One-shot Leyendas de Uwendale [League of Legends]

Tema en 'Fanfics sobre Videojuegos y Visual Novels' iniciado por Luncheon Ticket, 21 Agosto 2020.

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    Escritor
    Título:
    Leyendas de Uwendale [League of Legends]
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1961
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    El Sitio Remoto

    El pueblo de Uwendale es un asentamiento rural que, si bien pudiera ser humilde, destaca por la audacia y destreza de sus habitantes. Rodeada por una gran fila de montañas hacia el suroeste, la distancia hasta la ciudad más próxima (la capital del reino de Demacia) ha generado que todo tipo de oportunistas o malvivientes (arrebatadores, tahúres, estafadores y gente de tal calaña) vieran eso como una ventaja para llevar a cabo sus tropelías, sintiendo una vaga impunidad. Las particularidades propias de las inmediaciones no son menos hostiles; una buena cantidad de manadas compuestas por bestias agresivas suelen merodear por los alrededores, a la espera de atrapar entre sus fauces a cualquier desprevenido. La determinación de los pueblerinos ante tales peligros les ha forjado el carácter, al punto de volverse unos cazadores excepcionales, implementando también la justicia por mano propia. Por esto y otras tantas particularidades, ciertas leyendas se han vuelto algo recurrente en aquel lugar. En esos casos siempre suelen resaltar principalmente dos, que son las más reconocidas. Una de ellas es la que ahora nos compete, o más bien, la circunstancia de ésta misma.


    El Deseo Imposible
    Un chico de no más de quince primaveras a cuestas camina erráticamente por la plaza principal de la ciudad. Un mal congénito impide que su andar se dé con normalidad. A veces, y de manera repentina, un dolor punzante lo aqueja en el muslo derecho. Siempre fue así, y ha tenido que soportarlo en silencio. Cargando unos troncos pesados sobre su hombro, debe cumplir con su oficio de peón sin queja alguna. Sus pasos lo llevan a toparse con la estatua del célebre Héroe Desconocido, una personalidad anónima cuya valerosa hazaña permitió que los residentes aprendieran a defenderse de los forajidos y de las criaturas dañinas, siguiendo su ejemplo. La efigie no tiene una forma concreta, nadie ha sabido identificar al individuo a quien se le ha otorgado ese honor. Unos dicen que se trataría de un ser de muy baja estatura. Otros alegan que su tamaño era tal, que su cabeza era capaz de rozar el techo de las casas como si nada. No hay acuerdo en eso. Sin embargo, también es habitual dedicarle una festividad que se celebra cada año. El adolescente ve con sana envidia aquella noble representación. Nunca alcanzaría una gloria de tal magnitud. Era, y siempre lo sería, solo un granjero. Tal vez se equivocaba.


    El Suplicio Despiadado
    Por las noches, ese dolor en la pierna maltrecha aumenta significativamente. Muchas veces el chico ha tenido que llorar por el sufrimiento que padecía. En esas malhadadas instancias, su madre trataba de tranquilizarlo desesperadamente, pero ninguna cura llegaba a funcionar. Había ocasiones en las que el episodio cesaba, y la tranquilidad regresaba a esas madrugadas como la estampa de un sueño placentero. En otras, la queja era tan sentida y aguda, que el joven deseaba poner fin a esa aflicción rogando que se detuviera el latir de su corazón. Anhelaba profundamente calmar su desdicha. En medio de una de esas situaciones, las plegarias del chico se dieron de tal manera, que la madre le abofeteó, provocando que sus propios ojos se humedecieran. Él se quedó mudo, cabizbajo y con el semblante oscurecido. Ella lo abrazó conmovida, tan fuerte como sus brazos pudieran. La muerte no era algo que se tomara a la ligera en el pueblo de Uwendale, no. La muerte no debía ser subestimada bajo ningún punto de vista.


    La Muerte Atroz
    El muchacho oyó que alguien refería la historia una tarde de otoño en el que el viento soplaba muy fuerte y las nubes estaban ennegrecidas. La taberna permanecía casi desocupada, y por eso tuvo que fingir que no le interesaba, a pesar de que el tema le cautivaba lo suyo. Era posible hallar a la muerte siguiendo el sendero que se perdía más allá de las montañas. Pero la aventura no sería nada halagüeña. El fin acaecería de un modo brutal, sádico, intempestivo, terrible. Para saber que la muerte estaba cerca, bastaba con oír el aullido siniestro de un gran lobo de pelaje blanco, mientras uno se enfrentaba a algún riesgo considerable. Nadie que haya ido a esas montañas ha regresado jamás. Esa historia les era relatada a los niños del lugar como una advertencia para que no se alejaran demasiado de sus hogares. Lo peor que un habitante podría lamentar en esos casos, era que el cuerpo de la víctima no se pudiera hallar para darle santo sepulcro. Y si en una de esas el occiso era recuperado, el cadáver seguro estaría en un estado tan destrozado, que sería casi imposible poder reconocer la humanidad que tuviera alguna vez.
    Por eso mismo jamás era buena idea subestimar a la muerte. Desearlo significaba un despropósito unánime.


    La Decisión Final
    La señal que permitió su esperada elección ocurrió una tarde en el que él se cayó al suelo con la pierna inmóvil. Desde ese momento, el adolescente comprendió que la única forma de movilizarse sería con la intervención de una vara de madera que le sirviera como bastón. También supo que a la larga todo su cuerpo quedaría anquilosado. Al día siguiente, antes de salir el sol, preparó sus cosas y enfiló hacia las montañas. Previamente había pasado por el cuarto de su madre, y la contempló con pena mientras ella dormía. Se sintió un miserable por desobedecerla, pero no quería vivir así por el resto de sus días, siendo una carga para ella y sus otros dos hermanos mayores. Siendo una carga para sí mismo, atrapado en su desgracia. Ella aborrecía a la muerte, le había arrebatado a su marido hacía dos años en una batalla contra un grupo de asaltantes. No quería que su hijo terminara igual. Él le dio un beso y se fue sin mirar atrás. El sol estaba en lo alto cuando alcanzó el principio de una de las cumbres. Era un día mustio de invierno, en el que la luz del febo apenas si daba buena lumbre. Recorrió muchos kilómetros, con la frustración perfilándose en su rostro. Ni rastros de forajidos o criaturas salvajes. Mucho menos el agorero e intimidante aullar de un lobo. Solo sintió cansancio, dolor, sed, y una somnolencia que lo invadió inusitadamente.


    El Esperado Destino
    Aquel Muchacho despertó en una pradera de pastizales lozanos. No estaba siendo atacado por angustia alguna, lo que le extrañó demasiado. La brisa era reconfortante y el firmamento estaba limpio, sin nubosidades. Escuchó un andar ligero cerca de él. Observó a una encantadora jovencita de larga y esponjosa cabellera, sus grandes ojos y su aire inocente le concedían la apariencia de un ángel. Su atuendo colorido y un par de cuernos, uno a cada lado de su cabeza, era lo que más llamaba la atención sobre su aspecto, pero en nada ello generaba desconfianza, al contrario. Estaba jugando grácilmente con algunas mariposas, como si esperara a que él volviera en sí. Al percatarse de que al fin el viajero había recobrado la conciencia, ella se le acercó. Mientras caminaba, él vio que portaba un arco entre sus manos, por lo que fácilmente se podría considerar que fuera una cazadora. El siguiente diálogo se dio entre los dos, y aunque a algunos esto pudiera suscitarles cierta melancolía o tristeza, al chico le llenó de alivio el corazón.

    —¿Quién eres tú? —le preguntó a la niña, creyendo que lo socorrería—. Aléjate, no necesito tu ayuda.

    E intentó recobrar su bastón, el cual permanecía a un lado, extendiendo su brazo. Ella se arrodilló junto a él, semejante a alguien que esperaba pacientemente a que sucediera algo importante, como el desenlace de un rito, un protocolo o un evento similar. El muchacho no podía reincorporarse, eso le asustó un poco. Para calmarlo, ella le habló. Su voz era cristalina y amena, como el sonido de un manantial.

    —¿Me rechazas? ¿Y después de tanto que me has buscado? —en sus palabras no había lástima, ni rencor, ni nada por el estilo. Solo albergaban amabilidad. Su mirada demostraba una empatía gentil.

    Él volvió a examinarla, incrédulo. Cuando ella tomó una de sus manos entre las suyas, supo exactamente de quién se trataba. Había como un dejo de sorpresa y satisfacción en su expresión, pero principalmente lo primero.

    —Tú… tú eres… —balbuceó él, aunque casi era algo inútil o redundante.

    —Poseemos muchos nombres, casi uno por cada región —dijo ella, con la cara risueña—. Pero nuestro oficio es solo uno, independientemente de cómo quieran definirnos.

    —Creí que tenías la forma de un lobo blanco que destazaba a sus víctimas de manera implacable, o eso me han asegurado —él intentó justificar su error, por respeto al ente que estaba a su lado.

    —Ese no es el designio que tú mereces —comentó ella, compasiva—. Me ha tocado a mí auxiliarte en tu empresa.

    —Y… ¿me dolerá? ¿Sufriré mucho? —al hacer esa pregunta, el joven no pudo evitar estremecerse, pero sin un ápice de arrepentimiento. Más bien esperaba no sentir más aflicciones.

    —No te preocupes, ya está hecho —la jovencita le acarició la frente—. No sientas ningún temor, te acompañaré a donde debes ir. Solo tienes que relajarte.

    Entonces la dulce doncella dirigió su vista hacia el pecho de quien yacía a su diestra, como una venia para que su acompañante pudiera comprobar que le decía la verdad. Él hizo lo mismo, y sus pupilas se encontraron con una flecha incrustada a la altura de su tórax, solo en ese instante pudo verla. Era larga, de color blanco y con un acabado maravilloso, como si las manos que la fraguaran no fueran humanas. El sueño volvió a él, pero esta vez se dio cuenta de que sería para siempre, que sus párpados no volverían a abrirse jamás. No podía estar más feliz. Con su último aliento, quiso decir unas últimas palabras.

    —Muchas gracias —susurró, adormecido—. En verdad… te lo agradezco.


    El Inicio de Otra Leyenda
    Al percatarse de la inoportuna desaparición, un contingente de hombres valientes decidió ir en rescate del chico. Lo buscaron durante casi todo el día, pero sin dar con él. La impotencia poseyó sus espíritus y bajaron de la ladera con el fracaso menoscabando su moral. Esa misma tarde, y por fortuna, una mujer había regresado de un viaje que había emprendido hacia otras tierras. Compadecida con la madre del desafortunado, decidió solidarizarse y conminó a aquellos hombres a que lo intentasen una vez más, ya que esta vez contarían con su ayuda. Ella se identificaba con el pesar de aquella progenitora, quien ya consideraba haber perdido a su adorado hijo. El fuego que representaba el recuerdo de su querido hermano fallecido hacía varios años provocó que Quinn, conocida como Las Alas de Demacia, comandara en persona al grupo de rastreadores. Ubicaría el paradero del chico a como diera lugar, con la asistencia de su águila, llamado Valor. La considerable experiencia de aquella fémina permitió que esta vez la iteración diera un buen resultado. Aunque afectados por el fallecimiento del adolescente, los pueblerinos decidieron llevar su cuerpo junto a su familia. La madre, al ver que la vida de su descendiente se había apagado, empezó a sollozar. Pero luego las lágrimas cesaron y fueron reemplazadas por una sonrisa de tranquilidad, y todos habían comprendido inmediatamente el por qué. Las facciones del joven demostraban sosiego. Había perecido sin remordimiento, ni quebranto, ni culpa.
    Fue así como se originó otra nueva leyenda, el del férreo caminante que pudo enfrentarse a la muerte atroz sin que su integridad se viera comprometida, habiendo encontrado la paz y conservando su constitución intacta. El mito de estos acontecimientos ha perdurado hasta nuestros días.
     
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