La ventana

La ventana.​

Al entrar al cuarto alguien la está esperando, da un par de pasos hacia adelante y se para frente a su posible interlocutor. Me mira largamente en el espejo y me pregunta que papel interpreto en estos momentos, entonces, como saliendo de mi letargo, me doy cuenta que no interpreto ningún papel, no soy la actriz que creí ser, ni ella la mujer frente al espejo; sino la sombra del complejo personaje de una actriz mediocre que alguna vez soñó con ser escritora. Absorta por mis reflexiones me siento en la cama, tomo el notebook y empiezo a escribir una nueva historia: "Fragmentos".

Miro distraída hacia la ventana y espero que el paisaje gris me otorgue alguna suerte de inspiración. Nada. Con la vista, recorro cada rincón de la habitación, evitando siempre encontrarme con el espejo. Nada. Abrumada, me levanto de la cama, tomo las llaves y salgo a dar un paseo.

Sorbo con placer el contenido humeante de mi vaso. Un mokaccino en un día de invierno es un placer culpable que se torna habitual. Percibo que alguien me está mirando. Entorno los ojos y me encuentro con la figura de un hombre que se desgarra, a causa del vaho de mi café. Me observa dudoso, quizás con algo de nerviosismo, se decide a hablar, su voz es vacilante, pero sus movimientos son seguros; me extiende su tarjeta de presentación. Es periodista.

A pesar de que hoy no tenía planeado dar ninguna entrevista, invito al hombre a tomar asiento, él agradece la invitación y comienza con el interrogatorio. Respondo con actitud abierta a sus preguntas, le otorgo detalles innecesarios, no me importa demasiado; pues no hay pecado en ser sincera. Encamino la conversación a un tema más íntimo, no importa, solo estoy disfrutando ser desubicada. Después de un rato pruebo sus labios. De acuerdo. Mi mamá siempre tuvo razón: Las negras llevamos algo de putas en la sangre.

Terminada la entrevista, vienen los besos, las caricias y la hora en un motel que está cercano a la carretera; vuelvo al hotel en donde me estoy alojando. Al entrar en la habitación me sobresalto y retrocedo unos pasos; alguien me está observando con reproche. Le ignoro y me acerco a la ventana, tomo una bocanada de aire. Me rodeo con mis brazos, cierro los ojos y dejo que se extinga el reflejo del paisaje invernal, para así, darle rienda suelta a la nostalgia. Uno a uno van desfilando recuerdos fragmentarios de los inviernos en San Pedro de Atacama, mis papás, mis amigos, el colegio de monjas, mi pololo el Puis, cuando me fui de la casa, el camino de tierra, lo que pasé, la casa de mis tatas, el campo, las afueras de una ciudad, Talca, mis recuerdos; el pasado de ella, el de ninguna. Solo Yo…

Parpadeo y los recuerdos siguen allí. Esperan a que los retome; pero ella, ella me sigue mirando, no quiere que los retome, teme por mí, o al menos eso quiere insinuarme a través de la ventana; pero yo sé que en realidad no se preocupa por mí, sé que a lo que le teme es al olvido. Me sigue mirando. Pobrecita, debe ser agotador estar allí, encerrada en una ventana que refleja la de mi pieza. Ni siquiera quiere ver el paisaje, o tal vez es a mí lo único que ve, tal vez soy el único paisaje que refleja su ventana y por eso me mira tanto, o tal vez lo demás no figura como paisaje, porque en su mente, me lo ha atribuido como inherente. Abrió la boca para decirle que no se olvida lo que una vez fue tan querido, pero al parecer, ella adivinó lo que estaba pensando; sonrió tan ampliamente que el gesto se le torció en las comisuras, confiriéndole a su rostro un aspecto trastornado. Qué rápido podía cambiar de emociones y el espejo nunca se perdía el paisaje que configuraban sus expresiones, capturando siempre algún destello de su naturaleza: la locura; camuflada entre retazos cuerdos.

Cuando me acerqué más me di cuenta de que no era lo que yo había pensado, no era una actriz, ni una escritora… Estoy segura que al descubrirlo, en el espejo, mis ojos brillaron con ironía; ella, por su parte, atacó su reflejo con cinismo.