Drama Liberada.

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La primera vez que su arma se disparó fue en el año 2007 una tarde del veinticinco de diciembre. Su memoria siempre recordaba perfectamente cada detalle de ese momento, a pesar de haber declarado que nunca había estado allí realmente.

Y mantener su inocencia se había convertido en su prisión.

Víctor Lorca había sido el esposo de su hermana por doce años. Un hombre con un poco de éxito, reconocido, quizá y un maldito desgraciado que en más de una ocasión había dañado severamente a su propia familia. Era un golpeador, sumido en una locura que todos ignoraban por alguna maldita razón. Excepto ella.

Ella no había podido hacer eso y si no había hecho algo antes, se habían debido a las constantes súplicas de su hermana mayor. Pero intentó tener un motivo, un motivo más que fuese perfecto para hacer algo al respecto. El día justo y exacto para tomar el valor que necesitaba para desaparecerlo en lo posible, por siempre de la faz de la Tierra.

Y ese día llegó finalmente.

—¿Está consciente de la severidad de esta declaración, agente Wile?

—Sí.

El detective bajó la mirada hacia la hoja de papel en blanco y luego a ella. La persona que había sido su compañera por más de diez años, estaba confesando un crimen que había cometido. No tenía idea de cómo tomarse aquello. Nunca había demostrado ser alguien en quién no se pudiese confiar y sin embargo, a como todo estaba yendo, ella era una asesina.

—Bien, te escucho.

—Era una tradición en la familia reunirse a almorzar cada veinticinco de diciembre y Clare no estuvo ahí.

Los días festivos eran lo que los Wile más disfrutaban, pues eran las únicas fechas en las que la familia podía reunirse sin excusas. Pero cuando todos se sentaron en la mesa, quedaron esos asientos vacíos que ella principalmente, notó a la perfección.

Los comentarios no tardaron en llegar, buenos y malos, tal vez. Pero no había escuchado ninguno de ellos, sólo terminó su plato y salió de allí en su auto a un rumbo fijo. La única razón por la que Clare Wile no hubiese estado sentada con las personas que la amaban, se debía a algo que, en cuanto llegara, no le gustaría en lo absoluto.

Y hubiera deseado equivocarse.

—¿Con qué? —parpadeó un par de veces saliendo de aquel recuerdo y llevó su atención a su compañero.

—Él la había golpeado pero no como las veces anteriores. Su rostro estaba todo magullado, como si una pandilla la hubiese agarrado con fierros y palos gruesos —sus ojos se llenaron de lágrimas —, no era ella. Los daños eran muy severos; estaba muy lastimada, ella y los pequeños. No tuve alternativa y no quice tener una.

—Y le disparaste.

—No había tiempo para torturarlo, sólo quería verlo muerto. Pero no fue en su casa.

Los ojos le habían escocido de tanto llorar. La ira, la bronca, un enojo que no había podido controlar había hecho estragos en su interior, mientras buscaba con desesperación el rostro de Lorca entre los que corrían para hacer ejercicio. Hasta que dio con él.

Esperó que los presuntos amigos de él se fueran. Y cuando quedó solo en aquel parque, tomó el arma que había dejado en el asiento de copiloto y bajó del auto con una fría determinación.

—Entonces —podría jurar que había escuchado el disparo resonar en la pequeña oficina antes de escuchar la voz del agente —, ¿qué sucedió?

—Lo maté, sin pensarlo, sin analizarlo. No puedo asegurarte que haya habido un momento de demencia temporal, pero sí puedo confesar que deseaba que esa bala le atravesara el cráneo.

El silencio fue el protagonista de ese instante; él escribía con premura sobre la hoja de papel. Intentando a su vez no olvidar cada detalle de aquella historia. Por supuesto, su cabeza trabaja demasiado rápido intentando encontrar eso positivo detrás de aquello tan... Aberrante.

—¿Es todo?

Hale Wile suspiró con alivio. Sabía que lo que había hecho le traería gravísimos problemas, pero el peso que había sentido durante todos esos años había desaparecido por completo. No tenía nada más que decir pues, esa había sido toda su verdad.

—Es todo.