Las crónicas de Amalia

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Borealis Spiral, 3 Mayo 2012.

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    Borealis Spiral

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    Hola a todos. Cuánto tiempo, ¿eh? Sí, es que no pude resisirme a publicar esta historia que salió de una conversación sumamente patética, bueno, más que patética fue rara... A decir verdad, en sí este escrito es extraño por todos lados. Es como una historia random, por lo que esperen cualquier tontería, jejeje. Les dejo el primer capítulo, que serán bastante cortos. ¡Disfruten!


    Las crónicas de Amalia
    Un lindo gatito
    Amalia era una chica joven, alegre, expresiva, de mucho movimiento y su rostro siempre mostraba una gran, gran sonrisa. Se crió en el seno de una familia normal, con actividades normales y trabajos normales. Enfatizando normalidad. La casa que la vio crecer se ubicaba en una zona tranquila, con respecto a violencia y delincuencia, y a la vez ruidosa, con respecto al ir y venir de los muchos niños jugando. Sin embargo, En ese instante, ella no vivía allí pues recientemente se había mudado a un gran y amplio edificio en el cual estaba su nueva habitación. Debía admitir que fue un buen cambio porque allí conoció a varios de los que serían grandes amigos suyos, ya que anteriormente no contaba con ninguno por ser como era.

    En ese momento podía observársele caminando con paso tranquilo por uno de los muchos pasillos, teniendo en sus manos un folder rosa, en tanto saludaba con jovialidad a sus amigos y vecinos, quienes también caminaban o se limitaban a quedarse de pie en el umbral de sus puertas. En eso, observó a un hombre alto, de algunos centímetros más alto que ella ya que de por sí ella lo era; el hombre tenía tez morena, cabello negro azabache y decentemente arreglado, además de vestir con una bata blanca por sobre sus ropas habituales. Sus ojos se encontraron por unos segundos.

    —Buenos días, joven Surinder —lo saludó ella tan enérgica como siempre.

    — ¿Cómo te sientes hoy? —inquirió el hombre no tan joven—. ¿Dónde está tu enfermera?

    Como si hubiera sido invocada, una mujer alta, morena, de grandes ojos cafés aunque opacadas por los anteojos que reposaban en el puente de su nariz y de larga cabellera oscura y que vestía el típico uniforme blanco de enfermería, se acercó a ellos a paso veloz.

    — ¿Qué ha pasado aquí? —volvió a preguntar Surinder, exigiendo una respuesta.

    —Escapó.

    Y con eso lo entendió todo. Suspiró una vez más como venía haciéndolo las últimas semanas.

    —Muy bien, Amalia. Si tantas ganas tienes de salir, vamos a dar un paseo —sugirió en tono amable el doctor.

    —Okey. Si no les molesta acompañarme puede hacerlo.

    —Claro que tenemos que acompañarte —aseveró el doctor no hallándole gracia a su cometario.

    Y así, los tres salieron al gran patio trasero del hospital psiquiátrico de la ciudad. Amalia se mantenía en medio del doctor Surinder y de su enfermera, Coné. Observaba detenidamente a su alrededor, notando como sus amigos también daban un paseo mientras eran acompañados por esa gente tan amable que siempre vestía de blanco y que los cuidaban tan bien. En eso, en el borde superior del muro de enfrente, pudo ver a un lindo gatito color café con leche que andaba libre con la posibilidad de ir a donde sea. Pero lejos de envidiar aquella condición, a Amalia le llegaron otras memorias.

    — ¡Oh, ese animal! —Exclamó contenta—. ¡Oh, ese lindo gatito! ¡Oh, me trae tantos recuerdos!

    —Ah, ya empezamos —dijo Surinder como un suspiro quejumbroso poniendo los ojos en blanco mientras, a su lado, Coné, cuyo rostro era normalmente serio y ahora se mostraba expectante, esperaba escuchar ansiosa la historia de hoy.

    —Es tan claro. Como si hubiese sido ayer.

    Corría el siglo cuarto antes de la era actual y Alejando Magno había creado ya su gran imperio griego conquistando tierras y tierras. Por desgracia nunca lo conocí en persona porque se la vivía muy ocupado. En fin, yo en aquellos tiempos era tan joven, pero tan joven, que no me cansaba con facilidad como lo hago ahora.

    “Si tan sólo tienes veinte años. En verdad te gusta hacer un drama de todo”, pensó un tanto irritado el doctor.

    Como lo he hecho toda mi vida, me dedicaba a coleccionar animales exóticos. Y en aquel entonces se me había hecho saber que existía uno que merodeaba por los bosques, causando pánico entre los animales y la gente; por lo que me dispuse a prepararme para la caza y entre mis cosas estaba un látigo de un material muy fuerte y una jaula que yo misma había fabricado con un metal resistente que encontré y que con el paso de los años se extinguió.

    Bueno, ya lista, yo sola me dirigí al bosque y comencé a rastrearlo. Lo único que tenía como señal de él eran sus huellas. Huellas extrañas que pertenecían a las patas de un ave. Ya en lo más espeso, él me encontró a mí. Quizás porque olió mi aroma y deseaba comerme o algo; lo único que sí sé es que en un abrir y cerrar de ojos lo vi frente a mí.

    Amalia interrumpió su relato y del folder que llevaba en sus manos y que no había soltado para nada, comenzó a buscar de entre tosas las hojas que había en el interior de éste una en específico. Revolviendo y revolviendo al pasar página por página, encontró lo que quería. Se la extendió a Surinder, quien la tomó y con Coné a su lado, observó el dibujo que allí había. Ambos abrieron los ojos sorprendidos ante la creatura que veían.

    Sí. Una bestia sin igual cuyo cuerpo era como el de un león y sus cuatro patas eran las de un halcón. Su cabeza era la de un gran felino, aunque en el cuello, por la parte de abajo, había otra monstruosa cabeza; además de la de la serpiente que tenía como cola, cuyo largo alcanzaba todo el cuerpo del animal.

    Aquí, Amalia señaló cada parte de cuerpo que describía.

    — ¿Y no te mordió? —cuestionó con incredulidad Surinder intentando encontrar lógica a su relato. ¿Cómo alguien iba a estar frente a una creatura como esa y salir ileso?

    —Claro que sí y tres veces. Una vez cada cabeza.

    La primera fue cuando lo capturé. Lo enlacé con el látigo que tenía y utilizando una gran cantidad de fuerza lo arrastré hacia la jaula para encerrarlo y con batallas lo logré. Pero cuando iba a cerrar la puerta, la cabeza principal me mordió en el brazo, mas conseguí encerrarla por completo. La segunda vez fue cuando lo estaba acariciando y se me ocurrió hacerle cariñitos en el gollete, ¡como a cualquier animal! Pero la cabeza de abajo me mordió… ¡ni siquiera tenía gollete!

    Surinder y Coné hacían un esfuerzo sublime por no reventar a carcajadas frente a ella.

    La tercera vez estaba en la jaula, pero ya en mi casa y lo alimentaba como buena ama que soy hasta que a la serpiente se le ocurrió morderme cuando puse el plato para que comiera. ¡Uf! Menos mal que esa clase de serpientes de cola no son venenosas. Era fácil alimentarlo, comían cualquier clase de carne, pero la trabajosa era la de la abajo. Esa no comía. Estaba desnutrida. Se estaba secando.

    — ¿Y cómo lograste darle de comer si no podías meterle la mano? —volvió a indagar el doctor.

    Oh, fue fácil cuando encontré la manera de hacerlo. Fabriqué unas manitas largas de madera y se las acercaba con comida para que se alimentara. Por desgracia tenía que hacer muchas porque con cada bocado rompía una manita.

    —A ver, ¿y dónde está el dichoso animalito? —la voz de Surinder sonó escéptica.

    Se me escapó porque en una de esas, como la serpiente era la más inteligente, pensó cómo liberarse. Fue un plan que nunca creí que pudiera mentalizar y mucho menos realizar. Fue cuando una vez iba a darle de comer nuevamente. Abrí la puerta como normalmente lo hacía y… salió corriendo.

    — ¿Por qué no había hecho eso antes? —Surinder estaba realmente decepcionado. Se imaginaba algo más complejo. La imaginación de Amalia daba para mucho.

    —Porque estaba esperando el momento preciso. Así son esa clase de serpientes. Engañosas y traicioneras.

    —Muy bien, es suficiente. Regresemos a tu habitación.

    Y sin más, el relato del día acabó y Amalia volvió a sus aposentos.

    Hasta el primer capítulo. Extraño, ¿cierto? Por cierto, no esperen el soguiente capítulo rápido, creo que me tomaré mi tiempo, aunque de que la continuo, la continuo.

    Hasta otra.
     
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    Hola, wow!! Esto de las crónicas de Amalia se lee interesante. Me supongo que son capítulos sin seguimiento en la historia, como series del mismo personaje xD. Ah, la chica vive en ese centro psiquiátrico, pero para nada se ve que sufra del encierro, al contrario, ha encontrado la manera perfecta de mantener su actividad cerebral, y mira qué bien le ha salido esta historia.

    La descripción de esa bestia fue genial, pude imaginármela tal y como ha sido descrita. Una fiera de mitología.
    Espero el siguiente capítulo. Me gustaria saber qué más sale de esa mente.

    Un abrazo, es un gusto volver a leerte xD
     
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    Borealis Spiral

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    Hola a todo el mundo. Pues aqui yo con la siguiente cronica de Amalia XD.

    Agradezco enormemente a todos los que se pasan a leer y aun mas a aquellos que me dejan sus "me gusta" y sus comentarios y Marina, estas en lo cierto. Son mini-historias que no tienen nada que ver la una con la otra, pero que sirven para divertr o por lo menos es el intento. No hablo mas y les dejo la continuacion.

    Disfruten!

    Una iguana con alas
    Era un día como cualquier otro en las instalaciones del hospital psiquiátrico de la ciudad. Hasta donde cabía, el ambiente era tranquilo. Los doctores y enfermeros cumplían con su trabajo con respecto a cuidar a sus pacientes, quienes se mantenían en sus cuartos, otros en el patio dando un paseo o con sus médicos para la consulta del día. Incluso había quienes preferían dormir.

    Surinder caminaba alegre por uno de los tantos pasillos del lugar en tanto pensaba, contento, que su turno terminaría pronto y que dentro de escasos minutos volvería a su hogar al lado de su mujer paras disfrutar de una deliciosa cena y un merecido descanso. Nada podía salirle mal.

    La bocina se hizo escuchar por todo el edificio.

    —Doctor Surinder, se solicita su presencia en el cuarto B-15. Repito, se solicita la presencia del doctor Surinder en la habitación B-15.

    —Ay, no otra vez —se quejó Surinder, ahora desanimado. A la basura sus pensamientos y planes.

    Y es que si hubiera sido cualquier otro cuarto no habría problema, pero tuvo que ser el B-15. El único de sus pacientes que siempre, enfatizando siempre, tenía algo qué contar. Arrastrando los pies se dirigió al recinto, encontrándose con Coné enfrente de la puerta.

    —Oh, ya estás aquí —dijo al verla sin sorprenderse realmente. Sabía que Coné era realmente fiel a los relatos de Amalia.

    —Sí, hay que entrar.

    Surinder asintió y abrió la puerta dispuesto a ingresar al cubículo; en cuanto lo hizo, una hoja de papel se estampó en su rostro.

    —Mire esto, joven Surinder —dijo Amalia con voz alegre mientras estiraba sus brazos hacia el hombre para mostrar lo que quería.

    —Lo vería si me lo retiras un poco del rostro –avaló retrocediendo un par de pasos.

    Tomó la hoja que Amalia quería que viera y descubrió a tres dragones azulados con grandes alas, teniendo un fondo invernal. Como si estuvieran en medio de una tormenta de nieve.

    — ¿Qué es esto? ¿Dragones como los de los cuentos de hadas?

    —No, son iguanas con alas —aseveró la paciente con voz seria.

    — ¿Iguanas con alas? —Surinder enarcó una ceja. ¿Así o más originalidad?—. ¿Y por qué son azules?

    —Porque reflejan el color de su hábitat. Un azul helado, gélido. Sí, ellos son residentes de lugar que se le conoce como El Infierno Frío.

    — ¿Tienes idea de lo mal que suena eso?

    Amalia ignoró a Surinder y comenzó con la historia.

    La crisis del siglo tres de la presente era se hacía patente en el seno del Imperio Romano. Las convulsiones políticas no daban abasto y como eran mediados del siglo, cerca de ya más de quince emperadores habían sucedido al trono. Claro que su poder no era más que el resultado de sus tretas, conspiraciones y asesinatos. Sin embargo, yo estaba por demás desinteresada en todo aquello. Mi atención estaba principalmente dirigida a comenzar con los preparativos para el viaje en navíos que yo y mi tripulación planeábamos realizar para ir en busca de El Infierno Frío y capturar a aquella hermosa especial que lo habitaba.

    Nos embarcamos en un colosal buque de guerra y viajamos durante días en dirección al sur. En tanto más nos acercábamos al lugar indicado, más frío se sentía, por lo que tuvimos que colocarnos los trajes térmicos que una de mis amigas científico inventó. Éstos te daban la capacidad de incrementar tu propio calor corporal en gran medida para que no murieras congelado. No obstante, el tiempo invernal de aquella zona era por demás… infernal; ya que con sólo salir del barco te congelabas por completo. Aun así, dispuestas a arriesgarlo todo, yo y las más valientes salimos triplemente protegidas. Caminamos varias horas y conforme nos aproximábamos al centro, el crudo ambiente fue descendiendo, tal como pensábamos.

    Con la vista ubicamos a grandes cuevas de hielo unos metros delante de nosotros y esas lindas iguanas con alas salieron a nuestro encuentro cuando nos vieron; pero obviamente, nos tomaron como sus enemigos, por lo que nos atacaron lanzándonos fuego de sus bocas. Un fuego ardiente, llameante, poderoso que era capaz de derretir el más sólido témpano de hielo. ¿Por qué creen que se llama El Infierno Frío? Porque allí en el centro está el infierno mismo. ¿Por qué creen allí está más cálido? Por esas criaturas.

    Esperamos a que llegaran a nosotras para inicial el plan de captura. Fue una lucha atroz. No sólo no tenía a muchas de mis compañeras a quienes perdí congeladas, sino que también perdí a mucha gente gracias a las iguanas. Ya fuera que las calcinaran o que se las comieran. Al final nos redujimos a cinco, contándome. Pero no íbamos a darnos por vencidas; lucharíamos hasta obtener a uno de ellos. Así que tomé la delantera y logré subirme al lomo de una de esas iguanas, escalé su largo cuello y con el cubre bocas le tapé el hocico para que evitara seguir escupiendo fuego o que se comiera gente…

    —Espera, ¿qué? ¿Un cubre bocas? —Surinder la miró extrañado. ¿Un cubre bocas como el que usan los cirujanos cuando van a operar?

    —Sí, ya sabes, como el que usas para que los perros no muerdan.

    —Un bozal —corrigió entendiendo mejor.

    —Ah sí, eso. No es mi culpa. En aquella época el idioma era diferente a este y me es difícil traducir muchas cosas. Por eso no detallo tanto las historias.

    —Sí, claro —rodó los ojos.

    —No me interrumpa, joven Surinder. Ya se me fue la inspiración. ¿En qué me quedé?

    —Cubriste su boca con el bozal.

    —Oh, claro.

    Entonces, cuando cumplí mi cometido, mis compañeras comenzaron a lanzarle dardos con somnífero por medio de ballestas especiales, dándoles en la papada, que era lo más blando que tenían, ya que en otra sección del cuerpo los dardos rebotaban ante la dureza de su piel. Afortunadamente comenzaba a oscurecer y esas criaturas tendían a ocultarse de noche; así que siendo fieles a su tradición, se alejaron de nosotros, dejando a la que comenzaba a perder el sentido a nuestra merced.

    Viéndonos fuera de peligro, llamé a las que quedaron en el barco como refuerzos para que nos ayudaran a transportar a la iguana al barco. Cuando lo hicimos, la colocamos dentro de un refrigerador gigante que hizo mi amiga que fabricó los trajes.

    — ¿Un refrigerador? ¿En serio?

    — ¿Por qué no? Necesitaba estar en un lugar glacial. ¿Qué mejor que eso?

    Surinder rodó los ojos una vez más.

    —A ver, ¿y dónde quedó la iguana con alas?

    Bueno, dejamos el congelador portátil en el norte del océano Pacífico, justo donde está el pedazo de mar que divide la actual Rusia y la actual Alaska. Muy seguido iba a verlo, a chequearlo, a alimentarlo, hasta que en una de esas hubo una gran tormenta, para variar de nieve también, y se perdió en el fondo del océano, por lo que jamás volví a verlo. ¡Qué historia tan triste!

    Amalia comenzó a sollozar ante los tristes recuerdos.

    —Muy bien, si eso es todo, me voy que ya me perdí la cena con mi mujer.

    Y en tanto Surinder salía de la habitación, Coné se quedó consolando a una llorona y nostálgica Amalia.


    Hay por Dios. Este estuvo mas raro que el anterior, cierto?

    Hasta otra.
     
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    Marina

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    Jajaja, Por Dios!! Este sí que fue mejor. ¿Una iguana alada que arroja fuego? ¿Un bozal resistente para taparle la boca? ¿Un refrigerador para mantenerlo vivo en un ambiente vivo? jaja, mmm, muy lindo relato lleno de imaginación. Me encanta la manera de Amalia de entrelazar el pasado con un presente o tal vez futuro lleno de armas y aparatos modernos.

    Surinder se perdió la cena con su mujercita, pero escuchó un buen relato, también me encanta como le haces rodar los ojos para manifestar su incredulidad. Lástima que la iguana alada se perdió en el fondo del mar, me pregunto si algún día la encontrarán, jaja. Quien sabe, puede ser que Amalia no esté tan loca como se cree jaja.

    Gracias por este relato. Me gustó mucho.
    Espero el que sigue. Abrazos.
     
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    Borealis Spiral

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    Lalalala. Hola a todos. Hm, ya sé lo que van a decir: "No ponía conti porque no le dejaban comentarios, pero como ya le dejaron aquí está". Pues, déjenme decirles que no, no es eso. Es sólo que sufrí un pequeño bloqueo con esta historia. Ya tenía la idea a grandes rasgos, pero no podía desarrollarla bien y no sé cómo se les hará. Se las dejo.

    ¡Disfruten!


    Mi adorado pez
    Las actividades en el hospital psiquiátrico de la ciudad seguían su curso tal y como debía ser. Muchos de los doctores y enfermeras iban y venían por los pasillos, estando ocupados en atender las necesidades de sus pacientes. Otros se mantenían en las pequeñas salas de consulta donde, cada cierto tiempo, tenían sesiones especiales con los ingresados para examinarlos y estar constantemente informados sobre su adelanto o, en su defecto, su empeoramiento.

    El caso de Surinder era precisamente de estos últimos. El hombre se mantenía dentro de la sala, sentado detrás de una larga mesa que estaría vacía de no ser por el folder rosa que siempre era pedido para esas sesiones, la grabadora portátil que siempre llevaba, y por la pequeña pecera de plástico que se ubicaba en medio de la mesa y en la que podía apreciarse a un pez dorado que nadaba feliz de la vida sin estar consciente realmente de la clase de sitio en el que estaba.

    El médico esperaba la llegada de su paciente más “interesante”, intentando imaginar qué le esperaba ese día. Y es que con ella nada, enfatizando nada, era predecible. La puerta se abrió y Surinder supo que ya estaba allí. Amalia sonreía ampliamente a pesar de que se mantenía atada a una camisa de fuerza y de que un par de mastodontes la guardaban escasos pasos detrás de ella.

    — ¡Buenas, joven Surinder! —Saludó con voz enérgica. El asintió y luego se dirigió a los hombres.

    —Pueden retirarse —Así lo hicieron ellos—. Puedes tomar asiento, Amalia.

    Ella aceptó gustosa y en el momento en que sus ojos captaron la pecera, éstos no se despegaron de ella ni de la forma de vida que portaba. Estaba fascinada. La última vez no había estado esa esfera allí. Surinder encendió la grabadora y comenzó a trabajar.

    —Muy bien, Amalia, iniciemos. ¿Recuerdas en qué nos quedamos la vez pasada?

    Amalia no contestó y siguió enfocando su atención en la pecera.

    —Amalia, ¿estás escuchando?

    Silencio nuevamente.

    —En ese caso haré unas preguntas. ¿Recuerdas con qué tipo de juegos solías entretenerte cuando eras niña?

    Una vez más, Amalia ignoró por completo a Surinder, quien ya había tenido suficiente de aquella actitud, por lo que elevó un tanto la voz al tiempo de fruncir el ceño.

    — ¡Amalia, pon atención! Recuerda que estamos en medio de algo importante y que…

    —Este pez me recuerda a uno que tuve un día —dijo Amalia como si realmente no captara la presencia del hombre; no obstante, las siguientes palabras demostraron que estaba muy consciente de él—. Joven Surinder, quíteme esto para enseñarle a mi adorado pez. ¡Fue mi primera aventura!

    —No puedo hacerlo —confesó un tanto indeciso. No era que desconfiara de Amalia, todo lo contrario; pero las normas del hospital eran bastante estrictas y simplemente no las podía pasar por alto.

    —Entonces usted saque el dibujo del folder. Sí, sí. Yo le digo cuál.

    Surinder suspiró derrotado. Así que se iría otra de sus sesiones en cuentos, ¿eh? Tomó el folder y se acercó a Amalia para que pudiera decirle qué hoja era la indicada. Empezó a buscar pasando una por una las hojas, encontrándose con criaturas simplemente fuera de lo ordinario y desconocidas para él… por ahora.

    —Esa es —informó la chica.

    — ¿A esto le llamas un pez? —inquirió totalmente sorprendido.

    Era una criatura marina de un azul grisáceo que poseía cuerpo de ballena y en lugar de una cola de pez, tenía una cola larga como la de algún dinosaurio o un reptil. Su hocico era un tanto alargado y terminaba en casi una punta, teniendo afilados colmillos. Sus aletas traseras eran como las de cualquier pez, pero sus delanteras parecían más patas con dedos palmeados. Atrás de aquel monstruo se podían distinguir otros más pequeños, o quizás de otra especie. En tanto, el dibujo estaba hecho de tal manera que la cosa aquella les daba la cara y su cuerpo se retorcía de tal modo que parecía que estaba listo para atacar.

    Corría lo que hoy se conoce como la era Paleozoica y las criaturas gigantes alas que llaman dinosaurios gobernaban la superficie de la tierra. En tanto, nosotros los humanos…

    — ¡Un segundo! —Interrumpió Surinder perdiendo el hilo de la historia. Si en los inicios ya había discordancia, no imaginaba la clase de conversación sería—. Para ese entonces los humanos no existían.

    —Claro que sí.

    —Claro que no.

    —Que sí. ¿Quién iba a saberlo mejor? ¿Usted o yo que lo viví?

    — ¿Y qué? ¿Eran unos cavernícolas descendientes de los monos? —Su sarcasmo fue hiriente.

    —No. Su apariencia era tal cual la de los humanos que conoce y eran personas tan o más civilizadas que usted y yo. Su único problema era que su cobardía no les permitía salir a donde los dinosaurios y explorar el terreno, por lo que preferían esconderse de todo. Pero yo no era como ellos. Todo lo contrario.

    Dispuesta a investigar los alrededores teniendo como principal objetivo el mar, salí del escondite en el que estábamos, equipada con un traje de buceo y con una cámara de alta definición para capturar lo más que pudiese del océano prehistórico. La cámara y el traje los obtuve gracias a mi leal amiga científico. Completamente alistada, me dirigí al mar, tal y como era mi deseo. Saber y conocer qué criaturas habitaban allí por el simple hecho de que me gustaba el mar. Por eso el traje había sido fabricado como un buzo, en realidad.

    Entonces, me monté en una barquita que había pasado los días anteriores haciendo y remé hasta que me alejé lo suficiente de la orilla, para finalmente lanzarme y sumergirme. Sí, la cantidad de peces y bestias acuáticas e incluso de mamíferos que observé fue increíble. No obstante, fue este bestial monstruo el que me cautivó. Fue como amor a primera vista ya que él también me vio durante unos segundos antes de lazarse hacia mí, dispuesto a atacarme. En ese momento tomé la foto que después dibujé aquí. La pose perfecta. Pero él era tan grande, tan grande, que yo cabía entre las comisuras de sus dientes con facilidad, mas eso no evitó que perdiera el brazo.

    — ¿Qué? ¿Perdiste el brazo? ¿Es en serio? Considerando el tamaño de la bestia sería completamente imposible.

    —Bueno, es que estar allí en su boca, entre sus dientes no era fácil y choqué con ellos. Eran muy afilados así que se me rebanó. Además, ya le dije que fue mi primera aventura. No era muy experta que digamos en la captura de ese tipo de cosas.

    Surinder la miró con incredulidad mezclada con lástima, quizás. Luego suspiró.

    —De cualquier manera, no hay prueba de ello. ¿Por qué tienes ambos brazos?

    —Fácil.

    Con mucho esfuerzo y teniendo más cuidado que nada, salí de la boca de la bestia y emergí a la superficie, monté mi barquita y llegué a donde estaban los demás. Mi siempre fiel amiga científico me trató el brazo mochado y me hizo una prótesis, muy buena por cierto porque hasta ahora no me ha dado molestias y parece muy real, ¿a que sí? Después, les dije a mi amiga y a un par más que me ayudaran a capturar a ese pececito tan lindo para que fuera mi mascota. ¡Mi primera colección! Al principio como que no quería, pero soy muy persuasiva, así que las convencí.

    De esta manera, nos embarcamos en la barquita y al llegar a donde yo había visto antes a mi pez, nos lanzamos al agua con nuestros tajes de bucear ya listos, y claro, teniendo de antemano lo necesario para capturarlo, como lo era la gigantesca red y el cebo, que era un pedazo de carne de tamaño considerable. Cuando él se acercó por la carne, le arrojamos la pesada red y quedó completamente a nuestra merced. Ya había preparado una gran, gran pecera para meterlo allí. Fue así como obtuve a mi primer pez dorado… o algo así.

    — ¿Y no crees que sea conveniente que no tengas esa cámara digital para enseñarme la foto que tomaste en lugar de ver este dibujo del que se concluiría fácilmente que no es más que un producto de tu imaginación?

    —Es que con todo ese jaleo, la cámara se me perdió y cayó en el fondo del océano. Fue horrible.

    —Ajá. Como dije, muy conveniente. ¿Y dónde quedó ese “pececito”? —Era la pregunta forzada. La que no podía faltar en esos relatos.

    —Pasó el tiempo y vi que mi adorado pez comenzaba a enfermar y a ponerse muy triste. Entonces me di cuanta que los espacios chicos y encerrados no eran lo suyo y como no soy cruel, lo dejé ir y desapareció. Creo que quedó por donde está la Fosa de Challenger cuya profundidad alcanza los casi once kilómetros o algo así. Lo bueno es que así nadie lo molesta.

    El reloj de pulsera de Surinder sonó. Él suspiró.

    —Bien, Amalia. Es todo por hoy —Apagó la grabadora—. Nos vemos.

    —Adiós, joven Surinder —se despidió la chica y en tanto esperaba a que fueran por ella, vio a su doctor salir de aquella sala de sesiones.

    Surinder suspiró de nuevo al estar afuera y luego vio que Coné, junto a los dos guardias, se acercaba. A los hombres les indicó que entrara a recoger a Amalia y a Coné le dio la grabadora. Sí, de una u otra manera, ella siempre sería fiel a las historia de Amalia.

    Gracias a todos los que se toman la molestia de leer. Un especial agradecimiento a aquellos que me dejan esos "me gustan" y, todavía más a los que me comentan :D Sin más me despido.

    Hasta otra.
     
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    Sonia de Arnau

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    Muy interesante, enfatisando interesante jajaja. Amalia es una cuentista muy extraordinaria, me encantaria que le contara una de sus "aventuras" a mis hijos antes de dormir.... OK Nunca xD

    Que buen capitulo, todos son muy divertidos, pero mas que nada fantaciosos. Me pregunto si eso es solo imaginacion de ella o si lo vivio, oh! Es que se oye tan real cuando relata que habeses lo dudo... mmm... Bueno, gracias por estos cortos relatos.

    P.D Ah! Con que Cone nunca va a perderse una historia de Amalia :D Cone es fiel.
     
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  7.  
    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

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    woow, otro cuento entretenido. Concuerdo con Dyrtiagony, los relatos son muy interesante y Amalia los cuenta de tal manera que uno se pregunta si detrás de su locura se esconde alguna realidad y los dibujos que hace han de ser fascinantes. Jojojo, ahora entiendo por qué han avistado a un monstruo marino en esa enorme gruta que mencionas, jaja, quizás sea el pececito dorado de Amalia, jaja.

    Diría pobre Amalia que vive entre paredes de locura y envuelta en un traje inmovilizador, pero no, no lo diré porque se ve que Amalia es optimista, alegre y sabe contar cuentos muy lindos :)

    Otro abrazo. Espero el siguiente relato.
    Eh, me encanta Surinder y la fidelidad de Cone :D
     
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