nada. La lluvia repiquetea con insistencia por todos lados y ves a la gente andando bajo la tormenta: algunos corren, otros caminan, muy pocos supieron prevenir y llevan un paraguas. Las gotas van distorsionando poco a poco el paisaje a través del vidrio; pero no importa, a decir verdad. Tampoco importa que llueva, cualquier cosa sería igual. Esté soleado, o solo nublado, sea un diluvio o apenas chubascos. De noche o de día. Más allá del tiempo, de la hora, del lugar, de las responsabilidades en la agenda, del celular sonando constantemente. Más allá del sueño o del hambre. No importa, ¿verdad? Sabés que lo hizo, que importó en algún momento. Lo recordás con la distancia justa para no recordarlo realmente. La respuesta se te resbaló entre los dedos, se cayó y la perdiste, pero tampoco saliste a buscarla. Porque no importa. —Che, ¿qué te pasa? Hace dos horas que estás ahí sentada, mirando por la ventana. Tu respuesta, aunque no lo parezca, es sincera. —Nada.