One-shot Ojo Sangriento [The Gray Garden]

El panorama era absolutamente desolador, mustio, atroz, ensombrecido. Todo lo que alguna vez poseyera majestuosidad o grandilocuencia ahora se hallaba en completa ruina. Castillos, pueblos, caminos; nada de eso existía ya, era parte del pasado. Un pasado más agradable, quizá más conveniente o mejor. El cielo se cubrió de oscuridad, los mares se secaron, la hierba, antes lozana, murió para dar paso a los desiertos. Los bosques eran un mito, un recuerdo lejano, y las edificaciones se han vuelto escombros. Esta realidad es la representación del apocalipsis, del Maelström. Toda la superficie de este mundo devastado solo servía para albergar los cadáveres de los que fueran sus habitantes, ahora enfrentados en una guerra sin cuartel. Un conflicto que no hacía más que aumentar el odio y el rencor entre los dos bandos. Un mal que causaba desdicha, haciendo que la muerte nos devorara los unos a los otros, imponiendo la amargura en nuestros corazones durante miles de años. Y todo era resultado de un capricho, de una mera obsesión.

Él estaba delante de mí, de espaldas. No dejaba de luchar, jamás consideraría rendirse. Estaba determinado a lograr su cometido, costara lo que costara. Ya había acabado, él solo, con una gran cantidad de enemigos, estando sus restos desperdigados a su alrededor. Lo que quedó de ellos no era más que cuerpos desmembrados, un rejunte indefinido de sangre y vísceras. No tenía piedad, decía que ellos no lo merecían. Cualquiera que no estuviera a su favor debía perecer. Un ángel, una joven de larga cabellera violeta, demostraba con audacia que no le temía en absoluto, siendo la única que quedaba en pie del grupo que lo emboscara. Yo esperaba que alguien lo detuviera, que lo hicieran entrar en razón, pero era imposible, su obstinación no tenía límites. La muchacha gimió, el brazo de su oponente oprimió su cuello. La batalla ya estaba perdida antes de empezar. Él permaneció inmóvil por un momento, como contemplando el sufrimiento de aquel ángel de atuendo celeste. No estaba cansado, ni siquiera había sufrido ningún rasguño, estaba impecable. Pareció considerar algo, y extendiendo su otra mano, le arrancó una de sus alas. El grito de dolor fue sobrecogedor. No pude resistirlo más.

—¡Kcalb, espera! —grité, imperativamente. Pese a que él era alguien temible, también era mi hermano mayor y, por consiguiente, tenía el derecho de dispensarle ese trato—. ¡Detente, por favor!

Su inmensa capa negra le otorgaba un aire de majestuosidad, propio de un soberano. Después de todo, era el líder de los demonios. Toda su vestimenta consistía de ese color, desde su traje hasta sus propios cuernos, largos y encorvados en la base. Debido a su jerarquía, demostraba una gallardía y un porte mayor a la media de su raza. Sin decir nada, soltó su presa. Ésta se tumbó en el suelo, intentando respirar frenéticamente. Sus cabellos violáceos le cubrían la cara y parte de los trémulos hombros. Yo permanecía estupefacto, a la vez que presenciaba cómo mi hermano volteaba ligeramente la cabeza, sin mirarme.

—¿Quieres obligarme a que le perdone la vida? Olvídalo, Wodahs —su voz era críptica, semejante a una representación sonora de la maldad más pura, como si pareciera que en su pecho resguardara una abominación, algo que lo controlara, algo cuya sed de sangre era insaciable—. ¿Qué harías si me rehúso a tu requisitoria?

Por toda respuesta, solo atiné a permanecer en silencio, con la impotencia carcomiéndome el cuerpo y los dientes apretados a causa de mi incapacidad de detenerlo. Sabía que yo no era rival para él, me aventajaba notablemente. Sin darme tiempo a una objeción, levantó su pierna y aplastó la sien de la muchacha, siendo un montículo de sangre y huesos triturados todo lo que quedara de su cráneo. En ese instante me sentí poseído, mis hombros sintieron un vago temblor y una furia descontrolada nubló mi vista. Corrí a toda velocidad hacia él para atacarlo, profiriendo un grito amenazador, pero todo cuanto logré fue que él me detuviera sin hacer siquiera un mínimo esfuerzo, tomándome del brazo. Se dio la vuelta en un parpadeo. Su fuerza y agilidad eran, cuanto menos, casi insuperables. No dijo nada, se limitó a observarme con los ojos llenos de insensibilidad y desprecio. Fue un chispazo, por poco ni lo había notado, tal era su rapidez. Lancé un gemido de dolor, supe que me había arrancado el ojo derecho. Soltó mi brazo y retrocedí tambaleante. Caí de rodillas, mientras intentaba contener la sangre ardiente que brotaba copiosamente por entre mis dedos. Las líneas escarlatas se multiplicaban, mezclándose con el sudor y las lágrimas. Con el ojo que me quedara, miraba el suelo, cuya superficie era cubierto lentamente por un charco rojizo que respondía a mi sufrimiento, reflejando mi dolor.

—Eres mi hermano, Wodahs —de nuevo aquella voz abismal, parecía aumentar mi desasosiego—. Solo por eso no te eliminaré, considera esto como un castigo por tu impertinencia.

Oí unos pasos. Alguien… no, eran dos personas. Se acercaban a él con marcha presurosa. Reconocí las presencias de sus acólitas. Eran Ater y Arbus. Todavía no me había recuperado del shock que me causara su ataque, nada más agudicé mi sentido auditivo. De verdad el dolor que sentía era indescriptible, no por el daño causado, sino por saber que el autor de esta herida fuera mi propio hermano. Me percaté de que él aún contenía mi globo ocular en su mano.

—Amo Kcalb, ya hemos cumplido con nuestra misión —quien hablaba era Arbus.

—Sí amo, conseguimos llevar a cabo lo que nos encomendaste —ese diálogo típicamente reiterativo, los modismos felinos; esta vez quien disertaba era Ater.

Kcalb, al igual que yo, escuchaba con la consabida atención. Nada bueno vendría de aquellas dos, estaba seguro. Arbus continuó con su reporte.

—Pudimos triangular la ubicación de Etihw con éxito —no podía ser, no daba crédito a lo que decían, era imposible.

—Exacto, hemos descubierto su paradero —como de costumbre, le tocaba a Ater reafirmar lo que ya dijera su compañera.

Las voces llenas de picardía, malicia y una malsana ingenuidad; esas dos eran de temer si uno no andaba con cuidado. Pero más preocupación me causaba lo que estaba sucediendo, pues solo podía significar una cosa. Kcalb no tardó en confirmar mis desgraciadas sospechas.

—Perfecto, bien hecho —noté un dejo de satisfacción y orgullo en él—. Imagino que también las tropas estarán listas para el ataque. Si esto sale como lo he planeado, será el fin de Etihw y sus huestes.

Maldición. En serio se proponía enfrentarla en persona. No se daba cuenta de lo que hacía. La ambición había hecho que perdiera la razón. Maldita sea la hora en que se le ocurriera llevar a cabo esta aciaga empresa.

—Amo Kcalb… —Ater se dirigía a él con un tono de curiosidad—. ¿Eso que tiene en su mano es un ojo? Mire, yo también tengo uno. Se lo arranqué a un ángel que nos interceptara al venir hacia este lugar. Era una mujer de cabellera gris, alguien muy fuerte, pero pudimos encargarnos de ella. Tome, se lo obsequio, para su colección.

—¡Silencio! —reconociendo que mi hermano estaba molesto, Ater dejó de hablar en ese mismo instante, temiendo su ira—. Ten, Wodahs —lanzó mi ojo hacia mí, que rodó por el suelo hasta escasos metros de donde me hallaba—. Póntelo de nuevo, no es una herida muy grave para un demonio de nuestra prosapia, podrás recuperarte pronto.

Me puse de pie, todavía tapando con mi mano la cuenca vacía del lado derecho de mi rostro. Procedí a hablarle con determinación.

—¡No! No lo haré, hermano —Kcalb permaneció quieto, expectante. Detrás de él, sus dos seguidoras me observaban, dedicándome un rictus de incomodidad. Ambas con sus personalidades monocromáticas—. Conservaré esta herida tal cual lo estás viendo, ¿lo oyes bien? Es para que tengas en cuenta lo que eres capaz de hacer —destapé mi cara, ahora solo tenía un hueco maltrecho de donde fluían lágrimas de sangre—. Será un recuerdo de todo lo que has causado y de lo que sé que te deparará el futuro. No te imaginas lo que te pasará si te atreves a llevar a cabo aquel ataque.

Él sonrió con desdén. Me dio la espalda y emprendió la marcha. Veía, borrosamente, cómo se alejaba.

—¡Kcalb! ¡Escúchame! —gritaba desesperadamente, a pesar de que él hiciera oídos sordos a mis advertencias—. ¡Si te enfrentas a ella personalmente ya no habrá vuelta atrás! ¡Etihw aún no te ha condenado durante todo este tiempo porque consideró que podrías encarrilarte! ¡No tienes idea del precio que pagarás por todo esto! ¡No te imaginas de lo que ella es capaz! ¡Kcalb!

Pero era inútil, él se perdió en la lejanía. Me rendí ante mi cansancio y, luego de unos pocos minutos, perdí la conciencia.

Contenido oculto: Wodahs & Kcalb