La misión

Tema en 'Fanfics Abandonados de Naruto' iniciado por Arjim, 5 Febrero 2010.

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    Arjim

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    La misión

    Me inspiré en la vida ninja. Es la historia clásica de mundos paralelos o en diferentes dimensiones y además lo hice de tal forma que sea protagonista uno de mis personajes preferidos de la serie. No hay parejas. Era una idea para un concurso, lo he modificado un poco para que sea más entendible.
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    La misión​
    El bulto que albergaba al muerto me pesaba en la espalda. No me había puesto a pensar que aquel joven pesara tanto, mucho menos que se entiesará tan rápido. Olía a mil diablos y sus formas monolíticas (cuadradas y duras) me perforaban el espinazo y consumía mis esfuerzos de lo pesado que estaba. En esa posición —como tendría un viajero la mochila—, llegué a imaginar que me abrazaba, llegué escuchar su jadeo, su carraspear gastado y me aterraba la idea de que todavía viviera. Hasta pensé que planeaba vengarse, y que, en cualquier momento premeditadamente me saltaría encima.

    Iba a entregar ese bulto a un sujeto en donde se terminaba el valle, donde la tierra se hacía árida y comenzaba el vacío del peñasco. Aún me tocaba caminar mucho trecho. Ya no había gente cerca pero aún así tenía que ser discreto y el trabajo tenía que hacerlo yo mismo, tenía que subir una gran cuesta y todavía así me faltaba mucho y los músculos se me adormecían como presas de espanto.

    Desde la primera vez que me mencionó la misión aquel sujeto, no auguraba nada bueno y hasta hoy no puedo creer lo que he hecho. Aquel sujeto era extraño, duro, meditabundo y me ocultaba muchas cosas. Pero sabía del otro yo, sabía las extrañas experiencias que me sucedían, y así, irremediablemente me sentí comprendido por él.

    Desde que era un niño le había escapado a la violencia, no por una onda convicción pacifista sino más bien por una total carencia de aptitudes. También todo mundo sabía que era un irresponsable y ya sea por calumnias o certeza, se difundía la idea de que era un cobarde y un haragán. A pesar de eso, yo no tenía mi futuro al azar: Planeaba trabajar como empleado en alguna fábrica y pensaba casarme con una buena mujer y tener, mal que bien, algunos hijos. Por último: Jubilarme temprano y morir antes que mi mujer, para no sufrir.

    “¿Por qué me escogió a mí?". Le había preguntado alguna vez. Como comenté en un principio, era el sujeto un hombre muy extraño. Nunca le vi los ojos porque jamás se quitaba sus gafas (ni después que murió se las pude ver). Al mismo tiempo que comenzaba a hablar con más frecuencia con el sujeto empecé a notar cambios en mí. Me adiestró y pude desarrollar habilidades como trepar árboles, correr, saltar y pelear. Le pregunté por mis cambios y sólo respondía que todo esto era cosa del otro yo, que estábamos conectados y que por eso me era fácil aprender.

    Después de adiestrarme, aquel sujeto no hacía otra cosa que hablar del muchacho que tenía que matar. Era casi de mi edad —según pude fijarme antes de matarle—, de buena familia, que como rasgos característicos tenía unas horrendas pecas en las mejillas, como líneas o no sé que, y además, como remate, el muchacho era extrañamente rubio para ser japonés.

    Yo me hubiera meado del miedo sino fuera por mi otro yo, todo eso de matar a alguien me estremecía, pero pasó el tiempo y un día entendí que ya no podía aprender más —al menos de él— y le pregunté: “¿Por qué me ha escogido a mí si sabía que siempre he sido un cobarde?”. Me había hablado invariablemente de los ninjas, pero esa vez me volvió a repetir, que en otro lugar, que él mismo no sabía dónde, yo era un ninja; y en ese lugar yo había superado muchas pruebas para volverme fuerte. “Los ninjas matan —dijo para terminar—. Son guerreros con un código moral muy estricto, y cualquiera que sea su misión siempre cumplen”.

    Después de esa experiencia he comprendido que las personas nos desdoblamos en mundos diferentes, quizás con distintos destinos. Conocer que en algún otro lugar, vivía otro yo, haciendo quién sabe qué; pero al fin al cabo viviendo paralelamente a mí, como una parte de mí o como un complemento, me motivo a seguir adelante.

    Ahora iba a verlo de nuevo. Había cumplido la misión y me disponía a entregarle el bulto, y si es que se daba el caso, preguntarle todas las cosas que me había negado saber —estoy seguro que detrás de esas gafas me ocultaba muchas cosas—.

    La trocha que me llevaba al peñasco se hacía más empinada y las piedras se hacían más recurrentes y rebotaban en mis pies. El entumecimiento del cuerpo me hizo olvidar mis cavilaciones, pero la cercanía del lugar fijado y el remordimiento me hicieron pensar en el muchacho que maté. Por un largo rato pensé en qué había hecho para que busquen matarle. Pensé también qué tenía que ver yo en todo esto y en todas esas vainas.


    No recuerdo muy bien como lo maté, lo que no se me borra es que aquel muchacho no parecía mala persona; llegué incluso a intercambiar unas palabras con él para ahorrarme el trabajo de matarle con saña. Pero él estaba tan perdido y aturdido porque lo iba a matar que no vi necesario perder más tiempo. El niño rubio poseía una fuerza descomunal y por poco soy yo el que esté tieso ahora mismo. De un momento a otro supe que no podría ganarle solamente con mis habilidades aprendidas, entonces pensé que el sujeto me había llevado a un suicidio premeditado y lo maldije. Pero medité la forma de salir vivo y después de jugar al gato y al ratón lo llevé a un callejón donde podía sorprenderlo y acarralarlo. Ahí lo capturé y me disponía a clavarle una kunai. Esto es todo lo que puedo relatar porque después de capturarlo emanó una energía tan fuerte que me empujó lejos y perdí la conciencia. Cuando desperté el muchacho yacía en el suelo, hecho un manojo de carnes, todo chamuscado y sin rastro de vida, carbonizado pero en una sola pieza. Y así fue como lo cargué y me lo llevé a aquel valle.

    Llegué exhausto al lugar fijado y solté el bulto apenas pude. El sujeto ya estaba esperándome y todavía con sus gafas puestas me habló:

    —¿Has completado la misión?
    —Seguro —le dije.

    El sujeto iba a ver lo que había en esa bolsa, pero lo detuve con estas palabras:

    —Le he cumplido trayéndole este paquete y aún así me debe muchas explicaciones.
    —Te he enseñado muchas cosas. Estamos a mano —me respondió.
    —Bueno, sólo quiero que me responda porque tuve que matarlo.
    —Este muchacho, vivo, en su mundo va a causar mucho caos. Creo que ven conveniente que eso que viven ellos allá, acá no se repita

    Tomó la bolsa e inspeccionó en su interior. No pudo aguantar mucho el mal olor y sacó la cara con una expresión de aprobación. Luego continuó:

    —Además, si lo matamos acá, allá tendrá menos fuerza por todo eso de las conexiones. —Alzó la bolsa—. Voy a tirarlo al peñasco para que se acabe todo esto —y dirigiéndose a mí—: Puedes irte. Tú ya has cumplido.

    El bulto humano salió hecho una bestia de la bolsa —garras, colmillos y furia—, abrazó del cuello al sujeto (tal como yo lo había imaginado horas antes en mi paranoia en las faldas del peñasco), y se dispuso a hacerlo pedazos. En la confusión el sujeto perdió el equilibrio y con la bestia encima, se precipitó al fondo del peñasco sin la menor oportunidad de gritar, gemir o rasguñar la tierra. Ambos lucharon en el aire, incluso sabiendo que no importara quien ganara, con tal furia que parecía natural; como concebida ya antes de que nacieran. El sonido hueco en el fondo del peñasco anunciaba el término de esa macabra escena, que ellos mismos no sabían cómo habían iniciado.

    “Entonces no era paranoia —pensé—, el muchacho respiraba todavía”.

    Me quedé con mis ganas de saber el por qué de todo esto que había pasado, pero luego reflexioné que lo mejor era olvidarlo y no volver a meterme en esta clase de problemas.

    El sol se recogía y vi la trocha que había recorrido horas antes en mi desvarío. La senda se retorcía por todo la colina, mucho más al horizonte se encontraba la ciudad, que empezaba a parpadear algunas luces.
     
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