Museo y Marihuana.

Bueno, este pequeño fic lo escribí para una clase de literatura, sé que puse comedia, pero quizá no les resulte de ese modo, no soy buena haciendo reír con lo que escribo.

Sin más, espero que les guste.

Advertencias: Uso de jergas colombianas.

Museo y Marihuana.​

Las personas caminaban de forma pasiva, viendo con detalle cada pintura o escultura, algunas haciendo críticas profundas, y otras simplemente mirando.


El museo estaba dividido en varias secciones, y ese mismo día, inaugurarían el salón más importante del recinto: Una exhibición temporal y sorpresa. Aún no habían levantado las cortinas rojizas y grandes que cubrían la entrada. Nadie sabía qué esperar, pero no se atrevían a espiar.


Solo un osado pudo entrar al salón.


—Vea pues, que bonito —dijo con voz enredada y queda un joven de dieciocho años.


— ¿Verdad que sí? A mí me gusta mucho.


— ¿También espía? —preguntó intentando enfocar sus ojos perdidos y rojos, sin conseguir más que una visión borrosa, donde todo era de colores. Levantó su rollito de papel encendido y se lo llevó a la boca, aspirando profundamente el humo de la marihuana.


—No, no. Estamos aquí desde el principio —presumió otro. Al joven le parecía que daban miedo por sus armas raras, pero estaba tan trabado que no era capaz ni de salir corriendo.


—Aaaah… ya. Bueno, yo ahorita no veo bien, pero creo que está bonito.


—Ojala tuvieras bien los ojos —el muchacho alzó los hombros con desinterés ante el comentario de un tercero.


—Eso te pasa por andar fume que fume.


— ¿Cómo sabe que fumo?


—Lo estás haciendo justo ahora.


—Ah claro. Se me olvidó —rió de forma estúpida y dio un paso en falso, casi cayendo al suelo.


—Bueno, creo que deberías salirte.


—No, no, no. Si estamos charlando bien bueno —les sonreía como tonto, esperando que correspondieran. Les extendió el cigarrillo humeante y casi acabado —. ¿Quieren?


—No, yo no tengo pulmones.


—Yo tampoco.


—Ni yo.


—Uy, ¿en serio? ¿Y cómo hacen pa’ respirar?


—Pues no respiramos.


— ¿Y qué se siente no respirar?


—No preguntes eso, es como que yo te dijera “¿qué se siente respirar?”.


—Pues pa’ qué, pero se siente chévere. —volvió a aspirar el humo hasta llenarse los pulmones, soltándolo después.


—Ajá… —al parecer les molestaba la nube densa que empezaba a formarse—. Supongo que es igual.


—A bueno.


Hubo un silencio corto. El muchacho esperaba que le siguieran hablando, pero ahora ya ni se movían. Él les seguía sonriendo, pero no le hablaban.


—Oiga, joven, usted no puede estar aquí —le llamó un guardia desde la entrada—. Sálgase que ya vamos a quitar la cortina.


—Señor, ¿usted sabe por qué no me hablan?


— ¿Quiénes?


— ¿Cómo que quiénes? Pues ellos —dijo señalando detrás—. No ve que dejaron de hablarme.


—No sea bestia, esos son de barro, aquí no hay nadie.


—“De barro no, de Terracota. ¿Le sonará el nombre?” —oyó que decían.


—Son de terracota.


—Pues de lo que sea.


—En serio, ellos me dijeron.


—Ya déjese de bobadas, las estatuas no hablan.


—Ay sí, y ya me vio la cara de pendejo.


—Más bien le digo yo eso a usted. —El hombre se acercó hacia el drogadicto y lo tomó del antebrazo—. Venga a ver pa’ fuera.


Lo sacó a la fuerza mientras el muchacho no dejaba de quejarse viendo hacia atrás, pidiéndole ayuda a los valerosos Guerreros de Terracota, protectores de Quin Shi Huang.