Página en blanco

Página en blanco

Volvió a sentarse ante la mesa donde solía escribir,
pues en su mente revoloteaba todo lo que le quería decir,
mientras las emociones que trataba de contener,
luchaban en su interior por emerger.

Aunque a primera instancia no sabía identificarlas,
impotencia, ira o dolor, lo que fuera quería arrancarlas,
gritar, llorar, reír, sí, reír como desquiciada, no importaba,
solo erradicar aquello que por dentro la laceraba.

Y mirando aquella hoja en blanco volvió a preguntarse:
¿por qué su persona en en ese momento no quiso adornarse?
Decirle palabras que pudieran hacerle comprender su sentir,
expresiones que fueran ideales para su relación nutrir.

Pero... ¡Ah, martirio! ¡Oh, lengua tímida que prefirió callar!
Sepultó la oportunidad en algún lugar donde no la pudo hallar,
dejándolo quizás con el pensamiento equivocado,
de que su corazón a la comprensión y al amor se había cerrado.

¡Quiere escribir, decirle todo en esa página en blanco!
Pero... ¡Oh, calamidad! Sus dedos tiemblan a causa del llanto,
lágrimas que brotan de lo más profundo de su corazón,
de modo que sus gemidos componen un sufrido canto.

Porque su razón lo que sabe es que es tarde,
así que ahí quedó la página en blanco,
sedienta de recibir letras que serán en balde,
aunque se trate de pensamientos sublimes y francos.

Ella siguió suspirando y llorando,
como si pidiera la hoja ser hidratada con algo,
estuvo ahí sin saber cuánto,
empapando la plana con su arduo llanto.

“¡Llora!”, parecía decir la hoja, “¡llora que comprendo tu dolor!”.
“Me has dado el color gris de tu horizonte,
pues mira como tus lágrimas han cambiado mi color,
agradezco que en algo puedo ayudarte,
pues estoy absorbiendo las perlas de tu dolor”.