Oro, diamantes y tesoros sin igual [Leprechaun]

Tema en 'Otros Fanfiction' iniciado por Usagi-chan, 13 Abril 2016.

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    Usagi-chan

    Usagi-chan Bunny Bunny

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    Escritora
    Título:
    Oro, diamantes y tesoros sin igual [Leprechaun]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2941
    Relato creado para el concurso "Dentro de la leyenda #1. Mitología Celta".

    ORO, DIAMANTES Y TESOROS SIN IGUAL

    Orden de desalojo. Las grandes y brillantes letras negras se burlaron de ella yaciendo tranquilamente sobre el papel membretado con el escudo del gobierno. Sabía realmente poco de las leyes que regían al pequeño pueblo de su abuela y en general de cualquier proceso legal del mundo adulto pero el breve mensaje no dejaba lugar a dudas: iban a perder la acogedora casa de la abuela.

    Luchó fuertemente contra la decepción mientras escuchaba los gemidos angustiados de su madre en la otra habitación y los gritos enfurecidos de su padre en el patio trasero, recriminándose por ser un hombre tan inútil e incapaz de proteger adecuadamente a su familia.

    Lo cierto es que las cosas no habían sido fáciles para nadie desde que la crisis económica azotara al país y muchas personas perdieran su trabajo en consecuencia. Había dinero en las ciudades pero una pésima distribución de esa riqueza entre los diferentes estratos sociales. Acostumbrada a pertenecer al estrato medio de dicha jerarquía en donde podía vivir de forma acomodada y darse el lujo de algunos caprichos, el cambio al pequeño pueblo colindante con un bosque fue un golpe bajo.

    —Jessy, hija, ve a jugar afuera. Tú madre y yo tenemos que hablar. —gruñó su padre nada más entrar a la casa.

    —¿Jugar?

    —¡Caminar, saltar, volar o lo que sea que se te ocurra, joder! Sólo sal de aquí.

    El amargo sabor del miedo mezclado con la ira inundó sus papilas gustativas mientras veía la transformación de su progenitor siempre amoroso en un hombre vacío que se regodeaba en su miseria. Entonces, cuidadosamente se puso en pie y sin tomar su chaqueta, salió por la puerta trasera rumbo al bosque.

    La calidez del sol brillando en lo alto y la brisa fresca que meció sus cabellos le recordó una vez más lo que había perdido. Atrapada entre la niñez y la adultez, temía no ser capaz de aportar a su hogar algo más que inútiles rabietas y cambios drásticos de humor fomentados por el desbalance hormonal. Quería dar más de sí, tal vez entrar a trabajar a escondidas y aportar algo más monetario pero se resistía a planear las cosas más allá.

    ¿Por qué no había caminos fáciles en esta vida?

    ¿Por qué el dinero no podía simplemente crecer en los árboles?

    Tal vez si las cosas fueran así, su familia no estaría cayéndose a pedazos y no estarían a punto de perder el único presente que la abuela les había dejado antes de morir. Llevaba cerca de diez años escuchando decir a los adultos que la riqueza requería de sacrificios, y que de todos modos, el dinero no compraba la felicidad.

    ¡Puras mentiras! Si su padre no hubiera perdido su trabajo, si su madre no se hubiera dedicado a derramar sólo lágrimas y su hermano mayor no se hubiera desentendido de su familia, todos serían felices. El dinero sí que traía felicidad consigo, o por lo menos, la ilusión de ésta.

    —Orden de desalojo. —releyó las palabras en el arrugado papel sobre su mano que había tomado antes de salir.

    No había esperanza de olvidar esas palabras. Podía romper el inútil papel pero sabía que finalmente, las cosas no cambiarían. Sus distraídos pasos la habían adentrado en el lado Oeste del bosque que resguardaba a la ciudad y tuvo que detenerse al recordar los peligros de la fauna salvaje a su alrededor.

    Los rayos del sol se colaban a través de los altos pinos e iluminaban con suavidad las ramitas y hojas secas bajo sus pies, proveyendo a la zona donde se encontraba, una calidez casi hipnótica. Agotada por las emociones del día, se dejó caer sobre la terrosa superficie bajo sus pies y tomó la posición más cómoda que encontró, recostando su espalda contra la corteza rugosa de uno de los pinos.

    —Abuelita...¿qué habrías hecho tú en mi lugar? —preguntó al aire.

    Sin ganas de arriesgarse a un castigo de parte de sus padres, dejó con cuidado el trozo de papel con la sentencia final para su familia a uno de sus costados, y abrazó sus rodillas trayéndolas contra su pecho. Entonces, cerró los ojos y comenzó a tararear una vieja melodía que había aprendido mientras se dejaba arropar por la naturaleza a su alrededor.

    El latido de su corazón comenzó a acompasarse y pronto, el sueño se abrió camino a través de su mente. Mientras se alejaba flotando de la realidad, la melodía que tarareaba con anterioridad siguió el mismo ritmo, arrullándola. Sintió a su cuerpo volverse ligero y deseó casi con desesperación poder alejarse al mundo de los sueños, hasta que un estruendo la arrancó de la somnolencia.

    Abrió los ojos desorientada y con la melodía todavía retumbando en sus oídos. Su cuerpo estaba en alerta y pronto, su mente también se despejó del velo del sueño que estuvo a punto de llevársela. Perdida, todavía le tomó unos momentos más identificar que efectivamente, la melodía seguía sonando en alguna parte del bosque y que el estruendo que la había devuelto a la realidad, acompañaba cada tanto tiempo al ritmo, como si alguien golpeara un martillo contra una superficie dura.

    —¿Hay alguien ahí? —preguntó por reflejo.

    No hubo respuesta inmediata, ni tardía, sólo aquella misma melodía que hasta hace poco tarareaba y el golpeteo cada vez más constante de una herramienta de trabajo. Curiosa y en cierta medida también temerosa, se puso de pie y volteó a los lados buscando la fuente del sonido.

    —¿Hola? —llamó nuevamente.

    Su única palabra obtuvo los mismos resultados pero poco le importó. Dejándose guiar por las notas se adentró más en el bosque, confundiéndose cada tanto con el eco del sonido que rebotaba continuamente en los árboles a su alrededor. Frustrada, finalmente se rindió al entrar en un claro rodeado de flores en donde nunca antes había estado. La melodía siguió sonando más chillona que anteriormente y la risa se abrió pasó por su garganta. ¿Quién podía estar cantando de forma tan desafinada?

    Fascinada por el nuevo lugar, se recostó en el centro del claro y tanteó la suavidad del pasto entre sus dedos. No quiso cerrar los ojos. Se quedó ahí escuchando la chillona vocecita y el golpeteo que la acompañaba. Entonces los sonidos se aclararon en su oído y sus ojos revolotearon por toda la zona a su alrededor hasta dar con un tronco partido por la mitad.

    Agotadas las esperanzas de realmente haber encontrado la fuente del sonido, se arrastró en silencio por el pastizal y asomó uno de sus ojos al interior del hueco tronco. Una oleada de sorpresa se estrelló contra ella al captar el vistazo de un pequeño hombrecito sentado al interior, un martillo todavía más pequeño en su mano, y pares de viejos zapatos amontonados cerca de él. La vieja melodía que había aprendido salía de sus rosados labios en un chillido que ahora le parecía horrible mientras golpeaba su martillo contra la dura suela de uno de los zapatos.

    —Oye, tú. —lo llamó todavía sorprendida.

    El pequeño hombrecillo la escuchó y dejó de cantar de inmediato mientras clavaba la mirada de un verde esmeralda sobre ella.

    —Mierda. —lo escuchó maldecir pero no se movió.

    Por unos momentos casi pareció que el hombrecito se había congelado y sólo su parpadeó le indicó lo contrario. El interior del tronco estaba rodeado de sombras a pesar de que un par de rayos del sol se colaban a través del agujero.

    —¿Cómo te llamas? —preguntó divertida por su inmovilidad.

    La diminuta criatura no le respondió a pesar de que en ningún momento apartó la mirada de ella. Ansiosa por no poder apreciarlo en toda su magnitud y considerando la seria posibilidad de haber encontrado un duende, estiró uno de sus brazos y lo tomó por el cuello de su aterciopelado saco para sacarlo de ahí.

    A la verdadera luz del sol, el duendecillo lucía mucho más viejo de lo que pensó que sería un duende normal. Tenía una poblada barba blanca que le recordó al hombre que traía los juguetes para Navidad cuando era más pequeña, y si bien era delgado, el ajustado cinturón sobre su chaqueta roja le hacía lucir una barriga divertida. El resto de su atuendo de un verde brillante parecido al de sus ojos y el sombrero rodeado por un cinturón semejante al de su cintura sólo complementaban el aspecto de un ser de leyenda.

    —¡Eres un “Leprechaun”! —gritó más sorprendida.

    El duende bufó y la miró casi con rencor desde la superficie del tronco en donde lo dejó. Su abuela le había contado antes de morir la leyenda sobre esos hombrecitos, y sobre todo el oro y las riquezas que escondían. Los arcoíris no tenían finales y le había explicado que esas ya eran habladurías de la gente. Los “leprechaun” eran más que traviesos duendes, eran pequeñas criaturas avariciosas que gustaban de engañar a las personas y que eran débiles frente al ojo humano.

    —Muy inteligente, niña. —respondió con una voz mucho más grave de lo que imaginó.

    —Eres real.

    —Bastante, diría yo. —comentó burlón. —¡Y tú también!

    —Lo siento, ¿estabas trabajando?

    Su brillante mirada la inspeccionó con lentitud pero no respondió a su pregunta. Sin embargo, el pequeño delantal de cuero marrón que había pasado por alto le dio la respuesta que esperaba.

    —Hago zapatos muy bonitos, ¿te gustaría un par? —preguntó de repente, apuntando con uno de sus pequeños y finos dedos hacia el interior del tronco. —Puedes echarles un vistazo y decidir.

    A punto de seguir el camino de su dedo con la mirada, se detuvo. Las facciones del duendecillo se habían suavizado y ahora lucía una sonrisa que a pesar de transmitir paz y felicidad, le produjo escalofríos.

    —No.

    —¿No? —preguntó sin dejar de sonreír. —¿Estás segura?

    —Completamente.

    Parpadeó ligeramente y esperó verlo desaparecer pero el hombrecillo siguió ahí. En cambio, se sentó con las piernecitas colgando del tronco y estiró los brazos por detrás de su espalda sin dejar de verla.

    —Los parpadeos no funcionan. —informó sonriente. —¿Te imaginas lo rápido que se necesitaría ser para escapar a la mirada de una persona mientras parpadea? —silbó largo y tendido antes de continuar. —A la velocidad de la luz.

    Por primera vez en ese día, no supo qué decir. No había imaginado encontrarse nunca con un ser de fantasía y mucho menos que fuera tan hablador.

    —Venga, ya, nena. —rió con un sonido melodioso. —Pídelo y acabemos con esto. Todavía tengo mucho trabajo por hacer.

    —¿Pedirte qué?

    —El dinero...las riquezas...¡mi oro! —exclamó en voz alta. —¿No es eso lo que siempre buscan los humanos?

    Le tomó un poco más salir de la bruma de la incredulidad para atenerse a la posibilidad de obtener el dinero suficiente para salvar a su familia de la ruina. La leyenda estaba desvanecida en su cabeza y sólo podía recordar detalles sencillos de lo que su abuela una vez le dijo, aunque una alarma sonaba ya con fuerza en su interior.

    —Veamos. —dijo mientras se enderezaba en el tronco y se colocaba un par de anteojos sobre el puente de la nariz. —Según este interesante comunicado titulado “Orden de desalojo”, requieren una fuerte suma de dinero para evitarlo. Seré sincero, las leyes humanas escapan a mis conocimientos pero creo que una bolsita con monedas de oro será más que suficiente, ¿no?

    Sus ojos se clavaron con fuerza en el papel demasiado grande para el cuerpo del leprechaun entre sus manos. ¿Cómo lo había conseguido? Cuidadosa de no apartar la mirada del escurridizo duendecillo en ningún momento, tanteó los bolsillos de su pantalón en busca del trozo de papel sin resultado alguno. Entonces, una breve imagen del papel sobre el suelo terroso donde se había dormido llegó a su mente.

    —¿Cómo-

    —Cariño, soy un leprechaun, soy mágico. —rió divertido. —Entonces, ¿dos bolsas de oro y me dejas ir?

    Un crujido a sus espaldas la puso en alerta y casi apartó la mirada de la criatura. ¡No! No podía permitirse el lujo de perder de vista a su única opción de salvación.

    —¿Tres bolsas, tal vez? —preguntó jugueteando con el papel entre sus manos. —¡Ya sé! Cinco bolsitas de oro y un hermoso colgante de diamantes para ti, belleza.

    Nuevos escalofríos la recorrieron antes sus apodos. La criatura aunque curiosa y extrañamente llamativa, le causaba en cierta medida repulsión. Analizándolo lo mejor posible, se tomó su tiempo para pensar en la oferta. No estaba segura que cinco bolsas de oro fueran a ser suficiente pero tal vez podrían ser de ayuda.

    —Nena, realmente no tengo todo el día. ¡Los zapatos no se arreglan solos! Y esas hadas tampoco son pacientes. —bufó.

    —¿Hadas?

    —Ya sabes, esas pequeñas niñitas con alas brillantes, orejas puntiagudas y la mala costumbre de reírse chillonamente. —comentó como si fuera lo más normal del mundo. —Son muy exigentes. Como sea, ¿has tomado una decisión?

    —No estoy segura...

    —¡Cielos, niña! ¿Tan difícil es aceptar oro y diamantes a cambio de dejarme ir?

    —Bueno, no, pero...

    El duendecillo frunció el ceño y el crujido que había escuchado con anterioridad retornó con mayor fuerza. En alguna parte de su cerebro consiguió asociar el sonido con el de un rayo partiendo la corteza de un árbol en su antiguo hogar.

    —De acuerdo, acepto.

    —¡Excelente! —exclamó alegre el leprechaun. —Encontrarás tus cinco bolsas de oro, el colgante de diamantes y un par de zapatos para ti en el mismo lugar donde dejaste esto. —agitó la orden en sus manos.

    —No. —se apresuró a interrumpirlo. —Quiero que me lo des aquí mismo. Dijiste que eres mágico, sé que puedes hacerlo.

    —Ahhh, chiquilla inteligente. —rió nuevamente. —Muy bien. Acércate.

    Dudosa sobre si obedecer o no, se debatió los pros y contras antes de avanzar hacia su diminuta figura. Martillo en mano, el leprechaun comenzó a golpetear sobre la corteza del tronco donde lo había encontrado, arrancando trozos de madera hasta que un nuevo agujero se abrió en el mismo.

    —Mete la mano ahí y encontrarás lo prometido. —dijo con soltura. —Pero ahora debes dejarme ir.

    Sin hacerle caso, estiró uno de sus brazos y tanteó hacia abajo sintiendo la suavidad del terciopelo contra sus dedos. Sin despegar la vista de su curioso amigo, cerró la mano en torno a las bolsas en el interior del tronco y no se detuvo hasta haber sacado las cinco y el pequeño colgante en forma de corazón.

    —¿Lo ves? —preguntó divertido. —No mentí. ¿Puedo irme ahora?

    Sin poder resistir la tentación de admirar con sus propios ojos los regalos obtenidos, la chica apartó la mirada del duende y miró maravillada el oro brillando al interior de cada uno de los sacos. Confirmando su botín, buscó al leprechaun pero no lo encontró. Al interior del tronco sólo quedó un solo zapato rosado. ¿Por qué no habría dejado el par?

    Más tarde y aún incrédula de haber encontrado a un ser de leyenda que le regaló parte de sus riquezas, volvió a casa y entregó a sus padres su tesoro. El trozo de papel con la orden de desalojo no volvió a ser visto y nadie se preguntó dónde se perdió. El oro del leprechaun pagó las deudas de la casa y como Jessy lo había pensado antes de aquel fantástico encuentro, la felicidad volvió con el dinero.

    Desafortunadamente, no duró demasiado. Seis meses después de su encuentro el dinero se esfumó. Los cargos de fraude llevaron a su padre a la cárcel y a su madre a una depresión que le robó tres años más de su adolescencia hasta que finalmente se recuperó. Los ahorros del banco fueron vaciados, las monedas de oro que habían escondido para emergencias se volvieron cenizas y el brillante colgante del que nunca se separó desde aquel día, se ennegreció perdiendo todo su resplandor.

    —Todavía no entiendo qué fue lo que pasó. —escuchó decir a su madre un día.

    Y Jessy tampoco lo entendió nunca. Regresó muchas veces al bosque y jamás encontró al leprechaun que los engañó. Poco a poco, su familia se despedazó, y el lento entendimiento de que las riquezas no eran sinónimo de felicidad, la desanimó.

    Cumplía 26 años el día que regresó por última vez al bosque. Acudió a despedirse, a dejar atrás los recuerdos infantiles de una mente que no fue capaz de discernir la realidad de la fantasía y que terminó pagando caro su error. No esperaba ver un duende de barba blanca y sonrisa indulgente, ni criaturas con alas brillantes, sólo quería respirar el aire limpio del bosque e irse para siempre.

    Se quedó ahí sintiendo los mismos rayos del sol de aquel día y respiró con libertad. Maduró y adquirió un trabajo, ganaba dinero y no ansiaba nada más que olvidar ese duro pasado. Entonces, un papel llegó danzando en el aire hasta ella, escrito en su interior con brillantes letras negras se burlaron de su vista las palabras “Orden de desalojo” y pegado debajo, un diminuto zapato idéntico al que el leprechaun le regaló aquel día fue lo que llamó su atención.

    —¿Por qué me engañaste? —preguntó al viento.

    Y supo que nadie respondería a su pregunta. En la lejanía, la melodía que inició todo comenzó a sonar en el bosque y ésta vez, una risilla traviesa la acompañó mientras Jessy guardaba la nota y el regalo en su bolsillo y se esfumaba en la lejanía.

    Ese era su adiós.

    Encuentra al Leprechaun y de riquezas te proveerá,

    pero no apartes la mirada, ni confíes en él...
    ...puesto que una travesura te puede hacer”.​
     
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    Shani

    Shani Maestre Comentarista empedernido Usuario VIP

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    Hola, Usagi.

    Llegué a esta historia porque me llamó la atención el título, bueno, más bien la palabra "Leprechaun" y me preguntaba con que historia sobre estos duendes me encontraría esta vez.

    Que puedo decir, la historia me ha gustado pero terminé odiando al Leprechaun. Por momentos, sobre todo al principio, la actitud de la niña se me hacía demasiado infantil, y otras veces me daba la sensación que sus pensamientos no concordaban con su edad -a pesar de la madurez adquirida por las situaciones vividas- y se me hacían los pensamientos de un adulto. Eso sí, la escena con el Leprechaun estuvo muy buena, y representa y combina muy bien la naturaleza curiosa de un niño con la ambición de un adulto. Y qué decir del duende, también estuvo bien y fiel a su personalidad en las leyendas.

    Es triste que la broma haya caído a una persona que de por sí ya estaba viendo una situación difícil. Lo bueno es que al final Jessy pudo salir de esa situación difícil y el encuentro con el duende quedó en su pasado, como un recuerdo agridulce.

    Gran historia. Saludos :)
     
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    MelodiaVal

    MelodiaVal Noctambula

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    ¡Wao! estaba deseando leer tu escrito ¡y la verdad que muy bien merecido el primer lugar, me encantó! La historia es fantástica, tu narrativa y manera de escribir es simplemente genial *-* me encantó la trama y la manera en la que abordaste los problemas de la muchacha y la aparición del Leprechaun, esas criaturas son tan jodidamente engañosas pero no dejan de encantarme de todos modos, sobre todo, me gustó demasiado el como llevó a cabo el engaño y la manera en la que concretó esa treta enviando el papel de embargo con el zapato pegado, simplemente una historia maravilloso el desarrollo el problema, la conclusión y la manera tan rítmica en la que fuiste narrando. Me gustó que tenías una velocidad justa, no aceleraste bruscamente la historia ni tampoco has ido lento al punto de aburrir, me gustó mucho realmente lo que has escrito ¡mis felicitaciones *-*!
     
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  4.  
    Usagi-chan

    Usagi-chan Bunny Bunny

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    Muchas gracias a las dos por sus comentarios, me han hecho muy feliz <3

    @Shani no eres la primera que me dice que terminó odiando al "leprechaun" pero es evidente el por qué. Estos pequeños duendecillos son muy traviesos y son mundialmente reconocidos por su avaricia, así que además de proteger su oro, sus travesuras pueden llegar a extremos que a los humanos no nos parecen tan divertidos. Me alegro que hayas disfrutado de la historia.

    @Cendrillon ¡qué linda, gracias! Sí, son muy engañosos esos duendes pero al menos ya estamos prevenidas por si nos encontramos alguno un día de éstos.
     
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  5.  
    Poemy

    Poemy Guest

    Leprechaun.

    No recordaba que esas criaturas fueran tan desgraciadas x'DDD

    Me encantó, me encantó todo. Incluso ese agridulce sabor que te deja el final, porque a pesar de ser fantasía, es realista. Y te deja una enseñanza muy, muy buena <3 El dinero no hace la felicidad, sólo hace la ilusión de ella.
    La narración es excelente, la trama ni se diga. Y me encantó la nena, aunque sentí mucha pena. Yo, a mi edad, me sentí bastante identificada x'DDD Porque realmente, aún sigo creyendo en cosas paranormales, mágicas y fantasiosas.

    Esta historia me trajo bastante... uhm, felicidad, nostalgia y tranquilidad. Porque es casi como si pudiera sentir el viento en la cara, o los rayos del sol. Lo digo porque, por un tiempo viví en un ambiente parecido al de Jessy, es curioso, pero me lo imaginé todo precisamente.
    ¡Esa es una gran ventaja! Que en vez de leer un escrito, lo vivas como si fueses tú quien lo protagoniza. Muy pocos escritos te hacen sentir algo tan bonito como eso.

    Amé al duende, estuvo muy bien representado. Esa imagen traviesa, mentirosa, engañosa y chillona. Es típico, pero este duendecito es más cruel. Y sus bolsas de oro se pudren, o sea, aparte es pirata(?)
    Y bueno, como ya dije, me ha sido muy bello de leer <3 Yo aún soy una niña, una joven(? Y para mí ha sido como leer uno de esos pequeños cuenticos que son independientes, pero que son así todos bonitos y, los lees en la tarde, mientras tomas una taza de café y te comes una galleta x'DDDDD akjskdjksjd, no sé, estoy muy feliz.

    Estoy parloteando mucho, lo sé.

    Nuevamente, ¡muy bien plasmado todo! Es una historia diferente, con un final imprevisto. Cualquiera creería que el duendecillo terminaría compadeciéndose de la nena y ayudándola, pero la verdad es que el final fue todo menos fantasioso, menos "Felices por siempre". Al menos la pobre Jessy aprendió una lección, y maduró mucho antes de lo previsto.

    Sigue escribiendo, plz <3
     
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  6.  
    Usagi-chan

    Usagi-chan Bunny Bunny

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    @Chelsea ¡Muchas gracias por tu comentario! No tienes ni idea de lo que me has hecho reír mientras lo leía. Me alegro que te haya gustado el relato y que como tú dijiste, hayas llegado incluso al punto de identificar y sentir tan bien el escenario que te adentraste en el papel y formaste parte de la historia desde un punto directo al que no cualquiera llega a sumergirse. Definitivamente seguiré escribiendo más historias sobre distintos tipos de mitología pues realmente es algo que encuentro fascinante. Espero que sigas leyéndome cuando eso pase.

    Saludos y mucho cuidado con el Leprechaun :3

    PD:
    Me súper mataste con esa parte de si es pirata (jajaja). Pues sí, todo parece indicar que cuando alguien quiere quitarle su oro, se vuelve un Leprechaun "pirata".
     
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  1. Keilani
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