Microrrelato Mi vida se había ido...

Mi vida se había ido…​

Tenía miedo y no podía ocultarlo; tenía los ojos cerrados y me cubría con la manta de mi cama, escuché ruidos en todos lados, apretujé la manga de mi pijama. Acomodé mi cuerpo de tal forma que podía abrazar mis piernas, no quería abrir los ojos, pero debía hacerlo. Tenía que llegar al interruptor de la luz y hacerme así a la idea que todo era una ilusión, un sueño, una pesadilla…

Intenté respirar pero se me era casi imposible; sentía que algo o alguien me quitaban el oxígeno. Negué mentalmente, era sólo mi imaginación que me hacia una mala broma; quise moverme pero no pude, mi cuerpo estaba tenso, rígido, era como si estuviese amarrado al colchón.

“Rin, rin”

El teléfono comenzó a sonar; estaba en la mesa de noche junto a mi cama, sin embargo, aún no podía moverme. Timbró varias veces, finalmente el contestador hizo su aparición.

>>”Hola, habla Carlota. Lamento decir que no me encuentro disponible sin embargo le llamaré cuando pueda. Después del sonido ya sabe que hacer…beep…”<<

Hubo silencio…

>>”Carlota, sé que estás ahí no puedes ocultarte. Hace años que no nos vemos y tú sigues comportándote como una niña pequeña.”<<

Me recorrió un escalofrío, nuevamente intenté moverme

>>”Un día prometiste estar siempre a mi lado, sin embargo, cuando el carro se volcó tú huiste y me dejaste ahí”<<

Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.

>>”El carro explotó y yo con él…”<<

Mi cuerpo reaccionó. Comencé a quitarme la cobija de mi cuerpo.

>>”Ahora he venido por ti…”<<

El mensaje terminó y abrí los ojos rápidamente, me paré. El interruptor estaba arriba de mi cama, a tientas con la mano lo encendí y observé una figura en la esquina de mi habitación; su piel carcomida, su mano derecha incompleta, en su mano izquierda un pedazo de metal filoso; una venda en dónde debería de ir su ojo izquierdo. Su ropa totalmente rota y con polvo, en sus piernas pedazos podridos de carne.

—Cumplirás tu promesa Carlotita. —Idiotamente corrí fuera de la habitación.

Los pasillos eran demasiado grandes, escuché como él me seguía. Bajé rápidamente las escaleras y me dirigí hacia la puerta principal, intenté abrirla pero no podía. Escuché los escalones crujir, él se acercaba.

—No huyas de mí amor —mis manos sudaban—, yo sólo quiero que cumplas tu promesa.

Estaba desesperada, ya no había escapatoria, las lágrimas seguían corriendo por mis mejillas, cerré los ojos. Sentí dolor, desesperación y cómo un líquido salía de mí; después nada.

Mi vida se había ido a la mierda…