Song-fic Mi Solitaria Resolución [Silent]

La máquina recibió la confirmación de lectura de la tarjeta, produciendo un breve sonido digital como resultado. El abono se había efectuado de manera eficaz. Cruzó el molinete y se dirigió hacia los andenes para esperar el tren que la llevaría hasta la academia. Sus largas coletas de color turquesa detuvieron su meneo a un metro y medio del borde de la plataforma. La muchacha elevó su muñeca izquierda para ver la hora que figuraba en el pequeño reloj de pulsera, no llegaría tarde, estaba con un tiempo muy holgado. Pero, así y todo, en su pecho afloraba una incertidumbre cuya intensidad le hacía querer distraerse, ocupar sus pensamientos en otros asuntos.

La formación que debía abordar ya se divisaba a lo lejos, e iba acercándose cada vez más. Enhorabuena, la puntualidad del cronograma de aquella empresa era incuestionable. Estaba claro que no habría imprevistos en ese aspecto, eso la alivio un poco. Preparó su estuche de guitarra y se reacomodó el moño del uniforme, como una forma de admitir que estaba decidida a enfrentar esta nueva etapa con suma determinación. Se dijo a sí misma que debía dejar todas sus dudas a un lado en lo posible, tenía que cambiarlas por la seguridad y la tenacidad que las enseñanzas que le inculcaron desde muy pequeña le habían hecho ganar. Una de las compuertas de un vagón se paró casualmente delante de ella. Vio el vestigio de su reflejo en el vidrio y comprobó en su aspecto que todo estaba en orden.

Un par de segundos después, las compuertas se desplazaron para abrirse. Ella relajó sus hombros y subió, cargando sus cosas. Instantáneamente encontró un lugar para sentarse, ya que los pasajeros eran escasos. Asumió que ese panorama se debía al horario tan temprano en el que viajara. Tuvo una fugaz preocupación al no ver a nadie más con el uniforme de su institución, pero se convenció de que era lo esperable al volver a chequear su reloj; iba con al menos casi una hora de antelación. Y es que se había apresurado bastante al salir de su hogar, tampoco pudo dormir la noche anterior, a causa de la expectativa. A pesar de las advertencias de su familia para que se tranquilizara, no pudo hacerlo.

A sus dieciséis años, la vida le había obsequiado todo tipo de sensaciones, tanto placenteras como las que no lo son. El estuche de su instrumento que descansaba en sus muslos le hizo recordar algunas de ellas, en la forma de oportunas postales resurgiendo sobre la superficie de su mente. Las clases personales de piano durante las tardes de primavera, cuando las yemas de sus dedos acariciaban las teclas para reproducir melodías nobles y elegantes, bajo la supervisión de su mentora. Las cuerdas de su guitarra al templarse, que impresionaban gratamente a sus amigos durante las horas de ocio o cuando la encontraban practicando. Ese fracaso, monstruoso y horrible al principio, el cual sucedió en el momento de haber perdido un certamen juvenil, siendo superada por otra niña talentosa que tocaba el violín como toda una prodigio. Fueron instantes agridulces que formaron su carácter.

Así se encontraba ella, enfrascada en esos pensamientos, a medida que el tren avanzaba rápidamente sobre sus vías. Al pasar por un puente elevado, la joven levantó la mirada y se encontró con una imagen majestuosa. Por las ventanas del vagón se podía contemplar la grandeza de la ciudad, conformando una visión sobrecogedora. Los edificios, altos y casi infinitos en número, se extendían hacia el cielo, casi alcanzando las nubes. En su cara se dibujó el vértigo, ya que la urbe no parecía tener límite alguno, se extendía más allá del horizonte, como si se conectara con el mar y con el firmamento celeste. Tantas personas, tantas vidas, tantas historias, tantos destinos. Se sintió tan diminuta, que se preguntó si realmente sería capaz de alcanzar la fama y el reconocimiento que deseaba tener.

A lo lejos, bien en el fondo, podía divisar la academia, una estructura imponente de paredes blancas y llena de ventanas. Allí recibiría una formación mucho más amplia sobre las artes musicales, tanto en cómo ejecutar ciertos instrumentos, así como de aprender una especialidad que le fascinaba: el canto. Y es que ese es su sueño, poder expresar con su voz los bellos sentimientos que día a día en ella nacían, hacer que otros rían, lloren e imaginen, lograr que sus espíritus puedan encontrar alivio y calma entre las melodías coloridas que surgieran de su garganta. Tuvo una epifanía, y se propuso cumplir con esa meta, costase lo que costase. Su voz se extendería sobre toda la ciudad, como un eco de paz llevando mensajes sonoros de amor, amistad, esperanza, melancolía, alegría y gratitud. Se había desprendido de las dudas e inseguridades.
Estaba lista para dar ese paso, en cuerpo y alma. Un nuevo futuro, emocionante y maravilloso, se abrió para ella en ese mismo instante.
Hatsune Miku sonrió animadamente.

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