Lady Oscar Lumiére et nuit [Finalizado]

Tema en 'Anime Heaven' iniciado por Andrea Sparrow, 18 Abril 2015.

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    Andrea Sparrow

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    16 Enero 2015
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    Título:
    Lumiére et nuit [Finalizado]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
    Palabras:
    1715



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    Cap. 39

    Para Oscar fue doloroso escuchar de los labios de Fersen que amaba a la reina.
    - Hans…sé que es duro para ti pero…no debiste hacerlo. Ella ha estado tan feliz de que estés aquí que lo que menos esperaba escuchar de tu boca era que estabas por casarte. Trata de entender. También es duro para ella.
    - Lo sé pero…es preferible que lo tenga presente, antes de que pueda ilusionarme más y hacerle más daño a ella.
    Oscar comentó.
    - Y…supongo que ya has pensado en alguien como alternativa.
    - Pues…sí…tenía pensado en primera instancia en la hija de Necker, el ministro de finanzas…y quizás alguna otra opción.
    Oscar insistió.
    - ¿Crees que eso es lo mejor para ti?
    - Sí, Oscar…es lo mejor. Por lo menos, cuando regrese de América sé que habrá una opción para volver. Alguien estará esperando por mí.
    La coronel le dio la espalda.
    - Está bien…si es así, te deseo que te vaya muy bien.
    Fersen la volvió frente a él sin echar de ver que lloraba.
    - No te preocupes, tú y yo siempre seremos amigos y sé que me entenderás y apoyarás. Cuando vuelva, tú podrás incluso compartir mi felicidad.
    Oscar lo miró con algo de lágrimas.
    - Por supuesto- esbozó una sonrisa.- Ahora…si me disculpas…tengo que…ir al salón de los Espejos.
    Salió de aquella estancia con los ojos húmedos. André la siguió. Rosalie se preocupó.
    - ¿Pasa algo?
    - No lo sé. Rosalie, por favor, espera aquí. Voy a hablar con Oscar.
    André la siguió desconcertado.
    En tanto Rosalie, volvió a conversar con Charlotte.
    - Disculpe usted a mi madre, madeimoselle Lamorlierie.
    - Noté que se indispuso- dijo Rosalie.
    - Es que…últimamente no se ha sentido bien…quizás ha tenido que ver lo que le sucedió a Monsieur Oscar.
    - Sí, fue duro…
    - Dígame, madeimoselle Rosalie…¿qué se siente estar cerca de Monsieur Oscar? Hablar con ella…escuchar sus palabras, estar siempre en su presencia, disfrutar de su compañía.
    Rosalie no supo qué responder.
    - ¿Por qué me lo pregunta?- insistió a su vez.
    - Pues…yo…-comenzó.
    Sin embargo, Polignac las interrumpió.
    - Charlotte…es necesario que vengas…necesito hablar contigo…a solas…
    - Sí, madre. Con su permiso, madeimoselle.
    Charlotte se apartó. Rosalie se quedó desconcertada.
    Rosalie se quedó pensando un momento en la actitud tan extraña de Polignac en cuanto escuchó el apellido Lamorlierie. Pero lo que más la desconcertaba ahora era tener frente a frente a la mujer que había matado a su madre. Había prometido a Oscar Jarjayez mantener la calma y no enfrentarla. Pero no sabía cuánto tiempo podía pasar antes de que los deseos de venganza hicieran presa de ella.

    En tanto, Charlotte entró a un saloncillo junto con su madre.
    - Madre- preguntó Charlotte.- ¿Por qué hablabas con madeimoselle Lamorlierie?
    - Sólo me…pareció conocerla. Es todo.
    - Y dime, ¿qué tienes que ver en lo que le sucedió a Oscar?
    - No te he traído para que me interrogues. Quiero decirte que debes estar lista para el momento en que llegue el conde de Guiche.
    - ¿Ese hombre?
    - Sí, le simpatizaste mucho…
    - ¿Y puedo saber a qué viene?
    - A pedir tu mano…
    Charlotte se asustó.
    - Pero, madre…
    - No repliques. El conde está interesado en ti y quiere que concertemos los detalles de tu matrimonio.
    - Madre…solamente tengo once años…
    Lady de Polignac comentó.
    - Al conde le gustan…pequeñitas…
    Charlotte comenzó a llorar y dejó a su madre con las palabras en los labios.
    Rosalie la vio salir rápidamente sin reparar en que aún estaba ahí. Ella decidió ir a buscar a Oscar y a André.

    En tanto, Oscar seguía revisando la montura de su caballo, a pesar de que no había ningún daño aparente.
    André avanzó lentamente tratando de no interrumpirla. Pero sus pasos siempre eran escuchados por la coronel.
    - ¿Todo bien?- preguntó André.
    - Sí- respondió Oscar secamente.
    El joven Grandier no quiso insistir. No quería enfrentarla.
    - Supongo que…deberás permanecer aquí un tiempo más.
    - No…la reina tiene por ahora a Fersen para cuidar de ella.
    André le dijo.
    - Sabes que no puedes evitar que la reina esté interesada en Fersen.
    - Lo sé pero me molesta no poder evitar que la gente siga murmurando.
    - No hay forma de hacerla comprender- sugirió André, tratando de que ella también entendiera.
    Oscar lo miró.
    - Hablo mucho sin darme cuenta de que eso debe dolerte mucho.
    - No sabes cuánto…-dijo André, pensando en ella.
    Oscar le palmeó el hombro.
    - Te prometo que hablaré con Fersen. Está por irse. Seguramente ahora que se marche las cosas van a cambiar. Lo que me preocupa es la posición de Polignac.
    - Según lo que veo, ella ya no tiene injerencia sobre la reina.
    - Así parece. Es más…creo que será más fácil arreglar el asunto a través de madeimoselle Charlotte.
    André asintió.
    Luego notaron la presencia del conde Guiche.
    - ¿Qué hace ese hombre aquí?
    - No lo sé…no recuerdo que la reina lo mandara llamar…
    Y lo que era peor, hizo su arribo otro hombre bastante desagradable.
    - ¿El cardenal de Rohan?
    - Esto sí me parece demasiado extraño…-sugirió Oscar.
    Se avecinaban tormentas en el horizonte…

    El cardenal de Rohan entró al salón de los espejos.
    Pidió que se le atendiera. Como no fuera inmediatamente acordó esperar un poco.
    Al poco rato, salieron de otra estancia la reina y el conde Fersen.
    Oscar apretó los puños. André sólo la miró y trató de no sentirse mal.
    Después, el cardenal de Rohan se acercó.
    - Majestad.
    La reina ya tenía noticia de cómo era el cardenal de Rohan y no estaba dispuesta a recibirlo.
    - ¿Cómo osa ese hombre venir aquí? Sabe perfectamente que no es bienvenido. Mi madre lo detestaba por la vida que lleva. Será mejor que le digan que no lo pienso recibir.
    El cardenal recibió de labios de un sirviente la decisión de la reina y decidió marcharse.
    - ¿Cómo es posible que su Majestad me rechace?
    Oscar asintió.
    - Yo ya lo veía venir- comentó.
    - ¿A qué te refieres, Oscar?
    - A que la reina jamás recibiría al cardenal. Además, seguramente el hombre insistió a instancias de los malos comentarios que se corren acerca de que Fersen está seduciendo a la reina. Pero yo me voy a encargar de limpiar su nombre.
    André sonrió.
    - Bien dicho, Oscar…
    Rosalie los encontró.
    - ¿Nos podemos ir ya? No soporto ver a esa mujer tanto tiempo…
    - Lo entiendo. No te preocupes, querida. André, es hora de marcharnos.

    Horas más tarde, en la casa Jarjayez, los muchachos jugaban con Rosalie un partido de ajedrez.
    - Este juego es muy interesante- dijo Rosalie.
    - Cuando aprendas a jugarlo, te darás cuenta de que es mucho más interesante- guiñó el ojo André.
    - Por cierto, ¿ya averiguaron algo respecto al nombre de Martine Gabrille?
    André respondió.
    - Conseguí que me permitieran acceder a la colección de nombres de las familias nobles de Francia con la finalidad aparente de invitar a una fiesta.
    - ¿Qué te respondieron?
    - Que podía ir mañana después del desayuno de sus Majestades.
    - Perfecto. En cuanto lo sepamos, te lo haremos saber y podrás intentar acercarte a ella.
    Rosalie negó.
    - No…no quiero acercarme a ella…sólo quiero saber quién es…no tengo ningún interés en tratar a la mujer que me entregó a otra al nacer.
    Oscar miró a André. Ambos comprendían a la muchacha.
    - Como tú quieras…sólo te pedimos prudencia, Rosalie.
    - Descuiden, es algo que ya he aprendido a tener…

    En la mansión de los Polignac…
    - Querida Charlotte…te ves hermosa.
    - No me importa lo que digas…simplemente no aceptaré a ese conde.
    - Tienes que hacerlo…-repuso la condesa.- Tienes que obedecerme.
    - ¿Acaso crees que no sé qué tuviste otra hija? ¿Qué hiciste con ella? ¿Se la vendiste a otro noble como pretendes hacerlo ahora conmigo?
    Polignac le dio una bofetada.
    - Será mejor que vayas a tu habitación y regreses cuando estés más calmada. El conde Guiche no debe tardar.
    - Tú serás la culpable de que algo malo suceda, madre- dijo la jovencita y se encerró en su cuarto.
    En tanto, la condesa seguía rumiando lo que había averiguado.
    - No puede ser que esa chiquilla sea la hija que le di a madame Lamorlierie…no puede ser ella precisamente. Ahora debe odiarme…mi propia hija debe odiarme…
    El conde de Guiche no tardó en aparecer.

    En la casa Jarjayez, durante la noche…
    - André…¿estás loco? ¿A dónde vas a esta hora?
    - A averiguar lo del nombre que tiene sufriendo a Rosalie…
    - Pero…¿por qué no esperamos mejor a mañana?
    - No, Oscar…y tú tienes que ayudarme.
    - ¿Y por qué?
    - Por la simple razón de que tú eres noble y yo no y el permiso lo pedí para ambos. Si no vas tú no me permitirán entrar.
    Oscar respiró hondamente.
    - Está bien…si es la única forma de salir de dudas, hay que hacerlo.
    Por fin se decidieron.
    Salieron hacia el lugar, mientras la abuela Grandier vigilaba para no ser descubiertos.

    Llegaron, abrieron la puertecilla con ayuda del vigilante y se internaron en aquel recinto repleto de libros con nombres y escudos de armas.
    Por más que buscaron no encontraron nada hasta que por equivocación, un trozo de papel cayó del libro de la familia Polignac.
    - Aquí hay algo…
    André lo retuvo.
    Oscar preguntó.
    - ¿Encontraste algo?
    - No…creo que era un papel solamente.
    Sin embargo, Oscar lo hizo mostrarle el trozo de papel.
    - Aquí dice que…Martine Gabrielle se convirtió en la condesa de Polignac…
    André apenas podía creerlo.
    - ¿Qué crees que haga Rosalie?
    - No quisiera ni imaginarlo. Espero que no estalle de dolor. Esto le romperá el corazón.
    André estuvo de acuerdo. Era demasiada información para ella.
     
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    Lumiére et nuit [Finalizado]
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    87
     
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    1142
    Cap. 40


    Madame de Polignac estrujaba aún las manos pensando.
    - ¿Cómo voy a decirle a esa chica que soy su madre?- se preguntó.- No…esa muchacha es amiga de Oscar…seguramente me denunciará por lo que pasó con su madre. No puedo decir nada…tengo que deshacerme de Oscar antes…
    El conde de Guiche llegó a la casa.
    - Madame…
    - Bienvenido, señor conde.
    El hombre entró con presteza.
    - Supe que…no ha ido a la corte en unos días.
    - Fue un malentendido…lo que sucede es que estuvimos pero mi hija estuvo indispuesta, por eso nos retiramos por unos días…
    El conde insistió.
    - Aun así, se habla en la corte que usted perdió influencia sobre su Majestad…pero no se preocupe. En cuanto se celebre la boda entre Charlotte y yo…todo queda arreglado.
    Madame Polignac sonrió.
    - En un momentito llamo a Charlotte.
    Tocó la puerta de su habitación.
    - ¡Charlotte! El conde está aquí.
    Pasó un buen rato en lo que su madre esperó para poder hablar con ella, cuando se dio cuenta de que la niña no daba señales de vida.
    El conde Guiche se exasperaba.
    - Madame…llevo ya rato esperando…¿acaso Charlotte no quiere verme?
    - Claro que sí, es que es muy tímida. En unos momentos vendrá.
    Insistió su madre con la puerta. Notó que Charlotte no respondía. Abrió la puerta y lo que vio la horrorizó.

    Aún era de noche. André y Oscar seguían en aquel salón.
    - Es tarde…deberíamos ir a la casa.
    - No, André. Mejor nos quedamos a dormir aquí. No tengo ganas de cabalgar hasta la casa…
    André añadió.
    - Creo que tienes razón, Oscar. Sería muy arriesgado salir a esta hora. Después de lo que te pasó.
    Oscar comentó.
    - No me cabe duda que todo ha sido culpa de Polignac.
    André continuó.
    - A mí tampoco…esa mujer esa mala…es dañina.
    Oscar se quedó en silencio.
    - ¿Pasa algo, Oscar?
    - No, nada…es que…estaba pensando en la reacción de Rosalie…me da miedo lo que vaya a hacer o decir después de que sepa la verdad.
    - A mí también me preocupa.
    Oscar miró a André y dijo con algo de turbación.
    - André…tengo miedo…le tengo miedo a Polignac.
    Abrazó a André con fuerza. Éste la abrazó también sintiendo cómo su corazón se rompía en mil pedazos. Pero sabía que aquel abrazo no era precisamente por la necesidad de un afecto varonil, como el que él estaba dispuesto a otorgarle.
    - Tranquila, verás qué pronto se acaba la influencia de esa mujer…
    Y André tenía mucha razón.

    Al día siguiente, en la corte, María Antonieta se reunió con el rey en audiencia para despedir a Fersen.
    - Sabemos la noble causa por la que usted se ausente, señor conde- dijo el rey.
    - Gracias por sus palabras, Majestad. Prometo defender con nobleza y corresponder al buen nombre del ejército francés.
    María Antonieta trató de estar tranquila.
    Fersen besó la mano de la reina.
    - Que el viaje sea benévolo y que…todo salga bien. Le esperaremos deseando que sean buenas noticias.
    - Todo estará bien, Majestad- dijo Fersen, sintiendo que su corazón estallaba de dolor.
    Se despidió de los generales y de Oscar.
    - Oscar…espero que todo esté bien para ti. Esa mujer, Polignac, ya no tendrá influencia en la corte. La reina ha enviado un edicto y hoy mismo se le hará saber que no puede permanecer más en la corte.
    - Gracias por confiar en mí, Fersen y por ayudarme y defender mi vida.
    - Todo sería poco para defender una vida tan virtuosa y valiente como la tuya, Oscar.
    André observaba desde lejos. Luego Fersen se acercó al muchacho y le dijo:
    - André…cuídala mucho…
    - Siempre lo haré, señor conde.
    El muchacho Grandier miró a Oscar de reojo. Sabía que le estaba doliendo mucho la noticia pero que se pondría bien pronto.
    Sin embargo, al poco rato, una noticia conmovió a toda la corte.
    - ¡Ha muerto la hija de Lady de Polignac!
    Oscar no podía creer lo que escuchaba.
    - ¿Cómo puede ser que haya muerto madeimoselle Charlotte?- comentó Oscar.
    André fue a averiguar.
    En breve volvió con noticias.
    - ¿Qué averiguaste, André?
    - Al parecer…se suicidó.
    Oscar se detuvo de la silla.
    - No es posible…era…la hermana menor de Rosalie…tenemos que ir a verla y decírselo.
    - Así es…nos va a necesitar mucho…

    Por su parte, Maximilien de Robespierre y su amigo Bernard Chatelet bebían aparatosamente, éste último aún más.
    - ¿Qué sucede, Bernard?
    - Es que…llevo más de dos meses sin ver a Rosalie…me parece que esa chica está ya muy lejos de mí…
    - ¿Por qué lo dices?
    - Alguien me dijo que la vio irse con un noble…seguramente alguno de ellos la compró…y ya no la veré más. ¡Malditos nobles!- dijo rompiendo una copa.
    Maximilien explicó.
    - He averiguado algunas cosas respecto a la reina. Dicen que…posiblemente tuvo algunos encuentros con un conde sueco que estaba en la corte. Al parecer se marcha pero la reputación de la reina está por los suelos.
    - Eso ya lo sabíamos. Pero créeme…no nos vamos a quedar cruzados de brazos. Vamos a seguir convenciendo a la gente con las ideas que estamos propagando…el pueblo se alzará en breve contra la reina y acabaremos con el régimen opresor de los Capeto.
    Maximilien añadió.
    - En lo que eso sucede, Bernard, bebe una copa más. A la salud de la chica Lamorlierie…
    - A su salud- respondió Bernard.
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    - ¿Cómo?- preguntó Rosalie.

    - Sí- añadió André- lo sentimos. Martin Gabrielle es el nombre de soltera de Lady de Polignac.

    La joven Lamorlierie apenas podía creerlo.
    - Esto es demasiado…es tan…insufrible.
    - Lo sentimos- dijo Oscar.- Pero es la verdad. André y yo lo pudimos comprobar. Y eso no es lo peor…nos acabamos de enterar que…Charlotte se suicidó anoche.
    - ¡No puede ser!- lloró Rosalie amargamente.- Charlotte estaba mal porque su madre le había pedido algo…
    - Al parecer- siguió André- su madre quería casarla con el conde Guiche.
    Rosalie deambulaba en la estancia.
    - Ahora entiendo, Charlotte no quería casarse…se había dado cuenta que su madre la quería vender a ese hombre…era…¡mi hermana!
    Lloró tristemente pero luego reaccionó.
    - Esa mujer pagará con su vida lo que le hizo a mi madre y a mi hermana…se los prometo.
    Oscar miró a André. Rosalie estaba muy dolida. No podía salir nada bueno de eso…


     
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    Romance/Amor
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    87
     
    Palabras:
    1892
    Cap. 41

    Polignac estaba destrozada. Pero lo que más le dolía era que no podía ya acordar el matrimonio con el conde Guiche. Mucho menos ahora que había caído de la gracia de la reina.
    Rosalie, por su parte, se esforzaba más que antes para aprender lo más que pudiera para acabar con esa mujer.
    Oscar la miró detrás de un árbol.

    - Rosalie…no te esfuerces tanto…podrías lastimarte.
    - No, Monsieur Oscar- comentó jadeante.- Lo que más me importa es conseguir que esa mujer pague por lo que le hizo a mi madre y ahora a mi hermana.
    - Tienes que ser consciente que así no podrás acabar con ella. Su poder en la corte ha cesado. Ya no podrá lastimar a nadie más.
    - Sin embargo, eso no la detendrá- observó Rosalie.- Y yo tengo mucho miedo…por usted.
    Oscar se sintió conmovida.
    - Rosalie…no debes sufrir por mí. Yo…no puedo darte lo que tú te mereces…eso debes comprenderlo.
    - Sí, ya sé que usted no me quiere…
    Oscar viró a un costado.
    - No es eso…es que sabes perfectamente que soy una mujer. Entiéndelo…¡cómo quisiera haber nacido hombre en este momento!
    Salió corriendo y encontró a André que revisaba un arma.
    - ¿Qué pasa?- preguntó mientras la miraba llorar.
    Oscar explicó.
    - Por primera vez reniego de ser mujer…
    André la miró extrañado.
    - ¿Por qué?
    - Porque…la niña más dulce del mundo me ama y no puedo corresponderle…
    André respiró hondamente.
    - Te refieres a Rosalie…
    - Así es…yo no quiero lastimarla…ella se merece un amor muy grande pero ya le he hecho ver que no puedo hacer nada por ella.
    - Tienes razón- observó André.- No puedes hacerla feliz como si fueras un hombre…pero puedes protegerla como una hermana.
    Oscar se apartó ligeramente y miró el rostro dulce de André. Qué comparación con el de Fersen. Ese rostro la alteraba y el de André la confortaba.
    - Tienes tú más razón…eso haré. La protegeré para que nadie más la dañe como antes.
    - Así se habla, Oscar…ahora…ven conmigo…vamos a cabalgar un rato.
    Oscar secó el llanto y subió a su caballo en pelo.
    - Trata de alcanzar, André.
    Corrieron a todo galope hasta el límite donde terminaba la finca de los Jarjayez.
    Se divisaba a lo lejos el palacio de Versalles.
    Oscar llegó después pero André se detuvo para dejarla llegar antes.
    Descendieron del caballo y se tendieron en el pasto, como cuando eran niños.
    - ¿Qué ves a lo lejos en esas nubes?- preguntó André.
    - Veo…tormentas…-añadió Oscar.
    André asintió.
    - Sí…yo también veo tormentas…pero si miras bien…allá a lo lejos…se observa un reino hermoso, lleno de justicia y de honor…donde no caben la envidia, el dolor, la muerte…
    Oscar sonrió.
    - Siempre tienes la virtud de mirar tan positivo que yo también puedo llegar a esa conclusión.
    André añadió.
    - Es mi forma de ver siempre las cosas, Oscar.
    Permanecieron en silencio un rato hasta que Oscar dijo:
    - No sé qué haría sin ti, André.
    El joven Grandier entrecerró los ojos guardando en lo profundo las lágrimas que se agolpaban por caer. Se contuvo y señaló:
    - Seguir adelante, Oscar…seguir adelante.
    Se metieron a bañar al río. Oscar sabía que André la protegería y no tuvo temor de entrar al río.

    André la esperó hasta que terminara.
    Pero ella lo llamó.
    - André…ven…el agua está excelente.
    André entreabrió los labios.
    - No…no está bien, Oscar.
    - ¿Por qué? No pasará nada, sabes que tú y yo no creemos en eso de las diferencias. El mal lo crea la sociedad…lo dice Rousseau…
    - ¿Leíste a Rousseau?- comentó André.
    - Claro…-sonrió Oscar.
    André sonrió. Era verdad. No podía pasar nada malo. Se amarró el corazón y se despojó de la ropa para nadar junto a ella.
    Cuando salieron se vistieron y en el camino iban canturreando una vieja canción en francés.

    Llegaron a la casa riendo a carcajada abierta.
    La abuela los regañó.
    - El general, tu padre, está en la casa y quiere hablar contigo, Oscar.
    Ella se despidió alegremente de André.
    - Ya vuelvo.
    André esperó en la caballeriza. La abuela lo reñía.
    - ¿Dónde estabas con Oscar? ¿Y por qué vienen mojados los dos?
    - Porque nadamos en el río.
    - ¿Cómo?
    - Abuela…soy un caballero y respeto con todo mi ser a Oscar. No podía ocurrir nada malo. No hagas alarde de algo que no tiene importancia.
    - André, André…no exacerbes tus deseos, hijo. Oscar siempre será tu ama…
    André suspiró hondamente.
    - Eso ya lo sé, abuela…no necesito que me lo digas.
    - ¡Muchacho insolente! ¡Ya verás!
    - Trata de alcanzarme abuela- rió el joven.
    Luego se sintió un poco culpable pero sabía dentro de él que su abuela tenía razón.

    El general estaba en la sala.
    - Oscar…¿dónde estabas?
    - Fui a dar una vuelta a caballo y a nadar en el río.
    El general Jarjayez comentó duramente:
    - Necesito que dejes de juguetear por ahí. A partir de ahora, necesito que estés más tiempo en Versalles. Sus Majestades necesitan que se les proteja aún más. Hay rumores de gente subversiva tratando de derrocar el poder de los Capeto.
    Oscar respondió.
    - Para cumplir con mi deber no necesito permanecer tanto tiempo en Versalles.
    - Es necesario, Oscar. La seguridad de los Jarjayez podría estar en riesgo si el rey no nos ve durante mucho tiempo. No debes ausentarte demasiado de la corte.
    - Si lo hice la vez anterior fue porque mi vida estuvo en riesgo, padre.
    - Lo sé, Oscar. Y por eso, André te acompañará. Ya hablaré con él respecto a lo que tiene que hacer para procurar tu seguridad.
    - Está bien, padre- señaló Oscar.
    El general se despidió.
    - Voy a mi despacho, dile a André que quiero hablar con él.

    El muchacho Grandier cepillaba el pelo de un caballo y Oscar se acercó ceremoniosa.
    - Lo lamento, André…tuve que decírselo a mi padre.
    - ¿Qué cosa?- preguntó el chico asustado.
    - Lo de hace un rato…en el lago.
    - Oscar…¿está molesto tu padre?
    - Sí…y quiere hablar contigo.
    André sudó a mares y señaló tragando saliva.
    - Lo afrontaré…
    Oscar comenzó a reír a carcajadas.
    - No seas tonto, claro que no se lo dije. Quiere hablar contigo por otra cosa.
    André sintió que le volvía el alma al cuerpo.
    - Me asustaste.
    Oscar sonrió.
    - Tranquilo, ve ahora. Son cuestiones de seguridad solamente. Quiere que pasemos más tiempo en Versalles.
    - Ya veo, por los rumores de subversión.
    - Seguramente- dijo Oscar.
    - Ya vuelvo, Oscar.

    El joven André entró a la casa y tocó la puerta del estudio.
    - Adelante.
    André entró.
    - Con su permiso, Monsieur Jarjayez.
    - Pasa, André.
    - Dígame, señor…
    El general le dijo.
    - Quiero decirte solamente que necesito que cuides a Oscar. Su vida corre peligro.
    - ¿Peligro?
    - Sí…en vista de que alguien quiere derrocar a sus Majestades, lo primero que harán será quitar de en medio al guardia personal de la reina. Es por eso que necesitas estar con ella prácticamente todo el tiempo.
    - Sí, señor- asintió el joven.
    - Te exigo que con tu vida me respondas en caso de que algo le pasara a Oscar.
    - Por supuesto, señor- insistió el muchacho.
    - Por cierto, ahora que pasó de lo Oscar…quería recompensarte por lo que hiciste por mi hija. Pídeme lo que quieras…
    - No sé qué decirle, señor…no lo hice por ningún beneficio.
    - Lo sé, pero quiero recompensarte. ¿Quieres un regalo quizás para tu novia?
    André bajó la cabeza.
    - No tengo novia…
    - No te preocupes…
    - Aunque…sí hay algo que le quiero pedir. ¿Podría pedirle que contratara a alguien que ayudara a mi abuela?
    - ¿Eso es lo que deseas?
    - Sí… mi abuela ya está grande y necesita sólo alguien a quien instruir.
    - Está bien, se hará como digas. Eres muy noble muchacho…
    - Al menos de carácter- señaló el muchacho.
    El general hizo caso omiso de su observación y lo despidió.
    - Puedes retirarte.
    André salió del estudio y encontró a un enviado.
    - ¿A quién busca?
    - Anúncieme con el general. Vengo de la casa Polignac. Mi patrona, la condesa está afuera esperando.
    André llamó al general y salió a buscar a Oscar.

    Oscar revisaba sus botas cuando André le dijo:
    - Oscar…ha venido la condesa de Polignac…
    - ¿La condesa de Polignac? ¿Y a qué?
    - No lo sé…
    Cuando entraron, la condesa estaba en la puerta y el general la hacía pasar.
    - Vengo a solicitar humildemente que me dejen llevarme…a mi hija…la hija que perdí hace tiempo…
    Oscar negó.
    - No hablará con Rosalie…
    Rosalie descendió de la escalera.
    - ¿Condesa?
    - Llámame, madre…por favor…
    Rosalie negó.
    - No…no puedo…no me pida eso…
    La condesa solicitó.
    - ¿Puedo hablar a solas con ella?
    Oscar se negaba. Pero André le dijo:
    - Será mejor que lo permitas. No podrá hacer nada estando en tu casa.
    - Está bien- dijo Oscar- hablen en el despacho.
    Rosalie y Polignac entraron.
    - ¿Qué quiere decirme? Que está arrepentida…que quiere reconocerme como hija…no se lo creería…
    - Ni yo quiero eso…sé que eres mi hija pero no puedo obligarte a verme como madre…acabo de perder a Charlotte…y no quiero perderte a ti también.
    - ¿Acaso pretende casarme con el conde Guiche para sustituir a Charlotte?
    - No digas eso…lo que quiero es que vengas conmigo…que nos conozcamos…
    Rosalie negó.
    - Yo no quiero ir con usted…aquí estoy bien con Monsieur Oscar.
    - Según veo…te interesa mucho esa muchacha.
    - Es como una hermana para mí.
    La condesa respondió.
    - Bien…si de veras la quieres…tienes que venir conmigo…porque si no lo haces…Monsieur Oscar puede sufrir…mucho…
    Rosalie entornó los ojos.
    - Ya sabía que de usted no podía venir nada bueno…sin embargo…iré con usted…
    - Sabía que entenderías- dijo la condesa.
    Ambas salieron. La condesa habló primero.
    - Rosalie ha condescendido venir conmigo…quiere que recuperemos el tiempo perdido, ¿no es así, Rosalie?
    Ella calló y luego dijo:
    - Sí…
    Oscar movió la cabeza.
    - No, Rosalie…tú no quieres ir con ella.
    - Sí, Monsieur Oscar. Quiero convivir con mi madre…
    - Se irá ahora mismo. Que preparen tu maleta para que partas inmediatamente.
    Oscar habló con Rosalie.
    - Por favor, no puedes irte con ella.
    - Eso es lo que quiero, Monsieur Oscar.
    La joven subió, hizo su maleta entre lágrimas y bajó con celeridad. Luego subió al carruaje de esa mujer. Oscar la abrazó.
    - Si quieres volver…esta es tu casa…
    - Gracias- señaló Rosalie sollozando.
    André también la abrazó.
    - Cuídate mucho, Rosalie…estaremos esperándote.
    La chica partió en el carruaje.

    Oscar lloró.
    - No pude evitar que se fuera…esto no está bien, André.
    Se abrazó a su amigo. André la apretó contra su corazón.
    - No te preocupes, Oscar…la volveremos a ver muy pronto…
     
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    Andrea Sparrow

    Andrea Sparrow Usuario común

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    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Lumiére et nuit [Finalizado]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
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    2626
    Cap. 42

    Oscar fue a cenar a la mesa. André fue a servir y dijo a Oscar en voz baja.
    - Estaré en el estudio más tarde.
    Oscar asintió. Se levantó temprano de la mesa. Quería conversar con André.
    Sus pasos la llevaron hasta el estudio. Tocó la puerta.
    - Adelante…
    Oscar entró cerrando la puerta suavemente.
    André rió.
    - ¿Por qué tocaste? Podías haber entrado sin llamar.
    - Eso no es correcto, aunque se trate de mi casa.
    - Tú siempre haciendo bien las cosas, Oscar.
    La muchacha bromeó con André.
    - ¿Te asustaste, verdad?
    - No exactamente- respondió el joven Grandier. – Lo que pasa es que con tu padre, uno nunca sabe cómo va a reaccionar.
    - Ya veo…pero si mi padre sería incapaz de pensar mal de ti, André.
    El muchacho desvió la conversación.
    - ¿Y a todo esto, hay algún fundamento para que se preocupen tanto por la reina?
    - Según mi padre, sí lo hay.- señaló Oscar.- Al parecer, hay intrigas ocultas en el palacio que están tratando de desprestigiar a la reina. Y eso es problemático por los grupo rebeldes podrían generar algún conato de descontento.
    André suspiró hondamente y se llevó las manos a la cabeza.
    - Pues…no lo sé pero…empiezo a sospechar que esos grupos tienen razón en lo que dicen.
    - ¿Por qué piensas eso?- replicó Oscar.
    - Sólo hay que pararse dos segundos en las calles de París, Oscar- explicó André.- Niños mal comidos, gente mendigando…no vamos muy lejos, ¿recuerdas cómo encontraste a Rosalie cuando la conocimos?
    - Es cierto- añadió Oscar, comprensivamente.- Rosalie estaba a punto de prostituirse por algo de pan. Pero sólo tenemos que hacerle comprender a la reina que la gente está mal y que no debe poner en peligro su status porque atraerá la desgracia a su pueblo.
    - Así es, pero…¿crees tú saber cuál es la razón de su forma de actuar?
    - Sí que lo sé…- añadió Oscar con seguridad.
    Estuvieron jugando ajedrez un rato. André buscaba en los ojos de Oscar esa luz diáfana que alegraba sus horas. Un rayo de luz de la lámpara se reflejó en sus dorados cabellos. Él suspiró.
    - ¿Te ocurre algo, André?- preguntó Oscar.
    - Nada exactamente…es que…me preguntaba cómo está Rosalie ahora…
    Oscar se perdió un segundo en sus recuerdos. ¡Cómo le costaba reconocer que la chica estaba interesada en ella, sin hacer caso a su verdadera naturaleza!
    Y trajo a su mente la última conversación sobre sí misma.
    “ – Rosalie…¿perdonarás a Madame Polignac?
    - No podría, Monsieur Oscar. Esa mujer nos hizo mucho daño.
    - Entiendo pero…es tu madre a fin de cuentas.
    - Lo sé- estableció Rosalie- pero…para mí la única madre que he tenido era Madame Lamorlierie…
    - ¿Has pensado en hablar con ella respecto al por qué te entregó?
    - No lo sé…ni me interesa…
    Oscar insistió.
    - Si fuera tú, la escucharía. Recuerda que madeimoselle Charlotte es tu hermana y eso debería animarte a conocer su pasado.
    - No es momento para eso, Monsieur Oscar. Yo no quiero irme de aquí nunca.
    La coronel movió la cabeza.
    - Rosalie…tienes que ser razonable. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras pero no olvides que soy una mujer…”
    André la interrumpió.
    - ¿Qué te dijo Rosalie?
    - Que…ella no quería irse.
    - No comprendo qué la motivo a marcharse de aquí.
    - Polignac es impositiva. Y seguramente la obligó con algún sucio comentario. Sobre todo, pensando en que, como madeimoselle Charlotte ya no está, ella puede sustituirla.
    El joven Grandier siguió.
    - Supe que no habrá exequias para ella…
    - Sí…todos consideran pecado grave el que se haya quitado la vida.
    - Así es…ojalá encuentre descanso…
    Oscar se fue a dormir.
    - ¿Ya a descansar?
    - Sí, André. Tú también deberías. Sé que estar en Versalles no será sencillo, será más bien más de lo mismo. Pero…es necesario. Además, mañana quiero hablar con su Majestad.
    Oscar salió hacia su habitación.

    André se quedó pensando en lo que había hablado con Rosalie respecto a Oscar:
    “- ¿Por qué lloras, Rosalie?
    - Porque…ella no me ama.
    - Ni lo hará…el corazón de Oscar pertenece a alguien más…
    - ¿A alguien más?
    - Sí…-susurró André.
    Rosalie añadió.
    - Supongo que a la reina…
    - Te equivocas…sabes que ella no es…
    - ¿Entonces?
    - No puedo revelarte su nombre…pero…se trata de otro hombre. Tú no debes sufrir por ella, Rosalie. Tú eres joven y un día te enamorarás de un hombre y te casarás. Pero yo…
    Rosalie recordó que André le había hablado de sus sentimientos hacia Oscar.
    - Es cierto…tú me lo contaste.
    - Así es…he pasado años tratando de que se dé cuenta de mi amor pero es un imposible…-soltó André”

    Tras despertar de su sueño, se llenó de una ira mal contenida y barrió con la mano las piezas del ajedrez.
    - ¡Esto es tan insufrible!

    Madame de Polignac estaba dolorida por lo sucedido con su hija.
    Rosalie seguía preocupada por Charlotte y por Oscar.
    La mujer se le acercó y ella apartó bruscamente su mano.
    - ¿Qué quiere?
    - Nada…sólo hablar contigo…
    - Yo no tengo nada de qué hablar.
    - Pero yo sí- insistió la condesa.- Tienes que saber quién era cuando te dejé…
    Rosalie recordó lo que Oscar le aconsejara.
    - Está bien…la escucho…
    - Hace años…cuando yo era aún una jovencita, me enamoré de un duque de la casa Valois…el duque de Saint Remy…lo amaba con locura y él…me sedujo…
    - ¿Valois?
    - Sí…tú eres hija del desaparecido duque Valois…ese hombre me requirió de amores…yo caí…seguí estando con ella pero…el duque era casado…
    Rosalie no dijo palabra.
    - Y no sólo eso…tenía relaciones con una chica de su servicio apellidada Lamorlierie…
    - ¿Mi madre?
    - La mujer que te crió- dijo Polignac secamente.-Yo soy tu madre…
    - No…usted no lo es…
    - Déjame terminar…la muchacha Lamorlierie tenía amoríos con él…al parecer a ella la tomaba mucho más en serio…al punto de pensar en casarse con ella para dejar a su mujer. Sin embargo, no pudo hacerlo porque al morir el duque su mujer la echó de la casa.
    - ¿Y yo?
    - Yo era una muchacha sola…no tenía forma de defenderme. Cuando Lamorlierie se dio cuenta de lo que el duque había hecho conmigo, dejándome embarazada, sintió compasión por mí y se quedó contigo…ella después se casó con otro hombre y nació tu hermana Jeanne…
    - Entonces…ella no es hija del conde.
    Polignac asintió.
    - No…
    Rosalie sintió desvanecerse. Polignac le explicó.
    - Es momento de que olvides ese amargo pasado de una vez y vivas conmigo como lo que eres…mi hija.
    - No me pida nada por ahora, señora- dijo marchando a su habitación.- Devuélvame a mi hermana Charlotte y tal vez hablaremos…
    Rosalie se fue a dormir tras llorar un buen rato.


    Oscar fue con André a Versalles pero se dio cuenta de que Fersen aún no se iba.
    Notó que la reina lo miraba especialmente.
    Oscar dijo a André.
    - ¿Por qué no se habrá ido aún Fersen?
    - No comprendo.
    Luego escuchó rumores de que el conde no se casaría en próximas fechas.
    Se mantuvo un rato junto a la reina. Luego marchó hacia un rincón del palacio y habló con Fersen.
    - ¿Qué ocurrió?
    - Nada…
    - Escuché que rompiste tu compromiso con la hija de Necker.
    Fersen explicó.
    - Así es…
    - ¿Se puede saber por qué?
    Fersen relató su encuentro con María Antonieta:
    [​IMG]
    - La vi por casualidad en los jardines. Me preguntó sobre mi compromiso y por el viaje. Le dije que me iría pero en cuanto el coronel La Fayette se repusiera de su indisposición física. Cuando la encontré a solas, sentí que mi alma se rompería en pedazos. Ella dijo que…me deseaba mil parabienes…y que mi viaje fuera provechoso…yo no pude hablar…traté de no llorar, la miré a los ojos y ella estalló diciéndome que, por un instante, me olvidara de que es la reina…y me declaró que me amaba…
    Oscar apretó los puños sintiendo un nudo en su garganta.
    - Yo le dije que la amo con toda mi alma…que no me importaría morir si es necesario…que no voy a casarme nunca, aunque parezca antinatural.
    Oscar reprimió las lágrimas.
    - Así que…si no es con ella…no será con nadie.
    - Así es- respondió Fersen firmemente.
    - Bien…si así lo has decidido.
    - Sí, Oscar, así será. Ninguna mujer logrará nunca hacerme olvidar a la reina.
    Sin embargo, Oscar vio las cosas con más frialdad.
    - Hans…tienes que pensar en algo más.
    - ¿En qué, Oscar?
    - Tú dices amarla…pero…tu presencia lo que hace es mortificarla más. Hay que acallar las voces que dicen que entre tú y ella hay algo más. Podría haber incluso un desastre para ella si los rumores continúan.
    Fersen añadió.
    - Entonces…tomaré cartas en el asunto. Sin embargo, ahora conoces mi postura, Oscar.
    Oscar añadió.
    - Sí, Fersen, ahora ya sé que ambos se aman pero que su amor…es un imposible.
    Fersen se quedó serio. Sabía que Oscar tenía toda la razón del mundo.
    [​IMG]
    Momentos después, Oscar pidió a André.
    - Solicita a la reina una audiencia con Oscar François Jarjayez.
    - Qué formal, Oscar.
    - Es necesario, André.
    El joven Grandier estaba desconcertado pero accedió.
    Esperó a Oscar afuera, mientras hablaba con la reina.

    María Antonieta la recibió cordialmente.
    - Adelante, Oscar.
    - Majestad…he venido a decirle algo que…quizás pueda incomodarla y atraer sobre mí un castigo.
    - ¿De qué se trata, Oscar?
    - Es que…tengo que decirle que…debe tomar las riendas de su vida como se debe.
    La reina se preocupó.
    - ¿A qué viene eso, Oscar?
    - A que…es necesario que recapacite y que se olvide que es mujer, por el bien del pueblo francés.
    María Antonieta se puso de pie y a espaldas de Oscar dijo.
    - Incluso tú…
    - ¿Yo?
    - Sí…incluso tú, que eres mujer…no eres capaz de comprender lo que una mujer siente…
    Oscar sintió un aguijón que traspasaba su corazón.
    - Lo que una mujer siente…
    - Sí, tú debes de entender mejor que nadie…amo a Fersen con toda mi alma…es el que le da felicidad a este mundo…¿no lo entiendes? No hay nada alrededor de mí que sea más fuerte que mi amor por él.
    - Pero, Majestad…debe comprender. Incluso su amor, puro y limpio, puede verse entorpecido por los rumores. No puede dejar que esto la desacredite delante de su pueblo. Lo tomarían como una ofensa a Dios y a la gente.
    - ¿Entonces, Oscar? ¿Debo olvidarme de mis sentimientos?
    - Debe guardarlos en el fondo de su ser, Majestad.
    - Su Majestad, el rey, es bueno, noble y afable…pero…¡no puedo amarlo!- exclamó la reina.
    Oscar trató de hacerla entrar en razón.
    - Lamento que se sienta así…pero…es necesario…debe comprender que sería desastroso para todos que los rumores continuaran…castígueme si quiere pero…no siga con esto, por favor…
    María Antonieta parecía no comprender pero dijo a Oscar.
    - Lo pensaré, Oscar…lo pensaré.
    Oscar se retiró.
    André le preguntó.
    - ¿Qué te dijo?
    - Al parecer no comprende pero…si sabe lo que debe hacer, lo entenderá. Vámonos…
    Cuando iban de vuelta a la casa, André insistió.
    - Te veo mal…
    - Lo estoy…Fersen no se ha marchado. Supongo que lo hará en estos días.
    André comentó.
    - Lo hará, lo sé…es inteligente…y ama a la reina.
    Oscar preguntó.
    - Podrás ayudarme a cuidar de ella…
    André sonrió. Lo que menos le importaba era cuidar de la reina como cuidar de Oscar.
    André marchó a su habitación un rato.
    - Si me necesitas sólo llámame.
    Fue a la cocina y ahí su abuela le dijo:
    - ¿Cómo va todo?
    - Bien- sonrió André.- Fersen se irá pronto.
    - No te alegres mucho…el que él se vaya no es garantía de que no volverá ni que ella piense en ti.
    - No me importa…sólo quisiera que él no estuviera cerca. No estando él, será más fácil que ella lo olvide.
    - Hijo…no te hagas ilusiones. Debes pensar que ella nunca te corresponderá. Además, mi niña sólo piensa en agradar a la reina. Ese es su trabajo y su labor.
    André se quedó serio.
    - Daría mi vida porque ella un día pudiera ser más lo que es: una mujer…
    Fue a su habitación y ahí permaneció un rato leyendo.

    La noche llegó. Oscar se preparaba para salir. Tocó ligeramente la puerta de la habitación de André.
    - ¿Oscar, vas a salir?
    - Sí, vengo a decirte que te duermas, que vendré tarde.
    - Pero…¿a dónde vas?
    - Al baile de su Majestad. Recuerda que tengo que cuidarla.
    André insistió.
    - Déjame acompañarte. No quiero nada más que cuidar también de ella.
    - Se me olvidaba…está bien, ven conmigo.
    Juntos marcharon a Versalles. La reina necesitaba que cuidaran de ella.
    Cuando iban de camino a la corte, Oscar le dijo a André.
    - Las cosas están mal, André. ¿Sabes qué encontré entre la gente de la guardia?
    - ¿Qué cosa?
    - Un material obsceno que ponía a la reina como una cualquiera teniendo amores ilegales con un “conde sueco”. ¿Te das cuenta?
    - Eso es terrible- comentó André.
    - No te preocupes, que a quien sorprenda compartiendo o leyendo y aún más, propagando este material, lo encerraré…ya verás…
    André comprendió que la situación de María Antonieta era complicada.
    Y más complicada sería de acuerdo con lo que Jeanne Valois se encargaba de hacer.
    [​IMG]
    El cardenal de Rohan visitó de nuevo a Jeanne.
    - Lady Jeanne…es inconcebible. He mandado cientos de cartas y la reina no hace caso de lo que le digo. No me quiere ver…¿se puede saber qué está pasando?
    - No se preocupe, Monsieur Rohan. Lo que pasa es que…con lo que se dice de ella, no puede darse el lujo de aceptar insinuaciones de cualquier hombre.
    - Entiendo- dijo Rohan.- Entonces, ¿tengo esperanza?
    - No voy muy lejos…mire…
    Le mostró una carta al parecer escrita de puño y letra de la reina.
    - Es verdad…es el sello real…es de su Majestad.
    - ¿Lo ve? Ahora…sólo debe leerla y…hacerle regalos que la halaguen y tranquilicen.
    - Eso haré- dijo Rohan.
    - Ah…por cierto, Monsieur…ella me pidió que si podía…adelantarle, en calidad de préstamo, claro, 50 000 francos para sus gastos.
    - Por supuesto- respondió Rohan.- Hoy mismo los tendrá.
    - Gracias, Monsieur. La reina sabrá devolverle sus atenciones- sonrió Jeanne.
    Cuando él se marchó, Nicolás repuso.
    - Jeanne…creo que deberíamos…detenernos.
    - No seas pusilánime, Nicolás…no he de parar hasta que consiga que la reina me permita entrar en la corte y de paso, sacarle a este idiota todo el oro que pueda…
     
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    Andrea Sparrow

    Andrea Sparrow Usuario común

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    Escritora
    Título:
    Lumiére et nuit [Finalizado]
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    87
     
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    1738
    Cap. 43

    - ¿Puedo saber por qué vienes tan formal hoy?- insistió André, observando que Oscar iba vestida en su traje de gala.
    - Se trata de una reunión formal, André. Habrá un baile de honor y habrá muchas mujeres de la corte que irán para tratar de poner en evidencia a la reina. Tengo que saber si Fersen estará ahí.
    André no estaba de acuerdo con lo que estaba haciendo.
    - ¿Crees que sea lo recomendable?
    - Ya verás que sí, André. ¿No te duele que la gente esté mancillando la reputación de la reina?
    - Por supuesto- aclaró André, aunque internamente bien sabía que no era la reina quien le preocupaba.
    Avanzaron a caballo hasta llegar a Versalles.
    Ahí, las mujeres murmuraban entre sí.
    - ¿Creen que sea tan evidente María Antonieta como para dejarse ver con el conde sueco?
    - Lo dudo. Dicen que el conde se va de Francia en unos días.
    - Pues yo sigo creyendo que la reina sí tuvo algo que ver con el conde Fersen.
    - Ya se verá.
    Las mujeres callaron cuando vieron llegar a Oscar con André.
    - ¡Qué guapos se ven ellos dos!
    Algunas mujeres estaban interesadas en André.
    - ¿Por qué no vas a atender a esas damas, André?
    - En un rato. Ahora quiero asegurarme que no te meterás en problemas.
    Oscar sonrió.
    - No seas niño- respondió la coronel.- Mira…ahora mismo sabrás lo que tenía en mente.
    Oscar Jarjayez se adelantó.
    Avanzó hacia donde estaba la reina y la solicitó para bailar.
    - ¿Me concede este baile, su Majestad?
    María Antonieta sonrió complacida.
    - Oscar…me alegra tanto verte.
    - Majestad, soy yo quien se siente honrada con estar aquí.
    La tomó de la mano y la condujo hasta el centro del salón.
    Estando ahí, abrieron el baile de honor.
    El resto de las damas observaban asombradas.
    - ¿Se dieron cuenta que bien se ven las dos?
    - Sí…quizás no es cierto lo que se decía de ella.
    - Es verdad…no se ve por aquí al conde sueco.
    - Tal vez era mentira todo lo que sacaron a la luz. Nos mintieron.
    Polignac se paseaba en el salón como león enjaulado. Miró despectivamente a Oscar, lamentándose de que su influencia en la reina había disminuido notablemente.
    Esperaba que las damas de la corte hicieran algún gesto para saludarla pero todas le volvieron la espalda.
    No lejos de ahí estaba Rosalie, tratando de acercarse a Oscar. Pero verla tan contenta bailando con María Antonieta la turbó y decidió marchar a un saloncito.
    André se dio cuenta de que Rosalie se sentía triste por sus sentimientos y se acercó a saludarla.
    - ¿Rosalie?
    La joven miró a André. Lo saludó cordialmente.
    - Has venido, André.
    - Sí…¿buscabas a Oscar? Está bailando con María Antonieta.
    - Se ven tan bien las dos…
    - Sabes perfectamente que el interés de Oscar es solamente de cuidarla. Hasta hace poco la reputación de la reina ha quedado por los suelos.
    - Sí…he sabido lo de sus amoríos con el conde sueco.
    André respondió.
    - ¿Quieres que te diga algo? Todo lo que se dice es mentira. Te lo puedo afirmar, puesto que he pasado mucho tiempo a lado de Oscar y sé que ella no ha hecho nada inconveniente.
    Rosalie comentó:
    - La verdad es algo que realmente no me interesa…se dicen tantas cosas de ella. Lo que me preocupa es que Oscar tenga que ver con ella…
    - Por Oscar no te preocupes. Ella bien sabe lo que hace. Dime…¿cómo te va con Polignac?
    La joven Lamorlierie respondió:
    - No muy bien…la verdad no me siento nada bien- respondió Rosalie.
    Oscar llegó entonces.
    - ¿Rosalie?
    - Monsieur Oscar.
    La joven Jarjayez la abrazó fuertemente.
    - ¿Qué te hizo decidirte a venir?
    - He venido con ella…con esa mujer. Pero no me siento a gusto.
    - Puedes volver a la casa cuando quieras…-repuso Oscar.
    - ¿De verdad?
    - Por supuesto. Puedes hablar con esa mujer y decirle que no quieres vivir en su casa.
    - Eso haré. Cada día me siento como una gran traidora por la muerte de mi madre, pero primero quiero averiguar algunas cosas respecto a mi hermana Jeanne.
    Oscar comentó.
    - Por lo que sé, esa mujer casi no ha sido llamada a la corte.
    - Quizás pero…es mi hermana y tengo que saber qué está haciendo.
    - Aquí no la vas a encontrar- aseveró Oscar.
    Un sirviente avisó a Oscar.
    - Monsieur Oscar- refirió- su Majestad la llama.
    Oscar dijo:
    - Ya vuelvo. Voy a atender a la reina. Ya vuelvo.
    André repuso.
    - Te acompaño.
    - No ahora, André. Espérame, por favor.
    Oscar salió hacia la habitación de María Antonieta.
    - ¿Qué deseabais, Majestad?
    - Oscar…necesito que envíes este mensaje para Fersen.
    Para la coronel fue un duro golpe.
    - No se preocupe, Majestad…yo me haré cargo de todo. Nadie sabrá de qué se trata.
    Oscar salió del palacio con sumo sigilo.
    André notó que saldría.
    - ¿A dónde vas, Oscar?
    - Voy a salir, André…voy a hacer un encargo de suma importancia.
    André la detuvo un momento.
    - Pero es muy tarde…está por caer una tormenta.
    - No te preocupes, todo estará bien.
    El joven Grandier le preguntó:
    - Dime…¿vas a ir a ver a Fersen?
    Oscar asintió.
    - Necesito hacerlo. Ella me lo ha pedido.
    André le pidió.
    - No deberías…
    - Claro que debo…es mi obligación.
    El muchacho insistía.
    - Déjame ir contigo.
    Oscar negó.
    - Por favor…no lo intentes, André. Tengo que ir yo sola.
    André asintió.
    - Te estaré esperando en la casa…
    - Está bien, André. Te prometo no tardar.
    El joven la dejó marchar y la ayudó para que pudiera salir sin que nadie se diera cuenta.

    Ya afuera, Oscar le pidió.
    - ¿Puedes cubrirme con todos?
    - Por supuesto…¿y si tu padre pregunta por ti?
    - Sólo dile que tuve que hacer algo urgente de la guardia.
    - Está bien…espero no quedarte mal.
    - No podrías…siempre lo haces bien…
    Oscar obligó al caballo a correr a toda prisa.

    André regresó. Rosalie le preguntó.
    - ¿Dónde está Monsieur Oscar?
    - Tuvo que realizar un encargo…no tardará.

    Entre tanto, Bernard Chatelet releía el material que se había publicado.
    - Yo sé quién fue el culpable de esto…-sugirió.
    Robespierre le comentó.
    - ¿De verdad?
    - Sí…pero es un material realmente deleznable. Los problemas de Francia no se van a resolver ventilando los desvíos amorosos de la corona. Se resuelven debilitando las facultades de los reyes y dándole mayores poderes a la Cámara.
    - Bernard, eso pronto sucederá, pero por ahora saca un buen reportaje que sea capaz de bloquear esa información tan horrible.
    - ¿A ti también te lo parece, Maximilien?- preguntó Chatelet.- Me alegro que sea así. Con esto no vamos a conseguir nada.
    - Pero déjame decirte que de igual forma, es necesario que se sepa este escándalo para debilitar a la reina.
    Bernard replicó.
    - Lo sé…pero yo detesto utilizar el honor de una dama para debilitar el poder…
    Maximilien añadió.
    - Ya sé a quién te refieres.
    - No sabes…esa chica, Lamorlierie…ya no la he vuelto a ver, supongo que su vida ha cambiado del todo ahora que es una dama de sociedad.
    Chatelet se veía triste. Había sido difícil para él darse cuenta que Rosalie quizás no era mujer para él.

    Oscar corrió a la casa de Fersen a caballo.
    La tormenta la alcanzó. Cuando llegó a las puertas de la mansión del conde jadeaba y apenas pudo descender del caballo.
    - ¡Monsieur Oscar!- dijo un mozo de la casa.
    - Avísale al conde que Oscar Jarjayez está aquí.
    - Claro, Monsieur, pase inmediatamente.
    Oscar entró bañada por la lluvia. Fersen llegó hasta la puerta.
    - ¡Oscar! ¡Pasa, por favor! ¡Estás empapada!
    La joven entró con dificultad.
    - Por favor, Oscar…¿por qué has venido así, sola?
    - Ella me trajo un recado para ti.
    Le ordenó un cambio de ropa y la hizo pasar.
    - Ella insistió en que viniera.
    - Te lo agradezco mucho.
    - ¿Cuándo te vas?
    - Mañana temprano…no quise ir al baile para no tener que verla, porque ya me despedí.
    - Hiciste bien…yo traté de evitar las habladurías. Si tú te vas por ahora, ya no habrá más riesgos para ella por ahora.
    Fersen respondió.
    - Eso es lo que más deseo…
    Oscar se cambió de ropa en una de las habitaciones. Sabía que Fersen era un caballero y trató de no permanecer mucho tiempo en la casa.
    Era ya tarde y el pecho de Oscar se quebraba por la tos.
    - Deberías quedarte…
    - No…me estará esperando André en la casa.
    Fersen estaba un tanto extrañado.
    - Pero no ha dejado de llover.
    - No te preocupes, André tendrá algo para que me cambie.
    - Con mucho cuidado…ahora sí, me despido.
    Se dieron un ligero abrazo y Oscar decidió subir al caballo y volver lo más pronto posible.
    Tenía temor de que su padre estuviera preocupado. Como realmente sucedió.

    En Versalles…
    - ¿Ya se fue Oscar?-preguntó a uno de sus soldados.
    - Sí, general- refirió el muchacho.
    El general Jarjayez se marchó.
    André había marchado antes pero no había podido llegar a la casa antes que el general.
    - Tengo que alcanzarla antes de que llegue a la casa.
    Corrió en su caballo lo más rápido que pudo.
    Oscar se detuvo en un bosque. El caballo se asustó y no quiso continuar.
    André la encontró de camino y corrió a auxiliarla.
    - André…
    - Ven…tienes que regresar a la casa- respondió levantándola.
    La subió al caballo. Él mismo se subió a otro mientras arreaba a su propio caballo.
    Llegaron a la casa. La nana los recibió enseguida.
    - ¡André! mon dieu…¿qué sucedió?
    - Nada nana, dime, ¿no ha llegado el general?
    - No, todavía no.
    - Esto es providencial. Ayúdame a llevarla a su recámara.
    La abuela Grandier la llevó ayudada de André.
    Ya en su habitación, André le preguntó.
    - ¿Por qué te arriesgaste?
    - Tenía que hacerlo…no podía decepcionarla.
    - Te enfermarás.
    - No te preocupes…estaré bien…gracias, André…siempre estás ahí para ayudarme.
    El joven sonrió. Pero por dentro su corazón estaba totalmente roto.
     
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    Andrea Sparrow

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    Lumiére et nuit [Finalizado]
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    Cap. 44

    Oscar se quedó dormida un rato. Su piel estaba fría y su respiración era entrecortada. La nana la había ayudado a cambiarse antes de que su padre llegara.
    Cuando Oscar despertó, André todavía estaba allí. Había tomado su mano débilmente y la sintió muy lábil. Intentó besarla pero se arrepintió.
    - No…no puedo- se dijo interiormente.- No es correcto…
    La acomodó de nueva cuenta bajo las mantas. Oscar despertó.
    - André…¿todavía aquí?
    - Quiero asegurarme que estás bien.
    - ¿Sabes si ya llegó mi padre?
    - Creo que sí, pero lo está atendiendo la abuela. Supongo que le está explicando que te sientes mal.
    - No quiero que se moleste.
    - Oscar, tu padre debe entender que no te sientes bien…insisto…no debiste salir así.
    Oscar respondió.
    - Ella quería que le llevara el mensaje.
    - Tenías que haber enviado a alguien más.
    - No…tenía que ser yo. Así evitaba cualquier confusión. La reina ha sido demasiado criticada y sin razón fundamentada. Y tú lo sabes.
    - Sí, lo sé…tal vez hiciste bien. Creo que yo no debería juzgarte.
    Oscar miró con dulzura a su amigo.
    - Lo siento, André…sé que te preocupas demasiado por mí pero créeme…comprendo mi misión. Debo protegerla de todo. Además, ahora que Fersen se va, la calma volverá a Versalles. Polignac dejará de tener influencia en la corte y estoy segura que María Antonieta comprende que no debe seguir poniendo atención en ella. Yo me encargaré de que ella no se deje influenciar por Lady de Polignac.
    - Me alegro, Oscar. Pero ahora descansa. Voy a bajar a ver a tu padre. Tú no te preocupes por nada.
    Oscar volvió a entrecerrar los ojos.
    Cuando bajó, el general le preguntó.
    - ¿Cómo está Oscar?
    - Mejor. Sólo se siente un poco resfriada.
    - ¿Qué fue lo que la impulsó a salir así?
    - Su Majestad estaba en peligro. Ya sabe, los que están escribiendo cosas contrarias a la reina hacen de las suyas. Y ella sólo quiere proteger a su Majestad.
    El general asintió.
    - Así es…conoce su deber. Te agradezco que la ayudes tanto, André.
    - No es nada, Monsieur. Sabe que estoy para protegerla.
    El general Jarjayez estaba de acuerdo. Sin embargo, un ligero pensamiento cruzó por su cabeza y luego lo descartó por completo.
    La nana comentó.
    - Mi niña está descansando. ¿Quiere tomar algo, señor?
    - No, madame Grandier. Voy a ver a mi esposa y me voy a descansar. Si necesita algo Oscar, atiéndela por favor.
    La abuela asintió.
    Fue a la cocina y ahí encontró a André bebiendo un té.
    - Hijo…deberías irte a dormir.
    - No tengo sueño- respondió el joven Grandier. – Quiero estar aquí un rato, abuela.
    - Te entiendo. Dime, ¿estas triste, cierto?
    André apretó los puños.
    - Quisiera decirte que no…pero así es. La verdad es que me dolió mucho que fuera a ver a Fersen. No es ella quien le preocupa nada más. Quería volver a Fersen aunque fuera por última vez.
    - No deberías juzgarla duramente. Ella no tiene la culpa de haberse enamorado de él.
    - Yo tampoco tengo la culpa de amarla como lo hago. Pero sé que no puedo aspirar a ella aunque Oscar me amara. Déjame vencer mi frustración, abuela. Es más, me gustaría poder beber una copa de buen cognac.
    - No seas egoísta, André. Debes pensar que todo lo que haces lo haces por amor a ella. No pienses sólo en ti. ¿O crees que bebiendo vas a olvidarla?
    - Sé que no…aunque se tratara de otra mujer, tampoco la olvidaría. Ese es mi martirio, abuela…
    El muchacho se recostó a llorar en la mesa. Su abuela sólo atinó a acariciar la negra cabellera de su nieto.

    En tanto, Bernard releía los escritos que habían emitido respecto a la reina.
    - Ya podían dejar de comerciar con esta basura.
    - ¿Pudiste ver a quien se encarga de hacerlo?
    - Sé quien la escribe, pero quien la comercia es algo que no me interesa.
    - ¿Y quién se encargó de escribir tan bello material?
    Bernard sonrió contra su voluntad.
    - Alguien…una persona que conozco y a quien muy a mi pesar admiro a pesar de todo.
    - ¿Puedo conocerlo?
    - No, Maximilien…todavía no. Ahora lo que quiero es escribir un manifiesto para que la gente haga algo para acabar con las injusticias. Los Comunes deben reunirse con mayor regularidad. La voluntad del rey es muy débil. Un hombre así no sirve como gobernante.
    - Así es, Bernard. Esperemos que pronto el rey se dé cuenta de lo que no está haciendo por el pueblo de Francia.

    Fersen se había marchado. María Antonieta no había reparado en la salud de Oscar, pero sí le pareció un poco raro que no estuviera a primera hora en la corte.
    - Por favor, coronel. Si ve a Oscar, dígale que venga a verme.
    - Sí, Majestad- respondió aquel hombre.
    El rey se reunió con ella aquella mañana.
    - ¿Lista para la audiencia, mi señora?
    La reina se inclinó ante él.
    - Lista, su Majestad.
    - Hoy compartiremos audiencia. Me alegra poder reunirme esta mañana con usted.
    La reina lo miró. Sabía que aquel hombre era su esposo y siempre lo sería. Le parecía alguien tan educado y tan importante pero no podía quererlo como a Fersen. Y sin embargo, quería cumplir con él en todos los sentidos.
    La audiencia se desarrolló algo lenta. Pero en todo momento la reina tuvo la disposición necesaria para atender a sus ciudadanos.
    La gente que salió de la corte se reunió en la cámara. De ahí surgieron voces diciendo:
    - El rey se ve más seguro. Al parecer, la reina se ha dado cuenta de su lugar en la corte.
    - Creo que es una mujer tan bella como inteligente- respondió otro.- Tal vez las cosas mejoren.
    - Yo también pienso lo mismo- añadió un tercero.- La reina por fin ha entendido que el pueblo francés no necesita de sus escándalos.
    Sólo que estaban lejos de ver por fin realizados sus ideales.
    Bernard miró con tristeza hacia la casa donde ahora vivía la joven Lamorlierie.
    Ésta salió en un carruaje con el pensamiento puesto en Oscar, cuando el lodo ensució los pantalones de Bernard.
    La joven pidió que parara el carruaje.
    - Perdóneme- dijo.
    Bernard respondió.
    - No tenga cuidado…-de pronto se volvió hacia la joven que había descendido del carro.
    La miró con tristeza y amor pero también con decepción.
    - Madeimoselle Lamorlierie- dijo haciendo una reverencia.- Disculpe a este pobre ciudadano que la ha mirado.
    - No diga eso, Bernard…yo…
    - No, yo lo lamento. Creí que usted era diferente. Pensé que era una muchacha decente, pobre pero decente. Veo que su pobre madre ahora moriría de vergüenza si la viera así.
    - Bernard, no tiene derecho de hablarme así.
    - Claro, porque usted es una noble y yo un plebeyo. Lo lamento. Y por el pantalón no se preocupe. Las manchas se lavan. Pero la decepción seguirá por siempre.
    Rosalie volvió al carruaje pero las palabras de Bernard habían lastimado su corazón.

    Oscar se arregló para ir a Versalles.
    André ya estaba listo.
    - Pensé que no dejarías pasar la oportunidad de ir a Versalles.
    - Me conoces bien. Tengo que preparar a la guardia. Entrarán en entrenamiento mañana mismo.
    - ¿Y también De la Motte?
    - No lo sé…a ese hombre no sé dónde colocarlo.
    - Es un desastre- señaló André.
    Oscar señaló.
    - Gracias de nuevo, André. Si no me hubieras encontrado, habría quedado en el lodo y mi padre se habría enfadado.
    - No te preocupes, intuí que algo así podía ocurrir.
    - No sé qué haría si no estuvieras así, a mi lado.
    - No digas eso…no pasa nada, incluso si muriera…
    Pero la coronel se acercó y le dio una bofetada.
    - Nunca vuelvas a decir eso, André…-señaló con lágrimas en los ojos y la mano temblando de una angustia mal contenida.
    André se tocó la mejilla y por respuesta le dio un beso a Oscar en los labios. Ella se apartó.
    El joven le pidió disculpas.
    - Perdón, no sabía lo que hacía…discúlpame.
    - No ocurre nada, André. Sólo…no lo vuelvas a hacer. Vámonos ya…
    André se sintió mal por haberlo hecho contra la voluntad de Oscar.
    - Ojalá un día pudieras aceptar mis besos…sé que por ahora no te dicen nada pero…quizás un día…-pensó.
    El día transcurrió sin muchas preocupaciones.
    La reina recibió la visita de Oscar.
    - Qué bueno que estás aquí, Oscar.
    - Su Majestad. Disculpe que haya venido hasta ahora.
    - No digas más, no te preocupes. Comprendo lo que tuviste que pasar.
    - Usted es quien no debe preocuparse. A partir de ahora todo irá bien.
    María Antonieta se levantó.
    - Lo sé…porque yo misma voy a poner límite a todo esto.
    - ¿A qué se refiere, Su Majestad?
    - No te preocupes, yo me comprendo.- respondió.- Ahora quiero que te dediques a la guardia, que tomes las riendas de la guardia de la corona. Pronto vas a convertirte en algo más que coronel.
    - No, Majestad…yo no merezco un nombramiento así.
    - Tranquila, Oscar, por ahora no quiero que te despegues de aquí.
    Oscar asintió. A partir de ahora, Oscar se convertiría en un icono en la corte de Versalles.

    Aquella noche, el rey terminaba de ver su colección de candados, cuando la reina se acercó.
    - Majestad…¿está muy ocupado?
    - No, ¿por qué?- preguntó.
    La reina entonces abrazó al rey. Era momento de cumplir con su esposo en todos los sentidos.
    La forma de buscar y requerir al rey consiguió que éste dejara de lado sus miedos y se atreviera a tocar a su reina.
    A partir de entonces, María Antonieta permitiría que Luis XVI la tocara y generaría pronto la descendencia del nuevo rey de Francia.
     
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    Andrea Sparrow

    Andrea Sparrow Usuario común

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    1766
    Cap. 45
    “Como una mujer…como una mujer”- se repetía internamente Oscar mientras recordaba las palabras de la reina después de la conversación que habían tenido respecto a Fersen.- Ella no ha olvidado que soy una mujer…y pretende que la entienda…pero…eso significa al mismo tiempo renunciar a lo que ahora soy…y admitir lo que era o lo que aún soy en lo más profundo de mi ser…pero al admitirlo, debo renunciar por otro lado a la felicidad al lado de Fersen. ¡Es una crueldad!- se dijo, tratando de ocultar el llanto, el que pocas veces o casi nunca se permitía.
    André la observaba. Por un momento llegó a creer que se trataba de molestia por lo sucedido tras la bofetada que le diera. Pero algo le hacía comprender que Oscar no estaba enojada con él. Había sido una imprudencia suya, incluso podía pensar que era una falta de respeto, sin embargo, sabía que Oscar era mucho más inteligente para ponerse así tan sólo por eso.
    Se acercó sin vacilar y le preguntó mientras acomodaba las bridas a los caballos.
    - Volviste seria de los aposentos de la reina.
    Oscar sonrió a André inesperadamente.
    - Quizás…pero me siento más tranquila. Algo me dice que María Antonieta al fin escuchará mis consejos después de mucho tiempo. Es mi gran esperanza.
    - Me alegro por ella…y también por ti.
    Oscar continuó.
    - ¿Recuerdas cuanto tenía once y mi padre me preguntó si quería ser quien custodiara a María Antonieta siempre? Yo no dudé ni un segundo. Sin embargo, cuando ella creció y ahora en esta situación…es extraño…¿cómo podría cuidar de ella si no puedo evitar que ella misma haga cosas inconvenientes? Aunque sé que por ahora el peligro está pasando.
    - La quieres mucho, ¿cierto?
    - Sí, André…mucho. – respondió Oscar.
    André sonrió. Sabía que Oscar era muy fiel a sus convicciones. Pero seguramente María Antonieta estaba buscando en la coronel algo más que una guardia. Estaba tratando de encontrar comprensión en el corazón de Oscar considerando que también era una mujer.
    - Debe ser duro para ti saber que eres una mujer y no poder mostrarte como eres. Y al mismo tiempo, no quieres ser como el resto. Quieres demostrar que eres capaz de portarte como un caballero y responder a lo que tu padre te enseñó. Lástima que no te has dado cuenta que mi corazón no soporta esa lucha tuya…ese continuo sufrir. Si estuviera en mis manos, te sacaría de ese caparazón y te convertiría en mi mujer!- pensó para él.
    Oscar lo llamaba. Pero no se percató de lo sucedido.
    - ¿Dónde estabas, André?
    El joven Grandier respondió.
    - Perdón…estaba pensando en otra cosa. Pero te escuché todo el tiempo. Yo siempre supe que tú y ella se llevarían de maravilla, puesto que ella también te aprecia y quiere mucho.
    - Sí…y yo agradezco ese cariño. No sé…la noté extraña…como que miré en sus ojos una especie de luz.
    - ¿Amor?
    - No exactamente…era como una especie de amor, mezclada con resignación.
    - Quizás ha decidido tomar las riendas de sus deberes reales.
    - A mí también me lo pareció. Sólo que no sé exactamente qué tenga pensado hacer respecto a ella misma.
    André entendía. Seguramente María Antonieta había decidido ceder ante la presión y olvidar su amor por Fersen. Quizás era lo mejor para todos, aunque no lo fuera para ella por obvias razones.

    Había llegado la mañana. María Antonieta había despertado en la habitación matrimonial.
    Estaba cansada. Tras despertar notó en donde se encontraba. La habitación era hermosa, pero la noche pasada no lo había sido tanto. Sin embargo, un lazo de respeto y vínculo había crecido en el interior de su corazón. Había estado en brazos de su esposo, el rey. Por un lado, saber que el rey de Francia había cumplido con ella como un deber real, era digno de honores. No había habido entre ellos nada desde la boda real y era momento de que la unión se consumara. De lo contrario, habría también problemas políticos.
    Y por otro lado, el hecho de que fuera su esposo quien la hiciera suya, implicaba una dependencia de él y también había que tomar en cuenta que ahora estaría aun más protegida por él. Y mucho más importante aún: aseguraba ya la descendencia.
    Eso la emocionaba. No se habría permitido tener un hijo fuera de su matrimonio. Eso no era lo que su madre, la reina Catalina de Austria le había enseñado. Todo lo contrario. Ella había sido educada fielmente para ser la señora de su familia. Sólo al rey se debía y a él era a quien debía responder sobre una digna descendencia. Sin embargo, en su corazón quedaban los resabios del sentimiento de la adolescencia que había sido correspondido fielmente por Fersen. Sabía que el conde sueco era un hombre íntegro. Pero en sus circunstancias, ella debía pensar primero en el futuro de su nación adoptiva.
    El rey se levantó más contento que de costumbre. El haber estado con la joven reina era el mayor de los privilegios que podía recibir. Siempre la había idolatrado. Era hermosa…una joven extraordinariamente bella. Eso lo ponía en aparente desventaja, puesto que él era relativamente bajo de estatura, un tanto regordete y algo atolondrado y despistado. Pero ahora, gracias la confianza que tenía en María Antonieta, ese momento había cesado. Se sentía más seguro de sí mismo y también lo estaría ahora para poder gobernar.
    Tras despejarse, la mucama fue a la habitación y esperó encontrarla vacía pues su Majestad ya no estaba ahí. Sin embargo, fue grande su sorpresa al hallar a María Antonieta en ropa de cama levantada a unos pasos de la misma.
    - ¿Su Majestad?
    La reina se apenó un poco y luego respondió.
    - Sí…por favor…que no te extrañe. Esta será mi habitación desde hoy. ¿Puedes traer mi ropa?
    - Por supuesto, Majestad.
    La mucama salió de ahí un tanto abochornada pero con noticias para la gente de la ciudad.
    En tanto Oscar seguía en su casa. Estuvo leyendo un libro de Voltaire. André la sorprendió.
    - Si te pescan leyendo eso tu padre se molestará.
    - No lo creo- dijo ella.- Él sabe que tenemos que estar al día. Además, yo no encuentro nada contrario a las libertades del ser humano.
    - Tu padre no piensa así, Oscar, y dudo que lo haga. El general considera que la nobleza se lleva en la sangre y hay quienes nacen para ser nobles y otros para ser plebeyos.
    - Un día las cosas cambiarán, André- aseguró Oscar.- Un día todos seremos libres y nos veremos como iguales.
    - Tal vez tengas razón. Pero quizás a nosotros no nos toque verlo.
    Oscar asintió.
    - Quizás no pero…yo creo que si la difusión de estas ideas continúa, tal vez pronto exista un régimen donde todos puedan verter su opinión sin ser condenados por ella.
    Tras hablar así, ambos se dirigieron a Versalles.
    La reina recibió más gente en la audiencia de la que generalmente recibía y a todos los atendió con una sonrisa y tratando de condescender a sus deseos.
    Oscar notó que la reina parecía estar decidida a cambiar definitivamente.

    Sin embargo, el cardenal Rohan se desesperaba cada vez más.
    - Lady Jeanne, usted me aseguró que la reina enloquecería con mis regalos. Y cada día que pasa me desprecia más.
    - Lo que sucede es que está todavía reciente los escándalos en que estuvo involucrada. Pero ahora que ya está más tranquila, ha dicho que desea verle a usted.
    El cardenal sonrió abiertamente.
    - ¿De verdad? ¿Cuándo? ¿Dónde?
    Jeanne respondió.
    - En la arboleda de Venus. Ahí estará de noche como a las nueve con usted…
    - Eso me alegra tanto. Me prepararé. ¿Y cuándo será?
    - Dentro de un mes. Mientras tanto, usted debe ir enviándole regalos para que se sienta más halagada.
    - Por supuesto- dijo el cardenal. – Cuente con lo que sea para agradar a mi reina.
    Cuando se hubo marchado, Nicholas le replicó.
    - ¿Cómo piensas conseguir que la reina se reúna con el cardenal?
    - Muy fácil. Mira bien a tu derecha.
    De pronto, salió de ahí una chica casi idéntica a María Antonieta.
    - ¿Su Majestad?
    Jeanne rió.
    - No seas tonto, Nicholas. Es una muchacha llamada Oliva, una prostituta de París.
    - Pero si es idéntica a la reina.
    - Así es. Ella será quien se presente al encuentro con el cardenal.
    - Pero, ¿y si se da cuenta?
    - Eso no pasará, es tan idéntica y será de noche de tal forma que no podrá reconocerla.
    - Está bien pero…¿cómo estarás ahí?
    - Tú me vas a ayudar.
    Nicholas negó.
    - No…eso es demasiado.
    - Claro que nadie. Nadie sabe que estaremos ahí. No me digas que tienes miedo.
    Nicholas accedió.
    - No sé por qué te hago caso.

    Noches después…
    Oscar dijo a André.
    - Hay que resguardar el jardín. Dicen que han visto a gente rondando el palacio.
    - Sí, será mejor que estemos atentos a lo que suceda.
    De pronto, Jeanne y Nicholas se internaron en el jardín.
    Olivia ya estaba junto a la muchacha.
    El cardenal llegó al poco rato.
    Alcanzó a mirarla y ella le dio un rosa.
    Oscar y André hicieron su aparición.
    - ¿Qué sucede? Escuché ruidos.
    - Así es…vamos- dijo André.
    Al poco rato descubrieron al cardenal y a Nicholas. Jeanne y la chica se habían marchado.
    - ¿Bonita noche, cierto?- dijo Nicholas.
    Oscar estaba muy extrañado.
    - ¿Qué hacen aquí?
    El cardenal se marchó inmediatamente.
    - Me molesta tanto no poder interrogarlo.
    André pensó en averiguar sobre lo sucedido.

    Un par de meses después…

    - Su Majestad- dijo María Antonieta al rey.- Vengo a exponeros una queja…un ministro suyo ha pateado el estómago de su madre…supongo que será varón.
    - ¿Qué habéis dicho?
    - Sí- dijo ella.- Por fin…voy a tener un hijo de su Majestad…
    El rey estaba tan feliz. Antonieta olvidó por el momento lo que había pasado con Fersen.

    Horas después, llegó uno de los sirvientes.
    - Monsieur Oscar…
    André le preguntó.
    - ¿Qué deseas?
    - Avisarle a Monsieur Oscar que la reina está…esperando un hijo de Su Majestad.
    André fue rápidamente a avisar.
    - Oscar, Oscar…la reina está embarazada...va a tener un niño del rey…
    Oscar sonrió y esbozó algunas lágrimas.
    - Me alegro tanto…eso la hará poner los pies sobre la tierra…
     
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    NessaCat

    NessaCat Tinta Roja

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    No esperaba encontrar nada sobre Lady Oscar en el foro, así que me ha hecho bastante ilusión encontrar tu fic. Desarrollas muy fielmente el anime, aunque te extiendes más en las emociones internas de los personajes y eso me gusta, también muchas variantes que pusiste.

    Me pregunto cómo seguirá y que rumbo tomara esto.

    Animo
     
  9.  
    Andrea Sparrow

    Andrea Sparrow Usuario común

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    gracias!! lo voy a seguir, no había tenido tiempo pero agradezco mucho que lo leas y que te esté gustando. ;)
     
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  10.  
    Andrea Sparrow

    Andrea Sparrow Usuario común

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    Cap. 46

    Oscar estaba tan feliz. André sonrió al verla tan contenta.

    - Me encanta verte así, contenta por la reina. Hay esperanzas de una nueva monarquía, quizás.

    - Claro, André- repuso Oscar- imagínate que se tratara de un varón. El futuro rey de Francia.

    André asintió.

    - Sí, es una gran esperanza. Toda Francia enloquecerá con la llegada del heredero a la corona.

    Oscar derramó ocultamente un par de lágrimas de emoción por eso.

    - ¿Me acompañarás a Versalles, André?

    - No lo creo, Oscar. Tengo pendientes.

    Oscar se preguntaba qué clase de pendientes tendría André.

    - Está bien, pero en cuanto puedas, reúnete conmigo allá.

    - Te lo prometo, Oscar.

    La joven coronel marchó hacia Versalles para felicitar a la reina.

    - Majestad- dijo en audiencia.- vengo a felicitarle por la noticia.

    La reina estaba radiante.

    - Me siento tan feliz, Oscar. Ser madre era un gran anhelo para mí. Es una emoción indescriptible. Saber que este bebé crece dentro de mí es la alegría más grande que he podido experimentar. Cuando llegue, no habrá nada que pueda completar mi felicidad.

    - Me alegro tanto por vosotros, majestades.

    María Antonieta sonrió.

    - Oscar…¿ahora puedes comprenderme mejor?

    - Quizás, mi señora, pero no tanto como yo quisiera. Sé que con el tiempo. No importa que no sea así, de igual manera yo siempre estaré al servicio de vosotros y de vuestro hijo.

    - Gracias, Oscar.

    A partir de ese momento, la reina comenzó a llevar una vida aún más austera.

    Lady de Polignac la visitó.

    - Majestad, necesito hablar con usted.

    María Antonieta no estaba segura de escucharla.

    - Sé que usted será madre pronto…entonces, quizás pueda comprenderme.

    - No tanto- dijo la reina.- Usted bien sabe lo que pasó con Charlotte. Eso es algo que no podía permitir que sucediera alrededor de la corona.

    - Lo sé, Majestad y pido disculpas…aunque yo no soy culpable de eso. Sin embargo, mi amistad y cariño hacia usted son sinceros. Y yo quiero reiterárselos y pedirle que no me eche de su presencia.

    La reina se compadeció. Estaba sensible. De eso se aprovechó Polignac.

    - Está bien, milady. No la alejaré de mi lado con la condición de que no intervenga en los asuntos reales.

    - Se lo prometo, Majestad- respondió con velada hipocresía.

    Oscar la vio pasar. Notó que estaba aún ahí.

    - Seguramente la reina la disculpó…esto se torna peligroso.


    Volvió temprano a su casa. André bañaba a su caballo, sin la camisa puesta.

    Oscar se acercó.

    - André…

    El joven sintió que con la voz de la muchacha su corazón se enardecía.

    - Oscar…

    - Vengo de Versalles. La reina está muy bien pero…Polignac no se ha marchado.

    André movió la cabeza.

    - Eso no es bueno, Oscar.

    - No te preocupes, la tendré bien vigilada.

    El joven Grandier estaba algo triste.

    Oscar lo miró con preocupación.

    - ¿Te ocurre algo, André?

    El joven trató de no llorar.

    - Oscar…hoy se cumple otro año de que falleciera mi madre…

    - Es cierto…según lo que me dijo la abuela…

    - Compré unas flores y quiero llevarlas al cementerio, pero primero quería que volvieras por si me necesitabas.

    - No te preocupes, puedes ir cuando quieras…

    - Gracias, Oscar.

    De pronto se detuvo en seco.

    - Espera, André…

    El joven apenas movió un músculo.

    - ¿Qué sucede?

    - ¿Puedo ir contigo?

    André sonrió.

    - Gracias, Oscar- dijo inclinando su rostro cerca de ella.

    Oscar por primera vez vio a André como una especie de ángel hermoso.


    André avisó a su abuela.

    - Llevaré a Oscar a la tumba de mi madre.

    La abuela sonrió.

    - ¿Milady irá contigo?

    - Sí, ella me lo ha pedido.

    - Gracias, dale las gracias de mi parte.

    - Se las daré.

    El muchacho iba más que feliz.

    Mientras cabalgaban conversaban.

    - ¿Qué dice la reina?

    - Ah…ya veo, quieres saber.

    - Sólo me interesa su bienestar.

    Oscar sintió un aguijón en el pecho. André se sacrificaba por la mujer amada. Y se veía feliz.

    - Pues está muy bien…creo que le está sentando a las mil maravillas.

    - ¿Y el rey?

    - Está muy contento, pero está algo preocupado.

    - ¿Por qué?

    - Porque sabe que su hijo será el heredero y teme que puedan hacerle daño.

    - Es verdad, pero no sucederá, ¿cierto?

    - Yo no estaría tan segura. Los rebeldes no han dejado de especular respecto a la corona.

    Al fin llegaron a la tumba.

    André descendió de su caballo y se adelantó unos pasos.

    Se inclinó ante la tumba de su madre y lloró.

    Oscar se conmovió. Ella nunca había visto llorar a André.


    El joven habló con su madre, sin que Oscar pudiera escucharlo.

    - Mamá…te extraño tanto…tu amor es lo que tanto podría consolarme. Necesito que me envíes un abrazo desde donde estás…para que consueles mi dolor. La amo tanto que apenas puedo soportarlo, sin embargo, sería capaz de dar mi vida por ella si me lo pidiera o si fuera necesario. No lo comprendo. Aún así, quiero que sepas que estoy dispuesto a seguir así sin que me pese. Pero podré soportar mi exilio en el amor con un abrazo y un beso tuyo del cielo. Espero que papá y tú estén orgullosos de mí. Todo lo que hago lo hago pensando en que ustedes sean honrados. Gracias por el cariño de la abuela. Les pido que ella nunca se vaya…que muera yo antes que ella…no quiero perderla…ella es lo único valioso que me queda…


    Oscar se acercó lentamente.

    Iba a hablar pero decidió no hacerlo. En vez de eso, colocó las manos en los hombros de André y lo estrechó contra su corazón. La madre de André había respondido la plegaria a través de Oscar. Y el joven Grandier así lo interpretó.

    - Oscar…gracias…

    La joven derramó algunas lágrimas.

    - ¿Por qué lloras?- preguntó André, secando con sus dedos las lágrimas de Oscar.

    - Porque…tu madre debió haber sido un ángel, para traer al mundo a alguien como tú.

    André sintió como si le regalaran la gloria.

    - No digas eso…pero ¿sabes? Me alegra que hayas venido para que ella te conozca y sepa que mi mejor amiga está aquí a mi lado.

    - Gracias por permitirlo, André.

    Después de aquel gesto, marcharon a su casa.

    Oscar decidió pasar el tiempo jugando un rato con André. Sabía que si el muchacho se quedaba solo podría ponerse más triste.

    La abuela Grandier la miraba. Pero no quería hacerse falsas ilusiones.


    Rosalie estaba triste. Aún le dolían las palabras de Bernard.

    Polignac se sentía tranquila.

    - Arréglate, Rosalie. Vamos a salir.

    - ¿A dónde?

    - Vamos a dar un paseo.

    - No, no quiero…quiero estar sola.

    La madre preguntó.

    - ¿Puedo preguntarte qué te ocurre?

    - No…no es algo que te importe…

    - ¡Rosalie! Recuerda que soy tu madre.

    - No me interesa.

    - Quiero que sepas que pronto estaremos de vuelta en la corte. He hecho las paces con la reina.

    Rosalie se alegró.

    - ¿De verdad? ¿Y a qué se debe?

    - A que hablé con ella y podremos ir y venir cuanto queramos.

    Eso significaba que podría ver a Oscar cuando quisiera.

    - Me alegro tanto…perdóname, madre…voy a tratar de ser más obediente contigo.

    Polignac pensó que su hija estaba bajo su dominio. Pero no comprendía las verdaderas intenciones de la joven Lamorlierie.


    En tanto, Bernard seguía pensando en Rosalie.

    - Necesito concentrarme en lo que voy a escribir…este panfleto tiene que quedar listo para un rato.

    Pero el rostro dulce de la muchacha lo seguía atormentando.

    Al poco rato, se enteró de lo que era ya una noticia generalizada.

    - Así que la austriaca está embarazada…quizás ahora las cosas sean más fáciles para todos…
     
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    Cap. 47

    [​IMG]

    Bernard Chatelet se concentraba en terminar aquel manifiesto que iba a publicarse, junto con uno de los discursos de Maximilien Robespierre. Su amigo lo visitó llevándole, de paso, una senda botella de cognac.

    - Toma, para el desvelo- añadió Robespierre.

    - Merci, mon amic- agradeció Bernard.- Vaya que me estaba haciendo falta.

    - Deberías dejar un rato esto y salir a dar una vuelta.

    - Este manifiesto me interesa mucho. Lo había descuidado.

    - Ya veo, el asunto de madeimoselle Lamorlierie…

    - No me la nombres, por favor. No he podido dejar de pensar en eso.

    - Seguramente ella debe estar más dolida que tú, creo que te extralimitaste.

    Bernard agachó la cabeza.

    - Tal vez…creo que tienes razón. No debí haberme excedido.

    - Tendrás que disculparte con ella.

    - No creo que le parezca.

    - No importa si es así o no, Bernard. No seas orgulloso.

    El joven abogado asintió.

    - Tienes razón. Creo que es mejor que busque la oportunidad de disculparme con ella. Ahora, vamos a tomar un trago mientras termino y te prometo que saldremos a dar una vuelta.

    - Está bien, amigo. Apresúrate.
    ------------------------------------------------------------------------------------------------------
    [​IMG]

    Oscar adiestraba a los soldados. Nicolás de la Motte era el menos disciplinado de todos. Le parecía bastante extraño lo que había sucedido tiempo atrás. Así que decidió que lo iba a interrogar.

    Se acercó y le preguntó:

    - Nicolás, necesito hablar con usted.

    - ¿Sobre qué, coronel?

    - Sobre su reunión extraña con el cardenal de Rohan…

    Nicolás no sabía qué decir. Entonces se le ocurrió algo.

    - Verá…es que…el cardenal estuvo…rondando a mi esposa y…tuve que ponerle un alto…pero como él tiene más poder que yo…así que se me ocurrió retarlo a un duelo.

    Oscar replicó.

    - ¿El cardenal aceptó un duelo? Eso sí que es extraño.

    - Bueno, no exactamente. Se presentó con temor y viendo que realmente yo estaba dispuesto a todo, decidió olvidarse del asunto.

    - ¿De verdad?- preguntó Oscar.- Me alegro que así haya sido, puesto que su interés ha sido mucho más específico.

    Nicolás entendió. Sabía que se refería a la reina.

    - A mí también me alegra que no haya insistido. ¿Quería hablarme usted de algo más, coronel?

    Oscar negó.

    - No, Nicolás, puede usted volver a la formación.

    André avanzó a caballo hacia donde estaba Oscar.

    Ella lo miró así, montado. Parecía verdaderamente como un príncipe.

    André descendió del caballo. Miró a Oscar y le preguntó:

    - ¿Pasa algo?

    Oscar respondió:

    - No…fue sólo que estaba interrogando a Nicolás. Según lo que me dijo, el cardenal de Rohan ha seguido insistiendo con la reina. Espero que no vuelva a presentarse por acá.

    André asintió.

    - Sí, espero que no sea así, porque no pienso permitírselo.

    El rostro aparentemente enamorado de André hizo sonreír a Oscar.

    - Según se ve, estás celoso.

    André miró a la joven coronel con fuego en los ojos y respondió:

    - Sí…estoy sumamente celoso…creo que nunca había experimentado ese sentimiento…pero ahora es diferente.

    - André…-dijo Oscar, un tanto sorprendida.

    André cambió su tono.

    - Claro que no, Oscar, es broma. Sabes que a pesar de todo soy respetuoso, mucho más ahora que ella está encinta. Es precisamente por eso que el tal coronel debía tener más respeto por la reina.

    - Me alegra, André.- sonrió al fin Oscar reconociendo los nobles sentimientos del muchacho Grandier.


    En tanto, Rosalie se preparaba para salir con su madre.

    - ¿Iremos a Versalles?

    - Por supuesto- dijo lady de Polignac acomodándose los guantes.

    Rosalie se alegró. Podría volver a ver a Monsieur Oscar. En un momento determinado conseguiría pedirle volver a su casa.

    Abordaron el carruaje y salieron de la mansión Polignac hasta llegar a la avenida principal.

    Bernard iba pasando por ahí y observó el carruaje que se detenía frente a una gran tienda.

    Lady de Polignac descendió del carruaje.

    - Ahora vuelvo- dijo a Rosalie.- Compraré un presente para la reina.

    Bernard se acercó y saludó a Rosalie.

    - Madeimoselle Lamorlierie…

    Rosalie se asomó y descendió del carruaje. Bajó la vista y trató de no escucharlo. Pero Bernard se acercó y cortésmente la ayudó a bajar.

    - Madeimoselle, ¿podría hablarle un momento?

    Ella no quiso comportarse como una arrogante mujer de sociedad. Así que levantó los ojos a Bernard y le regaló una sonrisa leve.

    - Bernard…dígame.

    - Quiero disculparme por lo que le dije la vez pasada…no quise ofenderla.

    - Lo sé…no tiene usted la culpa. Soy yo por pertenecer ahora a una clase con la que no concuerdo.

    - Dígame…¿usted…tiene algo que ver con un noble?

    - No- afirmó ella.- No es lo que usted se imagina. Aunque…creo que no debería estar dándole explicaciones.

    - Ni yo se las exijo, es sólo que me preocuparía que algún noble estuviera haciéndole daño.

    Rosalie movió la cabeza.

    - No, Bernard, no se preocupe. Le agradezco su interés. Es sólo…un pasado que yo jamás busqué y que me pesa tanto…pero quizás un día…con su permiso, Bernard.

    - ¿Me ha perdonado usted?

    - Por supuesto, le he perdonado. Espero que usted me disculpe por ser ahora…alguien que nunca soñé ser.

    La muchacha avanzó siguiendo los pasos de Polignac. Bernard miró desde ahí cómo se perdía. Luego se reprochó.

    - Soy un tonto…en fin, creo que la oportunidad con ella está más que perdida…


    Meses después…

    Oscar estaba nerviosa. Todos los guardias se encontraban a la espera de noticias sobre el parto de Su Majestad.

    André se encontraba en el jardín. Pensaba en las reacciones de Oscar.

    - Se comporta como un hombre al respecto- pensó el muchacho.- No sé por qué esconde dentro de ella ese anhelo innato a la mujer de ser madre. Ella misma oculta ese deseo ferviente. Debe ser duro pero…debería dejar que aflorara…no tendría nada de malo.

    Recordó lo que le escuchó hablar con su abuela un día mientras cenaba:

    “Oscar había ido a la cocina en busca de uno de esos postres magníficos de la abuela Grandier.

    - Abuela…vengo a asaltar tu cocina.

    La abuela sonrió.

    - Mi lady, me alegra que vengas acá como cuando eras niña.

    - Pues aquí me tienes. ¿Qué has hecho de postre esta vez?

    - Pastel de zarzamora- respondió la abuela.

    Oscar sonrió. Era su postre favorito.

    - Estoy lista para degustarlo.

    La abuela le sirvió un gran trozo del postre. Luego, comenzó a preguntar:

    - ¿Te gustaría aprender a cocinarlo?

    - No sé si sería buena para la cocina. Quizás sería pésima, nana.

    - O tal vez no, sería cuestión de que lo intentaras, mi lady.

    - No creo que sea buena idea, abuela. Mis talentos están enfocados en la defensa de la realeza…y seguramente jamás llegaré a ser una buena esposa.

    - ¿Y madre? ¿No has pensado en la posibilidad de llegar a tener un hijo?

    Oscar bajó un poco los ojos.

    - Creo que…eso está totalmente descartado, abuela.

    - ¿Por qué? ¿No eres mujer acaso? Tienes el mismo derecho de tus hermanas a ser madre, a tener una familia propia. ¿O es que eso no te atrae?

    - No es eso, abuela- repuso Oscar.- Quizás no es el momento.

    - Ya veo. Tal vez tengas razón. Pero eso implica que…quizás algún día.

    La mente de Oscar viajó hacia Fersen. Tal vez él sería el hombre con el que le habría gustado llegar a tener una familia, pero a él sólo le interesaba la reina. Era un hecho. ¿Y si algún día cambiaba de parecer? Al darse cuenta que su amor era imposible, quizás podría un día elegirla a ella.

    Luego desechó la idea. Ella no sería jamás una esposa ni mucho menos madre.

    - No, abuela…yo no podría llegar a serlo.

    - Y dime, ¿no te emociona lo que ahora la reina está viviendo con su próxima maternidad?

    Oscar pensó. Tal vez sí.

    - Pues…te contaré ahora que nadie nos escucha.- repuso, sin darse cuenta que André las escuchaba desde lejos.- Cuando la veo a ella sensible, hablando o cantando de manera hermosa, una ilusión aparece en mi corazón. No sé si es la espera de un candidato a la realeza, o la alegría de la reina. Pero está repleto el salón de los Espejos de la dulzura del bebé que la reina va a traer al mundo.

    - ¿Y tú? ¿Qué sientes?

    - Yo…no sé lo que siento…-añadió dejando escapar una leve lágrima.- Es tan confuso…creo que jamás podría ser madre. No sabría qué hacer…tener una vida entre mis brazos…una gran responsabilidad…

    - Tú tienes una gran responsabilidad, Oscar. Cuidas de la vida de la familia real.

    - Sí pero no es lo mismo, nana- insistió Oscar.- Siento que no es igual…un hijo es…algo propio…sería hermoso pero…será mejor que no insistas, abuela…déjame degustar este postre, ¿quieres?

    La abuela ya no insistió.

    - Tienes razón, milady. Será mejor que esta vieja se calle y cambie de tema.

    Oscar negó.

    - No digas eso. Tú no eres una vieja, sabes lo mucho que te quiero.

    - Y yo a ti, mi niña…-añadió, abrazándola.”

    Esa imagen no se apartaba de la mente de André. Su visión se mantenía perpetuamente, volviendo a él en momentos poco oportunos.

    Y aquella noche volvió a llorar, sintiendo que su almohada se humedecía por las lágrimas y por la soledad de no tener a aquella hermosa compañera entre sus brazos como tanto lo deseaba.

    upload_2016-8-20_21-10-45.jpeg

    -------------------------------------------------------------------
    Las horas habían transcurrido monótonas.

    André había pernoctado en una habitación contigua a la de Oscar.

    Ella se había quedado dormida y se levantó con sobresalto. André la encontró en la caballeriza.

    - Se me hizo tarde- dijo Oscar un tanto preocupada.- Seguramente la guardia ya está en formación.

    André estaba muy tranquilo.

    - No te preocupes, Oscar.- reveló André tratando de calmarla.- Todo está paralizado. Estamos esperando todavía que la reina dé a luz.

    - ¿Acaso un parto dura tanto?- se preguntó Oscar.

    - Tú eres mujer…deberías saberlo- aguijoneó André.

    Avanzó un par de pasos, cargando un cubo con agua. Su musculatura se remarcaba con el esfuerzo. Oscar no pudo despegar su mirada de la escena, aunque no supo qué era lo que le provocaba.

    Entreabrió los labios y así permaneció un segundo. Luego se volvió. André se colocó la camisa. Luego, preguntó, al notar aquel incómodo silencio.

    - ¿Dije algo malo?

    - No exactamente. Aunque…el ser mujer no implica que tenga que saber cuánto tiempo y cómo se desarrolla un parto.

    André rió.

    - Te estaba haciendo una broma. Claro que no tiene que ser así. No te preocupes. No me hagas caso. Yo también estaba algo desvelado. Pero preferí ponerme a trabajar antes de que algo sucediera.

    Oscar anunció.

    - Voy a cambiarme mientras terminas de bañar a ese caballo.

    - Está bien. Si sé algo antes que tú, te avisaré. Pero si tú te enteras antes, por favor, avísame cómo salió todo.

    - Por supuesto, André. Te lo haré saber.

    Oscar se dirigió a sus aposentos.

    Se duchaba al fin. Estaba muy cansada. Como si no hubiera dormido nada.

    Sintió que estaba algo molesta y encontró la causa.

    - Precisamente ahora- resopló con hastío.

    André pensó que ya se había arreglado y fue a preguntarle qué brida debía poner a su caballo. La puerta estaba ligeramente entreabierta.

    Se asomó sin que ésta rechinara con el movimiento y contempló a Oscar de espaldas como una escultura blanca de porcelana. Entreabrió los labios. Un suspiró estuvo a punto de escapársele. Cuando notó que ella se volvería se apartó y se lavó la cara en la frente, para luego arreglarse el traje.

    Oscar ya estaba vestida con traje de gala. André le sonrió ligeramente.

    - ¿Sabes ya algo, André?

    - No…todavía no.

    Oscar miró hacia el ventanal. De pronto, escuchó un grito que prorrumpió en el salón.

    - ¡La reina ha dado a luz! ¡La reina ha dado a luz!

    La joven coronel fue donde sus soldados y les indicó:

    - Hagan sonar los cañones en honor del joven príncipe.

    Momentos más tarde, Oscar acompañada de André fueron a averiguar sobre el pequeño.

    - Es un varón, ¿cierto?- preguntó la joven.

    El rostro de ambos se quedó en el aire un momento.

    - No, ha sido una niña…

    Oscar sonrió y abrazó a André.

    - Una niña, André…una hermosa princesita.

    - Sí, Oscar…una dulce princesita.

    La corte comentó que no se trataba del príncipe que esperaban. Pero todos a una dijeron:

    - ¡Viva la princesa!

    Aquel revuelo duró por semanas. Era una gran novedad y una oleada de aire fresco para la corte de Versalles.
     
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    Cap. 48

    Oscar se encontraba feliz por el alumbramiento de la reina. Era una verdadera alegría para todos, especialmente para el rey, que no se cansaba de consentir a la reina con toda clase de regalos para ella.

    Entre ellos estaba un hermoso collar que el joyero Boehmer había hecho especialmente para conmemorar el alumbramiento.

    La reina lo miró sintiéndose un poco deslumbrada. Pero su mente estaba libre de deseos vanos.

    - Lo siento, Monsieur Boehmer, no pienso comprar una joya tan cara. Hemos pasado días difíciles, así que no pienso comprar algo tan caro tan sólo para conmemorar el nacimiento de mi hija. Sería algo superfluo.

    - Entiendo, su Majestad. Pero si usted desea, puedo tener la joya en reserva por si llega el momento…

    - No será así, Monsieur. Será mejor que la venda a alguna dama de la nobleza que esté interesada. La corona no gastará en este tipo de regalos.

    El joyero se despidió cortésmente.

    La reina parecía estar sumamente centrada, a raíz del nacimiento de su pequeña Marie Therése.

    Aquella tarde, André buscaba a Oscar sin poder hallarla. Entró ligeramente al salón de los Espejos. La reina cantaba una dulce canción para su pequeña, cuando se percató de la presencia de André. Éste se sobresaltó.

    - Disculpadme, Majestad. Pensé que estaría aquí Oscar.

    - No, André. No tienes de qué disculparte. Oscar estuvo aquí pero ya se marchó.

    André se inclinó. La reina tuvo a bien acercarse.

    - Eres un buen muchacho.

    - Majestad, yo sólo hago lo que me corresponde.

    - Y hasta lo que no te corresponde, André. Por cierto…dime…tú amas a Oscar, ¿verdad?

    André bajó la cabeza y luego la levantó.

    - Sí, Majestad…no puedo mentiros. Oscar es la mujer a la que he amado desde que era un niño.

    - Pobre…lamentablemente la situación de ambos es complicada, pero…si no fuera por eso…estoy segura que Oscar te correspondería.

    - No, Majestad…ella no me ama. Ella…ama a otro hombre…

    - ¿Otro hombre?

    - No puedo revelar su nombre, discúlpeme. Sé de quien se trata pero no puedo decíroslo…¿hago mal?

    La reina negó.

    - Por supuesto que no, André. No puedo culparte por ello. Es un amor difícil y duro. Suficiente tienes con tener que esconderle tu amor a ella, y ahora tienes que guardar otro secreto más. No voy a presionarte.

    - Gracias, Majestad.

    - Hazme un favor, André.

    - Lo que su Majestad desee.

    - Mañana que vengan Oscar y tú, dile que venga a verme, por favor. A primera hora…tengo que comunicarle una idea.

    - Por supuesto, Majestad, se lo diré.

    André salió del salón.

    Oscar lo esperaba en el jardín principal.

    - ¿Se puede saber dónde estabas, André?

    - Ni te lo imaginas.

    - A ver, déjame adivinar…en el comedor…o en la sala de armas.

    - No…estaba con la mismísima reina María Antonieta.

    Oscar entreabrió los labios.

    - ¿Cómo?

    - Entré por equivocación al salón de los Espejos buscándote, cuando noté que sólo estaba la reina cantando una canción de cuna. Se veía tan hermosa…tanto como mi madre.

    Oscar sonrió tiernamente.

    - ¿Y de qué hablaste con ella?

    - Hablamos de ti. Ella está muy orgullosa de tu labor. Y me pidió que te dijera que requiere que la veas mañana temprano.

    - ¿De verdad? Me parece algo extraño…no me dijo nada cuando la vi hoy. En fin…será cuestión de aguardar hasta mañana.

    - Vámonos, Oscar.

    Avanzaron a paso lento. Oscar se tornó nostálgica.

    - Dime, André…¿tú has pensado en llegar a ser…padre?

    - ¿Padre?- repitió el muchacho. – A ciencia cierta, creo que es muy pronto para eso pero…no lo descarto. Claro que me gustaría tener un hijo, Oscar.

    - Ya veo…-resolvió Oscar.

    - ¿Por qué te preocupa tanto eso?- preguntó André.

    - Es que…me parece extraña la actitud del rey. Está muy contento con la idea de ser padre pero…creo que no está tan al pendiente de la reina como debería.

    - A mí también me parece algo extraño. ¿Será que tiene miedo a esa responsabilidad?

    - Es probable.

    Avanzaron por el centro de París, cuando notaron que había una reunión en la cámara de los comunes.

    El rey mismo había salido de allí.

    Oscar y André esperaron a que se desalojara un poco el salón, cuando notó la presencia de un joven abogado que vestía de negro.

    - Perdón…no me había dado cuenta de que había soldados reales cerca.

    - No se dispense- observó Oscar.- ¿Es usted abogado?

    - Sí, Monsieur. Soy el abogado Robespierre.

    Oscar sintió un profundo respeto por aquel joven.

    - Me encantaría conversar con usted un día de éstos. Me fascina la política.

    - Me alegra que un joven soldado aprecie los asuntos de Estado. Con su permiso…

    - Coronel- respondió Oscar con firmeza.

    Cuando Robespierre marchó, pudo distinguir a lo lejos un carruaje que se acercaba.

    Miró a la joven. Se trataba de Rosalie.

    - Rosalie- comentó Oscar con emoción.

    - Monsieur Oscar- siguió la joven Lamorlierie.

    - ¿Cómo estás?- insistió el coronel Jarjayez.

    - Bien, Monsieur…aunque…bastante triste.

    - Me imagino. ¿Cómo te trata Polignac?

    - Más o menos…no termino de hacerme a la idea que soy hija de la mujer que fue capaz de matar a quien fuera mi madre adoptiva y quien intentara matarle a usted.

    - No te sientas mal…son cosas del destino. Pero…en cuanto tú quieras, puedes volver a la casa si tú así lo deseas.

    - Qué alegría me da, Monsieur Oscar. Le prometo tomar eso en cuenta. Por cierto, nos veremos esta noche. Mi madre organizará un baile y seguramente su Majestad asistirá y usted también.

    - Por supuesto. Ahí nos veremos.

    André preguntó a Oscar.

    - ¿Asistiremos?

    - Claro, André, quiero ver qué tiene Polignac esta vez en mente…
     
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    87
     
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    2434
    Cap. 49

    Oscar y André volvieron a casa cansados pero muy contentos.

    Sin embargo, Oscar seguía nostálgica por la ausencia de Fersen.

    André la miraba desde lejos. Su abuela lo miraba a él. Cuando Oscar subió a su habitación, la abuela Grandier se acercó a su nieto.

    - ¿Cómo la has visto?

    - Triste…aún no entiende qué pasó con Fersen; está contrariada porque quisiera saber algo sobre el combate pero no puede averiguar nada. No han llegado noticias al respecto.

    - ¿Hay forma de que lo sepa?

    - No…yo tampoco sé nada y no puedo informarle. Y es triste que trata de adivinar en mi mirada lo que no puedo decirle con palabras. Pero tengo que bajarla porque no puedo responderle…y no sé qué hacer…

    - Trata de cambiarle de tema para que no siga pensando así. Su padre estaría muy molesto si descubre que su hija está pensando en el conde Fersen.

    - ¿Se puede saber por qué?

    - Porque…según el general, Oscar es un hombre, así la crió, así la educó y no puede ser de otra manera.

    André montó en cólera.

    - Pero, ¿es tan duro de entender que ella esté enamorada de alguien? ¿Por qué no puede admitir que Oscar es capaz de sentir, de anhelar formar una familia con alguien?

    - Lo sé, hijo, pero el general piensa así. Yo ya se lo he dicho pero no piensa escucharme.

    - Te comprendo, abuela. Pero si yo pudiera…

    La abuela le tocó el hombro.

    - Si pudieras…pero no puedes. Sólo puedes cuidarla y evitar que se meta en problemas, ¿entiendes?

    - Claro, abuela…pierde cuidado.

    - Sé que harás lo correcto. Ahora será mejor que te vayas a cambiar para ir a descansar.

    Oscar se bañó. Estaba exhausta y molesta por el calor, las ropas, la montura y las evidencias de su persona. Se alimentaba mal y dormía peor.

    En un instante determinado cuando iba a revisar una montura, sintió un fuerte desvanecimiento.

    André alcanzó a tomarla por la cintura.

    - Oscar, ¿estás bien? Dime…

    La muchacha apenas si podía reaccionar. Estaba sumamente débil.

    Luego de un momento, reaccionó.

    - Me siento un poco mal, André, pero no es nada de cuidado. Nada que un buen descanso no pueda resolver. En cuanto atienda a su majestad mañana podremos salir unos días a descansar.

    - Tranquila…será mejor que descanses. Yo avisaré a tu padre que no te sientes bien.

    Oscar negó.

    - ¡No, por favor!

    Al tocar su hombro, notó que había una marca en su espalda. Pero inmediatamente apartó la mano del sitio.

    - Perdona…¿te duele?

    Oscar no esbozó una sola lágrima.

    - No te preocupes, André…es sólo que…ya sabes, mi padre se exaspera.

    André movió la cabeza.

    - ¿Esta vez qué fue?

    - Un detalle con el conde Minaud…quería batirse en duelo por causa de su esposa…al parecer la dama está interesada en mí…

    André rió a carcajadas pero luego se contuvo.

    - ¿Esa mujer está ciega o qué?

    Oscar negó.

    - No creo que sea eso…tal vez es que no sabe distinguir bien entre un hombre y una mujer.

    André pensó:

    “Para un hombre como yo, sería fácil identificar las diferencias. Pero creo que sólo yo sería capaz de encontrarlas todas en tu caso, Oscar”.

    - ¿Por qué te quedaste callado?- preguntó Oscar inmediatamente, al notar la ausencia de André.

    - Por nada, sólo pensaba…en fin pero…¿qué fue lo que sucedió? ¿Acaso el conde pensó que tú la habías seducido o algo así?

    - Se puso celoso y le replicó a mi padre que pusiera orden con su hijo porque estaba siendo demasiado “atento” con su mujer.

    André se molestó.

    - ¿Y por qué tu padre te pegó?

    - Porque dijo que me diera mi lugar y que no coqueteara con ninguna mujer. Que si acaso estaba loca. Yo traté de explicarle pero dijo que él no podía permitir que su hija hiciera esta clase de cosas.

    El joven Grandier insistió.

    - Yo sé que tú no hiciste nada. Tengo que hablar con el general- aclaró para ir inmediatamente con fuego de dolor y rencor en los ojos.

    Pero Oscar lo detuvo inmediatamente.

    - No, André…no lo hagas, por favor…

    André derramó un par de lágrimas.

    - ¿Por qué no, Oscar?

    - Porque se molestará contigo…y tú eres el único que puede defenderme…si le reclamas, quizás te intente correr de la casa.

    - Lo sé pero no me correrá…ya lo verás.

    - Por favor, André…hazlo por la abuela. Si lo haces, le causarás un dolor a ella…

    André replicó.

    - Te prometo que no lo haré, pero si esto vuelve a suceder, me enfrentaré al general como sea, pase lo que pase. ¿Estás de acuerdo?

    - Sí…pero te aseguro que no volverá a pasar.

    Oscar sólo lo decía para calmar a André, pero muchas veces más ya había pasado y André ni siquiera se había enterado.

    André le llevó más tarde un té. El general lo encontró.

    - ¿A dónde vas, André?

    - ¿A dónde más? Voy a llevarle a Oscar un té…no se siente muy bien que digamos…es normal, ¿no cree?

    - ¿A qué te refieres, André? ¿Por qué me hablas de ese modo?

    La abuela intervino.

    - No le haga usted caso, general. El muchacho no sabe lo que dice.

    - Sí sé lo que digo, abuela. Sólo le he dicho al general que Oscar no se siente muy bien…que quién sabe por qué le duele la espalda…

    El general entrecerró los ojos.

    - Vamos, muchacho, habla…

    - Sólo quiero que sepa que…estoy para ayudar a Oscar en todo…y para cuidarla…sólo eso.

    El padre de Oscar sonrió débilmente.

    - Lo sé, muchacho, lo sé. Y me alegra que seas tan leal…puedes decirme lo que quieras…la verdad, yo tampoco estoy de acuerdo con lo que hice…

    - ¿General?

    - Sí, André…no puedo jactarme de eso. Eso no es valentía pero…son cosas que no puedo permitir en un hijo…si lo tuviera. Tú sí puedes entenderme, ¿cierto?

    - Sí, pero también puedo entender que no puede tratar a Oscar como si fuera un hombre…no puede…no debe…

    El general insistió.

    - Tranquilo, te prometo que esto no volverá a suceder.

    - Gracias, ah, por cierto, general…quisiera pedirle un favor…

    - Dime…

    La abuela intervino.

    - ¿No te ha bastado con lo que has dicho, muchacho?

    - Déjalo, abuela…que pida lo que quiera…

    - General, sólo quiero pedirle que…Oscar no se entere que hablé con usted…por favor. Le prometí que no le diría nada.

    - Descuida- dijo el general.- No le diré nada si me prometes cuidar bien de Oscar.

    - Se lo prometo- resolvió el general.

    - Bueno…lleva ese té porque cuando subas estará helado.

    André sonrió asintiendo y subió a la habitación de Oscar.

    Dejó el té en el buró y acarició ligeramente la mejilla de Oscar.

    - Tranquila…ya está todo bien, mañana será otro día.


    Al día siguiente, ya se preparaban para ir a Versalles.

    André le recordó a Oscar.

    - La reina quería hablar contigo.

    - Gracias, André. Sigo intrigada por lo que me dijiste. No sé qué es lo que quiera decirme…pero creo que me intriga más que Polignac ya esté en la corte de nuevo.

    - A mí también pero…hay que dejarla actuar. Si nota que intervenimos, quizás quiera apartar a Rosalie de ti o de los Jarjayez.

    - Tienes razón, André. Bueno, vámonos ya.

    - ¿Te sientes mejor?

    - Sí, André. Ese té que me llevaste me sentó de maravilla.

    Cabalgaron hacia Versalles.

    Ahí uno de los consejeros dijo a Oscar.

    - La reina te llama.

    Oscar asintió.

    - Muchas gracias. Ya vuelvo, André.


    La joven entró a Versalles y se acercó hacia donde estaba la reina. Por un momento pensó que su reina era una mujer libre de toda impureza. Sin embargo, después de algunos sucesos, su admiración se convirtió en una ligera decepción.

    Avanzó lentamente entonces, pensando en que ella quizás podría ser otra Juana de Arco en servicio de la corona.

    Cuando llegó ante la reina besó su mano inclinándose. La reina la recibió cordialmente.

    - ¿Cómo estás, Oscar?

    - Bien, Majestad. ¿Cómo os encontráis hoy?

    - Feliz, Oscar. Creo que hoy va a empezar un tiempo muy especial para mí.

    - Me alegra, Majestad. ¿Puedo saber la causa?

    - Ya la conocerás. Por ahora sólo quiero que sepas que habrá esta noche un baile de gala para recibir a personas distinguidas que tendrán contacto con el gobierno francés.

    - ¿Personas distinguidas? Quizás entonces, haya gente venida de otros reinos.

    - Así es, Oscar. Gente de Inglaterra y de otros lados de Europa.

    - Será un gran baile. ¿Quiere que vigile?

    - Por supuesto. Pero sobre todo, quiero invitarte a ti y a André para que me acompañen y para presentarles a alguien que vendrá esta noche a saludarme.

    - ¿Quién, Majestad?

    - El duque de Buckingham. Un gran amigo de lady de Polignac y ahora amigo mío.

    Oscar dudó. SI era amigo de Polignac no podía ser alguien agradable.

    - Me permito advertirle, Majestad…las amistades de Polignac no me parecen muy agradables.

    - Pierde cuidado, Oscar. No habrá ningún inconveniente. Ahora, ve, querida; te veré en la noche.

    Oscar se despidió.

    Cuando salió, André notó que su semblante no era agradable.

    - ¿Pasó algo, Oscar?

    - Todavía no, André. En la noche se verá…


    La noche llegó al fin. Oscar se arreglaba. Estaba casi lista.

    Por un momento se imaginó que iría vestida como una elegante dama, con los vestidos de damasco que usaban sus hermanas…las damas de la corte. La tentación de verse como una dama la impulsó a cambiarse el uniforme y medirse un vestido de sus hermanas.

    Su talle delgado la ayudó para que el vestido le quedara maravillosamente. Trató de ceñirse…de colocarse algo de carmín…cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

    - ¡No! No puedo defraudar a mi padre…

    Se desmaquilló, las lágrimas rodaron y las secó enseguida antes de ensuciar el vestido. Se lo quitó y se volvió a colocar el uniforme.

    Cuando André tocó para saber si estaba lista, ella le dijo.

    - Ya voy, André…

    Por fin Oscar se decidió a salir.

    - Te tardaste mucho. ¿Pasó algo?

    - No, André. Es hora de irnos.

    Por fin llegaron a Versalles.

    La sala estaba engalanada para recibir a los huéspedes distinguidos.

    No fue difícil notar a aquel hombre que nunca había estado ahí.

    - ¿Ya vieron?- cuchicheaban las mujeres.

    - Sí…es guapísimo.

    - Sí…¿quién será?

    Aquel hombre deambuló por el salón, hasta que fue llamada por Lady de Polignac.

    Cruzó un par de palabras con ella y éste se inclinó.

    Al poco rato, arribaron sus majestades. La reina fue quien salió.

    - Su Majestad está indispuesto- comentó lady de Polignac.

    María Antonieta sonrió a aquel hombre.

    Oscar se preocupó.

    La reina llamó a Oscar.

    - Ven, Oscar…

    La joven se acercó.

    - Su Majestad- dijo inclinándose.

    - Te presento al duque de Buckingham.

    El hombre saludó a Oscar.

    - Caballero, mis respetos- respondió el duque.

    André sólo rió. Oscar no le aclaró nada.

    - Igualmente, señor duque.

    La reina miró a Oscar con complicidad. No sería ella quien le dijera la verdad a la reina.

    El duque pasó el resto de la noche bailando con la reina.

    - ¿Cómo se siente usted hoy, Majestad?

    - Muy bien, señor duque. ¿Usted se divierte?

    - Mucho, lady Antoinette. No hay dama más bella que usted aquí.

    - Gracias…

    - Es en serio…lady de Polignac me ha dicho que es usted una mujer tan virtuosa como bella. Y yo tenía…verdadera curiosidad por conocerla.

    Polignac interrumpió.

    - ¿Puedo abordar a su Majestad un momento?

    - Claro…-dijo el duque.

    La mujer dijo a la reina.

    - Majestad…el duque está interesado en vos…

    - Es un hombre…muy atractivo- musitó la reina.

    - Permitidle…ser vuestro favorito…

    - Pero, ¿y su Majestad?

    - No importará…él no tiene por qué molestarse…vos tenéis derecho de aceptar la influencia de ese hombre que satisfará vuestros deseos y os ayudará a ser feliz.

    María Antonieta pensaba en Fersen.

    - No lo sé…hay alguien que…

    - Si es por el conde Fersen, no debe angustiarse. El duque es discreto y sólo será para llenar de calor vuestras noches, Majestad. No es necesario que comprometáis vuestros sentimientos…

    La reina decidió que lo pensaría.

    - Ya se verá…por ahora quiero seguir atendiéndolo…es un hombre culto e interesante y eso me agrada.

    - Bien,Majestad. Estará muy honrado con vuestra…amistad.

    El duque esperaba hasta que notó la presencia de la reina.

    - Majestad…habéis vuelto. Os extrañaba. Un caballero como yo no puede prescindir de vuestra presencia.

    - Señor duque…

    - ¿Me permitís unas palabras…a solas?

    El duque la llevó a un salón a un costado del de los Espejos. Oscar trató de no ser evidente. Dijo a Oscar.

    - André…ya vuelvo.

    El duque avanzó unos pasos y dijo a la reina a su espalda cerca de su oído.

    - Majestad…he estado ardiendo en deseos de deciros…que os necesito…que he venido para colmaros de lo que tengo para daros…

    Sus ojos destilaban malicia. La reina lo miró con ardor.

    - Vuestros ojos…son tan profundos…

    - Y están dispuestos a miraros sólo a vos…

    Una caricia furtiva en su cuello hizo suspirar a la reina quien le permitió un contacto de sus labios en los de ella.

    Oscar miró por una rendija. Lo que vio la conturbó demasiado.

    - No puede ser…

    La reina estaba accediendo a las pretensiones del duque. Nada bueno podría salir de todo eso.

    André la alcanzó.

    - ¿Qué sucede?

    - Nada…no te puedo decir por ahora. Ven, vámonos. Hay que tener vigilada a Polignac.

    Mientras buscaba a aquella mujer, Rosalie llegó al encuentro de Oscar.

    - Monsieur Oscar…

    - Rosalie…-dijo la joven sonriendo al encontrarse con aquella muchacha a quien quería como a una hermana.

    - ¿Cómo estás?

    - Bien, aunque no como yo quisiera.

    - ¿Te trata bien esa mujer?

    - Es mi madre…

    - Sí, pero eso no es todo…esa mujer no tiene entrañas de madre…

    Rosalie bajó la cabeza.

    - No puedo hacer otra cosa…

    - Claro que puedes. Si tú quieres, puedes volver a la casa, cuando quieras.

    Rosalie miró a Oscar. Una luz de esperanza cruzó por su corazón.
     
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    Andrea Sparrow

    Andrea Sparrow Usuario común

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    Lumiére et nuit [Finalizado]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Romance/Amor
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    87
     
    Palabras:
    950
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    Cap. 50

    La noche continuaba. El duque seguía pendiente de la reina, incitándola.

    Oscar no le perdía la pista. Sin embargo, André la tomó por el brazo.

    - Oscar…ven conmigo.

    La apartó de la rendija y la instó:

    - Será mejor que te despegues de ahí, Oscar.

    - ¿Por qué, André?

    - Porque…es evidente lo que va a suceder. Pero si tú te enteras y te haces testigo, tendrás muchos problemas. Tu familia podría estar en riesgo.

    - Pero si no estoy al pendiente, también pasará lo mismo.

    - Es mejor no saber lo que parece que sucederá…eso no te pondrá en riesgo. En cambio, si sabes de más, toda tu familia pagaría las consecuencias.

    Oscar lo pensó. André podía tener razón.

    - Creo que tienes razón. Sólo que quiero protegerla…

    - No podrás protegerla de ella misma…dale tiempo, quizás sólo se trate de un asunto pasajero…ten paciencia.

    - No es fácil, André. No puedo evitar que cometa cierta clase de tonterías.

    - Es importante lo que ella decida ahora. Si deja pasar esta oportunidad tal vez tuerza definitivamente la balanza hacia la independencia de América. Si este hombre tiene una gran influencia en Inglaterra, podría intervenir para que el conflicto termine antes de lo previsto…

    André dijo todo eso con el fin de tranquilizar un poco a Oscar. Sabía lo que esas palabras significaban para ella.

    - Tienes razón, André. Tengo que dejar que ella…decida sobre su vida. Yo sólo estaré pendiente…

    - Eso es, Oscar…ven, vamos a tratar de disfrutar un poco más de la fiesta.


    Entrada la noche, Oscar y André se retiraron a petición expresa de la reina.

    Oscar le preguntó.

    - Majestad…¿requerirá que esté aquí, temprano?

    - No, Oscar…no es necesario…tú entiendes…

    - Milady…¿todo estará bien?

    - Te lo prometo…

    La coronel Jarjayez se marchó con mayor tranquilidad. En tanto Rosalie se acercó.

    - Monsieur Oscar…se lo pido…váyame a buscar a casa.

    - No es prudente ahora, Rosalie. Pero te prometo que pronto estarás de nuevo en la casa…te lo aseguro.

    Rosalie lloró un poco antes de que Polignac se acercara. Oscar no quiso perjudicar a Rosalie y se marchó.

    En camino a casa, Oscar no pudo dejar de volver pensando en Fersen quien aún se debatía entre la vida y la muerte en el campo de batalla.


    Polignac se acercó a su hija.

    - Rosalie…es momento de irnos.

    - Está bien, madre.

    Sólo se detuvo un momento para hablar con la reina.

    - Majestad…tengo que retirarme…pero espero que pase usted…excelente noche.

    La reina sintió un poco de agresión en aquellas palabras.

    - No tiene que hacerlo evidente, milady.

    - No lo he dicho por eso…es más bien la oportunidad de ser usted misma…

    La reina se dejó manipular por la forma de hablar de Polignac y asintió.

    - Gracias, milady por preocuparse por mí. Sé que usted siempre está pendiente de mi felicidad…eso es algo que siempre valoraré.

    Polignac sonrió con malicia.

    - Con su permiso…la dejo en buenas manos…

    Con sigilo, la reina pasó por un pasillo a donde se encontraría con alguien.

    Estando ahí, el duque ya la esperaba con un ambiente sugerente y agradable.

    - Majestad…está usted…bellísima.

    Besó su mano delicadamente para luego ir subiendo por su brazo buscando generar una ferviente caricia en su cuerpo.

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    María Antonieta no dudó en permitirle aquel contacto apasionado…se dejó llevar lentamente por sus labios hasta que fue tomando posesión de cada parte de su ser…el duque sabía perfectamente en qué puntos de su fisonomía encontraría mayor placer pero la ayudó a ella a descubrirlo.

    - Tengo temor…nunca he estado con alguien que no sea su Majestad.

    - No tema…yo sólo procuraré que disfrute este momento. Seré cuidadoso y podrá contar con mi presencia…siempre que quiera…

    Sus labios fueron sujeto de su posesión hasta recostarla en la cama y permitirle acceso a su intimidad. Así, entre movimientos sugerentes que ella desconocía, se entregó a las caricias de un amante que cambiaría el destino de la reina de Francia en cuestión de horas.


    André se mantuvo un momento en la puerta de la habitación de Oscar. Pudo escucharla llorar. Se conmovió y trató de no correr a sus brazos para consolarla.

    La reina seguía ahora en brazos del duque y ahí se quedaría durante algunas horas más.

    Cuando André volvió al despacho, Oscar bajó ya recompuesta.

    - ¿Todo bien?- preguntó ella.

    André se admiró de la fortaleza de Oscar.

    - Sí, ¿por qué no?

    - Supongo que te debe doler mucho que la mujer que amas esté ahora en brazos de otro…

    - Sí…pero ya estoy acostumbrado. Recuerda que la reina tiene una hija con su Majestad.

    - Sí, lo sé, y me preocupa lo que pueda venir.

    - Sé que su Majestad es firme pero también es cierto que es sumamente influenciable.

    Oscar pensó entonces en buscar acorralar a Polignac.

    - ¿Qué tienes pensado?

    - Poner contra las cuerdas a cierta mujer que debe responder por lo que quiere hacer…y su seguridad puede venirse abajo sin que se dé apenas cuenta…

    - Nunca te había visto tan decidida.

    Oscar sonrió.

    - Siempre lo he estado, sólo que quizás ahora tengo que mostrarme aún más valiente…como todo un hombre.

    André respondió con firmeza.

    - Cuenta conmigo, como siempre…

    Oscar sintió aun más fuerza. La verdadera seguridad que sentía parecía provenir más de André que de ella misma.
     
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    Andrea Sparrow

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    87
     
    Palabras:
    1751
    [​IMG]
    Cap. 51

    Aquella mañana, Polignac ya se encontraba en espera de ser recibida por la reina.

    Oscar se aproximó a ella.

    - Buenos días, mi lady.

    La condesa repuso.

    - Vaya que hoy es un buen día, Oscar, generalmente no me saludas con tanta cordialidad.

    - Quizás porque sé que su influencia está por terminarse…ya es justo, ¿no lo cree?

    - ¿Por qué insistes en eso?

    - ¿Le parece poco? ¿Atormentar a una pobre niña como Rosalie?

    - ¿Atormentarla? Estás loca…

    Oscar replicó.

    - Claro que sí. ¿O cree que es muy fácil para ella estar con la mujer que mató a la que siempre creyó su madre y saber que en realidad es la mujer que le dio la vida?

    - Yo no sabía que ella era la niña que le di a la joven Lamorlierie…

    - Pero ahora que ya lo sabe, nada ha cambiado.

    Polignac la miró con rudeza.

    - No tengo por qué darte explicaciones de mis actos. Yo sé lo que va a suceder y no pienso permitir que tú entorpezcas ni te entrometas en mis asuntos.

    - Sólo le voy a exigir que no dañe a Rosalie y mucho menos a la reina. A ella menos que a nadie.

    La condesa sonrió cínicamente.

    - Despreocúpate, Oscar…sé muy bien lo que tengo que hacer.

    Oscar la vio marcharse. Entonces dijo para sí misma:

    - No se crea tan segura, milady.


    En los aposentos reales, el duque de Buckingham aún se encontraba descansando junto a la reina.

    Ésta le decía:

    - Milord…debería pensar bien lo que va a hacer.

    - Lo tengo bien pensado. No se preocupe, Majestad. Mi influencia en Inglaterra será positiva y así la consecución de la paz será mayor. La corona accederá sin mucho problema a que América se independice y así será una victoria inmediata. Y de ese modo, Francia se verá libre de cualquier problema con Inglaterra.

    - ¿Puedo entender eso como una especie de traición a los suyos, George?

    El duque sonrió dulcemente.

    - No exactamente eso, Majestad. Más bien, es una colaboración unilateral…estoy tratando de negociar lo más conveniente.

    - ¿Cuál es el beneficio que obtenéis de ello?

    - No lo sé pero, algo me dice que podría ser algo muy importante.

    Lady Antoniette sonrió.

    - No sé qué pueda pasar pero…quiero confiar en ti, George.

    Un beso unió a aquellos dos seres. George Villiers demostraba la influencia que podía tener en la corona francesa.


    Oscar se reunió con André que ya estaba listo a caballo para el entrenamiento.

    - ¿Ocurre algo, Oscar?

    - No…todavía no, André. Pero espero que esto no desencadene una catástrofe.

    - Ten mucho cuidado…no me gustaría que te metieras en problemas.

    - No tengo miedo pero…tampoco me gustaría que algo malo sucediera.

    André la miró con dulzura. Oscar evadió la mirada temporalmente.

    - ¿Sabes si el conde de Guemené está aquí?

    - ¿Lo necesitabas?

    - Mi padre era el que quería hablar con él- repuso Oscar.

    - Permíteme buscarlo- dijo André marchando al interior del palacio de Versalles.


    Mientras avanzaba por el interior, encontró a Rosalie en un rincón de uno de los salones.

    - ¿Rosalie? ¿Ocurre algo?

    - No exactamente, André. Es que…quisiera volver con Monsieur Oscar.

    André repuso.

    - Hay una forma de hacerlo…se me ocurre una idea.

    - ¿Qué idea?

    - Ya verás. Espérame en un rato en el jardín norte.

    - Está bien, André. Pero, ¿y no será peligroso?

    - Claro que no. Tú aguarda.

    André se despidió y fue a buscar al conde Guemené.

    Escuchó tras una puerta que hablaba con algunos hombres.

    - Sé por buena fuente que la independencia de América es un hecho.- decía uno de ellos.

    El conde respondió.

    - Yo escuchó algo igual. Lo que no concibo es la razón. Se supone que Lafayette debía estar apoyando a Inglaterra.

    - Yo pensé lo mismo pero…creo que hay un fuerte apoyo de Francia a los protestantes libertarios.

    - Deberíamos actuar en consecuencia- respondió otro.

    Guemené observó.

    - Me gustaría saber en qué posiciones están los hombres de Lafayatte…especialmente el conde sueco Fersen.

    André entornó los ojos. Lo que estaba por escuchar era muy riesgoso.


    Miró a todos lados y se cercioró que nadie más lo viera.

    - ¿Fersen? Está a cargo de un grupo de soldados de Lafayette.

    - Habrá que averiguar qué tan involucrados están y hacerlos volver para juicio.

    André se marchó inmediatamente. No pudo seguir escuchando.

    Se fue lo más rápido que pudo hacia donde estaba Oscar pero la encontró con su padre.

    - El conde de Guemené me dijo que estaba contrariado con tu actitud.

    - ¿Cuál?

    - Dijo que te había escuchado decir que ojalá la independencia de América fuera un éxito.

    La joven respondió.

    - ¿Por qué no habría de serlo?

    - Sabes que esa gente está toda en contra de los principios de la corona.

    Oscar trató de salir del paso.

    - A lo que me refiero es que…si el asunto termina pronto, nuestros soldados volverán con bien.

    El general Jarjayez respondió.

    - De igual forma, Oscar. No podemos ni debemos alegrarnos porque esa gente gane la batalla.

    - Está bien, padre. Dile al conde de Guemené que…podemos hablar en privado si gusta. Si algo no le parece, estoy a su disposición para discutirlo.

    - No creo que sea necesario- repuso su padre.- Puedo disculparte. No quiero que te veas involucrada en ese tipo de discusiones que sólo pueden modificar tu forma de pensar.

    André se acercó prudentemente.

    - General, ¿me permite hablar con Oscar?

    El padre de la muchacha asintió.

    - Será mejor que hables tú con ella, André. Creo que yo ya no tengo nada más que decirle por ahora.

    Cuando el general se hubo marchado, dijo.

    - ¿Qué ocurrió, André?

    - ¿Qué te decía tu padre?

    Oscar respondió.

    - Dijo que el conde estaba molesto conmigo. Ese hombre no tiene autoridad moral para decirme nada y lo sabes…

    - Sí, lo sé. Pero no te pongas así. Recuerda que ya tuviste problemas con él antes.

    La joven Jarjayez respondió.

    - Tienes razón, André. Por enésima vez tienes razón…

    André no sabía si eso era un elogio o si debía sentirse bien por ello.

    Oscar continuó.

    - Aunque, no creo que hayas intervenido sólo para saber lo que mi padre decía.

    - No…esto es más delicado de lo que parece.

    Oscar se preocupó.

    - ¿Qué sucede, André?

    El muchacho dudó. Hablarle a Oscar sobre Fersen era lastimarse a sí mismo. Había luchado de forma insistente para que Oscar dejara de pensar en Fersen pero no lo había conseguido. Y ahora hablar de él sería contraproducente. Sin embargo, sabía que Oscar estaba preocupada por el conde sueco y decidió decírselo.

    - Escuché a Guemené y a otros caballeros decir que…van a realizar juicio contra los hombres del ejército francés que hayan apoyado a los protestantes ingleses que luchan a favor de la independencia de América.

    Oscar dudó.

    - Eso no creo que sea tan preocupante.

    - Podría serlo…los hombres de Lafayette, al parecer, están del lado del bando americano.

    Entonces la joven Jarjayez se angustió.

    - Si es así, Fersen debería volver…

    - Así es…

    Oscar sintió una opresión en el pecho.

    - No sé qué podríamos hacer al respecto.

    - No creo que mucho. Quizás podrías interceder con la reina para que volviera.

    - Por ahora parece que no serviría, André. Ese tal duque de Buckingham está interviniendo y tal vez no sea muy favorable su apoyo.

    - No puedes saberlo. Podría servir que lo averiguaras.

    Oscar entrecerró los ojos.

    - Dijiste que era riesgoso que interviniera porque iba a arriesgar a mi familia.

    - No te he dicho que lo hicieras directamente…-resolvió André.

    La muchacha entendió. André estaba dispuesto a arriesgarse por ella.

    - No voy a permitir que te atrevas, André. No voy a dejar que te involucres y salgas afectado.

    - Eso no va a pasar, Oscar- respondió muy resuelto André.- Basta que lo haga con cautela.

    La joven dudó de nuevo.

    - Lo lamento…no pienso aceptar.

    André insistió.

    - Recuerda lo que sucede con su Majestad…yo quiero defenderla de ese tal duque.

    Oscar notó entonces que quizás no era una idea tan descabellada.

    - Está bien, vamos a intentarlo.

    - Sólo deja que lo haga a mi manera, ¿entiendes, Oscar?

    - No te preocupes, no intervendré.

    - Me retiro, Oscar. Cuando me necesites, llámame.

    Cuando se marchó de la vista de Oscar, sus ojos estaban cristalizados.

    - La amo tanto…no sé cómo podrá soportar que ella esté sufriendo por él…realmente será algo indecible- se dijo inclinando la cabeza contra el suelo.

    Se levantó y se marchó hacia el jardín.


    Rosalie ya esperaba.

    - Pensé que ya no ibas a venir.

    - No te preocupes, Rosalie. Sube al carruaje. En un rato vendrá Oscar y volveremos a casa. Tú irás en el carruaje y volverás a casa antes que nosotros. Cuando Oscar llegue, ya estarás en la casa.

    - ¿Todo saldrá bien?

    - Sí, descuida, Rosalie. Ahora, trata de que nadie se dé cuenta. Yo vendré de vez en cuando.

    Se separaron hasta la noche.

    Por fin, la hora de que el carruaje Jarjayez se marchara llegó.


    André y Oscar volvieron a casa cada uno en su caballo. André estaba un poco nervioso.

    Oscar le preguntó.

    - ¿Conseguiste avanzar algo?

    - Muy poco. Ese duque es muy suspicaz. Pero no se le ha despegado a la reina en ninguna audiencia.

    - Será complicado, André.

    - No te preocupes. Mientras yo esté sirviendo a la reina directamente algo se me ocurrirá.

    - No lo dudo.- dijo la joven- siempre te las ingenias para hacer de las tuyas.

    Volvieron a galope tendido. Por fin llegaron a la casa.

    André trató de entrar antes. Pero Oscar lo detuvo.

    - ¿Puedo saber por qué estás tan nervioso?

    - Por nada…-señaló mientras trataba de estar más tranquilo.

    - Ve a dejar los caballos, por favor- señaló Oscar.

    Pero André seguía pendiente de que entrara a la casa para ir por la parte de atrás y cerciorarse de que Rosalie hubiera llegado bien.

    Para evitar sospechas, dejó los caballos en las caballerizas y volvió. Quiso subir con Oscar a la habitación pero consideró que no era prudente.

    - Rosalie…por favor…esperemos que no vaya a hablar problemas…
     
  16.  
    Andrea Sparrow

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    Cap. 52

    Oscar se detuvo un momento en la escalera.

    - André…¿puedes ir a ver si la cena está servida?

    El muchacho se tranquilizó y tuvo que ir a ver la cena.

    Su abuela se dio cuenta de su preocupación.

    - André- sugirió la señora Grandier- vienes descompuesto. ¿Qué ocurre?

    - Abuela, cometí una torpeza.

    La abuela le replicó.

    - ¿Qué has hecho, muchacho?

    - He traído a Rosalie sin permiso de los Polignac…

    La abuela Grandier entornó los ojos y dijo:

    - ¿Cómo se te ha ocurrido? ¿Qué vas a hacer si alguien se da cuenta?

    De pronto, se escuchó la voz de Oscar que decía:

    - ¡André!

    El joven tembló.

    - ¿Ya escuchaste? Oscar ya se dio cuenta. Tengo que ir a enfrentar esto. Deséame suerte.

    La abuela negó.

    - Ojalá se enojen contigo por torpe.

    André fue a la sala.

    - ¿Qué ocurre, Oscar?

    - ¿Por qué no me dijiste que vendría Rosalie de visita?- preguntó tranquilamente.

    El muchacho suspiró de tranquilidad.

    - Es que…quería que fuera una sorpresa, ¿cierto, Rosalie?- comentó André de notar que Oscar había comprendido que sólo iba de visita.

    Rosalie apenas pudo asentir con una leve sonrisa.

    Oscar abrazó a André y añadió.

    - ¡Es la mejor noticia que he recibido en mucho tiempo! Estás tan linda, Rosalie y me da tanto gusto que hayas venido a verme…

    La chica sonrió y dijo.

    - Yo también tenía ganas de ver a Monsieur Oscar…

    - No me llames así, sólo Oscar.

    - No puedo…no me pida eso…

    André notó que la chica seguía algo cohibida con la presencia de la joven coronel.

    - Y dime, ¿cuánto tiempo tienes pensado quedarte? Por nosotros puede ser el tiempo que quieras…

    - Se lo agradezco. Un par de días, si usted gusta.

    - Por supuesto. Bienvenida. Esta es y será siempre tu casa. André, ordena que nos traigan algunas bebidas. Brindaremos Rosalie, tú y yo por este reencuentro.

    - Sí, Oscar, al punto.

    André volvió a la cocina. La abuela le preguntó.

    - ¿Y bien?

    - Nada, abuela. Oscar me abrazó. Está feliz de que esté Rosalie aquí.

    - ¿Sabe acaso que la trajiste a la casa de vuelta?

    - Pues…todavía no- fingió inocencia- pero ya se enterará. Ahora sólo quiero que estemos felices. Pidió bebidas y brindaré con ellas.

    La abuela se desplazaba para llenar las copas.

    - Ay, hijo…eres realmente un cabeza dura. Te perdono sólo porque Oscar lo hizo, que si no…

    - Que si no, abuelita linda, me perdonarías igual, ¿cierto?

    La señora Grandier sonrió por lo bajo.

    - Sabes que te quiero mucho…pero tampoco seas tan barbero, ¿oíste? Dile a las muchachas que lleven esas copas y tú pórtate a la altura de las circunstancias.

    - Así será, abuela.


    Mientras tanto, en Versalles…

    - Su Majestad, es un honor que se haya dignado recibir a los dignatarios de España.

    - No podría ser de otra manera, señor conde Merchant.

    - ¿Y el duque de Buckingham?

    - Está en otra reunión en la antesala…ya vendrá. Por ahora, siéntanse a gusto.

    María Antonieta recibía a todos fingiendo cordialidad, cuando en realidad se sentía agobiada y molesta.

    Volvió a los aposentos reales y encontró a su Majestad jugando con la pequeña princesa.

    - ¿Todavía no se duerme?

    - No…está esperando a mamá reina para que le cuente un cuento…

    La reina solicitó.

    - Por favor…es momento de que entres tú. Yo…me siento indispuesta. Me quedaré con María Therése hasta que se duerma.

    - Por supuesto, reina mía- dijo dando un suave beso en las manos a la soberana.

    Ella se quedó ahí, pensando en lo que estaba sucediendo en su vida.


    Oscar y André cenaron con Rosalie y al poco rato, André decidió ir a dormir.

    Cuando Oscar y Rosalie estuvieron a solas, Oscar le dijo:

    - Rosalie…¿qué ha pasado?

    - ¿Sobre qué, Monsieur?

    - Sé que tenías ganas de volver a la casa…pero sé que lo habrías hecho sin más. Dime, ¿qué te hizo volver?

    - Monsieur Oscar…

    - No me mientas…sé la verdad. André es demasiado obvio. Te trajo a escondidas. No me molesta en lo absoluto.

    - No lo riña. Él sólo quiso ayudarme.

    - Lo sé, por eso no puede enojarme pero…no quiero que haga las cosas a escondidas. Debió decírmelo. No me hubiera opuesto. Sólo que…quiero saber si pasó algo malo con Polignac.

    Rosalie respondió.

    - No nos entendemos. No puedo seguir así. Ella no me comprende. Ha insistido mil veces en que es mi madre y que yo debo obedecer sus órdenes pero eso es insufrible…quiere casarme como lo intentó hacer con Charlotte. Y me negué rotundamente. Le dije que no pensaba aceptar. Le grité…le dije muchas cosas y discutimos fuertemente.

    - No debiste…-comentó Oscar.

    - Lo sé pero ya no puedo dar marcha atrás. A esta hora debe saber que yo ya no estoy en la casa.

    - Eso no me preocupa. Nadie te obligará a salir de aquí si no quieres. Saldrás de esta casa en el momento en que te cases. Y lo harás, porque yo me encargaré de que te cases con quien tú quieras, cuando tú quieras y como tú lo desees.

    - Gracias, Monsieur Oscar- sonrió entre lágrimas Rosalie.

    Oscar hizo hincapié.

    - Sin embargo, puedes quedarte con una sola condición.

    - ¿Cuál?

    - Que no te olvides de que soy mujer…

    Para Rosalie no era tan bueno eso pero podía soportarlo tan sólo con estar cerca de la joven.

    Aun así, Rosalie ya no sentía la misma devoción que antes. Comprendía que Oscar era una mujer y que como tal se comportaría en algún momento. Y ella ya se sentía ofuscada ni confundida. Ahora estaba libre y vería a Oscar como una gran hermana o como el protector que ella tanto requería.


    André, por su parte, estaba más que feliz de ver contenta a Oscar. Aunque algo todavía empañaba su alegría: la vuelta de Fersen.

    - Cuando lo haga…ellos dos tal vez se entiendan…pero si no lo hacen, será aún más duro para ella y sufrirá…y…¡a mí me duele tanto que ella sufra por alguien que no soy yo!- soltó llorando amargamente en soledad.


    Polignac ya se había enterado de lo sucedido.

    - Así que a un carruaje…seguramente Oscar Jarjayez lo planeó todo…pero ya me las pagará esa muchachita.

    Entonces pensó en dañarla. Pero ya lo había intentado una vez. Sospecharía. Tenía que haber algo más.

    - Ya sé…tu mejor carta es tu respeto y lealtad a la reina. Pues bien, eso descenderá…ella ya no confiará más que en mí. A ti no te tomará en cuenta y la alejaré para que te veas humillada y debilitada, Oscar Jarjayez. Voy a ganar no sólo la batalla sino también la guerra…

    Estrujó una hoja de papel y decidió tirarla. En ella escribiría una nota para su Majestad.


    El rey estaba pensativo. Quería hacer un presente a la reina que fuera de acuerdo con su rango y su belleza. Pero no lo encontraba.

    Polignac convenció al joyero Bohemer de llevar a la reina el collar. Ella ya lo había rechazado.

    El joyero insistía en que se le comprara la pieza.

    Así que se le ocurrió ir a buscar a Jeanne Valois para solicitarle su apoyo.

    - Querida marquesa…necesito de su ayuda…su Majestad no ha querido comprarme esta hermosa pieza. Convénzala para que se quede con ella. Le daré facilidades para pagar.

    En cuanto vio el hermoso collar, Jeanne sintió que en su corazón hervía la avaricia.

    - Es hermosísimo…sí, le prometo que convenceré a Su Majestad para que lo acepte.

    - Muchas gracias, madeimoselle. Usted que está tan cerca de ella podrá conseguir que la reina se quede con este valioso collar. Luciría hermosísimo en su cuello.

    - Claro que sí. No se preocupe, señor.

    El joyero se despidió. Jeanne buscó inmediatamente a Nicolás.

    - Amor…mira esta joya. ¿No es preciosa?

    - Sí que lo es pero…debe ser carísima. No tenemos tanto dinero.

    - Lo sé…

    - ¿Y qué piensas hacer?

    - Conozco el modo perfecto de lograr que se pague. Por ahora, repártelo y vende las piezas para que te den lo más posible por ellas.

    - Pero, Jeanne…

    - No repliques, Nicolás y haz lo que te digo. Será mejor que lo hagas ahora antes de que me moleste más.

    Nicolás no comprendía de dónde le venía a esa muchacha aquella mente tan maquiavélica.

    Al día siguiente, Oscar y André se prepararon para volver a Versalles. Rosalie aceptó quedarse mientras se enfriaban las cosas con Polignac.

    Oscar iba de camino al palacio de Versalles junto con André cuando lo abordó a solas.

    - Dime, André…¿por qué lo hiciste?

    - ¿Por qué hice qué?- preguntó él sin comprender.

    - Ocultarme que llevarías a la casa a Rosalie a vivir.

    André bajó la cabeza.

    - Oscar, yo…

    - No te culpo. Ella te lo pidió y no pudiste negarte. Pero pudiste decirme la verdad. Yo no me habría molestado. Creí que me tenías más confianza…

    Avanzó en silencio y durante más de una hora no cruzó palabra con él.

    Llegando a Versalles, André bajó a la caballeriza y ella subió con la reina.

    No quiso decirle nada para no molestarla pero sabía que en algún momento tenían que aclarar las cosas.

    André estuvo deambulando por el jardín, cuando encontró al duque de Buckingham.

    - Señor duque.

    El duque sonrió y le preguntó.

    - ¿Eres André Grandier, cierto?

    - Sí, señor.

    - Por lo que sé eres algo así como criado de Oscar Jarjayez.

    Esas palabras molestaron a André y respondió.

    - Criado no: valet se escucha mejor, Monsieur.

    - Bien, valet, si te parece mejor…dime, ¿sabes si…hay algo más íntimo entre Monsieur Oscar y la reina?

    André sonrió y respondió:

    - ¿Por qué no se lo pregunta usted mismo, Monsieur?

    El duque sonrió.

    - Eres astuto, muchacho. Con tu permiso, André.

    - Pase usted.

    El joven estaba molesto. No lo calentaba ni el sol a causa de la situación con Oscar.

    Cuando la joven bajó, estaba molesta y se tumbó cerca de un sicómoro.

    - Ya veo que sigues molesta conmigo, así que no te dirigiré la palabra si no quieres- dijo André mirando al cielo.

    Oscar se mantuvo un momento en silencio.

    - ¿Podrías disculparme? Debí consultarte y contarte. No es que no te tenga confianza. N es eso y lo sabes. Es que…

    - Basta…-comentó Oscar.

    André iba a hablar.

    - No me malinterpretes, André. Lo del asunto de Rosalie es historia, no estoy molesta por eso. Fue una tontería mía.

    El joven estaba asombrado.

    - ¿Entonces?

    - Es que…la reina está algo molesta por las audiencias. La noto…desesperada…inquieta, ansiosa. Se ve que le molesta atender a sus súbditos. Pero cuando llega la hora de que se reúnan para una comida o cuando se organizan los bailes, está atentísima.

    André asintió.

    - Vaya que es un asunto delicado.

    - Sí, André. Y precisamente mañana…dice que no estará aquí. Se irá a descansar al Petit Trianon.

    - ¿Al Petit Trianon? No podría ahora…sería…demasiado.

    - No pienso permitírselo.- observó Oscar.


    Sin embargo, por un tiempo no hubo necesidad de persuadirla puesto que quedó embarazada de nueva cuenta.

    Esta vez, llegó el heredero a la corona que todos esperaban.

    Oscar y el resto de los generales hicieron guardia e hicieron sonar diez cañonazos en honor del príncipe heredero a la corona de Francia.


    Tres años más tarde…

    Oscar y André están ahora más maduros. La coronel Jarjayez es ahora una mujer de 21 años que sigue cuidando de la seguridad de la reina quien parece tomarse sus deberes reales con mayor ahínco.

    Sin embargo, no ha sido suficiente por el momento.

    El joven Grandier es un muchacho apuesto de 22 años que se dedica en cuerpo y alma a cuidar de Su Majestad como paje y a cuidar de la hija de general Jarjayez.

    Y así como el tiempo ha incrementado la fortaleza física y espiritual de ambos, también es cierto que en la misma o mayor medida a crecido el amor que el joven Grandier siente por Oscar François. Ella no se ha dado cuenta todavía y parece que jamás lo hará. Sin embargo, el tiempo puede modificar algunas circunstancias particulares.
     
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    Cap. 53

    Oscar se presentó aquella mañana al salón de los Espejos para ponerse a las órdenes de su reina, notando que ésta jugaba alegremente con la pequeña Marie Therése, la princesita.

    - Quédate a jugar otro rato conmigo, mamá reina…

    - No puedo, mi pequeña- decía la reina, quien ahora estaba entregada a su trabajo real, no sin sentir un poco de desprecio por los deberes que su condición le exigía.- Tengo que ir a audiencia.

    Marie Therése dijo a Oscar.

    - Hermano Oscar, qué bueno que has venido a verme. Tenía tanto que no me visitabas.

    - ¿Hermano?- preguntó Oscar.- ¿Acaso no sabe de mí?

    La reina rió.

    - Bien que lo sabe pero prefiere pensar que eres hermano y no hermana.

    - Está bien…no importa- dijo Oscar cargando a la pequeña.- Si te portas bien, linda, prometo venir a contarte un cuento. ¿Prometes dejar que mama´ reina vaya a la reunión que tiene?

    La pequeña hacía un pequeño puchero y asentía.

    - Está bien, Oscar. Lo prometo.

    Oscar sonreía y luego miraba a la reina

    - Majestad, es necesario que haga todo lo posible por atender a sus súbditos.

    - No estoy segura de querer hacer esto, Oscar.

    - Pero…no puede negarse, Majestad. Debe atender a su pueblo…

    - Es que…sería mucho mejor estar en un sitio tranquilo…donde descansar y dedicarme a mis niños.

    Oscar veía venir turbias y densas nubes oscuras sobre Francia.


    André esperaba afuera el momento de la práctica militar.

    El rostro de Oscar compungido y desalentado le dijo mucho más que mil palabras.

    - ¿Qué ha hecho esta vez?

    - Por ahora nada…al parecer no hay tormentas que tengan que ver con otros asuntos que no sean ella misma.

    - Comprendo…considera que es lo más importante.

    - Exacto. Ella cree que hace lo correcto para sí misma pero no para sus súbditos. Y eso es verdaderamente preocupante.

    - Por supuesto- dijo André.- ¿Y qué crees que pueda hacer?

    - Me parece que…lo que hará será olvidarse de todo. Pero…aun no entiendo cómo.

    - Yo tampoco- retomó André, quien tampoco imaginaba qué pensaría hacer María Antonieta.

    - Sólo un milagro podría hacerla recapacitar. Por ahora no deberíamos angustiarnos. Sólo es cuestión de tiempo. Quizás está cansada. Eso debe ser.

    - O algo está faltando en su vida…


    Oscar sabía perfectamente a quién se refería André.

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    [​IMG]
    Bernard Chatelet


    Bernard Chatelet estaba aún más comprometido con la causa en contra de la corona.

    - Cada día comemos peor y vivimos en la mayor pobreza- reveló en un diario.

    La gente se acercaba para escuchar sus atinados comentarios acerca de la situación.

    - La monarquía no entiende que un pueblo que vive así está destinado a la ruina.

    - ¿Y qué propone que hagamos?

    - Hagan sonar su voz a través de los Comunes. Participen en los plebiscitos y encárguense de divulgar estos panfletos.

    Maximilien asentía.

    - Cada día que pasa la situación empeora- comentó.

    Bernard respondió.

    - Cada día que pasa los perros nobles nos hacen la vida más complicada. Lo que es hoy, apenas si tengo para publicar estos panfletos.

    - Ya veo pero…sucede que no es sólo esto lo que te tiene así.

    - ¿Qué más habría de ser, amigo mío?

    - La ausencia de cierta…mujer.

    Bernard rió.

    - Si te refieres a la chica aquella…Rosalie…estás en un error. Ella ya no me interesa. Escogió estar con los nobles…ahora debe irle muy bien. Así que no necesita de mí. Tiene quien la cuide.

    - Respiras por la herida, Bernard- comentó Maximilien.- Pero no seré yo quien te abra los ojos.

    - Tranquilo, Max. Vendrán tiempos mejores. Será mejor que me dedique a seguir escribiendo.

    El periodista parecía tranquilo, excepto porque el fantasma Lamorlierie seguía invadiendo su pensamiento.


    Oscar y André volvieron a la casa. André tenía buenas nuevas pero no quería compartirlas con Oscar.

    - Dicen que…la independencia de América es un hecho…

    Oscar lo miró con duda.

    - ¿Por qué me lo dices en ese tono, André?

    - No hay ningún tono, Oscar. Es sólo que me enteré de paso cuando salía de la cámara de Su Majestad, el rey.

    - Ya veo…espero que la guerra termine de una vez por todas.

    - Claro…-dijo André, casi suspirando.

    Oscar sonrió.

    - Me gustaría ir de vacaciones como antes, como cuando éramos niños.

    - ¿Recuerdas la vez que bebimos vino y que tu padre nos riñó cuando despertamos?

    La coronel rió.

    - Vaya que sí me acuerdo. Fue un momento memorable. Creo que desde entonces no vuelvo a beber.

    - Ni lo harás. Sabes que tienes prohibido embriagarte. Eso es de varones.

    Oscar interrogó cuando llegaron al jardín.

    - Vamos a ver, joven André Grandier, usted tiene confidencias importantes que hacerme.

    - ¿Cómo cuáles?

    - No lo sé…hablando de hombre a hombre, me gustaría que se sincerara conmigo. Vamos, André, soy tu amiga. No debes ponerte así.

    André negó.

    - No podría contarte ciertas cosas.

    - Creo que todo lo que te pasa lo conozco pero…por momentos siento que tienes ciertos secretos que sería muy interesante conocer.

    El muchacho movió la cabeza.

    - No te interesaría, Oscar. Créeme. Son asuntos de caballeros.

    - Yo me visto como caballero, como como caballero, duermo, pienso y trabajo como caballero.

    - Pero no lo eres…-afirmó André.

    Era una gran verdad que André se había encargado de reafirmar.

    - Está bien…si no quieres contarme.

    André tenía gana de juego. Tal vez lo que Oscar quería saber no era tan grave.

    - Bueno, contaré pero…no vayas a hacer preguntas muy comprometedoras.

    - Para que te sientas tranquilo, puedes preguntarme lo que quieras y así ninguno de los dos se verá obligado a revelar lo que no quiera.

    - Está bien. Empieza preguntando, ¿qué quieres saber?

    Oscar dudó. Tenía ante sí la posibilidad de averiguar los secretos de André.

    - Veamos…¿te has emborrachado fuerte, André?

    El joven negó.

    - No, Oscar. Sí he bebido pero no al grado de embriagarme. Sabes que la abuela me mataría.

    Oscar se carcajeó.

    - Es cierto. Le tienes pavor a la abuela.

    - Pavor es poco- dijo André.- Bueno…ahora tú. Me gustaría saber si has pensado en…unirte a aquellos que están en contra de la nobleza.

    - Ah, ya veo, dejar a la guardia real para convertirme en soldado de Francia. Pues…no lo sé, quizás por la paga pero…quizás me gustaría saber cómo viven y qué hacen. Ahora tú. ¿Tú pensaste alguna vez en irte a la guerra?

    André respondió.

    - La verdad, no- señaló.- No es miedo. Tal vez es que no soy partidario de la violencia para defender una verdad. En ocasiones, la mejor forma de luchar por lo que quieres es con silencio y la paciencia.

    A Oscar le sonaba aquello tan profundo. Guardó silencio un momento y luego añadió.

    - Bueno…es tu turno. Dime, ¿qué quieres saber?

    André pensó.

    - Me gustaría saber si…te gustaría ser madre.

    La pregunta era más delicada.

    - ¿Por qué me preguntas eso?

    - Tú dijiste que podía hacerte cualquier pregunta. Si tú vas a preguntar algo así, entonces yo también puedo preguntarte algo delicado.

    Oscar lo miró con algo de dureza. Entonces respondió.

    - Pues…la verdad no he pensado en eso…ya que no he pensado en casarme. Ahora con los niños de la reina me siento tan bien pero…no sé si yo pudiera ser madre.

    - Ya veo, te parece que es algo complicado.

    - No exactamente, creo que es algo hermoso pero no sé si yo algún día podría serlo.

    - Seguramente, si así fuera, tú podrías ser una gran mamá.

    Oscar sonrió y luego dijo.

    - Ahora te toca a ti. Dime…¿ya has…tenido relaciones íntimas con una mujer?

    André casi se atraganta con la pregunta.

    - ¿Cómo dices?

    - No te hagas. Puedes contarme si ya tuviste unión carnal con alguna mujer. No me refiero a tener novia sino más bien…si ya te relacionaste íntimamente con una mujer.

    André movió la cabeza.

    - No creo que pueda responder eso, Oscar.

    - ¿Por qué no? Tú dijiste que podía preguntarte lo que fuera.

    El joven Grandier señaló.

    - No puedo contestar eso. No me pidas eso, Oscar.

    Oscar lo tomó por el brazo.

    - No seas así. Soy mayor de edad y puedes decirme si ya has tenido vínculo con una mujer.

    André resopló.

    - Está bien…sí…ya he tenido relaciones.

    Oscar se sonrojó un poco.

    - Vaya…eso sí no lo sabía.

    André insistió.

    - Ahora tú, Oscar, dime. ¿Te has enamorado?

    Oscar entreabrió los labios.

    - ¿Por qué tengo que responder esa pregunta?

    - Porque es algo tan serio como lo que me preguntaste. Y tengo derecho a que respondas.

    Oscar asintió.

    - Está bien…responderé. Sí, me he enamorado y…ese sentimiento ha quedado olvidado. Fue una quimera y no volverá más.

    André sonrió.

    - Me alegra. Y en vista de que creo que ya no puedo hacer alguna pregunta más íntima, será mejor que dejemos este cuestionario por la paz. Ven, vamos adentro. Nos espera un largo tiempo de estudio.

    Oscar asintió.

    Miró a André. Se sintió un poco descubierta. Había mentido a su mejor amigo pero no podía decirle la verdad.
     
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    Cap. 54

    Oscar y André cenaron y fueron a la biblioteca. Oscar insistía en preparar a su amigo.

    - ¿Por qué te empeñas en enseñarme tanto?- preguntó André.

    - Porque realmente me interesa que te prepares bien. Todo lo que haces por mí es poco en comparación de lo que yo puedo hacer por ti. Que esta oportunidad la aproveches al máximo.

    André, con tal de pasar más tiempo con Oscar, era capaz de todo.

    - ¿Qué dijo tu padre respecto a lo que quería el duque de Guemené?

    - Me disculpó, aunque yo no quería. Yo no le tengo miedo a ese hombre.

    - Lo sé pero no debes preocuparte. Tu padre hizo bien.

    - ¿Eso crees?

    - Por supuesto.

    - Lo único que hizo fue dejarme como cobarde.

    - Claro que no. Tu padre bien sabe que no lo eres. Ya se lo has demostrado. Lo que sucede es que él bien sabe que Guemené es un hombre nefasto.

    Oscar todavía recordaba lo sucedido con aquel chiquillo al que el duque había disparado a sangre fría y por la espalda.

    - No pensemos ahora en él. Hay que terminar de revisar esto. Rosalie ya está dormida y no quiero hacer mucho ruido.

    Y así lo hicieron. Al poco rato cada uno se fue a su habitación.

    Pero en su mente, Oscar seguía preocupada por Fersen. Quería que volviera ya, puesto que la independencia de América era un hecho. Al día siguiente era la firma de los tratados de Versalles y habría mucha gente. Seguramente, Fersen no tardaría en volver.

    En Versalles, aquella noche, el duque de Buckingham se despedía de la reina.

    La alcoba parecía de fuego. Sólo al terminar, el duque se tendió sobre el lecho con ella y se incorporó enseguida.

    - Jamás voy a olvidar a una dama tan distinguida y hermosa como vos.

    - Yo tampoco podré dejar de pensar en un hombre como vos, señor duque.

    - No digáis eso…yo estoy encantado de haber podido serviros.

    - Y vaya que lo habéis hecho. Vuestra influencia fue decisiva para que la independencia se concretara y nuestras tropas volvieran con la victoria. Deberíamos sentirnos felices.

    El duque comentó.

    - Por supuesto. Y yo tendré a bien invitaros para que las relaciones de Francia e Inglaterra se estrechen aún más.


    Y tras un beso cálido la noche terminaba.


    Al amanecer, la reina ya se encontraba en el salón de los Espejos. La audiencia se le había hecho aún más difícil. Se hartaba cada momento más.

    Hasta que por fin llamó a lady de Polignac y la puso al tanto.

    - Mi querida señora- dijo la reina.- Necesita veros.

    - ¿Qué quería decirme, su Majestad?

    - Voy a mudarme un tiempo al Petit Trianon. Y quiero que venga conmigo.

    Lady de Polignac estaba fascinada con la idea.

    - ¿Al Petit Trianon? Magnífica idea, Majestad. Usted debe rodearse de lo mejor. Además, es tiempo de que descanse un poco de todo esto.

    Oscar se acercó.

    - ¿Qué te parece la idea, querida Oscar?

    - ¿Cuál, Majestad?- preguntó ingenuamente.

    - La de que nos marchemos al Petit Trianon.

    Oscar replicó.

    - No, Majestad. Usted no puede hacer eso, dígame que es una mala broma.

    - Por supuesto que no- reveló la reina.- Y de hecho, me gustaría que vinieras conmigo.

    - Lo siento, Majestad, pero no puedo permitir que haga esto.

    Oscar marchó de allí.

    Comenzó a llorar. Sabía que María Antonieta sufriría mucho después de eso.

    André la vio pasar cuando corría.

    - ¿Qué sucedió?

    Oscar no pudo menos que soltar el llanto y esconder el rostro en el pecho de André.

    Para el muchacho Grandier era como si le regalaran el cielo.

    Pero se volvió para mirarla.

    - ¿Por qué lloras? ¿Qué ha sucedido?

    - La reina quiere mudarse al Petit Trianon. Eso es imposible. No puede dejar el reino. No puede dejar a sus súbditos. ¿Sabes lo que eso significa?

    - Por supuesto. La mayoría de la gente de la corte tomará eso como una ofensa.

    - Exactamente. Además, ella tiene muchos asuntos que tratar y debe permanecer al lado de Su Majestad.

    - ¿Y qué piensas hacer?

    - Tratar de convencerla. No puedo dejar que cometa semejante tontería.

    André asintió.

    - Por cierto- preguntó Oscar- ¿sabes si ya llegó el informe de los soldados que han vuelto de América?

    André respondió.

    - Sí…ya llegó.

    La mirada de Oscar se tornó de ansiedad.

    El joven Grandier concluyó:

    - Fersen no está en la lista…

    Oscar bajó la cabeza, asintió y se marchó de nuevo donde la reina.

    - Ya vuelvo.

    Cuando Oscar se hubo marchado, André dijo para sí.

    - Aunque tú digas que sólo era una quimera estás mintiendo, Oscar. Realmente tú y yo sabemos que no es así…sabemos que tú sigues enamorada del conde Fersen y quién sabe hasta cuándo será eso…


    Jeanne se entrevistó de nuevo con el cardenal de Rohan.

    - Lamento molestarla, milady. Dígame, ¿tiene noticias de su Majestad?

    - Tengo algo que pedirle en su nombre. Ella requirió comprar algo pero…necesita la cantidad de 1600 libras para pagar una deuda. Y quiere que vos seáis su aval.

    - ¿Su aval?

    - Sí, su garante. ¿Lo harías por ella?

    El cardenal dudó.

    - Pero yo…

    - Hágalo, Monsieur. Es por su Majestad…ella lo vale.

    El cardenal lo pensó. Luego se decidió, escribió la nota y el recibo y se los entregó a la mujer.

    - Lady Jeanne, aquí está. Cuando quiera lo puede cobrar para hacérselo llegar a su Majestad.

    - Perfecto. Se lo agradezco en nombre de ella.

    Cuando el cardenal se hubo marchado, Jeanne se mostró satisfecha.

    - Lo conseguiste, Jeanne Valois…ahora sí que lo has conseguido…


    La joven Jarjayez fue donde su Majestad y trató de persuadirla para que no se marchara al Petit Trianon.

    - Majestad, ¿por qué esa decisión tan precipitada?

    - Sucede, querida Oscar, que cada día que pasa me siento más vacía.

    - No puede hacer semejante cosa. Es contra el pueblo francés. Sus súbditos la odiarán.

    - Claro que no, Oscar. Y no sigas tratando de ir en contra de mis decisiones.

    Oscar se disculpó.

    - Lo lamento. Pero no crea que voy a aceptarla de buen grado, Majestad.

    La reina se mortificaba.

    - ¿Por qué Oscar se niega a aceptar lo que yo decido? Es tan buena, la quiero mucho pero ella se niega a confiar en lo que hago.

    Al poco tiempo la repentina muerte de la reina María Teresa causó estragos en la alegría de la reina María Antonieta. Apenas si pudo escribir una carta para despedirse de su madre y enviar las condolencias a sus hermanas. Y a partir de entonces, todo se volvió disipación y diversión.

    Escapó de sus deberes reales y prefirió dedicarse a los bailes, los lujos y la alegría que le podía brindar el Petit Trianon.

    Los súbditos y la gente de la corte vieron con pésimos ojos, sintiéndose fuertemente ofendidos por la decisión de la reina. Así que muchos de ellos prefirieron retirarse y no ir más a Versalles.


    Aquel día, Oscar estaba de muy mal talante.

    André apenas si podía entender qué le sucedía

    Oscar- preguntó aquella vez André.- ¿qué te sucede?

    - No puedo pensar con claridad. La reina prefiere estar en el Petit Trianon.

    André repuso.

    - Oscar…no puedes hacer nada. La reina no te ha querido escuchar…

    - Eso ya lo sé, André. Y por eso estoy tan mal…

    Pero André sabía que no era solamente por eso.

    Por fin, el 29 de noviembre de 1783, se celebró el Tratado de Versalles, donde así Francia reconoció la independencia de Estados Unidos y las tropas estaban por regresar.

    Sin embargo, Oscar seguía pendiente de la reina. Bien sabía que María Antonieta no estaba a gusto, por mucho que se llenara de placeres, de alegría, de sus grandes amistades. Alguien estaba faltando ahí. Y eso le dolía profundamente a Oscar.

    Al notar que Oscar estaba cada vez más fuera de sí, le dijo:

    - No sé si haga bien pero creo que es mejor que vayamos a otro lado. La casa no es buena opción para ti.

    Oscar entonces pensó en una travesura.

    - Llévame a una taberna, por favor.

    - ¿Taberna? ¿Estás loca? Claro que no. No puedes pedirme eso.

    - Por supuesto que sí, y lo harás- replicó Oscar.

    El joven sabía que si no aceptaba, Oscar era capaz de irse sola.

    - Está bien, lo haré pero sólo porque te has puesto impertinente.

    André sacó a la muchacha a caballo y mintieron al decir que irían a una diligencia a París.

    Pero lo cierto era que se iban a beber a una taberna como las que acostumbraba André en los tiempos en los que quería olvidarse de su amor por Oscar, sin conseguirlo.

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    Las risas no dejaban de escucharse. Oscar sabía que ese lugar no era muy agradable para una joven pero ella no se consideraba entonces como tal, al menos no aparentaba serlo.

    André se sentó.

    - Estás loca.

    - Tú cállate. Dime, ¿qué pedimos?


    André quería que Oscar olvidara a aquella persona que tanto oprimía su alma y lo llevó a beber a una taberna.

    - Aquí estaremos bien.

    - Me alegro que me hayas traído a este sitio, André- dijo Oscar.

    - Si tu padre o mi abuela se enteran, la que me espera…

    - Bah, tonterías- dijo Oscar, empinándose bien pronto senda copa de vino tinto.- Las diferencias de clase no son nada, ¿entendiste? Nada…son sólo pamplinas.

    André sonrió por la forma de pensar de Oscar.

    Poco a poco la botella se fue vaciando, pero André bebía poco. Sólo Oscar llenaba una y otra vez el vaso.

    - Deberías parar, Oscar…estás bebiendo demasiado…

    - No pasa nada, André. Estoy bien.

    Pero su semblante comenzó a cambiar. Se notaba triste y melancólico.

    Al poco rato llegó un grupo de hombres, atraídos por el rostro tan perfecto del joven capitán.

    - Hey, amigos, miren…ese hombre bien podría ser la envidia de Adonis.

    - Eh, tú, jovenzuelo. ¿Qué haces tan sólo por aquí? Seguro su esposa lo dejó y por eso ha venido a beber una copa con nosotros.

    André intervino.

    - Ustedes no entienden, él es…

    - Tú cállate. Jovencito, se ve que tienes con qué, eres guardia real, invítanos un buen vino a todos…

    Oscar estaba enfurecido tras el trato tan irreverente de aquellos hombres y de un puntapié los lanzó lejos.




    <i>A unos pasos de ahí, dos hombres miraron con interés a Oscar-

    - ¿Ya viste, amigo Bernard?- preguntó un joven abogado a otro.- Es el guardia real, el que vimos en la ceremonia de coronación de Luis XVI.

    - Un perro de la reina…-comentó Bernard Chatelet, otro joven abogado.

    El primero, quien era nada menos que Maximilien de Robespierre, dijo a Bernard.

    - Sea o no eso, es extraño verlo por aquí, y mucho más que ahora mismo esté entablando una pelea con esos borrachos. Tu periódico, con una noticia como ésta, seguro se vende mañana.

    Bernard sonrió satisfecho. Era una buena idea.

    Pero André sabía que eso sólo acarrearía problemas.

    Tuvo que intervenir, a fin de evitar que aquellos hombres lastimaran a Oscar demasiado, pero el joven capitán de la reina parecía estar fuera de sus cabales.

    </i>


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    <i>

    - ¡Vengan acá, partida de imbéciles!- gritaba Oscar- ¡Acérquense un poco más y los voy a aplastar de uno por uno!


    Después de la trifulca, Oscar dio un mal paso y se desmayó.


    André sacó de ahí como pudo a Oscar, después de darse cuenta que le habían robado la cartera y que tendrían que volver a pie.

    - Bonita tunda nos espera a los dos, Oscar"


    La levantó y la miró con dulzura cuando todos se habían marchado.

    - Pobrecita, ¡cómo debes sufrir!

    Entonces, notando que Oscar estaba inconsciente y a su merced, ya no pudo esconderlo más y decidió depositar un suave y ardoroso beso en sus labios.

    - Quizás esta sea la única oportunidad en la vida que tenga para hacerlo…te amo tanto, Oscar- se dijo.

    Y cargando a la muchacha se dirigió con ella caminando hasta la casa…


    ----------------------------------------------------------------------------------------------


    ANDRÉ POR FIN PUDO BESAR A OSCAR, SÓLO QUE ELLA NO SE DIO CUENTA. PERO...QUIZAS ALGO BUENO SALGA DE ESO.
     
    Última edición por un moderador: 4 Octubre 2016
  19.  
    Andrea Sparrow

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    Cap. 55

    Llegó a la casa y la abuela abrió la puerta trasera del patio.

    - Estaba angustiada por ustedes. ¿A dónde fueron?

    - Dábamos la vuelta pero…nos asaltaron.

    - Dios mío…¿qué le pasó a Madeimoselle?

    - Nada, no te preocupes. La dejo en su cuarto y tú no has visto nada.

    - Por supuesto. Pero, no la dañaron, ¿cierto?

    André sonrió.

    - Despreocúpate…yo me encargué de cuidarla. Sin embargo…hubo algo importante.

    - ¿Qué cosa?

    - Tras el tumulto se desmayó y yo…

    - ¿Qué has hecho, muchacho?

    André suspiró.

    - La besé, abuela…

    La señora Grandier detuvo el brazo en el aire.

    - Hijo…

    - No te preocupes tampoco por eso. No se dio cuenta y dudo que cuando despierte lo recuerde.

    Apenas si dejó que la abuela percibiera el olor a alcohol de Oscar.

    Entró en la habitación, cerró la puerta y fingió que se había marchado.

    - Que Dios me perdone por lo que voy a hacer…-comentó André muy nervioso.

    La desvistió lo más rápido que pudo y la cubrió con un camisón y la metió entre las mantas.

    - Fiu! Ya estás a salvo, linda.


    André lanzó un beso al aire y se marchó.

    Una hora más tarde, Oscar despertó y se miró. Estaba en su habitación y pensó que la abuela la había ayudado a subir.

    - Sólo espero que mi padre no se entere…

    Pero a la mañana siguiente, Oscar amaneció con un terrible dolor de cabeza que le taladraba las sienes.

    Aun no se había levantado. La abuela Grandier fue a prepararle el baño y se dio cuenta de todo.

    - Así que…estuvo bebiendo, milady.

    - Abuela…

    - ¿Cómo se le ocurrió a André llevarte a ese infame lugar?

    - Fue porque yo se lo pedí, nana.

    - De todos modos, no debió llevarte allá. Pero ya me las pagará- reveló la anciana

    - No te desquites con él, por favor.

    La abuela mandó llamar a André, quien ya se imaginaba lo que estaba por suceder.


    Al poco rato de haber despertado, bajó a desayunar pero se sentía muy mal.

    André estaba junto a ella, tratando de ser atento y evitar que el coronel se diera cuenta.

    - Tienes mal semblante, Oscar- dijo el padre de la muchacha.

    - Es que…no pude dormir anoche, padre.

    - ¿Se puede saber por qué?

    - Es que…ya sabes, con eso de que la reina se ha ido al Petit Trianon…

    - Sí, lo sé…es bastante complicado. Pero ya entrará en razón, no te preocupes. Sin embargo, tienes que permanecer despierta y atenta por cualquier imprevisto. Al parecer, hay gente en las calles que piden a gritos un poco de pan.

    André no dijo nada pero le pareció algo cruel el comentario del señor Jarjayez.

    - De acuerdo con la forma en que vive la reina, es lógico que la gente piense así.

    - ¿Acaso estás a favor de la gente que protesta por todo?

    André guardó silencio, pero Oscar sabía que la opinión de André era bastante importante y justa.

    Rosalie bajó a desayunar.

    Alcanzó a escuchar lo que el general dijo.

    - Lamento su opinión, general.

    Oscar pensó que la situación se tensaría. Pero, para su sorpresa el general fue comprensivo.

    - Lo lamento, pequeña. Me retiro, te dejo en compañía de Oscar y André.

    - Nos vemos después, padre- dijo Oscar más tranquila.

    Rosalie bajó la cabeza. Algunas lágrimas rodaron por sus mejillas.

    - Sigo pensando que la reina es mala…ella es la culpable de que la gente esté cada vez más pobre.

    André también tuvo temor de que Oscar se molestara con Rosalie, pero no fue así.

    - No puedo contradecirte, Rosalie…lamentablemente yo también estoy preocupada por la actitud de la reina. Se ve que está sufriendo por la muerte de la reina María Teresa pero de igual manera su actitud no es justificable. Esperaba que cambiara de parecer, sin embargo, no ha sucedido.

    Oscar se levantó de la mesa dejando de un golpe la servilleta sobre ésta. André fue tras ella. Rosalie comprendió.

    - ¿Qué te sucede?- preguntó amorosamente.

    - André…no comprendo qué le sucede a la reina pero eso me impide comprenderla y ayudarla. Polignac sigue teniendo injerencia en sus decisiones y sobre todo, aprovechando la situación para su propio beneficio.

    - Eso sí que es muy problemático. Sólo habría alguien capaz de hacerla cambiar de opinión.

    Oscar sintió cómo André ponía el dedo en la llaga.


    Pasado un rato, la abuela le dijo:

    - Mi lady, Rosalie la estuvo esperando toda la noche sin pegar el ojo…

    Oscar la miró con dulzura. Pobrecilla…seguía en espera de su atención.

    - Lamento preocuparte, Rosalie…

    - Me alegra que esté bien- dijo llorando.

    - Oh, pobre Rosalie…si fuera hombre, te aseguro que te haría mi esposa…si fuera hombre…-pensó.- Pero no lo soy…todo sería tan fácil si lo fuera…


    En tanto, André seguía lastimado pero no se quejaba. Era su culpa que Oscar hubiera ido a ese sitio y se lamentaba por no poderla ayudar más.



    En tanto, Jeanne volvió a ver al cardenal de Rohan.

    - ¿Qué ha dicho la reina acerca de los pagos del collar? ¿Está complacida?

    - Sí, su excelencia…muy complacida- sonrió Jeanne.

    - Entonces…debo ir a agradecérselo.

    - ¿Cómo?

    - Quizás quiera usar el collar para mostrar su agradecimiento y aprecio hacia mí- señaló el cardenal.

    Jeanne trató de persuadirlo para que no fuera pero fue inevitable.

    El cardenal se presentó en el Petit Trianon. Sin embargo la reina fue cortante y esquiva con él, casi tratando de que se marchara del lugar.

    - ¿Quién le pidió a ese desagradable hombre que viniera?

    El cardenal se preocupó por la actitud y volvió con Jeanne Valois.

    - La reina no me hizo el menor caso.

    - Traté de decírselo pero usted no me quiso escuchar. Su Majestad no quiere usarlo hasta que esté totalmente pagado.

    El cardenal se convenció con tales palabras.

    - Ya lo suponía. Debí pensarlo antes. Oh, gracias, milady por abrirme los ojos.

    Jeanne sonrió. Había convencido por el momento al cardenal para que no sospechara.


    Sin embargo, en las prácticas de la guardia, Nicolás de la Motte no se encontraba.

    - ¿Dónde está ese haragán?

    Nadie sabía.

    - Sabía que era un inútil, pero esto es el colmo. Es un verdadero irresponsable. Lo retuve por causa del cardenal de Rohan. Se ha ausentado quince días, ¡medio mes! Pero si se atreve a volver juro que le cortaré el cuello!

    André notó que Oscar estaba sumamente molesta.

    Entonces, notó que el siguiente en posibilidades era el capitán Girodelle.

    - Capitán, ocupe el puesto en la guardia.

    - Sí, coronel Jarjayez, a sus órdenes- respondió.

    - ¡Todos a sus puestos!- dijo comenzando la práctica.

    En tanto, André la observaba con el corazón en flor.

    - Es tan hermosa…sus ojos brillantes como jades…su cabello dorado al sol…su valentía, parece una diosa guerrera…


    En el Petit Trianon, la reina estaba sufriendo a pesar de su ansia de divertirse. Sin embargo, algo pesaba sobre su corazón.

    - No sé cómo puedo soportar esta espera…sólo él podría devolverme la felicidad completa.

    De pronto, escuchó pasos. Sí, reconocía aquel andar.

    - ¿Fersen? ¿Podría ser?

    Sí, era el conde sueco que volvía por fin a su presencia.

    - ¡Majestad!- dijo sintiendo el cuerpo de la reina lanzarse a sus brazos. Lamento haber tardado tanto. Una fiebre me imposibilitó para volver enseguida.

    - Pero, ¿se encuentra bien?- preguntó ella.

    - Sí…milady…jamás me volverá a apartar de tu lado.

    - ¿De verdad?

    - Aunque me condene…sólo quiero permanecer a tu lado y apoyarte con todo mi corazón.

    - Yo también sólo deseo…estar contigo por siempre…contra todo…

    De pronto, otra figura apareció cerca. Los ojos de aquel ser se abrieron impresionantes.

    - ¿Fersen?

    - Sí, Oscar…soy yo- dijo sonriente.- Me alegra tanto volver a verte.

    Oscar trató de contener el aliento. Quizás esta vez conseguiría acercarse a él.
     
  20.  
    Andrea Sparrow

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    Cap. 56

    Oscar tenía los ojos abiertos como platos. A pesar de que la primera impresión había pasado, aún seguía pendiente de la presencia de Fersen.

    - Es él…-pensaba en su interior- es él definitivamente. Ha vuelto y quizás para siempre. Si en esta ocasión pudiera de verdad ganar su corazón.

    André se acercó.

    - ¿Qué sucede?

    Entonces se dio cuenta de lo que había pasado. André había notado la reacción de Oscar y se entristeció.

    Fersen dijo a Oscar.

    - Me alegra volver a verte.

    - ¿Por qué tardaste tanto?- preguntó la joven.

    - Una fiebre me atacó en América y tuve que quedarme. Pero todo está bien ahora.

    - Me alegro por ti. Todos estábamos preocupados por tu salud.

    André se marchó a los jardines.

    Oscar lo alcanzó al poco rato.

    - ¿Qué haces aquí? ¿Acaso alguien te ofendió?

    - No- dijo André.- Es sólo que no tengo ánimos de nada…

    - Ah, ya entiendo…estás molesto porque Fersen está aquí…estás celoso.

    André se levantó, la miró con fuego a los ojos y luego dijo.

    - Sí…estoy celoso…muy celoso…porque no soporto a Fersen aquí…

    - André…-observó, sorprendida.

    André insistió.

    - Si por mí fuera, no debía haber regresado pero…lo ha hecho. Y yo volveré a mi lugar de siempre.

    Oscar añadió.

    - Si quieres, podemos volver a casa…

    André asintió.

    - Yo me puedo ir…pero tú…quédate, si quieres.

    Oscar lo vio marcharse. Lo dejó sin decir una palabra. Tal vez era mejor así…por ahora.


    En tanto, Maximilien preguntaba a otro amigo.

    - ¿Puedo saber en dónde se ha metido Bernard?

    - No lo he visto desde hace días.

    Maximilien dudó.

    - Me da miedo que pueda meterse en problemas- comentó.- Algo me dice que ese muchacho no está pensando con la cabeza.

    Entonces recordó o que días antes le había dicho Bernard:

    “- Max…estoy pensando en hacer algo para luchar contra la nobleza.

    - En una ocasión me lo dijiste pero…¿no te parece suficiente con tus panfletos?

    - Claro que no- dijo Bernard- creo que es necesario algo más.

    - ¿Cómo qué?- preguntó Maximilien.

    - ¿No lo adivinas?

    - La verdad, no.

    - Bueno…te lo dejo de tarea…puedes tomarte tu tiempo para adivinarlo.

    - Bernard, ten mucho cuidado con lo que haces.

    - Tranquilízate, no te pongas así, no será para tanto. Por cierto…se vendió muy bien el periódico con la noticias sobre el soldado de la reina que armó el zafarrancho en París.

    - Ya lo creo, pero no debiste…yo sé lo que te digo.

    - No te preocupes…pronto lo olvidarán. Pero eso sólo servirá para que la gente se dé cuenta de lo que los nobles hacen mientras nosotros morimos de hambre…

    - No creo que hayas dejado de pensar en Rosalie…

    - Esa muchacha…tal vez está ya acostumbrada a la vida cómoda…ella fuera de mi vida sólo fortalecerá mis decisiones…”

    Maximilien movió la cabeza.

    - Bernard debe tener cuidado. Un paso en falso lo puede llevar a prisión.


    Al que no le faltaba mucho para la prisión era Nicolás de la Motte.

    Pero eso no era lo que atraía la atención de Oscar Jarjayez. No podía dejar de pensar en el joven abogado que había conocido en la coronación de Luis XVI y otro amigo suyo que estaban en la taberna. Los reconoció sin dudar.

    - Esos abogados…¿qué hacían ahí? No sé qué pensarán ahora…

    Fue al despacho y encontró unos libros que seguramente eran de André.

    Los hojeó despacio y comentó:

    - No puede ser…estos libros son…liberales…¿esto es lo que lee André?

    Revisó el libro y se lo guardó. No quería que André se diera cuenta de lo que había hecho.


    En el Petit, madame Rose Bertrand llevó un nuevo vestido y una carta del joyero Bohemer.

    - Ese pobre hombre debió haber enloquecido. Como no quise comprarle el collar…

    - ¿Es algo de cuidado, su Majestad?

    - No, para nada, madame.

    Y dicho y hecho, quemó la carta, sin pensar en las consecuencias que eso le traería.


    En la casa Jarjayez, Oscar estaba muy contenta por la venida de Fersen. Pero no quería que nadie se diera cuenta.

    Sólo André era quien se daba cuenta en su corazón. Y el dolor lo atormentaba calladamente.

    Su torso desnudo se veía brilloso a la luz de la luna.

    Bañaba los caballos y sus lágrimas se mezclaban con el agua que bebían lo animales.

    - Lo siento, amigos míos…pero hoy no me siento bien.

    La silueta salió de la caballeriza y se internó en la casa.

    Oscar lo vio pasar pero no dijo nada.

    Sin embargo, su emoción continuó durante toda la noche.


    Al día siguiente, Fersen fue llamado ante la reina y fue nombrado caballero del regimiento de Du Pont, con un cargo sumamente importante.

    Sin embargo, tras aquel nombramiento y el de otros coroneles, su vida siguió transcurriendo entre los bailes, los paseos, la música, la alegría y el descanso. Cada uno de ellos, pagados con el erario del pueblo.

    La condesa de Polignac estaba siempre junto a ella y se alegraba de que Oscar no se apareciera por ahí. Durante mucho tiempo, Oscar jamás se presentó en el Petit Trianon, puesto que sus actividades en Versalles eran sumamente importantes como el cargo que desempeñaba Fersen. Pero éste se presentaba en el Petit cuando la reina lo solicitaba.

    Polignac pensaba para sí:

    -“ Este es el momento oportuno para deshacerme de esa chiquilla tonta…y de paso, acercarme más a Rosalie. Tengo que convencerla de que vuelva conmigo…”

    La reina la sacó de sus pensamientos y le explicó.

    - Voy a actuar en el pequeño teatro de la corte…me encantaría representar El Barbero de Sevilla.

    - ¿Actuar, su Majestad?

    - Por supuesto, milady.

    - Claro que sí, será algo verdaderamente exquisito. Y…de paso…podemos invitar al conde Fersen.

    La reina se turbó pero comentó.

    - No…no creo que venga.

    - ¿Por qué no, Majestad?

    - Quizás no sea prudente…

    En su mente recordaba las palabras de Fersen acerca del secreto que debían guardar y el hecho de no encontrarse en lugares públicos.


    Quien estalló en cólera fue Oscar.

    - De todas las obras que existen, ¿tenía que representar esa? Los nobles del Petit Trianon deben estar locos.

    André notó de qué forma estaba descompuesta.

    - Oscar…serénate, por favor…

    - ¡Estoy tranquila!- gritó.

    - Trata de ser racional…-observó André intentando calmarla.

    - ¿Racional? ¡Soy la viva imagen de la racionalidad, André! ¿Te das cuenta de lo que harán los nobles cuando lean ese guión?

    - Supongo que será complicado, Oscar, pero…no creo que lo tomen tan en serio.

    - Eso espero…porque de no ser así…las cosas se pondrían mal…

    André le insistió.

    - Deberías calmarte, Oscar. Hay cosas mucho más importantes.

    - Según veo, creo que no te has dado cuenta de la gravedad.

    André le gritó.

    - Me doy cuenta que lo verdaderamente grave es lo que está haciendo Polignac con la reina. Está sometiéndola a sus deseos, instigándola para que se vea con Fersen y así provocar un escándalo. ¿Te parece poco eso?

    Oscar guardó silencio.

    - Tengo que admitirlo…tienes razón.

    André sabía que con esos comentarios, Oscar entraría en razón.

    - Debemos volver a Versalles, André. Su Majestad el Rey nos ha solicitado.

    - Te han solicitado…a mí no.

    - No puedes escabullirte. Quiere uno de sus corceles reales para la cabalgata real y tú tienes que aderezar las monturas.

    André, como niño regañado, le dio la espalda, sonriendo dentro de sí.

    Pero lo que encontraron en Versalles fue el estallido de una bomba…
     
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  1. Andrea Sparrow
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