Drama Minuto Perpetuo

No lo recordaba tan bien, era como un fragmento perdido en el vasto mar de su memoria. Pero ahora, después de una década, al fin lo había encontrado. Era un momento que desde entonces quiso olvidar, o más bien se engañó a sí misma diciéndose que era mejor olvidarlo. Es bien sabido que las mentiras nunca duran mucho, o al menos, que no son eternas. Se le presentó primero como la imagen de un cristal sucio. Éste fue ensanchándose y deformándose, luego pudo ver una lumbre a través del cristal, el día estaba soleado en ese entonces. Más tarde pareció sentir un aroma reseco, estaba en el segundo piso de la casa, con la habitación desordenada.

Las sábanas color crema que yacían en el suelo, numerosos objetos esparcidos en lugares o rincones que no les eran propios y algunos artículos rotos le dijeron que había discutido acaloradamente con él. Un gato de pelaje gris reposaba entre sus brazos, como queriendo consolarla, como ofreciéndose a ocupar ese vacío que desde ese instante él había dejado entre los dos. Se volvió hacia la ventana, la misma que se encontraba sin limpiar desde hacía unos días. Estaba esperando a que apareciese. No podría detenerlo, ya era muy tarde. No podría detenerlo, puesto que la suerte estaba echada. No quería detenerlo, la situación se había tornado irreversible.

Eso mismo se repitió en su mente una y otra vez. Es que debía convencerse, ya nada sería lo mismo. Por más que se disculparan, por más que fingiesen que no había sucedido, las cicatrices seguirían allí, siendo una prueba silenciosa de los eventos que, en teoría, jamás ocurrieron. Esa intención se le presentaba como un despropósito, como algo pretencioso e hipócrita. La desesperación iba arrastrándose por el suelo, hasta alcanzar sus piernas y treparse por éstas para aferrarse fuertemente a su cintura. Comenzó a respirar aceleradamente, buscando una idea, alguna solución. Se preguntó cómo era posible que antes pretendiera que, habiendo llegado ese momento, sabría exactamente qué hacer. Nada más alejado de la realidad.

Oyó el sonido de la puerta cancel que se abría desde la planta baja. Se aproximó de nuevo a la ventana, casi pegando su rostro sobre el vidrio por el apuro y la expectativa. Vio a un hombre vestido con un sombrero negro y una gabardina de color gris. A su lado llevaba un par de maletas. Era cierto, se marchaba. Se iría para siempre, tal como lo había prometido aquellas veces. Se alejaría derrotado, con la ignominia y la resignación dentro de su equipaje. Se despediría sin saber nada. Los dos, tan impulsivos y temperamentales. Los dos, tan cobardes. Quiso gritarle algo, apoyando una mano sobre el cristal. Entonces observó en él un hilo de sangre que le corría por el costado de la cabeza.

Y vio, como si fuera de otra persona, los nudillos de sus propias manos que tenían una tonalidad rojiza. Finalmente, sus ojos se le empañaron. Se sentó en su lecho, sin esperanzas. El sonido de un maletero cerrándose llegó a sus tímpanos, junto a otros que le siguieron. Alguien que abordaba el coche. El motor arrancando. Un leve espacio en el que parecía estar quieto y pensativo. El vehículo alejándose de la casa, con el ruido perdiéndose en la nada. Y se quedó a solas con su secreto. En sus labios murieron esas palabras que momentos antes querían brotar y volar por el aire, hasta llegar a otro corazón y hacerle latir tan fuerte, que se arroparían entre sonrisas y abrazos de orgullo y ternura. Se acarició la panza, tratando de consolarse, a ella misma y a su bebé.

Despertó repentinamente de su profundo ensueño. Ahora estaba sobre su lecho otra vez, pero había alguien más a su lado. Era una niña de cabellos dorados, de unos ojos tan grandes como encantadores. Su piel pálida le confería el aspecto de una muñeca, y era tan pequeña que sus piecitos se meneaban lentamente al estar colgando al borde de la cama. La pequeña permaneció observándola detenidamente, como si esperara una respuesta o como si estuviera presenciando algo fuera de lo común. La mujer notó que una de sus diminutas manos se había posado sobre las de ella. Y sosteniendo la mirada, volvió a preguntar, con una voz que se asemejaba al canto de un ave en primavera:

«Mami… ¿dónde está papi?»