Mothman

Tema en 'Relatos' iniciado por Shassel, 16 Enero 2014.

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    Shassel

    Shassel Usuario común

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    Escritora
    Título:
    Mothman
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasmas
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3981
    Este fue un tema creado para la actividad el origen del miedo, espero les agrade, no olviden dejar sus comentarios.


    MOTHMAN

    PRÓLOGO


    ¿Mi vida?, nunca antes me había detenido a pensar sobre ella. La existencia de un monstruo no es, precisamente, algo a lo que pueda llamársele vida. Los pocos recuerdos de mi existencia son demasiado confusos como para que alguien los pueda entender, de hecho, dudo siquiera que alguien quiera escucharme o verme. Solo un ciego podría acercarse a mí sin despreciar mi aspecto.

    Ya nada es como debiera ser, ¿lo sienten? No, claro que no. ¿Cómo podrían? Como, cuando ni siquiera se han detenido a escuchar el murmullo del viento… No saben cuánto me gusta el viento, su tórrido sonido golpeando contra los árboles de manera infranqueable… ese vaivén que me balancea en la locura sin descanso, eternamente. Parece todo, parece nada… y eso es lo que soy, nada.

    ¿Qué pasó conmigo? ¿Con mi vida? ¿Mi familia? ¿Mi hogar? Ya no me queda nada, solo, este tormento que jamás me dejará. La maldición… ¿Cuándo acabará la maldición?

    CAPÍTULO 1

    Mi nombre, apenas puedo recordarlo, pero, la gente solía llamarme Silvain. Al momento en que todo mi infierno empezó, mi familia ya no estaban conmigo, la gripe los apartó de mi lado demasiado pronto. Fue insoportable. Reuniendo el poco dinero que me quedaba, abandoné Francia y me embarqué rumbo a América en un barco escuálido que parecía poder hundirse en cualquier momento. La muerte no era algo a lo que yo le temiese. Sin embargo, había algo que, más allá de todo conocimiento temía más que a nada…

    Enceguecido, presa de un pánico latente, solo podía pensar en escapar del lugar que me quitó todo lo que yo amaba. Corría el año de 1619 en ese entonces, solo tenía 22 años. Qué joven era. Torpe, ingenuo… Maravillado por las promesas de una vida diferente, me embarqué hacia el nuevo continente sin considerar nada más que mis necesidades de un futuro prometedor. Me dedicaba al comercio en ese entonces, y, dada la fuerte demanda de pieles en la Nueva Francia, decidí empezar de cero en el tan afamado “Nuevo Mundo”. Aún recuerdo el día que pise por primera vez estas primigenias y exóticas tierras. Ese olor a hierba fresca inundando el ambiente, la salina brisa golpeando contra mi blanca piel… Esa inolvidable sensación de libertad, cuanta difería del olor a inmundicia y enfermedad que emanaba mi madre patria.

    Las personas lucían ansiosas y llenas de vida, sus casas se expandía lentamente sobre la zona y todo parecía anunciar prosperidad, bueno, al menos para unas cuantas. La distinción de castas era, por decirlo así; notable. El color de tú piel o la abundancia de tus bolsillos, marcaba irreparablemente tú posición dentro de la tan innecesaria clase social. Entre más blanco o rico fueras, más respetado serías. Por ende, dada mi precaria situación económica, opté por dedicar mis días al no tan respetado trabajo de Coureur des bois, una trabajo libre era lo que más necesitaba en esos momentos.

    Alejado totalmente de todos los desagravios de mis compatriotas franceses, me refugié en la espesura de los bosques dedicando únicamente al aprendizaje de los secretos de la naturaleza. Vida de montaña, nada más simple que eso. Era todo lo que necesitaba.

    Tras unos cuantos años de cacería y buenos negocios, mi situación económica salió a flote volviéndome uno de los miembros más importantes y respetados de la colonia. Eso era todo al final de cuentas: Dinero. El modo con el que la sociedad se centraba en el poder del dinero me resultaba frugal y aburrida, aun cuando al inicio de mi aventura, todo en lo que pensaba era en olvidar mi pasado y volverme rico. Creo que debo ser claro en este punto, al llegar a América, algo cambió en mí de manera significativa. Al ver la injusticia cerniéndose sobre la cabeza de los nativos, no podía evitar sentirme avergonzado. “Dueños de la tierra”, así era como nosotros nos veíamos, eternos conquistadores de un mundo heredado por Dios. Suena tonto, lo sé, pero, ¿Cómo romper el paradigma de toda una población enceguecida por la absurda necesidad de poder? ¿Cómo, cuando yo también formaba parte de esa creciente masa dominante?

    Pero bueno, dado que opinión y mi visión de la realidad valían muy poco o nada dentro de la sociedad, decidí prestar oídos sordos a toda mi moral y continuar con mi vida tal como se presentase. Era un hipócrita, un fraude cuya vida se vio enorgullecida por el brillo del éxito. Pronto, todo eso terminaría.

    Tras establecer una pequeña residencia, mis días de cacería se centraron específicamente en Montreal, cuanto amaba ese lugar. Boscoso, salvaje… era mi paraíso perfecto. Aun cuando muchos lo consideraban arriesgado e incluso mortal, yo estaba a salvo. Las batallas con los iroqueses habían terminado con lo que a mí correspondía y de hecho, era uno de los pocos Coreaurs que podían permitirse el lujo de acampar con ellos sin terminar despellejado por la mañana. Tayen me salvó. Aun cuando la tribu y los hechos suponen lo contrario. Había caído a un lago congelado… ¿qué se supone que debía hacer? ¿Dar media vuelta y correr? No, no podía. A riesgo de morir en el intento, me arrojé al helado manto y, con la gracias de Dios, ambos logramos salir. Fue entonces que los iroqueses y yo, superando la barrera que suponía el idioma, logramos establecer un lazo de amistad que nunca antes había logrado tener con persona alguna. Fuera de los bosques, los colonos podían decir lo que se les antojara, los iroqueses también eran seres humanos, espíritus con corazones que ardían con el mismo fuego de libertad que yo sentía al respirar el aire fresco con olor a musgo que despedían las montañas. Como ellos decían, éramos hermanos. Quién lo creería. Si en ese entonces me hubieran dado a elegir entre cortarme las piernas y perder su amistad… me mutilaría sin pensarlo. Aprendí tanto con ellos. Ignorancia no es un término con el que los europeos debieran encasillarlos. De hecho, mi sobrevivencia se la debo exclusivamente a ellos. Ojala hubiera podido devolverles el favor…


    CAPÍTULO 2

    Era noche de luna nueva, lo brisa nocturna resoplaba gélida y a pesar de que no era mi costumbre, había decidido acampar solo en el bosque. El ayudante que usualmente solía acompañarme había enfermado y, aun cuando busqué a alguien más, nadie quiso acompañarme. Supersticiones, como las aborrecía. El frío me azotaba la espina provocándome estertores violentos mientras una enorme sensación de vacío comenzó a apoderarse de mi estómago. Por un leve instante, mis ojos se nublaron incitando en mí un terrible miedo. Aun me cuesta describir la sensación. En mis términos, era como sentir el aliento de una bestia hambrienta golpeándome furtivamente en la nuca. Había algo en el ambiente que me resultaba odioso e irritante, mi piel se erizaba, cada vez que intentaba convencerme a mí mismo que el vodka comenzaba a jugarme una mala pasada. Lamentablemente, ya era un poco tarde para dar marcha atrás

    El clima helado del anochecer seguía plantado a mí alrededor como una plaga, los arboles apenas se movían y todo parecían estar muerto, ningún animal se había atrevido a emitir sonido alguno aun cuando, por lo general, siempre permanecían susurrantes ante un nuevo invitado. El vaivén de mis pensamientos me reprimía el sueño cada vez que cerraba los ojos en busca de descanso. Por alguna razón, temía mucho no volver a abrirlos…

    — Debes enfocarte Silvain —susurré irritado. Mis nervios no podían traicionarme, no cuando ni siquiera había llegado a mi destino.

    El calor de la fogata no me producía sensación alguna. Parecía un muerto paralizado por el estertor de la noche. No estaba ebrio y aun así cuestionaba mi cordura. Lo atribuí a los relatos de los aldeanos. Antes de partir en la mañana, un estimado amigo de caza me advirtió sobre la presencia de una extraña criatura rondando los bosques en búsqueda de alguna presa. Movido por mi curiosidad innata y mi deseo de obtener un buen botín con la piel de la criatura, me adentré en los bosques sin tener siquiera una descripción exacta de lo que buscaba. Lo más seguro, pensé yo, es que se tratara de un puma. Mi amigo, no era precisamente, un cazador famoso por su valentía o fiabilidad.

    — ¡Tonto supersticioso! —espeté para mis adentros al recordar la absurda advertencia que mi amigo me dio por discurso final

    — “No vayas, Silvain. Los sagrados libros dicen que aquel que se atreve a irrumpir en el territorio de la bestia, jamás obtendrá el descanso eterno” —Esas fueron sus palabras, no pude evitar reír burlonamente al recordar la cara de espanto que puso mi amigo cuando me daba su advertencia. Cuando uno es joven, el deseo de aventura es mucho más grande y vertiginoso que la sensatez.

    De pronto, bajo el enfermizo brillo de la luna, una densa capa de neblina empezó a rodear mi campamento sumiéndolo en un extraño brillo platinado, la noche estaba dando su última alerta, como no me di cuenta entonces… Harto de tantas tonterías, decidí meterme dentro de una manta e intentar dormir. Estaba cansado. Mas, ni bien cerré los ojos, el gritó ahogado de una mujer en la distancia me erizó los cabellos. No era un grito común, la agudeza de su tono no parecía humana, era más bien, como el grito de una agónica bestia acorralada. Atemorizado al no distinguir palabra alguna dentro de esos gritos, me obligué a dejarme guiar hacia ellos y buscar a la criatura capaz de emitir tales chillidos. No había tiempo que perder, armado con una rústica escopeta, me desplacé sigilosamente por entre los arboles hasta llegar a un claro situado a unos cuantos metros de mi campamento y, a pesar que dediqué mi mayor esfuerzo en la búsqueda de alguna persona o animal herido, no logré encontrar nada. Los aullidos habían desaparecido dejando en su lugar un extraño susurro deslizándose entre las hojas de los árboles. Un poco molesto, decidí dar marcha atrás y volver al campamento antes de que algún perro salvaje se atreviese a robar el poco alimento que aun poseía.

    — ¡Silvain! —gritaron a mis espaldas en un tono gutural. Estaba paralizado. ¿Esa voz?, no era posible…— ¿Cómo pudiste? —el terror que me embargaba empezaba a suspender mi corazón, me sentía morir, por más que intentaba gritar, el terrible nudo de aire que se había estancado en mi garganta me impedía emitir susurro alguno.

    — An-gé-li-ca. ¡Tú! —dije vacilante. Las palabras raspaban mi garganta temerosas de salir al exterior, tumbándome sobre mi espalda contemplé perplejo la imagen de una densa figura humanoide de vapor amarillento que se condensaba a mi alrededor. Era mi esposa, o al menos eso creía, sus ojos centellaban rabiosos al fulgor de un brillo rojizo sobrenatural. Me sentía tan indefenso, tan curiosamente fascinado. Aun cuando algo en el fondo de mi corazón, algo me gritaba que ese espectro no era mi esposa, no podía dejar de mirarla.

    — ¡Silvain, tú, tú!… ¡Cómo pudiste asesinarme!

    — ¿Asesinarte?, Angélica, ¡yo no!

    — Sí, lo hiciste y luego te marchaste, dejando a mi cadáver ser carcomido por los gusanos y la podredumbre. Me negaste la justicia y el descanso, Silvain. ¡Me atrapaste en este espectro que tanto detesto y, solo decidiste olvidarme como si fuera un trapo viejo al que puedes tirar a la basura! ¡Me las pagarás, Silvain!

    La furia que invadía sus orbes volvían la leve claridad del bosque desesperante, estaba claro que había llegado el momento de largarme, mas, ella no me lo permitió, se abrazó a mis pies envolviendo mi cuerpo en una terrible llamarada que despedazo mi blanca piel pedazo a pedazo. Sofocado por el dolor empecé a gritar mil maldiciones mientras, la claridad de mis huesos asomándose por entre mi piel carbonizada me bloqueaba el razonamiento. Estaba temblando, la risa amarga que emitió ese espectro al verme destrozado me irritaba. ¿Acaso aún no estaba conforme con mi sufrimiento?

    El brillo platinado de la luna iluminaba su pálido rostro carcomido por los años de una manera aún más macabra, sus mejillas enjutas y su desencajada mandíbula le daban el aspecto de un antiguo cadáver exhumado. Estaba paralizado, hechizado bajo el poderoso juicio de aquella criatura sobrenatural. Dolor, ni siquiera puedo describir el dolor que me abrazaba en esos momentos, mi piel chamuscada y sangrante ardía ante la más leve brisa de aire, el corazón me latía desenfrenadamente y mi vista estaba nublada, apenas pude percibir como algo a mi alrededor comenzó a encerrarme, una sustancia extraña y pegajosa se adhirió a mi piel centímetro a centímetro sin darme oportunidad de defenderme, su roce era frío, devastadoramente frío. Mientras mi cuerpo se adormecía y mis ojos se cerraban ante la hipotermia, pude escuchar como la criatura profería, en un lenguaje desconocido, algún tipo de canto infernal. Un conjuro.

    Tan pronto como ella termino de hablar, la locura empezó a tener sentido. Los árboles crujían estrepitosamente como si estuvieran molestos, la tierra temblaba al ritmo de unos tambores que no dejaban de retumbar en mi cabeza, en mi piel… Sabía a ciencia cierta que era verano pero el frío que sentía era aún peor que el que sentí el día que salté al lago para salvar a Tayen. Mis hermanos, sí tan solo hubiera podido pedirles ayuda…

    Mi boca se abría desesperadamente en busca de oxígeno pero, por más que lo intentaba, no conseguía que el preciado aire entrara en mis pulmones, me estaba sofocando y mi cabeza quería estallar. Pensé que moriría. Tal vez eso hubiera sido lo más humanitario. Las lágrimas que corrían con desesperación por mis mejillas parecían convertir mi piel en piedra, lo que al principio imagine como inmovilidad por el pánico, en realidad tenía otras causas, mi piel se estaba convirtiendo en una coraza que me envolvía lenta y progresivamente, a ese punto, la imagen de la mujer se había desvanecido en la nada, solo me quedaba ese insólito silencio sepulcral que parecían cantar en mi memoria una y otra vez: “Nos volveremos a ver”.

    CAPÍTULO 3

    Los años han pasado, el mundo que tanto amé ha desaparecido; los bosques, el mar… todo. La tierra se ha transformado drásticamente, mis hermanos fueron muertos y yo, solo puedo lamentar no haber podido ayudarlos. La noche en la que aquella criatura me transformó en lo que ahora soy, todo desapareció. Cuando desperté habían pasado tantos años que me resulta increíble permanecer aún con vida. Al despertar encerrado en esa oscura cárcel de piedra, solo pensé en escapar, salir de mi encierro pero, mi cuerpo se había transformado drásticamente. Mis manos… el solo recuerdo de lo que ahora son mis manos me causa pavor, parecía que había enloquecido. Alterado, levante lo que quedaba de mis brazos y solo conseguí golpear mi rostro con lo parecían ser un par de alas negras espantosas. Mis piernas temblaban y amenazaban derribarme, sentía tanto miedo y desesperación, de la nada, mis mayores pesadillas había conseguido absorber mi realidad.

    Y, como si no fuera suficiente, no solo yo había cambiado, los movimientos del ambiente me parecían tan exagerados, tan increíblemente envolventes. Mis sentidos estaban a flor de piel, incluso la más leve brisa de aire parecía una tormenta, mis ojos lo percibían todo, lo veían todo. Me sentía presa de todo a mí alrededor. El brillo del sol filtrándose a través de los árboles golpeaba mis ojos como un potente rayo cegador. Mi figura pesaba demasiado, incluso parecía más alto de lo que recordaba, apenas podía permanecer de pie, me sentía tan adolorido. Mis huesos me ardían y mi nueva piel resaltaba asquerosamente por la presencia de una gruesa capa de pelaje pardo, quería gritar pero parecía que mi boca estuviera sellada, ya no la sentía parte de mí. Presa de mi rabia, me dirigí al poblado más cercano buscando a algún alma generosa que, asqueada por mi presencia, me librase de mi sufrimiento. Arrastrándome sobre mis pies, intenté en vano usar mis alas por primera vez, eran tan pesadas que dolía. Debía continuar, debía liberarme, no estaba lejos de la colonia de Jamestown y, si lograba llegar, seguro alguien podría ayudarme.

    Grande fue mi espanto al ver un mundo que jamás siquiera imaginé… cabañas hechas de un material extraño extendiéndose a lo largo y ancho de lo que antes solía llamar mi paraíso, eso fue todo lo que pude distinguir. Fue devastador, no podía evitar ahogarme con mis lágrimas, me sentía tan culpable, tan torpemente responsable que, anhelaba egoístamente destruir todo lo que se cruzara en mi camino. Necesitaba tanto desquitar mi tormento, no podía soportar el hecho de que mi cuerpo entero se haya transformado en una desagradable mezcla de humano y polilla, un engendro abominable salido del mismo infierno. No, no podía soportarlo, si mi vida iba a ser un infierno… ¿por qué no la de los demás?

    Agazapado por la presencia de la noche, me adentré nuevamente en los bosques procurando no ser visto por alma alguna. Las presentaciones podían esperar. Lo que al principio aborrecí de mi aspecto, se convirtió de pronto en una oportunidad única. Necesitaba dominar mi poder, doblegar mis alas y elevarme más allá de este execrable infierno. Tras meses de dolorosas caídas, mi cuerpo se fue adaptando maravillosamente a mi nueva figura, el odio que albergaba mi alma me daba una fortaleza fascinante. La sensación de la brisa entre mis alas era, en sí, espeluznante y maravillosa, jamás imaginé poder sentir tal sensación. La noche brillaba reflejada en mis ojos y aun cuando me encantaba la sensación de poder elevarme por arriba de la creación no dejaba de llorar. Mis sensaciones y emociones eran tan confusas, necesitaba tanto de todo que, apenas sabía por dónde empezar. Tantas almas atormentadas y tan poco tiempo. Mi legado de terror debía comenzar…

    Si hay algo, a lo que la humanidad jamás dejará de temer es a la muerte, al futuro, a ese destino que parece agarrarse de nuestros cabellos y tirarnos a su voluntad. No había duda, esa era mi puerta de entrada, mi fortaleza. Fue tan sencillo, demasiado… son tan vulnerables. Desvelar sus sueños con terribles profecías que no podían evitar era satisfactorio. Sus caras llenas de espanto e incredulidad me llenaban, extrañamente, de una nueva vida. No podía, no quería detenerme, yo era el núcleo de sus pesadillas, aferrándome a sus pensamientos más secretos era como lograba obtener una leve paz. Morían, enloquecían pero, nunca me detenían. Las reglas del juego eran mías. Nunca imaginaron que, al intentar cambiar su destino, solo lograron encaminarlo más. Accidentes de tráfico, muertes por pandemias, terremotos, deslaves… yo solo era su mensajero, ellos, el detonante. Jamás pudieron entenderlo.

    CAPÍTULO 4

    El dolor que se aferraba a mi pecho no me permitía respirar con facilidad, había pasado tiempo desde que salía a cazar pesadillas por última vez. 1967 aún lo recuerdo, casi habían logrado capturarme, estaban tan cerca, no podía permitirlo. No cuando me estaba divirtiendo tanto. Aprovechando mi conocimiento de los bosques, me oculté nuevamente en ellos esperando, ansiosamente, que todo vuelva a la normalidad. Dejé pasar demasiado tiempo. Estaba tan agotado, el solo hecho de volar me costaba demasiado, fue entonces que cometí mi último y grave error. Aprovechando la oscuridad de la noche, decidí descansar sobre un enorme puente metálico y esperar que, conforme pasara la noche, mis debilidades se fueran disipando. Mi instinto de cazador seguía latiendo en mi corazón, lo sentía, palpitando en mí pecho punzantemente, advirtiéndome que algo estaba a punto de ocurrir nuevamente. De la nada, la imagen de Angélica volvió a materializarse frente a mí, su rostro parecía aún más deforme que antes, casi podía ver sus huesos sobresalir por entre los escasos colgajos de piel que quedaban de su rostro, perplejo, no pude evitar mirar fijamente su cuello por primera vez. ¿De dónde provenía esa herida?... Suspendida entre la espesa neblina de la noche, se acercó lentamente hacía revelando poco a poco su estropeado ser. La sangre coagulada que se filtraba escasamente a través de su herida en el cuello me provocó nauseas, ¿acaso la habían degollado? No era posible, yo recuerdo haberla enterrado intacta. ¿Lo recuerdo en realidad?

    — No, Silvain, no lo recuerdas. No recuerdas nada —afirmó con seguridad, moviendo vagamente su mandíbula desencajada. ¿Acaso me había leído el pensamiento? Intentando inútilmente mantener una pequeña sonrisa, Angélica se acercó hacia mí tomándome inesperadamente por el cuello, su fuerza era impresionante, apenas podía mantenerme consciente— ¡Te gusta, Silvain! ¡Te gusta tanto como a mí me gustó el que me abrieras el cuello! —gritó furiosa mientras me empujaba al suelo violentamente. El golpe contra el suelo duro fue brutal, mis pulmones se habían comprimido y, sumados a mi falta de oxígeno, pude sentir como empezaban a colapsarse. Fue entonces que, a pesar de mi negativa, todo volvió a mi memoria… ¡No viaje a América con el fin de olvidar, necesitaba escapar… yo, era un asesino! La pobreza y la desesperación de la hambruna me enloquecieron. Con un padre y una madre ancianos y enfermos, la insiste avaricia de Angélica solo consiguió empeorar la situación, no pude siquiera razonar sobre mi actitud, cuando mis padres murieron por la gripe y Angélica amenazó con abandonarme, una chispa que nunca imaginé poseer empezó a consumirme, estaba tan rabioso y decepcionado por su actitud que, sin darme cuenta, me permití liberar mis bajos instintos y cobrar con su sangre mi derrota ante la vida. Los rumores corrieron rápido, su muerte no podía quedar impune, entonces escapé. El miedo a la horca pudo más que los principios que anteriormente osaba pregonar. Ella tenía razón, escapé, me refugié en los bosques no porque los amara sino porque eran el único lugar en el que un hombre como yo podía esconderse—. Así es, Silvain. Empiezas a recordar —afirmó satisfecha, su rostro pareció cobrar un brillo diferente. Tras dar una vuelta a mi alrededor se marchó dejando en su lugar una gruesa capa de neblina gris que susurraba una y otra vez: “Lo has entendido”

    Con esfuerzo, logré ponerme de pie y desplazarme de vuelta a la seguridad de los bosques, los animales me temían, las plantas parecían marchitarse a mi paso, incluso la misma noche aborrecía mis presencia. Mi mundo parecía cambiar cada vez que Angélica volvía para recordarme mi pasado, a traerme la imagen fresca de la muerte retratada irónicamente en todo lo que me rodeaba. A verla morir una y otra vez…

    Desde aquella noche mi alma vive en una desenfrenada carrera conmigo mismo, una doble consciencia que se ha despertado en mí ser y que no puedo detener. Mis pecados me convirtieron en lo que soy, mas, mi falta de arrepentimiento no me permite descansar. Tengo tanta sed, tanto deseo de sufrimiento. Apenas puedo soportar la irremediable paradoja del destino.

    Ahora lo siento, no puedo dejar de sentir su dolor, su desesperación. Es frustrante. He pasado tanto tiempo intentando destrozarlos que, ahora no puedo para de despedazar mi pelaje en infinitas polillas que se alejan de mí y se arriman a la humanidad como mi única advertencia. Una última señal. Si acaso las ves, no ignores mi voz, ya que son mis mensajeras de la muerte. No lo olvides. Quizás aún no sea tarde para ti…

    Hoy en día lo veo, perdí tanto tiempo intentando desquitar mi cólera que, ahora, nada de lo que haga podrá liberarme. Este es mi infierno, esta es mi verdad, la historia de un asesino condenado a vagar por el mundo en búsqueda de su redención. La historia de un hombre que perdió su humanidad al intentar torpemente escapar de su castigo. Si estoy vivo o muerto, eso no lo sé, mi razonamiento esta tan estropeado… no puedo dejar de verte, de conocer tus miedos y alimentarme de ellos para respirar un poco más. Simplemente no puedo evitarlo. Esa es mi condena.


    FIN…
     

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