Épico Legado Sempiterno

Tema en 'Relatos' iniciado por Luncheon Ticket, 22 Junio 2020.

  1.  
    Luncheon Ticket

    Luncheon Ticket THE BE(a)ST

    Virgo
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    Escritor
    Título:
    Legado Sempiterno
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1071
    Hace más o menos dos años, en medio de una charla casual con una amiga, ella tuvo una idea muy singular para una historia original. Hace más o menos dos años, allí mismo le prometí que tomaría el producto de su ingenio y lo transcribiría en un texto según mi parecer, según mi habilidad para desarrollar un relato. Hoy, esa promesa se ha cumplido, después de tanto tiempo. Por esto mismo, le doy el reconocimiento y el crédito pertinente a ella. Estas líneas van dedicadas a ti, estimada Azul.



    Legado Sempiterno



    No pudo evitar sentir cierta zozobra al comprobar la temperatura de la mano que ahora rodeaba la suya, fría y un tanto áspera. Pero esa sensación se disipó tan rápidamente como había surgido. Ya era hora de hacer un último recorrido, según le había anunciado. La niña, con el aspecto de tener entre trece o catorce años, dirigió su vista hacia arriba sin decir nada, buscando la mirada impertérrita de quien permaneciera a su lado. Y en ese silencio, se quedó esperando a que ella se decidiese a dar el primer paso. Ambas eran casi idénticas, la viva imagen de la otra. Sus apariencias consistían en una tez pálida como el marfil, cabellera lacia y larga, la cual se extendía por debajo de la cintura, y una delgadez refinada, cubierta por un vestido elegante del color del ébano. Salvo por detalles como la estatura, las canas y la mirada que otorgaba la experiencia (faltase o no), se diría que las dos eran la misma persona, pero con distintas edades.

    Esta vez percibió cómo la mano de la mujer le apretó aún más, hasta que empezaron a caminar. Lo hicieron despacio al principio, como si le faltara confianza o determinación a su guía. A cada paso que daban, la hierba quedaba marchita y la tierra se tornaba yerma. La niña rodeó el antebrazo de su acompañante, no como una muestra de contención o cariño, sino por compasión; algo que quería aprender a dispensar, pero que no podía del todo. No tenían un camino o una ruta definida, tampoco podían saber si era de noche o de día, solo debían seguir su instinto, aquel que les dictaba qué hacer, cuándo y dónde. La neblina que las rodeaba era tan espesa, que parecía ser una nube cuando se nubla, previo a la tormenta. A veces se podía percibir algún muerto al costado del sendero. Otras veces, los cadáveres aparecían en medio de la senda. La pequeña no tenía miedo ante tamañas visiones, simplemente continuaba movilizándose.

    —Recuerda muy bien todo lo que te enseñé —comentó la fémina, de repente. La cantidad de difuntos iba creciendo en el trayecto—. Jamás sientas piedad. Ellos no lo merecen —y alzó su pierna derecha a más altura, para pasar por encima de un occiso que a duras penas podría identificarse como tal.

    La jovencita asintió dos o tres veces, a un ritmo infantil; aunque la otra no viese tal gesto. Transcurrieron horas, tal vez. Se podría decir que incluso días o hasta semanas. Pero tanto la dama como su compañera no sufrían agotamiento alguno en sus cuerpos impolutos. Tampoco el hambre asediaba sus estómagos. El sueño era incapaz de mermar su vitalidad, inclusive. Ellas seguían adelante, sin detenerse ni siquiera un momento. Atravesaban páramos, bosques, desiertos y ciudades, pero nada ni nadie rendía cuentas de su presencia. Un halo de misticismo las protegía de las personas, tanto si tuvieran malicia en sus almas o no. Los asuntos mundanos no les concernían, eran meras trivialidades de las que no hacía falta preocuparse. Atarse a esos vicios era un despropósito, un desliz improcedente.

    Se diría que se hallaban dentro de otro plano, uno que tenía relación directa con la realidad, pero que solo ellas eran capaces de transitar. El amor, el odio, la alegría, el canto de las aves, el sonido cristalino del agua, la brisa nocturna; todos esos conceptos les eran ajenos. No los necesitaban, donde quiera que su incansable andar las llevara. A lo lejos ya se divisaba el sitio concreto de sus anhelos. El final que perseguían ahora estaba al alcance de sus manos. La mujer le soltó el brazo, y la pequeña supo que sería la última vez que la vería. Se quedó examinándola detenidamente, como queriendo guardar una imagen mental, aún a sabiendas de que invariablemente la olvidaría en poco tiempo. Recibió de aquella dama un magnífico bastón alargado con un brillo metálico y una capucha rematada en una capa soberbia del color de la madrugada cuando no hay luna ni estrellas. Entonces, la mujer se recostó en el suelo, ya débil. Se la notaba demacrada, y sin lugar a dudas, estaba a punto de fallecer. O más bien, de dejar de existir.

    —Estos objetos son tu única herencia, muchacha —tosió con fuerza, la voluntad se le escapaba del pecho muy lentamente—. Tu destino será continuar con mi legado. Y lo mismo para quien te suceda, y quien le suceda a ésta. Y así, hasta la eternidad. Déjame aquí, ahora ve por tu cuenta. Lleva con mucho orgullo las virtudes de tu linaje.

    La joven esperó a que la dama exhalara su último aliento. Y, cuando se hubo asegurado de que sus ojos se habían cerrado definitivamente al dejar de palpitarle el corazón, se agachó para darle un beso de despedida en la frente. Sin saber cómo detenerse a llorar, se atavió la capucha, y acaso su piel se tornó más gélida y sus ojos perdieron todo rastro de empatía y calidez. Era alguien superior a toda la humanidad, pero no más que los dioses que la crearon. Tomó firmemente el báculo y lo plantó sobre el suelo, tornándose en una guadaña tan maravillosa como implacable. Durante siglos, la Muerte ha mantenido su prosapia de esta misma manera, en una tradición sempiterna. Son doncellas que perpetuamente recorren la tierra bajo el sol, sobre la marea y contra el viento, sin inmutarse. Traen consigo la marca del dolor y la del olvido, que son lo mismo para los que protegen la vida. Lo único que pueden oír son un conjunto de palabras, las últimas que dan los espíritus cuando están a punto de apagarse. Son el rostro y el nombre conspicuo del desenlace fatal. Sus besos significan el sueño eterno.
    Sabiendo que debía reanudar la marcha, la muchacha procedió a alejarse, sin mirar atrás.
     
    Última edición: 13 Julio 2021
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    Voy a empezar a tener un diccionario al lado cada vez lea un escrito tuyo, aunque nada comparado al comentario de la galería. Siento que siempre aprendo alguna palabra nueva.

    El principio de la historia se me ha hecho frío e inquietante, los cadáveres aumentando en la escena, la indiferencia de ambas protagonistas, ese ambiente marchito, la tranquilidad con la que caminan... Tiene un aire pausado y gélido. Una gran introducción para lo que depara la historia. Si bien al principio estaba un poco perdida, sin saber muy bien por dónde tiraría la historia, después has ido dejando algunas pinceladas con las que he intuido el final antes de llegar al párrafo final. Me ha hecho hasta ilusión cuando he descubierto que estaba en lo correcto. En general, he disfrutado mucho de la lectura. Ya sabes que siempre me repito... aplaudo tu gran manejo de las palabras y la narración es excelente.

    ¡Un gran escrito como siempre!
     
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  3.  
    Luncheon Ticket

    Luncheon Ticket THE BE(a)ST

    Virgo
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    Eso precisamente buscaba lograr, que al principio no se supiera bien del todo por qué la mujer y la niña viajaban, a dónde iban exactamente y por qué. Creo que si desde el comienzo decía "la Muerte es una señora que le da su legado a su hija durante cada generación...", el impacto del final perdería toda la gracia, ¿verdad?
    Como aclaré, la idea era de una amiga que, en una charla casual, alegó que la muerte no era una calavera con una guadaña y una capa oscura que mataba solo con tocar a sus víctimas, sino que bien podría ser una niña fría y elocuente, que quita la vida con un beso o un abrazo reconfortante. Y me dije, "sí, ¿por qué no?", y añadí, "si la vida, que es una gran maravilla, es dada por una madre, una mujer... ¿por qué la muerte no puede ser dada por otra mujer, quien sea el producto de otra maravilla a su modo?".
    Y he aquí el resultado.
    Azul, mi amiga, también lo leyó y quedó encantada, por suerte.
    Gracias, señorita It's, y ojalá no te sea un tedil tener que andar usando un diccionario a meduda que lees, sino todo lo contrario.
    XDU
     
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  1. Katze
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