La voz del invierno [Rise of the Guardians]

Tema en 'Fanfics abandonados TV, Cine y Comics' iniciado por Shennya, 12 Diciembre 2012.

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    Shennya

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    Leo
    Miembro desde:
    25 Septiembre 2011
    Mensajes:
    62
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    La voz del invierno [Rise of the Guardians]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4074
    Capítulo 1
    Recuerdos
    Las pocas memorias que Sophie preserva sobre la noche en que su vida se vino abajo, son las que le hicieron dejar de creer. Y ya habían pasado muchos años y aún así dolía como aquel día. Ahora tenía dieciséis y a pesar de lo buena que era su nueva familia, sobre todo su pequeño y adorable hermanastro, nunca habían podido llenar el vacío de su… su verdadera familia. Tragándose el escozor en la garganta y sus desesperadas ganas por llorar, se retiró el cabello rubio y rebelde del rostro y hundió la cabeza en su almohada. Un gemido escapó de sus labios, pero fue bastante amortiguado por la suave almohada, así que no se preocupó porque Alice, Patrick o el pequeño Josep escucharan y vinieran corriendo a ver si se encontraba bien. Se mordió el labio y se dio cuenta, con horror, que le tenía pánico a dormir. No podía evitarlo, las noches de invierno eran las peores, era como si los recuerdos estuvieran listos para asaltarla de un momento a otro.
    Nerviosa, se levantó y observó su reloj eléctrico, eran más de la media noche, y ella seguía despierta. Por supuesto, su prioridad debía ser concentrarse en tomar alguna pastilla para dormir, pero ni quería pensar en cerrar los ojos, sospechaba que aquella sería una noche de pesadillas y si podía evitarla lo haría, gustosa. Trató de sonreír ante su imagen pálida, más delgada de lo normal para una joven adolescente y no detenerse mucho en sus ojos verdes o en la cicatriz extraña que tenía junto a la sien derecha. Por justo entre el nacimiento de su cabello y casi tocando su arqueada ceja rubia se encontraba la más extraña… (aunque Alice decía que era hermosa, pero ella creía que sólo lo hacía para hacerla sentir mejor) cicatriz que jamás había visto. Primero, se extendía en su piel como si dibujara pequeños caminos, en realidad, si no fuera porque era una estupidez el sólo hecho de considerarlo, juraría que se parecía mucho a un copo de nieve, visto en el microscopio. Además, era plateada, como si se tratara de un tatuaje, de hecho, muchos de sus compañeros se lo habían cuestionado alguna vez (aunque fuera sólo para burlarse). Pero no, aquello era lo que le recordaba aquella noche, por lo menos las pocas memorias que conservaba de ello.
    Y, antes de que pudiera evitarlo, el recuerdo la golpeó con fuerza y la lastimó en el pecho como si le hubieran clavado algo afilado y frío en el corazón.
    Se puso las manos sobre la cabeza, como si así pudiera detener las imágenes de la noche de invierno, como si así no pudiera escuchar los gritos de sus padres y la forma en que su hermano mayor la sostuvo entre sus brazos para que no tuviera miedo, para que no le pasara nada…
    Pero él le había mentido, porque él le prometió que nada les iba a ocurrir que había… guardianes que los protegerían. Sin embargo, nadie llegó; el carro donde iban todos se volcó a causa de otro que se salió de la carretera y ellos quedaron muy malheridos… Incluso el hombre que venía en el otro vehículo.
    Ninguno sobrevivió. Sólo ella y a veces se preguntaba si lo mejor no hubiera sido acompañarlos también. Y así, fue como ella dejó de creer en las tontas ilusiones de todo niño, supo que la realidad era cruel y que no había nadie para protegerte… nadie.
    Sophie se cubrió el rostro y se enterró entre las sábanas, esperando que el dolor desapareciera pronto.

    Lo curioso era que, por extraño que pareciera, eran los mismos Guardianes en los que ella había dejado de creer (sólo dos de ellos, en realidad) los que habían salvado la vida de Sophie, pero ella era demasiado pequeña y estaba demasiado herida como para poder recordar lo que en realidad pasó esa noche…

    Era una plácida y maravillosa noche nevada. Jack no podía creer lo mucho que lo divertía humillar a Bunnymund; le alegraba tener algo en lo que pasar el rato, desde que Pitch había dejado de ser un problema para ellos todo se había vuelto un poco… aburrido.
    Jack sobrevoló un poco más alto, acompañado por la brisa invernal que tanto le gustaba; su cabello blanco brillaba más que nunca gracias a los rayos que dejaba caer el hombre de la luna… se preguntaba por qué había estado tan callado últimamente. Sin embargo, se distrajo rápidamente y descendió al distinguir una figura en el bosque… Debía tratarse de ese conejo gigante. Sonrió y se acercó un poco más, teniendo cuidado de no ser visto por nadie de la carretera, aunque eran pocas las personas que viajaban por ahí, más valía no arriesgarse.
    —Te has vuelto lento, Frost.
    Ahí estaba, ante sus ojos, Bunnymund se apoyaba tranquilamente sobre el tronco de un pino con expresión socarrona. Arqueó una de sus cejas negras y espesas y lo observó con cara de aburrimiento, como si llevara horas ahí. Lo cual era absolutamente falso.
    Jack frunció el ceño.
    —Estaba distraído —protestó—, quiero la revancha.
    Bunnymund sonrió, sus enormes dientes blancos relucieron en la oscuridad.
    —Perderás de nuevo.
    Jack soltó una especie de gruñido y estaba listo para salir disparado hacia el cielo frío e invernal cuando los dos lo escucharon. Fue un sonido tan fuerte, que los dos Guardianes estuvieron listos para atacar; el conejo tenía su búmeran en la mano derecha, mientras que Jack apretaba su cayado con todas sus fuerzas.
    Sin embargo, lo que sus ojos vieron era algo para lo que ninguno de los estaba suficientemente preparado. Y ante lo que no podían hacer nada. Había dos carros volcados sobre la nieve…
    Jack, sin pensarlo, se acercó al primero de ellos, uno gris, el hombre dentro de él estaba completamente golpeado, su cara se había convertido en un amasijo irreconocible de sangre. Lo más extraño era que el hombre emanaba un extraño frío, el único frío que le desagradó a Jack y fue cuando supo que estaba muerto.
    —¡Aléjate, Frost! —escuchó los gigantes saltos del conejo, detrás de él. Sin embargo, ignoró sus quejidos y siguió avanzando y se asomó al otro vehículo, al azul…
    Y fue algo aún peor, porque la familia que estaba viendo aplastada era una que conocía perfectamente: la de Jamie. Jack se apresuró hacia ellos, el padre y la madre estaban más allá de cualquier salvación y Jamie se veía verdaderamente terrible y emanaba ese terrible frío glacial… Aún así, se dispuso a desgarrar el metal para sacarlos, pero, entonces, una de las extremidades superiores peludas y fuertes del conejo lo frenó.
    —No podemos intervenir.
    Jack, furioso, se sacudió el agarre de Bunnymund y lo encaró.
    —¿Quieres decir que somos Guardianes y no vamos a hacer nada?
    El conejo frunció el ceño también.
    —No podemos meternos con Él, cuando la muerte ha caído sobre los humanos ya nada se puede hacer. Somos inmortales, pero eso no significa que podamos revivir a los muertos…
    Con un movimiento rápido y brusco, casi involuntario, Jack golpeó el suelo con su cayado, este emitió un destello plateado y, de pronto, comenzó a nevar como mucha fuerza.
    Los dos estaban furiosos, observándose con el ceño fruncido, sin embargo, parte de ese enojo se evaporó cuando escucharon un pequeño quejido emerger de los restos del carro azul.
    Jack fue el primero en llegar hasta ahí y, con su fuerza antinatural, logró desdoblar el metal para abrir un resquicio perfecto para ver una pequeña figura, una que aún emitía algo de calor. Rápidamente, Jack la sacó de ahí y la sostuvo entre sus brazos y la reconoció: era la pequeña Sophie, la hermana menor de Jamie. Tenía una herida terrible en la cabeza, de la que todavía brotaba algo de sangre, pero parecía que seguía viva. Sin pensarlo mucho, la colocó sobre la nieve y tomó con fuerza su cayado, se preguntó si este tendría el poder de curar su herida…
    —No. —Lo interrumpió Bunnymund, una vez más— No creo que tenga posibilidades, su alma ya debe estar etiquetada, lista para descender.
    Jack resopló.
    —¿De qué hablas? ¿Descender a dónde?
    El gran conejo puso los ojos en blanco.
    —Aunque ya seas un Guardián no significa que lo sepas todo, Jack. Eres demasiado joven, todavía te hace falta experiencia.
    —Tengo más de trescientos años…
    —Nada, en comparación conmigo. —Lo interrumpió el conejo.
    Jack lo ignoró y se colocó de rodillas junto a la niña, el otro Guardián volvió a detenerlo.
    —Ella está lista para bajar y tomar su barco. No puedes hacer nada. Si Él se da cuenta…
    Jack parpadeó, perplejo y regresó su mirada hacia él.
    —¿Te refieres al inframundo? Creí que esos eran mitos.
    El conejo volvió a poner los ojos en blanco.
    —Muchas personas creen que tú y yo sólo somos un mito; será mejor que te replantees las cosas con más calma y que leas uno de los libros que North tiene en su fábrica.
    —¿Sabes qué? No me interesa, yo salvaré a Sophie.
    —Si Él se entera podría ser arriesgado para nosotros y para ella…
    —¿Él?
    —El Señor de los Muertos.
    —No se enterará —aseguró Jack—. Además, ¿qué importa él? ¿Acaso no te arriesgarías un poco por ella? ¿No la recuerdas?
    Y Jack supo que había ganado cuando vio el destello que cruzó en los ojos de Bunnymund, sabía que la recordaba perfectamente ¿cómo olvidar a una niña como Sophie? Ella había llegado a la madriguera del conejo y les había recordado a todos los Guardianes qué era lo más importante para ellos.
    —Está bien, pero no podemos decir nada de esto a ninguno de los otros, sobre todo a North.
    Jack asintió y, con mucho cuidado, tomó la pequeña cabeza de la niña y la tocó levemente con su cayado. Tras un destello plateado, la sangre desapareció y la herida terminó por cerrarse. Sin embargo, en su piel quedó una marca en forma de copo de nieve.
    De pronto, la niña se movió y sus ojos se abrieron para dejar ver sus hermosos ojos verdes. Los observó por un momento y luego, con una sonrisa en el rostro, volvió a cerrarlos agotada.
    —Tenemos que irnos —Bunnymund fue el primero en reaccionar, tiró con fuerza del brazo de Jack.
    —No podemos dejar aquí, en medio del frío…
    —Los humanos llegarán pronto y se harán cargo de ella.
    Ya que el conejo estaba resuelto a abandonarla, lo menos que pudo hacer Jack era detener la nieve y así lo hizo, por lo menos de ese modo ella no pasaría tanto frío. Entonces, vio como el conejo golpeaba con su gran pata el suelo y, bajo él, se abría un gran agujero y vio desaparecer la carretera, junto con la pequeña Sophie.

    Sophie nunca había entendido porque le costaba tanto trabajo interactuar con sus propios compañeros de clase. Tal vez se trataba de alguna de especie de maldición que la seguía desde que había sobrevivido a aquel accidente. O quizás había contribuido mucho a que, en su primer día de escuela, desde aquella noche, había hecho reír al que ahora era capitán del equipo de fútbol americano y Mindy se acercó a ellos, furiosa y había derramado chocolate sobre su rostro. Desde entonces, Mindy se había encargado de marcarla (ante toda la escuela) como un fenómeno y asegurándose de que nadie le volviera a dirigir la palabra.
    Así que era una marginada social y nadie le hacía caso. Sin embargo, eso le importaba muy poco, ya que tampoco se interesaba mucho en ser aceptada. Lo único que le importaba era la meta que tenía para su futuro: adoraba a los niños y deseaba ser maestra algún día.
    Lo demás salía sobrando.
    Gracias a ello no le resultó tan difícil soportar los minutos que estuvo frente a toda la clase, leyendo varios párrafos de Hamlet, mientras Mindy aprovechaba el momento en que la maestra cerraba los ojos y disfrutaba las palabras de Shakespeare e ignoraba cómo aquella porrista se burlaba de Sophie junto con sus amigas. Pero lo soportó todo. Lo que no pudo aguantar fue cuando la porrista decidió actuar en los pasillos, fuera de la vista de los profesores.
    Sophie estaba bastante alegre de que fuera viernes y, aunque le gustaba la literatura, no la disfrutaba tanto cuando tenía los ojos diabólicos de Mindy observándola constantemente. Así que se sintió aliviada cuando la campana anunció que podría regresar a su casa y ser libre. Por supuesto, de alguna manera, Mindy tenía que arruinarle su día. Debía ser uno de los motivos por los que aquella porrista iba a la escuela.
    Se levantó de su asiento y tomó todos los libros (que eran bastantes) que tenía para estudiar. Ya que había decidido descansar aquel fin de semana, era preferible guardarlos en su casillero. De manera que logró hacerse paso entre los estudiantes y, con toda la fuerza que tenía, pudo llevar todos los libros en un solo viaje hasta el casillero 210. Pero debió estar lista al escuchar la risa a coro de las porristas y hubiera evitado lo que vino a continuación. Mindy fingió perder el equilibrio (una actuación tan mala, que seguramente aquella joven tendría que alejarse del teatro, si es que no quería ser apedreada) y empujó “accidentalmente” a Sophie, de manera que ella y sus libros terminaron en el suelo. Mindy soltó una carcajada terrible a la que le hicieron coro sus amigas. El resto de la escuela, parecía no estar muy de acuerdo con ellas, pero no hicieron nada por ayudar a Sophie, por supuesto, era mejor no meterse para evitar problemas con la “reina”.
    Sin embargo, alguien tuvo el valor suficiente para poner en su lugar a Mindy, lo cual sólo provocó que ella odiara más a Sophie. Resultó que todo el equipo de americano también presenció la escena y al capitán, Rick, novio de la porrista, no le pareció nada agradable la situación.
    —¡Ricky! Tengo que decirte algo importante sobre el baile…
    Pero antes de que ella pudiera rodearle el cuello completamente, él se deshizo de su abrazo.
    —En verdad, no puedo creer que sigas siendo así. Creí que con el tiempo cambiarías.
    Ella hizo una mueca que pretendía ser una sexy confusión, pero resultó sólo ser un mohín extraño, a medio camino entre la rabia y el asombro.
    —¿Lo dices por ella? Pero si no es más que una…
    Rick la interrumpió con un movimiento negativo de cabeza y se inclinó hacia Sophie, quiso ayudarle con los libros, pero la joven se negó.
    —No te preocupes, yo puedo sola.
    Sophie, que odiaba ser observada, notó que ahora el centro de atención de toda la escuela y ahora sólo pensaba en salir de ahí lo más rápido posible. Vio de reojo como Mindy daba una fuerte patada en el suelo y se iba de ahí, furiosa.
    —¿Estás bien? —Al parecer Rick no entendía que prefería que se fuera.
    —Sí, gracias —sin fijarse bien, metió todos los libros a su casillero, tomó su mochila y no permitió que el deportista la siguiera (aunque parecía que tenía ganas de hacerlo).
    Creía que iba a ser difícil olvidar la humillante situación de hacía unos momentos, pero, por fortuna, Josep estaba en casa y ayudarle a hacer su tarea y llevarlo al parque fueron los distractores suficientes que necesitaba.
    Mientras Josep jugaba en la nieve con otros niños, Sophie se sentó en uno de los columpios y los observó con atención. No tardó mucho rato en conseguir reír, tras ver a su hermanito intentar golpear a otro con una bola de nieve que ni siquiera le tocó la suela de los zapatos. Definitivamente debía practicar un poco más.
    De pronto, Sophie sintió algo verdaderamente extraño, era como si algo en el ambiente hubiera cambiado, algo que afectó a los niños, porque el juego se puso mucho más animado que antes. Además, la nieve aparecía tan rápido que era como si materializara de la nada y, en lugar de ser cinco los pequeños jugadores, parecía como si hubiera uno nuevo. Uno al que todos los niños se dirigían… sólo que Sophie no podía verlo. Sin embargo, decidió que era parte del juego y optó por ignorarlo.
    Después de unos minutos, Josep se acercó a ella y se cruzó de brazos, serio. Estaba tan adorable que a Sophie le costó devolverle la mirada sin reírse.
    —¿Por qué ya no quieres jugar?
    Sophie sabía que tenía que dirigirse a ella, ya que no había nadie más en los columpios, sólo que los ojos del niño no la veían directamente sino justo a su lado, bastante cerca.
    —Pero no he jugado con ustedes…
    Josep frunció el ceño.
    —No, hablo con Jack.
    —¿Quién es Jack? —Preguntó Sophie, arqueando las cejas, girando su cabeza, en busca de algún otro niño, pero no había nadie.
    Josep puso los ojos en blanco, como si le estuviera haciendo una pregunta demasiado obvia.
    —Jack, Jack Frost.
    Entonces Sophie se rió; ahora entendía todo perfectamente; él se refería al Señor del Invierno. Por supuesto, eso sólo era un cuento de niños. Ella misma, alguna vez, había creído en ello, pero ya era lo suficientemente grande como para saber que el mundo no era tan maravilloso como en los cuentos de hadas.
    —Sólo está parado ahí, viéndote —agregó Josep, en un tono que parecía que no le agradaba mucho esa idea—. No me gusta cómo te ve.
    Sophie se levantó del columpio, se sacudió la nieve de los pantalones y extendió una mano hacia el niño. Parecía bastante divertida con todo aquello.
    —Pues dile al señor Frost que no es educado hacer eso —bromeó, tratando de seguirle la corriente—. Y que lo siento, pero debemos marcharnos.
    Josep hizo un mohín con los labios, pero aún así la tomó de la mano.
    —¿Tan pronto?
    —Sí, cariño. Alice y Patrick se preocuparán si llegamos tarde.
    Asintió, como si fuera un chico mayor y comprendiera todo. Sophie trató de no verse divertida por su actitud. Y los dos, tomados de la mano, se dirigieron a la casa.

    Jack Frost raras veces se había sentido aturdido, pero podía reconocer esa sensación cuando la sentía y en aquellos momentos la experimentaba con bastante fuerza. Le gustaba pasearse por aquel parque y divertir a los niños un poco, jugando con la nieve y eso era justo lo que planeaba hacer ese día, hasta que se había percatado de la figura sentada en el columpio. Jack sabía que era ella, Sophie, la niña a la que había salvado de la muerte. Sólo que había cambiado mucho, primero, ya no era una niña, ahora era una joven que lucía un poco más joven de la edad que él aparentaba. Además, había algo en su rostro, era como si todos sus rasgos se hubieran hecho más… hermosos y como si sus ojos brillaran ahora con mayor intensidad a pesar de las sombras de tristeza que surcaban su rostro de vez en cuando. De pronto, el deseo de acercarse y hablarle se hizo apremiante, pero, entonces, como el más helado glaciar cayendo sobre él, se dio cuenta de que no podía verlo. Sabía, porque se lo habían advertido los demás Guardianes, que con la edad las personas dejaban de creer, pero que ella, Sophie, no pudiera verlo le provocaba un vacío y otras muchas emociones que no podría describir.
    Se había colocado a un lado de ella para poder ver la marca plateada que tenía en su piel y, no supo por qué, pero sonrió al ver el copo de nieve, como si fuera un tatuaje, en su sien. Entonces, el traidor de Josep le había dicho a ella y, a pesar de que Sophie se había reído, incrédula, Jack se sintió un poco avergonzado por haberla mirado tan fijamente. Ella se levantó y, a pesar de que sabía era algo inútil, trató de tocar su cabello, pero su mano la atravesó. Sin embargo, fue diferente esa vez, ya que cuando le había ocurrido años atrás, cuando nadie podía verle, no experimentaba ninguna sensación, pero, al tratar de tocar Sophie una extraña calidez se había quedado en sus dedos, lo cual no le resultó nada desagradable.
    Y ahora estaba más desconcertado, ya que los estaba siguiendo. Pero no podía evitarlo, tenía que saber dónde vivía. El conejo le había advertido que no la volviera a buscar, porque ya habían intervenido mucho en su vida y él estuvo de acuerdo… hasta ahora. Además, él no la había buscado, ella prácticamente había llegado a él. No podía ignorar algo como eso. Tenía que saber si ella estaba bien. Tal vez lo necesitaba.
    Los vio entrar a una casa grande y hermosa, con un jardín amplio, que en aquellos momentos estaba cubierto de nieve. Resistió, con toda la fuerza de voluntad que tenía, de flotar hasta las ventanas de la parte superior, estaba segura que una de ella pertenecía al cuarto de Sophie. Sin embargo, decidió que regresaría más tarde a verla. Si nadie se enteraba todo estaría bien, además, él sólo quería ayudarla, nada más.
     
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    Shennya

    Shennya Entusiasta

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    25 Septiembre 2011
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    Escritora
    Título:
    La voz del invierno [Rise of the Guardians]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4012
    Capítulo 2
    La deuda
    Normalmente no le daba mucha hambre en las noches, por lo que sólo le robó un trozo de pan francés a Josep y subió a su habitación a toda prisa. Había algo extraño en aquella noche, porque, de pronto le dieron unas ganas terribles de abrir la ventana y mirar hacia el cielo. Y jamás se arrepintió de haberlo hecho, porque a pesar de que el frío la congeló hasta los huesos, Sophie pudo ver la luz lunar entrar hasta los rincones más profundos de su cuarto. De pronto, el viento agitó el cabello sobre su cara, parecía que estaba juguetón aquella noche. Sonrió porque un pensamiento absurdo se había apoderado de su mente. A veces tenía la sensación de que la luna trataba de hablarle y sus palabras eran de consuelo, de esperanza, como si los rayos trataran de acariciarle la mejilla… Sacudió su cabeza y se rió de sí misma. Era una tontería, pero le gustaba pensar que algún día podría dejar atrás los momentos oscuros de su pasado. De pronto, tras un suspiro que escapó de sus labios, sus ojos volaron hacia el piso, donde, apoyados en la pared más cercana, se encontraban sus patines. Había pocas cosas que la alegraban y practicar patinaje sobre hielo era una de ellas. Nunca había aceptado el ofrecimiento de sus padres adoptivos de llevarla a una academia; el patinaje era su pasatiempo, sí, era apasionante y lo adoraba, pero era más un instrumento para renovar su alegría que para una meta profesional. A pesar de que no había estudiado, no era mala, pero prefería patinar en lagos congelados que dentro de una pista que sólo la haría sentirse asfixiada.
    Necesitaba sentirse libre aunque fuera por unos minutos.
    Por unos instantes, vislumbrar sus patines fue suficiente para que deseara dar un paseo, y aunque acostumbraba fugarse salirse de casa furtivamente, no creía que aquella fuera la noche adecuada para ello. Así que, a pesar de que hubiera dado cualquier cosa por librase de las horas de sueño, se dijo que tendría que aplazar su salida nocturna para mañana. Y cerró los ojos con fuerza, esperando que las pesadillas no aparecieran.

    Jack no podía creer que ella hubiera estado tan cerca de él y en ningún momento se percatara de su presencia. La vio sonreír y algo dentro de él se encendió; aunque ya había visto las comisuras de sus labios tirar hacia arriba, tenía la sensación de que no lo hacía muy frecuentemente. Entonces, dado que su naturaleza nunca lo dejaba, utilizó su cayado para agitar el viento invernal a su alrededor y le gustó el efecto que provocó en su cabello rubio. Era como si cobrara vida. Sin embargo, se sintió un poco culpable al estar ahí y aunque se había propuesto no regresar más (aquel día, por lo menos), no pudo evitar regresar y entrar a su habitación. Sólo planeaba asegurarse de que durmiera tranquila.
    Entró con sigilo, a pesar de que era absurdo que lo hiciera, porque ella jamás podría escucharlo, ya que no creía en él. Algo dentro de él se encogió al recordar esa amarga verdad, pero decidió olvidarse de ello y acercarse un poco más. Parecía que tenía un sueño tranquilo y aunque Jack se alegraba de que ella no fuera presa de una pesadilla, se preguntó por qué no había ese brillo que emanaban los sueños felices. De hecho, parecía que la arena de Sandman no se acercaba a ella, tal vez aquello también tenía que ver con que Sophie había dejado de creer hacía mucho tiempo.
    Se acercó un poco más, sintiéndose repentinamente extraño. Nunca había experimentado una sensación parecida, como si quisiera protegerla, sólo que no había ninguna amenaza cerca de ella que pudiera justificar ese sentimiento que lo embargaba. Jack experimentó un cosquilleo en los dedos y no pudo detener su propio brazo antes de que saliera disparado hacia el rostro de la joven. Pero se detuvo a unos centímetros de su mejilla; probablemente había estado apoyada en ella, porque la cubría un tenue rubor.
    ¿Para qué intentarlo de nuevo si sabía que el resultado sería que no podría tocarla? Sus dedos atravesarían su piel… pero se quedaría con algo del calor que emanaba su cuerpo. Retrocedió, un poco asustado por lo que estaba haciendo, por lo que quería hacer. Cerró los ojos y trató de convencerse de marcharse y desistir, pero el cosquilleo en su mano fue mucho más fuerte que su razón. Necesitaba sentir aquella calidez de nuevo, aunque fuera sólo una vez más.
    Decidió actuar cautelosamente, así que se inclinó y trató de rozar con sus dedos algo de la piel de su mejilla, aunque sabía que no tenía sentido ya que la atravesaría por completo. Sin embargo, no fue así. Por lo menos los primeros segundos y eso lo asombró tanto que retrocedió hasta la pared de enfrente. Por supuestos, sus dedos habían atravesado a la joven, pero, durante unos escasos segundos, él podría jurar que sus dedos fríos hicieron contacto con la suave y cálida piel de Sophie. Por un doloroso instante, creyó que todo había sido producto de su imaginación, pero la sensación que había quedado en sus yemas y la leve reacción de Sophie ante su contacto frío lo convencieron de que había sido real.
    Ahora, la crucial pregunta era ¿por qué lo había logrado? Y quizás… sólo si volvía a intentarlo una vez más, tal vez podría convertir esos escasos segundos en minutos y así poder tocar su cabello rubio sin que este atravesara…
    —¿Jack?
    Fue como si una corriente glacial lo sacudiera de pies a cabeza, apenas se atrevió a girar la cabeza para comprobar quién lo había descubierto. Pero ni siquiera tenía que girarse, ya sabía cuál de los Guardianes estaba ahí, su voz era inconfundible.
    Tooth.
    Ella se acercaba hacia él, con sus ojos abiertos en sorpresa y confusión; sus alas se agitaban en su espalda rápidamente. Una de sus haditas (que la acompañaba aquella noche) lo reconoció y soltó un pequeño chillido de alegría. Sin embargo, Tooth seguía con su expresión confundida.
    —¿Qué haces aquí? —Su pregunta no sonaba con acusación, simplemente, curiosidad. Pero a él no le sentó muy bien verse interrogado, sobre todo, porque, a fin de cuentas, ni siquiera él mismo podía explicarse qué era exactamente lo que estaba haciendo aquella noche.
    Jack tragó saliva. De pronto se sintió avergonzado y, por más que se repitió que aquel sería un gesto bastante delator, sus ojos no pudieron detenerse antes de fijarse nuevamente en la figura apacible de Sophie y después volver a Tooth. Al hada no le pasó desapercibido aquel gesto, por supuesto, a ella nada se le escapaba. Le pareció que una sonrisa divertida comenzaba a curvar sus labios.
    —¿Qué haces tú aquí? —Se escuchó devolviendo la pregunta.
    Ella se rió y agitó una pequeña bolsita de terciopelo rojo.
    —El pequeño de la habitación contigua me regaló uno de sus incisivos centrales y yo vine a darle su recompensa —canturreó, alegre. Siempre se venía bastante animada cuando mencionaba los dientes.
    Claro, venía por dientes. ¿Por qué otra cosa estaría allí? Y ahora Jack se sentía más expuesto que antes. Él no tenía excusa para estar ahí, además, no pensaba contarle a Tooth lo que había prometido a Bunnymund mantener en absoluto secreto. Y, aún con aquella historia, él no tenía justificación para encontrarse donde estaba. Había llegado ahí, simplemente, porque quería ver a Sophie.
    —¿Entonces? —Insistió Tooth— ¿Qué haces aquí?
    —Yo sólo… quería ver si ella estaba bien.
    —¿Por qué? —Los ojos del hada se estrecharon, con preocupación— ¿Está enferma? Su hermano se moriría si le pasara algo, parece que la adora…
    Tooth revoloteó en la habitación hasta llegar cerca de la cabecera de Sophie, cuando se dio cuenta que su respiración era regular y su expresión completamente pacífica, pareció recuperar su alegría. Y, después, Jack vio en sus ojos el brillo del reconocimiento.
    —¡Es ella! ¡Es nuestra Sophie! —Exclamó asombrada y alegre. El hadita que estaba junto a ella emitió un sonidito que parecía estar en armonía con el ánimo de Tooth— Es la niña que asusté con mis dientes con sangre. ¡Oh, pero si es tan hermosa!
    Jack se giró para ver a Sophie y estuvo de acuerdo con Tooth.
    —Pero creí que ella era hermana de Jamie… —susurró el hada, de pronto, confundida. Era como si pudiera presentir que algo no estaba bien.
    —Sí, lo era —concedió Jack—. Pero él junto con sus padres murieron hace años.
    Tooth se cubrió la boca con una de sus manos. Jack no podía decir más, todavía se sentía mal por Jamie, él había sido como un amigo. Sin embargo, lo que más le dolía era Sophie, porque se había quedado sola y presentía que no era feliz y él quería que lo fuera.
    —¿Cómo fue?
    —Un accidente de auto. —Se encontró respondiendo Jack. Pero fue demasiado tarde cuando se percató de su error, estaba demasiado aliviado porque ella dejara de interrogarlo acerca del motivo de estar ahí que no se dio cuenta que había dicho demás.
    Tooth lo observó fijamente, con sospecha.
    —¿Cómo sabes eso?
    Y ahí estaba, la pregunta que no podía responder.
    Entonces, justo a tiempo, un agujero se abrió en el piso de la habitación y, rápidamente, Bunnymund se unió a ellos. Sólo que no estaba contento de verlos, es más, estaba sorprendido y furioso. Aunque Jack sabía que ese enojo sólo iba dirigido a él.
    —¿Qué haces en casa de Sophie? —Exigió, sin hacerle mucho caso a Tooth, quien ya tenía otras tantas preguntas brillando en sus ojos— Te dije que no volvieras a interferir en su vida. Una vez ya es suficiente.
    Antes de que Jack pudiera inventar una excusa, se dio cuenta que de algo importante y su ira lo heló hasta dejarlo como un témpano de hielo. La habitación comenzó a enfriarse. Pero ninguno se percató de ello, tampoco.
    —Falta mucho para la Pascua —hizo notar, con su voz helada—, así que supongo que no tienes nada que hacer aquí. Además, ¿cómo es que sabía que esta era la casa de Sophie y por qué apareciste justamente en su habitación?
    El enorme conejo parecía firme; sus espesas cejas se fruncieron, pero no pudieron ocultar el destello de culpabilidad que cruzó por sus ojos.
    Sus orejas se hicieron para atrás.
    —Yo la he visitado, constantemente. Cada seis meses, para ser más exactos, desde que la dejamos esa noche, hasta ahora.
    Jack había pensado que su furia había alcanzado un límite, pero después de haber escuchado eso, sintió que su cayado se movía entre sus dedos, como si luchara por congelar a ese maldito traidor.
    Se acercó a él, con los puños apretados. Bunnymund le respondió a su mirada fulminante con otra igual.
    —¡Chicos! Deberían… en verdad no creo que sea el momento ni el lugar…
    Pero ninguno de los dos escuchaba a Tooth.
    —¡Me dijiste que me mantuviera alejado! —Rugió Jack— ¡Dijiste que sería lo mejor para ella! ¿Y qué hiciste tú? No quitarle ni un ojo de encima, la viste crecer…
    —¡Eres demasiado imprudente! ¡Por supuesto que necesitaba vigilancia, pero tú lo arruinarías, tú sólo los atraerías hacia ella! Yo sabía que las sombras vendrían por Sophie en cualquier momento, por eso tenía que asegurarme… hasta ahora no le ha pasado nada, deberías estar agradecido.
    Jack apretó los dientes. ¿Agradecido porque él lo mantuvo alejado de Sophie? ¿Eso es por lo que tenía que dar las gracias? Estaba tan furioso que ni siquiera preguntó qué eran las sombras.
    —¡Se está congelando! —Exclamó Tooth, de pronto.
    De pronto regresó a la realidad y se dio cuenta que su furia había hecho estragos en la temperatura de la habitación y notó, con horror, que Sophie había comenzado a temblar. Rápidamente, movió su cayado de un lado a otro y el frío se desvaneció. Para su alivio, parecía que Sophie volvía a recuperar su color.
    Al parecer, la advertencia de Tooth había tranquilizado un poco la situación, aunque Jack seguía con las mismas ganas de arrancarle la cabeza al conejo.
    De pronto, la que pareció molesta, fue Tooth. Se dirigió a Bunnymund directamente.
    —Explícame —exigió en voz baja, pero con vehemencia— ¿cómo es que una joven de apenas 16 años puede estar en peligro por las sombras? ¡Dime!
    El hadita comenzó a picotear las grandes orejas del conejo, parecía molesta, también.
    Bunnymund la observó por largos segundo y, aunque se notaba que no deseaba confesar, sabía que no tenía alternativa.
    —Tiene una deuda con la muerte, por nuestra causa.
    Tooth frunció el ceño, parecía más molesta que nunca, sin embargo, en lugar de la reprimenda que se notaba estaba desesperada por hacer, sólo dijo: —Vamos al polo. Necesitamos reunirnos con los otros Guardianes.
    Por su tono, tanto Jack como el conejo supieron que era mejor no protestar.
    Bunnymund tomó a Jack con brusquedad y abrió un agujero en el suelo, el joven se resistió.
    —¡Puedo ir por mi cuenta!
    —¡Ni lo sueñes! —Fue Tooth la que intervino, todavía molesta— Sé que si te dejo sin vigilancia te quedarás aquí un rato más, por lo que irás con él. Quieras o no.
    Jack le echó un último vistazo a Sophie, sorprendido y triste porque no hubiera notado su presencia. Y, de nuevo, la perdió de vista.

    North estaba tan grande e imponente como Jack recordaba. A pesar de su barba y cabello blancos, él sabía que North era capaz de moverse, si quería, incluso más rápido que él mismo. Además, tenía ese increíble trineo suyo… Después se volvió a girar, a la derecha del líder del Polo Norte, se encontraba Sandman o Sandy; él era una figura mucho más pequeña que el señor de la Navidad, pero, por lo que Jack sabía de Sandy, podía ser tan poderoso como cualquiera de los Guardianes.
    —Me alegra verlos, les daría una mejor bienvenida si no fuera porque el mensaje que me envió Tooth con su pequeña hada parecía bastante urgente —comenzó North, con ese acento que marcaba las erres demasiado— ¿Qué ocurre?
    Sandy dejó ver, encima de su cabeza, un gran signo de interrogación dorado.
    Tooth señaló a Bunnymund y a Jack, su boca se convirtió en una línea apretada, lo que indicaba que todavía no se le enfriaba del todo su enojo.
    —Deja que ellos lo expliquen, ya que todavía no sé muy bien, pero casi puedo apostar a que se metieron en un lío bastante grande.
    North arqueó sus cejas oscuras hacia ellos, por la expresión de Tooth, ya sospechaba que ellos dos habían cometido un error bastante grave. Los miró fijamente, esperando, con los gruesos brazos cruzados sobre su pecho.
    Ya que todavía estaba bastante molesto con el conejo y debido a que había sido él en primer lugar quién insistió en salvar a Sophie, decidió ser él quien contara toda la historia. Así que Jack tomó una bocanada de aire y comenzó con aquella noche que probablemente sería una que jamás olvidaría.
    Cuando terminó, todo se quedó en silencio; los otros Guardianes lo miraban fijamente. El ceño fruncido de North era cada vez más pronunciado.
    —Por supuesto, no podrías imaginar las consecuencias —comenzó a decir, con dureza y, aunque las palabras se referían a él, parecía como si estuviera hablando consigo mismo—. Debiste haber escuchado a Bunnymund.
    —¡Por supuesto! Yo sólo…
    —Y tú debiste ser más firme, ya que eras perfectamente consciente de lo que podía pasar.
    El conejo tuvo que callarse, si no fuera porque Jack estaba demasiado tenso se hubiera reído de él.
    —De cualquier manera, hubiera hecho lo mismo —soltó, un tanto desafiante—. No podía dejarla morir. ¿Qué ninguno de ustedes se acuerda de ella o de Jamie?
    —Por supuesto —había algo de dolor en los ojos de North—. Pero existen reglas que no puedes romper sin grandes consecuencias. Desde hace muchas décadas, acordamos con Adam que si él no interfiere con nuestras celebraciones, nosotros jamás cuestionaremos sus decisiones con respecto al tiempo de vida de los mortales.
    Jack cerró sus puños, pero trató de controlarse.
    —Ustedes no entienden yo… no podía dejarla morir, simplemente no podía.
    Nuevamente, el silencio reinó en el lugar, parecía que al resto de los Guardianes también les dolía un poco.
    —¿Qué haremos ahora? —Fue Tooth quien rompió el momento.
    North puso su mano, en forma de puño, sobre su frente, como si eso pudiera ayudarle a pensar.
    —De acuerdo, hasta ahora las sombras no han notado el faltante, por lo que, de momento, Sophie está a salvo. Sin embargo, esta noche estuvieron los tres en su habitación, por lo que su energía, más la que se haya acumulado todos estos años dentro de ella por haber sido etiquetada y jamás haber descendido… Bueno, entonces podemos esperar que ellos aparezcan en cualquier momento.
    —¿Qué son las sombras? ¿Y por qué quieren a Sophie? —Cuestionó Jack, odiaba mostrarse ignorante, pero necesitaba saber, para poder cuidar de Sophie mejor.
    Le pareció oír que el conejo resoplaba ante su pregunta, lo ignoró.
    —Viven en el Inframundo —aclaró North—, se encargan de buscar anomalías en las listas de los muertos. Ellos tienen la fecha y la hora en la que todos tienen que morir, si por alguna razón, el mortal escapa ileso de esa fecha y su alma es etiqueta, entonces las sombras lo buscan y lo hacen bajar. Sólo que las sombras no son muy dadas a la piedad, por lo que el mortal desciende sufriendo su peor temor. Es el castigo por haber escapado de la muerte.
    Jack tragó saliva y se prometió que no dejaría que nadie le hiciera daño a Sophie, nunca.
    —Yo los detendré.
    Tooth suspiró, cansada.
    —Sabía que lo dirías. Pero te ayudaremos, Jack.
    —Sí —coincidió North—, somos un equipo ahora. Ahora, debes saber que ella necesita a uno de nosotros que esté a su lado todo el tiempo, porque ellos pueden venir en cualquier momento y tratar de… de terminar lo que no se pudo completar la noche del accidente.
    —Ese va a ser tu trabajo, vigilarla —completó Tooth. Le hizo un gesto a su hadita y esta se dirigió hacia él—. Ella te acompañará y si nos necesitas, sólo dile que nos busque.
    —Las sombras sólo lo intentarán una o dos veces —siguió North—, entonces llamarán a Adam.
    —Creí que su nombre era Hades.
    —Cada vez me sorprendes más con tu ignorancia —comentó Bunnymund, mordaz.
    —Basta —dijo Tooth—, en lugar de insultarlo, deberías explicarle, ahora es uno de nosotros. Verás, Jack. Antes, como sabes, existían los dioses del Olimpo, sin embargo, todos ellos desaparecieron cuando…
    El hada, de pronto, se veía un poco abrumada, tratando de soltar las palabras adecuadas.
    —Cuando las creencias de todo un pueblo fueron cambiadas bruscamente —siguió North— y las personas se olvidaron de ellos y si es que los recordaban, lo consideraban como algo irreal. Los mortales dejaron de creer y los inmortales se desvanecieron. Hades también. Por lo que el Inframundo se quedó solo. Así que el Hombre en la Luna eligió a alguien más para el puesto: Adam.
    —Como te eligió a ti, Jack —dijo Tooth—; él también fue mortal antes.
    En aquellos momentos, no se sentía tan cómodo con el hecho de que tuvieran algo en común: después de todo, Adam trataría de quitarle la vida a Sophie, de nuevo.
    —Entonces, cuando lo llamen, él, personalmente, tratará de hacer que Sophie descienda —prosiguió North, después del paréntesis histórico—. Lo que tienes que hacer es tratar de convencerlo de que llegue aquí. Así nosotros podremos ofrecerle un trato para que desmarque el alma de Sophie.
    —¿Qué le ofreceremos?
    North se encogió de hombros, viéndose un poco alarmado.
    —Aún no se me ocurre nada que Adam pueda querer. Sin embargo, sí aún así insiste en hacerla bajar, entonces no podremos hacer nada. Sophie deberá cumplir con su destino.
    Estaba por protestar, cuando todos, con ojos duros, lo observaron fijamente. En ese aspecto, no parecía como que alguno fuera a ceder.
    —Seguiremos ayudándote con la condición de que si llega el momento de que Sophie tenga que irse, lo aceptarás —dijo Bunnymund—. Todos queremos que ella pueda seguir viviendo, pero debemos respetar las reglas primarias y una de ellas dice que los inmortales siempre aceptarán las decisiones de otro inmortal sobre el área o acontecimiento que le fue asignado. Por ello, una vez que hagamos nuestra oferta, Adam tendrá la última palabra. Y tú debes jurar que la aceptarás.
    No fue fácil para Jack, pero finalmente se obligó a asentir.
    —Lo juro —aunque en su corazón esperaba que no tuviera la necesidad de cumplir aquel juramento. No creía poder soportar ver morir a Sophie. Eso no podía suceder, bajo ninguna circunstancia.
     
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    Shennya

    Shennya Entusiasta

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    Miembro desde:
    25 Septiembre 2011
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    62
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    La voz del invierno [Rise of the Guardians]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4745
    Capítulo 3
    El señor de los muertos
    Era extraño, pero Sophie se levantó animada ese día, quizás era porque no tenía que enfrentarse a Mindy o a su séquito de animadoras. O tal vez porque la noche anterior no había tenido su acostumbrada y terrible pesadilla. Probablemente era por eso último. Así que, tras un suspiro, decidió que lo mejor sería dejar de hacerse preguntas y disfrutar el día. No perdió el tiempo y se escabulló hasta el cuarto de su hermano y trató de alcanzar a ver algo de lo que restaba de su sueño, sin embargo, Josep ya estaba despierto para cuando ella abrió la puerta y, lo curioso era que parecía estar hablando con alguien por la ventana.
    Como siempre, aquello no le causó más que gracia y decidió sentarse a su lado, en la cama. Sonrió y estiró un brazo para desacomodarle el cabello.
    Josep seguía sin hacerle caso, parecía mirar algo a su derecha; frunció el ceño.
    —¿Eso quiere decir que está en peligro? ¿De qué?
    Sophie lo observó, con curiosidad.
    —¿Con quién hablas?
    —Con Jack.
    La joven puso los ojos en blanco.
    —¿Y qué dice?
    El niño parecía un poco frustrado; su boca se había convertido en un adorable mohín y su mirada parecía fulminar algo que Sophie no podía ver. La joven se preguntó si alguna vez ella había poseído una imaginación tan poderosa como la de Josep.
    —En estos momentos nada, pero te está mirando de nuevo y no me gusta.
    Sophie apretó los labios, para evitar reírse.
    —Me dijo que estaría contigo todo el día, él asegura que es para protegerte, pero todavía no sé de qué.
    La joven se levantó y tomó en sus brazos al pequeño, a pesar de que él todavía estaba reacio a dejar la cama.
    —Dile a Jack que yo estoy suficientemente grande como para tener niñera que mejor te cuide a ti —rió Sophie. Ella estaba completamente enternecida con las palabras de Josep, ya que estaba convencida de que usaba a Jack como una expresión de sí mismo y lo que quería decir es que se preocupaba por ella.
    No tenía idea de que, aunque Josep sí se preocupaba y la quería mucho, estaba completamente equivocada en todo lo demás.
    —Pero dile que, de cualquier manera, le agradezco mucho que se preocupe por mí.
    Entonces, ignorando las protestas del niño, Sophie lo llevó al comedor para que desayunara.
    Después de varias horas, en las que Sophie tuvo que concentrarse y hacer su tarea, decidió que era tiempo de divertirse un poco con Josep y salió con él. A pesar del frío que hacía, era una perfecta mañana para tratar de hacer sonreír a Josep un poco. Ya que “su conversación con Jack” de la mañana lo tenía un poco inquieto.
    —¿Sophie?
    —¿Sí? —ella inclinó su cabeza, para poder observarlo mejor. Su mirada seguía preocupada y pequeña mano aferraba la suya con una firmeza extraña en él.
    —¿Es cierto que tenías otro hermano?
    Sophie sintió algo extraño; fue un segundo en el que todas sus fuerzas se esfumaron de su cuerpo y sus rodillas ya no pudieron sostenerla. Tuvo que apoyarse un rato en el vidrio de una tienda de recuerdos y, finalmente, tras dos respiraciones profundas, pudo enfrentar a Josep.
    —¿Cómo sabes eso?
    —Me lo dijo Jack.
    Sophie trató de pensar cómo pudo enterarse Josep, ya que, según la información que tenía, la encargada del orfanato no había mencionado nada de eso. De hecho, ella había sido bastante cuidadosa con la información que le había dado a Alice y a Patrick. Ella sólo les había mencionado que Sophie había perdido a su familia en un accidente, pero jamás había sido más específica que eso. Entonces ni Alice ni Patrick pudieron decirle lo de Jamie, además, aunque lo supieran, ¿por qué asustarían a su hijo pequeño con una información tan cruel?
    La joven se puso de cuclillas y tomó a Josep por los hombros, decidió mirarlo fijamente, para atrapar cualquier intento de mentira que escapara de sus labios.
    —Necesito que seas completamente honesto conmigo esta vez, Josep. ¿Cómo te enteraste de eso? ¿Quién te lo dijo?
    El niño frunció el ceño, como si estuviera harto de repetir lo mismo una y otra vez.
    —Jack Frost.
    —Josep, por favor, sólo por esta vez, dime la verdad.
    —¡Es la verdad! ¡Fue Jack! ¡Fue Jack!
    Al parecer, dudar de Josep fue lo peor que pudo haber hecho Sophie, porque el niño se enfureció tanto que se zafó de su agarre y corrió, lejos de ella, a través de la calle.
    Sophie, asustada, lo siguió, tratando de evitar que algo le ocurriese sin imaginarse que no era él sino ella la que corría más peligro en esos momentos.
    Josep fue demasiado rápido para ella, para cuando Sophie apenas estaba dejando la banqueta atrás, el niño ya se encontraba del otro lado. Y quizás ella pudo haber llegado ilesa, sino fuera porque, de la nada, un cuervo negro de fieros ojos amarillos revoloteó hasta su cabeza, con intenciones de atacarla. Así que ella, en la confusión, se cubrió el rostro, para evitar que el pico llegara hasta sus ojos, siendo que debía temer más del carro que estaba a muy poco de aplastarla.
    El cuervo la dejó en el momento en que el conductor frenaba, pero el hielo le impidió detenerse. Sophie sintió algo en su corazón, como si la vieja historia que la había seguido en sueños, se repitiera para terminar de castigarla.
    Entonces, el aire de nevado, rugió en toda su fuerza y, con una increíble energía, la empujó hasta el otro extremo de la calle. Las pocas personas que presenciaron la escena (salvo los niños) se quedaron sorprendidos, adjudicándolo a un milagro. El conductor, demasiado angustiado como para procesar lo sucedido, no se molestó en hacerse preguntas, simplemente ayudó a la joven a levantarse y agradeció al cielo porque ella se encontraba perfectamente ilesa.
    —¡Lo siento! ¡Lo siento! —escuchó una pequeña vocecita junto a ella y sintió como dos pequeños brazos se aferraban a sus piernas.
    Con el corazón latiéndole en el pecho, abrazó con fuerza a Josep.
    —Gracias por salvar a mi hermana, Jack.
    Sophie, a pesar de escuchar y considerar aquella frase como una expresión de la gran imaginación de Josep, no dijo nada. Había aprendido que era mejor no contradecirlo.
    —¿Sophie, estás bien?
    Ella se giró. La voz le había sonado conocida, pero estaba demasiado aturdida como para reconocerla. Al parecer, era uno de sus compañeros de la escuela: Rick.
    —Sí, creo que sí.
    Él tocó su frente y sus mejillas. Normalmente ella desconfiaría de la preocupación de un jugador de fútbol americano, pero todavía no sabía muy bien qué era lo que pasaba como para reaccionar como era debido.
    —¿Segura? ¿No tienes ningún rasguño? —Insistió, tomando una de sus manos. Por fin, Sophie, pudo actuar normalmente y se retiró, sin mucha brusquedad.
    Josep los observó y frunció el ceño. No parecía del todo de acuerdo con la forma en la que Rick miraba a su hermana.
    —Estoy bien… gracias —agregó al final, decidiendo que era mejor ser amable con él, después de todo, había sido el único que la había defendido en aquel incidente en la escuela—. Creo que Josep y yo debemos regresar a casa.
    Josep, que tan sólo era un niño y que, por lo tanto, no pensaba en los problemas por mucho tiempo, se mostró un poco abatido ante la idea de volver a su casa y negarse unos minutos para jugar o para comer alguna golosina.
    Rick tomó a Sophie por el brazo.
    —No te vayas… no tienen que irse todavía. Necesitas algo para recuperarte del susto que acabas de pasar y yo conozco un lugar en donde venden postres y bebidas bastante deliciosas. ¿Qué dices? Yo invito.
    Sophie se mordió el labio, dudando. No sabía si era lo más adecuado arriesgarse a salir con alguien que pertenecía al grupo de las personas que siempre la habían rechazado, además, eso significaba arriesgarse a la ira de su novia, Mindy. Como si quisiera un consejo, agachó la mirada y vio a su hermano.
    —A Jack no le agrada nada esto —comentó—, pero yo tengo hambre.
    Rick parecía divertido, arqueó una ceja hacia ella.
    —¿Jack?
    Ella sonrió. No pensaba herir los sentimientos de su hermano de nuevo, por lo que se inclinó hacia Rick y decidió murmurar la respuesta en su oído.
    —Su amigo imaginario.
    Sin embargo, hubo un extraño cambio en el ambiente mientras ella se inclinaba, como si el viento frío se hubiera enfurecido de pronto y la instara a separarse de Rick.
    —Tengo hambre —repitió Josep, tirando de la manga de Sophie. Ella sonrió y optó por aceptar la invitación de Rick.
    La cafetería a la que llegaron era bastante acogedora y bonita, tuvo que admitir Sophie. Además, parecía que la estaban remodelando, pues, en el piso de arriba, dos hombres parecían estar luchando con un gran cristal, parecían querer colocarlo en una de las ventanas, pero, al parecer, no tenían mucho éxito.
    Sophie había comenzado a recuperar su alegría, después de que una sonriente camarera les prometiera traerles una rosquilla y un chocolate caliente para Josep y una rebanada de pastel de queso para ella. Rick se había conformado sólo con un panqué y algo de café.
    Sin embargo, una extraña sensación embargó a Sophie, parecía que algo la atraía hacia afuera. Por lo que tuvo que girarse para ver al ventanal que daba a la calle y ahí, justo afuera, había un elegante gato negro de ojos amarillos que parecía mirarla fijamente. Mientras Rick trataba de hacer reír a Josep con alguna historia extraña, ella, distraídamente, dijo que tenía que irse, pero que regresaría pronto. Afortunadamente, ninguno de los dos le tomó mucha importancia a lo que decía.
    La campanilla de la puerta sonó cuando la abrió y ella logró salir. El gato ahora se había girado hacia ella. Lentamente, como si temiera ahuyentarlo, se acercó a él. Pero cuando estuvo justo a su lado, el gato no se alejó corriendo, sino que se desvaneció, como si sólo hubiera sido una proyección, una figura hecha de humo. Sophie se congeló, tratando de averiguar qué era exactamente lo que había ocurrido, cuando escuchó un grito arriba de ella y no pudo hacer nada más que voltear.
    Un gran trozo de cristal caía, con una velocidad impresionante, hacia ella. Se cubrió la cabeza con los brazos esperando sentir las heridas en su piel, esperando sentir el golpe mortal. Pero todo lo que sintió fue un empujón y, a pesar de escuchar el cristal romperse en docenas de piezas, no sintió dolor alguno. Al descubrirse el rostro y la cabeza, se dio cuenta que estaba lejos del lugar donde el vidrio se había hecho pedazos.
    —Sophie.
    Se estremeció ante esa nueva voz, era una que jamás había escuchado, o quizás sí… pero venía en un antiguo recuerdo, como de un sueño lejano… Giró la cabeza, entonces… lo vio. Era un joven, un poco más grande que ella, con el cabello completamente blanco y algo que parecía un bastón en su mano derecha, pero, lo más extraño de él era que su figura parecía borrosa, como si pudiera ver a través de él. Entonces, los ojos de él brillaron intensamente.
    —¿Puedes verme?
    Ella se hizo para atrás y casi tropieza, asustada, a su alrededor, las personas se le acercaban, preguntándole si estaba bien, ninguna parecía darse cuenta del joven. Él se acercó, pero Sophie se cubrió el rostro con las manos.
    —Sophie, Sophie, ¿estás bien?
    La joven volvió a descubrirse y cuando buscó al joven, ya no pudo encontrarlo. Ahora sólo estaban Josep, Rick y una señora, quien al parecer era la dueña del lugar, bastante preocupada por el descuido de sus trabajadores.
    —Sí, sí. ¿A dónde fue él? ¿Lo vieron?
    —¿Quién?
    —El muchacho que me salvó… —ahora, aunque pareciera extraño y loco, lo sabía—, él me empujó.
    La mujer le puso una mano en la frente.
    —No había nadie contigo, cariño. Vamos, debes estar asustada todavía. Vamos, te serviré un delicioso té que te reanimará.
    La mujer fue a la cocina, pero Rick, después de dejar a Sophie y a su hermano en la mesa, la siguió. Parecía un poco molesto por el accidente.
    —Jack Frost te salvó —le dijo Josep cuando estuvieron solos.
    Sophie arqueó las cejas hacia él, tragó saliva. Sabía que algo extraño estaba ocurriendo y ahora temía lo que su hermano pudiera decirle.
    —No —lo corrigió—, fue un joven de cabello blanco…
    Josep asintió.
    —Por eso, fue Jack.
    Sophie se recargó en el asiento y cerró los ojos. Era demasiado para ella en un día. Y, aunque trató de convencerse de que todo había sido un juego de su mente, ya no estaba tan segura de ello.

    Jack se repitió por tercera vez que haber enviado a la pequeña hadita por los Guardianes fue lo mejor que pudo hacer, ya que tenía el presentimiento, conforme pasaban las horas, que pronto llegaría Adam. No sabía si era sólo el ambiente, o sólo temía porque la noche ya estaba cubriendo la casa de Sophie…
    Jack se asomó por la ventana de la joven y descubrió que estaba leyendo un libro. Todavía no podía contener su alegría, porque, aunque sólo hubiera sido unos segundos, lo había visto. Estaba seguro, por un momento los ojos de ella se había posado en los suyos. Lo que significaba que tal vez… pronto pudiera verlo completamente, todo el tiempo. Entonces él le podría decir que… Todavía no estaba muy seguro que le diría, pero lo único que le importaba era que podría hablar con ella.
    Si es que Adam no se la arrebataba.
    Por fortuna la aparición del resto de los Guardianes lo distrajo de sus trágicos pensamientos.
    —¿Y bien? ¿Qué fue exactamente lo que pasó? —Cuestionó Tooth, ansiosa.
    Jack les explicó lo que había ocurrido, todo, desde que las sombras la siguieron y trataron de matarla, dos veces.
    Tooth asintió y se giró hacia North.
    —Eso significa que no tardará en llegar —dijo, dirigiéndose sólo a él—. Nunca sale del Inframundo a menudo por lo que estará intrigado por qué sus sombras no lograron terminar el trabajo por él. Además, ya sabes cómo odia subir, los mortales son de su agrado.
    North asentía, sin hacer algún comentario, parecía bastante preocupado.
    —Todavía no sé qué podemos ofrecerle.
    Bunnymund le dirigió una mirada furiosa a Jack, al parecer, no olvidaba su anterior discusión. De cualquier forma, a él no le importaba, sólo estaba preocupado por Sophie.
    Sandy, mientras tanto, se elevó hasta el cielo, para poder comenzar a soltar la arena de los sueños sobre todas las casas de la ciudad.
    Pronto pareció que todos se habían sumergido en distintos sueños… entonces, se encendió una luz distante en el cuarto de Sophie y, cuando menos lo pensaron, la joven salió de su casa, aparentemente, a hurtadillas.
    —¿Qué hace? —Cuestionó Tooth, exasperada— ¡Parece que ella está buscando que le ocurra algo!
    Ninguno parecía descifrar qué podía querer hacer una joven en medio de la oscuridad, a excepción del conejo.
    —Va a patinar —informó Bunnymund, señalando el par de patines colgados sobre su hombro—. Le gusta salir por las noches y patinar en el lago congelado del parque.
    Jack Frost rechinó los dientes. Deseaba tanto poder golpear al conejo, por supuesto, él parecía conocer mejor a Sophie ya que no había dejado de vigilarla, mientras que él…
    Se distrajo al observar el cabello rubio de ella y ver su figura internarse en el parque, hasta llegar a un hermoso lago congelado. Sin demorarse mucho y con una sonrisa en el rostro, Sophie se puso los patines.
    Jack quiso acercarse más; al parecer ella sabía perfectamente lo que estaba haciendo, ya que sus movimientos era precisos y elegantes; Tooth lo detuvo, bruscamente.
    —No, nosotros esperaremos aquí —sentenció, mientras Sandy descendía lentamente y se colocaba junto a ella—. Adam sentirá nuestra presencia y tendrá curiosidad, por lo que vendrá primero a nosotros. Y entonces podremos tratar de convencerlo.
    A regañadientes, Jack accedió; todo lo que podía ver de Sophie era su cabello y su figura, lejana, pero brillante. Parecía completamente feliz.
    La mano de Tooth atrapó su barbilla y lo obligó a volverse, no parecía muy contenta.
    —Concéntrate.
    —¿Cómo sabremos cuando venga?
    Pero justo en el momento en que sus palabras salieron de su boca, lo sintió. Era como si la luz del lugar hubiera disminuido y algo poderoso, pero oscuro se abriera paso… Y lo vio; cerca de ellos, la nieve se volvió negra, como si se formara un agujero profundo y la tierra, en respuesta, vibrara un poco.
    De pronto, una figura que parecía representar la oscuridad misma, apareció ante ellos. Jack sabía que Adam tenía bastantes décadas de edad, sin embargo, lucía sólo un poco más grande que él. Lo que sí pudo notar era que, desde sus botas, su chaqueta y su pantalón, todo era de color negro. Incluso su cabello y sus ojos parecían hacerle honor a la noche, pero en su mirada había algo más, como si las emociones se hubieran congelado hacía mucho tiempo.
    —Supongo que no es una coincidencia encontrarlos aquí, justo en el momento en que me dispongo a llevarme a un mortal al Inframundo —soltó, en una voz profunda y fría. Una sonrisa se dibujó en su rostro, pero parecía más un gesto de burla que de alegría.
    —En realidad, nosotros esperamos hacer un trato contigo —dijo North.
    Una de las oscuras cejas de Adam se arqueó, más con curiosidad que verdadero interés.
    —¿Qué clase de trato?
    —Pensamos ofrecerte algo a cambio de que desmarques el alma que planeas llevarte.
    Por alguna razón, Jack supo que todo iba mal.
    Adam negó con la cabeza.
    —Nada que tengas los Guardianes es de mi interés… sin embargo, ahora estoy verdaderamente intrigado por conocer al mortal que hace que todos los Guardianes me supliquen…
    Jack estuvo a punto de utilizar su cayado contra él, pero Bunnymund lo detuvo.
    Adam sonrió nuevamente, sin embargo, ese gesto difícilmente lograba subir hasta sus ojos, ya que estos parecían siempre apagados, como si estuvieran… muertos.
    —De acuerdo, haremos una cosa, prometo mantenerme bastante flexible, si encuentro algo, aunque sea una cosa interesante en el mortal que desean salvar, yo mismo lo perdonaré.
    Tooth le dirigió una mirada a Jack y negó con la cabeza, parecía que no había esperanza.
    —¡Espera! ¡Debe de haber algo que quieras, todos queremos algo! —Exclamó, desesperado.
    Adam lo observó un momento, con curiosidad, pero ninguna compasión.
    —Si pasaras un solo día allá abajo, sabrías por qué cualquier deseo que pude haber tenido se ha esfumado.
    Entonces, por primera vez, Adam se giró y se dirigió hacia ella. Jack trató de hacer algo, pero ahora eran Sandy, Tooth y Bunnymund quienes lo detenían. Así que Jack tuvo que observar y esperar.
    No podía haber más contraste entre dos seres. Mientras que Sophie, gracias a la luz que le brindaba El hombre en la luna con sus rayos, parecía emanar pureza y alegría, mientras que Adam, quien se acercaba lentamente, parecía traer la destrucción y el caos tras de sí.
    Sophie dio un giro más en el aire y, al aterrizar en la superficie congelada, no pudo evitar sonreír; mientras su cabello parecía jugar alrededor de su cabeza.
    Adam, de pronto, pareció desconcertado. Sus ojos sin vida siguieron la figura de Sophie, pero era como si algo extraño lo hubiera congelado en su sitio.
    Entonces, ocurrió algo que sobresaltó tanto a Adam como a Jack. Sophie terminó de girar y, en un instante, sus ojos volaron hasta la figura de Adam, al otro extremo del lago. La joven se detuvo y se alejó más, temerosa.
    —¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí?
    Ella lo había visto. Sophie podía verlo…
    —¿Por qué? —Se encontró preguntando Jack, sintiéndose un poco molesto, como si se tratara de algo injusto— ¿Por qué ella puede verlo?
    Tooth sonrió, al ver su consternación.
    —Porque todos los seres humanos creen en la muerte. A cada día a cada hora, está en sus mentes. Es un miedo que los acompaña hasta el momento en que se encuentran cara a cara con ella. O, en este caso, con él, si somos más específicos. Y creo que Adam tenía tanto tiempo sin subir que lo había olvidado.
    Adam, no muy lejos de ellos, parecía no tener idea de qué hacer, por primera vez en muchos años.

    Sophie sentía que su corazón latía desbocadamente, por primera vez, deseó hacerle caso a su razón; parecía que aquella noche no escaparía ilesa.
    —¿Quién eres? —Repitió, asustada.
    —Me llamo Adam —contestó él, por fin. De pronto, no le pareció tan amenazante como antes. Sí, era cierto que tenía pinta de haber salido de una banda de rock o de un grupo de pandilleros, pero había algo más en él que no sabía cómo explicar. Era como si emanara soledad y tristeza, una tristeza que estaba enterrada bajo capas y capas de frialdad.
    Sophie decidió que nada le haría acercarse un poco y eso fue lo que hizo, se deslizó sobre el hielo hasta quedar un poco más cerca, pero no mucho.
    —¿Qué haces aquí?
    —Yo sólo… necesitaba un respiro.
    Y para Sophie, él no necesitaba explicarse más, porque comprendía lo que era sentirse agobiado y querer olvidarse de todo, aunque fuera una vez.
    Sophie le sonrió y pareció como si algo en los ojos de Adam se encendiera.
    —Bueno, yo me llamo Sophie y en verdad me dio gusto conocerte, pero tengo que irme.
    —¡Un momento! ¡Espera!
    Adam dio un paso sobre el hielo y, en cuanto lo hizo, este comenzó a partirse hasta llegar a donde se encontraba Sophie. Por un momento, ella creyó que terminaría hundida en el lago, pero Adam llegó rápido hasta donde se encontraba y la dejó, a salvo, en la tierra firme y cubierta de nieve.
    —Lo siento —lo escuchó murmurar, pero ella estaba demasiado asombrada con la agilidad que había mostrado como para escucharlo.
    —Definitivamente hoy no ha sido mi día —comentó, mientras él la ayudaba a incorporarse—, parece que la muerte me sigue a todos lados.
    Era una broma, pero aparentemente a Adam no le resultó graciosa, porque se puso mortalmente serio.
    —Ya nada te hará daño, lo prometo —dijo, como si todo dependiera de él. Entonces le tocó la frente y retiró la mano, como si le quitara una mancha de la piel.
    Sophie lo miró, confundida.
    Entonces, sin saber por qué lo hacía, elevó una mano hacia su rostro. Adam parecía tan sorprendido como ella.
    —Pareces… muy solo.
    —Lo estoy.
    Entonces él se alejó rápidamente, sin despedirse, sin mirar atrás. Y Sophie se quitó los patines, se puso las botas y regresó a casa.

    —Parece que nuestra Sophie ha sido desmarcada —comentó Tooth, observando desaparecer a Adam—, aunque yo no podría decir que está… bueno, el tiempo lo dirá.
    Jack, aunque estaba bastante alegre porque Sophie estaba a salvo, no podía decir que estuviera del todo tranquilo. Hubo momentos en los que tenía ganas de arrancarle la cabeza a Adam, incluso ahora sentía esa imperiosa necesidad, aunque sabía que ya no habría necesidad de hacerlo, ya que no lo volverían a ver...
    Todos los Guardianes quedaron un poco desconcertados con aquella escena pero ninguno hizo comentarios. Simplemente, se despidieron dejando solo a Jack, quien siguió a Sophie, para asegurarse de que regresara completamente segura a casa. Y a pesar de que eso lo alegró no podía evitar sentir que algo se avecinaba, algo que cambiaría todo.
     
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