La tierrra de Pangea

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Likhuh, 4 Noviembre 2009.

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    Likhuh

    Likhuh Guest

    Título:
    La tierrra de Pangea
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1302
    La tierrra de Pangea

    ((He de deciros que en este fic se me ha ido la olla y les he inventado una forma "peculiar" de hablar a los personajes, si se os hace pesado avisadme y lo intento editar para que sea más soft))

    Capítulo 1: La soberana.

    La luna era coronada reina de la noche por las estrellas, iluminando con su débil luz argéntea al mundo de los humanos, ese mundo que tanto había soñado contemplar durante largo tiempo. Las estrellas se removían avisándole de algo a la Luna y la marca de tranquilidad en la faz de ésta se transformó en una mueca de terror y desprecio. Su peor enemigo volvía al ataque. El sol, con su espada de fuego se iba acercando a la luna, destrozando así a las estrellas que desde el cielo no eran ya vistas por los humanos. Cada fililgrana de la espada ígnea del sol hacía menos visible a la Luna, pero ésta, sin ganas de darse ahora por vencida acrecentó su luz tapando al sol, de manera que en una guerra encarnizada sólo veían los humanos la oscuridad de ambos astros.

    Bajo el espectáculo del eclipse caminaba erguido un caballero de porte imponente, jóven y atractivo, en un caballo blanco que en movimientos sutiles avanzaba por el camino hasta el pueblo que prácticamente ya habían alcanzado. Las piedras recubiertas de musgo cubrían el camino y los arbustos crecían salpicados y desordenados a lo largo y ancho del camino. Los árboles se erguían la cúspide de la creación mostrando sus frondosas copas al cielo, acariciando las nubes y viendo el eclipse desde cerca. Yo creo que incluso le daban ánimos al que creían ganador.
    El dule olor de la madera quemada y el humo por encima de las chimeneas hacían deléite en el caballero que tanto tiempo había imaginado su regreso a éstas tierras, pues hoy pisaba el camino de vuelta a casa. Se fue siendo un adolescente y volvió siendo un hombre, pero no un hombre cualquiera, sino un Héroe de Guerra.

    Casi sin darse cuenta había llegado el guerrero —llamesmole Fred, ya que es ese su nombre— al letrero que decía "Bienvenido seas, alma bondadosa, a Uman". El gozo se hizo en el guerrero y aprentando un poco más la marcha entró en el pueblo, comprobando con orgullo como los niños se le quedaban mirando con la boca abierta. Le evocaba esta imágen tiempos pasados, ya que, trece años atras, él era uno de los niños que miraba con la boca abierta al héroe de guerra de que acababa de entrar al pueblo, pero además, fue el único de los niños, que, con éste abandonó el pueblo.

    —¿Me engañan acaso mis ojos, o el pequeño Fred a vuelto? —decía un hombre menudo de ojos azules, de unos sesenta años.
    —Creo que no, Lumier, no te engañan tus ojos, pues siempre fuiste de vista eficaz.
    —¡Fred! ¡Viejo amigo! Ven a mis brazos y déjame tocarte, para comprobar que estás aquí y no es mi anciana imaginación la que me confunde.
    El guerrero bajó del caballo con un gracioso movimiento y acercándose al viejo y enano Lumier lo abrazó entre sus brazos levantándole los pies del suelo.
    —Tú madre se alegrará de verte chico, no has llegado a su tallaje, pero no estás demasiado lejos.
    —¡Mi madre, Lumier! ¿Dónde está? —preguntó nervioso Fred.
    —En tu casa está, supongo que encontrarte no espera, pero nunca cerraría la puerta, aquélla giganta noble, a su hijo perdido y guerrero. ¡Cuéntame Fred! ¿Qué tal en la guerra?
    —No es lugar para niños Lumier, siempre lo dije, pero resalté pues me ungieron héroe y cómo héroe figuro ahora en los escritos de nuestra historia.
    —¿Lugar para niños? ¡Ya no eres un niño! mírate Fred, y recuerda, que los niños no son héroes de guerra y no existe ya, un niño nacido en éstos años, que no conozca tu nombre y admire tus azañas, y ahora parte hacia a tu casa, jóven amigo, hay alguien que merece tu presencia más que este viejo panadero. ¡Corre y dale una buena noticia a tu madre, hijo, que la necesita!
    —Sí Lumier, iré a ver a la mujer que me creó. Sea la paz y la tranquilidad a tu casa, viejo panadero, sea —dijo Fred, alzando la mano a la cabeza de Lumier y subiéndose al caballo una vez terminado el saludo.

    Lumier llegó a su casa en veinte minutos, ya que estaba al otro lado del pequeño pueblo y la gente lo rodeaba tocando el caballo y preguntándole, los que le conocían por su vida y los que no, por su futuro. Algunos pedían la paz, otros pedían que fueran entrenados como guerreros. Todos pedían algo al jóven héroe de guerra, pero éste no podía corresponderles ahora. Había venido con un propósito: irse. Al llegar a su casa, salió una jóven rubia de ojos claros y grandes orejas de punta de su casa para comprobar a qué venía aquel revuelo de peticiones y de gente por la calle, y, al ver a Fred se quedó petrificada. Pero Fred, reconociéndola, se acercó a ella y le saludó con voz dulce.

    —Has de creerme, si te digo, elfa de la luz, que no esperaba encontrarme aquí a un ser tan puro y bello. ¿Qué te trae a mi casa?
    —He venido, jóven guerrero, a proteger a la nueva reina, pues ya murió la vieja monarca y la nueva ha sido elegida, por los sabios y poderosos ancianos elfos.
    —Perdona que no te entienda ¿Dónde es la nueva reina?
    —Dentro de esta casa es, su nombre es Flora y un madre de un hijo fue, un hijo que eres tú.

    Fred no podía creer lo que acababa de escuchar, no podía creer que su madre fuese la nueva reina, que él, que hoy venía a llevársela a un palacio no pudiera hacerlo porque otros más poderosos se adelantaran. No sabía que sentir en ese momento si ira o felicidad, si calma o tempestad, si agradecimiento o egoísmo, pero al ver la cara de su madre, que salía por la puerta de la casa ataviada como una reina y sonriente al verlo sobre su caballo, supo qué era lo que debía sentir: alegría y regocijo. Su madre era la nueva reina de Pangea.
     
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