La Navidad de Paula. [Relatos Navideños]

Tema en 'Literatura experimental' iniciado por Salem, 3 Diciembre 2015.

  1.  
    Salem

    Salem Vieja sabrosa

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    Miembro desde:
    26 Junio 2011
    Mensajes:
    963
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    La Navidad de Paula. [Relatos Navideños]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Comedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1752
    Nunca en la vida hice un self-insert pero bueno, hice lo que pude. Aclaro que esto jamás me pasó a mí pero no sé por qué se me ocurrió. xD

    Advertencias:
    Lenguaje vulgar.

    Glosario:

    • Indio Solari: Reconocido cantante de rock nacional en Argentina.
    • Pibe: forma de decir "chico" en Argentina.
    • Estar hecho <<pelota>>: estar destruido.
    • Acequia: zanjas para que corra el agua; se utilizan en los lugares áridos de Argentina (oeste).
    • Gil: tonto, idiota.
    • Pucho: cigarrillo.

    La Navidad de Paula

    Estábamos todos afuera comiendo y riendo. Mis primos pequeños correteaban de aquí para allá, gritando y lanzándose pelotas. Yo los observaba melancólica. Extrañaba esos tiempos en que era pequeña y encontraba cómo entretenerme hasta con una rama. Ahora estaba allí, entre tantos adultos sin nadie con quien hablar. Ellos tenían sus propias historias, anécdotas, temas de conversación y yo estaba pintada. Miré hacia la izquierda y estaba el mayor de mis primos, con su novia. Ya no era un niño, iba a cumplir los dieciocho y se iría a la universidad. Si bien cuando pequeños habíamos sido uña y carne, las mudanzas que yo había hecho por todo el país y la distancia nos habían alejado y nuestra relación se deterioró. Apenas cruzábamos palabra.

    Suspiré pesadamente y me acerqué a la mesa para buscar un poco de gaseosa. Era todo un desastre. Servilletas sucias, pedazos de carne y cueros, platos sucios y gotitas de vino que decoraban preciosamente el blanco mantel. Genial, si mi abuela veía eso se iba a arrancar los pelos de la cabeza o algo peor: buscar al culpable y matarlo lentamente u obligarlo a limpiar las manchas hasta que saliesen (lo que nunca iba a pasar). Pero en fin, así eran las fiestas: risas, asado, bebida y luego el brindis. Después de las doce todos tenían permiso para emborracharse hasta vomitar. Mientras me servía la bebida en un vaso más o menos limpio recordé la vez en que mi tío se durmió en el baño de lo borracho que estaba. Reí para mis adentros y tomé un sorbo.

    —¡Paula! ¡Paula! — Uno de mis primos más pequeños, Luca, se acercó a mí y señaló mi vaso—. ¡Quiero, quiero!

    —No—le dije y me di media vuelta. El niño se quedó callado, pero en cuestión de segundos se escuchó un gemido y antes de que hubiese podido escapar, mi primo se encontraba llorando a lágrima viva.

    —¡Paula, vení y dale gaseosa a tu primo! ¿Cómo lo hacés llorar así? ¡Miralo, pobrecito! — Mi mamá se había levantado (milagrosamente) de la silla y me miraba con reproche.

    —Realmente no tengo ganas. Es decir, ¡hay que mover la mano! O sea, no, ya hice demasiado esfuerzo sirviéndome a mí—dije con una media sonrisa. El semblante de mi madre cambió completamente y me miró como si fuese a matarme. No, realmente ella no entendía cuando hacía un chiste—. Bueno, está bien.

    Me acerqué por segunda vez a la mesa, elegí un vaso de plástico y le serví. Mientras lo hacía escuché que mis familiares comenzaban a silbar y a gritar. Miré al portón blanco del patio de mi abuela y justo enfrente se había estacionado un auto negro. Ahora entendía por qué todos se habían puesto tan contentos… Era mi tío Luis.

    Tío Luis era un hombre de unos sesenta años que parecía un joven de veinte. Había tenido cinco esposas como mínimo y en estos momentos gozaba de una soltería envidiable para cualquier adulto. Salía a bailar, al casino, en fin… Vivía la vida, o al menos eso pretendía. Era un hombre muy divertido, sobre todo si llevaba varias copas encima. Hacía dos años que no lo veía pero me habían contado que su reluciente cabellera gris se había perdido y ahora solo quedaba en él una cabeza reluciente. Una calvicie encerada, una cabeza de rodilla, un nuevo Indio Solari.

    Pero cuando lo vi venir, acompañado de sus dos hijos más pequeños (no pregunten de qué matrimonio porque realmente no lo sé) me encontré con el peluquín más horrible del mundo. No pude mirarle la cara, la ropa o la sonrisa. Mi vista se dirigió automáticamente a aquel animal muerto encima de su cabeza. Reprimí una carcajada y miré hacia otro lado. Mis parientes saludaban a los recién llegados con besos y abrazados. Nadie decía nada, pero pude ver en los ojos de mis tíos y de mi padre esa chispa de picardía típica de la familia. Estaban maquinando miles de insultos para molestarlo.

    —¡Paulita! ¡Pero qué grande estás! ¡Y qué linda! — Mi tío se acercó a mí con una gran sonrisa y yo no pude hacer otra cosa que quedarme estática sonriendo como tonta. Me abrazó y me miró de arriba a abajo—. ¡Yo pensé que a los dieciséis te hacías señorita pero mirá, estás hecha un pibe!

    —Sí, tío, yo también lo extrañé—. Le di otro abrazo e hice lo mismo que él: lo miré de arriba abajo con una sonrisa súper fingida—. Y yo pensé que usted tenía sesenta, pero parece un viejo de ochenta. El vinito es malo ¿no le parece? ¡Lo hizo pelota!

    Las personas que estaban en la mesa rieron ante nuestras ocurrencias y luego mi tío me miró un poco enojado. Le sonreí y tomé el vaso de gaseosa para dárselo a mi primo. Le revolví la cabeza a Luca y éste sólo me miró enojado, entonces le saqué la lengua y el niño se fue corriendo. Sí, a veces me comportaba como una chiquilla.

    —¡A ver, a ver, cállense! ¡Ya van a ser las doce! — Mi abuela habló y todos comenzaron a cuchichear y a llenar sus copas para el brindis de Navidad.

    —¡Paren, paren! Yo quiero tirar unos fuegos artificiales que compré—mi primo mayor se había despegado de la novia. Entró a la casa por unos segundos y luego regresó con una bolsa. Los niños comenzaron a chillar de la emoción: muy pocas veces se veían fuegos artificiales en las fiestas—. Paula, vení a ayudarme un poco.

    Me encogí de hombros y lo seguí. Detrás nuestro venían mis ocho primos, incluido mi hermano, preguntando y molestando. Eran muy ruidosos y nos seguían en fila india hacia la vereda; parecíamos una procesión de la Virgen. Al llegar al portón mi primo lo abrió y salimos afuera. El auto de mi tío estaba allí y tapaba la mayor parte del puente que había para cruzar la acequia así que tendríamos que encender la pirotecnia en la vereda. Miré a los costados y los vecinos habían empezado a salir con sus respectivos fuegos artificiales.

    —¡Hey, chicos! — Le grité a mis primos que se estaban empezando a alborotar con tanto quilombo—. Se van atrás del portón, esto es peligroso y les puede pasar algo—. Los mayores rechistaron enojados y los más pequeños solo entendían que se les acababa la diversión—. Se van adentro ya, o llamo a sus mamás.

    Rápidos se metieron adentro. Mi primo me miró y me guiñó un ojo. Me acerqué a él mientras ponía los fuegos artificiales en la tierra y los clavaba. Sacó un encendedor y empezó a jugar con él, todavía no eran las doce. Me senté a su lado y del bolsillo de mi campera saqué una caja de cigarrillos.

    —¿Querés? — Le ofrecí por pura cortesía.

    —No sabía que fumabas—me miró súper extrañado. Puse los ojos en blanco y él sacó un cigarrillo de la caja y se lo llevó a la boca—. Sos muy chica para fumar.

    —Gil, tenés un año y medio más que yo. Y no te hagas el santo, te he visto fumar cosas peores que un pucho—. Yo también me llevé un cigarrillo a la boca, él encendió el mío y luego el suyo y así nos quedamos, mirando las casas de enfrente y el barrio que nos vio crecer.

    —Cómo ha pasado el tiempo… ¿no? — Me preguntó mientras sonreía.

    —La verdad es que sí. Todavía me acuerdo cuando allá enfrente no había casas sino un descampado—murmuré—. Jugábamos ahí todas las tardes, ¿te acordás?

    Nos quedamos unos minutos hablando de nuestro pasado, los juegos y las aventuras que habíamos tenido. Llegó un punto en que nos quedamos en silencio, sin saber qué decir. Lo único que quedaba entre nosotros eran recuerdos.

    —En fin… vamos prendiendo esto—tiró el cigarrillo y yo hice lo mismo. Miré hacia adentro y mis primos estaban cerca, jugando a la mancha o algo así.

    —¡Esperen, esperen! — La puerta del portón se abrió y apareció mi tío Luis con una copa en la mano y una cámara de fotos en la otra—. Estoy haciendo un curso de fotografía, ¿saben? Y quiero sacarle unas cuantas fotos a los fuegos artificiales.

    —Bueno… está bien—le dije yo. Mi primo prendió la mecha cuando ya de cada casa salía el típico: ¡Feliz Navidad! Lo que significaba que ya eran las doces. Los fuegos artificiales salieron disparados hacia el cielo, junto con los de los vecinos; en toda la cuadra se escuchaban aplausos. Mi primo tomó la bolsa que todavía tenía un par de cañitas dentro y junto con el encendedor las tiró al otro lado del portón, quedándose a ver las hermosas luces en el cielo.

    —Uh, la tecnología de mierda… —mi tío susurraba enfadado porque su cámara no prendía pero no le di importancia.

    La verdad es que estaba viendo un lindo espectáculo.

    —¡No, no, Enzo, no prendas eso! — La voz de mi tía me hizo girar la cabeza para ver justo el momento en que una cañita pasaba por encima del portón.

    Se escuchó un reto y cuando me di cuenta, la cañita había impactado en el peluquín de mi tío. Poco a poco la cara de él se transformó en una mueca de horror y tomándolo desde la punta del flequillo, se arrancó el gato muerto que llevaba en la cabeza y lo tiró fuertemente hacia adelante mientras gritaba de miedo. Miré a mi primo que no sabía qué hacer, y de repente se escuchó una gran carcajada.

    El peluquín estaba arriba del auto, envuelto en llamas. Se escuchaban las risas de mis familiares de fondo y los insultos de mi tío mientras tiraba tierra desesperado para que el fuego menguara. Nadie lo ayudaba, estabas todos muertos de risa.

    Atiné a reírme también, junto a mi primo que estaba tirado en el suelo llorando de tanto reír. Y para cuando hube terminado, me acerqué a mi tío y de corazón, le ayudé a bajar el peluquín del auto.
     
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    Ichiinou

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    Vale, ese final me encantó. Y el gato muerto en la cabeza del Tío Luis también, muy gracioso. xDDD Ha sido bastante entretenido todo el relato. Aunque en mi opinión, no sé hasta que punto se puede notar que eres tú la protagonista, el self-insert es un poco vago, no sé si me explico.

    Me he reído mucho, te felicito. Y además, por favor, quiero destacar, el glosario del principio, sería muy recomendable que mucha gente tomase ejemplo de ti, porque muchas veces me cuesta entender algunas palabras por ser propias de un país y bueno, ese glosario me ha ayudado. ¡Muy buen apunte!

    ¡Un saludo! :)
     
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