Dorama Japonés No Quiero Rendirme (Konayuki) [Un Litro de Lágrimas]

Tema en 'Fanfics sobre TV, Cine y Comics' iniciado por Luncheon Ticket, 5 Junio 2020.

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    Escritor
    Título:
    No Quiero Rendirme (Konayuki) [Un Litro de Lágrimas]
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    958
    No Quiero Rendirme



    «Escribo porque la escritura
    es la prueba de que todavía
    estoy viva.»

    Aya Kitou



    La tarde de aquel día de otoño estaba pintada de gris, el clima frío derramaba su aliento sobre la urbe taciturna, provocando un festival de fulares y guantes de lana. En una habitación inundada de serenidad, resguardada por la cálida intervención de una generosa estufa y unos cuantos cobertores, la joven Ikeuchi Aya sintió la fuerte necesidad de abandonar la comodidad de su lecho para escribir una nueva entrada en su cuaderno personal. A pesar de contar con tan solo quince primaveras a cuestas, tal decisión será para ella toda una lucha. Haciendo un esfuerzo considerable, logra sentarse sobre el borde de la cama. Alcanza un par de bastones para discapacitados, los cuales estaban al lado de la cabecera, y se pone de pie, movilizándose patosamente hasta su escritorio.

    Habiendo logrado su propósito, no sin ciertas dificultades, se sienta frente a un diario y enciende la lámpara. Ella recorre las páginas, viendo, al principio, la evidente prolijidad de los manuscritos, que luego van adquiriendo una estructura torpe y desordenada conforme se da el paso del tiempo. Eso no le molestaba, ya se había acostumbrado a ese tipo de detalles. Leyó algunas palabras que se repetían con frecuencia, como “esperanza”, “fe”, “amor”, “familia” y “ánimos”. Quiso sonreír, pero el haber llegado hasta una página en blanco le hizo recordar la razón de que estuviese allí, su objetivo primordial. Seleccionó su bolígrafo favorito del portalápiz que estaba cerca, para comenzar a redactar el siguiente texto.

    «No quiero rendirme.
    No puedo dejarme vencer por la adversidad, por este horrible mal que ahora ha atrapado mi cuerpo y que lentamente va consumiéndome por dentro. Quisiera volver a correr hasta el colegio, volver a disfrutar de los días soleados en mis recorridos en bicicleta, volver a jugar con mis amigos y compañeros durante los recesos; pero los deseos están hechos de la materia que uno no puede poseer, de lo que todavía es un imposible o una improbabilidad. Y simplemente no quiero aceptarlo. Si caigo en eso, significará que todo por cuanto vivo solo fue una mentira, que lo que me propuse no era nada más que algo fútil. Que las palabras…»


    Su mano se detiene súbitamente, exhibiendo un movimiento trémulo. La angustia va invadiendo el semblante de Aya, puesto que ella no había dado esa orden. Sus pupilas se posan sobre los dedos que sostienen el bolígrafo, luego en la hoja que está debajo, de nuevo van hasta aquellos dedos entumecidos, y otra vez al papel. Unas lágrimas de temor se le escapan de los ojos. Trata de apoyar el bolígrafo sobre la superficie blanca e inacabada, pero su mano no le responde. Al contrario, el adminículo para escribir cae sobre el diario, como si lo que lo sostuviese hasta hace unos momentos dejara de sentir la necesidad de hacerlo. La chica cierra sus ojos, queriendo recuperar el control. Los abre, ahora una potente determinación le insta a intentar retomar la redacción.

    Una vez más, y le implora al cielo no perder esa facultad, ese derecho de expresar sus sentimientos por escrito. Una vez más, y la mano temblorosa desciende hasta el objeto descartado involuntariamente para recuperarlo. Una vez más, y los dedos se sienten duros, pero obedecen al fin. La adolescente suspira aliviada, aunque sigue con la mirada humedecida. Al principio fueron sus piernas las que se despojaron de toda su vitalidad, relegando su función a una infame, pero práctica, silla de ruedas. Luego tuvo dificultades en el habla, haciendo que su conversación fuera lenta y pausada. Pero que le quitaran el don de redactar, eso sí que la afectaría mucho, la destrozaría. Reanudó el manuscrito.

    «Que las palabras de aliento entregadas a mí por mis familiares y personas más cercanas fueron menospreciadas despreocupadamente. Ellos hacen lo posible para contenerme, hacen todo cuanto pueden para ocuparse ahora de mí, ¿por qué yo no debería corresponder esos gestos? Tal vez esta sea una pelea que de todas formas no podré ganar. Pero no cejaré en mi resolución, no hasta el último minuto. De lo contrario, sé que me arrepentiré. Por todos esos momentos que he vivido. Por todo lo que me ha hecho sonreír, llorar, entusiasmarme, asombrarme y hasta entristecerme. Mi decisión es absoluta.
    Francamente, nunca consideraría rendirme.»


    El bolígrafo volvió a ser soltado, aunque esta vez sí fue por la propia decisión de quien lo manipulase. Aya estaba satisfecha, pero sentía un regusto agridulce en su corazón. La puerta corrediza se abrió, y en el umbral apareció la figura de Ikeuchi Shioka, su madre e incondicional amiga íntima. Ésta colocó una bandeja sobre el escritorio, era la merienda que diariamente le traía a su hija a esa misma hora. Se percató entonces de la tristeza que en ese momento sentía la muchacha. Degeneración espinocerebelosa. Ese era el diagnóstico que el doctor Fujiki Naohito le había pasado hacía ya unos cuantos meses, referente a Aya. Lo que puntualmente mermaba su motricidad, lo que le había arrebatado todo su vigor.

    Esa enfermedad era como una maldición cruel y despiadada. Su primogénita dejaría de caminar, perdería el habla, ya no podría valerse de un sentido de orientación eficaz, le sería imposible alimentarse por su cuenta, tendría que vivir postrada en una cama y, finalmente, fallecer de forma prematura. La condición era irreversible, lamentablemente. No existía cura ni tratamiento alguno. Ikeuchi decidió darle un sentido abrazo, de esos que reconfortan y acarician el alma. Las dos permanecieron así, dándose mutuamente y en silencio los votos de que estarían firmemente juntas hasta el final.
    Siempre juntas.


     

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