Hetalia Axis Powers [One-shot] Último Encuentro

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por Micaela Sabattino, 11 Abril 2014.

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    Micaela Sabattino

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    Título:
    [One-shot] Último Encuentro
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3377
    Las tardes en aquél lugar eran bastante frías, sobre todo por el simple hecho de que se encontraban en pleno invierno, y los vientos montañosos, la nieve y la bruma llegaban a cada rincón del gran territorio austriaco. El césped se llenaba de escarcha, la cual pasaba a ser nieve blanca en el término de un par de horas, las hojas de los árboles de coníferas se mantenían en pie, siempre verdes y fieles al paisaje, aunque aquellos árboles cuyas hojas ya habían muerto, entrañaban un ambiente muerto y seco. Era el invierno en su mayor esplendor.


    Desde aquella gran casa, pulcramente decorada y presentable, Roderich Edelstein se encontraba como cualquier otra tarde, tomando una taza de cálido café y mirando el gran paisaje que lo rodeaba. Probablemente luego se dirigiría a su sala y pasaría tiempo en su piano, creando aquéllas melodías tan hermosas y cautivadoras con tan solo sus manos. El cálido vapor que expulsaba su taza de café había llegado a empañar sus lentes, aunque eso no le importaba en esos momentos; estaba simplemente sumido en sus propios pensamientos. Nada era relativamente calmo en esos momentos, pero de todas formas él sentía aquél negro vacío en su interior. ¿Tendría que ver acaso, las situaciones por la que estaba pasando el mundo en ese momento? Sí, podría ser eso. Las guerras habían aumentado en los últimos tiempos. Los humanos incrementaban su deseo de poder, trayendo a su paso un río de sangre y muertes innecesarias. La gente que él quería se alejaba más y más de él, dejando aquellas tardes de ocio y compañía en simples días de soledad y paz...Pero todo eso llegaría algún día a su fin, pues así es la vida, todo tiene un comienzo y un final, y nadie puede escapar de aquella regla que se había establecido ya desde que el mundo es mundo y el tiempo es tiempo. Aunque para él, esa regla corría de manera distinta.


    Pero nada de eso importaba ahora, pues él simplemente estaba allí, sentado contemplando el paisaje de aquél país al cual representaba, el paisaje que hacía que su pecho de hinchara de orgullo y sintiera que, al menos para la naturaleza, valía la pena vivir.


    Repentinamente, el teléfono sonó. Aquel sonido seco y monótono que irrumpía con la suave melodía del piano. Aquel sonido que en momentos como ese, solamente podía ser señal de malas noticias, y eso era claramente lo que presentía Roderich, pues en su interior él sabía que algo no estaba yendo acorde a lo normal. Tal vez el mundo iba a dejar de girar en poco tiempo, tal vez el tiempo por fin se congelaría y los llevaría a todos a un eterno sueño.

    —¿Diga?— saludó el austriaco de manera un tanto seca, pues en esos momentos él sabía que algo malo podría estar sucediendo en esos momentos, y realmente no sentía ganas de lidiar con problemas.

    —Guten tag Roderich. Soy yo, Ludwig. —La voz del alemán se oía levemente distorsionada debido a la distancia y la calidad de la llamada, pero por lo que Roderich podía notar, aquellas palabras eran forzadas, secas, desanimadas —. ¿Puedes hacerme un favor? Necesito que vayas hasta la casa de Gilbert y...

    —Sí, está bien— su respuesta fue tan seca como la propuesta. Siquiera había dejado terminar la oración ajena, pero ahora las prioridades debían ser ordenadas y terminar una oración no cambiaría la acción que se llevaría a cabo. —¿A qué se debe esta llamada?

    —Gilbert no responde—una pausa sonó luego de aquellas palabras. Provocaron un ambiente tenso y lúgubre, como el que se respira en un funeral—No me encuentro en condiciones para cerciorarme de su paradero, y tú eres la persona más cercana a él después de mí. Por favor, ve a ver que todo esté bien.


    Antes de que pudiera esbozar palabra alguna, Ludwig cortó la comunicación.


    Su mirada se perdió parcialmente en un punto indefinido de la inmensidad. No procesaba aún en su totalidad las palabras que había escuchado hacía unos instantes, y mucho menos el significado que podían tener ellas. Tal vez era una mera confusión del alemán, pues Roderich estaba totalmente al tanto de la situación actual del Reino de Prusia, y estaba seguro que las cosas no podían ser tan malas como los demás decían. Aunque de todas formas, aquel vacío que sentía en su interior, aquel vacío negro y blanco al mismo tiempo, la luz de la esperanza y la oscuridad del miedo. No formaban gris, tan solo se separaban y convivían el uno con el otro, creando aquél vacío que tanto atormentaba al austriaco. Aquel vacío ahora se encontraba lleno de sensaciones. Tenía miedo, claro que lo tenía. Tenía miedo de llegar y ver la casa en completa soledad, gritar por su paradero y no obtener respuesta alguna, recorrer el predio y encontrarlo inerte, sin vida. ¿Cuántas posibilidades había de que eso ocurriese? Tal vez eran más grandes de lo que él imaginaba. Tal vez no.

    ---


    En la casa del prusiano, reinaba la calma. Todo estaba tal y como siempre. El jardín estaba ordenado, la entrada estaba limpia, los arboles estaban podados. No había nada sospechoso; a no ser por la bandera. La bandera estaba rota, rasgada y manchada de intenso rojo. Roderich miró aquél detalle con ojos indiferentes, había varias razones para que la bandera se encontrara en ese estado, pero eso no debía de ser la causa de la desaparición de Gilbert Beilschmidt. No, no podía ser. Él debía seguir vivo.

    Caminó entonces hacia la entrada.

    Una gran masa de sensaciones se estaba acumulando en la parte baja de su estómago, su mente recreaba las mil y una situaciones que podrían ocurrir en los próximos segundos, las miles de posibilidades que podían perjudicarlo a él o al mundo entero, y con sus propias consecuencias, cada una de ellas entrelazada al hecho que aún no existía en concreto.

    Pero él no había imaginado que una de las posibilidades era la simple cotidianidad con la cual Gilbert abría su puerta y lo dejaba entrar. Tan natural como siempre. Sin sangre, sin dolor, sin llanto, sin desaparecidos y sin muerte. Todo era como siempre.

    — ¿Qué sucede?—Ese fue el saludo de Gilbert. Una simple frase con la cual expresaba la sorpresa de aquella visita; y como no estar sorprendido, si Roderich estaba tan pálido como la cera y tan frío como la nieve. — ¡Kesesese! ¿Me extrañabas...?

    —No es lo que tu imaginas—se excusó el austriaco. No iba a aceptar todos aquellos pensamientos que había estado experimentando. Pensamientos que ya se habían extinguido completamente, pues habían sido totalmente en vano. — ¿Me permites pasar?


    El prusiano se movió con delicadeza, permitiendo el paso de Roderich hacia el interior de su morada. El aire que se respiraba allí dentro estaba viciado. Olía a abandono, a vejez. Las flores que antes decoraban la sala ahora estaban marchitas, y las monumentales cortinas que reinaban los ventanales traseros estaban rasgadas, rotas. La casa estaba en un estado pecaminoso, y todo era debido a lo mismo. Aunque Roderich se negaba a aceptarlo. Gilbert se encontraba como de costumbre. Siempre fugaz y repentino, narcisista y encantador, para el ojo del austriaco. No había rastros de tristeza en su rostro, ni incomodidad en su mirada, ni siquiera podía notar una mueca extraña detrás de aquella leve sonrisa que dibujaba en su rostro. No había paradoja detrás de su piel pálida, y su cabello blanco se encontraba pulcro y desordenado, no tenía rastro de polvo de batalla, ni mechones descolocados de manera intencional. Todo estaba perfecto en él, al menos en el exterior.

    — ¿Tienes miedo de desaparecer?—las palabras salieron de manera brusca, casi involuntarias. Aquella pregunta que estaba encerrada en su garganta había salido sin permiso. Una pregunta rebelde que había intentado salir y hasta ese momento, no lo había logrado. Pero ahora, las palabras se habían escapado de sus labios y habían llegado a oídos de Gilbert, el cual lo miró de manera perpleja, algo conmocionado. Esa situación no debería estar ocurriendo.

    — ¿Tienes miedo a que desaparezca?

    —No entiendo a lo que te refieres. — Aquella respuesta golpeó al austriaco como una puñalada. ¿Realmente esa era la respuesta que Gilbert le iba a brindar? ¿Tan solo le iba a responder con otra pregunta? De nuevo el vacío. De nuevo la duda. ¿Realmente Gilbert tenía miedo?

    —Yo he preguntado primero, y me gustaría que respondieses como se debe. ¿A caso no tienes miedo de lo que podría ocurrir mañana? ¿O pasado...? ¡El señorito está preocupado!

    —Tendría miedo, si algo fuese a ocurrir. Pero nada sucederá, ¿verdad?— el prusiano esbozó una sonrisa forzada, sabía perfectamente que algo ocurriría tarde o temprano, y ese algo lo iba a perjudicar para siempre. Tal vez, si ese algo sucedía, ya no había vuelta atrás.

    —Tienes razón, debes saber disculpar esa idiotez que he dicho— Luego de esa frase, Roderich se movió hacia la cocina, dejando solo a Gilbert, el cual se había sumido en sus pensamientos.


    Durante unos momentos, mientras preparaba un té, sintió ganas de llorar. Era verdad, todo era verdad. El tiempo estaba pasando demasiado rápido, la gente se movía a la velocidad de la luz, y Gilbert...Gilbert iba en dirección contraria, pendiendo de la cuerda floja. Aquél año fue muy difícil. Había sido difícil hasta esta ese entonces y lo seguiría siendo en el futuro, y sabía perfectamente que Gilbert estaba involucrado en el itinerario de sucesos negativos. Algo no estaba bien en él. Ni en él ni en Roderich. Ambos se sentían secos, congelados por sus propias palabras, separados por sus propios pensamientos, pendiendo del hilo que se tensaba más y más; un hilo que dentro de poco se tensaría lo suficiente como para cortarse, y una vez que se cortara, el mundo ya nunca sería igual. Al menos para uno de los dos. Reprimió las lágrimas que comenzaban a salir por sus ojos, aquella situación no le agradaba en lo absoluto. ¿Qué podría ser lo peor de la Guerra? Lo mismo de siempre: las numerosas muertes, los heridos, una página más escrita en el gran libro de la Historia, y los seres queridos...los seres queridos que partían para nunca más regresar. Los seres queridos que quedarían eternos en las memorias, en los recuerdos, en la mente. Los seres queridos que habían sido obligados a decir “No más” y se habían marchado en la búsqueda de la vida eterna. Aquellos que no regresarían nunca para ver el amanecer, o para preguntarse cómo se originó el mundo. Nunca más olerían las flores, nunca más sentirían el canto de las aves, y sobre todo, nunca más podrían amar. Pensar que eso se podría aplicar a Gilbert le daba vuelcos en el estomago. ¿Qué sería de la vida si el prusiano desaparecía? Tal vez la única forma de saberlo era esperar a que eso suceda, aunque claramente no tenía ganas de que pasara. Tal vez aquella frase que sonaba por allí tenía razón “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, tal vez era cierto, Roderich no sabía exactamente qué sentía al estar con Gilbert, y probablemente lo descubriría solo cuando este ya no esté a su lado.

    — ¿Sucede algo?— la voz resonó en el vació de la cocina. Era Gilbert— Hace diez minutos que te fuiste a preparar té, ¡y los he contado!

    —N-nada—respondió Roderich. Le sorprendía que el prusiano se preocupara de esa forma por su situación sentimental, pero de todas formas no le importaba en lo absoluto responderle. Tal vez Gilbert presentía que algo sucedería, y quería pasar un último día de calor junto al austriaco.

    —Si mañana dejo de respirar—comenzó a explicar Gilbert, con una mueca extraña en su rostro—prométeme que nunca me olvidarás.


    Aquellas palabras fueron suficientes para provocar nuevas lágrimas en los ojos del austriaco. Unas lágrimas que esta vez le eran imposibles de detener, lágrimas que comenzaron a correr desde sus ojos hasta su mejilla, dejando un recorrido húmedo y frío en su piel, recorriendo su rostro hasta la barbilla, donde algunas caían al suelo a causa de la gravedad, y otras seguían su recorrido hasta el cuello de Roderich. De pronto, sintió que una fría mano se colocaba en su mentón y lo atraía hasta unos ojos rojos y brillantes, unos ojos que lo miraban sin expresión alguna, inspeccionando de manera completa la expresión triste del austriaco. Debajo de esos ojos rojos, una boca temblorosa se discutía si moverse o no, generando un pequeño temblequeo en el labio inferior. Un labio que ahora, se encontraba tan pálido como el resto del rostro de Gilbert. Finalmente, aquellos labios se acercaron lentamente a los de Roderich, rompiendo las barreras de la distancia y uniéndolos en un beso, el cual se iba volviendo más y más apasionado acorde pasaban los segundos.


    Pero algo estaba mal. El beso era frío. Frío y sin vida, al igual que la mano que había acariciado el mentón del austriaco. Aquel contacto no era como los que solían tener. Esta vez se sentía directamente muerto. ¿A qué podía deberse la perdida de temperatura corporal? ¿A caso Gilbert había enfermado? ¿O esto sólo significaba que pronto él ya no estaría en este mundo? El beso muerto le devolvió la vida al temor de Roderich, el cual solo aumentó su llanto mientras besaba tiernamente al prusiano. Su respiración había comenzado a entrecortarse, su pecho subía y bajaba de forma irregular, pero lo más difícil de todo era asumir que Gilbert no era el mismo de antes, y quizás nunca más vuelva a ser el Gilbert que él conocía.

    ---

    El día se había esfumado con inquietante rapidez, y posterior a las pasiones de un reencuentro que también marcaba un final, dos viejas naciones amigas, enemigas, se encontraban ahora en el punto cumbre de una montaña rusa cuya caída sería más dura que su subida.


    —Si mañana ya no despierto—prosiguió Gilbert, acomodándose de tal manera que estaba listo para penetrar la entrada del austriaco—Promete que no llorarás por mí.

    —No prometo nada—respondió Roderich.


    De esta forma, Roderich perdió parte de su corazón. Perdió parte de él. Era hora de asumir que Gilbert ya no era el mismo, que probablemente nunca volvería a ser aquél hombre que amaba, que tal vez mañana ya no lo volvería a ver, ni volvería a sentir sus cálidos besos, ni ver hacia sus rojos ojos, aquellos ojos que reflejaban perfectamente el alma del prusiano. Algo en su interior había muerto, cierta parte que sentía aquél amor hacia Gilbert ahora se había perdido en un mar de sentimientos oscuros, sentimientos que le avisaban que nunca más sería el mismo. Ni él, ni Gilbert.

    ---


    A la mañana siguiente, el austriaco despertó a causa del roce de pieles. Por la ventana, se colaba la tenue luz de un sol tapado por nubes y neblina. Los pájaros típicos de la zona se encontraban piando y cantando alegremente, y las cortinas se movían suavemente gracias a la acción de la brisa matutina.


    Roderich miró hacia el costado. Gilbert no respiraba. O al menos, él no notaba su respiración.

    Su estómago se volvió un nudo de mal augurio y de dolor, no podía creer que Gilbert hubiese muerto en la noche, después de tantas palabras de amor y tantas precauciones para un nuevo día sin él. ¿Acaso él sabía que iba a morir? ¿Tenía planeado esperar por él para luego tener una última noche de amor? ¿O todo había fluido de manera espontánea? No lo sabía, no sabía nada en esos momentos. Solo sabía que aquella parte de él que aún amaba al prusiano, estaba totalmente adolorida. Entonces, cuando las lágrimas ya se habían acumulado en los ojos del austriaco, este notó que un hilo de saliva recorría la comisura derecha del labio de Gilbert. Si esa saliva estaba tibia, él aún tenía vida. Movió su mano de forma dudosa, tenía miedo de que todo eso fuera una simple vaga esperanza, que cuando tocara el labio del prusiano, esta estaría helada como su piel, en signo de que ya no tenía vida alguna. Por otro lado, también imaginaba que el prusiano despertaría, que todo seguiría bien, que todo estaba tal y como antes. Ambos serían felices por siempre, unidos por una eternidad que nunca terminaría para ninguno de los dos, y que aquél hilo que ahora se encontraba roto, sanaría en el término de unos días.


    Tocó el labio de Gilbert: La saliva estaba tibia. Él estaba vivo. Una sonrisa se alivio se dibujó en el rostro del austriaco, quien pudo suspirar tranquilamente y sacudir suavemente a Gilbert, haciendo que este se despierte lentamente. Los ojos del prusiano fueron abriéndose suavemente, dejando ver aquellos ojos rojos que ahora, no tenían alma. Su pecho no se movía, no daba signos de vitalidad, su piel seguía fría como el hielo, y ahora se le sumaban aquellos ojos rojos que veían sin ver. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Por qué Gilbert se encontraba así? De nuevo Roderich quiso llorar. Pero no lo hizo, ahora simplemente le mostró una leve sonrisa al prusiano, para luego sumir su rostro en una expresión tan fría como la de Gilbert. Serio y frío, como siempre.


    Ambos se levantaron y vistieron, listos para preparar un desayuno estándar: una taza de café y un dulce germano. Café mokka para ambos, dos dulces para Gilbert y uno para Roderich. Un desayuno cotidiano, como aquellos que solían tener juntos cuando aún se veían a diario. Gilbert miró sin ver el rostro inexpresivo del contrario, el cual le devolvió la mirada de igual manera, fría y desalmada. El prusiano no había pronunciado palabra alguna desde que se habían levantado, y al parecer no tenía ánimos de decir nada. Tal vez su tiempo había llegado, y aquél Gilbert con el cual estaba compartiendo un desayuno era tan solo una copia de su alma, o lo que quedara de ella.

    —Roderich, ¿Qué sientes?—preguntó el prusiano. Eran las primeras palabras que pronunció en todo el día, pero Roderich no las escuchó, ni siquiera se molestó en prestarle atención a sus palabras, su corazón había armado las valijas y se había ido a un largo, largo viaje, ya no cabían más sentimientos. — ¿Qué es lo que sucede ahora?


    El austriaco dio un sorbo a su taza de café.

    —Debo ir por algo a la cocina—se excusó Gilbert, caminando hacia la cocina y hablándole por última vez en su vida a Roderich Edelstein.

    El joven asintió suavemente; no había terminado de escuchar lo que había dicho el prusiano, pero lo único que sabía era que ya no estaba allí, y algo en su interior le decía que no había cocina alguna, que nunca volvería, que esa había sido una mera excusa para desaparecer, para perderse en alguna otra dimensión o simplemente borrar su territorio del mapa e irse junto a él a vaya a saber dónde. Sabía que aquella situación era la última que iba a compartir con el prusiano, tal vez el único prusiano que quedaba en pie en ese mundo. Sabía que lo único que quedaba ahora eran aquellas valiosas memorias que habían realizado en el correr de tantos años juntos, pero que ya nunca habrían nuevas memorias, nunca volverían a sonreír juntos, a besarse, a quererse. De todas formas, a una parte de él ya no le importaba. Lo único que le importaba ahora era su taza de café, terminarla, degustar cada sorbo de su contenido. Tal vez luego se dirigiría a su hogar y tocaría el piano, tal vez expresaría sus sentimientos con una dura tonada, reclamando en cada nota un nuevo momento con aquél hombre que le habían arrebatado, aquél que nunca volvería a ver.

    “El mundo es hermoso, pero cruel” pensó, mientras el vapor de su taza de café empañaba el vidrio de sus lentes.


    Fin.
    ——————
    Vale, este fanfic lo escribí a finales del año pasado y si mal recuerdo lo publiqué en Fanfiction, pero que va, hoy le he arrancado un buen cacho y me he decidido a subirlo xD No se si al cortarlo lo he mejorado o lo he empeorado, pero supongo que no está taaan mal (comparado con las demás burradas que he escrito hace un tiempo).
    ¡Gracias por leer! ;-)
     
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