de Inuyasha - Mi corazón en su mano

Mi corazón en su mano

Anoche salí de paseo a un lugar público junto a mis padres. Fue entonces cuando la maravilla aconteció.

Tan pronto como la vi, me di cuenta de que a su alrededor manaba una luz fuerte, cálida y amorosa, un aura diferente de las de otros seres humanos, era un aura tan especial que parecía ser la de un hada. Entrar allí fue como ser llevado por las manos de Dios hacia un campo de energía excepcional, a realizar un retiro espiritual.

Al principio, quedé enceguecida por su luz pero, al irse acostumbrando mis ojos a ese brillo, me di cuenta de con quién nos habíamos cruzado, me di cuenta de que la había visto anteriormente en algún lado. Me encontraba viendo a Rin.

Me quedé con la boca abierta y cuando me sonrió, me derretí. Comencé a preguntarme si acaso Sesshoumaru había cometido un descuido al dejarla allí en la calle, por qué lo hizo, con qué fin, dejándola allí tan desprotegida. Entonces, comprendí dos cosas: Sesshoumaru jamás en su vida hubiera cometido ese tipo de descuido; la había deja do allí a propósito, para que yo la conociera y la viera con mis propios ojos y pudiera escribir esto. Y, segundo, hay cosas que no comprendes hasta experimentarlas por ti mismo. Al verla personalmente, pude entender por experiencia propia lo que él sintió cuando vio esa sonrisa capaz de desarmar incluso a un tanque de guerra.

Alta, pícara y elegante, se veía muy bonita a pesar de sus ocho años. Cuando comenzó a hablar, me di cuenta de que era sumamente inteligente y muy, muy madura para su corta edad. Hablaba hasta por los codos, no dejaba de hablar, pero a pesar de su larga charla ociosa, pareciera que uno fuera arrastrado por sus palabras dulces, tentado a seguir oyéndola por mucho tiempo.

Sus modismos eran muy toscos y despreocupados. Hablaba como youkai y como niño varón, pero era de esperarse debido al ambiente en el que se estaba criando. Sin embargo, era muy educada y jamás soltaba una sola mala palabra, pues sus padres, antes de fallecer, la habían educado muy bien y a una edad muy temprana, enseñándole la bondad y el respeto, según nos contó.

Dijo que venía desde lejos, pero no estaba sola. Allá, en una esquina, sentado a lo lejos, la esperaba un muchacho como de dieciocho años, vigilándola todo el tiempo, quieto y en silencio. Como lo había pensado, no era un descuido de su parte.

Expresó por sí misma que no le temía a nada, sólo a las noches solitarias y silenciosas, pero demostró ser muy valiente a pesar de eso. Nadie necesitaba llamarla a despertarse en las mañanas, sino que lo hacía por sí misma, bañándose y alistándose, preparándose para pelearle a la vida como fuera. Demostró amar a los animales y simpatizar con ellos, tanto si eran youkai como si no.

Demostró poder protegerse a sí misma incluso en esa movida calle y en seguida sintió mucho afecto por nosotros y se nos unió de forma tan natural como si fuera una parte nuestra, justo como hizo con su amo.

Tenía un sentido de amor único. Era amiga de un grupo de niños a los que amaba enormemente. Tanto así que se guardaba todo su dinero y su comida para dárselos a ellos, aún a escondidas de sus tutores. Las peleas nunca fueron lo suyo, pues amaba la paz, la tranquilidad, la solidaridad, pero si alguien intentaba hacerle algo inapropiado, que no quepan dudas de que era capaz de darles sus buenas palizas y hacerse un lugar en el injusto mundo. Me dijo que Kohaku le enseñó a pelear, y se ve que aprendió bien.

Mucha gente la instó a venderse por dinero, alcoholizarse, robar, muchas cosas. Pero ella tenía tal fortaleza para enfrentar a la vida, que supo mandar al diablo a todos los que le hicieron esas proposiciones. Cuando me lo dijo, me quedé sorprendida, incluso maravillada de su madurez, su valentía y fortaleza, seguramente como le ocurrió a Sesshoumaru.

No quería saber nada acerca de novios o esposos, puesto que consideraba que sólo causaban problemas y sufrimientos. Su sueño al crecer era realizarse y ser libre. No depender de nada ni de nadie y estar con Sesshoumaru para siempre —¿a alguien le cabía la duda?—.

Al oír todas las vicisitudes que debió afrontar siendo tan pequeña, me enternecí y el corazón se me estrujó. Siendo yo una niña mimada, no habría podido sobrevivir como ella. Con tan tremenda torzada en el corazón, entendí las extrañas decisiones del obstinado príncipe youkai. Ignorar o abandonar a alguien como ella, sería imposible. Era como si su presencia fuera capaz de retornar la amabilidad y el amor en cualquier corazón. Una luz en la oscuridad, una estrella muy brillante.

Estaba tan anonadada escuchando su historia que mi bebida se me cayó. Ella, entonces, me enseñó a servir mi vaso “adecuadamente”. Oh, Dios, daban ganas de abrazarla y de tenerla cerca siempre. Con todo y su amor devoto, ahora era muy sencillo entender los sentimientos de él. Estaba… estaba idiotizada por la luz que desprendía Rin.

Le regalamos una botella de soda de quinientos mililitros y un plato de papas fritas, invitándola a sentarse con nosotros para que siguiera hablando. No estábamos seguros de dejarla irse con todo y comida por miedo a que “los demás” se lo quitaran todo.

—Sesshoumaru-sama nunca toca mi comida, pero si Jaken la ve, él sí se lo comerá todo —contestó.
Así que insistimos a que se sentara con nosotros.

Reía, reía todo el tiempo y nos atrapaba en su sonrisa. Comía de una forma muy delicada, como si estuviera entrenando para ser princesa.

Al rato, vino un “informante” pequeño, bajito y con cara de sapo.
—Sesshoumaru-sama quiere que vayas ahora

Ella lo miró despreocupadamente
—Dile que ya voy —y siguió comiendo lo que le habíamos servido, mientras el informante se iba a hacer lo suyo.

Dijo que nunca la regañaban porque intentaba comportarse lo mejor posible, pero que los niños más grandes siempre estaban molestándola. Jaken también solía molestarla, ella estaba segura de que él necesitaba unas cuantas lecciones sobre respeto. Ella lo llamaba infantil, puesto que no le gustaba ni el agua fría, ni la comida muy caliente. Lo definió como muy molesto, muy quejoso.
—… y gritó “¡quema, quema, quema!” —ella y nosotros reímos a carcajadas. A ella no le gustaba quejarse, en vez de eso, sonreía.

También dijo que, a veces, él revisaba indiscretamente entre sus pertenencias.
Su mayor dolor de cabeza era una vieja que solía querer imponérsele.
—Me dice que me esté quieta y yo no estaba haciendo nada. No tengo por qué hacerle caso, ella no es Sesshoumaru-sama.

Se nos pusieron los ojos de plato.

Al rato, el informante regresó con un chichón en la cabeza
—Sesshoumaru-sama te llama —evidentemente, a “alguien” le daba comezón la espera…

Ella volteó a mirarlo como antes.
—En seguida voy —y siguió comiendo y hablando, mientras el informante se iba.

Ella era sabia en todo el sentido de la palabra. Era inteligente y observadora. Miraba nuestras ropas, nuestros accesorios. Miraba mucho a mi anillo con una piedra rosa.
—¿Te gusta? —le pregunté, mostrándoselo

—Sí —asentía con la cabeza y con una enorme sonrisa.

Me lo saqué.
—Te lo regalo —le dije poniéndoselo en la palma de la mano

Ella tomó el anillo y se lo puso en la mano izquierda, la del corazón. Le quedó perfecto.
Miraba mucho a mis padres y dijo que ellos le recordaban a sus padres. Bajé la cabeza y me puse a hacer una grulla con una servilleta de papel, mientras se me hacía un nudo en la garganta y mis ojos se llenaban de lágrimas. ¡Qué enorme fortaleza para decirlo con una sonrisa! ¿Y yo de qué me quejaba? Terminé la grulla de papel y se la regalé. A ella le recordó un pato y le encantó. Jugaba y quería hacerlo volar.

No sé por cuánto tiempo estuve atrapada en su magia, ni cuántas dificultades sobrepasadas me enseñó, no sé cuántas lecciones de amor se parecerán a la suya…

No sé tampoco si realmente me liberé del hechizo luego de despedirla con un “cuídate” y un beso en la frente. Sólo sé que, al subir a la cara camioneta de papá, la vi alejarse calle abajo con una familia muy extraña, siendo llevada de la mano por un muchacho como de mi edad que, seguramente, estaba igual o más atrapado que yo. Ella se fue a buscarlo corriendo y le mostraba el anillo brillante que le obsequié.
En una de sus manos, ella llevaba mi corazón, en la otra mano había un corazón de perro.

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Dedicado a M.S.M. que, con su infinita dulzura, se llevó mi corazón en su mano