Drama Muerte de un chelo.

Creado para: Actividad - ¿Dónde están las musas cuando las necesitas?

Musa: Calíope.

Muerte de un Chelo.​

Las palmas no dejaban de sumarse a una celebración llena de vitoreos fuertes, voces orgullosas que alababan su trabajo solo por su experiencia, por el renombre que había adquirido con el pasar de los años y la costumbre que había abrazado después de varios días de pánico y sensación de vacío al pararse frente a tantos.

Sonrió, como si todo fuese bien, como si su vida fuera tan gloriosa como se la pintaba aquel grupo de personas a quienes no conocía, pero por quienes podía comer, tener un techo y una vida de derroche innecesario. Una donde satisfacía sus gustos más infantiles y estúpidos. Su hambre de sentir que tocaba el cielo siendo levantado por miles que empujaban sus pies como borregos, sin notarlo, felices.

Felices.

De pronto su sonrisa se desvaneció como había llegado al hacer una venia rutinaria que acompañaba siempre sus actos. En ese mismo instante solo la luz del escenario quedó alumbrando la enorme habitación del teatro.

Caminó, lento y sin prisa, casi postergando aquello que ya le sabía amargo, por cuyos dedos ya se aquejaban y rehuían. Aquello a lo que su cuerpo ya no abrazaba gustoso para empezar un dueto sin igual, donde solo aquel objeto hueco, de madera y sin aparente vida podría emitir algún sonido. Después de todo su única función era la de hacer funcionar aquel instrumento que antes le pareció maravilloso.

Se acomodó en aquella silla de estilo barroco, con almohadillas de cuero rojo, que dejaron escapar la mitad del aire dentro de ellas una vez su peso se hubo recargado sobre ellas, emitiendo un ligero sonido apenas audible, casi plástico ante el roce con su ropa.

La luz se tornó azul, en el fondo, un grupo de gente más joven, acompañada en sus ojos de ese amor por el instrumento que por su lado ya sabía perdido, de esa fascinación por el apoyo de la gente, de ese encanto incluso por su persona, por aquel ser famoso que había finalmente llegado a la élite de la música habiendo empezado desde abajo.

Dio una mueca, un símil de sonrisa, con las profundas ojeras de su borrachera nocturna enmarcando sus ojos, y un bochorno sofocante sobre su nuca gracias al reflector. Volvió la vista al frente luego de dar un ademán con la cabeza hacia ellos, sin querer expresar nada.

Acomodó un mechón de su cabellera castaña y ondulada tras su oreja derecha, revelando sus pendientes pequeños, que brillaban como diamantes, mientras sus piernas se abrían para recibir al Violonchelo.

Por un momento juró sentir las lágrimas acumularse en sus ojos, pero no fue así.

La tela de su vestido blanco ondeó por el par de segundos en que sus piernas se acomodaron mejor y luego una mano rodeó con firmeza el brazo del hombre hueco a quien abrazaba, mientras la otra sujetaba el arco que rozaría las cuerdas para levantar la mirada hacia el público que ahora parecía una mancha negra. Sus ojos se movieron lentos y perezosos hacia el director, quien le veía por un momento con aparente preocupación, para luego apretar los labios, negar y ver hacia sus pupilos, tocando su batuta contra la madera, sonriendo hacia ellos, elevándola en el aire con gracilidad, y luego moviéndola hacia un costado, abriendo ambos brazos con esmero, realizando un sinfín de gestos que en su momento le hubiesen sacado una risa disimulada.

Aquel hombre y ella llevaban una relación de sexo ocasional y bebidas.

Anoche, en medio del juego de seducción en el baño de un bar costosísimo, ella había devuelto todo lo que hubiese comido y bebido en el día. Aunque se disculpara no hicieron nada al final y la mandó a su casa en un taxi.

Su música continuó llenando el recinto lleno de personajes variopintos y curiosos. Algunos presumiendo una capacidad de análisis que no tenían, otros que la poseían y por ello no la presumían, algunos cuantos que iban por curiosidad y otros miembros de una escuela prestigiosa que los había llevado.

Vio entonces el instrumento que no dejaba de sonar, así como a sus manos que se movían acariciando la madera o sosteniendo firme el arco que tocaba aquellas cuerdas tensas y afinadas.

Lentamente su música menguó, y sus ojos se cerraron mientras inhalaba y la luz se apagaba.

Mañana daría un concierto también, y esa noche seguramente bebería como antes. Lo único que había cambiado, lo que había podido notar, era que su amado instrumento ya no era amado. Ya no cobraba vida en sus manos, en su abrazo.

~Ella tocaba con un cadáver.~ ​