Mejores amigas.

Título; Mejores amigas.
Tipo: Long fic.
Advertencia; Muertes y muchas cosas locas.
Resumen: Fernanda y Sara son mejores amigas, nunca han salido peleadas, siempre guardan sus secretos, siempre… hasta que una de las dos muere.
¿Qué pasaría si tu mejor amiga viene desde el más allá sólo para llevarte con ella?

Prometo fielmente… ser tu mejor amiga aún después de la muerte…
Yo, Sara, prometo serte fiel como mejor amiga, aún después de la muerte.
Y así, es como un pacto se puede cerrar… todavía después de muerto.

Capítulo uno; En mi loquera.

Tomé la navaja que se encontraba sobre la mesa, con sus partes oxidadas, aún manchada de sangre derramada en batallas. La puse sobre su mano y empezó a dialogar.

—Esto no es bueno— dijo Sara viendo con temor el filo de la navaja.
—Claro que sí… así hemos de sellar nuestro pacto.
Ella apartó su mano y negó con la cabeza. Supuse que ella tenía mucho miedo, la comprendía, romperse las venas y llenar un vaso de sangre, mitad mía y mitad suya, era algo arriesgado, pero eso sería nuestro pacto de verdaderas amigas, y ella debía cumplir.
—No…— me dijo volviendo a negar.
—Sí, si no lo haces, te odiaré toda mi vida… es nuestro pacto, debes aceptarlo.
Le tomé de nuevo su mano, y corté sus venas rápidamente, para que no sufra demasiado. Ella con lágrimas en los ojos y retorciéndose de dolor, dejó caer su mano sobre el vaso, y hasta dejar a medias, tomó una venda y se la colocó. Después hice lo mismo que ella, sólo que yo en lugar de tomar una venda, tomé el vaso y empecé a revolver la sangre, para así sellar nuestro pacto, con nuestra sangre unida.
—Bebe un poco— le ordené mostrándole el vaso con sangre.
—No, qué asco…
—¡Bebe!— volví a ordenar. Ella tomó el vaso y pasó un sorbo por su garganta, me lo devolvió e hice lo mismo. A punto de devolver la sangre, tapé mi boca e hice una mueca de asco.

—Nuestro pacto está sellado— me dijo levantándose.
—Sí, desde ahora, no puedes considerar a nadie más tu amiga, a nadie…
Ella aceptó, y me tomó de la mano.
—Tampoco tú…—Me levantó, y nos fuimos caminando.
¨Mejores amigas por siempre…¨

 

Capítulo dos; Continuando.

Cuando volví a casa, todo estaba oscuro. La lluvia caía como si la estuvieran persiguiendo, a toda velocidad.
—Mamá…— llamé la atención de mi madre.
—¿Qué quieres?— preguntó mientras tejía una manta para mi hermana pequeña.
Tomé el vaso de chocolate caliente que se encontraba a mi lado y empecé a ventilarlo con mi aliento.
—¿Tú tienes mejores amigas?
Mi madre me observó por un momento, tomó uno de los palillos con los que tejía y empezó de nuevo a entrelazarlo en la lana.
—No, la amistad no existe, siempre la decepción llega a ti. Jamás tengas mejores amigas…
—Mentirosa…— le encaré tapándome los oídos.
—¡No me llames así!— me gritó arrojando su tejido al sillón donde se encontraba.
—¡Idiota!, ¡mentirosa!, ¡te odio!— grité ahora yo, mientras salía corriendo. No abandonaría mi idea de mi mejor amiga, ella siempre me ha de ser fiel, aunque pase mucho tiempo con Enrique, su novio, no pasará mucho tiempo con otra amiga.
Salí corriendo de la habitación donde estaba, para salir de mi casa rumbo a la casa de Sara.

Todo se veía oscuro, los árboles parecían tomar vida para acorralarme. La luna estaba escondida por la gran cantidad de nubes en el cielo. Mi corazón a todo lo que da, yo corría y corría hasta que vi la casa de Sara. Antes de poder llegar, pude ver las luces de una ambulancia, todo se veía mal.

—¡Mamá!— gritaba Sara desde la puerta de la casa, envuelta en una sabana roja, cubriéndose la cara para ocultar todo su dolor.

Sara Coronoa, muerta, esposa de Jesús de la ¨O¨, hallada muerta el 26 de diciembre del año 2009. Los presentes sólo podían ver un cuchillo encajado sobre el pecho de la difunta. Madre de una pequeña de trece años, Sara de la O. Coronoa.
—S-Sara…— fue lo único que salió de mi boca, al verla desecha, tan mal… arrumbada en la puerta de su casa. Después de sentarme junto a ella para compartir su dolor, llegó Enrique, la tomó de los brazos y la atrajo hasta él, tomándola en un dulce y cálido abrazo.

—Sara, Sara… perdón Sara, perdón— rogó el joven abrazando a la muchacha como si él fuese el que mató a su difunta madre.
—No pidas perdón, Enrique— le dije con una cara sombría, mis manos sobre mi pecho y lágrimas a punto de salir— Ella está bien, lo sé, Sara.

Sara, con lágrimas a flote, soltó una risa leve, y negó con la cabeza.

—¿¡Por qué siempre tan pesimista!?— renegué ante ella con lágrimas en los ojos.

—Tienes que continuar— murmuró Enrique, dicho esto, Sara se levantó, y con una sonrisa un poco tapada por su melena, afirmó con la cabeza antes de dar un paso atrás.

—Sí, debo continuar— afirmó Sara, volvió su vista hacia su madre, y con un movimiento de manos se despidió de ella.

—No estás sola…— le dije yo, la abracé y Enrique hizo lo mismo.

¨Vamos a continuar amiga, tú y yo, juntas, pase lo que pase¨