Colectivo Paper Heart

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Kai, 19 Febrero 2014.

  1.  
    Kai

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    Título:
    Paper Heart
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    1
     
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    20071
    Paper Heart
    • Paper Heart

    • En un lugar remoto de Inglaterra, tras las paredes de la Institución Mental Heartfeels se esconde un secreto. Hay gritos que no se detienen durante la noche, y en el sótano ningún paciente tiene acceso. Por error han entrado, pero nunca más se les vio.


      Estas personas crean lazos, y llegan allí por azares del “destino”.


      Un grupo pacientes, serán los primeros en tratar de hacer algo. La Institución no les ha ayudado porque simplemente no lo desea, estas personas están lastimadas, llorando en silencio, y si nadie más los ayuda, les tocará hacerlo entre ellos mismos.


      Tristemente poco a poco van desapareciendo, tal y como siempre sucede y ya a todos les es indiferente. ¿Acaso la enfermera Rudy, amable hasta en los peores días sabrá de esto?, ¿o el extraño Señor Russër, dueño de Heartfeels?, ¿a los guardias los tendrán al tanto, a los cuidadores?, ¿o simplemente hay algo detrás de todo ello, de ellos, algo secreto?

    • 1. Al llenar la ficha no digan por qué o el cómo llegaron a Heartfeels. Eso se deja para la introducción.


      2. De acuerdo a lo primero, tampoco que se diga la condición que poseen para estar en un lugar así, eso se decide por privado, así mismo se decide por el orden en que se dejen las fichas.


      3. Me es indiferente si su personaje es hombre o es mujer, si al final están parejos o no. Ya que después de todo lo principal no es el romance, si se da, no hay problema.


      4. He colocado “Rasgos de su Personalidad” en la ficha por el simple motivo que si coloco características psicológicas deberían de tocar el tema de lo que les llevó a Heartfeels, algo que no se debe tocar en público. Sólo perfilen levemente el cómo es como persona, de todas formas dejaré yo mi ficha para que se den la idea de cómo eludir aquello.


      5. El secreto tras la Institución lo podemos decidir entre todos, no veo por qué no. Aunque ya la idea la tengo, aun así, todo se modifica según se va escribiendo, ésa es la magia de los colectivos.


      6. Por si desean ir informándose de los síntomas de las enfermedades sin leer tanto, pueden ver aquí: http:*//www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/ency/article/000939.htm [Copien y peguen y quiten el asterisco]

    • Nombre del fic: Paper Heart

      - Fandom/Original: Original

      - Número de fichas que necesitarán: 6 cupos, incluyéndome.

      -Género: Drama/Suspenso/Amistad (Si se da romance no puedo evitarlo, pero no lo deseo)
      -Cada cuanto tiempo pretendes dejar continuación: De dos a dos y medias semanas como máximo.




    • Nombre:

      Género:

      Orígenes:

      Características físicas (incluyendo edad):

      Rasgos de su Personalidad:

      Gustos y disgustos:

      Extras:

    • Giuseppe Vitorio Girolla /Víctor


    • Orígenes: Es de Inglaterra, pero sus padres son italianos. Su vida ha sido buena, común. Hay cosas que simplemente se le hacen borrosas y prefiere ni mencionarlas.


      Características físicas (incluyendo edad):
      Tiene 24 años, recién graduado de leyes. Su característica más resaltante son sus ojos azules, y grisáceos cuando les incide la luz del Sol. Es de contextura delgada le gusta vestir con ropa de clase. Ama tener siempre una camisa manga larga puesta. El uso de jean es cotidiano para él. Su cabello negro-azul lo tiene semi corto, desordenado. Mide un aproximado de un metro con setenta y cinco centímetros (1,75). Se le hace un hoyuelo del lado izquierdo al sonreír.

      Rasgos de su Personalidad:
      A pesar de tener sangre italiana por sus venas es todo un joven inglés. Su educación fue simple quizás, no en un sitio de prestigio, pero siempre valorando las buenas costumbres. A pesar de esto, posee ideales fuertes que defiende siempre y cuando no requieran demasiado tiempo de él, por ello se exaspera rápido y así mismo le es divertido tener ciertos problemas con la autoridad, simplemente por llevar la contraria.


      Cuando se encariña con alguien y le coge aprecio, es difícil que no esté bromeando constantemente, que las bromas estén basadas en extrema confianza. Haría algún disparate sin pensarlo mucho, solo si ha descansado lo suficiente y está de buen humor. Hay días negros para él, serían básicamente: No me hables o te arranco una oreja. Suelen ser contados, y cuando ocurre se encierra.


      No es agresivo, para nada. La violencia no forma parte de su día a día ni mucho menos. Situaciones que requieran el empleo de violencia lo van a alterar, temblará, muchas veces se quedará estático, pero si es en defensa de alguien quien quiere no dudará en actuar, aunque el posible que pasado el acontecimiento entre en shock. Es una persona voluble en esos aspectos, no es valiente, no de esos que se lanzan a una aventura, les teme, lo agustian, le es molesto. Una cosa es estar metido en problemas por una broma, otra muy distinta jugar con la integridad propia y de otros, lo pone de mal humor y le hace sentir inquieto, inseguro. Claro, hasta que se harta.


      Cree en la justicia, aunque a veces las leyes sean demasiado estrictas busca la manera de flexibilizarlas, ya que aboga que: “Lo justo no es siempre lo correcto”. Algún acto que le moleste, simplemente hará lo que deba de hacer, así el problema no sea suyo.


      Sonriente, hace muecas, se disgusta, puede ser infantil, insistente, irritante. Todo en uno.


      Gustos y disgustos:


      -Adora la música clásica, no comprende el arte de las pinturas por más que trate.


      -Detesta que pronuncien mal su nombre, por ello prefiere que le digan Víctor.


      -Le fascina la comida, pero el flojo para hacerla.


      -Le gusta dormir hasta las doce de la mañana.


      -Es un chico ordenado en extremo.


      -Detesta no tener la razón, así no tiene nada que argumentar, igualmente debate lo que le parece, así termine discutiendo.


      -No le interesa una relación con nadie realmente, no sufre por amor, y duda hacerlo alguna vez.


      Extras:
      De pequeño tuvo un perro de nombre Arthur, este murió y desde entonces no ha tenido mascotas, incluso oír el nombre le da escalofríos. No sufre de ninguna alergia, pero quisiera hacerlo, simple curiosidad.



    • Giuseppe Vitorio Girolla /Víctor


      Orígenes: Es de Inglaterra, pero sus padres son italianos. Su vida ha sido buena, común. Hay cosas que simplemente se le hacen borrosas y prefiere ni mencionarlas.


      Características físicas (incluyendo edad):
      Tiene 24 años, recién graduado de leyes. Su característica más resaltante son sus ojos azules, y grisáceos cuando les incide la luz del Sol. Es de contextura delgada le gusta vestir con ropa de clase. Ama tener siempre una camisa manga larga puesta. El uso de jean es cotidiano para él. Su cabello negro-azul lo tiene semi corto, desordenado. Mide un aproximado de un metro con setenta y cinco centímetros (1,75). Se le hace un hoyuelo del lado izquierdo al sonreír.

      Rasgos de su Personalidad:
      A pesar de tener sangre italiana por sus venas es todo un joven inglés. Su educación fue simple quizás, no en un sitio de prestigio, pero siempre valorando las buenas costumbres. A pesar de esto, posee ideales fuertes que defiende siempre y cuando no requieran demasiado tiempo de él, por ello se exaspera rápido y así mismo le es divertido tener ciertos problemas con la autoridad, simplemente por llevar la contraria.


      Cuando se encariña con alguien y le coge aprecio, es difícil que no esté bromeando constantemente, que las bromas estén basadas en extrema confianza. Haría algún disparate sin pensarlo mucho, solo si ha descansado lo suficiente y está de buen humor. Hay días negros para él, serían básicamente: No me hables o te arranco una oreja. Suelen ser contados, y cuando ocurre se encierra.


      No es agresivo, para nada. La violencia no forma parte de su día a día ni mucho menos. Situaciones que requieran el empleo de violencia lo van a alterar, temblará, muchas veces se quedará estático, pero si es en defensa de alguien quien quiere no dudará en actuar, aunque el posible que pasado el acontecimiento entre en shock. Es una persona voluble en esos aspectos, no es valiente, no de esos que se lanzan a una aventura, les teme, lo agustian, le es molesto. Una cosa es estar metido en problemas por una broma, otra muy distinta jugar con la integridad propia y de otros, lo pone de mal humor y le hace sentir inquieto, inseguro. Claro, hasta que se harta.


      Cree en la justicia, aunque a veces las leyes sean demasiado estrictas busca la manera de flexibilizarlas, ya que aboga que: “Lo justo no es siempre lo correcto”. Algún acto que le moleste, simplemente hará lo que deba de hacer, así el problema no sea suyo.


      Sonriente, hace muecas, se disgusta, puede ser infantil, insistente, irritante. Todo en uno.


      Gustos y disgustos:


      -Adora la música clásica, no comprende el arte de las pinturas por más que trate.


      -Detesta que pronuncien mal su nombre, por ello prefiere que le digan Víctor.


      -Le fascina la comida, pero el flojo para hacerla.


      -Le gusta dormir hasta las doce de la mañana.


      -Es un chico ordenado en extremo.


      -Detesta no tener la razón, así no tiene nada que argumentar, igualmente debate lo que le parece, así termine discutiendo.


      -No le interesa una relación con nadie realmente, no sufre por amor, y duda hacerlo alguna vez.


      Extras:
      De pequeño tuvo un perro de nombre Arthur, este murió y desde entonces no ha tenido mascotas, incluso oír el nombre le da escalofríos. No sufre de ninguna alergia, pero quisiera hacerlo, simple curiosidad.

    • Verónica Müller.


      Género: Mujer.


      Orígenes: Vive en Inglaterra, pero es de origen Alemán. Ha tenido una buena vida, no puede quejarse de ello.


      Características físicas (Incluyendo la edad): Tiene veintidós años (22), recién graduada de medicina. Su característica más resaltante es su piel blanca bien cuidada, como la porcelana, haciendo contraste con sus hermosos ojos verdes con cierto toque grisáceo. Es delgada pero con buena contextura. Le gusta vestir la mayoría de las veces con jeans o short, la camisa que se ponga va acorde con su estado de ánimo, siempre. Posee una cabellera larga, hasta la cintura, color castaña y con ondas en las puntas. Mide aproximadamente un metro setenta (1,70). Se le hacen un hoyuelo en cada mejilla al sonreír.

      Rasgos de su personalidad: Una chica introvertida, prefiere escuchar que hablar. Le es fiel a los valores inculcados en su hogar, su familia lo es todo para ella. Es muy observadora y crítica. Algo terca, no suele ceder con facilidad. Impaciente pero tranquila y callada. Quisquillosa a la hora de comer. A pesar de que suele ser fría, es muy sensible y sentimental.


      Es de mal genio muchas veces, con una personalidad fuerte y poco tratable, hasta que te has ganado su confianza plenamente. Siendo así, Verónica se mostrará con más simpatía y soltura, siguiéndote los juegos y bromas. Tiene carácter, y suele ser muy directa, tanto en sus acciones como en su habla. Si la ofendes y quiere abofetearte, lo hará sin titubear.


      Gustos y Disgustos:


      -Adora la música, sobre todo el sonido del piano y el violín.


      -Ama la tranquilidad y el silencio. Le disgusta que la apuren o presionen.


      -Es muy organizada y de mente abierta.


      -Le obstina que le pregunten el porqué no tiene segundo nombre.


      -Prefiere tener distancia con los animales.


      -La pintura no es lo suyo, pero admira el trabajo hecho por los demás.


      -Odia los ejercicios, la comodidad siempre por delante.


      -Si la comida tiene mala pinta, seguramente ni la probará. Ama los chocolates.


      Extras: No ha experimentado una pérdida, tampoco el amor. Su pasado sigue latente. La alemana se irrita con facilidad.

    • David Widmore


      Género: Masculino


      Orígenes: Es americano, pero por motivos que prefiere no contar a casi nadie, se mudó a Inglaterra. No posee familiares vivos conocidos.


      Características físicas (incluyendo edad): Tiene 26 años y mide aproximadamente 1,83 metros. Es de cabello rubio, no tan largo, pero si espeso. Siempre se ve algo desalineado ya que no suele fijarse demasiado en su aspecto personal. Sus ojos son de un lindo color miel brillante, aunque a causa de su personalidad y su constante cansancio, suelen lucir más apagados de lo que deberían.


      Es delgado pero bien formado, suele correr por las noches por lo que su físico se mantiene. Tiene mucha resistencia dado a su entrenamiento, es muy difícil verle agotado por ejercicio, en general se ve cansado por falta de sueño y esas cosas.


      Su nariz es casi puntiaguda, muy acorde con su rostro, el cuál es más elegante que el que deja ver con sus constantes ojeras. Lleva lentes pues su visión no es la de antes, aunque el aumento no es demasiado, si se los quita puede distinguir bien, sólo que de lejos le resulta más dificultoso.

      Rasgos de su Personalidad: Es bastante reservado, no le gusta para nada hablar sobre sí mismo, pero a la vez es muy hablador si se trata de cualquier otro tema. Puede pasar horas hablándote, del clima, de libros, pero nunca te dará ningún dato sobre su vida, sus gustos, o lo que piensa realmente. No le agradan los lugares con mucha gente, para él hablar con dos personas más ya es un reto, gustándole en cambio tener buenas conversaciones en solitario con una sola persona. Por lo mismo, no tiene demasiados amigos cercanos.


      Le es muy difícil expresarse, sus sentimientos no son su fuerte, puede sentir miedo pero no sabrá cómo decírtelo, así como odio o amor, o cualquier otro. Por lo mismo, a veces puede verse “raro” en algunas situaciones, o puede tener comportamientos poco comunes. Reír donde no debe, o llorar de la nada, hay que prestarle mucha atención para entenderlo, y si tienes intenciones de ser su amigo, tendrás que tener paciencia e intentar descifrarlo de a poco. Si lo logras, te encontraras con un hombre encantador, muy protector con sus cercanos, aunque por el momento no posea ninguno a quién proteger.


      Gustos y disgustos:


      Le gusta leer y escribir, aunque esto último ya casi no lo hace.


      Le encanta el mar, y las historias de piratas o largas travesías.


      También adora viajar, aunque cada vez lo hace menos.


      Odia los mariscos.


      Le gusta ejercitarse y mantener su cuerpo “despierto”. Si no lo hiciera sería un esqueleto andante, completamente descuidado, pero se obliga a sí mismo a hacer una pequeña rutina cada día, así como agregar determinados alimentos a su dieta.


      Extras:


      Está enamorado desde hace muchos años.


      Su sueño es hacer un viaje largo y único en barco y escribir un libro sobre ello.


      Estudió para Marino pero una vez graduado tuvo que abandonar su profesión, ahora sólo viaja de vez en cuando más que nada en vacaciones, ya que aún conserva su licencia.


      Siempre quiso un perro, una labrador más específicamente.


      Ansía tener un hijo y llevarlo a navegar con él.


      Dado a su entrenamiento, también adoptó ciertos comportamientos que no puede evitar: Se levanta cada día a la misma hora, excepto el domingo. Come a horario, si no lo hace su cuerpo enseguida demanda alimento. Es mucho más respetuoso con los mayores. Si ve que hay algún problema en el que pueda ayudar, sea de limpieza, arreglar un mueble, cambiar una rueda, etc, lo hará dejando de hacer lo propio.


      No fuma, bebe muy de vez en cuando, y jamás se ha drogado.

    • Mikhal Adrián Petrov


      Género: Hombre


      Orígenes: Es de origen inglés. Su padre es ruso y su madre rumana, por lo que habla tres idiomas. Cuando tenía 15 años se trasladaron a Rumania y vivieron allí durante tres años, pero algo salió mal, y volvieron a Inglaterra. Tuvo una buena vida, pero cuando estuvieron en el país de su madre, sucedieron cosas que lo han macado para siempre.


      Características físicas (incluyendo edad): Tiene 24 años, es policía. Mide un metro con ochenta y siete centímetros (1,87), es musculoso de complexión atlética. Tiene el cabello negro, herencia de su madre, lacio y lo lleva suelto, le llega hasta los hombros. Sus ojos son gris claro con motas de gris oscuro. Suele vestir jeans, camisetas de bandas de rock y borcegos.


      Rasgos de su Personalidad: Tiene valores muy definidos y el honor es algo muy importante para él. Detesta a los delincuentes que creen que pueden saltarse las normas de la sociedad para beneficio propio. Es algo duro en algunos aspectos de la vida. Tiene una perfecta cara de póker y maneja muy bien sus expresiones, algo que tuvo que aprender debido a su trabajo. Es un muchacho muy paciente y a pesar de todo tiene un gran sentido del humor que no muestra muy a menudo. Nunca a tenido una relación amorosa seria.


      Gustos y disgustos: no soporta a la gente estúpida e hipócrita. Ama naturaleza, hacer deportes de riesgo y la música (rock). Disfruta de una buena comida y le gusta andar de noche, por lo que a veces suele dormir pocas horas, pero no tiene problemas con eso. No necesita dormir mucho para andar bien. Es de esos que prefiere disfrutar el día a dormir. Detesta los colores chillones y las películas románticas.


      Extras: cuando está estresado o de mal humor le gusta ir a dar una vuelta en su motocicleta. También suele hacerles bromas a sus compañeros de trabajo. Cree en el karma.

    • Isabella Le’Brandt



      Género: Femenino



      Orígenes: Nacio y vivió la mitad de su vida en Chile, desde los 9 años vive en Inglaterra.



      Características físicas (incluyendo edad): Tiene 17 años, cursaba su último año de preparatoria. Mide 1,75, su contextura es delgada, tiene grandes caderas que definen muy bien su figura, posee cabello castaño almendrado, largo hasta las caderas. Sus ojos son de un tono café muy claro, con pepitas azules como salpicadas por todo el iris, es de piel clara y muy sensible. Cuida mucho de sus dientes, por lo que su dentadura resalta bastante. Le gusta vestirse con prendas vintage, o con conjuntos muy sofisticados y de clase. Suele caminar marcando paso firme, contoneándose.



      Rasgos de su Personalidad: Es una chica muy sociable, muy popular. Actúa siempre segura de si misma, muy educada y señorita. Habla poco, no se siente cómoda con cualquier persona, no llega fácilmente a confiar en la gente, sin embargo, es muy curiosa, por lo que aunque se trate de desconocidos, se somete a todo tipo de situaciones por el afán de conocer. Es muy creativa, es sensible e inteligente. Es completamente atea.


      Por lo general se comporta como toda una señorita, pero cuando realmente provoca su enojo, pierde el control de si misma, es muy vengativa y rencorosa. Mas estas situaciones suele evitarlas hasta que esto logra superarla por completo, no es violenta a menos que estos casos se den, de ser así, sus habilidades en artes marciales resultan fatales para quien haya desencadenado su enojo.



      Gustos y disgustos:


      Le gusta muchísimo la música, casi de todo tipo; el baile asimismo es una de sus grandes pasiones y a lo que se ha dedicado cada día desde muy pequeña. Le gusta aprender cosas nuevas. Le fascina sentir miedo, ya sea por medio de películas del género, rituales en los cuales no cree pero siente curiosidad, vértigo o cualquier otro medio. Le gusta mucho leer. Los perfumes, el maquillaje, la moda.


      No le gustan los animales, la tecnología la aborrece, al igual que el calor. No le gusta que toquen su cabello, no soporta los gritos o los ruidos estruendosos. No le gusta ningún vicio, tampoco los tiene. Y detesta sobremanera la gente mentirosa.



      Extras: Su vida fue plena y ejemplar hasta los dos últimos años, en los cuales por variadas situaciones su vida dio giros y giros hasta acabar en donde se encuentra ahora.

    • Lorenzo (Enzo) Carbone.


      Género: Masculino.


      Orígenes: Italiano de nacimiento. Vivió en la capital hasta los quince años, cuando se fue a vivir con sus abuelos paternos a Inglaterra.


      Características físicas: Tiene veinticinco años y es sumamente alto (1,84). Su torso es largo, y sus piernas parecen medir kilómetros. Le enorgullece ser más alto que la mayoría y a menudo se aprovecha de su altura para intimidar. Cuerpo musculado aunque no en exceso. Sus rasgos son sutiles, nariz perfilada, labios delgados y ojos grises. Su cabello es liso, corto y desordenado, de color negro.


      Es desgarbado con su aspecto personal. Suele ir despeinado, con los pantalones colgando de sus caderas y las camisas abiertas (cuando estas son de botones). Por lo demás, es un chico de franelas, pantalones deportivos y tenis.

      Rasgos de su personalidad: Siempre ha sido un buscapleitos. Le gustan las peleas, la violencia y todo lo que implique agarrarse de puños con alguien. Su día no está completo si no ha hecho sangrar a alguien o si no le han hecho sangrar a él, por lo que será bastante natural verlo provocar peleas y meterse en problemas, pero sólo con personas que valgan la pena. Contra todo pronóstico, Enzo se rige por un estricto código moral: no golpea a mujeres, o niños y trata de ser lo menos agresivo verbalmente con las damas, aunque en éste último aspecto siempre existen excepciones porque posee un temperamento explosivo.


      No confía o trata de ganarse la confianza de nadie. Le gusta estar solo, una de las cosas que más valora es la privacidad. Es impulsivo, cabezota, y un completo idiota. Está muy lleno de sí mismo y sus bromas no suelen ser graciosas para nadie salvo él, porque su sentido del humor es bastante oscuro. No se identifica con nadie o al menos no lo demuestra.


      El término “auto sacrificio” no existe en su diccionario. Enzo suele ponerse a sí mismo en primer, segundo y tercer lugar. Resumidamente, es egoísta, autodestructivo, solitario, grosero, arrogante, cínico y por lo general, no es una buena persona.


      Gustos y disgustos.

      —Detesta que le llamen por su nombre completo. Prefiere “Enzo”

      —Le gusta la comida mexicana.

      —No le gusta la música pero tampoco la odia.

      —Odia levantarse temprano.

      —No le gustan las armas de fuego, pero sí los cuchillos.

      —Odia los gatos.


      Extras:

      —Fuma desde los dieciséis años.

      —Tiene un tatuaje tribal en el brazo derecho.

      —Nunca se quita sus muñequeras de goma. Son su objeto más personal.

      —Se ha roto el brazo izquierdo dos veces.



    Introducción

    (por Kai Stavros)


    Giusseppe Vitorio Girolla​


    Cuando se levantó esa mañana no creyó que las cosas se le irían de las manos. Aunque sabía que no era la primera vez que aquello sucedía. Pero sí era la primera vez que ocurría a esa escala.


    Esa mañana se despertó temprano, debía de ir a Brixton para su primer caso importante: un asesino infantil. Se había inclinado más a criminalística, simplemente las injusticias le caían como piedras en el estómago, por lo que se había ido hacia esa rama, donde esas personas necesitaban un fuerte escarmiento.


    Tomó un café con vainilla y se fue comiendo en el camino una tostada. Manejó por cuarenta y cinco minutos a causa del tráfico, aun así iba temprano. Aparcó su pequeño fiat detrás del establecimiento, y al salir del coche el aire del otoño le pegó de lleno, sentía el vaho salir de su boca, sonrió ante esto.


    Cuando puso un pie en el primer escalón del tribunal sintió que se mareaba de vértigo, solo eran nervios, realmente era un recién egresado que, con este caso tenía la oportunidad de integrarse a un bufete de abogados en Londres, su ciudad, estos viajes lo estaban matando. Tal y como lo hacía una migraña que tenía desde hace unos meses, era agobiante.


    Respiró profundo, apretó el tabique de su nariz y prosiguió a ingresar.


    ~~~


    Durante la primera parte le había ido de maravilla, a pesar de que el abogado de la defensa llevaba ya tres años de graduado y él solo meses, aún era un novato. Durante el primer receso fue al baño, y pidió a su clienta (madre del niño asesinado), una pastilla para el dolor de cabeza.


    Se miró en el baño, y su reflejo le incómodo, tenía el cabello despeinado, que a pesar de que le agradara así, no podía tenerlo de esa forma en la corte. Se lavó la cara, tratando de ocultar las profundas ojeras mientras restregaba sus ojos. Caminó de un lado al otro.


    —Calma Giusseppe, son solo los nervios, solo eso —meditaba. Volvió a lavarse el rostro, y por un instante creyó ver un cuerpo pequeño, de un chico de diez años quizás, de pie en el cubículo detrás de él.


    Solo bajó la mirada de nuevo al lavamanos, apretó los ojos con fuerza y respiró hondamente un par de veces. Subió la vista, no había nada en cubículo, aun así no se quedaría mucho tiempo para seguir alterándose. Ajustó su corbata y salió.


    Hacía ya media hora que se la había tomado, y no parecía querer hacer efecto, al parecer solo había aumentado el dolor.


    A pesar de eso el juicio siguió con normalidad, hasta el discurso de cierre.


    —Giusseppe Girolla, abogado de las fiscalía, pase para finalizar.


    —Sí, Su Señoría —cuando se levantó abotonó su saco, arregló un poco su cabello y pasó al frente—. Señores del jurado. Benjamin sólo tenía diez años cuando cruzó a casa del vecino en busca de una pelota perdida. Bien hemos visto cómo el acusado, Miles Millar, se ha alterado, y admitido su culpabilidad, ¿cómo permitir que una persona así siga en libertad? A pesar de que el abogado de la defensa alega demencia, ¿un internado es acaso, suficiente castigo para este hombre? Yo…yo —enmudeció.


    —Finalice Girolla.


    Y las palabras rebotaron antes de ser procesadas por el chico, ¿qué estaba viendo? El final de la sala, en las puertas de la entrada podía ver a un niño de diez años, con un suéter tejido de color azul rey. Igual al que llevaba el chico al ser asesinado. Palideció, y lo hizo aún más cuando lo oyó. «Sigue Víctor, habla, solo un poco más y va preso, ¿o no quieres vengar mi muerte?»


    —¡Cállate! —ésa voz no era la de Benjamín, él la había oído en grabaciones, para involucrarse un poco, ese no era él.


    «¿Por qué Víctor?», habló de nuevo, y esta vez fue caminando lentamente hasta donde él estaba.


    Sabía que el Juez le hablaba, preguntando, increpando, pero él no podía responder, cuando el chico estuvo a unos dos metros de él, con su cara limpia e inocente como en las fotos y alargó su mano para tomarla, tocarla con la punta de sus dedos, retrocedió, cayendo sentado.


    —¡Aléjate de mí, no eres real! —bramó, tomando su cabeza con fuerza, esta le palpitaba.


    «¿Por qué, por qué?», se repetía una y otra vez en su mente, cerró los ojos, los abrió de nuevo, el niño ya no estaba, sin embargo la voz seguía taladrando su cabeza. «¿Por qué, por qué?», gritó. Gritó pidiendo que se callaran cuando pasaron a ser decenas, y jadeó. Se impulsó con los pies hacia atrás, buscando resguardase, hasta que su espalda chocó con el podio, y tembló de miedo.



    Eran como agujas en su cabeza, y también oía a las personas hablando a su alrededor. No quería abrir los ojos, sabía que no podría. Que no debía. Pero alguien le tomó las manos y se las hizo a un lado. Abrió los ojos, y gritó de nuevo.


    —¡Aleja eso de mí! —vociferó, tomando del cuello de la camisa a su atacante, y tomando con brusquedad, y cómo pudo, la mano donde tenía un cuchillo dirigido hacia su rostro, le apartó con rudeza.


    Se levantó agitado, todas las personas en la sala tenían algún tipo de arma, y eran comandabas por el niño, que con solo señalar en su dirección hizo que los demás se le abalanzaran. Corrió, sorteando manos que querían sujetarlo y arrojarlo en el suelo, llegó a la puerta, y le rasgó con las uñas, las manillas no las veía, simplemente ya no estaban.


    Pegó su espalda a la puerta, viendo cómo todos se le abalanzaban. Temió, e hizo puños sus manos, sin importarle nada buscó a su alrededor cualquier cosa que sirviera, halló un trozo suelto de madera de una de las sillas, y la alzó, protegiendo su vida. Quien se erguía frente a él era Miles, riéndose.


    —¡Basta Giusseppe! —esa voz se le hizo familiar, pero no supo quién le hablaba.


    Sintió el ardor en su mano cuando la madera le fue arrancada con brusquedad. Sangré brotó, pero eso no fue lo que lo alarmó, al ver a la persona que le quitó el arma, resultó ser el otro abogado, parpadeó, cayendo de rodillas al suelo, esa voz que lo detuvo no había sido la de él.


    Antes de poder reincorporarse dos policías se lo llevaban, y se quedó callado. ¿Cuándo se calmó todo, acaso era un plan en su contra que salió mal?, ¡esas persona querían matarlo él lo sabía!


    ~~~


    Refunfuñó debajo de la sábana, casi arrastró su mano izquierda por su cara, clamando paciencia y no gritar, no reclamar que quería dormir más. ¡Venga, quería sus doce horas de sueño reglamentario! Pero desde que estaba allí sabía que eso no ocurriría.


    Y quizás se quedó pensando demasiado tiempo en absolutamente nada, escuchó de forma clara y melodiosa la entonación del piano portátil de la habitación contigua. Allí supo que era hora de levantarse, cuando se desperezó completamente vio la cama de al lado vacía, aliviado tomó su toalla y se dirigió al baño. Una vez que se duchó, se quedó mirando en el espejo mientras se secaba la cara. Suspiró.


    Al salir se quedó sentando un instante en la cama y vio alrededor: no era una habitación de más de seis por cuatro, pintada de un blanco casi queriendo ser beige, dos pequeñas repisas en cada extremo sobre cada cama individual de sábanas blancas y almohadones azul marino, no había mucho la verdad, todo lo tenían dentro de sus maletas y una pequeña caja en el armario de blanca madera que se debía compartir, no iban a estar mucho allí después de todo.


    Tendió la cama y se asomó por la ventana, él estaba en el segundo piso, y el cielo estaba nublado. La vista era deprimente, con el cielo gris y el sol sin mostrar ganas de aparecer hoy, las ramas huesudas y rígidas de los árboles desnudos a finales del otoño amenazaban con colarse por las ventanas, casi permitiendo que animalitos del bosque cercano treparan e invadieran ésas habitaciones.


    Y eso le recordó que pronto vendría Rulf, el cuidador de aquél piso a levantar a los perezosos y espabilarlos a tomar sus medicinas antes del desayuno a quienes les correspondía, él era uno de ésos.


    ―¡Vamos Girolla! Sólo diez minutos ―ordenó fuerte y claro el robusto hombre calvo del otro lado de la puerta. Con ése acento de estadounidense sureño que era risorio para muchos.


    No estaba de mal humor, sólo que a veces creía sentir claustrofobia, ¿acaso no le habían diagnosticado eso también? La verdad no lo sabía, pero quizás todos sufrían de ése mal en algún momento de sus vidas.


    En siete minutos salió de su habitación, y en la habitación contigua se hallaba Rulf discutiendo a voz en grito con su “vecino”, entró como perro por su casa y se encontró con el fornido hombre halando de un lado un piano portátil lleno de pegatinas de otros pianos, y del otro extremo un hombre de unos cuarenta hacía lo mismo, y a pesar de su contextura totalmente opuesta a la del otro hombre era una competencia que parecía estar reñida.


    ―Deja y me encargo yo ―pidió sin expresar realmente interés.


    El hombre calvo no vaciló en irse, sabiendo que quizás entre ellos se entenderían, realmente no importaba, pero él era quién debía ser responsable, si seguía peleando por un piano con ése hombre o si lo dejaba en manos de ése chico el resultado iba a ser el mismo. Por lo mismo se marchó, no sin antes recordarle lo obvio.


    ―Dos minutos ―sentenció. Y fue clara su expresión, si en dos minutos no iba, él mismo le vendría a buscar y fuese como costal de papas o amarrado a una carreta guiada por caballos, claro que lo último era una simple metáfora.


    Luego de haber hecho ésa fila de todos los días recibió en su mano un pequeño recipiente metálico, con tres pastillas dentro: una rosa, otra blanca y una azul. Desconocía sus nombres y funciones específicas, pero tenía que tomarlas. Las sintió pasar con su garganta forzosamente, a las tres juntas y luego beber sólo dos dedos de agua para mitigar la sensación. Alzó la lengua y le inspeccionaron la boca rápidamente, mientras la mano firme de la enfermera ladeaba su rostro para una mejor revisión; ella asintió con un gesto tosco, y él pudo salir de la fila, para quién siguiera ocupara su anterior posición.


    Sintió un puntazo en su estómago por no tener nada más que ésas pastillas, no entendía que diferencia había en los efectos principales aparte de darle ése malestar sino las tomaba en ayuna.


    ~~~


    Luego fue a la cafetería, ubicada en el primer piso. Bajó los cuarenta escalones, estos con un descanso justo a la mitad, virando a la izquierda y luego seguía la otra mitad. Había un ascensor que sólo podían ocupar los cuidadores y la directiva, lo cual ya no generaba quejas en aumento, disminuían por que los nuevos paciencia suficiente no tenían, y terminaban por irse.


    En el mes que el joven de holgada camisa de vestir llevaba allí pocos eran los que quedaban en conjunto de su llegada, había visto desde la sala común como autos de color plateado se los llevaban, suponía él que era de nuevo con sus familias, a sus trabajos, de nuevo a su ambiente. Lejos de ésa construcción de ladrillos rojos ya ennegrecidos por el moho, de la amplia puerta de aluminio revestida con una falsa madera, y podrían ver a lo lejos, muy a lo lejos y luego no verle nunca más a la placa de concreto de la entrada que rezaba con letras en relieve: Instituto Mental Heartfeels.


    Y por sobre todo dejarían de oír a lo lejos vidrios rozar entre ellos, cadenas y gemidos espeluznantes bailar traviesos en sus oídos, y no percibirían más los sollozos desgarradores de la mujer del 1-6, mujer que había asfixiado a su bebé de pocos días de nacido y que en las noches era que recordaba haberlo hecho, martirizando su desgastado estado mental.


    Todo eso era a causa por depresión puerperal,° nombre que él la verdad nunca había oído, pero con la sola depresión quizás era suficiente impulso para semejante acción. En las mañanas la veían a veces por los pasillos arrullando una manta, diciendo que es su hijo el que duerme. Supo que cuando la mujer fue diagnosticada se perdió a sí misma, y ni su pasado quería salir a flote. Se había esfumado cuando ella misma lo había hecho.


    Y curiosamente cuando miró por los mesones de color azul, fijados al piso siempre, en el más cercano al gran ventanal que daba a un gélido patio que visitaban muy rara vez, se encontró con la mujer del 1-6, cargando a la manta con infinito amor, arrullándole cerca de la ventana para que tuviese contacto con la naturaleza. En ésa mesa, estando ella siempre sola, le causó sorpresa ver a una menuda chica, de rasgos agraciados y suave sentada frente a ella.


    Un estuche reposaba un costado de su bandeja de comida, comiendo lentamente. De entre todo lo resaltante de la chica, era que llevaba maquillaje, sin pensarlo mucho pensó que era nueva, relativamente, después de todo ninguna mujer que estuviese allí lo usaba ya, lo tenían prohibido algunas. Le vio con curiosidad, ve veía tan normal, ¿qué hacía allí?


    ―Claro que, yo me veo normal, y no lo estoy ―murmuró para sí el chico con los dientes apretados.


    «A todos los pacientes con un mes o menos de estadía, por favor dirigirse a la sala con las siglas SCT, tienen cinco minutos, repito: a todos…»


    Primera vez que él notaba la presencia de un parlante en el lugar, y él era precisamente invocado a semejante reunión, pero ahora ¿dónde quedaba dicha sala? Rulf apareció como un guía en ésa ocasión, se percató que eran un grupo reducido de nuevo ingreso, sólo seis personas, que por su actitud recatada y reacia en el rostro decidió que no querían ser conocidos.


    De pie ahora en una sala que nunca había visto, todos estaban separados, cada quién en lo suyo. Eran tres chicos y tres chicas, incluyéndolo a él. Cuando la puerta por donde habían entrado se abrió entró una mujer con bata blanca, tan sonriente que podía causar desconfianza, y eso causó en todos los presentes.


    ―¿Todos saben los motivos de estar aquí? ―dijo la mujer con los ojos brillosos.


    En ése momento todos sin pensarlo se acercaron un poco, tratando de alzar un muro para ésa mujer tan extraña, ella que estaba fascinada en la pregunta. Ninguno respondió ni asintió, haciéndola sentir como un adorno de la pared, pero no se amedrentó. Tenía varias carpetas en mano, y las mostró al aire.


    ―Sus expedientes, quizás algunos ni quieran qué hacen aquí, a mí sí me importa. ―Y sonrió de nuevo, no la miraron, no contactaron con su alma ni por compasión, algo que ella sí creyó qué pasó.


    Ellos notaron hipocresía cuando no había ni una pizca de ella.


    ―Bien, pasaré listado, y empezaremos ―tomó un papel y empezó―: Isabella Le’Brandt, Mikhal Adrián Petrov, Verónica Müller―alzó la vista al decir cada nombre y éstos la miraron directamente.


    —¿Qué? —espetó la última, se notaba molesta. La otra solo sonrió.


    ―Sigamos ―habló de nuevo la mujer. Chasqueó sus labios pintados de rojo y echó hacia atrás su cabello teñido de negro pétreo, que le entorpecía―: Gusi...Guip…


    ―¡Giusseppe! ―bramó el chico con el ceño fruncido, no quiso hacerlo, pero si no podían pronunciar su nombre que dijeran su apellido, nada les costaba no dárselas de listos―. Sólo dígame Víctor. ―La mujer iba a abrir la boca para decirle algo sobre su carácter, pero calló al verle lanzarle una mirada de que ni pensara hacerlo.


    ―David Wiodmore y Amira Neff ―terminó la mujer, todos estaban allí.


    ―Y, ¿señorita, quién es usted? ―preguntó David―, ¿qué hacemos aquí? ―completó.


    ―Oh, lamento ser maleducada. Me llamo Jane Tucker, soy la nueva terapeuta de grupo, y la verdad seremos un grupo de nueve, me verán tres veces a la semana juntos, el resto será por separado ―concluyó ella con una sonrisa.


    Todos parecieron deprimirse de forma simultánea, al parecer no era suficiente que los drogaran con pastillas, ahora también les drogarían el alma hasta dejarlos cansados de todas las formas posibles.


    ―Ya que estamos todos ―aplaudió la mujer para llamar la atención―. Empecemos, hablemos el por qué están aquí, Víctor ve primero. ―El aludido le murmuró un qué de sorpresa, ¿ir a dónde?


    ―¿No se deben de presentar los nuevos? ―quiso preguntar como escape, ya le empezaba a dar dolor de cabeza de la sola idea de estar frente de toda ésa gente, mirándole sólo a él.


    ―No, no, no hay tiempo, se me desmayarían de hambre, será algo rápido ―aclaró la mujer, logró alcanzarlo y empujarle por la espalda.


    Si ésa mujer de verdad había leído su expediente no debería dejarlo hacer eso, no debería, de verdad que no. Allí, en la parte más alta de la sala se ubicó, tembloroso, sólo miró a todos una sola vez antes de sujetar su cabeza con ambas manos y tapar sus oídos.


    ¿Acaso las pastillas no deberían impedir eso?, ¿acaso no estaba allí para mejorar? Y ése fue el último pensamiento coherente que tuvo antes de perder su propia voz interna en un tornado de voces desconocidas, voces tenebrosas y amenazantes, todas dentro de su cabeza. Cerró los ojos y se sintió enfermó, y muy lejos oyó que alguien preguntaba si estaba bien, se supo a sí mismo manotear en el aire y abrió los ojos para ubicar algo, eso fue peor.


    Lanzó un grito desesperado antes de caer de rodillas y perderse completamente, encerrado en una caja no supo absolutamente nada de lo que pasaba y se asfixio a sí mismo en ésa nubosidad de voces, hasta que perdió el conocimiento.



    3000 palabras.


    ° Depresión puerperal: Es igual que decir ‘depresión post parto’, término (puerperal) que me otorgó mi madre en condición de médico gineco-obstetra.

    Introducción.

    (Por Lexa)


    ~Verónica Müller.​



    Verónica tenía la fuerte sensación de que estaba siendo perseguida de regreso a su casa.


    Giró en la esquina pisando fuerte, tomando su cartera con demasiada fuerza hasta que sus nudillos estuvieron blancos. Miró por sobre su hombro, buscando con la mirada quien le estaba acosando esa tarde, pero la calle ciertamente estaba desolada para esa hora. No se confió de ese pensamiento y apresuró su paso, y cuando llegó a su casa prácticamente se abalanzó dentro y dio un portazo.


    ―Dios, ¿qué ha sido eso? ―Cuestionó su madre con cierto timbre de preocupación en su voz mientras salía de la cocina y se aproximaba a la entrada principal, un pañuelo de cocina secando sus manos.


    ―¡Oh, mamá! He pasado el susto de mi vida. Otra vez anda alguien merodeando por la calle, peor aún, ¡me estaba persiguiendo a mí! ―Exclamó sofocada hacia su madre, su mandíbula tan tensa como una cuerda siendo prensada.


    ―Oh, ¿estás muy segura de eso, Vero? ―Le preguntó su madre, sin mostrar algún signo de sorpresa para las palabras de la alemana―. ¿Muy segura?


    Müller frunció el ceño, dejando su cartera en el mueble mientras se adentraba en su casa. Sus tacones resonando en el pulido suelo de madera.


    ―Muy segura mamá, ¿por qué me lo preguntas de esa manera, como si no me creyeras? No soy una mentirosa.


    ―Te creo hija, sólo preguntaba ―dejó escapar un profundo suspiro, las finas arrugas de su cara acentuándose un poco. Se veía tan cansada―. La cena está lista, tu papá ya está en el comedor, sólo faltas tú ―Y sonrió, sonrió con mucho pesar.


    Verónica no dijo nada por el momento, acercándose al comedor y saludando de un beso en la mejilla a su papá. Se sentó al lado de él, frente a su madre. Su padre siempre iba a la cabeza, y ninguna de las dos se quejaba por ello. Cuando su madre le tendió un plato, la alemana se sirvió un trozo de aquél pastel con carne con la ilusión de degustarlo ya que su madre cocinaba realmente bien. Dio un bocado, y su padre habló:


    ―¿Alguna novedad hoy, la universidad?


    ―La universidad bien ―se encogió ligeramente de hombros―. La apurada llegada a casa, muy mal. Le he comentado a mamá, pero no parece alarmada por ello ―puntualizó con un deje de dureza en su voz, no queriendo levantar la vista de su plato y mirar a su madre acusadoramente, y que ésta desaprobara su acción.


    ―Oh, cariño, no ha sido así… Es sólo que ―miró a su marido, quizá buscando en sus ojos las palabras correctas―, ya habíamos pasado por esto antes, hace par de meses nada más.


    Anthony, su padre, no tuvo preguntar que estaba hablando Paula, entendía perfectamente. Sólo hace meses se había presentado la misma situación, Verónica muy alarmada y angustiada de que estaba siendo perseguida, y ellos sintieron que su mundo entero se caía cuando investigaron y descubriendo porque su hija seguía empeñada en esa idea.


    ―Exacto. Eso significa que la policía es muy incompetente en esta ciudad y que ese acosador sigue afuera, a la espera de que ponga un pie en la calle y me descuide ―ahogó un gruñido con un pedazo de pastel, masticando con demasiada fuerza―. No entiendo cómo pueden confiar en la policía, ¡la policía está con el gobierno, y el gobierno protege a los delincuentes!


    Su padre puso los ojos completamente en blanco ante la exclamación de su hija.


    ―Pero Verónica, Franklin, nuestro vecino, también esa vez se quedó patrullando con la policía y no hay gente mala en esta calle. Verónica, no hay acosador.


    ―¡Lo hay mamá, lo hay! No estoy loca, en esta calle hay gente peligrosa.


    Su padre se puso tensó, sus labios en una fina línea.


    ―Cariño, piensa con calma. Estuvieron patrullando una semana entera, no hay acosador aquí ―los ojos de Paula destilando preocupación, su voz perdiendo fuerza.


    ―Te lo digo mamá, esa policía está con los delincuentes. Los protegen.


    Y su padre sacudió la cabeza, como si despertara de un lapsus.


    ―Basta, Verónica ―le miró, su voz dura y firme―. Eso tiene que terminar, no puedo más. Díselo, Paula.


    Su esposa pareció perder todo el color de su cara ante la exigencia de su marido, sentándose erguida en su silla.


    ―¿Ahora? Estamos comiendo, Anthony.


    ―Ahora. Después, ni tú ni yo tendremos el valor de subir a su cuarto y decírselo, entonces en la mañana cuando se despierte y la vengan a buscar será tarde para explicaciones.


    A Verónica esas palabras ciertamente la llenaron de incertidumbre. ¿Venirla a buscar? No entendía a qué se refería su padre, pero cuando miró a Paula buscando una explicación, sintió una punzada en el estómago al notar que su madre estaba al borde del llanto. Y eso sólo significaba que la situación parecía grave, muy grave.


    ―¿Qué está sucediendo?


    ―Oh, Vero, nunca olvides que te amamos. Ni siquiera los dudes, cariño ―expresó su madre con voz lastimera, tomando con fuerza la mano de Anthony.


    ―Sin rodeos, mamá. Ve directo a la explicación.


    Paula miró a su esposo, buscando quizá en sus pupilas de un verde esmeralda las fuerzas para poder dejar escapar sus palabras de su garganta. Se obligó a ahogar un sollozo cuando las lágrimas amenazaban con bajar por sus mejillas y dejar un largo rastro. Apretó la mano de su esposo con más fuerza, y éste le devolvió el apretón.


    ―Díselo.


    Paula asintió.


    ―Verás, Verónica… Tu padre y yo hemos estado muy preocupados por ti, por esa firme idea de que crees que estás siendo perseguida y acosada cuando se ha demostrado más de una vez que no es así ―una pausa, un sollozo siendo tragado―. Y nos hemos puesto a investigar en internet, y hemos consultado muchos libros, y hemos hablado con gente muy bien informada. Y tu padre y yo hemos tomado una decisión, y es por tu bien, cariño, siempre vamos a querer tu bienestar.


    Para ese momento la alemana estaba llena de confusión, mirando a sus padres con mucha curiosidad y, en el fondo, miedo. Dentro de Verónica, algo dictaba que después de aquellas palabras vendría una mala noticia. Así que les miró con más insistencia, queriendo que hablaran y se dejaran de tantos rodeos amorosos que solo la torturaban internamente para ese entonces.


    ―Mamá, dime de una vez por todas a que viene todo esto. No entiendo.


    Paula se aferró al borde de la mesa con una de sus manos, y asintió, dedicándole una pequeña sonrisa a su hija. Ella entendería, lo haría…


    ―Hay un instituto mental a las afueras de la ciudad, rodeado de tranquilidad y con un agradable entorno ―asintió, como si tratara de convencer a ella misma―. Se llama instituto mental Heartfeels, será de gran ayuda, Verónica. Verás que no hay nada que temer afuera, que no hay nadie detrás de ti.


    Y Verónica ladeó la cabeza, como si de repente le hubiesen dado un bofetón. Abrió sus ojos desmesuradamente, el iris de sus pupilas verdes recibiendo toda la luz de la bombilla por encima del comedor.


    ―¿Qué estás queriendo decir mamá? No estoy loca ―se colocó de pie de golpe, furiosa, mientras sus ojos empezaban a cristalizarse al tiempo que las palabras de su madre cobraban sentido en su cabeza―. Esto debe ser una broma.


    ―En realidad no lo es, Verónica ―Anthony sacó su voz, con esfuerzo para que sonará firme―. Se ha arreglado todo, mañana vendrán por ti, ellos te ayudarán de la manera que nosotros no podemos.


    Los labios de Müller se convirtieron en una fina línea mientas miraba de su madre a su padre buscando algún indicio en su rostro de que mentían, de que no hablaban en serio. Porque ciertamente no podían estar hablando en serio. Pero cuando vio en los ojos de su padre la chispa de que su decisión era irrevocable, y el dolor de su madre por estar de acuerdo, Verónica simplemente sintió que una gigantesca piedra aterrizaba en su estómago y le hacía un inmenso agujero, lleno de dolor. Y rabia. Muchísima rabia.


    ―¡Ustedes no me pueden hacer esto! ―Exclamó con furia en su voz, castañeando un poco sus dientes―. Estoy a año y medio de terminar la carrera, todo lo que he hecho no se puede ir a la borda por un capricho de ustedes.


    ―No es ningún capricho, necesitas esa ayuda. Fuimos a ver cómo era el instituto, está rodeado de vegetación y aire puro, te hará bien todo eso ―explicó su madre intentando ahogar las lágrimas que querían bajar por sus mejillas―. Y con lo de tu carrera, tu padre y yo haremos los trámites para congelarlo. Cuando salgas del instituto y estés bien, seguirás tu carrera y tendrás una vida normal.


    ―Tengo una vida normal. Tengo amigos aquí, mi carrera aquí, y también los tengo a ustedes aquí. ¡Y ustedes me quieren mandar lejos de lo que realmente me importa!


    ―Basta, Verónica ―Su padre se colocó de pie, mirando a su hija con el ceño levemente fruncido―. La decisión ha sido tomado, mañana vendrán el auto-bus del instituto por ti, sería bueno que hicieras la maleta.


    La alemana se mordió el labio inferior, conteniendo un sollozo que amenazaba con brotar de su garganta. Echó su silla para atrás bruscamente, y miró a sus padres con aversión antes de abandonar el comedor e irse a su habitación.


    ―Los día de visitas, espero que no vayan, porque ni piensen que estaré ahí con los brazos abiertos para recibirlos ―fue lo último que les dijo antes de subir las escaleras y cerrar la puerta de su habitación de un portazo. Se tiró en su cama, e incapaz de contener más el llanto que quería brotar de su garganta, lloró. Lloró todo aquella rabia que crecía dentro de ella por culpa de sus padres, lloró todo aquél dolor que recorría cada célula de su cuerpo. Lloró mientras se aferraba a su almohada, hasta que la inconsciencia le atrapó y no supo nada más.



    ---



    Lo ocurrido hace minutos había sido extraño, muy extraño. Y con tan sólo recordarlo un leve temblor la sacudía de pies a cabeza. ¿Qué significa todo esto? Aquel chico de singulares ojos azules se desmayó cuando estuvo al frente de la pequeña audiencia, sobre la tarima que residía en la sala, siendo llevado a quién sabe dónde el los brazos de aquel corpulento hombre que acudió su auxilio. ¡Todo había ocurrido tan rápido! Sin darte tiempo a reaccionar o analizar la situación. A nada. Y es que la terapeuta ni sabía qué hacer. Así que optaron por sacarnos de lugar, sin explicación.


    Lo que sí, es que la situación, al parecer, había sido un tanto delicada. Y se confirmaba con tan sólo ver el rostro alarmado y el nerviosismo de la terapeuta Jane; el cual era el único nombre que Verónica había captado.


    Y es que Verónica no sabía nada. Y eso la irritaba. Se sentó con pesadez en una de las sillas rojizas que hacía mal juego con los mesones azulados de la cafetería, mirando a su alrededor con desdén, viendo como todas las personas que allí residían comían la gastronomía que la cafetería ofrecía. Una mueca de aversión atravesó su blanquecino rostro, aquella comida se veía de lo peor, y la verdad no entendía cómo podían tragar tales alimentos. Y no, Müller no comería tal manjar, no mientras permaneciera en ese lugar. Prefería pasar hambre, prefería no comer jamás; aunque eso sólo fuera un deseo utópico. Pero mientras su estómago no aclamara alimento alguno, todo estaría bien.


    Frunció el ceño enojada. ¿Qué hacía ella un lugar como ese? Ella no acostumbraba a verse envuelta en este tipo de ambiente, ella no pertenecía a esta clase de lugares. No. ¡Quería irse! Y jamás volver. Verónica ardía en furia, recordando con amargura el sueño que había tenido anoche con referencia a sus padres, reviviendo nuevamente la pésima noticia que sería internada en este lugar. Pero se permitió simplemente suspirar y agradecer internamente de que en su mesa no se hallara nadie, no estaba de humor y en estos momentos no era buena compañía. Y su camisa carmesí intenso lo confirmaba.


    ―¿Está ocupado? ―preguntó una voz masculina frente a ella, detrás de la silla desocupada.


    La alemana salió de sus pensamientos abruptamente y miró con sorpresa la nueva presencia que se alzaba frente a sus ojos verdes. No sé lo esperaba. Y es que estaba tan adentrada en su mente que olvidó, por momentos, su exterior.


    El chico alzó una ceja en espera de una respuesta, de una confirmación o negación. No le importaba. Acción que no pasó desprevenida para la alemana, quien le tomó un par de minutos reincorporarse.


    ―No ―dijo con voz áspera.


    El aludido dejó caer con pesadez su bandeja sobre el mesón para luego sentarse en la silla desocupada, y así poder deleitarse con aquellos alimentos. Lo escuchó tragar duro, con irritación. Y no era para menos. Verónica lo miró con disimulo, grabando cada facción de su rostro en su mente, haciendo memoria si lo había visto en la sala con la terapeuta. Y recordó, él fue el chico le preguntó a Jane qué diantres hacíamos en ese lugar, aunque claro, con un toque más amable, pero eso había sido todo.


    Y entonces, Müller recordó que no conocía a nadie. No conocía nada. Y la verdad no le vendría mal tener un poco de información, además por lo que había entendido aquel chico lo vería muy seguido, pues pertenecía al nuevo grupo que se formó en la sala, conformado por todos los nuevos pacientes de la institución. Ciertamente un grupo de desconocidos.


    ―Y… ¿cómo te llamas? ―preguntó con cierto interés.


    Widmore le miró con cierta sorpresa, la verdad no sé esperaba aquella repentina pregunta. Pero ¿qué tenía de malo? Igual, aquella chica pertenecía al grupo donde él estaba incluido.


    ―Me llamo David ―dijo al instante que tragaba la pasta mal hecha. Sí, él también pensaba que la comida ofrecida era un fiasco―. ¿Y tú?


    ―Llámame Verónica.


    David asintió y no dijo nada más. Tampoco estaba de ánimos para entablar una conversación con la recién llegada. Suspiró para luego llevar el tenedor a su boca con la pasta adherida. Y en su mente azotó la imagen del chico que se había desmayado en la sala; ciertamente aquello parecía algo preocupante, se supone que si estabas en ese lugar era para controlar ese tipo de situaciones, pero al parecer no era tan así. En fondo, el instituto le daba mala espina. Y Widmore esperaba no tener que pasar mucho tiempo entre esas paredes.


    Por otra parte, la alemana observaba su alrededor con ojo crítico, grabándose los detalles del ahora su nuevo hogar. Cuanto desdicha, pensó. Sus ojos se posaron con cierta curiosidad en una mujer de cabellera negra lacia que yacía al lado de unos de los ventanales de la cafetería, arrullando a varias mantas, meciéndolas de allá para acá, como si un bebé descansara ahí; pero al mirar con más atención Verónica se dio cuenta de que ningún ser humano yacía entre aquel montón de mantas.


    Apartó sus ojos con brusquedad. ¡¿Qué hacía ella en ese lugar?! ¡Era un lugar de locos! Ella no debía estar en esta clase de ambientes, internamente les temía. Como sus padres habían mandado lo que, según ellos, más amaban a este lugar, donde seguramente le harían daño. Sólo esperaban el momento adecuado para hacerlo, quizás un descuido que la alemana no otorgaría.


    «A todos los pacientes que estuvieron en la sala SCT con la terapeuta Tucker, se les notifica que la reunión queda aplazada hasta mañana después de desayuno, repito: A todos los…»


    Verónica se sobresaltó en su asiento, asustada. Aquella grave voz hacía eco en su fino oído, sorprendiéndola de la peor manera. No sé lo esperaba. Y su ceño se frunció aún más cuando captó una risilla proveniente de su compañero de mesa, el cual no hacía ni siquiera el ademán de ocultarla. Parecía disfrutar el momento.


    ―No es gracioso ―le reprochó, con indignación.


    David contoneó los hombros en señal de desinterés mientras por su garganta pasaba con rudeza aquellos singulares alimentos, y en su rostro estaba plantada una mueca de burla.


    La alemana rodó los ojos y suspiró con pesadez, esa, al parecer, iba a ser una acción rutinaria mientras permaneciera en ese lugar.



    ---



    Abrió sus ojos con lentitud, sintió su cuerpo entumecido y le tomó un par de minutos reincorporarse. Parpadeó un par de veces para así tener una visión más clara de su alrededor. Paredes azuladas simulando el color del cielo decoraban la habitación donde se encontraba Girolla, uno que otros ventanales con largas cortinas color blanco perla adornaban las inmensas paredes, pero lo que más resaltaba en el lugar eran las camillas que se hallaban dispersadas por toda la habitación, camillas sencillas a decir verdad.


    No le tomó mucha importancia al lugar donde se encontraba ya que una leve punzada proveniente de su brazo derecho llamó su atención. Miró con reproche la aguja que estaba clavada en la vena que sobresalía, y la siguió con la mirada encontrándose con un suero sujeto a una barra de metal aún lado de su camilla, este se filtraba por todo su cuerpo de manera constante.


    Quiso quitárselo, él no necesitaba nada de eso. Y cuando estuvo a punto de forcejear con la aguja, una suave voz detuvo su acción.


    ―Veo que ya despertaste, Víctor ―habló una fémina entrando a la habitación, acercándose al nombrado―. Y tienes mejor color. El suero ha hecho el trabajo ―expresó con una sonrisa en sus labios.


    Giuseppe le miró con desconfianza, de arriba hacia abajo. ¿Quién era esa mujer? Realmente era la primera vez que la veía.


    ―¿Y usted quién es?


    ―Soy Rudy, una de las enfermeras de la institución ―le sonrió aún más―. Ya me contaron lo que pasó en la sala SCT, ¿cómo te sientes?


    Girolla relajó un poco los músculos y suavizo su mirar. Y es que la sonrisa de la fémina incitaba confianza y calma, parecía sincera. Muy diferente a la terapeuta a la de la Tucker.


    ―Ya estoy bien ―dijo, con sinceridad.


    Y Rudy creyó en sus palabras. Dio dos pasos hacia adelante, y con sumo cuidado retiró la aguja que residía en su brazo. Víctor ni lo sintió. Era sorprendente como la enfermera hacia sus acciones con sumo cuidado y delicadeza.


    ―Bueno, ya puedes irte.


    Con las manos lo alentó a que se pusiera de pie y se marchara a su habitación, aún sonriendo y con ojos que mostraban mucha calidez. El chico hizo lo propio y abandonó la habitación sin mirar atrás, tampoco deseaba permanecer en aquel lugar por más tiempo.


    Dobló la esquina y encaminó su presencia a las escaleras que daban paso al piso dos, donde se hallaba su habitación. Quería descansar un poco, recostarse y dejar que Morfeo viniera por él. Estar inconsciente no significaba descansar. Y su cuerpo aclamaba sólo unas horas de descanso absoluto.


    Suspiró cuando se hallaba en el descanso, y miró por la ventana el panorama que se desarrollaba afuera. El clima no había cambiado en lo absoluto y, al parecer, no cambiaría en lo que queda de día, ni porque suplicaran por ver el fulgor de Sol. Pero aquello era algo banal para Víctor.


    Viró a la derecha y siguió subiendo los escalones. Y una vez que sus pies pisaron el piso dos, agradeció internamente que las puertas de las demás habitaciones se hallaran cerradas, no era de su incumbencia saber que hacían los demás. Y tampoco era algo que le importara.


    Con el pomo de la puerta bajo su mano, la giró para así disponer a entrar y otorgarle a su cuerpo el descanso que tanto necesitaba. Cerró tras él la puerta con suavidad, entrando en su habitación para ser recibido por el silencio y la calma de su habitación. Se sentó en su cama, y pasó una mano por su rostro sin muchos ánimos de hacer algo para ese entonces, así que echó su cuerpo hacia atrás y recostó su cabeza en su almohada, cerrando sus ojos y regalándose minutos de paz.


    Aunque quizás también podían ser horas.



    ---



    ¡Eso, para Verónica, era inaudito! ¿Qué solamente los cuidadores y la directiva del lugar podían usar los ascensores? ¿Y los pacientes qué? ¿Condenados a subir cuarentas escalones a cada rato, prácticamente? ¡Era inaceptable! Para algo habían inventado los dichosos ascensores.


    Verónica gruñó por lo bajo mientras pasaba su mano derecha por su rostro clamando paciencia, ella la poseía, pero esto era demasiado. Cuando se hallaba en el descanso, posó ambas manos en sus rodillas y encorvó un poco su espalda con la respiración agitada, necesitaba recobrar el aliento, necesitaba unos minutos de descanso. Sus piernas les ardía, y la alemana odiaba sentir dolor. Los ejercicios no eran los suyo, ella simplemente no nació para eso.


    Respiró hondamente para seguir su camino, lo único que la impulsaba a seguir era las ganas de recostarse un rato en su cama, lo necesitaba. Quizás con un pequeño descanso el dolor intenso que experimentaba su cabeza se esfumaría como ella deseaba.


    Y por fin, sus pies pisaron el tan anhelado piso dos, ese donde se encontraba su habitación. Ni miró a su alrededor, ni se percató de que David le pasó por un lado. De nada. Estaba tan enfurecida que olvidó su exterior, y en su mente sólo estaba latente el objetivo de encontrar su dichosa habitación y acostarse un rato. No quería pensar en nada más.


    Le echó un último vistazo al número que yacía en la parte superior central de la puerta, en vivas letras color banco con delgados bordes negro. Y en definitiva, era su habitación. Entró y cerró la puerta tras ella con fuerza, miró la cama que estaba en una esquina de la habitación, con las sábanas bien dobladas y la almohada en su lugar. Dio un par de pasos hacía su cama y se dejó caer en ella con pesadez.


    ―Hola.


    Müller se sobresaltó por segunda vez en el día, asustada. Y miró con sorpresa la portada de aquella voz, en la otra esquina de la habitación. Ni se había percatado de que había alguien más.


    ―Oh, hola. No te vi al entrar, lo lamento ―se disculpó un tanto apenada. Sí, estaba furiosa pero no por ello pagaría su rabia con una persona que no la merecía.


    ―No te preocupes. ¿Y cómo te llamas? ―Le preguntó con voz animada, con una sonrisa tatuada en sus labios.


    ―Llámame Verónica. ¿Y tú?


    ―Me llamo Kathie, ¡un gusto! ―Le sonrió aún más―. Al parecer somos compañeras de cuarto, ¡qué bien!


    ―Sí, eso parece ―una diminuta sonrisa se posó en los labios de Verónica, mostrando sus hoyuelos con incomodidad―. Bueno, voy a descansar un poco.


    La chica asintió ante eso y no dijo nada más. Giró su cabeza posando sus ojos verdes en el único ventanal que yacía en la habitación, viendo el panorama con cierto entusiasmo.


    La alemana se dejó caer nuevamente en su cama, cerrando sus parpados al instante. No había sido una buena mañana, y, al parecer, nunca las tendría. Y, claro, para completar su mala suerte compartiría habitación con una completa desconocida, quien seguramente le haría daño como muchas personas ya lo han hecho.

    Introducción

    David Widmore~

    (Por Mellorine)



    —Al fin es el día, ¿eh, Widmore?


    —Sí, lo es… —suspiró el rubio cerrando sus ojos, dejando que la suave brisa marina acaricie su rostro y juguetee con sus cabellos— No puedo esperar a verla, John, y finalmente dar el gran paso —sus ojos miel brillaban junto al sol, incluso más, eran los ojos de un hombre enamorado, y por sobre todo feliz.


    —Pensar que cuando llegaste eras un debilucho que apenas lograba resistir el entrenamiento —dijo el mayor, palmeando suavemente su espalda—. Recuerdo cómo te hacías odiar, quejándote todo el día. Y mírate ahora, eres de mis mejores hombres, y muy pronto te casarás con una bella mujer... Si fueras mi hijo, estaría muy orgulloso de ti, David.


    —Qué no hubiera dado yo por tener un padre como tú, John. Y por eso mismo quiero que ese día estés conmigo, allí, siendo testigo de nuestra unión. A mi lado como lo has hecho hasta ahora.


    El hombre sonrió, conteniendo las lágrimas que luchaban por escapar. Abrazó al joven con fuerza, murmurando lo orgulloso y feliz que estaba, ignorando su rol de Coronel y dejándose llevar por el que inconscientemente habían aceptado de padre e hijo. Finalmente una voz por altoparlante de que el puerto estaba a escasos metros frente a ellos, una bocina y un par de gritos de felicidad fueron lo que les hicieron separarse. El viaje llegaba a su fin luego de unos largos meses en el mar. Ambos secaron sus lágrimas y se unieron a la celebración de la multitud, sin saber que ésta no iba a durar demasiado.


    El cielo se nubló casi al instante, dejando caer una gruesa lluvia sobre ellos. El viento que comenzó a soplar sacudió el navío con brusquedad, truenos se veían y oían muy cerca de ellos, y el puerto que hace instantes estaba frente a sus ojos parecía cada vez más lejano.


    —¿Pero qué demonios sucedió con el cielo? —exclamó el rubio, mientras indicaba al resto de marines qué hacer. Todos corrían de un lado al otro, intentando mantener estable el barco, y mantenerse ellos mismo dentro de él. El agua de mar azotaba con fuerza a ambos lados, tumbándolo a veces casi por completo sobre el mar— ¡Marcos, sujétate! —gritó a uno de sus compañeros, al ver una enorme ola acercarse peligrosamente hacia ellos. Pero su advertencia llegó tarde, la ola ya les había cubierto por completo, obligándolo a cerrar sus ojos y sujetarse él mismo a la baranda metálica que tenía a su lado, y que era lo único que le indicaba que aún seguía sobre el barco. Sostuvo su respiración hasta que el agua finalmente le permitió respirar de nuevo, abriendo sus ojos y mirando a su alrededor con desesperación. No había rastros del joven pelirrojo que hacía segundos estaba frente a él, y pudo notar que no era el único que faltaba. Miro hacia el mar pero no vio rastros de ellos, habían desaparecido por completo— Mierda… —murmuró mirando a John en las mismas condiciones que él— ¡John, debemos ir adentro! —exclamó, soltándose y emprendiendo la peligrosa travesía de aquellos escasos metros que le separaban de un sitio seguro. Pero se detuvo al notar que el otro no se movía, sino que miraba horrorizado el horizonte. David volteó, buscando el motivo de su miedo, ahogando un grito al ver el remolino que poco a poco iba creciendo frente a ellos.


    —¡Todo a babor! —exclamó inconscientemente, esperando poder girar lo suficientemente rápido como para no ser atrapado por él, pero era tarde, demasiado. Sentía como el barco iba arrastrándose lentamente hacia el centro de este, girando cada vez a mayor velocidad, atrapado por la corriente en espiral bajo él.


    —Es el fin, David —sintió murmurar a sus espaldas, haciéndole por un instante apartar la vista de su futura tumba, para encontrarse con algo mil veces peor.


    —¿Qué haces? —Preguntó sin poder creer lo que veían sus ojos, con la desesperación a flor de piel— ¡Deja eso! ¡John!


    —Es la única salida, David —sintió a una dulce voz dentro de su cabeza—. Todos lo saben, incluso tú.


    Se dejó caer sobre el suelo, cerrando sus ojos con fuerza, sosteniendo su cabeza y presionando sobre ella, esperando que el dolor punzante que acababa de invadirle desapareciera; era insoportable. Un disparo se sintió, dejando un molesto zumbido en sus oídos. Aún así no abrió sus ojos, no quería ver lo que ya sabía que había sucedido, quería que todo pasara, huir de aquél lugar.


    —Hey, todo estará bien —volvió a sentir, pero esta vez no en su cabeza, sino en su oído, un leve susurro que hizo erizar su piel. Sintió dos delgados brazos rodearle por la espalda, y unos cálidos besos besarla con dulzura.


    Respiró profundo, intentando tranquilizarse, y lentamente abrió los ojos. El sol brillaba, haciéndole parpadear más de una vez hasta lograr acostumbrarse a su luz. El verde de la hierba bajo él en cierta forma le brindaba una falsa paz que por ahora prefería conservar. Miró a su alrededor, encontrándose en un hermoso prado, sin tormentas, sin muertos, sin miedo ni desesperación.


    —¿Dónde estamos? —inquirió volteando a ver a la mujer que ahora simplemente le observaba acuclillada a sus espaldas.


    —¿Importa realmente? —Respondió ella risueña— Lo que importa es que estamos juntos, ¿cierto?


    Vestía completamente de blanco, con un velo cayendo tras de sí, enmarcando su delicado rostro, resaltando la calidez de su piel.


    —Estás hermosa, mi amor —dijo él, olvidando completamente todo lo vivido hasta el momento, centrándose en aquél Déjà vu de lo que alguna vez fue la felicidad para él.


    —Dicen que la felicidad hace la belleza, así que sí, imagino que estoy radiante —bromeó, cerrando sus ojos al sentir la mano del otro acariciar su mejilla—. ¿Cómo no estarlo? —Sus manos inconscientemente fueron hasta su vientre, acariciándolo suavemente. David imitó a su mujer, llevando su mano libre hacia el mismo lugar, deslizándola sobre el encaje que cubría el vestido y que a su vez cubría su morena piel.


    —Yo también soy hermoso —dijo soltando una leve risita, acercando sus labios a la frente de la castaña, para besarla con delicadeza. Pero una pizca de cordura se hizo presente, haciéndole dudar sobre tal escena, haciéndole nuevamente razonar. Se separó de ella, tomándose unos segundos para observarla, y adentrarse en sus ojos celestes intentando divisar alguna pista sobre lo que estaba sucediendo. Fue una extraña calidez en su manos, que ahora descansaban sobre el suelo, lo que le hizo volver en sí y obligarle a bajar la vista— Penélope, ¡estás sangrando! —exclamó alarmado, notando el charco de sangre que poco a poco iba cubriendo el verde con rojo bajo sus cuerpos— ¿Qué te sucede? ¡Debemos ir a un médico!


    —¿Por qué siempre haces esto, David? ¿Por qué no quieres ser feliz conmigo?


    —Penn, ¿de qué hablas? —Poco a poco la desesperación que creía perdida le iba invadiendo nuevamente, ya un poco más consciente de cuál era la realidad de la situación— Claro que quiero serlo, amor, es sólo qué…


    —Aún no quieres estar a mi lado, es inútil que siga aquí —dijo molesta, al tiempo que el brillo del sol se iba apagando, a causa de una nubes grises que se abrían paso en el firmamento— Espero algún día tengas el valor de hacerlo, yo siempre te estaré esperando.


    Un trueno a sus espaldas le hizo sobresaltar, cerrando sus ojos por inercia. Fueron apenas unos segundos, milésimas, lo que tardó en abrirlos nuevamente, pero aquello bastó para que su mundo cambiara.


    —Te amo —fue lo último que escuchó, luego, otro disparo.


    ***


    —Otra más… —murmuró, tratando de controlar su respiración, secando el sudor que caía lentamente sobre su rostro, empapando su ropa y sus sábanas. Miró el reloj a su lado, comprobando que aún era temprano para levantarse, pero sabiendo que ya de nada servía quedarse en la cama.


    Llevaba ya cinco días allí, y cada uno era peor al anterior. Sus pesadillas eran más constantes, más irreales, ¿o más acertadas? Ya no estaba seguro. Hacía ya tiempo en que no podía discernir qué era real de sus recuerdos, qué parte de sus sueños realmente habían sucedido. Pero había aprendido a no cuestionarlos, al principio sí, enloqueciendo, intentando descubrir cuál era su verdadero pasado, pero finalmente concluyendo que era indiferente, después de todo había algo que sí era verdad: estaba solo.


    Se tomó un instante para calmarse, y finalmente abandonó la cama, dirigiéndose al baño para darse una buena ducha fría. Si bien odiaba aquello, la ducha compartida, logró llegar un acuerdo con las enfermeras de que le dejaran lavarse sólo, conservando así algo de dignidad, aunque de poco le servía en un lugar como aquél. Dejó que sus pensamientos le ayudaran a bloquear lo que sucedía a su alrededor, algunos pacientes gritando, algunas imágenes de cuerpos poco agradables, algunos comentarios hacia su persona que nunca sabría qué contenían… Era bueno en eso, perderse en sí mismo e ignorar al resto.


    Recordó el día anterior, uno bastante peculiar. Hubo una reunión entre algunos pacientes con la intención de “conocerlos” y que se conozcan, pero por causa de un desmayado y alguien con estómago débil, se había pospuesto. Cada vez estaba más seguro que la gente en aquél lugar empeoraba en lugar de mejorar, él era el ejemplo perfecto de ello, pero a nadie allí parecía realmente importarle. Recordó en aquél instante a la chica con la que había conversado, parecía bastante normal, aunque de seguro no seguiría así luego de un tiempo, ¿quién podría ser capaz de seguir cuerdo en un lugar tan disfuncional como aquél? Aunque si lo pensaba bien, técnicamente no debería haber nadie cuerdo en aquél lugar, salvo los médicos… y él, ¿cierto? No consideraba las pesadillas como una enfermedad mental, por eso no estuvo de acuerdo cuando su abogado y amigo le dijo que debía de pasar un tiempo en aquél instituto por orden del juez, pero no tuvo opción.


    Al salir de la ducha, una de las enfermeras le entregó sus pastillas diarias junto con un vaso de agua, y esperó pacientemente a que éste las tragara. Luego, le dirigió una sonrisa y lo dejó seguir con su camino. Widmore apuró el paso hasta su cuarto, no sin antes darle una visita al baño. Se metió en uno de los cubículos individuales, trabó la puerta y escupió las pastillas que hábilmente había logrado esconder a pesar de la cantidad de agua que había ingerido con ella. Miró el retrete con una leve sonrisa, y finalmente tiró la cadena, viendo cómo éstas eran absorbidas por un remolino y finalmente desaparecían de su vista.


    —No las necesito, estoy mejor sin ellas —dijo en voz baja, volviendo tras eso a su cuarto.


    Estaba en el primer piso, con una habitación individual. Había logrado aquello gracias a su amigo, que tras una petición y un incentivo económico a la institución le habían dado permiso a David de estar allí y no tener que compartir habitación con nadie, a pesar de que aquellas habitaciones en un principio eran destinadas a pacientes más “peligrosos”. La desventaja de aquello era la pérdida de privacidad en el baño, pero no era algo tan grave, principalmente porque tampoco planeaba estar allí por mucho.


    Miró el reloj que colgaba en una de las paredes de su habitación, y vio que aún le quedaba tiempo antes de la reunión. Sonrió, saliendo de ésta, y encaminándose hasta el aún no conocido tercer piso, que según había logrado averiguar, era una zona prohibida para ellos, de esas que sólo entras con alguien de seguridad o del instituto, o cuando realmente estás loco, muy loco.


    —Veo que sí viniste —le dijo una suave voz ni bien terminó con el último escalón.


    —Siempre cumplo mis promesas, Penn. ¿Comenzamos? –preguntó extendiendo su mano a la joven frente a él. Era de cabello castaño claro, largo hasta casi tocar la cintura, y con unas suaves ondas en toda su longitud. Su rostro era muy bello y femenino, con rasgos delicados. Para él, una mujer realmente hermosa. Aquella que le quitaba el aliento, lo dejaba sin habla y le hacía perder la razón…


    —¿Sabes?, anoche soñé contigo —le dijo él, comenzando a caminar a su lado, obviando los letreros blancos que comenzaban a aparecer, con la palabra “Precaución” en rojo escrita sobre ellos.


    Según tenía entendido, en aquel pasillo se encontraban los pacientes con un grado mayor de agresividad al de los otros pisos, o que simplemente necesitan de un cuidado particular y constante. Serían casos más especiales en cierta forma, con problemas verdaderamente serios. Ambos jóvenes se divertían mirando por las ventanillas de las puertas a los pacientes, algunos les devolvían una mirada de odio, otros saludaban con la mano y otros, la gran mayoría, no percataban su presencia, o fingían no hacerlo.


    —¿Hey, quién anda ahí? —sintió que le preguntaba alguien tras ellos.— No tienes permiso para estar aquí, tendrás que irte, muchacho.


    David sintió como una mano fuerte le tomaba del brazo y lo giraba; era Rulf.


    —Les damos libertades y se aprovechan de ello, ¿no te aclaramos cuando ingresaste aquí que más allá del piso en el que duermas no puedes ir a ningún otro? Obviamente a menos que estés acompañado por alguno de nosotros o tengas alguna actividad programada, el cual no es el caso —suspiro cansino, aflojando su agarre— Te llevaré a tu habitación, ¿de acuerdo?


    —Da igual —contestó, alzando levemente los hombros.


    —Hay gente peligrosa por acá, no queremos ningún accidente innecesario.


    —Sí, sí. Lo entiendo —dijo algo molesto, resignado a que su día de excursión terminaría tan pronto.


    Aquel hombre sonrió levemente, y le empujó por la espalda suavemente para que comenzara a avanzar.— Me alegra que no opongas resistencia… Muchos otros pacientes hubieran armado un verdadero revuelo…—dijo con un poco más de confianza, casi bromeando— Por cierto… ¿Había alguien más aquí?


    El muchacho se sorprendió ante la pregunta, y se giró en busca de la otra muchacha, confundido pero feliz en cierta forma de que ya no estuviera allí, ya que en una primera instancia no debía de estar allí.


    —Mmh… ¿Conmigo mismo? —respondió volviendo la vista hacia el mayor, esbozando una sonrisa sin ninguna razón aparente.


    —Uhm… De acuerdo, vamos —indicó finalmente, sin darle mayor importancia, no parecía estar mintiendo. Después de todo para Rufl era común eso de hablar sólo, es más, era extraño que alguien allí no lo hiciera— Ya casi es hora de la reunión de los nuevos, te acompañaré hasta allí.


    El rubio suspiró, revisando por última vez el lugar, pero era un hecho, ella ya se había ido.


    ***


    Una compañera de cuarto, ¿era algo bueno, cierto? Aquél lugar era horrendo, tener una buena compañía podría ser agradable. Lo malo es que aquella persona parecía más desconfiada de lo normal, y sus intentos por entablar una conversación no habían resultado como esperaba. Suspiró frustrada, terminando de arreglarse para ir a la reunión.


    —¿Quieres que vayamos juntas? —inquirió a una Verónica que aún decidía qué calzado usar aquél día. Ésta le miró alzando una ceja, y soltó algo parecido a un gruñido, haciendo que la pelinegra saliera sin más— Quizás no sea la compañera que esperaba… —murmuró emprendiendo su camino a la STC.


    —¡Hey, tú! ¿Eres de los nuevos? —sintió decir a sus espaldas, haciéndola voltear por curiosidad. Era un sujeto que ya había visto, Rufl, con un chico que también había conocido el día anterior, aunque no recordaba bien su nombre.


    —Sí… —respondió enseguida moviendo su cabeza de arriba abajo.


    —Perfecto, podrán ir juntos a la reunión —dijo dándole un leve empujón al rubio, quien bufó molesto, pero se adelantó sin oponer resistencia, pues no tenía otra opción—. De todas formas el objetivo es conocerse, ¿cierto? Háganse amigos —les sonrió, entregándole el paquete a la muchacha, aliviado de que ya podría finalmente volver a su trabajo y dejar de andar de guía turística, había mucho que hacer y no podía perder demasiado el tiempo.


    La muchacha le sonrió, confundida, esperando a que el mayor diera la vuelta para irse, y recién ahí se volvió hacia el otro para observarle. Parecía bastante común, quizás incluso podría intentar llevarse bien con él si la relación con su compañera fallara.


    —Hola, mi nombre… —Comenzó a decir, pero el otro simplemente siguió su camino, dejándola con las palabras en la boca.


    Al entrar pudo notar que era la última que faltaba. Jane le sonrió invitándola a sentar, y luego comenzó a hablar tal y como lo había hecho ayer. Poca atención prestó a lo que decía, que no era más que admitir que no fue la mejor idea lo que había hecho ayer y que había pensado en una forma menos dura de presentarse.


    —Isabella, querida, ¿podrías repartir esto? —dijo extendiendo hacia la chica que estaba a su lado una pila de hojas y una pequeña cajita que contenía marcadores de colores. La chica asintió enseguida, tomando aquellos útiles y repartiéndolos pacientemente por el círculo de sillas que le rodeaba, aprovechando por mirar curiosamente a cada uno de sus nuevos compañeros—. Muchas gracias, puedes sentarte —dijo la terapeuta cruzando sus piernas e inspeccionando que cada uno tuviera lo necesario antes de proseguir— La actividad será sencilla. Deberán dibujar algo que sientan que los represente, puede ser un retrato, su familia, amigos, sus gustos, lo que deseen, y en base a ese dibujo, luego se presentaran frente al resto, ¿comprendido?


    —¿Dibujar? —Inquirió el joven policía, no completamente a gusto con aquella idea— Dudo que algún garabato mío pueda llegar a expresar algo, sería sólo una pérdida de tiempo.


    —Por eso harán su mejor esfuerzo, además, el dibujo sólo es un apoyo, una manera de hacer esto más fácil. En fin, a trabajar —dijo dando unas palmadas indicando que la charla había acabado— SI gustan pueden sentarse en el suelo, o usar mi escritorio, como les sea más cómodo.


    Y aquello fue lo último que se dijo en aquella reunión al menos por unos largos veinte minutos.


    ***


    Girolla no entendía qué tenía aquello de “fácil”, pero al menos agradecía el hecho de que no tendría que nuevamente pararse frente al resto y hablar de su vida, dibujaría algo sin sentido, algo fácil de explicar y daría una breve descripción de aquello sólo para complacer a esa mujer. Si todo salía bien, saldría de allí sobre sus pies y no arrastrado nuevamente por los enfermeros. Se acomodó sobre el suelo de madera, que para su suerte estaba completamente limpio, y tras apoyar su hoja sobre él, destapó su marcador azul para comenzar con su trabajo.


    —¿Qué dibujarás tú? —inquirió la joven castaña que estaba a su lado mirando atenta los movimientos del otro. Víctor se sobresaltó, dejando un rayón azul sobre el papel por el movimiento brusco que había hecho.


    —Tsk… —chasqueó la lengua, dirigiéndole una mirada de reproche a la joven, quien enseguida volvió a su blanca hoja.


    —Qué mal genio tienen todos hoy… —se dijo a sí misma.​


    --------------------------


    Sí, sí. Me pasé un poquito con lo personal, pero no pude evitarlo :c

    Los amo a todos~​


    Introducción ~

    Isabella Le’Brandt

    (Por Némesis)



    Se levantó muy alegre, convencida de que sería un buen día. Mañana normal, su madre y su padre bailaban improvisado en medio de la cocina cuando ella bajó a desayunar, su hermanito los observaba divertido desde el comedor.


    — ¡Los dueños de la pista! —bromeó.


    Recibió risas como respuesta. Desayunó y fue a la preparatoria.


    Al entrar distinguió enseguida a Eric y Maia, su novio y su mejor amiga. A ella la saludó de beso en la mejilla, y a él lo abrazo y le regó besos por toda la cara; no estaba segura de amarlo aún, pero le divertía sentir mariposas en el estómago al verlo sonreír.


    —Hola, amor —se cargó del cuello del chico.


    —Hola, guapo.


    Ambos rieron, y minutos después sonó la campana.


    Las clases siguieron como siempre, nada especial.


    Al término de las clases fue caminando a casa acompañada por Eric y Maia.


    —Hoy hay una fiesta en casa de Sebastián, dicen que va a estar muy buena —apuntó Eric.


    —Hay que arreglarnos enseguida entonces —Maia sabía que Isabella podía tardar mucho tiempo arreglándose a sí misma, y más aún para una fiesta. Como siempre, también la arreglaría a ella, entonces había que empezar a la de ya.


    Las dos se rieron y apuraron el paso a casa de Isabella. Eric siguió camino a casa de un amigo, él no tenía ningún apuro por la fiesta.


    Entre música, bromas, conversaciones, ropa volando, maquillaje, pinzas y alisadoras, perfumes y zapatos, estuvieron listas al cabo de tres horas. Aún quedaba una hora para que las pasara a buscar Eric. Se cocinaron fideos y salchichas, y subieron a ver TV.


    Después de dos horas estaban en medio de parlantes y tragos. Fiesta de jóvenes. Tocaban buena música, y ella bailaba con toda la pasión que tenía por hacerlo, bailaba junto a Eric y disfrutaba de la fiesta. Quizá estaba tan entusiasmada con todo esto que no notaba una mirada de odio que se mantenía en ellos.



    Tenía un terrible dolor de cabeza y no podía dejar de llorar. Escuchó la patrulla acercarse. No quería abrir los ojos pero necesitaba saber porque sólo podía escuchar la patrulla, al abrirlos vio que ya no había nadie, todos habían huido. Rompió en un llanto más descontrolado al ver de nuevo a su mejor amiga y a su novio tirados en el suelo, con la cara llena de sangre. La escena era realmente terrible y no pudo soportarla, un grito atroz salió de su boca y entonces un policía la levantó del suelo y la metió en la patrulla.


    Al llegar a la comisaría la hicieron esperar los peores 15 minutos de su vida. De pronto un policía le indicó que la entrevistarían enseguida.


    Entró en la habitación como el difunto entra en su velorio. Los dos policías la miraban sin gesto, parecían totalmente anexos a lo que sea que hubiera sucedido.


    —Tome asiento, señorita Le’Brandt.


    —Por favor detalle lo ocurrido.


    Las manos le temblaban y sudaban, la mandíbula se le tensaba y parecía que no podría volver a articular palabras.


    —Yo estaba en la fiesta, la fiesta…


    — ¿Eric y Maia la acompañaban?


    Escuchar sus nombres hizo que la joven volviera a llorar.


    —Sí.


    — ¿Y qué sucedió?


    Al tratar de recordarlo muchas imágenes surcaron su mente, agudizando su terrible jaqueca. No podía sujetarse a una idea, no recordaba en concreto qué había ocurrido, había escenas perdidas, otras borrosas y otra de las que era consciente que las sabía, pero se hallaban perdidas en su mente.


    —No recuerdo qué ocurrió específicamente, pero algo hizo que la gente formara un círculo entorno a Maia, Eric y alguien más. Había una pelea y todos estaban gritando, una chica lloraba y entonces alguien golpeó a Eric, Maia se abalanzó y entonces también fue golpeada… —la voz se le quebraba y su cabeza latía con fuerza, las lágrimas atacaban y ni ella misma podía entender lo que decía, era sólo la película que había en su mente— era una lluvia de golpes, todos gritaban y nadie hacía nada por ayudarlos.


    Los policías se miraron confundidos con la declaración.


    — ¿Y dónde estaba usted en ese momento?


    La chica se sorprendió con la pregunta, no se veía en la película. Comenzó a sangrarle la nariz. Intentó reproducir las escenas que tenía, ella bailaba con Eric, conversaba con Maia… entonces la película se cortaba, todos se apartaban y sucedía lo que había dicho, a Eric y Maia los golpeaban con fiereza.


    — ¿Usted observaba? —insistieron los policías al ver que la chica no respondía.


    Intentaba ver desde donde había grabado la película, pero obtenía muchos ángulos imprecisos. Entonces una escena la abordó, ella sostenía del cuello de la ropa a Eric y estaba a segundos de propinarle un puño en la cara. La escena se cortó entonces. Isabella lloró como nunca antes, no podía comprenderlo, no podía creerlo. Es imposible, ella no podía haber hecho aquello.


    —Los testigos declararon que quien golpeaba a Eric y Maia, era usted. Al parecer una discusión que no terminó nada bien, ¿o sí?


    Ella lo miró, no podía dejar que llorar y la vista se le nublaba de las lágrimas, el dolor de cabeza la podía y entonces sintió sus fuerzas desfallecer.


    — ¡Ella!, ¡ella los golpeó!, ellos… ellos provocaron esto, ¡ella los golpeó!


    Sin poder procesar lo que acababa de decir, se dejó caer a un lado de la silla y vio a los policías acercarse. Todo se oscureció.


    Se despertó sintiéndose pesada, lo primero que le llamó la atención fue un dolor persistente en las manos, al mirárselas vio sus nudillos morados y los sintió arder cuando quiso flexionarlos. Cerró los ojos con fuerza, los sentía hinchados e irritados, no recordaba haberse acostado.


    Volteó buscando ver el reloj, dio un salto en la cama al ver a su madre metiendo cosas en una maleta.


    —Mamá, pero ¿qué haces?


    —Hija, tú tranquila, todo va a estar bien.


    —Pero, ¿de qué hablas?, ¿qué le pasa a mis nudillos?, ¿por qué estás llorando?, ¿qué fue lo que pasó?


    La mujer no lo aguantó más y salió llorando de la pieza. Isabella quiso levantarse y entonces notó que había un lazo sujetándola a la cama. Su padre entró en la pieza entonces y se paró junto a su cama, su gesto lo decía todo, estaba profundamente angustiado.


    —Papá, ¿quieres explicarme qué es todo esto?, ¿porqué estoy atada a la cama?


    —Hija, ¿recuerdas lo que sucedió anoche?


    Hizo un gran esfuerzo, pero no consiguió nada. No había película esta vez.


    —No, papá, ¿qué sucedió? —para entonces ya había entendido que se trataba de algo muy fuerte, puesto que su padre no es de los que se tiran abajo por tonterías, y su madre tampoco.


    —Has ido a la fiesta con Eric y Maia, ¿no es así? —la joven asintió, recordando entonces algunos momentos de aquello, baile y tragos— Y las cosas han acabado mal, has golpeado a Eric y a Maia —la cara de Isabella era todo un poema, no lograba recordar aquello, esta vez no eran escenas borrosas, era la completa falta de escenas.


    — ¿Por qué habría yo de golpearlos? —sentía que era cierto, pero no entendía porque, y por el estado de sus nudillo debió ser una gran golpiza.


    —Porque Eric te ha engañado, durante un tiempo… —se congeló al oír eso, suponía como terminaría la frase, pero no se atrevía a escucharlo— con Maia.


    Algo de aquello volvió a su mente, pero ella estaba en otro lugar, alguien más golpeaba a Eric y Maia. Había sido ella, ahora lo recordaba, ¡ella los había golpeado!


    — ¡No, papá, ella los golpeó! —su padre negó con la cabeza— ¡Fue ella, ella los golpeó, yo la vi golpeándolos!


    El padre no dijo más y salió de la habitación como alma que lleva el viento. La chica se quedó desconcertada en la cama, se volvió presa fácil de las lágrimas que no tardaron en atacarle ¿Por qué esto le sucedía?, ¿por qué no podía recordar nítidamente lo ocurrido?, ¿qué hacía ella allí?, ¿por qué los golpeó? No podía entender nada, se quedó devastada en su habitación por más de media hora.


    —Mamá, tú tienes que creerme, ella…


    —Calla hija —dijo la madre con la voz quebrándosele. Terminó de meter cosas en las maletas y las llevo abajo.


    Isabella miró incrédula su closet vacío. Creía entender a donde llevaba todo esto, pero no podía procesarlo.


    Dos tipos muy altos y fornidos entraron de pronto en la habitación, no mediaron palabras y tomaron a la chica de pronto, uno de los brazos y otro las piernas. Parecían sordos a sus protestas y gritos. Pero sus padres no, al pasar por su lado y verla pataleando y gritando por librarse del agarre de los dos hombres, sabía que se les rompía el corazón. Ellos estaban en la puerta y una vez llegando a la calle vio la camioneta, tenía pinta de ambulancia y tallado en el costado sentenciaba, “Heartfeels – Instituto mental”. Lanzó un grito tremendo y las lágrimas salieron de sus ojos como cascadas, miró por última vez a sus padres antes de adentrarse en la camioneta; su madre apoyada en el hombro de su padre y él intentando soportar la situación, ¿por qué no corrían a salvarla?


    ***


    De pronto el cuerpo del joven cayó al suelo, ella se quedó anonadaba, al igual que los demás nuevos. Apenas podía sujetarse a ratos de un hilo para no caerse estando en este situación, y encima estos sucesos parecía que se harían recurrentes. Un grito, una llamada de auxilio surgió en su interior, ¡Sáquenme de aquí!



    Regresó al comedor todavía muy taciturna. Allí estaban las caras que lo que habían estado en la reunión, menos Víctor claro. Se sentó en una mesa apartada decidiendo si podría morder su lengua tan fuerte y tantas veces como para desangrarse en los baños, ¿instinto suicida?, ¿acaso la locura del lugar la estaba contagiando?



    La terapeuta todavía estaba en el salón de la desastrosa reunión. Definitivamente no podía considerar un desmayo en una presentación como un buen comienzo, ¿qué pensarían ahora de ella lo chicos? De seguro les desanimó con el espectáculo. En eso entró Rulf al aula.



    —Hemos llevado al chico con Rudy.



    —Perfecto.



    Tras eso se quedó hablando con Rulf otro rato, le pidió que pusiera mucho ojo con los nuevos, presentía que sus reacciones podían ser malas ante el fracaso de la reunión, quizá desataría sus locuras.


    ***


    No había notado cuando se volvió de día, pero la luz ya estaba allí. De nuevo no había dormido nada, pero tampoco se sentía cansada. Se levantó y comenzó a hurgar en la ropa. Al final se decidió por una camiseta de mangas largas de un tono burdeo intenso, muy ceñida al cuerpo que resaltaba su figura delgada, jeans ajustados oscuros y botas cafés con chiporro. Como siempre, perfume, peinado y maquillaje; sólo realizar esto que siempre fue un ritual en su hogar y su vida, ahora le resultaba muy angustioso, le recordaba todo lo que había sido forzada a dejar. Se dejó el cabello liso que le llegaba a las caderas, perfume de cereza y maquillaje suave con los ojos ahumados.



    De pronto escucho al cuidador levantando a todos los demás. Cuando llegó a su cuarto no se sorprendió al verla despierta, levantada y lista.



    — ¿Es que acaso tú no duermes?



    La chica sonrió incómoda, no, no dormía.



    Recibió sus medicinas y para tomarlas tuvo que convencerse de que sólo eran ibuprofenos suaves. Se sentía realmente miserable, tenía que mentirse a sí misma para tomar pastillas que no necesitaba. La mezcla de sentimientos que Heartfeels le producía era algo entre tristeza, enojo, desesperación y soledad.



    Caminó al comedor a paso lento, podía ver como todo parecía surrealista allí, una mujer cargaba unas mantas y las mimaba y atesoraba, pero allí no había nada, no había nada para amar. Ella pensaba que no encajaba, que no tenía ningún motivo por el cual estar allí.



    Al entrar quiso pensar que sólo era la cafetería del instituto, que estarían sus amigos esperándola y le habrían reservado un puesto. Pero lo que veían sus ojos era una realidad muy diferente, nadie parecía realmente sintonizado en aquél lugar, sentía ansias terribles de romper los muros y huir tan lejos como le fuera posible.



    Distinguió al chico que el día anterior se había desmayado en la reunión, con algo de disposición se acercó para sentarse a desayunar junto a él, pero le frenó el altavoz indicando que los nuevos deberían asistir ya a reunión. Dejó la comida en un mesón, ni siquiera pudo probar un bocado, aunque no lo sentía realmente, se veía rancia.



    Al llegar sintió la mirada de la terapeuta aguijoneándolos a todos. Todos tomaron asiento y entonces ella les repartió hojas para que dibujasen; para sus adentros se rió de lo poco efectivas que consideraba las técnicas de psicología, y tras eso se deprimió porque aún así las necesitaba, supuestamente.



    Comenzó a hacer trazos absurdos sin tener claro lo que haría. De pronto estaba analizando las personas a su alrededor, no parecías unos desquiciados, bueno, ella tampoco. Junta a ella estaba el chico de los ojos azules, el que se había desmayado. Decidió que tener un amigo no vendría mal.



    — ¿Qué dibujarás? —dijo con una sonrisa.



    Vio como se le desvió el lápiz del sobresalto y dejó un rayón en media hoja, gruñó. Vaya, que mal genio traen acá.



    De pronto sintió deseos de dibujar un recipiente roto y vacío. Jane había dicho algo que los represente, ¿no?



    ~~~~~~~~~~~~~

    Sí, me quedé algo corta, lo siento :'<

    Capítulo I

    (Por Kai Stavros)


    Su humor rara vez mejoraba encerrado allí, era tan jodidamente molesto. Hace dos días les mandaron a hacer dibujos que los representaran, él solo realizó rayones por toda la hoja, la terapeuta solo se quedó con las hojas, ni idea de qué había hecho con ellas.


    El salón de terapia común -mejor conocido como STC-, estaba oscurecido. Y con esa oscuridad bien podría salir del mismo, sigiloso, como un ninja que ama los carbohidratos. Pero dos enfermeros custodiaban las puertas, ceñudos, pero agotados, quizás sí todos unían fuerzas…descartó la idea inmediatamente al ver a sus compañeros.


    Los enfermeros estaban allí por un incidente de hace dos días, del mismo día cuando él se desmayó, deberían darles un premio por haber hecho ese día tres veces interesante a los del piso dos. Sonrió para sí mismo, con diversión.


    —¿Por qué la sonrisa, Giuseppe? —indagó la terapeuta Tucker, mirándolo sonriente.


    ¿Cómo le veía en la oscuridad? Levantó una ceja, curioso.


    Como quería que esa mujer se ahogara con sus dientes. Suspiró y la ignoró, responderle solo sería alargar la tortura, tanto para él como para el resto del grupo por ello no lo hizo y porque su estómago demandaba comida, así fuese la pseudo-pasta que allí les daban.


    Iría a juicio solo para demandar mejor alimentación.


    Frunció el ceño ante su propia gracia, por esas estupideces estaba allí en primer lugar.


    —Señorita Tucker —llamó la chica de franela verde oliva, un color enfermizo—, ¿acaso haremos algún progreso en grupo? Nadie va a decir nada, y usted lo sabe —espetó de una vez. No había molestia en su voz, solo un fastidio latente.


    —A mí ni me mire —se excusó rápidamente Girolla, que fuera a joder a otro, porque no quería un dolor de cabeza más.


    —Quienes no deseen estar aquí, pueden retirarse.


    No tuvo que decir más para que todos formaran fila y salieran ordenadamente, con los enfermeros haciéndoles gestos de desprecio, varios se habían acostumbrado ya. Miró a la compañera de habitación de la que intervino, y le causó gracia que le sacara la lengua a uno de ellos.


    Todos bajaron al comedor lentamente, y luego de hacer fila miró a algunos que ya tenían “grupos” para comer, se sintió un inadaptado no demoró mucho en suspirar, y sintió un suave siseo a su lado.


    —Vamos —instó David a su lado, bajo. Sin preguntarle nada fueron a sentarse a una mesa cercana a un ventanal.


    Más al extremo de la mesa, casi apoyándose del ventanal estaba la chica de blusa verde. Tendría qué saber su nombre. Oyó una bandeja caer frente a ellos, y levantó levemente la mirada, un chico que no había visto se sentó frente al par, ni siquiera se molestó el saludar. Y allí mismo se encontraba su compañera de habitación.


    —¡Hey, Verónica! —llamó a la chica, ella volteó levemente—. ¡Ven, acompáñanos! —Ella enseguida frunció el ceño. ¿Por qué tantas confiancitas?


    Al ella no moverse la chica se levantó, pidiendo permiso mudamente solo a él, se sentó rápido a su lado, y quien sabe qué le dijo, pero ella, aunque enfurruñada, se levantó y le siguió lo poco que faltaba para llegar al otro extremo. La chica se sentó entre Girolla y David, a insistencia de Le’Brandt, esta estaba sentada al frente de ellos, ignorando completamente al extraño chico.


    —Di tu nombre —espetó la chica de repente a la chica mientras todos comían, esta casi se atragantó con una tostada untada de algún tipo de queso.


    —¿Disculpa? —Se limpió el labio inferior con una servilleta, sin dejar de mirarla. Los otros dos también se concentraron en ella.


    —Dijiste mi nombre con descaro, ahora di el tuyo —dijo con altivez.


    Ella soltó una suave risa, qué carácter se ganaba la chica. Sabía que no era enojo, podría ser necedad. Sonrió.


    —Isabella Le’Brantd —respondió sonriéndole a la chica, casi quiso sacarle la lengua, miró su rostro, quizás esperaba algo de lo cual burlarse.


    Sintió todos los ojos frente a él, tragó el intento de huevos revueltos que tenía en la boca, tomó algo del jugo y luego les miró, con cortesía.


    —Giuseppe Vitorio Girolla, díganme Víctor. —Sus ojos, ojos, de un color azul verdoso se centraron en los demas, que miraba con una sonrisita burlona, recordando que pocos podían decir su nombre de pila, eso no importaba.


    Todos siquieron tomando el desayuno, curiosos pero sin decirlo de por qué Verónica no probaba bocado alguno. Vitorio notó que esta última jugueteaba con su cabello, sin saber qué hacer, el misterioso chico abrió la pequeña gelatina de cereza que les daban todos los viernes en el desayuno, y notó como la chica lo miraba. Quizás al menos comería algún dulce.


    —Come —le murmuró, apoyó su mentón en el dorso de su mano derecha, con la que sujetaba el tenedor y podría mirarla a ella, que con una expresión de sorpresa no tomaba aún el recipiente.


    —Es tuyo, no gracias —respondió ella, pero sus ojos, enfocados en el recipiente, decían otra cosa.


    —Dan uno solo por persona, y es con la comida —explicó, tomó la cucharilla y se la ofreció—. Además, ¿a quién no le gusta el dulce? —dijo curvando sus labios en una sonrisa.


    Ella miró sus ojos azules, casi siendo grises ahora por el resplandor del Sol que se filtraba por la ventana. Insegura le sonrió con timidez, tomó de sus dedos la cucharilla y le susurró un “gracias”, ya estaba de mucho mejor humor, eso se notaba.


    Cuando Isabella se levantó –dejando más de la mitad de su comida-, sin querer le cayó un tanto de jugo en la mesa, que llegó a salpicar el chico desconocido.


    —Lo lamento, yo no…


    —¿Tú no qué? —murmuró apretando los labios, debía de controlarse, era una chica.


    —Disculpa no te oí yo…


    —¡Tú eres una distraída, ¿acaso no te fijas o eres tonta?! —espetó, iracundo.


    Se levantó en toda su altitud, comparado con la chica, parecía un gigante. Ella se echó hacia atrás por mero impulso, sentándose de nuevo, temerosa. Los otros dos chicos se levantaron, enfrentándolo.


    —La chica ya se disculpó, acepta sus disculpas y vete —dijo firme Vitorio, sin dejar de mirarlo, claro, por dentro tenía miedo, irse a los puños no era algo de su agrado, sin embargo, ese no podía tratar a la chica así.


    —¡Eso es entre ella y yo! —espetó el otro, apretando con fuerza los puños.


    —Ella se disculpó, el asunto ya está saldado —serenó David.


    No entendía por qué se metían en un asunto que no eran problema de ellos, lo exasperaba de sobre manera. Y antes siquiera de pensarlo mejor, estiró su brazo y tomó por el cuello de la camisa al rubio, halándolo con fuerza.


    Allí se armó la algarabía.


    Las chicas se levantaron, tratando de soltar al rubio. Reclamándole, increpándole al chico que era un idiota. Sin previo aviso el chico agresivo agitó el brazo derecho, empujando a Isabella y tumbándola de golpe al suelo, Verónica espetó un cretino y fue a ayudar a la otra chica, Vitorio, temeroso pero molesto se arrodilló en la mesa y busco golpear al chico, pero este le dio un puñetazo con la mano libre en la cara haciendo que rodara hacia atrás, cayendo con fuerza en el suelo.


    Widmore le vio frente a frente, pensando qué hacer. Antes de hacer algo el chico se desplomó en el suelo, parpadeó sorprendido, hasta que vio a Rulf y a una enfermera detrás, con una ajuga, una poderosa anestesia.


    —¿Qué hacía aquí Carbone, Rulf?


    —Yo no cuido su piso Claire. Lleven a Girolla donde Rudy.


    ---


    Al parecer ya iba a ser una costumbre para él estar en la enfermería.


    A las tres de la tarde los dejaron salir, ¡finalmente! Los que quisieron fueron enseguida al patio trasero, curiosamente el bosque no tenía ninguna cerca, pero era lógico, quienes podían salir no sufrían de grandes dilemas, solo personas algo enrolladas nada más tenían ese privilegio.


    Era suertudo de estar entre ellos…por ahora.


    Así que, nadie a quien le quedase un poco, solo un poco de sentido común no escaparía, era mejor estar encerrados, pero con techo e intentos de comida que tratando que sobrevivir a la intemperie de lo que sería un crudo invierno ese año. Ni estando entrenado y preparado para esa travesía sobrevivirías, además, eran tierras no exploradas, ¿qué diablos habría más allá de esos densos y huesudos árboles?


    Luego meditó sobre el desayuno, se percató de que había sido amable con la chica sin motivo, algo muy extraño en él. Pensó que quizás las drogas dopaban su egoísmo, haciéndolo más “hippie”, descartó esa idea porque no le agradaba, no quería creer eso. Decidió que simplemente había simpatizado con la joven, ni más ni menos.


    De las pocas personas notó a la mujer del 1-6 paseando por el patio, vigilada por una enfermera, aquella que esta mañana les dio tan “amablemente” sus medicamentos. Había historias que deseaba saber, y paseó su azulada mirada por los fríos troncos, se acercó al grupo que al parecer ya se había formado.


    Verónica tenía una blusa ceñida de color amarillo, y unos pantalones de color gris, quien sonreía mientras hablaba con David. Mientras se acercaba a ellos notó al joven del lío siendo vigilado por los cuidadores. A Isabella uno de los cuidadores palmeó a quien observaba, como burlándose de él, el chico pegó un suave brinco, nervioso. Y cuando el cuidador pasó a un lado de Víctor, riendo a carcajadas se sintió enfurecer. Por ciertas cosas se había hecho abogado, y estas eran una de ellas. Tropezó “sin querer” el hombro del de uniforme, haciendo que tambaleara y le mirase ceñudo, solo se disculpó y le sonrió, sabiendo que las intenciones habían sido más que claras.

    Con las manos en sus bolsillos se acercó a la chica, que suspiraba con la cabeza gacha, con cierto alivio.


    —Creen que son más importantes que nosotros —bufó el de nombre italiano acercándose.


    —¿Uh? Oh, sí. Ni saben quiénes somos —respondió, rápido y cordial.


    Sonrió suavemente, quizás estando afuera la gran mayoría de ellos tenían vidas agitadas, daban tumbos de allá para acá, sin concentrarse realmente en nada, lo único bueno de estar en Heartfeels era que, no teniendo nada más qué hacer, les tocaba socializar, o tratar de hacer algo semejante.


    —¿Cómo estás? —preguntó Girolla.


    —Eso debería preguntarte yo —sonrió ella levemente, señalando su mejilla con una venda, se veía por fuera levemente amoratada.


    David miraba a los lados, pensó por unos segundos ir a sentarse o no, pero como Ann no regresaría estando rodeado de personas, simplemente decidió que no tenía nada más que hacer.


    Cuando Vitorio llegó con la chica todos volvieron a presentarse. Se quedaron en silencio bastante rato, estirándose y cada quien pensando profundamente.


    —Quiero café —dijo, como queja Giusseppe y pateó una piedrecilla.


    —Puff, yo mataría por un chocolate caliente —bufó la chica. Enseguida una enfermera la miró con preocupación, deberían tener detector para ciertas palabras—. ¡En sentido figurado! —le espetó—. Y los dementes somos nosotros —musitó ella, a todos les arrancó una sonrisa.


    Todos querían comer algún dulce, tomar una bebida burbujeante de algún tipo, caminar sin tener alguien que les pisara los talones, vigilando todo lo que hacía y cuándo lo hacían.


    —¡Qué aburrido! —exclamó Isabella mientras se recostaba completamente en la banca. Girolla la miró negando con la cabeza y caminó hasta recostarse en un grueso tronco.


    Verónica, aún sentada al lado de David sujetó sus piernas, pegándolas a su pecho y suspiró, recostando allí en sus rodillas su frente. Quería irse.


    Más tarde ese mismo día estaba el mismo grupo viendo televisión en la pequeña sala del segundo piso, una de las enfermeras que los vigilaban constantemente habló algo sobre turnos, horarios y grupos para ver la televisión, y con un increíble entusiasmo Víctor se filtró de primero en la fila y los anotó.


    Y allí estaban, Verónica cambiaba y cambiaba los canales, con un suéter para el frío que sentía y con las piernas encima del sofá individual en el que estaba sentada. Isabella y Víctor jugaban ajedrez en una esquina, concentrados en los movimientos.


    No sabían dónde estaba David, hace como diez minutos que fue al baño y no había regresado.


    Verónica le lanzó un cojín a Víctor, y este se espabiló rápidamente, y antes de llegar a reclamarle algo llegó Davidcon una bandeja, con cinco tazas humeantes, cuatro con café descafeinado y un chocolate caliente. A todos les llegó el aroma y sin evitarlo suspiraron.


    —¡Muchas gracias! —le dijo la chica respirando de su chocolate, saboreándose sin haberlo probado—. ¿Cómo lo …


    —Tiene sus ventajas tener una cara bonita y alta simpatía —sonrió tomando de su café.


    De regreso del baño le llegó por un ducto de ventilación el olor a café y chocolate, simplemente siguió el aroma hasta la enfermería de ese piso, se encontró con una muy amable enfermera, habló un poco con ella, y dos sonrisas más tarde venía caminando con la bandeja hacia la sala.


    —Yo lo llamaría leve prostitución —musitó un somnoliento Verónica, casi bostezando.


    Antes de que David se defendiera fue interrumpido:


    —Son las siete —dijo Girolla cerrando los ojos al tomar de su café—. Nuestro vecino ya toca el piano —sonrió.


    Todos hicieron silencio, e incluso acallaron el televisor, y era cierto, se oía levemente una melodía de Bach, espléndida provenir del pasillo.


    —Ahora sí estoy cómoda, ¿es todas las noches? —indagó la chica mirando al italiano, él asintió y se quedaron en silencio un momento.


    El primero en acabar con su bebida fue Isabella, la dejó en la mesa, y fue con el sonido suficiente para llamar la atención del grupo. Les instó a acercarse más, todos movieron un poco lo sofás y sillas hasta quedar casi en el centro, impidió que Verónica bajara el volumen de la televisión de nuevo y hablaron así.


    —¿No es extraño que una de las chicas de la primera reunión no esté?


    —Hump, yo no la vi en las duchas, y tenemos el mismo horario —explicó Müller, mordiendo su labio inferior.


    —Quizás enfermó, se veía delicada, además…No ha salido ningún auto gris de aquí y son los que se llevan a las personas —enseguida Víctor sintió la mirada de todos sobre él—. Llevo aquí dos semanas, en algo debía distraerme —aclaró y se cruzó de brazos.


    —Debe de ser eso —acotó Isabella, mirando nuevamente la televisión.


    —Algo me estaba comentando Ann en el patio —murmuró muy bajo David, cosa que solo oyó Vitorio y Mikhal. Pero no dijeron nada.


    Vieron televisión hasta las ocho de la noche, cuando se dejó de oír el piano y el sonido cambió por un forcejeo, quienes compartían habitación decidieron marcharse, se despidieron y fueron caminando con pereza.


    —Déjale dormir con su piano Rulf, no le hace mal a nadie —aconsejó Víctor posado en la puerta de su vecino de habitación, que se acurrucaba en una esquina abrazando su piano portátil. Mientras el cuidador estaba enfurruñado cerca de la cama.


    —Solo lo consienten —bramó este, no comprendiendo.


    —Tú eres quien no deja dormir, peleando con él —aclaró Girolla, recibió una mala mirada del corpulento hombre, pero cerró los ojos mientras bostezaba y empezaba a marcharse—. Además, Rulf, cada loco con su tema —dijo, con simple afán de molestarle.


    Más tarde Girolla fue al baño, y al regresar oyó algo en los pasillos. Se asomó, lentamente y luego salió por completo. Tap, tap, tap…se oían pasos por las escaleras de servicio, que abarcaban todo el edificio, y justo al lado de los ascensores. Esa tímida luz azulada estaba encendida, y se acercó hasta ella, con las pantuflas puestas y los ojos cansados.


    Abrió la puerta con un suave chillido, y juró ver un mechón de cabello rosa atascado al final del primer descanso de las escaleras. Sintió su corazón acelerarse, un nudo en el estómago y un repentino terror de estar allí. Cerró de golpe la puerta y dejó su espada apoyada a ella, respirando agitadamente.


    —Mierda —musitó al ver la luz de una linterna aparecer en la pared del cruce de la esquina a su pasillo.


    Con torpes pasos regresó hasta su habitación, y cerró la puerta justo a tiempo cuando sintió los pesados pasos de unas botas justo afuera. Entró al baño y se lavó la cara. En este momento odiaba no tener compañero de habitación.


    Se metió en la cama en un brinco, y se arropó completamente. Cuando una rama huesuda tocó la ventana se sobresaltó, colocó una mano en su pecho y respiró profundo para calmarse. A esa hora las pastillas ya no hacían el efecto deseado, o los nervios simplemente disparaban su enfermedad.


    «Vete de aquí. Es ella, lo sabes. No te hagas y vete. Solo oye las cadenas, solo óyelas…», y las voces siguieron.


    Luego de cada pausa era una diferente. Femeninas, masculinas, de niños, pero no eran algunas que haya oído antes, todas se distorsionaban, oyéndose escalofriantes, y no bastaron las voces, enseguida a su mente acudieron imágenes nunca vistas: la pálida chica siendo arrastrada por uno de los cuidadores, con las lágrimas escurriendo sus mejillas, pidiendo ayuda, forcejeando en aquella escalera mientras era arrastrada pisos abajo.


    Giuseppe no durmió esa noche.

    Capítulo II
    Por Xeon

    -Entonces ¿Quién es este sujeto?


    Decía el recién llegado doctor a uno de sus colegas de mayor experiencia, mientras ajustaba sus lentes y leía uno de los expedientes que se le habían facilitado para leer los perfiles de los residentes


    -Ese es uno de los que más antigüedad tiene aquí, le decimos “el salvaje oeste” por su difícil personalidad y pues, su apellido es West por lo que le queda bien el mote


    El humor y desinterés por parte de su colega a la par de la burla hacia el joven le causaba cierta molestia, pero era un recién llegado a penas, no sabia demasiado de los pacientes y el perfil de este chico era realmente escalofriante, había estado encerrado unos 12 años en la institución, había llegado solo aunque el aseguraba que sus padres lo habían traído y mas importante, sus padres habían muerto 7 años antes de que el llegara a la institución en un accidente automovilístico, el chico ni siquiera estaba en el continente para esa edad y nadie tenia idea de cómo o bajo que circunstancias había llegado a dicho centro.


    -¿Seria posible hacerle una entrevista a este sujeto?


    Se aventuro a preguntar tímidamente mientras deslizaba algunas hojas para mirar algo mas sobre la historia de este interesante sujeto, pero las palabras de su compañero lo hicieron apurar la mano


    -Mira la pagina 16 del expediente, esa pagina responderá por si sola-


    La pagina en cuestión era solo una gran imagen de lo que solía ser una persona, tenia la mandíbula desencajada y las mejillas desgarradas de forma que su quijada quedaba prácticamente colgando a la altura del cuello, como si se tratara de una serpiente intentando devorar una presa de gran tamaño, tenia el ojo izquierdo perforado y el tabique nasal completamente aplastado, tenia ambos hombros fuera de lugar y los codos completamente amoratados de un color negruzco, el resto del cuerpo de la imagen mostraba laceraciones profundas en extremo cual surcos de arado en la piel del pobre hombre.


    -Tardamos unos 6 minutos en llegar a la habitación del salvaje oeste, el pobre doctor maverik tristemente no logro sobrevivir, era entusiasta y agradable, tal como usted que ahora lo sustituirá, le recomendare lo mismo que le dije a el querido novato, si va a ir al salvaje oeste, lleve un revolver cargado y listo para disparar-


    Los ojos del joven doctor se pasearon una vez más por la imagen, era algo brutal y vomitivo de ver y había ocurrido a mano limpia, ahora entendía que las marcas en el cuerpo fueron echas con las uñas, la mandíbula tal vez fue arrancada con el pie haciendo palanca, el pobre doctor debió morir del dolor agudo causado por este monstruo, pero al lo llamaba a hablar con el, todo el misterio que envolvía la llegada de este sujeto eran la razón por la cual se había unido a este campo, era la razón por la que había estudiado tantos años, así que se dispuso entonces a investigar mas a fondo, los días pasaban y la observación sobre la sala numero 3 del tercer piso se hacia cada vez mas apetitosa, una y otra vez el doctor se acercaba a la mirilla y podía ver a Darren sentado tranquilamente en el cuarto numero 3, en ningún momento exhibió comportamiento violento, incluso agradecía cada que se le acercaba su charola de alimento durante la mañana, la tarde y la noche.


    Así paso una estación completa y nada parecía cambiar, este sujeto no parecía demostrar ser el monstruo que los informes mostraban, era mas que obvio que debía tener algún tipo de desorden de personalidad o el doctor maverik de alguna forma fue el que detono este episodio pero el sujeto como tal estaba siempre en solitario, a veces atado, a veces suelto pero en general su estado de animo era apacible y muy tranquilo, lo que le daba muchos mas deseos de entrevistarse con el, pero sabia que por los medios convencionales le resultaría imposible, lo había intentado de forma indirecta y la respuesta había sido muy similar a la que recibió ese primer día que miraba los expedientes “no podemos permitir que se entreviste al salvaje oeste debido a lo ocurrido con el doctor maverik” pero la entrevista directa y personal era la mejor forma de llegar al paciente, era la mejor forma de poder diagnosticar su caso y de esta forma poder avanzar en su tratamiento, no todo podía ser encerrarlo y amarrarlo.


    Así que se dispuso a realizar una pequeña entrevista en privado y una noche en la que Darren se encontraba de lo mas tranquilo, entro a la habitación con mucha calma mientras esperaba hablar con el, esto fue lo ultimo que se vio de el mientras otra cruenta foto se unia al perfil del “salvaje oeste” y una pequeña aclaratoria “Jamás se despierte al sujeto a mitad de la noche, reacción en extremo violenta”.
     
    Última edición: 22 Octubre 2017
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