Letras Piratas [Días de Abecedario]

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por AikoSan, 16 Julio 2015.

  1.  
    AikoSan

    AikoSan Entusiasta

    Cáncer
    Miembro desde:
    8 Abril 2015
    Mensajes:
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    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Letras Piratas [Días de Abecedario]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    1179
    Los relatos que se presentarán a continuación pertenecen a la actividad Días de Abecedario.
    Serán una serie de relatos, tanto en prosa como en verso, de temática pirata, uno por cada letra del abecedario (en teoría).


    A de Abordaje
    En la cubierta del Ginger se respiraba el nerviosismo. No había ron, ni canciones, ni hombres peleando por la ración del día. Sólo se percibía un silencio tenso y peligroso que se te introducía por la garganta y te apretaba el estómago hasta producirte ganas de vomitar.

    Habíamos izado la negra antes de alcanzar el buque mercante, justo en el momento preciso para que no tuviera tiempo de huir. Ahora, estando a punto de irrumpir en aquella mole cargada de tabaco y azúcar, las cosas se complicaban. Los marineros que comerciaban en las aguas del Caribe eran hombres duros, preparados para luchar si veían la mínima posibilidad de victoria. No eran fáciles de acobardar y a cada braza que nos aproximábamos parecían más dispuestos a darnos guerra.

    Nuestro barco, el Ginger, no era demasiado grande ni, a decir verdad, atemorizante. La madera del mascarón de proa se caía a trozos y tanto la proa como la popa lucían numerosas cicatrices de sus batallas navales. Las velas, descoloridas por el sol, parecían de otra época sin llegar a estar raídas. Al verlo en el crepúsculo podría dar la sensación de ser un barco fantasma pero a plena luz del mediodía, no infundía el miedo en los corazones de los hombres.

    Y allí, esperando el inevitable choque de la madera de las dos naves, nuestras respiraciones se acompasaban.

    Aquella era mi primera vez. Todos los hermanos en el barco teníamos que pasarlo tarde o temprano pero no por ello la idea era menos aterradora a mis inexpertos ojos. Sabía que varios jóvenes —y no tan jóvenes— habían muerto en su primer intento de abordar. Unas horas antes, varios hombres de la tripulación habían estado recitando los nombres de los caídos en mi situación y aquello no había ayudado a calmar mis nervios. Esos nombres no abandonaban mi cabeza.

    Cuando ya había pronunciado mentalmente Smith unas quince veces noté como una amplia mano se posaba amistosamente sobre mi hombro. Antes de darme la vuelta, la profunda voz me hizo saber de quién se trataba.

    —Escúchame, chaval —los ojos azul océano del capitán aparecieron frente a mí y vi determinación en ellos—. Lo que voy a decirte ahora es sumamente importante y no pienso repetirlo, así que más te vale escuchar atentamente —sus palabras iban escoltadas por su dedo índice, que había extendido frente a mis ojos para captar mi atención. Siempre hacía eso cuando me explicaba algo que no debía olvidar—. Tienes aquí a más de cincuenta hermanos que van a pelear junto a ti. Algunos de ellos han estado al borde de la muerte otras veces y otros van a morir hoy —tragué saliva; mi boca se secaba por momentos—. Pero si conservas lo que tienes aquí dentro —me golpeó el torso con el puño cerrado justo a la altura de la boca del estómago; con fuerza pero sin llegar a doblarme por el impacto—, vivirás para saborear el botín.

    —¿El desayuno que estoy a punto de vomitar? —no pude evitar bromear para ocultar mi nerviosismo y mi confusión.

    —El miedo, hijo —el capitán ignoró mi intento de broma y habló sin alterar su gesto en lo más mínimo. Me contagió su seriedad enseguida—. El miedo es lo que nos mueve cuando tenemos que luchar por nuestra vida. No hay nadie que no lo sienta o que pueda resistirse siempre a él. Lucha con miedo y no caerás.

    —¿No se supone que debo luchar con valor? —estoy seguro de que la turbación en mi cara le hizo sonreír de manera casi imperceptible pero lo ocultó con maestría. Cuando habló, lo hizo con renovada seriedad.

    —No somos valientes ni temerarios; no somos héroes persiguiendo una buena causa, hijo. Somos ladrones preparados para morir bajo el filo de la espada o destrozados por el ron. Eso si tenemos la suerte de no terminar con la soga al cuello— su mirada se perdió por un momento aun estando posada en la mía pero continuó con su discurso— No intentes ser un héroe ahí fuera. Aprecia tu miedo y utilízalo para luchar. Luego brindaremos juntos por la victoria.

    Le vi alejarse de mí con pesados pasos que resonaban sobre la cubierta. Le vi también escalar al castillo de proa y parapetarse allí, oculto tras el palo de trinquete para no ser alcanzado por alguna bala enemiga. Desde allí nos dirigiría a todos.

    Medité sus palabras unos instantes y me pregunté cómo sería ver lo que iba a ocurrir desde el aire. Lo había presenciado innumerables veces desde las ventanas de la cámara del capitán, donde me ocultaba de la lucha cuando aún era demasiado joven para participar en el pillaje.

    Recordé que una vez el capitán, en una de sus noches cuya principal compañía era el ron, lo describió de una manera extraña pero hermosa, como sacada de uno de los libros que guardaba celosamente. Pese a estar completamente borracho, parecía casi emocionado al hablar.

    —Imagina una danza brutal y violenta sobre las aguas turquesas del Caribe; un baile suave, guiado por la olas, que termina con el choque de la madera contra la madera, seguido por gritos desgarrados; la melodía metálica de las espadas al golpear entre ellas y la sangre al derramarse sobre la cubierta.

    La repentina calma en que se sumieron todos a mi alrededor me devolvió al presente.

    El silencio que precedía al choque fue tan tenso que creí que me explotarían los tímpanos. Estábamos todos hacinados en cubierta, agachados bajos los rieles para que ninguna bala nos hiciera caer antes de tiempo. Los que habían controlado más su miedo se encontraban frente a las escotillas de la segunda batería, esperando el momento de abrirlas y saltar hacia las redes enemigas. El sudor y el aliento de mis hermanos impregnaban el aire y veía sus pechos subir y bajar rápidamente, al ritmo que debían ir sus acelerados corazones, como el mío.

    Uno nunca está lo suficientemente preparado para morir; sólo puede esperar que la fortuna esté de su lado y que el miedo le permita vivir para ver otro barco aparecer sobre el horizonte.

    El inevitable impacto llegó justo en el momento en que alcé la vista buscando a mi capitán con la mirada. Entonces caí al suelo bajo los empujones de los demás y un terror descontrolado se apoderó de mí; tanto, que a punto estuve de escabullirme bajo cubierta y esperar a que todo pasase.

    Pero la voz del capitán domesticó mi miedo. Tenía que aceptarlo y atesorarlo para usarlo contra mis enemigos; no contra mí mismo o mis hermanos. Las dos palabras que tantas veces le había escuchado gritar a pleno pulmón me dieron renovadas fuerzas para luchar y para vivir.

    —¡¡Al abordaje!!
     
    Última edición: 17 Julio 2015
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    AikoSan

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    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    91
    B de Bandera


    Se yergue, digna, sobre las aguas turquesa
    oteando el horizonte al acecho de su presa.

    Su fondo, negro como los abismos marinos
    y el cráneo roto tan blanco como la arena.
    Nos observa cada día flotando sobre las velas
    con cuencas vacías que guían nuestros caminos.

    Porque no tememos a la muerte, ni a la vida que llevamos
    si nuestra insignia nos protege cada vez que abordamos.

    Volátil y ligera, ondeando bajo el céfiro caprichoso
    la vetusta bandera pirata augura un botín provechoso.
     
  3.  
    AikoSan

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    Título:
    Letras Piratas [Días de Abecedario]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    1163
    C de Capitán


    Siempre ha sido para nosotros el Capitán. Pocos conocen su verdadero nombre y, los que lo hacen, se guardan de divulgarlo.

    Algunos dicen que en su juventud fue un noble en Kensington y que, debido a problemas con la justicia inglesa, tuvo que huir de su patria hasta aquí, hasta el Caribe, donde decidió convertirse en un proscrito y entregarse a la vida pirata.

    Si bien es cierto que sus facciones parecen salidas de un linaje real, no creo posible que el Capitán haya conocido nunca una vida que no sea ésta; la del saqueo en el mar y la sangre en la espada. Cuando llevas un tiempo navegando con tantos hombres te das cuenta de que la experiencia nos aporta hábitos que sólo la convivencia en un barco puede otorgar; la maestría para trepar las escalas de viento o la facilidad al anudar un cabo a las vergas cuando las velas han de arriarse.

    El Capitán parece conocer cada rincón de nuestro barco como si hubiera vivido en él toda su vida. El Ginger y él han viajado juntos desde siempre, por lo que nosotros sabemos. Nadie es capaz de recordar al uno sin el otro.

    Otra de las historias que cuentan es que el Capitán perteneció a una famosa tripulación tiempo atrás, donde ostentaba el cargo de contramaestre. Dicen que, en un arrebato de furia, asesinó a su capitán y a toda su tripulación y, tras lanzar sus cadáveres al mar, huyó con el barco, al que renombró como Ginger.

    Una vez que conoces el funcionamiento de estas moles de madera te das cuenta de la inverosimilitud de la historia. Es imposible que un solo hombre, por fuerte o temible que sea, pueda manejar un buque así sin ninguna ayuda. Pero la gente de a pie no conoce esos detalles, por lo que la historia alimenta la fama de hombre cruel y sanguinario del Capitán.

    Pero sin embargo… yo sé que él no es así. No es que yo sea su confesor ni nada por el estilo pero siento que de algún modo le conozco y le comprendo más que ninguno de mis hermanos.

    El Capitán es un hombre imponente, de amplios hombros y tez morena a causa del sol. Su cabello castaño parece casi rubio después de tantos años bajo el astro rey y la edad lo está convirtiendo en plateado poco a poco. Suele llevar la parte inferior de la cabeza rapada a cuchillo, por lo que hay numerosas cicatrices en su cuero cabelludo; casi parece un mapa del tesoro. El resto del pelo se lo anuda con un lazo que parece tan viejo como él mismo.

    Desconozco su edad pero diría que no pasa de los cincuenta. Quizá su abuso del ron me esté engañando y en realidad sea más joven. Las arrugas surcan su cara como cicatrices y son más profundas en el ceño y, sorprendentemente, junto a la boca. Supongo que en su juventud debió sonreír mucho. Ahora es todo un evento ver en su rostro una simple mueca divertida.

    Lo que más asusta a los enemigos cuando posan la vista sobre él es su altura. Ninguno de nosotros puede soñar con sobrepasarle; incluso Kroon, el holandés, apenas le llega a la altura de los ojos. Pese a ello no es nada desgarbado. Se mueve con soltura tanto en las batallas como en el día a día y sus manos, grandes como barcazas, son hábiles en tareas meticulosas.

    Pero hay algo en él que nadie parece percibir y, sin embargo, yo noté la primera vez que le vi.

    Sus ojos, azul profundo como el mar, son amables. El paso del tiempo los ha vuelto un poco opacos pero en ellos aún se refleja honestidad y buenas intenciones. Es cierto que en esos ojos de color zafiro hay muchas más cosas, mucho más aterradoras pero para mí siempre serán los más íntegros que he visto.

    Pese a todo, no se puede decir que su personalidad sea tan amable como sus ojos. Es un viejo lobo de mar, al fin y al cabo. Es justo en sus decisiones pero estremecedor en sus enfados y no he conocido ni conoceré jamás a nadie que castigue y persiga la deslealtad como él. El código pirata, el de nuestra hermandad en el mar, significa para el Capitán tanto, que no duda en asesinar si lo ve quebrantado. Es capaz de aceptar las críticas, siempre y cuando éstas no le lleguen en sus noches de ron.

    Diría que esa es su gran debilidad. La bebida de color ámbar que algún día le arrebatará la vida. Cada cierto tiempo se encierra en su camarote a cal y canto y consume, él solo, la mitad de las existencias. Después de eso sólo los cielos saben cómo reaccionará.

    Hay días en que sus borracheras son alegres y se acerca para contar viejas historias a la tripulación, aunque casi siempre son las mismas. Otras veces, sin embargo, cualquiera que se cruce con él corre el riesgo de verse obligado a limpiar la cubierta entera con la lengua si es necesario. Esas noches se le oye cantar canciones antiguas que ninguno conocemos y, a veces, hablar con gente que no está presente.

    El Capitán es un hombre extraño, hecho de contrastes. Pero para mí no existirá persona que me inspire más admiración. No sé quién es; ni siquiera conozco su nombre pero sé que él nos respeta y que en su corazón no hay malas intenciones.


    La noche en que el Ginger me rescató del cruel océano estaba más aterrado de lo que había estado nunca. Cuando me subieron a bordo estaba perfectamente consciente y ver a todos aquellos hombres armados hasta los dientes me hizo desear volver al mar y morir ahogado. Pero él se abrió paso entre la tripulación y me tendió la mano.

    —Bienvenido a bordo, chaval —dijo, con voz calmada, quizá para apaciguar los nervios que debían reflejarse en mi cara—. No tengas miedo, nadie va a hacerte daño. Soy el capitán de este barco —hizo una pausa para examinar mi rostro y después continuó—. Ahora que no vas a morir ahogado, te ofrezco comida, aunque te advierto que no es muy buena —los hombres rompieron en carcajadas y empezaron a palmear en la espalda a un sujeto que, supuse, era el cocinero de a bordo—, ropa seca y una hamaca en la que descansar. ¿Tienes algo en contra de los piratas?

    Mi respuesta se limitó a una rápida negación con la cabeza. En realidad no tenía ninguna opinión formada sobre los piratas pero lo último que quería en aquel momento era enfadar a aquellos hombres.

    —Entonces bienvenido a la hermandad —los vítores y los aplausos no se hicieron esperar. Yo no podía retirar la mirada del extraño hombre que me daba tanto miedo y seguridad al mismo tiempo.

    Aquella fue la primera y también la última vez que pude ver la sonrisa del Capitán.
     
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