Drabble Mi Reina [Mario Bros?]

Soy el primer eslabón (????)

Era irreal, tenía que serlo; no podía creer que sus dedos -dedos, no garras- estuvieran delineando las caderas de la princesa, ni que ella misma le viera con esos ojos llenos de amor como si estuviera frente a su príncipe azul o su alma gemela, no podía ser verdad que Peach, la Peach que siempre llamaba a Mario para salvarla de él (o se debía referir como ¿ella?) estuviera ahora en su castillo por voluntad propia, olvidando para siempre al plomero. Era una cruel broma del destino, porque seguro la alianza de boda que veía en el dedo anular de ella y en la suya propia seguro no era más que una fachada.

El sueño era demasiado hermoso, demasiado perfecto, y sabía muy bien que lo perfecto no existía, no podía ser posible por el simple hecho de que siempre había sido la villana de la historia, la temida Bowsette, reina de los Koopas. Y aunque el tropo de secuestrar a Peach se había vuelto un poco más que un chiste con el paso de los años después de que decidió usar esa extraña corona que había cambiado su aspecto, sabía de antemano que las cosas buenas nunca son para los villanos.

La princesa siempre se quedaba con el príncipe encantador, o en este caso, con ese plomero italiano tan insistente. O al menos así debía ser, el curso natural de las cosas lo dictaba. Entonces, ¿qué había motivado a la princesa del reino a contraer nupcias con ella? No se podía deber a una mera alianza política, durante los años en los que la había secuestrado tan insistentemente aprendió a leerla como un libro abierto y sabía cuando la princesa tenía intenciones ocultas, cuando estaba disgustada o cuando simplemente no toleraba su presencia. Cuando era simplemente Bowser, el rey Koopa, la tortuga mutante, podía notar como siempre Peach detestaba tenerlo cerca, hablarle, simplemente cruzar palabras con él ya fuera en el reino o fuera de este como parte de uno de esos tantos eventos deportivos a los que solían asistir.

Pero en esa nueva forma a Peach le encantaba su presencia, procuraba siempre tenerla cerca y darle amor y cariño, tanto a ella como a su pequeño hijo, Bowser Junior. ¿Qué demonios había pasado? ¿Acaso Peach disfrutaba verla como una versión mucho más femenina y ruda de ella? Porque era innegable que gracias al extraño accesorio que tenía en su cabeza eran casi idénticas. ¿Complejo de narcisismo? ¿Alguna otra cosa que no estaba viendo por estar sumido en esa deliciosa ilusión?

Mas no podía negar que le encantaba recibir ese amor, ese afecto, esa dulzura de su parte. Le gustaba sentir sus labios sobre los suyos, poder morderlos y juguetear con ellos. Le fascinaba destrozar sus vestidos con sus uñas largas, y marcar su cuello con sus afilados dientes, marcarla como suya y demostrarle al mundo cuánto la amaba.

Peach no la amaba como ella sí, eso lo sabía bastante bien, y quizás cuando la corona en su cabeza perdiera su efecto todo se derrumbaría bajo sus pies, o quizás la heredera del Reino Champiñón se hubiera enamorado genuinamente de su persona como para olvidar el detalle de su apariencia.

Por eso pedía cada día de que esa corona siguiera conservado su poder para poder pasar un minuto más al lado de Peach. Por fin tenía esa felicidad que tanto había deseado, con una familia a quién dedicarse complemente y dejar de lado sus frívolos planes malévolos. Si todo era un sueño, no quería que terminara nunca.

— ¡Amor! ¿Dónde estás? ¡La cena ya está servida!

Ella sonrió como boba al escuchar al llamado, con esos dientes afilados que harían a cualquier ser humano salir despavorido ante su presencia.



— Ya voy.

Aún después de tantos años, seguía sin acostumbrarse a que su voz se hubiera vuelto mucho más aguda y tenue, contrastando antes con su voz bestial y estridente.



Pero ¿importaba? Si la tenía a ella, los cambios no podían darle más igual.