Danganronpa Obsesión [Mukuro x Junko]

Obsesión
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No existía en el mundo un lazo afectivo más fuerte que el que Mukuro sentía por su hermana gemela. Desde que nacieron, supo que estaba destinada a protegerla. Protegerla del mundo cruel que las acogió en su seno desde su más tierna infancia. De la pobreza, la soledad y el abandono al que estuvieron expuestas. Estaban solas, solas en el mundo, pero Mukuro jamás permitiría ver el sufrimiento en el rostro de su hermana. Porque lograr dibujar esa hermosa sonrisa en los labios de Junko siempre le provocaba una emoción inconmensurable, le daba luz a toda aquella oscuridad en la que estaban sumidas. Provocaba una calidez en su pecho que nadie llegaría a volver a sentir jamás.

Con tan solo estar a su lado, sin separarse de ella, Mukuro se sentía viva.

Pero cuando se alejaban, ella no podía dejar de verla en su cabeza. Al cerrar los ojos, volvía a ver su imagen. Y su corazón se oprimía de la angustia al saber que, al volver a abrirlos, Junko no estaría ahí. El solo hecho de imaginar perderla hacía que su pecho se retorciese de la angustia, pues de ser así, perdería su único anhelo de existencia.

Ella vivía por Junko, y por nada más. Todo lo que hacía lo hacía por ella, por su felicidad. Así había sido siempre, y no dejaría de serlo jamás.

Sin llegar a notarlo, Mukuro se había vuelto adicta a ella. Cada gesto, cada mirada, cada contacto, por ínfimo que fuera. Ver su perfecto cuerpo contornearse frente a ella, su fragancia inundando cada partícula de su ser. La volvía loca. Cuando sentía sus penetrantes ojos azules posados en ella, sentía que se derretiría en cualquier instante. Pero para ella era normal, pensaba. Junko era tan hermosa que era imposible evitar sentirse así bajo su influjo. Y se sentía orgullosa de tener la hermana más espectacular, sin creerse merecedora de estar ante semejante presencia.

Pero allí estaba, siempre a su lado, y Mukuro se sentía la persona más afortunada del planeta.

Abrió los ojos, sintiéndose aturdida por momentos, intentando que su visión borrosa se normalizase de nuevo. Junko estaba frente a ella, de pie, mirándola sin un ápice de emoción en sus ojos. Recordaba que la había golpeado hasta hacerla perder el conocimiento, debido a que la estaba molestando con su asquerosa presencia, interrumpiendo su trabajo. No se movió de su posición, pues sabía que se lo merecía. Sumisa, dejó que Junko colocase un pie sobre su cabeza, soltando un leve quejido que más que de dolor, fue de satisfacción. Junko, su querida y hermosa hermana, estaba invirtiendo su preciado tiempo en alguien como ella. ¿Acaso podía ser más afortunada?

Sus mejillas se encendieron con fuerza cuando, una vez se levantó, su adorada compañía acortó las distancias con ella. Perdiendo de súbito el aliento, deseó que su hermana no notase los fuertes latidos de su corazón, ni las altas temperaturas que acababa de alcanzar su cuerpo con aquel leve gesto. Se sentía morir. Cerró los ojos con fuerza, temblorosa, sin ser capaz de atender a lo que decía, pues su mente estaba ya muy lejos de allí. Tampoco sintió el golpe que propinó a su mejilla izquierda de súbito, dado que al parecer la estaba culpando de algo. Tan solo permaneció allí, babeando sin darse cuenta, viendo a su hermana marcharse hacia la sala contigua con ese porte y elegancia que tanto amaba.

Porque Mukuro la amaba. Amaba cada parte de su ser con locura. Y aún sabiendo que aquel era un amor inalcanzable, que su hermana jamás se fijaría en alguien como ella, la seguiría amando. Porque la hacía feliz cada vez que reparaba en su presencia. Con sus golpes y sus insultos, se sentía afortunada de que se fijase en ella durante aquellos escasos segundos. Y necesitaba más. Mucho más.

Y Mukuro daría todo por conseguirlo.

Incluso su propia vida.