Drama La niña de los cuentos

Este cuento, no es otro que el que ya te han contado muchas veces. Para estas alturas ya debes estar algo harto... sí, aquél que sucede en algún lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme... ¡pero! Este cuento en particular, es acerca de una niña. Una niña que leía y leía muchos cuentos. Leía sobre altos caballeros con ricas espadas de brillante armadura, cabalgando corceles blancos hacia horizontes dorados, y peleando con fieros dragones rojos escupefuego para rescatar nobles princesas de belleza inigualable. Deperdiciaba los días regalándole suspiros al viento desde la butaca de su salón, y escribiendo nombres imaginarios dentro de corazones en el reverso de su cuaderno. Fantaseaba con conocer a los fantasmas de las mansiones embrujadas y aprender los dificilísimos artes prohibidos de la hechicería. E incluso cuando la monotonía de los rascacielos la deprimía, llegaba a soñar con seres de otro mundo en platillos voladores que atravesaran la tela del universo y el tiempo para conocer las lunas de Júpiter y a los egipcios. Ensimismada en su mundo, cristalina bola de nieve, la vida se le pasaba en frente y no la miraba.

Por eso un día caminaba, al pie de la carretera, dirigiéndose a casa. Los autos rápidos iban y venían y los cerros altos parecían quedarse quietos a pesar de los pasos de sus zapatos. Entonces a su costado, apareció un camino de tierra que subía y subía hasta adentrarse en las profundidades del bosque. Y digo aparece, porque a los ojos de la niña las cosas debían ser mágicas y aparecer de la nada cuando las necesitaces, aunque al camino estaba ahí antes de que sus ojos hacia él se tornasen, y seguiría mañana y pasado y todos los días aunque continuara sin hacerle caso. Pero una invitación al privado y misterioso bosque, que tal vez estuviera encantado, no es algo que pueda rechazarse, no es de a gratis que las grande historias empiecen porque el protagonista decidió tomar el camino, subir las escaleras de piedra, meterse en el ropero.

Entonces pensando:"no me perderé mientras escuche los ecos de los autos corriendo en la carretera", la niña se introdujo sin temor alguno en el camino que no sabía hacia dónde le llevaría. Mintiéndose a sí misma y diciendo que "tan sólo quería admirar el bosque para llenar su pecho de imágenes bellas ", observaba las flores creciendo a la orilla de la tierra, el pasto seco por el sol, los pinos altos de verde opaco, el azul cielo despejado de la tarde. Sintió el suave viento fresco agitando sus cabellos, no se enojó con las ramas espinosas que le bloquearon el camino. Se detenía a dar una vuelta para grabar en la memoria el magnífico escenario de su representación.

Y caminó y caminó y caminó y el camino no llevó a ningún lado. Se dio cuenta de que estaba perdida, aunque realmente no lo estaba porque no faltaba nunca forma de volver a casa. Pero no quería volver a casa. No a la casa que nunca quiso. Quería desvanecerse en el aire de pronto. Cerrar los ojos y que, al abrirlos el bosque se encontrara lleno de hadas y duendes brillantes asomándose por las verdes hojas y las rocas. Quería un arrollo de ensueño con aguas destellantes de piedras preciosas corriendo ligero.

"Si ahora cierro los ojos, cuando los abra, las hadas y los duendes me llevarán con ellos".

"Es este el momento en que las criaturas mágicas del bosque te transportan a su dimensión oculta por el portal de una antiquísima piedra tallada".

"Vendrán a decirme que soy una princesa de un reino perdido".

"Los elfos me llevarán cantando consigo por los caminos cerrados invisibles a nuestros ojos".

Y sintiendo un terrible arrebato de dolor en su pecho se desplomó en el suelo disparejo del camino, de rodillas, con los ojos cubiertos por una tela transparente de lágrimas que todo lo volvió borroso. Entonces los cerró fuerte, muy fuerte, y contó hasta tres. "Cuando los abra estarán los duendes". Abrió los ojos, y no había ningún duende. Cerró los ojos una, dos, tres... cuatro veces. Pero nunca apareció nadie a tenderle la mano, ningún caballero.

Fue entonces cuando las lágrimas contenidas escaparon. Y lloró y lloró. Esta niña era una tremenda envidiosa del caballero de La Mancha. Ya sabía que no aparecerían. Porque esta niña no creyó nunca, jamás, ni por un segundo que existía realmente la magia. Porque su alma lloraba a gritos ya, desde cada mirada perdida en la nada y cada suspiro desintegrado en el aire.