Saint Seiya Los Lentes de Papá【 Dégel/Fluorite 】

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por Rashel Vandald, 11 Enero 2021.

  1.  
    Rashel Vandald

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    Escritora
    Título:
    Los Lentes de Papá【 Dégel/Fluorite 】
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1088
    Fandom: Saint Seiya © Masami Kurumada. || “The Lost Canvas” © Shiori Teshirogi.

    Tipo de Fic: One-shot.

    Personajes principales: Dégel, Fluorite.

    Géneros: Drama. | Family.

    Advertencias: WHAT IF. | Un poco de OOC.


    _____________________________

    »Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Es hora de dormir, querida.


    ¿Alguna vez te has roto la cabeza tratando de recordar la voz de una persona que ya no está viva, y, sin embargo, no podías olvidar ciertas frases que ésta solía decirte? Ese era el caso de Fluorite.


    A sus 16 años, Fluorite todavía recordaba ciertas cosas que le decía su padre (que en paz descanse) cuando ella era una niña. Una de las cosas que más rememoraba con mucho cariño, era que, al terminar de leerle un cuento para niños, él la arropaba bien y luego de sonreírle, la dejaba dormir, apagando la vela.


    Ella recordaba que él le leía lento y fluido, a veces agregaba o quitaba cosas a los cuentos de modo que Fluorite no tuviese pesadillas, puesto que, algunos de esos relatos, solían ser bastante oscuros y siniestros.


    Su padre fue amoroso, dedicado, responsable y muy talentoso para describir los más mágicos páramos y las más descabelladas, pero entretenidas aventuras de criaturas con las que Fluorite terminaba soñando para bien.


    Actualmente, pasando las 3 de la tarde, ella se encontraba apoyada de espaldas contra uno de los pilares exteriores de la Casa de Acuario.


    Luego de terminar sus deberes, por fin podía respirar un poco del aire fresco de Grecia. Hace ya casi dos años que trabajaba como doncella, y, sin embargo, Fluorite era una de las pocas chicas con ese puesto que podían tomarse ciertas libertades, como, por ejemplo, vivir en una alcoba propia adentro de la onceava casa del zodiaco.


    Dégel de Acuario no la trataba como a una sirvienta; al menos no como lo haría cualquier otro hombre con el poder de hacer y deshacer a su antojo. Le decía “por favor” y “gracias”. También la invitaba a comer si tenía hambre, aunque claro, no comían juntos debido a las normas impuestas a las doncellas y a los santos.


    Él le decía, con su frío tono que no ocultaba su nobleza, que no se excediese en su trabajo y que, si algo le faltaba por hacer, que lo hiciese mañana.


    Sin embargo, a veces, él también se enojaba con ella por ciertas cosas que Fluorite todavía no hacía bien, una de ellas, era no devolver los libros y pergaminos en su sitio cuando los tomaba y los leía. Si bien, Dégel era bastante paciente con ella, su talón de Aquiles era su biblioteca. Él en serio se irritaba si algo no estaba justo como lo dejó.


    Cuando limpiaba esa zona tan oscura, pero tan maravillosa, Fluorite pecaba mucho de abusar de su permiso para tomar, ojear libros y pergaminos, y dejarlos donde los dioses le daban a entender más no donde realmente los había encontrado.


    Cada vez que Fluorite caía en la tentación de leer un poco sobre X o Y libro, no pasaba mucho tiempo antes de que ella se encontrase con Dégel, quien llevaba una cara tensa, que describía bien su enfado.


    Había que ser claros, él nunca le había gritado a Fluorite por ello, mucho menos la había mandado a castigar como dictaban las normas. Hasta eso, Dégel había sido compasivo; sólo le recordaba entre dientes que había vuelto a desordenar los libros, y la ignoraba el resto del día.


    Kardia de Escorpio una vez felicitó a Fluorite por su natural capacidad de irritar al santo de acuario, sin embargo, a Fluorite no le hacía ni pizca de gracia molestarlo cuando él había sido tan gentil de no sólo darle un techo y un trabajo, sino también su permiso de curiosear en su baúl de conocimientos.


    Hoy terminó sus labores con la biblioteca, sin embargo, antes de tomar un libro y volver a esa rutina que a Kardia le provocaba tanta risa, Fluorite se percató de que, en la mesa, puestos sobre el enorme libro antiguo escrito en hebreo, que Dégel había estado leyendo en los últimos días, estaban unos lentes.


    Bien cuidados, bien limpios…


    Casi por inercia y en un acto completo de descortesía que, de ser una doncella común, le costaría incluso la vida, Fluorite tomó los lentes sin el permiso de su actual dueño. Simplemente no pudo contenerse.


    Mirándolos, delineando los bordes, ella caminó hasta afuera de la doceava casa, donde se apoyó en uno de los pilares y ahora se encontraba recordando su niñez.


    »Había una vez, una princesa…


    Pasó tiempo asimilando que su padre se había ido, así que ya no tenía problemas emocionales con recordarlo. Sin embargo, lo que ahora la entristecía era el saber que, con cada año, ella olvidaba más y más su voz.


    ¿Por qué sería eso?


    No se dio cuenta de que estaba llorando, hasta que parpadeó una vez y tragó saliva por su garganta seca.


    «Debo devolverlos» pensó Fluorite tristemente, limpiándose con el antebrazo derecho.


    No quería molestar más a Dégel. Suficiente malhumor le provocaba moviendo los libros en la biblioteca como para que ahora estuviese tomando cosas que ya no eran de ella, por mucho que así lo sintiese todavía.


    Fluorite le había entregado estos lentes, sería una total falta de respeto que los tomase sin su permiso.


    Iba a volver a la biblioteca para dejarlos donde los agarró, sin embargo, se quedó de piedra en su sitio cuando vio a Dégel salir de la Casa de Capricornio; iba acompañado de El Cid y Albafica. Sin escapatoria, ella sólo pudo bajar la cabeza, cerrar sus ojos y tratar de pararse derecha, con su crimen en las manos.


    Los santos que acompañaban a Dégel ni siquiera la vieron, él por su lado, se detuvo brevemente para decirle una cosa:


    —Te ves muy cansada; aún es temprano, deberías bajar al pueblo y tomarte el resto del día.


    Dicho esto, le dio una suave palmada sobre su cabeza, y prosiguió su caminata.


    Fluorite abrió los ojos, alzando la cabeza, dándose cuenta de que él no le había dicho nada por haber tomado sus lentes. Sonrió entre triste y feliz (algo que no sabía cómo debía describir mejor) asintiendo a las palabras que oyó.


    —Lo haré —masculló sabiendo que él no la oía. Tragó saliva con esfuerzo, mirando las gafas entre sus manos, aguantándose las lágrimas—. Gracias.


    FIN
     

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