Qué pasó anoche?

    Allí estaba.

    La pregunta.

    Su tono sonó distinto, algo más grave.

    Sintió cada músculo, cada mínima fibra tensarse. ¿La estaba juzgando? ¿En el fondo conocía la respuesta?

    —Es... un poco complicado de explicar—respondió suave. Sus ojos evitaron su mirada adrede y se llevó, en un ademán tan tímido como nervioso, un mechón oscuro tras la oreja—. Pero antes de eso te buscaba para preguntarte si querrías almorzar conmigo y... unos amigos.

    Mamiya arrugó apenas el ceño. Parecía desconcertada.

    —¿Unos amigos?

    —Mmh.

    Siempre estaba sola en cualquier caso. Por extraño que sonase, sus únicos amigos a parte de Suzumiya eran las plantas. Las flores y las carpas koi del estanque en el invernadero.

    Ese era su pequeño e idílico paraíso.

    —¿La chica rubia extranjera?

    Ah, no.

    Por favor no.

    —No. No, ella no vendrá.

    —Pensaba que era tu amiga.

    Apretó ligeramente los labios.

    —Mamiya-san...

    A veces se preguntaba si lo hacía a propósito. Si ese extraño sadismo, esa máscara casi ominosa era real o solo una burla. Le gustaba jugar con ella. Le gustaba tensarla y adoraba verla sonrojada. Su apodo había nacido precisamente por eso.

    Pero Ai Mamiya conocía los límites.

    —Iré—dijo simplemente— Está lloviendo así que acercarme al invernadero es una causa perdida. ¿La cafetería?

    Konoe dio un paso y entró en el ascensor.

    —La biblioteca.

    —Ah, eso me recuerda que necesito un libro nuevo. Tal vez un drama histórico. O un romance ambientado en el siglo XIX.

    —¿Jane Austen?

    —Sabes que ya me leí todos sus libros.

    —¿Emily Brönte?

    Pulsó el botón de la planta baja.

    —¡También!—replicó ella y apoyó la palma de su mano sobre su mejilla. Su voz sonó casi quejumbrosa. Tanto talento desperdiciado— Solo publicó una novela...

    Konoe soltó una ligera risa mientras las puertas del ascensor se cerraban. ¿Qué sería de ella sin Ai en su vida?
     
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    Hygge

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    Salió de la clase de los últimos, despidiéndose de Dai con el acuerdo tácito de encontrarse cuando este lo necesitase. Al parecer tenía conocidos en la escuela, así que no estaría tan perdido como imaginó en un principio. Se quedaba tranquilo con eso.

    Lanzó a la papelera los pañuelos que usó en la clase aprovechando que la profesora ya no estaba, y sonrió para sí cuando los terminó por encestar todos. Llevaba haciendo eso desde que era un crío, comprobando si la suerte le sonreiría o no dependiendo del número de aciertos.

    No creía en esas mierda en realidad, pero las costumbres eran difíciles de erradicar.

    Le pareció sentir cómo alguien lo vigilaba de cerca una vez alcanzó el pasillo, y miró a ambos lados con cierta pesadez. Tan solo notó varios alumnos sonreírle, a los que no tardó en devolver el saludo con algo de esfuerzo. Sí que era difícil conservar la imagen de uno.

    Zuko sonrió, oculto entre los alumnos de la tercera planta. Sus orbes, dorados y sin vida, se alejaron finalmente de Shawn y, manos en los bolsillos de su chaqueta, dio media vuelta sobre sus pasos.

    Interesante.
     
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    Estiró el cuerpo antes de levantarse de la silla, desperezándose. Ese clima daba un sueño terrible, pero bueno, lo mejor era aguantárselo. Se levantó, consciente de que Jez seguramente estaría en la biblioteca, y al salir al pasillo de inmediato notó la cabellera blanca de Shawn.
    Se acercó sin pensárselo demasiado, para su propia sorpresa y le dio un toquecito en el brazo.

    —¿Estás bien? —interrogó con genuina preocupación—. Mira que faltar el día de las pruebas...

    Lo segundo lo dijo con algo de diversión en la voz, aunque sonaba un poco a reclamo.

    En eso estaba cuando otra chica salió de la misma clase que Shawn y le pasó el brazo por encima de los hombros al albino, prácticamente arrollando a Laila en el proceso.

    —Amery-kun~ —canturreó, de nuevo con aquella sonrisa felina en el rostro—. Bueno, ¿ibas a querer que te cuidara o no?

    Es probable que Laila no hubiese sentido semejante arranque de ira antes, a excepción quizás, de cuando Shawn se había comportado como un maldito orgulloso hasta que tuvo que partirle el culo para que se quedara quieto un rato. Cruzó los brazos bajo el pecho y en ese momento Tolvaj reparó en ella, sin separarse del muchacho.

    —¿Hmh? —Algo parecido a la diversión se reflejó en sus ojos verdes—. Akuma-chan...

    ¿Akuma? ¿Qué le pasaba a esa entrometida?

    No tardó en darse cuenta de por qué la había llamado así, era por el tono rojizo de sus ojos, ¿cierto?

    >>¿Acaso eres novia de este niño bonito?

    Sin duda, si algo disfrutaba la castaña era ser el centro de la discordia.
     
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    Hygge

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    En mitad del tumulto le sorprendió un toque en su brazo, y al volverse la sombra de una sonrisa delató sus propias emociones. Laila siempre había tenido ese efecto, ¿no? Solo que era lento y había necesitado de un golpe de realidad bastante literal para darse cuenta de ello.

    Las chicas solían ponerle ojitos, pero solo una se había atrevido a patearle el trasero.

    La empujó con suavidad usando su hombro, casi de forma cariñosa, y siguió avanzando junto a ella por el pasillo. Al menos, lo suficiente para que pudieran salir del gentío.

    —¿Eh? ¿Encima que me quedo en casa para que así tengas una oportunidad de batir mi récord? Desagradecida —fingió un pequeño mohín, dejando salir una breve risa que le pico la garganta después, contrayendo sus facciones. Carraspeó, encogiéndose de hombros sin mirarla—. No es nada, estoy...

    Si pensaba que aquel día iba a ser menos movidito solo porque no habría club, iba listo. Su cuerpó se inclinó hacia delante al notar cómo alguien se enganchaba a sus hombros, y reconoció la voz de Eris cerca de su oído. Detuvo sus pasos, desorientado, y le recibió una Laila enfurruñada que lo dejó aún más confuso si cabía. Para más inri, el dolor de cabeza no lo dejaba pensar con claridad.

    "¿Acaso eres novia de este niño bonito?"

    Tragar grueso le dolió como mil demonios pero allí estaba, sintiendo la garganta seca y la sangre cosquillear sus mejillas por una simple pregunta. Se sentía un crío de repente, y no supo de dónde le nació el impulso pero permaneció unos segundos mirando a Laila a los ojos, la duda amenazando con hacerse visible en su rostro.

    Rápidamente fue consciente del desliz y disimuló acomodarse el uniforme en su lugar.

    —No, nada de eso —dijo, sin siquiera mirarla, pero el tono de su voz no sonaba convincente. Hizo el ademán de seguir andando, cambiando rápidamente de tema—. Laila, esta es Eris, es nueva en mi clase. Eris, ella es Laila; forma parte del equipo de esgrima.

    >>Vamos al gimnasio, puedes venirte si quieres, Meyer.

    Por alguna razón fue incapaz de seguir el juego de Eris con la naturalidad de antes. ¿Por qué, por Laila? Si no eran nada.
     
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    ¿Burlarse de ella? Bueno, mentira no era, pero es que le venía en gracia. Sus reacciones eran, por demás, bastante tiernas, como las de una niña incluso con el tema que estaba usando para reírse un rato.

    Soltó una risa al escuchar su último comentario, antes de despedirse y prácticamente salir corriendo. ¿Qué bebiera agua también? Qué chica, por Dios. A pesar de todo, se detuvo para comprarse una lata de soda en la máquina antes de subir, no era agua, vaya, pero era líquido.

    ¿Había hecho caso a las palabras de Emily? Curioso.

    El piloto automático la hizo subir las escaleras en lugar de bajarlas como había hecho Emily y de hecho era tan obvio lo que iba a hacer que la morena ni siquiera la había preguntado si iba a bajar también, asumió que no lo haría.

    Predecible.

    Bueno, en cualquier caso, podía escribirle un mensaje a Watanabe para que llegara luego si quería.

    Podía tener miedo de recibir una respuesta a la pregunta tácita que permanecía en su mente, pero le había hecho una promesa al idiota de Hiroki, ¿no? No iría a ninguna parte. Y si huía luego de lo que había pasado, era exactamente igual a dejarlo solo y primero se metía un tiro antes de hacer semejante cosa.

    Abrió la soda una vez estuvo en el pasillo y estuvo por asomarse a la puerta de la clase, como había hecho hace dos días, pero por algún motivo se sintió particularmente cohibida. Se limitó a apoyar la espalda en la pared contraria, justo delante de la puerta. Iba a topar con ella independientemente de lo que hiciera.
    El golpeteo insistente de la lluvia le recordó la tarde del bento de nuevo y sonrió para sí, sin darse cuenta siquiera.

    Qué tremendos idiotas estaban hechos.

    *sips flames* :satan:
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Las clases como era usual le resultaron un coñazo eterno. Prefería ver la pintura secarse o observar la jodida lluvia a través de la ventana que prestar tan solo una ínfima parte de su atención a la perorata de los docentes. Al menos el cabello se le había secado y lo agradeció cuando sonó la campana.

    Se pasó la mano entre las hebras grises.

    Bueno ¿y ahora qué? Era la misma pregunta. La misma cuestión sin respuesta que le machacaba la mente y lograba desmoronar parte de su confianza. Se sentía como un puto crío el día de San Valentín esperando que la niña de la clase de al lado le entregara bombones hechos a mano o una carta perfumada y llena de corazones mal dibujados.

    Bufó y se sobó el cuello con pesadez, aún sentado, buscando cualquier excusa para quedarse allí un poco más de tiempo. En el fondo no era más que un cagado. Shiori no le había respondido y estaba jodido si él era el único imbécil ilusionado con todo eso. Tenía miedo. La respuesta a la pregunta muda que flotaba en el aire lograba tensarlo. A él, al tipo rudo que se enzarzaba el peleas callejeras con las manos desnudas porque todo le importaba una mierda.

    Su vida nunca le había importado realmente.

    Se incorporó entonces con un suspiro pesado y se echó la mochila a un hombro. Pretendía abandonar el aula cuando sus ojos ambarinos se encontraron con aquel particular atardecer.

    Joder.

    Kurosawa Shiori.

    Quiso disimular la ligera sonrisa, casi condescendiente, que se le dibujó en los labios nada más verla pero aquello era simplemente ridículo. Era un idiota. Y su cuerpo era un idiota honesto.

    —Hey—la saludo y le acarició el cabello como un cachorro desordenado los mechones oscuros cuando la alcanzó. Su voz no sonó tan áspera ni tan brusca. Inmediatamente devolvió la mano al bolsillo del pantalón.

    Seguía siendo un huraño y un torpe social a fin de cuentas. Desconociendo cual era su situación actual ahora que todas las cartas estaban sobre la mesa no se sentía seguro de cómo actuar. ¿Debía besarla? ¿Abrazarla? Ella se lo había pedido. Que la abrazase cada día. Y sin embargo la inseguridad lo mantenía anclado al suelo como un puñetero imbécil.

    Se sobó un lado del cuello y apartó la mirada evidentemente incómodo. Si por él fuera la besaría ahí mismo, la sostendría por la cintura y la apretaría contra su cuerpo. Allí, frente a todo el mundo, frente a las cámaras. Pero joder.

    >>¿Dormiste bien Kurosawa?

    Kurosawa.

    Era un estúpido integral.
     
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    Zireael

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    Le había dado un par de tragos a la lata, antes de dejar el brazo caer y balancearla despacio, casi como un péndulo. Era el signo de su propia ansiedad y apenas era consciente de él.
    Había clavado la vista en algún punto en el suelo, unos metros frente a ella, así que lo primero que vio acercarse fueron sus zapatos. Levantó la vista justo en el momento en que él le revolvía el cabello, desordenándolo. El gesto era medio extraño en sí mismo, pero no fue frío o distante realmente, y logró enviarle algo de sangre al rostro.

    Notó la evidente incomodidad en sus gestos y soltó una risa suave, no era burlona, era más bien una risa generada de la más pura ternura.

    No solo ella estaba angustiada, ¿cierto? Claro que no.

    Ahora que ya no estaba dominada por su desastre de hormonas, ahora que no tenía al kitsune presionándole la yugular y derramando sangre en todas partes, negándose a dejar salir a la tonta Shiori enamorada que era en realidad, podía permitirse muchas cosas que se había negado en la madrugada.
    Además, ya no iba a escapar, ¿cierto? Seguía siendo un torpe, pero ya no iba a escapar.

    Soltó un pesado suspiro y obedeció a lo que le parecía era correcto, a lo que quería hacer realmente.

    Que le dieran a todo. Iba a hacer lo que le diera la maldita gana y cómo se le antojara.

    Se acercó a él y lo envolvió entre sus brazos, arreglándoselas para no dejar caer la lata que sostenía en la mano izquierda.
    Ocultó el rostro en su pecho, como un animalillo buscando afecto.

    Kurosawa.

    Soltó una risa floja antes de hablar casi en un murmuro, sin separarse de él.

    —¿Hmh? ¿Qué pasa, nada de Shiori hoy? —Cerró los ojos, apretando suavemente el agarre en torno a su cuerpo y lo siguiente lo soltó con un fingido todo de reclamo—. Lástima, ya me estaba gustando que me llamaras por mi nombre~

    Lo dejó ir gradualmente, para volver a apoyar la espalda en la pared.

    >>Pues no dormí demasiado, claramente, pero sí dormí bien —dijo respondiendo por fin a la pregunta que le había hecho. Desvió la mirada adrede, antes de murmurar algo—, pero bueno la chaqueta olía a ti, así que...

    ¿Qué? ¿Se lo había soltado así nada más, que había dormido con su chaqueta, como una chiquilla que se siente sola?

    Ah, qué más daba. Él le había arrancado la máscara de cuajo.
     
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    Shiori tenía una facilidad enorme para hacerlo actuar como un niño torpe con su sola presencia. Sintió su cuerpo tensarse por mero instinto cuando ella lo abrazó pero se dejó hacer y sus músculos se destensaron para permitirse un suspiro que ni siquiera sabía haber estado conteniendo.

    Le estremeció el pecho.

    Era un completo imbécil. Pero el hecho de que ella se acercase y lo abrazara había logrado arrojar por la ventana gran parte de esa inseguridad que venía arrastrando. Era la confirmación de que el evento de la noche no había sido una mera cuestión de hormonas alteradas y de que por lo menos no se arrepentía una mierda de nada.

    Era cálido.

    La dejó hacer porque lo reconfortaba. Su calor y su presencia eran como un bálsamo para el chico perro. Ni siquiera se había percatado hasta ese momento de cuanto bien le hacía Shiori. Soltó una risa floja ante la mención de su nombre y se preguntó a sí mismo por qué era tan idiota y permitía que la inseguridad se apoderaba de él cuando el terreno le era totalmente desconocido.

    Era lo natural ¿no? Cualquier animal necesitaba confirmar que pisaba terreno firme antes de sentirse seguro.

    ¿Cuántas veces la había llamado Shiori la noche anterior? Había perdido la jodida cuenta. Había sonado tan fácil. Incluso siendo un huraño de mierda permitirse esas confianzas había sido extremadamente sencillo. Lógico por otra parte. Todo era mucho más sencillo cuando tenías a la persona que amabas desnuda debajo de tu cuerpo.

    Pero era, a fin de cuentas, un puñetero crío y el rojo que se apoderó de su rostro cuando ella mencionó que había dormido con su chaqueta solo acrecentó aquella imagen torpe y casi indefensa.

    —¿Ah?—cuestionó con sorpresa. Enarcó ambas cejas y el rubor se le extendió hasta las orejas. Había esperado muchas cosas pero no eso. ¿Dormir con su chaqueta? ¿Esa que lo hacía parecer aún más un lobo si cabía? Había que joderse, Kurosawa. El gesto no le duró demasiado. ¿Debía extrañarle? Por supuesto que no, solo lo había pillado con la guardia baja. Soltó un bufido que se asemejó más a un amago de risa y esbozó una sonrisa que mostró sus dientes por un breve segundo.

    Joder si era cálido.

    Se acercó a ella y apoyó la espalda a su lado, contra la pared. La lluvia se había convertido en un murmullo ahogado, pacífico tras las ventanas. Esa burbuja donde solo estaban ellos y el resto del mundo se reducía a mero ruido blanco tras el cristal. Toda esa escena le recordaba la primera vez que habían comido juntos en el pasillo.

    Había sido un día lluvioso como ese.

    Era buen momento ahora ¿no?

    Abrió su mochila y le extendió la cajita de madera y los palillos, la dio un pequeño golpecito contra la cabeza. La cara aún le ardía, incluso el cuello le ardía.

    >>Come algo Kurobaka—le dijo simplemente, algo menos tosco de lo que era. Tenía la otra mano en el bolsillo y sonó casi desinteresado. Pero aquello ya no le funcionaba y él lo sabía de sobra.

    Podía ser un huraño y un torpe integral, pero no era ningún inútil. Se había pasado gran parte de la mañana en la cocina para prepararle el almuerzo y por eso la lluvia lo había pillado a medio camino. Y eso, viniendo de alguien como Hiroki Usui, era la confirmación necesaria para saber que algo en él había cambiado.

    Había encontrado a alguien a quien proteger.

    No se sentía así en mucho tiempo.
     
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    Zireael

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    Le había notado el violento sonrojo y esa reacción, que ciertamente era normal, la hizo consciente de lo vergonzoso que era lo que acababa de decir. Su cuerpo pareció replicar las respuestas ajenas y el color antes leve que le había llenado el rostro, se encendió con violencia.

    Era una tonta, ¿cómo podía haberle dicho eso?

    Volvió a clavar la vista en el suelo, deseando que su cabello ocultara algo del bochorno, aunque realmente poco importaba. Ya lo había dicho, ya había soltado otro punto vulnerable.

    A fin de cuentas debía haberse dado cuenta ya, ¿no?

    De lo sola que se sentía en realidad.

    De lo mucho que anhelaba cariño recíproco.


    Cuando la caja de madera apareció en su campo de visión no lo entendió de buenas a primeras. Cerró los ojos por reflejo ante el golpecito en la cabeza.

    "Come algo Kurobaka".

    ¿Qué?

    El idiota... ¿Le había preparado el almuerzo?


    La oleada de calidez que ese solo gesto le provocó le recorrió el cuerpo de pies a cabeza, se llevó la vergüenza que su propio comentario le había provocado, pero le detuvo el corazón en el pecho.

    Llevaba, ¿cuánto? ¿Cuatro años? Cuatro años en que ella preparaba su almuerzo y el de sus padres, casi siempre preparaba también la cena.
    No recordaba la última vez que había comido un almuerzo que otra persona hubiese preparado para ella expresamente.

    Extendió la mano libre casi con cautela y tomó la caja.

    Era... Un absoluto imbécil.

    La noche anterior sus propias cadenas se habían encargado de no dejar salir a la Shiori tonta, a la que sin más remedio se había enamorado del brusco que era Hiroki Usui. Amar la hacía vulnerable y ella tenía terror a serlo.

    Aún así había que ver el poder que tenían acciones como esas, venidas de él específicamente, para colarse por la mínima rendija y estaquearle el corazón.
    Se lo había follado en la puta enfermería y a pesar de todo, fue allí en ese pasillo, en el momento en que le extendió el bento, en que el torpe cachorro la desarmó.

    Recordó ya no solo el desastre de la mañana anterior y de la madrugada, sino el hecho específico de que incluso en ese contexto se había detenido a besarle la frente.
    Y había querido llorar como una niña, incapaz de saber cómo reaccionar a un gesto de cariño.

    Aferró la cajita de madera contra su pecho y se deslizó por la pared hasta alcanzar el suelo. Los músculos resentidos volvieron a quejarse.
    Dejó la lata de soda a un lado.

    El mundo se le había cristalizado y una vez sentada, no pudo contener el flujo de lágrimas. Las primeras se deslizaron por su rostro en silencio, haciendo su recorrido hasta su mentón, aumentando de grosor.

    Tenía miedo.

    Total y absoluto terror.


    Sollozó a pesar de que buscaba no hacerlo, no quería preocuparlo ni llamar la atención de nadie, pero ya ni siquiera recordaba cómo mierda era llorar. Sentía que se iba a ahogar.

    Dejó la caja sobre su regazo y se llevó las manos al rostro.

    ¿Qué era? ¿Una jodida cría?

    No podía parar de todas formas.


    Apretó las manos contra su rostro, buscando detener aquel llanto que ciertamente no era de tristeza, y sorbió por la nariz.

    —Eres idiota —consiguió articular con la voz temblorosa, lo siguiente fue un murmuro casi resignado—. Me harás decírtelo, ¿no es cierto?

    Otro sollozo detuvo sus palabras un instante.

    >>Te amo, Usui, maldita sea. Estoy enamorada de ti como completa estúpida.

    Hizo un esfuerzo titánico por no ahogarse con las palabras y las lágrimas. Esculcó entre sus cosas, para sacar de su maletín una caja y extenderla hacia él. Le temblaban ligeramente las manos y no se atrevió a mirarlo siquiera.

    Había dormido todavía menos de lo que hubiese podido solo por eso.
    Solo por prepararle el almuerzo otra vez, incluso cuando todavía no estaba segura de si iba a poder buscarlo en el receso como si nada.

    Esa era... La verdadera Shiori a final de cuentas.

    Una niña tonta que le preparaba comida al chico que le gustaba.

    Y Dios, tenía un corazón tan frágil, pero aún así se lo estaba colocando a él en las manos.


    Shiori: *se bitchea a Emi*
    Also Shiori cuando Hiro le prepara el almuerzo: W A S T E D
     
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    Yugen

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    Había esperado muchas cosas. Cualquier reacción por su parte. Había esperado tal vez a la Shiori posesiva, esa que tomaba con saña todo lo que era suyo por derecho. Había pasado la otra vez ¿no? Con el bento. Lo había tomado, se había aferrado a él y se lo había comido casi gruñendo con cada mordida como un gato hambriento.

    Pero si algo no esperaba el perro tonto de Hiroki Usui era una reacción como esa. Cuando su expresión se contrajo, cuando se deslizó por la pared hasta el suelo, cuando aferró la cajita del bento contra su pecho y las lágrimas corrieron impávidas por sus mejillas. Era la primera vez en toda su maldita vida que la veía llorar... y se dio cuenta enseguida de que no quería volver a verla llorar nunca más la puta vida.

    ¿Qué mierda había pasado? ¿Había dicho algo mal? ¿Había sido un imbécil por prepararle el almuerzo? ¿Qué cojones hacía pasado? ¿Se arrepentía de lo que había pasado la noche anterior? Si se sentía inseguro su ansiedad se acrecentó al verla en ese estado, tan vulnerable, tan quebrada.

    Le gustaba verla vulnerable. Le gustaba que dejara de lado sus murallas cuando estaba con él
    .

    Pero joder no así. No así puta madre.

    La situación se le escapaba de las malditas manos. Era un torpe, un huraño de mierda, pero se echó al suelo, apoyando una rodilla y flexionando la otra para alcanzarla, visiblemente preocupado.

    —¡Kurosawa!—le llamó con evidente nerviosismo. La vio apretar las manos contra su rostro y la sujetó sin demasiada fuerza de las muñecas, buscando ver su rostro. Buscando comprender la situación—. ¡Hey, Kurosawa! ¿Estás bien? ¡Oye!

    Estaba bien ¿no? Había estado bien hasta que le extendió el bento. La mente cerrada de Usui no podía leer la situación con la perspicacia de Sonnen ni Akaisa, no era muy ávido leyendo las emociones humanas. Esa clase de situaciones se le escapaban de las manos como agua. No podía comprender que aquel llanto era la resolución de años de dolor y soledad. Un silencio que buscaba romperse, una pared de espinas que ya no había podido soportar por más tiempo el fragor del fuego y había terminado reduciéndose a cenizas. Solo porque él se había permitido mostrarle calor y cariño incluso con toda su torpeza y brusquedad.

    Sus palabras ahogadas cuando finalmente logró hablar sonaron temblorosas pero brutalmente contundentes. Se le clavaron como un arpón directamente en el pecho.

    ¿Ah?

    >>Te amo, Usui, maldita sea. Estoy enamorada de ti como completa estúpida<<

    Rebotó como un eco en su mente y todas las piezas dispersas del rompecabeza encajaron de golpe. Su expresión contraída por la preocupación se suavizó lentamente a medida que las palabras terminaban de calar en su cerebro.

    Lo amaba.

    Shiori Kurosawa estaba jodidamente enamorada de él, como una niña.

    Él se lo había dicho esa noche. Le había dicho que la amaba, incluso si las palabras habían sido arrancadas de su pecho en medio del fuego abrasador que le quemaba la piel sobre aquellas sábanas desechas. Pero no había un mínimo de falsedad en esa afirmación.

    Estaba enamorado como un puto crío.

    Y ahora ella había admitido que sentía exactamente lo mismo. Que también lo amaba. A él, al perro callejero hosco y huraño, ese que gruñía en vez de hablar. Ese que había asesinado a su padre maltratador con sus propias manos
    . Ese que se metía en peleas callejeras porque su vida le importaba básicamente una mierda. No había calidez en su mundo... hasta que ella llegó y lo llenó de luz y del calor acogedor de una fogata en pleno invierno.

    Tomó la cajita que ella le extendía, tuvo que pasar saliva y la dejó con suavidad a un lado.

    ¿Qué le había pedido ella esa noche, cuando todo acabó? ¿Cuando en otras circunstancias solo se hubieran despedido diciendo que tal vez, quizás, volvería a verse?

    >>Abrázame. Abrázame todos los días<<

    Abrázame.

    Una petición tan simple pero que escondía tanto detrás.

    No se contuvo. Sentía un puto nudo en su propia garganta motivado por el mismo sentimiento cálido que había terminado por quebrarla a ella. ¿Cuando aquella chica extraña, que buscaba relacionarse con los peores monstruos de la sociedad, se había convertido en una parte tan importante de su vida? ¿Cuando se había planteado siquiera, jurándose a sí mismo que destrozaría a quien fuese antes de permitir que la lastimasen? ¿Cuando se había asegurado a sí mismo que sería capaz de morir porque ella sonriera?

    La estrechó con fuerza entre sus brazos apartándola de pared, allí, en el suelo. Buscando resguardarla del mundo como un escudo o un perro guardian, de sus propias emociones convulsas.

    El susurro de la lluvia contra el cristal se volvió ruido blanco. Lejano, ajeno.

    —Shiori—susurró, la voz casi se le quebró como un niño y hundió el rostro en su hombro aferrándose al uniforme de ella, apretándola. Le había preparado el almuerzo también.

    Era una completa idiota.

    ¿No se daban cuenta de que esa amabilidad mutua y desinteresada, motivada por el cariño genuino los estaba haciendo desaparecer lentamente? Implantando calor donde antes solo había hielo. Cosiendo las heridas del corazón con hilos dorados. Cambiándolos para mejor.

    Ella le había abierto las putas puertas del cielo, joder. Todo lo que él tuviera para ofrecerle era poco en comparación.

    i'm NOT Crying
     
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    Zireael

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    A final de cuentas no era más que una chiquilla aterrada, no importaba que llevase años pretendiendo ser adulta, cuidando a sus padres, cuidando todo el que se le acercara, controlando cada detalle con una precisión que poco espacio dejaba al error.
    Todo por el miedo.

    Y había sentido terror en la madrugada, cuando él le había soltado así como así que la amaba.

    No quería sentir nada.

    Ya había cedido bastante al dejarse consumir como una cerilla.

    Pero él siempre cambiaba todos los planes, ¿no? Siempre.

    No había podido dejar de llorar ni siquiera cuando él le quitó las manos del rostro, buscando entender lo que le pasaba. Si acaso había podido asentir con torpeza a su pregunta de si estaba bien.

    Lo estaba y no lo estaba de alguna forma extraña. Se sentía aliviada, pero también sentía que iba a desaparecer allí, aplastada por las emociones que había buscado contener durante tantísimo tiempo.
    Estaba absolutamente avergonzada del desastre en el que se había convertido, como si fuese incapaz de reconocerse allí, hecha una desgracia, llorando como una niña frente al torpe que se había colado en su corazón.

    Ella cuidaba siempre de todos, era cierto, pero tenía que cuidar también de sí misma. No se había planteado siquiera la posibilidad de que, a pesar de que se había esforzado en ello, alguien fuese capaz de quererla y decírselo directamente.
    Que fuese un brusco como Hiroki quien lo había hecho, que estuviera allí, evidentemente alterado por ella, que le hubiese preparado el almuerzo, que fuese solo… lo que era en realidad, había roto el dique. Lloraba por las emociones contenidas, lloraba por lo que no había podido llorar a su hermano muerto, lloraba por la frustración de que prácticamente no tenía padres que se comportaran como tales.

    Lloraba por todo.

    Como la llorona que había sido antes de que un coche destrozara a Kaoru.

    Y sentía que iba a desaparecer, no podía dejar de sentirlo.

    Aunque realmente estaba liberándose por fin.

    Zafó el agarre ajeno en sus muñecas, buscando en vano detener el flujo de lágrimas con las mangas de la chaqueta del uniforme.

    Cuando fue él quien la estrechó entre sus brazos el grosor de los surcos no hizo más que aumentar y comprimió los gestos en un esfuerzo por contenerse al escuchar que la llamaba por su nombre de nuevo.

    Hundió el rostro en su eternamente desordenado cabello cenizo, ahora que él había estaba apoyando el rostro en su hombro. Otro sollozo le rasgó la garganta cuando prácticamente boqueó por aire y se hizo pequeña en aquel abrazo.

    Solo quería llorar.

    Llorar.

    Y llorar.

    Allí entre sus brazos, hasta que el mundo volviese a tener forma.

    —Perdóname —murmuró aún entre sollozos—. Perdona, no debería… no tendrías que ver esto. Soy un maldito desastre.

    La máscara, hecha trizas, había quedado a mitad del pasillo.


    los cambios de mood que me manejo en este rol son oro porque aquí estoy, prácticamente chillando con Shiori. Dios, Hiro busca idk cinta adhesiva y pega el destrozo que es esta criatura
     
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    Yugen

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    Él mismo sentía deseos de llorar, allí en ese abrazo, cuando se suponía que estaba intentado ser un ancla. Él, que era un tosco y un huraño quería llorar como un puñetero niño. Hasta desgarrarse la garganta. Todo lo que no había llorado en su vida desde el momento en que le prometió a su madre que sería fuerte y que cuidaría de ella.

    >>No voy a dejar que el viejo te vuelva a poner una sola mano encima<<

    ¿Cuanto tiempo había pasado desde que alguien le había dicho que lo quería? ¿Lo recordaba siquiera? Incluso si así fuera ni en joda podía compararlo. Kurosawa no era una de esas malditas gyaru, era una niña con un corazón puro y sumamente frágil y él quería proteger eso. Ese corazón que ella, desinteresadamente, había depositado en sus manos confiando en que no lo rompería.

    Confiaba en él.

    Porque lo quería.

    Porque lo amaba.

    Incluso allí, hechos unos desastres emocionales en el pasillo, rotos como los niños que realmente eran, se sentía indescriptiblemente cálido. Protegido. Resguardado. Era extraño pero cálido. El cuerpo de Shiori que aún sostenían entre sus brazos como si fuese a desvanecerse si la soltaba, no dejaba de estremecerse y convulsionarse entre sollozos ahogados. Quiso decir algo, quiso poder intervenir de alguna manera, hacerla sentir mejor... pero no tenía puta idea de cómo. Subió una de sus manos de su espalda y buscó acariciarle el cabello, la cabeza, buscando calmarla torpemente.

    Mierda Shiori. Ya. Por favor, ya. Para.

    No sabía exactamente por qué estaba llorando pero la causa no era lo importante. Lo importante era que lo estaba haciendo. Lo estaba haciendo y cada uno de esos jodidos sollozos le atravesaban el pecho como dagas imbuidas en veneno. No se había dado cuenta hasta ese instante pero escucharla llorar era como si estuviesen quebrando una parte de su alma. Lenta y tortuosamente; cada sollozo era una punzada más.

    Ella que siempre parecía querer cuidar de otros. Watanabe. Él mismo.

    Ahora estaba allí, hecha pedazos, ansiando ser cuidada por alguien.

    Se apartó con suavidad cuando la escuchó hablar y hundió los dedos en su cabello negro para atraerla hacia sí. La hizo apoyarse contra su pecho.

    Tonta, deja de culparte.

    Esto no es tu culpa.

    Nada de esto lo es, Kurobaka.


    —Venga ya, ¿no lo somos todos?

    Preguntó entonces. Fue una cuestión casi al aire. Todos en ese lugar... estaban rotos de un modo u otro. Incapaces de repararse y encontrar las piezas faltantes. Perdidos, dando palos de ciego mientras buscaban la luz entre las sombras.

    Hiroki inspiró lentamente por la nariz. Estaba buscando el coraje. El valor necesario para hablar de aquello, algo que había decidido guardar dentro de sí. No sabía lo que ella pensaría cuando le hablase de su pasado, de las cosas que había hecho, de cómo sus manos estaban manchadas con la sangre de su propio padre.

    No lo sabía. Pero lo iba a hacer. Las palabras fluyeron solas antes de poder retenerlas, en un tono quedo, bajo, suficiente para que ella lo escuchase incluso entre los sollozos y el llanto.

    Todos eran unos desastres.

    Y él era uno de los mayores entre todos.

    —¿Recuerdas lo que te conté sobre mi padre?—cuestionó. Había entrecerrado los párpados y sus ojos ambarinos miraban a ninguna parte. Estaba rememorando, buceando en aquellos recuerdos turbulentos de su niñez. Había apoyado el mentón sobre la cabeza de ella y se permitió dejar un beso casto antes de seguir hablando—. Era un hijo de puta que tomaba alcohol a todas horas y siempre estaba borracho. Nos daba palizas a mi madre y a mí. Durante ocho putos años.

    Cerró los ojos.

    >>Lo maté, Kurosawa—soltó sin más. No había arrepentimiento en su voz solo un vacío plano de sentimientos—. Con catorce años le reventé la cara a golpes. Le partí los dientes, la nariz... el olor de la sangre se clavó como una daga en mi cerebro. Algo en mí se removió. No sentí lástima. No sentí nada. Tan solo fue... un inmenso alivio para mí. Mi madre dijo que teníamos que huir. Agarró todas nuestras cosas y dejamos la casa esa misma noche. Estuvimos viviendo en casa de un tío mío. Me llamaba "niño perro" porque era huraño y arisco como un perro callejero.

    Nunca había hablado de su pasado con nadie. Jamás. Por miedo, por desinterés. Qué importaba. Pero ella le había abierto las puertas de par en par y le había permitido entrar. Le había ofrecido su calor, su cariño genuino, todo lo que era.

    Aquel lobo solitario tenía un corazón frágil lleno de heridas. Heridas que empezaban a cicatrizar gracias a ella. ¿Cómo mierda no se iba a enamorar?

    >>Ese cabronazo nos daba cobijo y alimento a cambio de dinero—contó. Su mano siguió acariciando su cabeza, hablándole de sí mismo como si narrara una historia ficticia. Pero era real y aún la sentía en la piel. Los golpes aún quemaban—. Mi madre no tenía trabajo así que tuvo que buscarse la vida como pudo. Yo... empecé a robar por esa época. No soportaba ver a mi madre pasando necesidad, así que solía asaltar a la gente con una navaja. Lográbamos algo de dinero, pagábamos y pasábamos los días. Pero un día mi madre cayó gravemente enferma. Mi tío dijo que era a causa de los golpes que le había dado mi viejo.

    Sus emociones estuvieron a punto de desbordarse en ese instante cuando lo recordó y sintió volver a revivir cada instante, grabado a fuego en cada una de sus células. El vacío en su pecho, la ira creciente burbujeando en sus venas. El odio. La rabia rota se filtró en sus palabras y apretó los dientes para no dejarla salir.

    —Shiori. Mi madre estuvo embarazada—le dijo ronco—. Y el cerdo desgraciado de mi padre la golpeó hasta que lo perdió porque no quería más bocas que alimentar. Decía que era una coneja, que solo sabía parir niños y que todos le salían mal. No quería tener más perros en casa.

    >>Mi madre falleció una mañana de Enero. Había nevado y yo había vuelto de la calle. Había encontrado un cachorro pequeño abandonado en una caja y quería enseñárselo a mi madre. Mi tío me echó a la calle. Dijo que me largara y jamás volviera, que iba a llamar a la policía y culparme además de su muerte. De modo que me fui.

    Joder.

    >>He estado ganándome la vida como he podido desde entonces. Viviendo aquí y allí, juntándome con malas compañías, ganando mala fama como pandillero. El perro-lobo de Shibuya.

    >>Si alguien es un desastre aquí soy yo—admitió finalmente. Su voz sonó más áspera, resentida consigo mismo. Pasó saliva con dificultad—. Soy un asesino. El hijo de un monstruo. Si aún sabiendo esto quieres seguir conmigo...—sintió un nudo en la garganta y levantando la cabeza se echó el antebrazo sobre el rostro sintiendo sus ojos arder. Apretó los labios. Repentinamente tenía miedo. Estaba cagado— joder.

    ¿Y si ahora la perdía?

    Puto imbécil.
     
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    Zireael

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    Perdón por el tochazo dios mío i can't help myself
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    Cada movimiento que realizó después solo siguió recordándole que nadie había hecho nada de eso en tanto tiempo que era incapaz de recordarlo, incapaz de recordar lo que era el tacto de otra persona, y mucho menos podía recordar el tacto de su hermano.
    Era posible que no pudiese recordar tampoco su rostro si no fuese porque lo veía cada mañana en el espejo, porque a pesar de la diferencia de edad habían sido siempre dos gotas de agua.

    Estaba rodeada de fuego, había creado una cerca de llamas que le lamían la piel insistentemente, impidiéndole desfallecer, impidiéndole sentir el frío que había dentro de su cuerpo, evaporando las lágrimas de forma que no pudiese flaquear nunca.

    Cuidar.

    Cuidar.

    Cuidar hasta que no quedara nada de sí.

    Cuidar como lo hubiese hecho él.
    Ella misma se había prohibido la liberación de llorar a Kaoru Kurosawa, se había privado de ser una niña, de ser una adolescente, y se había forzado a actuar como una adulta, a arrojarse en la trinchera a la que cayeron sus padres y sacarlos, antes de que no fuesen más que cadáveres también.

    Había fracturado su propia psique con tal de lograrlo.

    El terror tenía ese poder.

    Dejó a la Shiori vulnerable, la que era capaz de sentir, dentro de una burbuja antes de cercarla con llamas, antes de levantar el rostro de su hermano del pavimento oscuro, de la sangre y los huesos rotos.

    Se dejó hacer de nuevo, lo dejó atraerla a su pecho y ocultarla del mundo que era realmente helado, inhóspito y aterrador. Siguió llorando, sin más remedio, porque ya no lograba encontrar la llave para cerrar el grifo.

    Lo siento.

    Perdón.

    Nadie tenía que ver esto.

    Nadie.

    Ni siquiera yo misma.

    Sácame de aquí, de este maldito pantano negro.

    Ayúdame, por lo que más quieras.

    "Venga ya, ¿no lo somos todos?".

    Esa sola sentencia al aire le arrojó la imagen de Katrina Akaisa a la mente, con sus pintas de roquera, el tinte, el humo y el fuego perenne. La arrojó después a Nagi Watanabe, un manojo de nervios; a Altan Sonnen, su mente cuadrada, a su violencia y al amor no correspondido; a sus propios padres, a los que casi había tenido que forzar a comer y asearse.
    Le arrojó también la imagen de él, que la sostenía en brazos ahora, del brusco e idiota social que era y por qué.

    Estaban todos rotos, hechos trizas.

    Asintió apenas cuando lo escuchó preguntarle si recordaba lo que le había contado la mañana anterior. De alguna forma logró acallar sus sollozos para poder escucharlo, para prestarle atención a lo que estaba contándole.

    Borracho de mierda.

    Agresor.

    Apaleando a su esposa y a su hijo.

    Quizás más que nunca entendió la violencia que movía a los tres huraños por excelencia que la rodeaban, entendió por qué querían destrozarlo todo, quemar lo que tuvieran al alcance. Destrozar, morder, fracturar.

    De nuevo el rojo.

    Ira.

    Reaccionó, sin embargo, rodeándolo con los brazos por fin, con fuerza. Presionó su ropa entre sus puños.
    Otro sollozo involuntario brotó de su boca, porque otra emoción se había sumado a las que ya de por sí erráticas alimentaban su llanto inconsolable.

    "Lo maté, Kurosawa".

    Alivio.

    Aflojó el agarre, como si aquella sentencia terrible y ciertamente monstruosa le hubiese sacado la estaca del pecho.

    Huraño.

    Como perro callejero.

    Robo.

    Madre enferma.

    Por los golpes del cerdo.

    Embarazada.

    Pérdida.

    Muerta.

    El cachorro.

    Ike.

    A la calle, como si fuese un desecho.

    Perro-lobo de Shibuya.

    Asesino.

    Hijo de un monstruo.

    Una a una las palabras hilaron la imagen que tenía de Hiroki, uniendo los fragmentos incomprensibles, las reacciones, el porqué la había evitado y por qué insistía en que era uno de los desechos sociales a los que ella se acercaba.

    ¿Podía culparlo realmente, por matar al viejo en defensa de su madre y propia?

    No.

    No podía culparlo por nada.

    Ella no era así.

    En el fondo, Shiori era una versión desviada de la madre loba, Jezebel Vólkov.

    ¿Qué era en realidad, debajo de la fachada de kitsune y ave lira?

    Un fénix.

    Cada palabra había hecho también que la presa sin contención, se cerrara gradualmente, había hecho que el llanto mermara, que fuese desapareciendo hasta que prácticamente se detuvo del todo.

    Levanta, Shiori.

    Tienes cosas que hacer.

    Tienes que cuidar de alguien ahora mismo.

    Recoge las cenizas empapadas y ármate una vez más.

    Se separó de él con cuidado mientras se secaba las mejillas con las mangas del uniforme de nuevo. Extendió la mano tomando su antebrazo, haciendo que lo retirara de su rostro.

    —Mírame. —Era una de sus órdenes, esas que daba con esa voz cálida y amorosa. Cuando encontró sus ojos irritados por el llanto le sonrió a pesar de todo—. ¿Qué te dije el otro día? Soy rara, no mentirosa.

    Tomó su rostro entre sus manos, acariciando sus mejillas con mimo, sabía que tenía las manos frías, lo sentía, pero necesitaba tocarlo aún así. Demostrarle que estaba allí.
    Sus emociones rebotaron de ella a él como un telescopio reflector, regresándole una imagen.

    Estaba cagado hasta las patas, ¿no? Claro que sí.

    No era más que un niño aterrado.

    —Te hice una promesa, ¿o no? —Detalló sus facciones, la mirada ámbar, las cejas claras, las hebras cenizas que caían sobre su frente. Se arrodilló para poder estirarse y dejar un beso delicado entre el flequillo desordenado—. No iré a ninguna parte y voy a demostrarte quién eres.

    Soltó su rostro suavemente, para colocar la mano izquierda sobre su pecho.

    >>Aquí dentro. No importa si tengo que quemarlo todo para que te des cuenta de que eres mucho más que lo que hicieron contigo.

    Estaba loca, ¿no?

    Por supuesto.

    Había logrado levantar sus fragmentos para unirlos, aunque fuese a medias, y ofrecerle sostén. Para hacer las veces un pilar, para intentar eliminar el terror ajeno. No importaba si le había arrancado la máscara, si había quedado hecha añicos en el pasillo, si había llorado como una niña desconsolada.
    Al final del día, las cualidades que había absorbido de la máscara nunca la dejarían del todo, eran una parte de sí.

    Proteger.

    Era lo que pretendía hacer siempre.

    Lo abrazó de nuevo, atrayéndolo hacia sí, envolviéndolo con fuerza entre sus brazos. Era tibio y reconfortante. Inhaló aire de forma algo entrecortada todavía, para luego cerrar los ojos.

    —¿Supongo que somos unos malditos perdedores? —preguntó casi al aire, dejando salir una risa apagada—. Mi hermano quedó estampado en la calle una tarde, un auto se lo llevó por delante, me hubiese llevado a mí pero él me lanzó hacia atrás. La sangre apesta, ¿no es cierto? Huele a hierro, a culpa, a confusión y muerte. También brilla como una serie de luces navideñas.

    Tragó grueso, probando las palabras que no había dicho nunca. No era una confesión de pecados, estaba confesando sus horrores, eso que la ataban y la encerraban tras gruesas murallas.

    >>No recuerdo haberlo llorado, ¿sabes? Ni en el cementerio, ni en casa, ni en la más absoluta soledad. Mis padres dejaron de existir por rebote y tuve que cuidarlos para que no acabaran convertidos en cadáveres secados por la tristeza. Supongo… —Hundió el rostro en su hombro—, que por eso me da miedo sentir cualquier cosa. Me da terror porque siento que terminaré consumida de esa manera. Y quizás, en el fondo, siempre pensé que yo era la que tenía que haber muerto. Es un pensamiento horrible, nadie tiene que decírmelo, lo sé bien. Debí morir yo y él debió quedar vivo, quizás les hubiese dolido menos y hubiesen podido seguir con su ayuda. ¿Qué se supone que son los niños que cuidan a sus padres? ¿Qué son los que fracasan? ¿Qué se supone que hagamos que no sea imponernos sobre otros?

    Preguntas al aire, ambas, las hacía porque no necesitaban una respuesta directa, se respondían solas. Él sabría responderlas porque también era un chiquillo perdido, mucho más hundido sin duda, pero allí estaba ella, arrojando el salvavidas. Encendiendo cara faro, cada luz en la carretera, colocando ojos de gato en las curvas cerradas.

    Shiori.

    Marca.

    Guía.

    Si tenía que arrastrarlo desde las profundidades iba a hacerlo, aunque tuviese que arrojarse de cabeza en el pantano negro.

    Era esa estúpida.

    Volvió a separarse y sin permitirle reaccionar, tomó la caja que le había dado y que él había dejado a un lado para brindarle su atención, prácticamente se la estampó contra el pecho.

    —Ahora vas a comer, porque no pienso dejar que el estúpido que me gusta no almuerce en el receso. —Se estiró de nuevo hacia Hiroki y le estampó un beso fugaz en los labios, para luego volver a recostarse en la pared.

    Qué desastre.

    Pero podían intentar arreglarse, ¿no? No era demasiado tarde.
     
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  17.  
    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Concedió el hecho de contar los segundos que tardaba en movilizarse de un escalón al otro, siendo en promedio de dos a cinco, dependiendo si era el descanso a mitad de la escalera o el despliegue de una grada a otra, sin perder aún así la atención en Bleke, tratando de que su condición no representara el movimiento tardío de sus piernas, ya que sino mal recordaba su acompañante no compartía el tercer piso de clases.

    Se disculparía por ello.

    Le prepararía algún pastel cuando descubriera qué sabor le gustaba Bleke.

    —Sí —respondió sin poder contener una sonrisa nerviosa al recordar cómo ella se le pegó en el receso, sin su autorización—. Natsu disfruta de la literatura, aunque desconozco si desea unirse al club, como yo —murmuró como si se replanteara la idea—, ¿Jez? —comenzó a buscar aquel nombre en su cabeza, recordando aquella voz gentil y animosa en la cafetería.

    ¿Estaba confundida?

    Quizá por tantas voces hablando al mismo tiempo...

    —Creo que yo la conozco —divagó dudosa, pasando por alto el hecho de si Gotho la conocía desde antes, o desde la vista al club.

    No era común que él se acercara a chicas desconocidas.

    —¿Expresionistas? —paladeó como si un nuevo término se hiciera cupo en su cerebro, riendo también algo apenada al no poder seguir el ritmo de la conversación, dándose cuenta que había llegado al pasillo del tercer piso.

    El salón 3-2 martilló en su cabeza.

    Sonnen.

    No sé inmutó al procurar mantener aquella aura de paz, recordando que su salón era el primero en el pasillo. Ese hombre podía verla al pasar por la ventana del salón, a diferencia de ella que no podría verlo jamás.

    —Gracias —volvió a decir con suma sinceridad.

    Por traerme hasta aquí.

    Por ayudarme.

    Por preguntar
    .

    —¿P-puedo ser un poco atrevida... Y pedirte tu número c-celular? —buscó en el bolsillo de su falda y extendió su teléfono que traía colgado un llavero de un pequeño cuervo.

    Estaba configurado para funcionar por voz, sin embargo estaba bloqueado.

    —La contraseña son tres toques en la pantalla —murmuró con el rostro ardiéndole.

    Nunca, nunca había pedido el número de una persona, encontrándose ahora con el corazón en la mano, con temor al rechazo.
     
    Última edición: 3 Septiembre 2020
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Asintió, echando un vistazo a su alrededor cuando Violet le confirmó que era amiga de aquel muchacho; esperaba, quizá, identificarlo entre los alumnos que iban y venían, pero no parecía andar por allí todavía.

    —Jez es una integrante del club de lectura —aclaró, volviendo su atención a la chica—, y estaba hoy en la biblioteca. Puede que la recuerdes de ahí. Como sea, si te nos unes ya confirmarás tus sospechas. —Le sonrió—. Tienes un oído increíble, ¿verdad?

    Se preguntó cómo sonaría su voz para alguien que la audición era fundamental. ¿Identificaría variaciones que los demás no? ¿Podría distinguir notas, ritmos, vibraciones especiales? Puede que, incluso, lo hiciera sin ser consciente de ello.

    ¿Violet encontraría algo particular en su voz? ¿O sería tan monocorde e intransigente como sonaba a sus oídos?

    Los ojos de Bleke fueron abriéndose progresivamente a medida que el pedido de Balaam cobraba forma y realidad, bajó la mirada al móvil frente a ella y lo tomó casi por reflejo.

    —Claro —accedió, algo pasmada aún, y desbloqueó el aparato como Violet le había indicado; el llavero de cuervo no se le pasó desapercibido y le robó una pequeña sonrisa bastante triste—. A mi prima le fascinan los cuervos. Tiene, de hecho, uno de mascota.

    Buscó su mano con suavidad para devolverle el móvil, una vez hubo agendado su número, y presionó apenas su hombro para indicarle hacia dónde se encontraba la entrada de la 3-1.

    —Bueno, aquí estamos, Balaam-san. Yo volveré a mi aula. Mucha suerte y, si quieres, puedes pasarte por la biblioteca cuando las clases acaben. Te presentaré a las chicas. Cualquier cosa tienes mi número.

    Giró sobre sus talones, entonces, y se alejó unos cuantos metros antes de detenerse para corroborar que Violet no tuviera problemas para entrar y encontrar su pupitre. Luego, ya tranquila, se marchó con pasos amortiguados.

    Había logrado convencer a Amery para unirse a su campaña, pero también su padre le había mentido y ahora, esta chica. Esta pequeña y frágil chica que le recordaba demasiadas cosas que prefería mantener ocultas.

    La niña del callejón.

    Ophelia.


    Le recordaba muchas cosas desagradables y, aún así, se aferró a su mano y su corazón se detuvo un segundo en tristeza cuando tuvo que dejarla sola. Desprotegida. Suspiró, manteniendo la compostura, y se dispuso a volver a clases.
     
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  19.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Había estado por llorar como un puñetero crío. Podía sentir el ardor de sus ojos, el nudo en la garganta mientras se permitía, por primera vez, hablar de su pasado con alguien. Remover en las cenizas, en la mierda y traer de vuelta aquello que estaba mal, lo que lo había empezado todo. Jamás lo había hecho. Se había forzado a ser fuerte, a levantarse y lamerse las heridas como un perro callejero. Había recogido los trozos dispersos de sí mismo y había seguido adelante a pesar de que le faltaban piezas. De que el olor a óxido de la sangre seguía perforándole el cerebro y la imagen del rostro desfigurado de su padre y el semblante en completo shock de su madre seguía persiguiéndolo en sus pesadillas.

    Pero allí estaba. Aún vivo.


    Cuando había vivido la violencia desde que era un niño.

    Cuando había tenido que curar las heridas y golpes de su propia madre.

    Cuando había vivido en el dolor y en el miedo y en la incertidumbre de no saber si el día siguiente sería el último. El miedo era una herramienta de doble filo, capaz de cortar con la precisión de un bisturí quirúrgico. Existía para que sobrevivieras, una emoción tan primitiva y animal como el deseo o el hambre. Pero a la vez podía paralizarte, congelarte y convertirte en una mera marioneta a merced de las circunstancias.

    Era una puta mierda.

    Hiroki no había querido ser más un esclavo del miedo. Por eso había acabado con él.

    Con el monstruo.

    Un día cualquiera había decidido dejar de llorar. Se había secado las lágrimas a pesar de los moratones en su piel y había decidido estar ahí para su madre. Cuando no era más que un niño enclenque y débil. Para cuidarla y protegerla.

    Proteger.


    Proteger.

    Y proteger.

    Morder y desgarrar, arañar y romper.

    Él y Kurosawa no eran tan diferentes.

    Ella quería cuidar.

    Él quería proteger.
    Y se habían encontrado por meros azares del destino encajando como las piezas de un rompecabezas. Contuvo un sollozo bajo, entre dientes y al sentir el tacto cálido de los dedos de Shiori sobre el brazo que se había echado sobre los ojos se tensó, aterrado como un niño. Empuñó los dedos y apretó el brazo contra sí. No quería ver su rostro o su expresión, no quería ver la decepción o el miedo en los ojos de ella ni sentir como había terminado mandándolo todo a la mierda. Sin embargo, fue un breve segundo. Un mero instante, en que sus palabras calaron en él, en el que le pidió mirarla cuando generalmente rehuía ese gesto. Joder, no podía luchar contra ella.

    No así.

    Cuando se había desnudado tanto física como emocionalmente en un periodo de tiempo tan corto. Cuando la había visto llorar, romperse en pedazos frente a sí y eso había terminado quebrándolo a él. Cuando había buscado protegerla del dolor de sus propias emociones.

    Protegerla.

    Como ella quería cuidar de él.

    Se dejó hacer, con la respiración agitada por la ansiedad, con los ojos enrojecidos y vidriosos. Asustado. Aterrado. Si fuese realmente un perro probablemente hubiese lloriqueado, quejumbroso. Sin embargo, al encontrar su mirada, al toparse nuevamente con el atardecer de sus orbes no vio reproche, miedo ni arrepentimiento. No vio ninguna emoción negativa, nada que indicase que aquella confesión había cambiado algo entre ellos. Solo un inmenso cariño y amor que casi desbordaba. Esa ternura que se le antojaba ajena, distante e incomprensible. Y esa sonrisa cálida que parecía alejar todos los problemas, lanzarlos lejos, y el fuego acogedor de la hoguera volvía a calentar al lobo. Ese que se había acercado para evitar pasar frío en las noches oscuras y gélidas.

    Ese pequeño torpe y huraño cachorro.

    Sorbió por la nariz cuando ella apoyó las manos en sus mejillas, el tacto cálido le tensó los músculos como si buscara huir pero fue incapaz de dejar de mirarla. Incluso si aún tenía miedo, si quería llorar como un niño hasta quedarse sin voz, si se sentía tan vulnerable como el crío que alguna vez fue. Que aún seguía siendo.

    >>No voy a dejarte solo<<

    >>Y voy a demostrarte quien eres<<

    La pregunta rebotó en su cabeza nuevamente, después de mucho tiempo, cuando ella lo atrajo hacia así y lo rodeó con sus brazos cálidos. ¿Quién buscaba resguardar ahora del mundo a quién? El mero impulso le hizo soltar un sollozo bajo y se abrazó y se apretó a ella, hundiendo el rostro en su hombro como el niño aterrado de las tormentas, como el crío enclenque y asustadizo que había tenido que renunciar a su infancia y crecer antes de tiempo.

    Joder Shiori.

    ¿Qué ha hecho un imbécil como yo para merecerte?

    La escuchó. Por supuesto que lo hizo. Todas y cada una de sus palabras. Todas y cada una de las razones que la habían convertido en la persona que era. La muerte de su hermano, su cuerpo aplastado bajo los neumáticos de un coche. Por salvarla. Y ella, poco menos que una niña, teniendo que renunciar a todo por evitar que sus padres rotos y deshechos por el dolor de la pérdida se convirtieran también en cadáveres.

    Había tenido que ser fuerte. Había sido forzada a hacerlo para no perder a nadie más. Recomponerse. Y forzarse a dejar de ser una niña. A disfrutar de una infancia normal, a abandonar los juegos y las rosas. Exactamente igual que como lo había hecho él.

    Rodeó su espalda con sus brazos, de forma dubitativa en un principio pero después afianzó el agarre, el abrazo, en un intento bastante torpe por consolarla. No sabía qué mierda decirle. Ni qué mierda hacer. Porque él protegía, no era un eterno cuidador. Era hosco, brusco y torpe. No obstante, quería demostrarle que estaba allí. Que estaría allí como un perro fiel, que tampoco iba a dejarla sola pasase lo que pasase. Que no la iba a dejar morir incluso si ella había dicho desear hacerlo, si el dolor y la impotencia se habían colado en su ser, si estaba hecha pedazos en el piso.

    Iba a estar allí para ella.

    Protegerla.

    Protegerla.

    Y protegerla.

    Sin importar qué.

    Las piezas rotas de ambos parecían encajar y complementarse. Eran tan distintos pero a la vez tan similares que aunque no creía una mierda en el destino, aquello debía haber sido un encuentro de esos predestinados. Esos que tanto hacían alarde novelas y películas. Esos que eran genuinos y duraban varias vidas.

    La caja de bento sobre su pecho le hizo soltar una risa por la nariz a pesar de que aún tenía los ojos enrojecidos. A pesar de que aún sentía el peso en su pecho y el nudo en su garganta. Y ya no sabía si quería llorar por su pasado, por el de ella, o si por el contrario eso que burbujeaba dentro de sí ahora era felicidad. Esa felicidad que le había resultado imposible de alcanzar, distante y onírica. Después de tanto, tantísimo tiempo... tenía a alguien.

    Tenía a alguien a su lado que lo quería de verdad.

    ¿Era un puto sueño acaso?

    —Come tú también, Shiori—le dijo recompóniendose. Su voz áspera se escuchó cálida y suave, algo ronca por el nudo que aún sentía en la garganta. Abrió la caja del bento que él le había preparado y se le dejó sobre el regazo. Le revolvió el flequillo oscuro con una mano—. No pienso dejar que la tonta que me gusta se muera de hambre.

    Se apoyó en la pared y flexionando una rodilla empezó a comer lo que ella le había preparado. Ambos apenas habían dormido a pesar de todo solo por cocinarle el almuerzo al otro. ¿Estaban compitiendo acaso?

    >>El estúpido que me gusta<<

    Sus palabras rebotaron en su cerebro nuevamente, cálidas y extendió los labios en una sonrisa idiota cuando ella no pudo verlo. Una sonrisa de verdad, una agradecida.

    Eran unos malditos perdedores. Pero mientras se tuviesen el uno al otro... no estarían perdidos del todo.
     
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  20.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Nunca se había planteado la posibilidad de verlo así, a él que prácticamente le gruñía a todo el que se le acercaba, que se negaba a abrirse como un genuino gato arisco, que se cerraba sobre sí mismo con tal de pretender no ser alcanzado por nadie.

    La pregunta era, ¿alguien había intentado alcanzarlo siquiera? ¿Alguien había intentado darle calor, brindarle un hogar, recordarle que había mucho más dentro de sí? El mundo podía ser frío, aterrador y confuso, pero también había en él una inmensa calidez, la existencia de personas como Kaoru Kurosawa lo confirmaban. ¿Alguien se había molestado en enseñarle ese lado del mundo?

    Claro que no.

    Nadie le había brindado un espacio donde pudiera permitirse sentir miedo, donde pudiese comportarse como el niño que era realmente, ahora que ella se había quebrado lo había arrastrado consigo y había sentido todo el terror que había encapsulado durante años.

    Arrojó más madera al fuego, aumentando la calidez de las llamas. Ella era la fogata, era la madera consumida que repiqueteaba como un arrullo, y él era el lobo solitario que había decidido que era mejor acercarse al fuego humano que morir en manos del frío.

    Cuando lo escuchó sorber por la nariz como un chiquillo deseó decírselo, que podía llorar si quería, que estaba bien, y que ella no lo soltaría jamás, pero guardó silencio. Él lo sabía, debía saberlo en el fondo de sí, que con ella podía ser quien era realmente.

    Le acarició la espalda con mimo al escuchar aquel sollozo quedo. Era un jodido armario empotrado, era alto y todo el mundo siempre parecía pequeño a su lado, pero en ese momento, cuando había visto sus ojos cristalizarse y había entendido lo aterrado que estaba, se le antojó diminuto. Tan pequeño como la misma Katrina, tan delgado y perdido.

    Las palabras escaparon de sus labios sin permiso, mientras se mecía suavemente de adelante hacia atrás, casi como si buscara consolarlo.

    Te cuidaré, mi niño. Te lo prometo. Te cuidaré de todo.

    Cuando afianzó el agarre en torno a su cuerpo entendió todo sin que dijera una sola palabra. Ese solo gesto fue una afirmación tácita, silenciosa, de que iba a cuidarla.

    Que no quería dejarla morir como ella pensaba que debía haber hecho.

    Sonrió, allí envolviéndolo en sus brazos. No había forma de que muriera, de que una emoción la aplastara, no podía morir en tanto tuviera personas a las que cuidar.

    Sus padres.

    Nagi Watanabe.

    Él.

    Siempre él.

    Su cachorro aterrado.

    Lo cuidaría a toda costa, así tuviera que destrozar, quemar y fracturar.


    Cuando se separó de ella, abrió la caja de bento y se la colocó en el regazo antes de revolverle el flequillo sintió de nuevo aquellas ganas inmensas de llorar como una niña.


    “La tonta que me gusta”.


    No pudo evitarlo, sonrió como una absoluta estúpida y sintió que los ojos se le cristalizaban, aunque no derramó más lágrimas. Era la sonrisa más genuina y aliviada que se había permitido en años.

    —Ya, ya~ no tendrás que repetírmelo —dijo junto a una risa suave, sorbiendo por la nariz una última vez—. Gracias, Hiro.

    Tomó el bento y se lo empezó a zampar como el día anterior, con aquel aire posesivo. Porque él lo había preparado para ella.
    En algún punto se detuvo unos instantes, para acercarse a Hiroki hasta que sus brazos se juntaron. Echó la cabeza sobre su hombro, casi acurrucándose.

    >>Dios, te amo. Recuérdalo, ¿sí?

    Lo había dicho en un murmuro tan bajo que hasta a ella le había costado escucharse.

    Ah, seguro se quedaría dormida en clases de nuevo y luego al llegar a casa echaría una siesta de las buenas, antes de despertarse para preparar la cena.

    Debería… ¿Invitarlo a comer un día? Alguno que no estuvieran sus padres, podía prepararle la comida que se le antojara.

    Era una absoluta idiota. Quería consentirlo como a un niño.


    Gracias por tanto y perdón por tanto poco (? Ya no salió tan tocho pero im w e a k
    Fin de este primer arco de softness *sobs*
     
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