La mitad del corazón

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La mitad del corazón​

No sé por qué lo hice, en serio que no sé. Ese día lo fotografié y milagrosamente la foto quedó hermosa. Conseguí inmortalizar al dulce Milo, cosa que durante un año no hicimos bien. Nuestro gato era un gato especial en todo sentido, por malas jugadas de la vida el tenía un retardo por lo que muchas veces se iba al jardín a esperar no sabemos qué. Sus ataques epilépticos eran fuertes, pero no lo suficiente como para alejarlo de nosotras. Sinceramente teníamos suerte, él era maravilloso.

Sin embargo la vida es traicionera cuando más te confías. Y con Milo supe que las sorpresas vienen en momentos indeseables. Quizás por eso son sorpresas, no te las esperas a las muy desgraciadas.

Después de aquella foto, cenamos como era habitual. Nuestro amiguito fue afuera. Todo estaba bien, perfectamente bien.



Yo oraba por la salud de todos nosotros, incluyéndolo a él y alguien tocaba incesantemente a la puerta. Sin entender demasiado y totalmente desarreglada fui a ver qué sucedía. Me arrepiento de haber ido, de haber dejado mi cama en donde las noticias malas no llegan, en donde el odio del mundo se va. No obstante, fui al patio con un presentimiento que sabía a algo amargo. Allí, parada había una señora.

— Tu gatito… Tu gatito fue atropellado. Lo siento — Su mirada representaba la compasión en su grado máximo. Una asquerosa compasión.

Algo perdida, fuera de mí fui en el silencio de la noche guiada por unas luces que con suerte alumbraban. En ese instante me volví egoísta y malvada deseando que fuese cualquier otro animal menos él. Sí, me daba igual si otro había corrido esa suerte, mientras Milo estuviese a salvo me importaba poco.

Seguí caminando. Bajé la vista y allí estaba un bulto blanco. Era él.

No me importó nada. Lo tomé como siempre y me lo llevé a mi hogar con la esperanza de revivirlo o algo. Fue peor. Al interior de mi hogar me vieron ensangrentada, y Milo destrozado con sus ojos afuera. No recuerdo mucho, sólo oigo retumbar los gritos de dolor de mi familia en ese instante. No lo quería soltar, no podía dejarlo solo. Me dolía, nos dolía.

En la mañana le saqué la mejor de sus fotografías, lo inmortalicé y ahora no era más que un bulto, fruto de un acto cruel. Respuestas no había, sólo llantos. Los otros gatos lo miraban espantados. Daba la impresión que ellos sentían que algo horrendo nos había pasado.

Nuestro pequeño gatito no va a volver. Nunca más haría de las suyas. Sólo una foto atestigua su imagen para que no se derrita en nuestras memorias ya desgastadas. Un gatito que cómicamente tenía dibujado en su pancita la mitad de un corazón y que con su muerte se llevó una parte de nuestro corazón.