Fantasía Otra historia de Abc

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Marina, 20 Febrero 2016.

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    Marina

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    Tauro
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    Otra historia de Abc
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Fantasía
    Total de capítulos:
    27
     
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    La siguiente historia participa en la dinámica: Días de Abecedario 2.0

    A de Aurora
    Era una imagen espectacular, varias veces vista por ella que, parada al borde del acantilado, miraba aquellas luces de colores: verde, amarillo, rojo y azul que se habían materializado entre la expansión y el congelado mar, no muy lejos de donde estaba. La aurora boreal era bellísima y parecía bailar al compás de los latidos de su corazón mientras que de sus ojos brotaban las lágrimas de tristeza y dolor convirtiéndose en hielo casi al momento de aparecer, quedando sobre sus rojas mejillas que, junto con el resto de su cuerpo, eran azotadas por el intenso frío. Pero a ella el frío del ambiente no le afectaba tanto como el del interior.

    La frialdad interna era la que la estremecía y la joven noche hacía juego con su oscura alma, porque de ella había sido robada la luz de la felicidad. La muerte había hurtado lo más valioso que tenía: a su esposo y a su hijo. La parca, confabulando contra su bienestar, se los había llevado al sepulcro y ella quería ir con ellos. Ellos habían muerto en una trágica avalancha de nieve días antes y ella moriría lanzándose al fondo del acantilado, frente a la aurora boreal, delante de aquellas hermosas luces que tanto le gustaban a su esposo. Se entregaría al manto blanco, el mismo que amaba su propio hijo y en el que le encantaba esquiar. Así que sin dejar de mirar la aurora abrió los brazos y se lanzó al vacío helado en una caída libre.

    Una caída libre que resultó ser... no lo que ella esperaba.

     
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    Marina

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    B de Bola

    Todo sucedió como en cámara lenta mientras caía. La repentina, rápida y extraña actividad de las luces le pareció surrealista, porque no podía ser real que la aurora boreal se alargara hacia ella desprendiendo sus rayos de colores hasta alcanzarla, envolviéndola en una colorida cortina para mantenerla suspendida en el aire evitando o ralentizando su descenso. Cristal no solo miró cómo la aurora la había envuelto, sino que también sintió un intenso malestar físico cuando las luces entraron en su piel, invadiendo todo su organismo interior y gritó al incrementarse el dolor de su cuerpo y supo que no era bueno tal padecimiento, porque se sentía arder.

    Siguió gritando hasta convertirse toda ella en una bola de fuego que mezclaba los cuatro colores: azul, verde, rojo y amarillo. De su boca, al ser abierta por los alaridos, salían rayos en los tonos mencionados e iban a impactarse o perderse en diferentes lugares de acuerdo a su propio movimiento, pues este era giratorio en una desesperación total. Cristal quería despojar de sí el tremendo dolor corporal, uno tan agudo que vino a reemplazar el emocional; ese que sintiera antes por la pérdida de sus amados seres.

    Nadie puedo verla o escucharla, pues había escogido un lugar remoto para suicidarse, así que no hubo quien la ayudara y ella siguió ardiendo, suspendida en el aire por un tiempo relativamente corto, pero agónicamente largo y no fue sino hasta que de sus manos salieron esos rayos, que terminó su martirio. La aurora completa se extinguió dentro de ella y eso le permitió caer de nuevo a gran velocidad, pero no alcanzó a sentir el impacto contra el blanco suelo, porque antes de llegar, perdió el sentido.
     
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    C de Centro

    Ya estaba consciente, pero al tratar de abrir los ojos no pudo, entonces quiso levantar el brazo derecho para tocar con la mano su rostro, mas tampoco logró moverlo. Por alguna razón estaba inmovilizada, como atada con algo contra el suelo. Algo pesado y frío que no solo la maniataba, sino que le concedía el más terrible de los fríos. Sabía que era de día por la claridad que traspasaba sus párpados, los que no podía levantar pues parecían estar pegados a la piel, sin embargo, aunque había luz a su alrededor, no pudo sentir la calidez de los rayos del sol y de pronto pensó que el brillo bizlumbrado no era natural, sino artificial.

    ¿Dónde estaba? El miedo que sintió Cristal fue más temible que la frialdad que sentía e interiormente tembló. Gritó sordamente, un alarido interno que no pudo brotar de su boca porque tampoco la pudo abrir. ¿Qué era aquello que la maniataba? Si pudiese verse, habría notado que no se había ido a ningún lado, sino que permanecía boca arriba en el lugar en el que había aterrizado después de su caída: a los pies del gélido acantilado, en el centro de un pequeño cráter que su cuerpo formó al golpear contra la nieve, pero lo que la cubría no era de ninguna manera la sustancia blanca, sino que grueso hielo se había cristalizado sobre su cuerpo haciendo una especie de ataúd que la aprisionaba.

    Sin embargo, aunque no podía verse, por lo que sentía alcanzó a percibir que estaba encerrada en algo horriblemente glacial ¿Había muerto y ese era su infierno por haberse suicidado? La pregunta la aterró más, luego recordó que antes de eso había ardido. De seguro dentro de poco volvería a encenderse y luego se congelaría de nuevo en una perpetua secuencia.

    En ningún momento dudó que ese era su castigo.
     
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    D de Desencadenar

    Cristal no supo cuánto pasó en tal frialdad porque entró en un estado mental donde fantaseó con sus recuerdos. Volvió a verse al lado de sus amados seres: su esposo e hijo. Rememoró el día en que su hijo nació, grande y sonrosado y la satisfacción de su esposo al tomarlo en brazos, al someter el grave tono de su voz para hablarle al recién nacido con una suavidad tan emotiva que llenó sus ojos de lágrimas. Ese día ambos se habían sentido realizados al ser padres y mientras su hijo crecía, ellos mismos lo hacían en sentido emocional, emociones diversas que volcaron en su vástago, el que a su vez los hacía sentir orgullosos de tenerlo como hijo, pero entonces sucedió la desgracia justamente el día que su único hijo cumplió los nueve años.

    Como regalo de cumpleaños, su esposo por primera vez lo llevó a esquiar a la montaña. El niño aprendió a esquiar en terrenos seguros y siempre bajo la supervisión de los expertos, pero en esa ocasión, su esposo había decidido arriesgarlo un poco, pues les dijo que no podía disfrutarse al máximo el deporte si no se hacía de mayores alturas, así que ella, viendo lo mucho que el muchacho se entusiasmó con la idea, pues de verdad amaba deslizarse en la nieve, lo permitió.

    Pero fue una pésima idea. Una avalancha los mató casi desde que comenzaron a bajar la blanca montaña. Habían rescatado sus cuerpos con mucha dificultad, pues habían quedado sepultados bajo toneladas de nieve y era tanto el grado de dificultad que por momentos se habló de dejar los cuerpos ahí hasta el deshielo, pero ella, sintiéndose muy culpable, hizo cuanto pudo para que el recate no se detuviera.

    Recordar sus fríos y maltrechos cuerpos fue lo que necesitó para desencadenar de nuevo su repugnancia ante la pérdida de sus amados, porque no lo aceptaba. Vida cruel y sin sentido. Despiadada muerte que se lleva a los equivocados. Maldijo su mala fortuna. Maldijo su condición infame que no le permitió morir como ella quería. Deseaba una muerte que la sumiera en el olvido, pero no, su mente, sus sentimientos y sensaciones estaban todavía vivos. ¿Qué le debía al mundo? ¿Qué le debía a la vida? ¿Qué le debía al Supremo? ¡No les debía nada! Se airó sobremanera. Su ira fue creciendo hasta que se sintió arder y sin que pudiera creerlo a pesar de que había pensado antes que se encendería de nuevo, aquél fuego colorido comenzó a derretir el hielo.

    Finalmente quedó libre.
     
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    Borealis Spiral

    Borealis Spiral Fanático Comentarista destacado

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    Lo de arder y ser congelada perpetuamente habría sido un castigo interesante xD Soy mala.
    Vaya, vaya, Master, aquí que esta es la nueva historia para la actividad... Interesante y sí, creo que viéndolo bien, es fantasía xD Es cierto que no es como la anterior y eso me alegra, jajaja. Válgame, pero qué mala soy yo para la fantasía, de veras que sí.

    ¿La Aurora le dio el poder del fuego? Interesante. Cuando era pequeña siempre soñé con tenerlo; no sé por qué me gustaba mucho. Ese y el de súper velocidad siempre fueron mis poderes favoritos xD
    Es obvio que Cristal esté herida por la pérdida de sus seres queridos y esté tan deprimida y que rechiste de todo, pero bueno; no hay duda de que a veces las cosas no salen como uno espera. Aquí la cuestión es ¿qué pasará ahora que tiene este don? Deberá aprender a utilizarlo, ¿no? ¿Lo hará? ¿Y si alguien la ve y quieren experimentar con ella? ¿Y si ella decide hacerse mala? Sería genial, ¿no? Cómo nace y se desarrolla un villano xD Ok no.

    Pues nada, espero leer los próximos capítulitos con ansias. A ver cuántos tienes publicados antes de que me pase por acá de nuevo. Por el momento me despido y te cuidas mucho. Te amo *u*
    Hasta otra.
     
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    Marina

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    Parece que sí, @Borealis Spiral, le dio el poder del fuego con los colores de la aurora, así que ha de ser un fuego muy chulo y no me preguntes cómo fue eso posible, todavía no lo sé, a ver qué se me ocurre. Por el momento y puesto que todavía faltan muchas letras, pues la cosa está así. Gracias por tu apoyo xD Y por cierto que se trata del nacimiento de Cristal como... ni ella ni yo sabemos si será héroe o villana. Se irá desarrollando a medida que transcurra la pequeña historia. Nos vemos. TAM

    E de Energía

    La mujer se puso de pie y miró a su alrededor sin que la energía que brotaba de su cuerpo dejara de fluir y sin perder tampoco el colorido. A vista exterior, la energía la recorría de cabeza a pies, cambiando los colores de lugar mientras que rayos desprendidos de sus manos salían para irse sin rumbo fijo. No tenía el control del vigor que la estremecía desenfrenadamente y era tan doloroso que lloró. Un llanto ardiente. Quería dejar de sentir aquél fuego de color que la abrasaba, pero no sabía cómo dominarlo. Una cosa sí le quedó clara y era que ella misma era la aurora boreal, pero era una terrible, diferente, una que destruía todo lo que tocaba, porque al mirar en torno descubrió que toda la energía desprendida de ella cuando fue víctima de la transformación la noche anterior, había hecho hondos cráteres tanto en el suelo como en la pared del acantilado: en cualquier lugar donde impactara la potente energía, como justo estaba sucediendo ahora.

    Su mirada, cuyas lágrimas matizadas más que nada por el rojo, notaron la destrucción que había hecho y se dio miedo. ¿En qué se había convertido? O la pregunta más bien era ¿por qué se había convertido en ese monstruo? Y surgía otro par. ¿Por qué? ¿Quién le había hecho eso? Miró al cielo y gritó angustiada tratando de controlar la vibración de su cuerpo. Si no había muerto con tal posesión de poder, significaba que podía controlarlo, así que trató de calmarse. Respiró profundo y se concentró en la dinámica sensación que la dominaba. Pensó en la aurora, en cómo la había visto antes de lanzarse al vacío, su belleza y sus encantadoras luces. La imagen fue tan pacífica que murmuró entre dientes.

    —Tú puedes, puedes lograrlo. ¡Sí puedo!

    Y pudo, pero fue de una manera insospechada. No se apagó al simple deseo, sino que del interior surgió un frío tremendo y presentó una espectacular escena. La frialdad desprendida de su organismo produjo un vapor al mezclarse con la energía, luego el vapor se convirtió en hielo, aunque esta vez, como la sensación de poder estaba siendo medio controlado por ella, la gélida capa sobre su cuerpo fue fina, fácil de romper y cuando lo hizo, tembló ahora de frío.

    —¡Maldición! Primero me quemo y ahora muero de frío.

    Sin comprender nada de nada, miró arriba, al borde del acantilado. Sobre éste, a muchos metros de altura había quedado su moto de nieve, la que la había transportado hasta ahí, un lugar muy lejano del pueblo donde estaba su casa. ¿Cómo llegaría a ella? Estaba visto que no importaba cuánto hiciera para suicidarse, no moriría.

    Y por el momento, no sabía cómo darse muerte, así que no le quedaba más remedio que volver a casa. Pero ¿cómo?
     
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    F de Fin

    Llevaba horas caminando. Su decisión, después de haber dado por perdida la moto de nieve, porque fue para ella imposible alcanzarla, había sido la de volver a su casa caminando, lo que era una locura, pues se encontraba a muchos kilómetros de distancia. Mientras sus pies se hundían en el campo ampo paso a paso, refunfuñó de diversas maneras, insultándose a sí misma por sus pasadas decisiones, la primera y peor de ellas, montar en la moto, alejarse así de su casa y querer quitarse la vida; dejando únicamente un pequeño escrito en un trozo de papel sobre la mesa, dirigido a su mejor amiga que estaba segura iría a buscarla como siempre para continuar dándole ánimo.

    Me voy un tiempo a un retiro espiritual. No digo a dónde porque no quiero que se me moleste. Necesito meditar en lo que haré con mi vida ahora que no los tengo a ellos. Estoy segura que en ese retiro encontraré la maldita paz que necesito. Te quiero Odelia.
    Cristal”

    Al principio dudó en dejar el mensaje, pero comprendió que era una manera de despedirse de su querida amiga. Se querían mucho, pero para su amiga había sido imposible ayudarla en su brutal dolor, y para ella dejarse consolar. Cristal no sabía si Odelia creería lo que le puso en la nota y eso la preocupó un poco; solo un poco, pues no deseaba que se preocupara demasiado y mucho menos que adivinara por sus letras que había ido a buscar su fin. No quería que corriera tras ella para evitarlo y mucho menos que iniciara una búsqueda de rescate, aunque lo que sucediera después de su muerte, ya no le importaba, si la encontraban o no o si Ode sufría en demasía por su deceso. ¿Era egoísta por eso? Pues sí.

    Pero ¡ah, qué diantres! Nada había salido como esperaba y ahí seguía, quizás un justo castigo por su egoísmo; luchando ahora con el gran obstáculo que le suponía avanzar, martirizada en la vista por la resplandeciente blancura y batallando también con su organismo, pues éste elevaba su temperatura repentinamente y luego se helaba, así, en un círculo desesperante, agónico.

    —¡Idiota una... idiota dos! —Clamó con voz rota por el cansancio cuando un paso la llevó a hundirse hasta las rodillas—. ¡Idiota mil veces! ¡Ábrete tierra y trágame para que termines con mi suplicio!

    Pero la tierra no se abrió, sino que el que le respondió fue el clima, pues se soltó una fuerte ventisca que la azotó inclemente. En su irritación, Cristal elevó la calidez y la nieve a su alrededor comenzó a derretirse y supo ahí que su recién adquirida condición podía tratarse de acuerdo a sus emociones. Pero no era fácil controlarse ni controlar los indeseados poderes que no había pedido.

    —¿Por qué a mí? —gritó molesta a los cuatro vientos—. ¿Y por qué el contraste? ¡Fuego y hielo! ¿A quién se le ocurre?

    Solamente el panorama fue testigo de sus lloriqueos y... algo más.
     
    Última edición: 25 Febrero 2016
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    G de Gruñido

    Algo más que la silenció e inmovilizó. Miró adelante y su mirada se encontró con los ojos de un lobo blanco, enorme e imponente que la observaba sin perder ningún detalle de ella. El lobo estaba sentado y paracía muy tranquilo, pero Cristal, que conocía bien la naturaleza de esos preciosos animales, supo que su calma era ficticia, cuando menos en lo que a ella se refería, pues su paciencia era más bien otorgada a sus compañeros, los que comenzaron a tomar posición a su alrededor que era justo lo que esperaba.

    El gruñido de otro lobo a su costado derecho atrajo la atención de la mujer y al mirar, notó que eran tres, entonces, por su flanco izquierdo cuatro más se situaron y otros tres en la retaguardia, todos confundiéndose con la blancura del entorno y sus ojos, sobresalientes sobre las maníbulas que mostraban los filosos colmillos, eran hechizantes y sus gruñidos eran aterradores. Cristal se estremeció sin evitar el miedo al verse rodeada por aquellos salvajes que presentaban una belleza natural en el panorama. Ahí estaba. Tal vez esa fuera la única manera de morir. Devorada por esos majestuosos y hambrientos lobos de nieve. ¿No era precisamente eso lo que había intentado? Aunque sería una muerte atroz.

    El lobo que estaba sentado y el que parecía ser el lider, se levantó y gruñó lo que pareció ser la orden de ataque, porque los demás se lanzaron contra la víctima, pero Cristal, en un movimiento por inercia, porque era natural que intentara por instinto defenderse, se agazapó sobre sí misma y luego estalló.

    Literalmente estalló.

    Explotó en coloridas partículas de todos los tamaños. Una parte de ella pudo verse, flotando sobre y entre los lobos en un espectáculo para nada grotesco, sino como los luminosos elementos separados de la aurora boreal y vio también la confusión de los lobos, los que lanzaron zarpazos con sus garras traspasando las luces mientras que ellos mismos parecían emitir un brillo a causa del golpe de la explosión, pero fue una visión de escasos segundos, pues todas las partículas se elevaron alto. Ya cerca unas de las otras, se mezclaron entre sí y se formó la figura de la mujer, pero sin el peso del organismo humano. Cristal, al verse ahora en las alturas, no supo quién estaba más sorprendido, si los lobos o ella.

    ¡Estaba volando! ¡Podía volar! Se movió como Casper en el espacio de las aves, sin embargo pronto perdió la ligera condición y el peso le sobrevino de repente haciéndola caer vertiginosamente. Al irse acercando al suelo, notó que los lobos la habían seguido y ya estaban de nuevo esperándola, reacios a dejar ir a la presa.

    —¡Rayos!

    Dijo la palabra justo antes de impactar dolorosamente en el piso. A continuación, ni tardos ni perezosos los diez lobos saltaron sobre su tendido cuerpo y se golpearon contra una gruesa capa de hielo. El instinto de supervivencia de Cristal, actuando de nuevo por sí solo, había producido sobre ella la capa protectora y los lobos, airados y decepcionados la rodearon, dando vueltas en torno a la caja. Gruñendo fastidiados por no alcanzarla, arañaron el hielo y Cristal, aterida por completo, en una posición que le era muy incómoda, pues había quedado con más de medio rostro sepultado en la nieve al aterrizar boca abajo, maldijo una y otra vez su mala fortuna.

    Odió a los lobos y se odió a sí misma por fallar en todo. Un sentimiento intenso que congeló su corazón figurativamente, pero literalmente, el hielo que la rodeaba comenzó a extenderse y los lobos, notando el peligro en el que estaban, retrocedieron alejándose en medio de confusos lloriqueos.

    Eso es, malditos, pensó Cristal, quien alcanzaba a ver de manera borrosa a un par de ellos con el único ojo que estaba libre, huyan, porque no tendré compasión.

    Y como si los lobos comprendieran al fin que la víctima era todo, menos su comida, salieron disparados de ahí sin detenerse, perdiéndose a lo lejos. El instinto de sobrevivencia de los lobos también había hecho que pusieran distancia de por medio entre aquella cosa y ellos.

    Y aquella cosa llamada Cristal, pronto hizo algo para liberarse de su prisión, de nuevo.
     
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    H de hiel

    Ahí estaba por fin, después de haber caminado todo el día y parte de la noche. Su casa. Eso llamado antes hogar y al que no quería entrar. Se detuvo frente a la puerta, sintiéndose cansada, hambrienta, sedienta y airada. Tanto ejercicio para volver a donde no quería en realidad. Sólo pensar en entrar la hizo estremecer de desconsuelo. Adentro estaban todas las cosas que habían sido de ellos y sabía que sería muy doloroso volver a verlas.

    Entrar o no. Frunció el ceño al ver luz en el interior. Ella las había dejado apagadas al marcharse la tarde anterior.

    Entonces sin previo aviso, la puerta se abrió y la figura de Odelia se hizo visible ante el resplandor de la luz artificial que inundaba el pasillo y llegaba hasta el umbral.

    —¡Cristal! —exclamó la mujer, mirándola con ojos bien abiertos por lo que veía, reflejando el susto en su expresión— Cristal, ¿eres tú?

    Cristal se miró y comprendió al instante por qué Odelia comenzaba a cerrar la hoja de madera protegida de la ventisca por el pórtico. Aún a sus propios ojos resultó extraña, pues desprendía un ligero resplandor, como un áurea que la rodeaba, tiñendo sus cabellos negros con los ya conocidos colores, aquellos que durante todo el día habían estado en ella, además, su piel lucía un sutil tono violáceo. Era lógico que Odelia mostrara su miedo y desconfianza.

    —¡Soy yo! —Exclamó antes de que su amiga cerrara por completo, lista para empujar la puerta de ser necesario, pero Odelia mantuvo medio abierto e informó angustiada.

    —Te vi por la ventana y no estaba segura que fueras tú, pero no podía quedarme con la duda. ¿Qué te pasó?

    —¿Puedo pasar a mi casa? —inquirió Cristal en vez de responder— ¿Y qué haces tú aquí a esta hora?

    —¡Oh, sí, disculpa! —Odelia se hizo a un lado para permitirle entrar, pero se alejó de ella sin ocultar su sentimiento de inseguridad, así que no respondió a su pregunta final.

    Cristal la miró con el ceño fruncido, sintiendo disgusto por su reacción, pero no podía culparla. Su nueva apariencia daba miedo. De hecho, al pasar por el espejo que estaba incrustado en la pared del pasillo, se detuvo para mirar su reflejo. La hiel se derramó en su estómago subiendo a su boca. ¿Qué le había sucedido? ¿Por qué? Alargó la mano y tocó su imagen.

    —No sé qué me sucedió —dijo en voz baja, volviéndose después a Odelia, quien continuaba mirándola muy impactada y a buena distancia de ella.

    —Tienes que ir al hospital, Cristal. Allí te ayudarán. Seguro pescaste un virus en... donde quiera que hayas estado este día. ¿A dónde fuiste? Tu nota decía...

    Cristal la interrumpió levantando la mano, luego se dio la vuelta y se dirigió a la cocina en donde se sentó frente a la mesa.

    —Estoy muriendo de hambre, Odelia. Estoy súper agotada. No puedo más.

    Odelia, aunque la había seguido, no entró a la cocina, sino que desde el umbral la miró notando como el aura de su amiga disminuía y aumentaba. Cristal se veía en verdad muy débil, como si estuviera a punto de apagarse.

    —Odelia, ¿puedes ayudarme? De todos modos, ¿qué haces aquí?

    La voz de Cristal también estaba por apagarse, como si se estuviera quedando dormida. Odelia estuvo a punto de gritarle su tremenda angustia. Cuando leyó su nota esa mañana, había sentido una angustia terrible, y durante todo el día se había debatido entre solicitar un equipo de rescate o no, pero no sabía qué decirles. A lo mejor lo de la nota era verdad. De cualquier manera decidió esperar ese día, esperar no sabía qué, prometiéndose que si su amiga no volvía al día siguiente, entonces la buscaría incansable.

    Se mordió la lengua para no recriminarle la ansiedad que le hizo pasar y en completo silencio, se introdujo a la estancia, porque era verdad, para ayudarla es que estaba ahí, sin embargo, debía ser precavida y no tocarla por si el virus que traía era contagioso. Así que más que verla, Cristal sintió la delgada y alta figura de su amiga moverse de un lado a otro, buscando lo necesario para prepararle un emparedado. Afortunadamente tenía la despensa bien surtida y era una bendición después de todo, que Odelia estuviera ahí, así que cuando por fin su amiga le puso con mucho cuidado el plato enfrente, levantó la mirada y le obsequió una pequeña sonrisa de agradecimiento, aunque la de Odelia en respuesta fue más bien un bosquejo, así que su rostro de facciones más comunes que sobresalientes, se mantuvo muy serio, tanto como su mirada café, cuyos ojos estaban entornados en una visible preocupación.

    —¿Irás al hospital cuando termines de comer? —quiso saber Odelia, deseosa de que los profesionales de la salud la examinaran.

    La mirada marrón de Cristal también se entornó, pero no dijo nada, sino que se limitó a morder el emparedado, masticarlo y tragarlo. Sin embargo, en cuanto cayó en el estómago, se arqueó sin control y ahí mismo devolvió el alimento, cayendo sobre el plato. La hiel se hizo más amarga en su paladar y con lágrimas en los ojos, siguió vomitando.

    Una gran cantidad de líquido amarillo.
     
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    I de Inútil

    Odelia controló las lágrimas mientras el médico le daba la triste noticia.

    —Lo siento, Ode. Se está haciendo todo lo que se puede por Cris. ¿Sabes cómo se contagió?

    Ella negó con la cabeza. El hombre, vestido con la característica bata blanca de los médicos, era más bajo que ella, así que levantando el rostro para verla, le concedió una tierna mirada. Odelia conocía al médico Rogers desde pequeña, así que se sintió reconfortada y cuando el hombre levantó su mano regordeta —era un individuo con sobrepeso sobresaliente— para posarla en su hombro, ella inquirió con voz temblorosa.

    —¿Y ya saben exactamente qué tiene?

    Rogers, tomándola por el brazo, la movió a un lado, pues estaban obstaculizando el paso a otras personas que circulaban por el pasillo del hospital. Hacía tres días que Cristal había ingresado y había sido sometida a decenas de estudios sin haber conseguido obtener un diagnóstico.

    —No, todavía no lo sabemos, pero tarde o temprano lo haremos. ¿No te dijo a dónde fue?

    —No, pero de donde quiera que volviese, regresó en esa condición. Ella... ¿sigue igual de colorida? Quiero estar a su lado, Al. ¿Por qué no me dejan verla?

    Albert Rogers se separó de la mujer. Su voz sonó muy fría cuando habló.

    —No puedes verla todavía. Cristal deberá permanecer en cuarentena hasta que sepamos qué tiene. Y Odelia, no hables de su condición con nadie. Todavía no sabemos si lo que padece Cristal es contagioso, así que mejor ser discretos para evitar el pánico. Nos ayudaría mucho saber dónde estuvo y cómo se contagió, pero en vista de que no tenemos esos detalles, tendremos que averiguarlo mediante más estudios.

    Odelia asintió mientras suspiraba con tristeza. Ella misma se había mantenido apartada de Cristal cuando volvió. El recuerdo de la noche en que Cristal retornó a su casa, ésa donde había vomitado al probar el emparedado, hizo que sus ojos volvieran a llenarse de lágrimas. Desde esa noche, después de terminar de vomitar, Cristal había caído al suelo desmayada y desde entonces no había recobrado el conocimiento. Cuando la ambulancia llegó después de llamarla, el aurea de Cris se había apagado por completo y los paramédicos al examinarla, la declararon muerta, pues sus signos vitales también se habían detenido.

    En medio del llanto por su pérdida, Odelia vio el inútil intento de los paramédicos por hacer latir su corazón e incluso en la ambulancia —a la que se había subido ella para acompañar a su amiga hasta el final—, utilizaron la máquina de electro shok, pero nada. Todos los intentos por revivirla fueron inútiles e hicieron el resto del recorrido en un amargo silencio, pero al bajar la camilla donde reposaba Cristal y rodarla a la entrada del hospital, un tenue resplandor brotó de nuevo de la “muerta” y para cuando corrían por el pasillo para llevarla al departamento de urgencias, la colorida luz alrededor de la paciente era casi cegadora y los tonos de la piel y el de los cabellos, se intensificaron en una exhibición que resultó ser atrayente y aterradora.

    Esa era la última imagen que Odelia tenía de su amiga, pues no había vuelto a verla desde que entrara a aquella habitación prohibida para ella.

    —Escucha, Odelia, ¿por qué no vas a tu casa a descansar? De todos modos aquí no puedes hacer mucho por Cris. Y por si fuera poco, tu padre no deja de llamarme para preguntarme por ti. ¿Has considerado que está preocupado porque ha tenido que cancelar todos los compromisos que tenías en estas fechas?

    Odelia se había negado a seguir el consejo de Rogers en horas pasadas y mucho menos había pensado en su padre, con el que vivía. Ella se había independizado de sus padres cuando entró a la universidad a estudiar leyes, pero había regresado al lado de su padre cuando murió su madre, así que tenía su despacho en la casa paterna. Por un instante se sintió culpable porque, si bien su padre ya se había recobrado de la pérdida de su madre, pues de eso hacía ya casi cinco años, se había olvidado de él en los últimos días, de hecho, había apagado el celular cuando los mensajes que sus clientes le enviaron la pusieron más nerviosa. ¿Y quién podía culparla? Su dolor por el estado de Cristal —a quien consideraba no solo su amiga, sino su hermana—, era mucho, así que ella estaba antes que nada. No obstante, Rogers tenía razón. ¿Qué podía hacer ella si ni siquiera podía verla? Además se sentía fatal. Muy agotada y somnolienta. Y el trabajo se le había acumulado en la oficina.

    —¿Me llamarás en cuanto recobre el conocimiento? ¿O por cualquier resultado positivo que tengan?

    —Te mantendré al tanto.

    —Gracias, Al.

    Regers aceptó el abrazo que le dio como despedida y la miró marcharse. Su expresión, a medida que Odelia se alejaba por el pasillo, mostró toda la culpabilidad que caía sobre sus hombros. Su delito por engañar a aquella buena mujer que siempre estaba ayudando a todos y de la que era su médico de cabecera. Su falta porque no podía rescatar a Cristal Simons del lugar en el que se encontraba en ese momento.

    Porque Cristal era prisionera del superior y sus amigos, así que no saldría de ese hospital.
     
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    J de Jamás

    ¿Dónde estoy?”

    Cristal estaba consciente de lo que le parecía un enorme campo luminoso que la rodeaba. Luces de colores que ya conocía a la perfección y a excepción de éstas, ahí no había nada, ni siquiera estaba ella. Era parte de aquella iluminación que al parecer, quería mostrarle algo que ella no quería ver.

    Cosas que le producían una terrible nostalgia. Una horrible sensación de pérdida que aniquilaba de ella cualquier otro sentimiento que no fuera el del profundo dolor.

    Cristal”, escuchó una voz y la tristeza se atrevió a hollar su alma —si es que tenía alma— sin compasión. “Sal de aquí, amada mía, porque éste no es tu lugar.”

    La mujer lloró, o sintió que lloraba, pues no estaba segura tampoco que tuviera lágrimas. ¿La luz podía llorar? Gimió el nombre de su amado y sí logró escuchar sus gimoteos, pues estos hicieron eco en el lugar, el que quizás no fuera tan grande, sino un espacio reducido. Tal vez la impresión de su inmensidad fuera porque no había nada ahí, nada con qué marcar un límite, pues por donde quiera que mirara, todo era igual. No estaba a gusto ahí, pero quería quedarse. No quería saber nada de nada y si el pago por quedarse era la eterna aflicción, la perpetua melancolía, lo pagaría. Después de todo, su vida... o lo que fuera que tuviera en ese lugar, debía continuar como había comenzado: Ácida y en abandono total.

    Ella jamás conoció a sus padres. Se había criado en un orfanato y todas las oportunidades de que tuviera padres adoptivos, se vieron arruinadas por su rebelde carácter. Era una niña traviesa, activa y problemática y aunque no era su deseo, siempre terminaba por enfadar a las parejas que se la llevaban el tiempo de prueba, por lo que en cuanto terminaba —incluso a veces antes de concluir—, la devolvían al hogar de niños. Poco a poco su mala fama hizo que nadie quisiera adoptarla a pesar de que era una niña de rasgos muy bonitos. Su negra melena larga y ondulada, sus ojos marrones, su pequeña y respingona nariz, su tez blanca y su sonrisa genuína no conquistaron a nadie. No en esos tiernos años. Así que sí, su vida en el comienzo estuvo llena de amargura y soledad.

    Pero eso cambió cuando al cumplir los dieciocho años, salió del orfanato y pudo finalmente vivir por su cuenta. Afortunadamente la educación seglar en el hogar era muy buena y la prepararon para la universidad, así que ahí se fue a vivir. En la universidad conoció a Odelia y desde el primer instante simpatizaron, naciendo así lo que no había tenido antes: una auténtica amistad que de verdad le mostraba su más sincero interés. Una empatía nacida del afecto y no del compromiso o la obligación. Mas lo genial estaba por llegar. Richard. Richard que le hizo sentir el amor romántico y un año después de casarse, el amor de madre.

    Richard y Rick su pequeño hijo, sus mayores amores. Aquellos que le habían dado lo que no había tenido. Una realización como ser humano donde abundaba el cariño, la confianza, la seguridad y la necesidad de ellos. Pero se habían ido, ya no estaban y aquella personalidad donde habitaba la soledad y el agraz, había vuelto, pero con mayor fuerza, minando todos y cada uno de sus deseos de vivir.

    Por eso quería quedarse ahí, en ese extraño lugar que su inconsciencia había creado.
     
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    K de Kilos

    Pero no la dejaban tranquila. Voces entrañas que no conocía invadían su mundo confundiéndose con la de Richard que seguía pidiéndole que saliera de ahí, de su mundo, de aquella luminosidad que era una con ella y donde su cuerpo carecía de peso. El peso que tenía su cuerpo humano —cincuenta y ocho kilos—, no existían ahí y entre más pasaba en ese estado, mejor iba acoplándose a la energía, al poder que crecía en su interior.

    Y no solo sentía tal poder, sino que podía escuchar que de éste conversaban las voces extrañas, a cada hora, a cada día. No tenía concepto del tiempo, pero al parecer, habían pasado muchos días en donde los dueños de las voces la examinaban. Quería que la dejaran ya en paz, pero no lo hacían y eso la estaba irritando mucho. Una ira que poco a poco crecía.

    —¡Extraordinario! —dijo una voz, la que casi siempre estaba presente. No, no era Richard, sino que pertenecía a las voces desconocidas, ésas a las que no podía verles el rostro—. ¿La observas?

    —Sí —respondió otra voz—. La energía en ella sigue liberándose. Es como un colorido y pequeño sol en reposo... o no sé a qué compararla.

    —¿Pero cómo llegó esta mujer a tal transformación?

    —Me pregunto si lo sabremos. El centro de ella son protones, hidrógeno y helio, liberando a su vez una corriente cargada de neutrones que recorren todo su cuerpo, golpeando constantemente con el nitrógeno y oxígeno del aire, irradiando esos colores. ¡Fantástico!

    —¿Cómo no se consume?

    —Su termorregulación a evolucionado también. Su organismo se modificó de tal manera que los cientos de grados que puede generar, no le afectan, pero mira, eso no es todo.

    Silencio por un minuto, después otra exclamación del que seguro miró.

    —¡Oh! ¡No puedo creerlo!

    Entonces ella sintió curiosidad de saber qué había visto, luego una tercera voz, que al parecer acababa de llegar, intervino. Cristal, al escuchar esa otra voz, sintió ansiedad. El dueño de ese tono le producía desagrado.

    —Levanten todo, hombres. Nos vamos de aquí.

    —¿Nos vamos? ¿Cómo que nos vamos? —Inquirió la voz que había hecho la última exclamación.

    —Eso, nos vamos —respondió el que dio la orden—. Este lugar no es el adecuado para ella. Necesita la máxima seguridad, cosa que aquí no hay. ¿Se dan cuenta de lo que sucedería si despertara? ¿Cómo la contendríamos? Se ha llegado a la conclusión que es un peligro para todos.

    ¿Peligro para todos? El pensamiento de Cristal lo repudió. La ansiedad creció. ¿Era prisionera de esas personas? La irritación que sintiera porque no la dejaban descansar en paz, aumentó.

    Cristal, despierta.

    Richard, yo no quiero despertar. Quiero quedarme aquí contigo y Rick. No quiero saber nada de la vida, Richard.

    Pero ahora estás más viva que nunca, amada mía. Eres toda energía y no debes caer en las manos de ellos. Llevas tiempo escuchándolos. ¡Abre ya los ojos!

    No, no quería, pero igual, los abrió.
     
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    L de Largo

    Ahí estaba. Su cuerpo flotando dentro de una cámara especial que podía contener su energía y la que medía unos dos metros por dos. Aunque seguía sin sentir el peso de su cuerpo, supo que estaba acostada en el aire. Miró las paredes transparentes notando que de ellas nacían una infinidad de cables que iban a conectarse con diferentes aparatos eléctricos y de la parte de arriba salía una gruesa manguera para introducirse en un tanque que a su vez estaba suspendido del techo de la estancia donde estaban los hombres. Rotó sobre sí misma en el aire para tener el mayor ángulo de visión, detallando la grande habitación amueblada más que nada con objetos que no conocía, pero pensó que todos y cada uno servía para medir sus signos vitales... o su poder.

    Miró a los tres hombres que la observaban de momento con incredulidad, porque no esperaban el aumento de actividad por parte de ella y muchos menos que despertara. El aumento de su energía comenzó a ser mayormente canalizado por los cables haciendo estallar los aparatos, pantallas, teclados, computadoras y demás mientras que los hombres retrocedían. Jóvenes dos de ellos, pero el tercero era mayor y vestía un uniforme del ejército. Un superior por las medallas en su elegante chaque. Un general.

    —¡Hagan algo! —gritó el mayor y Cristal reconoció en él la voz que le desagradaba.

    Ese hombre había estado al mando y con él se encontraba un pequeño ejército que comenzó a invadir la habitación advertidos del peligro por una alarma que se había disparado en cuanto estallaron los aparatos del equipo de investigación. Todos rodearon la cámara y Cristal sintió que sonreía. Pobres incautos. ¿Qué podían hacer con sus armas de menor poder que el suyo? No dejó de verlos mientras se ponía de pie. Sonrió más. Era maravillosa la sensación que recorría su cuerpo... o lo que fuera que tuviera ahora. Cada molécula de ella palpitaba de poder. Rayos de colores chocando contra las paredes de la cabina producían un escalofriante sonido, entonces, por el altavoz que el compartimiento tenía, le llegó la voz del general.

    —¡Señora! ¡Cálmese! ¡No le haremos daño!

    La indignación de Cristal se hizo presente. ¿No le harían daño? Casi se sintió suspirar largo y profundamente. Los seres humanos siempre tratando de controlar lo que no comprendían. Siempre tratando de adueñarse de lo que no era de ellos, de lo que era de la naturaleza o de algo que desconocían. Sus rayos aumentaron generando una opacidad en el interior y ninguno de los que estaban en el exterior pudieron verla, entonces el general dio otra orden.

    —El sistema de enfriamiento. ¡Ábranlo!

    Cristal, más que ver, escuchó el sonido de algo que reptaba hacia ella. Miró el techo del cubículo mirando cómo se abría un pequeño panel del que comenzó a derramarse algo parecido a la nieve carbónica. ¿Qué pretendían? ¿Apagarla? No era de ninguna manera un fuego cualquiera. Ella era... ella. Cristal. Pura energía y ahora podía manipularla. No sabía cómo era posible, pero podía hacerlo, tanto elevar los grados como bajarlos, así que comenzó a descenderlos y aquella nieve carbónica no fue nada en comparación de lo que ella hizo. Los rayos cesaron y en su lugar la fría capa de hielo comenzó a desplazarse por toda la cabina, por las paredes, por el suelo y techo hasta que todo saltó en pedazos.

    Exclamaciones de sorpresa y miedo brotaron de todos los hombres. El general y los dos científicos corrieron a la salida mientras que, los soldados se quedaron para enfrentar la amenaza y mientras retrocedían del hielo que avanzaba hacia ellos, abrieron fuego sobre la figura helada en la que se había convertido Cristal, pero esta vez, ella pudo moverse, de alguna manera con movimientos muy flexibles y libres. La coraza fría sobre ella no pudo ser atravesada por las balas, las que rebotaron, aunque sí saltaron de ella infinidad de partículas, además de que era molesto sentir el impacto de los proyectiles sobre sí.

    —¡Mueran! —sentenció y al instante, a una velocidad inevitable, el hielo los alcanzó apresándolos primero por los pies, subiendo por sus cuerpos hasta quedar inertes, congelándolos tanto exterior como interiormente.

    Las poses de todos fueron diversas y bastantes macabras.
     
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    M de Muerte

    Sin embargo Cristal, llevada a un nivel donde la razón no se mostraba, dejó la habitación helando todo a su paso, de hecho, la escarcha iba adelante, extendiéndose hacia la escalera que le mostró que se encontraba en la parte baja del edificio, El sótano, pero no no se detuvo, sino que se extendió a los lados, reptando por las paredes. Invadiendo el siguiente piso; envolviendo los muebles o cualquier otra cosa que se encontrara a su paso. Personas. De todas las edades, porque ahí, a esa hora del día, en uno de los hospitales más concurridos de la ciudad, las personas atestaban el edificio. Gritos de miedo y de sorpresa. Llanto, alaridos y pasos presurosos por todos lados, cada uno de los visitantes buscando escapar de la cosa blanca, transparente y helada que buscaba atraparlos. Corrían despavoridos atropellándose unos a otros, los corredores interminables y ahora muy angostos a la vista de las víctimas que iban sumándose a medida que aquella cosa invadía rincón por rincón a una sorprendente velocidad.

    Muerte. Los sucesos le hicieron honor al hospital. La clínica de la muerte. Y en uno de los pasillos ya no muy lejos de la entrada, Odelia, quien iba llegando, se detuvo y miró a Rogers y a otros correr hacia ella.

    —¡Corre! —Le gritó Rogers.

    Odelia no se movió, sino que concentró su atención en el médico cuyo rostro estaba colorado y sudoroso, más por la impresión, el miedo y el enorme deseo de salir con vida de ahí.

    —¿Qué sucede, Al? —Inquirió Odelia cuando lo tuvo cerca.

    Rogers no se detuvo ni siquiera a mirarla, pero sí la tomó del brazo en la carrera arrastrándola con él. Odelia intentó pararlo, pero las demás personas que en bola corrían con el médico, lo impidieron, empujándola también. Entonces sintió un terrible frío. Uno diferente al que hacía afuera, a la intemperie. Este calaba de diferente manera, como si primero entrara en el interior para brotar desde adentro. Era una potente frialdad que casi la heló.

    —¡Nos alcanza! —Vociferó una mujer, de las que iban más atrás.

    Para desgracia de ella, fue todo lo que dijo. Su carrera fue detenida abruptamente, a medio paso, su pie derecho en el aire, y su izquierdo levantado del talón y apoyado en sus dedos. Los brazos: uno adelante y otro atrás, como si se eternizara el rítmico movimiento del presuroso escape al convertirse en una estatua.

    —¡Oh, Dios! —Soltó horrorizada Odelia, quien se había vuelto para ver a qué se refería la mujer.

    La amiga de Cristal pudo ver todo el panorama. Fue testigo de la muerte de la mujer y de un par más. Entonces la vio, detrás de las personas de hielo. A Cristal, su gélida figura acercándose a ellos. Forcejeó con Rogers para poder soltarse de su mano y cuando fue libre, se detuvo, pero Rogers no, así que ella lo interrogó en alta voz.

    —¿Es esa Cristal, Al?

    Porque la verdad, no la reconocía. No estaba segura de que fuera ella, ¿pero quién más podía ser si en días pasados Al le había dicho que su estado había empeorado? Desde que su amiga ingresara al hospital, no había existido un día en que no fuera a pregutar por ella. E iba en persona aun cuando podía preguntarle a Rogers por teléfono, pero prefería acudir a la clínica, pues siempre tenía la esperanza de que la dejaran verla, pero de eso, nada. Así que sabía poco de su amiga, pero sí lo suficiente como para imaginar el empeoramiento de ella.

    —Lo siento, Ode. Esa mujer ya no es Cristal. Tu amiga se ha ido.

    Las palabras del médico, el que tuvo que detenerse cuando ella continuó inmóvil, acrecentaron la frialdad que ya la hacía temblar.

    —Vamos, Ode. Moriremos si no salimos de aquí —dijo Rogers mirando como las demás personas alcanzaban por fin la salida.

    —Sigue tú, Al.

    Respondió la mujer, luego le dio la espalda a su médico, quien se mostró indeciso en ir por ella o irse. No reaccionó, sino que se quedó mirando cómo Odelia hacía frente a la asesina y con voz quebrada, le pidió.

    —¡Cristal! ¡Detente!
     
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    Borealis Spiral

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    ¿Cuánto a que la mata? xD Ando... no sé, ganosa de tragedia (? En serio y por eso mismo es que el desarrollo de la historia me ha gustado, jejeje. No sé, conforme se describía más acerca de la vida de Cristal en el orfanato y que no la quería por rebelde y luego tener en claro que efectivamente tiene un carácter medio complicado, mi mente fue formulando que al final ella sería un verdadero peligro y mira, fue así. Ya asesinó a medio hospital o.o Eso es triste porque esas personas no tenían la culpa de que las autoridades quisieran hacerse de ella y su poder. Mas es verdad que el ser humano es ambicioso hasta con cosas que no conoce y controla ¬¬ Uno de sus peores defectos.

    Me está gustando la historia más de lo que pensé que me gustaría xD E insisto, Cristal está dirigiéndose hacia el lado oscuro a pasos agigantados, pero me pregunto si será posible que su razón vuelva a ella; al fin y al cabo, si continúa en su destrucción nada habrá que salve a la humanidad, ¿eh? Ha quedado claro que su energía y poder es increíble. ¿Qué pasará? Pues quiero saber, así que espero el próximo capítulo o próximos capítulos. No olvides que te amo *u*

    Hasta otra.
     
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    Marina

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    ¿De veras te está gustando? Sé que la fantasía no es lo tuyo, así que me emociona leer que te está gustando xD En cuanto a que Cristal tiene un carácter complicado, no lo hubiera dicho mejor.

    No, no tenían la culpa. Cristal debió ser puesta en alta seguridad, en una prisión alejada de la comunidad desde el primer día. Pero no lo hicieron. Me gusta eso del lado oscuro, pero la verdad no pienso en ello, ni siquiera yo misma sé qué sucederá mañana, porque no pienso en esto sino hasta que me siento a escribir, un escrito por día, así que es en ese instante cuando sale lo que sigue. Gracias por leer. TAM


    N de Nunca

    Odelia

    Cristal titubeo al ver a su amiga, su valentía al enfrentarla. Miró cómo la la capa helada avanzaba hacia ella. Notó cómo se estremecía de frío y detrás de ella, aquél hombre que alguna vez la trató por mala salud, tanto a ella como a su familia. La escarcha fue más despacio.

    —Por favor, Cristal —le suplicó Ode, abrazándose a sí misma, mirándola suplicante—, no más. Para esto.

    Tanto Cristal como su acción quedaron inmóviles por un momento. No quería matar a su amiga, no. Odelia era más que su hermana. La quería mucho y sintió profundo dolor cuando miró cómo las lágrimas de Odelia quedaban congeladas sobre su rostro. Era evidente que no podía ya con tanta frialdad. ¿Qué estaba haciendo? Calor, su querida amiga necesitaba calor, entonces, cuando estaba a punto de cambiar su condición, varias balas se impactaron en su pecho, saltando pedazos de hielo como filosos y transparentes cristales.

    —¡No! —vociferó Ode volviéndose para mirar con horror como dos hombres se habían puesto uno a cada lado de ella para dispararle a Cristal—. ¡Dejen de disparar!

    Pero los hombres, un par de civiles valientes que habían decidido hacerle frente, siguieron descargando todas las balas de las armas de fuego sobre la amenaza. Cristal, aunque sintió los impactos, no retrocedió, sino que aquél deseo de producir calor murió junto con la razón que Odelia había sacudido en ella. La ira la cegó de nuevo y no contuvo más su poder dejándolo ir hacia Odelia, los hombres y Rogers. Este último más cerca de la puerta, alcanzó a llegar a ella, pero no a salir. Los cuatro pasaron a formar parte de la colección de estatuas de Cristal y el ambiente afuera alcanzó también a congelarse.

    Entonces, cuando la mujer notó lo que había hecho, gritó de dolor. Se acercó a Odelia y su rostro mostrando una expresión tanto de miedo como de incredulidad, la sofocó. La culpa por no haberse controlado, le hizo sentir mucho dolor. Uno emocional.Nunca se perdonaría por haber matado a su amiga. Era un monstruo, pero aun tenía sentimientos. Se había convertido en un ser malvado porque en el fondo tenía miedo. Miedo de lo que le había sucedido. Por eso quería quedarse suspendida en la región de la nada, ahí donde no podía dañar a nadie. Pero la habían obligado a salir de ahí. ¡Era culpa de ellos!

    Sí, amada mía. Es culpa de ellos.

    Richard, mírame. ¿En qué me he convertido?

    Te has convertido en una diosa. Los mortales deberán aprender a adorarte.

    ¡No! ¿Qué me está pasando? ¿Quién eres? ¿Quién soy? Mi Richard no me hablaría así. ¡Sal de mi cabeza!

    Gimió Cristal, aturdida por la voz, confundida por sus mismas acciones. Su mente en un caos total produjo que su organismo cambiara, encendiéndose literalmente. De frío a cálido... poco a poco más caliente. El aumento de la temperatura combatió el hielo. Todo lo antes congelado ardió. Oleadas de intenso calor invadieron ahora el edificio y los muertos finalmente tuvieron calidez, una tan grande que los abrasó convirtiéndolos en cenizas.

    —¡Sal de mi cabeza quien quiera que seas!

    Rugió Cristal aumentando la energía, tanto así que explotó. La explosión fue tan poderosa que arrasó la manzana completa. Una gran cantidad de objetos pertenecientes a las casas y edificios aledaños llovieron ese fatal día. Y poco después, una gran cantidad de lágrimas llovieron de los ojos pertenecientes a los habitantes de BlackDay, como se le conoció a la ciudad a partir de ese día.
     
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    Ñ de Ñoño

    El muchachito sólo dejó que sus lágrimas brotaran sin emitir ninguna queja. Su delgado cuerpo iba de un lado al otro, de unas manos a otras en un vaivén violento mientras sus tres compañeros reían a carcajadas.

    —¡Inútil! —le gritó uno, un poco mayor que él.

    —¡Idiota! —le dijo otro— ¡Qué ñoño eres!

    El muchachito, de unos ocho años, tímido y opacado por los demás, inclinó la cabeza. Su mirada quedó fija en el suelo blanco y no la levantó ni siquiera cuando el tercero le ordenó que lo mirara.

    —¡Mírame, bueno para nada!

    Como no lo miró, el chico se airó más, así que puso sus dedos bajo la barbilla del niño y lo obligó a levantar la mirada. Sus ojos verdes quedaron como atrapados en la mirada gris que lo repudió al decirle:

    —Repite conmigo: Dan es el líder y debo respetarlo y temerle. ¿Sabes quién es Dan?

    Las lágrimas de Collin abundaron más al asentir. Bien sabía que Dan era él y que era quien llevaba el liderazgo en el orfanato. Dan, en compañía de Luka y James eran el terror de los otros niños, mucho menores que él.

    —¡Dilo!

    —Tú eres Dan. Dan es el lider y debo respetarlo y temerle —susurró Collin.

    —Pues que no se te olvide. Aquí yo mando. Y no se te ocurra decirle nada de esto a la superiora o a cualquier otra de esas mujeres.

    Esas mujeres a las que se refería eran las otras monjas que los cuidaban, pues era un orfanato atendido por éstas y se sufragaba mayormente por donaciones voluntarias.

    —No le diré a nadie —prometió Collin absorbiendo fuertemente por la nariz.

    —Bien, ahora, ¡dame eso!

    Dan le arrebató la pequeña caja de chocolates, el culpable del maltrato que Collin estaba recibiendo. Una vez a la semana, la superiora repartía a los niños mejor portados un regalo especial y Collin había sido premiado esta vez, pero en cuanto estuvo solo, los tres lo habían sacado al patio para robarle su premio. Collin no era un cobarde, pero tampoco tenía el valor para enfrentarlos. Desde que llegara al hogar de niños una semana antes, su vida era terrible.

    Extrañaba a sus padres, los que habían muerto en la explosión del hospital. Mucha gente murió ahí y como él, muchos niños habían quedado huérfanos. Él estaba en la escuela cuando sucedió la desgracia, pero lo más triste era que algunos de los huérfanos, como él, solamente tenían a sus padres, a ningún otro familiar. Por eso habían ido a parar ahí hasta que alguien responsable fuera del orfanato se hiciera responsable de ellos. Unos padres adoptivos, le habían dicho.

    Él no quería otros padres, quería a los suyos. Al caer al suelo de costado cuando Dan lo arrojó ahí sin consideración, se acurrucó y lloró imparable mientras Dan le daba una buena patada en una pierna. No gritó, solo gimió su dolor, quedándose finalmente solo, pues sus compañeros, una vez conseguido el regalo, entraron al albergue y no fue sino hasta que el frío de la nieve traspasó su abrigo, que se sentó. Se colocó en la posición de loto y miró al cielo.

    —Papá, mamá... llévenme con ustedes.

    Una ligera brisa levantó la nieve envolviéndolo, pero él no la sintió. Su atención estaba puesta en la expansión, más allá de los techos que podía ver sobre la barda baja que rodeaba el hogar. Allá, no muy lejos, podía ver aquella cosa que todos los días, desde que sus padres murieran, llamaba su particular interés.

    Un brillante manto de colores que permanecía sin cambios. Conocía las auroras boreales, pero esa fina y colorida capa sobre la zona donde habían muerto sus padres era diferente, porque parecía permanente.

    Y era preciosa.
     
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    Título:
    Otra historia de Abc
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    27
     
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    O de Ojo

    Se levantó con sigilo extremo, pues no quería despertar a sus compañeros y mucho menos a Dan. Era media noche. Afuera, el viento helado soplaba levantando en pequeños remolinos la nieve del suelo, además de una capa ligera que caía del cielo. Hacía bastante frío, aunque en el interior del hogar no se sentía gracias a la calefacción, mas si no quería morir congelado cuando saliera, tendría qué usar mucha ropa, así que se despojó del pijama para ponerse un conjunto interior térmico, luego el pijama y sobre este se puso dos cambios de ropa más, luego por último, se puso la cazadora elaborada de plumas, térmica y abrigadora.

    Al terminar de vestirse, Collin se sintió pesado y gordo, pero no se permitió detenerse, sino que con paso suave, se dirigió a la puerta, la que abrió con sumo cuidado, mirando hacia la cama que ocupaba Dan, el que se movió en ese instante y dijo algo entre dientes. Por un instante no atinó a moverse pensando que había despertado, pero el chico sólo soñaba. Retuvo un suspiro de alivio y antes de salir de la enorme estancia en donde las camas de los niños se alineaban un varias hileras, miró hacia donde Luka y James también dormían... o eso pensó.

    Ya en el pasillo, cerró con cuidado para encaminarse después a la habitación de la superiora. A los lados de esa alcoba, la más grande, estaban otras más pequeñas, unas que parecían celdas por lo reducido y en ellas era donde dormían los otras monjas. El suelo bajo sus pies crujió, porque era de madera, un material por demás escandaloso, por lo tanto, fue a paso lento y cuando llegó a la puerta de la principal, miró por el ojo de la cerradura deseando ver por éste qué era de la mujer, pero lo único que pudo ver fue oscuridad. Pegó después la oreja a la madera para tratar ahora de escuchar y casi al instante, los ronquidos de la monja le avisaron de que ella dormía. Giró pues el picaporte. Las bisagras rechinaron al abrirla y tuvo que detenerse, pero como los ronquidos continuaron, terminó por entrar. En medio de la oscuridad a mitad del cuarto, buscó el objeto de su interés encontrándolo en el hábito que de manera escrupulosa estaba doblado sobre la silla que estaba a un lado de la cama.

    Allá fue y no pudo temblar de miedo. No quería saber lo que la superiora le haría si llegaba a descubrirlo en su habitación, así que tratando de controlar las lágrimas a punto de derramarse por los nervios, tomó con cuidado el hábito y buscó en las bolsas las llaves. La superiora las guardaba ahí, tanto la llave de la puerta principal, como la del gabinete donde guardaba la despensa, la del sótano, pues éste servía de bodega para varios artículos de valor y la llave de la caja fuerte; todas ellas pendiendo de una gran argolla. Reteniendo la respiración, sus temblorosos dedos las tocaron en el bolsillo y al extraerlas trató que no tintinearan al tocarse una a la otra, por lo que sus movimientos fueron desesperadamente lentos.

    La superiora se movió de posición y él esperó un momento antes de retroceder, no sin retirar la mirada de la mujer. El escape le pareció eterno, pero finalmente se vio recorriendo el pasillo, un poco más apresurado, pues ya quería salir de esa casa donde había llorado tanto, más que nunca en su vida. Sin embargo, no fue tan rápido como deseaba, pues tuvo que encontrar la llave correcta y fue la última la que abrió.

    ¡Libertad! ¡Finalmente era libre!

    No pensó en que lo buscarían cuando descubrieran que había escapado. A él lo único que le importaba era ir a donde sus padres. Quería ir a donde la hermosa luz de colores se levantaba, tan terrenal y etérea a la vez.

    Deseaba verla porque había escuchado a las monjas hablar de esa cosa como si se tratara de un gran misterio. Tenía que ver el fenómeno más de cerca. ¿Serían de veras las almas de los que habían muerto el día de la explosión, como decían las monjas? ¿Almas que no podían irse a su lugar de descanso? Y si lo eran, ¿estaban sus padres ahí?
     
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    739
    P de Poderoso

    Ya no era quien había sido. En una vida se llamó Cristal. Ahora, en la nueva existencia que tenía, se llamaba... no, no sabía cómo. Lo que sí sabía era que, aunque su cuerpo físico había muerto —sabía de su muerte física porque su cuerpo ya no era de carne y hueso—, sus recuerdos seguían intactos en su mente, porque seguía teniendo una mente que la hacía meditar. Así que en algún lugar debía haber un cerebro, o algo que se le pareciese. Y también seguía ahí ese vacío que solamente podía llenar con algo. La culpa. Sí, era contradictorio. Un vacío lleno de culpa, pero ella toda era contradictoria.

    Un momento era frialdad pura y al siguiente energía explosiva, aunque en ese momento solamente era como una mancha de color que se alzaba sobre el lugar donde había estado el hospital. A pesar de que los días habían pasado, no podía irse, porque ahí, en ese lugar, había matado a su amiga. A su querida amiga Odelia. Ella la había matado sin compasión. Nadie sabía que los rayos de colores que salían de la aurora eran sus lágrimas. Rayos que caían a tierra, hundiéndose en el cráter que había quedado de la gran explosión. Todo el lugar afectado fue aislado mediante una empalizada y en la orilla, se había levantado un campamento científico, apoyado por militares. Había mucha vigilancia y ella sabía que seguía siendo el centro de interés de los hombres, pero por el momento estaba a salvo, no se sentía amenazada.

    Ellos se preguntaban por qué estaba ahí, por qué no desaparecía, por qué no actuaba como una aurora boreal ordinaria. Podía escuchar sus cuchicheos; todos sus planes. Podía ver el temor que sentían al analizarla, un miedo tan grande como la curiosidad por saber más de esa cosa. Y ella, ante el poder que tenía de ver todo lo concerniente a ellos, se confiaba. Se había convertido en un ser muy poderoso y esos hombres no contaban con el equipo para analizarla, para entender por qué después de la explosión, se había establecido sobre ésta aquellas columnas de color. Sí sabían por los estudios que le hacían cuál era su composición química, pero sólo eso. Día a día la escaneaban con sus máquinas sin llegar a notar si complejidad. No había manera de que supieran que era más que una nube de color. Pero sí lo sospechaban y por eso querían comprobarlo. Aunque a decir verdad, ni siquiera ella sabía mucho de su nuevo ser, sobre cómo era posible que existiese.

    Richard, así llamaba al desconocido que le hablaba, puesto que había tomado la voz de su difunto esposo, no dejaba de hablarle, de molestarla insistiéndole que había hecho bien en aniquilar a todos aquél trágico día. Se metía en sus pensamientos. Invadía si mente susurrándole lo grandiosa que era. Diciéndole que podía ser lo que quisiera. ¿Quién era ése? No lo sabía. ¿Por qué estaban conectados? Tampoco lo sabía. La única certeza que tenía era que se había hecho parte de ella.

    Escucha cómo te dicen”, le decía Richard y ella sabía que lo hacía para molestarla. “Cosa, así te llaman. Cosa. Cosa. Baat en hindi. ¿No es acaso tu nombre Cristal? Puedes callarlos para siempre, enséñales que eres más que una cosa.”

    Baat en hindi. ¿Era hindú el individuo que se comunicaba con ella? Y si lo era, entonces era humano... o quizás no. Ella ya no era humana.

    Oye, Baat”, le dijo en ese momento el Richard hindú y ella, que toda la tarde había estado sin haberlo escuchado, se irritó como siempre que la molestaba en sus reflexiones.

    Lárgate, usurpador de voces. ¡Déjame en paz!”

    No puedo irme, Baat, no hasta que te muevas de aquí. Pero mira abajo. ¿Qué ves?


    Baat —quizás ese nombre le quedara bien después de todo—, miró y notó calma en el campamento, aunque sabía que había una cámara de vigilancia que día y noche la estaba grabando, más no era la paz de las horas nocturnas las que llamaron su atención, sino el niño acercándose, resaltando en el resplandor de la blanca nieve.

    Detrás del niño iban otros tres, los que le dieron alcance poco antes de llegar al campamento y lo que vio, despertó un instinto que, junto con sus recuerdos, la hicieron bullir de indignación.
     
    Última edición: 7 Marzo 2016
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    Q de Quizás

    Collin, más que verlo, sintió cómo Dan lo tomaba por la capucha de la cazadora y con la fuerza del agarre lo llevó hacia atrás, haciendo chocar su cuerpo contra el suyo.

    —¿A dónde te crees que vas? —Lo escuchó y el pequeño tembló, no de frío, sino de miedo.

    Dan le dio la vuelta con violencia, quedando así frente a los tres. Luka y James sonreían mientras que Dan le propinaba y puñetazo en el rostro.

    —¿Así que pensabas escapar de esas maravillosas mujeres, pequeño cobarde?

    Collin lloró. Se tocó el rostro, justo la nariz sintiendo como le palpitaba por el dolor, aunque al parecer, no le había sacado sangre. Trató de retroceder, pero ahora Luka lo detuvo y poniéndose detrás de él, lo sujetó por los brazos, de esa manera Dan le pudo dar un par de patadas en el vientre. La fuerza de los golpes lo movió atrás, junto con Luka y aunque llevaba mucha ropa encima, sintió dolor.

    —¡No llores! ¡No hagas ruido! —Le ordenó James mirando a su alrededor. Ninguno de ellos querían llamar la atención de los del campamento.

    Mas no podían saber que alguien los miraba con suma ira. Para Baat, la escena fue mortificante. Niños aprovechados. El aumento de la furia al ver como seguían golpeando al pequeño, le instó a intervenir, pero se contuvo, porque aunque se sintiera indignada, no quería moverse de su lugar. Ahí fue que comprendió que estaba autocondenándose por haber matado a su amada amiga. Un castigo de inmovilidad sobre la tumba simbólica de Odelia. ¿Acaso pensaba pasarse el resto de la eternidad sobre ese lugar que para ella representaba su penitencia? Pues sí, así que quizás, si dejaba de mirar a esos niños, podía recuperar su temple.

    No miró entonces, sin embargo, sus sentidos eran agudos y aunque el niño más pequeño había obedecido y no lloraba a gritos, su llanto silencioso llegaba hasta donde ella.

    Si no te mueves, lo matarán”, le susurró Richard.

    Que lo maten, no me importa.”

    Imagínate que fuera Rick.”

    Algo en Baat se removió. Ese algo que se presentó desde que viera a esos niños, en particular al pequeño. Odió a Richard.

    Maldito seas.”

    Luego, sin poder contenerse más, se movió. En el campamento, la cámara que la estaba grabando lanzó una especie de alarma alertando a los hombres, quienes al principio se miraron confundidos para después mirar la pantalla antes de salir afuera, al frío de la noche. Muchos de ellos con poca ropa, así que tuvieron que entrar para conseguirse un abrigo. Baat entre tanto, descendió un poco sobre los niños, quienes se quedaron perplejos al ver aquella bonita cosa que los iluminó.

    Dan, Luka y James retrocedieron asustados cuando de la aurora descendieron espirales de colores, como pequeños torbellinos, uno para cada uno, pero no pudieron huir de ellos, sino que rápido se vieron en medio de las espirales y sin contener los gritos de horror, se vieron levantados en el aire mientras que, varios hombres, tanto científicos como militares, abandonaban el campamento para acudir al rescate, sin embargo, una barrera de energía se interpuso entre ellos y los niños. Rayos saliendo del obstáculo alcanzó a varios, eliminándolos.

    Son niños, Baat”

    Son malos.”

    Pero son niños. A ellos no.”

    Son niños malos. A ellos también.”

    La vida todavía no les enseña todo. Dales una oportunidad.”

    Baat lloró. Lloró porque ella también era mala. Gritó en silencio y sólo Richard pudo escucharla. Soltó a los muchachos y los miró caer golpeándose en la nieve, aunque la altura de la que cayeron no fue como para matarlos. Luego, volviéndose al menor que estaba inmóvil, impactado por lo lo que veía, dirigió una de las espirales a él y tomándolo, lo alzó.

    ¿Qué haces? No puedes llevártelo.”

    Sí puedo.”

    Y se alejó de ahí, pero llevándose a Collin con ella.
     
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