La mascara

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Niphredil, 27 Septiembre 2011.

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    Niphredil

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    La mascara
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    652
    Bueno, hola, esto era un libro que esperaba algún día publicar pero como tengo pocas esperanzas lo dejare aqui para que al menos alguien lo lea.
    ________________________________________________________________

    La mascara

    Prefacio

    Sentía que esto ya lo había vivido.

    Caminaba alejándome del salón hacia la terraza. Mí cuerpo parecía moverse por si solo, fijo a donde se dirigía esa luz, subí las escaleras rápido, pero con cuidado, era algo difícil con mis tacones, pero quería a toda costa alcanzarla.

    Detrás de mi oí frenéticos pasos también una caída, estaba muy cerca de la fuente, pero la luz seguía alejándose. Mí mejor amigo me gritaba que no siguiera desde abajo. Aunque yo ya había reaccionado, mí cuerpo no me respondía.

    Seguí hasta llegar al banco de piedra que estaba a delante del barandal y con cuidado, pero con prisa subí hasta quedar de pie en él.

    Los pasos se acercaban mientras yo seguía con mí involuntario trance, la música estaba muy fuerte tal vez era por eso que nadie escuchaba los llamados de mi compañero, quien por lo que escuche estaba ya muy cerca.

    Pero ya era tarde, yo ya estaba sobre la baranda, aunque era algo curvada, pude pararme con dificultad con el brazo extendido hacia la luz.
    —¡Detente!—lo escuche gritar detrás de mí. Giré la cabeza y lo miré sobre el hombro, tenía los ojos muy abiertos y los brazos extendidos, se acercaba con lentitud, como esperando a que yo desistiera de mí trance suicida y me habría encantando hacerlo.

    Estaba segura de como lucía mí rostro al miralo, los ojos muy abiertos, pero con un expresión inexpresiva, que se le daría a un ser que no tiene alma.

    Un viento paso moviendo mis cabellos y el vestido, volví a girar la cabeza y me adentre a dar el ultimo paso que me quedaba.¡¿Pero que carajo estaba haciendo, por qué no podía detenerme?! La luz seguía en el aire esperando a que yo diera ese ultimo y mortal paso hacía el vació.¿Cuántos metros estaba del suelo?

    Simplemente en ese momento no se me ocurrió calcularlos, pero sin duda no saldría bien probablemente quedaría con una espantosa contusión. Eso si sobrevivía.

    Sin voluntad dí aquel ultimo paso, como si fuera un caminata normal, con mí brazo extendido.De pronto mi pierna se hundió en el vacío y comencé a caer boca abajo.

    Todo parecía a verse detenido en ese instante, los segundos se me hicieron horas, sentí que él se subía al banco de piedra de un salto y me tomaba del brazo, pero al parecer la gravedad me estaba traicionando, estaba demasiado cerca del borde como para que soportara mi peso, la maldita luz seguía esperando un poco más abajo, esperando a que cayera.

    Su mano comenzó a resbalar, el cuerpo se me hacía más pesado y solo las puntas de mis tacones junto con su fuerte agarre me mantenían, pero este era cada vez más débil hasta llegar a sostener solamente la punta de mi mano.

    Me sentía caer, al mismo tiempo que seguía sintiendo su mano aferrada a mí muñeca, pero ya era demasiado tarde.

    La luz se filtro bajo mis parpados mientras caíamos, pero luego todo fue oscuridad.
     
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    Extraño

    Cuando me acerqué a ellos no sentí nada más que deseos de marcharme y estar en casa con mis libros pero luego pensé "Hay algo peor y bien lo sabes".
    Tal vez, ahí se encontraban unos quince o veinte chicos, casi todos de mi edad o eso parecían, algunos se veían mayores, quizás eran chicos más grandes que venían a saludar. Una muchacha de pelo castaño y grandes ojos cafés me sonrió con cortesía.

    —Hola eres de 3ro ¿verdad? —Asentí con lentitud—. Soy Yanina, un gusto.
    —Elizabeth—susurré con simpleza, esperando que nadie hubiese escuchado mí primer nombre, para no tener que mencionarlo.

    Yanina era una chica agradable, por decirlo en una primera impresión, yo aún permanecía a la defensiva, no me dejaba llevar por las cortesías del primer día y si lo hacía estaba fingiendo.

    La directora del colegio nos saludó comenzó un largo discurso que duró según conté como una hora, luego nos deseó feliz año liberándonos para poder entrar.

    El salón era lo suficientemente grande para todos, con cuatro filas de mesas de a dos. La mayoría de ms compañeros se sentaron en las filas de los extremos, yo me ubiqué en el asiento de adelante, justo enfrente de donde se suponía que se sentaba el o la docente que llegaría en unos minutos, nadie se sentaba ahí supuse que para ellos era incomodo tener al maestro observando si estudias.

    Todavía no llegaba nadie, aturdida por el ruido que hacían, saqué uno de los libros que había traído para leer en el recreo y traté de hundirme en la lectura para no prestar atención a semejante barullo, ya que sabía que si lo hacía me dolería la cabeza.

    Alguien se sentó a mí lado pero yo no le di importancia y continué leyendo con el libro tapándome el rostro, hasta que llegó el profesor disculpándose por la tardanza, nuestra primera clase era Ingles. Él presentó a las cuatro personas nuevas incluyéndome, aunque presté muy poca atención a eso; Maura siempre decía que era una antisocial y en parte era verdad, poco me interesaban ellos, solo tenía como propósito terminar la escuela, graduarme y conseguir una carrera.

    Nos dio una fácil ejercicio— al menos lo era para mí— que explicó con paciencia, luego nos dejó hacerlo mientras escribía en su planilla. Ni una sola vez miré a la persona que estaba al lado mío, solo terminé la tarea y se la entregué al profesor, me felicitó por hacerlo perfectamente y yo le sonreí, siempre me llevaba mejor con la gente adulta.

    — ¿Eres Rebeca, verdad? —bajé el libro de mí cara, olvidé que en él tenía la etiqueta con mí nombre completo.

    Cuando le vi tardé unos segundos en articular palabra, estaba segura de que le había visto antes.

    —Elizabeth—corregí con suavidad, se me hacía extraño que alguien además de mí abuelo me llamara Rebeca.
    —Benjamín Branada—me sonrió y luego miró el libro—. Te gusta leer, no creí que alguien aquí leyera ese libro.
    —"El renacer de la Magdalena" es una obra creativa y apasionante—dije fríamente—pero ahora pocas personas aprecian la buena literatura.

    Me dio una mirada enigmática, sonó el timbre del receso y me levanté, él me siguió afuera cuando todos salieron, suspiré al verlo a mí lado. Parecía un chico agradable así que por unos segundos me quité la máscara y le sonreí pero Benjamín fue quien tomó la palabra.
    — ¿Por qué lo dices? —cuestionó, dudé un instante para luego saber que se refería a mí comentario anterior.
    Volví a suspirar, tiré la cabeza hacía atrás, jamás hablaba con nadie porque los adolescentes se ofenden cuando les das opinión es sobre esa cultura muerta que tanto aman, bien lo sabía, era bastante orgullosa respecto a eso y por eso me reservaba las opiniones para mí misma. Me mordí el labio.

    —Ahora con el cine, la televisión y el resto, pocas personas se interesan en las novelas antes de que se adapten a las pantallas, no es que a mí no me guste mirar películas, pero cuando lees puedes transportarte a otro mundo, vivir mil historias de amor o viajar en buques centenarios sin moverte de tu lugar, la única herramienta es la imaginación. Ahora parece que algunas músicas llevan a los adolescentes a pensar en… otras cosas.

    No puedo creer que en ese momento me allá sonrojado, nunca hablaba con tanta tranquilidad de esto, excepto con mis amigos cercanos o con mí familia, jamás con un perfecto extraño.

    —Que profundo—susurró, estábamos en círculos por el patio, hice un mueca ¿profundo?

    — ¿Por qué usas ese calificativo? —cuestioné con escepticismo, él era… extraño nadie en mí primer día me había dicho algo tan inteligente.

    —No lo sé—rió, le puse una mala cara.

    En el recreo, que según nos habían dicho duraba quince minutos, hablé bastante con Benjamín, me dijo que había estado viviendo en México con su madre hasta que ella deseó regresar a Argentina, le pregunté porque no tenía el común acento de dicho país y contestó que estando con sus familiares era casi imposible olvidarse del habla argentino.

    Pero habían algunas cosas coas que tanto él como yo no decíamos o al menos no repetíamos mucho como: "guachín", "piola" y otras comunes muletillas del habla adolescente, muchas veces repetía el "tu" y no el "vos" para referirme a alguien, eso era raro en el país, al menos en esta época y para una persona de mí edad. Le conté que por Internet había conocido a gente de otros lugares de Latinoamérica y que prefería hablar para que me entiendan que estar explicando el vocabulario.

    Volvimos a entrar, el profe nos explicó sobre algunas cosas de vocabulario y dio otro ejercicio, en cuanto acabó la hora, llegó el siguiente docente que según nos contaron los compañeros de la mesa de atrás enseñaba música, por alguna extraña razón me recordó a mí papá seguro tendría la misma edad que él, los alumnos le decían "El Peludo" porque tenía una barba negra y espesa que comenzaba casi desde el final de sus patillas.

    La clase de música parecía más entretenida pero unas diez veces más ruidosa que la anterior, me zumbaban los oídos, los insufribles comentarios gritados de los chicos combinados con el sonido de los tachos de pintura que nos hacía tocar como bombos, cantamos por un momento, bueno ellos cantaron, yo solo moví la boca, me sentía demasiado mal como para hacer algo.
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    Paso otro receso y finamente la última hora, a las doce del mediodía salimos, casi todos los escolares iban en grupo, yo solo quería llegar a mí casa así que caminé lo más rápido que podían mis piernas con el peso de la mochila en la espalda.

    — ¡Rebeca, espera! —gritó alguien por detrás, no paré pero bajé la velocidad de mí caminata.
    — ¿Me estás siguiendo, Benjamín? —pregunté arqueando una ceja, sin prestar atención a que seguía dirigiéndose a mí con ese nombre.
    —No, yo vivo cerca de aquí—rodé los ojos ¿es qué acaso quería ser mí amigo? ¿O era uno de esos locos que andaban rondando por ahí? O genial, ya estaba pensando como mí madre.

    Al cruzar la última calle, se tenía que ir derecho, pasamos la galería comercial, me despedí de algunas chicas que iban por la izquierda, la mayoría de los que iban por la calle Debussy no recorrían el camino por la vereda sino por el pavimento pus no pasaban muchos autos y era más fácil caminar que entre los puestos.

    Saqué mis llaves de inmediato en cuanto llegamos, él me dedicó una sonrisa encantadora y cruzó la calle hacía la casa de enfrente. Así que él era la persona que se había mudado, la vivienda de enfrente le había pertenecido a una mujer que gritaba todo el día o eso era lo que yo cuando salía a barrer el patio pero la casa era pequeña y hermosa, tenía un jardín con pequeñas rositas y plantas de jazmín.

    De ahí distinguí salir por el portón la brillante cabellera chocolate de mí madre, ella reía junto a una señora muy alta y bella. Corrí intentando alcanzar a mí compañero, Maura me saludó y yo me presenté ante la mujer que decía llamarse Julieta, madre de Benjamín, también hablo con su "hijo" pero aquello me pareció un dialogo frío y algo formal, de todos modos no dije nada.

    Era una mujer alta, casi le sacaba una cabeza y media a mí progenitora, su pelo era negro azulado al igual que de él pero sus ojos azules parecían más viejos que el tiempo, las facciones delicadas de su rostro le hacían imitar la cara de una antigua reina.

    Maura los invitó a almorzar, lo que aceptaron gustosamente, le dije que yo cocinaría, así me mantendría apartada del asunto. Después de cambiarme el uniforme comencé a preparar algo que fuera tolerable para un día tan caluroso, mientras cocinaba les escuchaba reírse de lo que fuera que estuvieran hablando, mis padres siempre tuvieron ese don para caerle bien a la gente instantáneamente, por eso conocían a medio barrio; un don que yo no había heredado para nada.

    Yo no era parecida casi en nada a mí madre en la cara, ella tenía los ojos más grandes y de un bello color chocolate, su boca carnosa y la nariz aguileña acostumbrada en su familia. Era baja y robusta muy fuerte que a veces me imaginaba que sus manos podían partir un pilar de concreto en dos. Siempre me dijeron que mí complexión era igual a la suya, los senos un poco "grandes", ancha de hombros, delgada y con mucha fuerza.

    Mientras ponía la mesa sentía la mirada azul de esa mujer sobre mí, me excusé diciendo que quería dormir un poco y me encerré en mí pieza. Busqué entre la pequeña biblioteca del armario el viejo tomó de "Como agua para chocolate" que mí tía Marina me había regalado.

    Al leer cada palabra de esa apasionante historia, sentía que cada fibra de tensión en mí cuerpo se relajaba; hacía un espantoso calor que en mí habitación, me apartaba las gotas de sudor de mí frente sin despegar los ojos del libro, cabeceé algunas veces, la noche anterior había dormido solo tres horas y ahora parecía que no podía mantenerme despierta.

    Sentí una mano sobre mí hombro, la mirada preocupada de Maura, me incorporé y le sonreí con falsedad.

    —Tú tía vino a buscarte—anunció, vi a la susodicha en el umbral de la puerta y me levanté, lo había olvidado completamente.

    Les dije que esperaran un momento, me cambié, me peiné los risos atándolos en un fuerte rodete para que no me estorbaran. Salimos de mí casa hablando sobre la rutina que nos darían hoy; íbamos juntas al gimnasio desde hacía un año, pues yo había subido de peso en las fiestas del dos mil nueve y aunque después llegaba rendida era agradable pasar un tiempo con mí tía.

    Mí madre era la mayor de ocho hijos, tenía cinco hermanas y dos hermanos, todo un regimiento como decía una de mis tías abuelas, de menor a mayor empezaban con ella, luego Francisco, Ana, Roberto, mí padrino, Romelia mí madrina, a la que todos llamábamos "Queenie", ya que ella decía que su nombre era anticuado, después Marina, Eugenia y Margarita, la menor.

    — ¿Qué pasa, Lizzy? —me preguntó ¿Por qué todo el mundo me preguntaba eso?
    —Nada, tía.

    Como todos los días en que íbamos al gimnasio, solo había una palabra para describirlo: agotador, aunque con el paso del tiempo ya me había acostumbrado. Maura había insistido en que hiciera actividad física, ya que ella estaba en el trabajo casi todo el día y yo no salía mucho de la casa.

    Cuando regresamos encontré una nota en la heladera, letra de mí progenitora obviamente, toda escrita entré rayones rápidos.

    "Hija, me llegó un mensaje de María diciendo que tuvieron un problema con uno de los hornos.
    "No me esperes despierta, voy a llegar tarde,"

    "Te quiere, mamá"

    Suspiré, al parecer las compañeras de mí mamá eran más torpes de lo que yo creía.
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    Los ojos me picaban mientras cortaba en trozos la cebolla, no era tan buena cocinando como mis padres, aunque después de su divorcio la gastronomía era lo único que tenían en común además de mí, Maura tenía su propio restaurante donde era chef y la jefa más dura que cualquier cocinera pudiera tener, Andrés vivía en Córdoba junto a su mujer y la pequeña Alma lo suyo no fue tan diferente , estaban en un pueblo en el campo y rápidamente puso una panadería que siempre era concurrida por sus habitantes.

    Cociné un simple guiso de fideos al que comí lentamente con expresión meditabunda, este primer día había de clases había sido extraño, de hecho todo mí verano lo fue, primero esos sueños y ahora este chico ¿Un amigo? ¿O un tonto que quería hacerle una broma a la chica rara del grupo?, Benjamín no parecía para nada un tonto pero había algo extraño en su mirada, al igual que la de Julieta, su madre, como si quisiera comprobar algo en mí, algo que estaba escondido en mí interior.

    Esparcí mí cabello en la almohada, pensando en todo y a la vez en nada, canturreando canciones melancólicas, en mí mente la imagen de Maca y luego la de Cris, golpeé la cama con el puño y suspiré, mis amigos los únicos reales que conocía.

    Macarena con su larga y pesada trenza negra, la expresión de dulzura en su rostro que jamás se marchaba, siempre preguntándome que hacía o si estaba bien, aunque no nos viéramos su dulce aura de cama m seguía a todas partes.

    Cristóbal, Cris, con el que no podía usar mí máscara pero en realidad, la usara o no él no veía nada. Desde los tres años que nos conocíamos y siempre había estado a mí lado, incluso aquel año en que en que no hablé casi nada, cegada por un dolor que no podía expresar. Pr una culpa desbordante. En ese tiempo había permanecido callada como un muerto, mis padres pensaron que debía ir a un psiquiatra infantil pero una vez unas cuantas rosas para llevarlas, me preguntó por qué no había llorado por lo que sucedió y yo, ya fría y madura a esa corta edad le respondí que eso no iba a solucionar nada.

    Apreté los dientes y me giré para no verlo, las espina de las flores se clavaban en mis manos blancas como mí piel, rosadas como mis mejillas en ese instante, rojas como la sangre caía a gotas, quise salir a correr pero él me tomó bruscamente del brazo, volteándome, enterrando su mirada en la mía.

    —Esto no fue culpa tuya, Lizzy, no ha sido de nadie—susurró—deja de mortificarte con eso, dudo que el verte así le haga feliz.

    Lo abrasé pero no derramé ni una sola lagrima, solo quería creer que sus palabras habían penetrado mí duro y grueso caparazón.

    —No dejes de cantar, primita—acarició mí pelo, asentí contra su pecho.

    Primita o hermanita eran algunas de las formas en que Cris me llamaba además de Lizzy, él tenía dos hermanas menores y me consideraba una de ellas, una hermana, una nena a la que había que proteger, no me molestaba eso pero tampoco me agradaba mucho. Muchas veces me pregunté si alguna vez él había visto más allá de la niña rubia del jardín de infantes.

    —"… Tanto de deseo como de coraje"—canté con suavidad, obviamente jamás podría igualar el tono singular de Ana Gabriel pero como lo prometí seguí cantando y mí voz tomó un tono más dulce y melodioso con cada práctica, aunque no era demasiado aguda.

    Miré la foto que estaba en la mesita de noche, cantar había sido una pasión para mí desde pequeña, aunque jamás estudié ni ejercí, era algo que me ayudaba a desahogarme y a pensar, todo el mundo se iba por cada hermoso verso de esos artistas que salía de mis labios.

    —Lo prometí, no dejaré de hacerlo—cerré los ojos—. Buenas noches.
     
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    Reuniones

    Ya había pasado un mes, abril traía el otoño, con su frescura y también, por más que odiara estar cargada con abrigos cuando comenzara el frío, muchas de mis compañeras se abstenían a comprar la holgada campera del uniforme pues era una prenda bastante ancha y gris, que todas decían que les hacían parecer elefantes, a mí poco me importaba, solo era una prenda. Lo malo era que a causa de que me enfermaba fácilmente si había frío Maura me hacía vestir incontables poleras y buzos cada vez que bajaba la temperatura.

    Estaba junto a Yanina que hablaba con sus dos típicas amigas, Viviana y Lucia, dos chicas que se podían catalogar como “gallinas escandalosas” porque cuando hablaban sus voces chillonas parecían no querer parar y luego terminaban gritando. Simplemente estaba ahí, sin hablar, sentada en el extremo izquierdo de esa mesa que los chicos habían puesto en el patio, escuchando sin ningún interés los chismes de tal sujeto que les había mandado un mensaje o que una chica se había peleado con otra porque su novio la agregó en el Facebook.


    —Elizabeth—me llamó ella, respondí con un monosílabo, una sonrisa pícara se formó en sus gruesos labios—. Dime ¿cómo te va con ese chico?

    — ¿Qué chico? —arrugué el rostro, yo con suerte hablaba con ellas, con Benjamín o con los profes, después de eso estaba cerrada.

    —Ya sabes—señaló con la vista a alguien—. Ese con quien te sientas en clase.

    Arqueé una ceja con desdén, por más que lo conociera poco tenía que admitir que Benjamín era una persona educada e inteligente, su habla era educada y no simiesca, tampoco perdía el tiempo buscándole defectos a un compañero para usarlo en una patética broma, como lo hacían los demás; cosas como estar diciendo “orejón”, “narizón” me parecían completamente estúpidas e innecesarias pero como decía el profesor de Practicas de Lenguaje tratando de consolarme cuando los oídos me zumbaban: “Ya, algún día crecerán”. A pesar deesas cosas, él (Benjamín no el profesor) no era nada más que mí compañero, al menos que ellas me tomaran por esas tontas que se ligaban al primero que les caía enfrente.

    —No ve vengas con tonterías —espeté con frialdad—no tengo tiempo para eso.

    Las tres rieron, seguramente no creyéndose ni una palabra de lo que les dije, puse los ojos en blanco y me baje de la mesa. Lunes, estábamos de nuevo en la clase de música, rogaba por que la siguiente hora ellos le hicieran más caso al docente y dejaran de gritar un momento, sabía que no podía seguir callando cuando nos pidiera que cantáramos.

    Le pregunté a la preceptora si podía entrar al salón antes de que terminara el recreo porque no me sentía bien, cuando entré tenía el celular a todo volumen en mis oídos, moviéndome con la suave melodía, me senté en mí lugar y eché la cabeza hacía atrás.

    —No te gusta ¿verdad? —escuché una voz ahogada por la canción.

    Cada día que estaba con él parecía que encontrara y guardara un nuevo dato sobre mí, cualquier palabra que decía era analizada y devuelta con una respuesta interesante.

    ¿Qué es lo que quieres, Benjamín? Me preguntaba mentalmente, yo jamás me consideré como alguien especial, solo era una chica rara a la que le gustaba leer, escuchar baladas, y ver películas de época. No hablaba mucho, sonreía poco y apenas tenía amigos, era un patito feo en donde todos se creían cisnes pero no el pato que se avergüenza y tiene una autoestima por los suelos, sino uno que pasa por el estanque nadando sin importarle las burlas o cotillas de los otros. “El mayor insulto para un tonto es que lo ignoren”, decía mí abuela.

    — ¿A qué te refieres? —pregunté después de un pequeño silencio.

    —Del escándalo de afuera—se sentó en la silla junto a la mía, igual que todos los días. Suspiré cansada.

    —Es normal, ya estoy acostumbrada, además me duele la cabeza, por eso entré—expliqué con simpleza.

    — ¿Puedo? —tomó el auricular que colgaba del cable, yo asentí y él se quedó quieto por un instante con los ojos serios.

    —“No me ames” dijo—muy buena canción—sonrió, mí máscara estaba puesta—. Por cierto, Rebeca, jamás te he oído cantar—. Perfecto tenía que sacar el tema de repente.

    —Ah, yo…—murmuré pero unos segundos después conocí el buen significado de “te salvo la campana”, pues los demás alumnos comenzaron a entrar con lentitud.

    El maestro entró y comenzó a escribir en el pizarrón unas letras, suspiré nuevamente, ya era tarde al menos me había sacado de encima la pregunta de Benjamín.

    Estuvieron tocando bombo un momento, luego el profesor me miró con reprobación mientras copiaba tranquilamente la letra.

    —Señorita Elizabeth sino participa en la clase no podrá aprobar la materia—me espetó con aparente seriedad aunque él casi nunca se dirigía a sus alumnos de una manera tan formal.

    Comenzó a tocar la guitarra, sin dejar de mirarme, bufé molesta y comencé a catar, siguiendo el ritmo del instrumento. Espié con la vista a mis compañeros, todos me miraban como si estuvieran viendo un unicornio de tres cabezas, murmuraban cosas.

    — ¡No sabía que Alanda cantara! —dijo alguien entre asombrado y divertido.

    Cuando terminé fulminaba al docente con la mirada, además de que la canción era fea. Mí boca se movía sola, el rostro con muy pocas expresiones, sin nerviosismo, todo el verano había estudiado teatro así que comparada con las vergonzosas y chistosas improvisaciones que el maestro nos hacía interpretar.

    El resto de la clase la seguimos en grupo, fulminaba tanto al profesor con la mirada que si tuviera telequinesis habría explotado, golpeaba el tacho con tanta fuerza que luego me dolían las manos.
    ______________________________________________________________________________
    — ¿Y después? —preguntó Maca, abrí los ojos y me encontré con sus grandes orbes cafés, aparté la vista y encogí los hombros.

    —Nada… me fui lo más rápido a casa y me quedé ahí ¿qué querías qué hiciera? —fruncí el ceño.
    Ella hizo una mueca, estábamos de visita en su casa, sentadas en el pasto mientras nuestras madres tomaban mate y charlaban, me maldije por la estupidez de contarle a Maca lo del día anterior.

    — ¿Qué crees que quiera él? —contraatacó, suspiré tratando de cambiar de tema, tomé la gruesa trenza de mí amiga y se estiré para abajo. — ¡Ay!

    Pasé la mano por mis bucles sueltos, sentía la cabeza menos tensionada cuando estaba ahí, al igual que estando en mí casa, diferente de estar en la escuela o en la casa de Cris. Maca y yo éramos polos opuestos tanto física como sentimentalmente, ella era más alta y tanto más corpulenta, apenas tenía pechos y su rostro era redondeado, adorable, en forma de corazón. Ambas nos peinábamos mutuamente, a mí me encantaba hacer trenzas en su pesado manto azabache, mientras ella hacía algún tocado extraño con hebillas en los finos risos color bronce oscuro que caían por mí espalda.

    —No lo sé—respondí finalmente con un susurro, tomé en mí costado el cuaderno que usaba para dibujar. Dibujaba mis sueños o al menos lo que recordaba de ellos, le mostré a mí acompañante el dibujo del bosque otoñal con la luz blanca. — ¿Qué crees que sea esto? —le mostré el cuaderno.

    Ella inspeccionó los delicados trazos de colores que hice, el naranja dorado y rojo se mesclaba creando un ambiente de atardecer y una persona de espaldas vestida con un extraño traje rojo sangre, su cabello suelto, estaba enfrente de una ancha luz blanca que tenía forma circular.

    — ¿Es el sueño que me contaste? —Dijo—Sí que eres buena haciendo estas cosas pero… ¿aún no los has descifrado tú misma?

    —Sí ya lo hubiera hecho no te estaría preguntando, Maca—repuse con impacienta, mí amiga suspiró y repasó todos los dibujos, me miró con seriedad.

    —Lizzy tus artes reflejan lo que sientes—comenzó mordiéndose los labios, no entendí el cambio de tema—, tú adoras cantar, actuar y dibujar, cuando lo haces pareces otra persona, dejas caer esa máscara.

    Sí había algo que detestara era que mis amigos apelaran a que no usara la máscara, no entendían, no sabían que sin ella era demasiado vulnerable. El repentino sonido del portón de la casa nos sobresaltó a las dos, vimos a Cris entrando sosteniendo de la mano a su pequeña hermanita, tanto Macarena como yo nos levantamos, la dulce Jessica corrió hacía mí, era muy delgada y adorable, la abrase y le sonreí a su hermano.

    Fue a saludar a Maura y a Juana, los tres hablamos de cómo nos fue en la semana de escuela. Estaba sentada con Jessica en mis rodillas, acariciando su pelo, Maca y Cris estaban sentados uno al lado del otro y nosotras enfrente de ellos, la pelinegra me miraba y luego a Cristóbal, como si estuviera analizando algo. La bocazas encima le contó lo que había pasado en la escuela por lo que pasaron varios minutos riéndose aun sabiendo que yo estaba frente a ellos cuando le comentó lo que había pasado con mí enojo y el profesor.

    — ¡Ya, los dos! —gruñí pero ellos rieron con más fuerza, conocían mí carácter, era orgullosa.
    __________________________________________________________________________________
    Después de unas horas ya estaba demasiado oscuro y el día siguiente teníamos clases, la casa de Cris era muy cercana a la de Maca, él venía al lado mío con Jessica en los brazos y mamá detrás observándonos, sentí como la sangre subía a mis mejillas, respiré profundamente.

    —Lindo día para que los maestros hicieran jornada ¿no? —comenté sonriendo, sopló un viento helado y envolví en el ponchó que traía puesto.

    —Un viento horrible pero un sol esplendoroso—se carcajeó asegurando a la niña en sus brazos—. Al menos no somos nosotros los que estamos en la escuela.

    Asentí volviendo a tomar una bocanada de aire.

    — ¿Dónde estabas cuándo pasamos por tu casa?— pregunté arqueando una ceja—. No te vi cuando dejamos el auto en la esquina de tu casa.

    —Tenía que llevar a Niki a la casa de una amiga—rodó los ojos—. Habíamos acordado con Macarena visitarte los dos, ya que llevas un mes en territorio desconocido y… ¿cómo estas con tu novio?

    Le hubiera dado un buen golpe en el brazo si hubiera estado cargando a la nena; siempre molestando con esa estupidez, era lo mismo desde tercer grado cuando me habían sentado como castigo con el mismo chico, al final de año los dos terminamos llevándonos bien por lo que me gané una burla de por vida de parte de mi amigo; lo que era tonto porque tanto yo como Nahuel jamás llegamos a nada más lejos que el compañerismo.

    Una cosa sabía; que cuando Maura y Milena se encontraran hablarían hasta más no poder, rodé los ojos. Milena era la madre de Cris, era una mujer graciosa, que siempre reía, muy delgada y con el pelo y los ojos negros, siempre que ella y mí progenitora se ponían a charlar parecía perder la noción del tiempo, cualquiera apostaría que ellas se quedarían así toda una eternidad.

    Su casa era bonita, se veía chica por fuera pero bastante amplía por dentro, era de un solo piso, color aguamarina con una enorme ventana en la parte delantera, por dentro tenía cuatro habitaciones, una para Milena y su marido, la de Cris, la otra para Niki y Jessica, y una adicional que era usada antes por nosotras si nos quedábamos a dormir o por la hija mayor de Milena que iba a visitarlos seguido.

    Otra ronda d mates, iríamos a casa más tarde en auto seguramente, nos quedamos conversando un rato más, aunque no le dije nada de Benjamín, ni de mis sueños, no iba a preocuparle con esas cosas.

    — ¡Cristóbal! —gritó una voz femenina desde afuera de la casa, salí a abrir se me apareció una car olvidada y conocida a la vez.

    Era una chica de mí edad, alta y de finos rasgos, con piel trigueña y grandes ojos marrones, llevaba puesto un buzo gris, jeans y zapatillas.

    — ¿Eres tú, Elizabeth? —Sonrió pero yo permanecí inmóvil por un instante— ¿Me recuerdas? —volvió a inquirir, abrí la boca para decir algo pero de esta no salió sonido alguno, caminé hacía el portoncito y le dejé entrar, ella me abrazó sorpresivamente.

    —Lizzy ¿quién es? —Preguntó Cris detrás de nosotras —Hola—dijo seguramente a ella, Liliana me soltó y fue hacía él, le dio un beso en la mejilla—. Ven, Lizzy ¿no te acuerdas de ella?

    Claro que me acordaba, Liliana había sido una especie de amiga cuando éramos niños, a pesar de que yo no era de hablar mucho, era muy amable, su amabilidad era tan evidente como mí repelente frialdad. Me sentía como una tonta, y lo era de hecho, en cualquiera de las novelas que había leído yo sería la maldita estúpida que estaba en medio de la escena romántica, con voz tensa me disculpé y me aparté de ellos.

    El resto de la noche fue algo aburrida, al menos para mí, comimos un poco de asado, se pusieron a bailar algunas músicas aunque yo estuve casi todo el tiempo con la hermana mayor de Cris hablando de unos libros que habíamos leído.

    Regresamos a eso de las dos de la mañana, estaba medio dormida en auto y el primer lugar al que fui fue mi cama, me quité el ponchó y los buzos pues en la habitación no hacía falta usarlos ahí, la calefacción era bastante eficiente, me acosté boca abajo murmurando cosas incoherentes hasta quedarme dormida.
    ________________________________________________________________________________

    En los sueños la gente siempre tiene un diferente punto de vista. A veces los ven como si fuera una película y están solo de espectadores, otras ni siquiera los recuerdan y algunas como en mi caso los sueños eran tan vividos y reales que confundían sobre cuál era el mundo real y cuál el sueño.

    Siempre me decía a mí misma que soñaba cosas raras porque dormía leyendo libros de fantasía o medievales, donde los escenarios no eran comunes para el rincón más alejado de partido de La Matanza. Algunas veces los sueños se convertían en pesadillas, no aterradoras sino angustiantes, en muchas había despertado gritando y respirando como si me ahogara, y eso eran los que más me intrigaban y los que me esmeraba en dibujar, para saber que eran, que podía sacar de ellos.

    No distinguía bien las imágenes a mi alrededor, lo único de lo que estaba consiente es que estaba sentada en una dura silla bastante grande, entorné los ojos y miré mi propio cuerpo, otra vez estaba vestida con esas ropas, por lo que había investigado desde el sueño del bosque otoñal, era un modelo de vestido de la Edad Media, la parte exterior era de color verde musgo, el corpiño blanco me ceñía los pechos aunque no de una forma provocativa, todo el pelo lo tenía suelto y regado sobre mis hombros.

    Al parpadear nuevamente las imágenes a mí alrededor se volvieron más claras y nítidas, estaba en una especie de salón, frente al sillón en que estaba sentada apareció una gran mesa ovalada, con por lo que pude contar había nueve sillas sin contar la mía, cuatro de cada costado de la mesa y una al otro extremo, casi todas ocupadas excepto dos al lado del hombre que estaba sentado a mi izquierda.

    Yo me encontraba en el extremo superior de la mesa, a mi diestra estaba sentado un hombre unos cincuenta y tantos años, era de barba y cabello pelirrojo canoso, su rostro era espantosamente frío y severo, tenía una expresión de despreció, como si considerara insectos a todos los presentes del salón.

    A la izquierda también había otro hombre, su aspecto no era tan duro como el otro, mucho más viejo y menos corpulento, tenía el rostro amable y tranquilo, barba larga y blanca, me recordaba a mis dos abuelos.

    A un lado del hombre de barba pelirroja, había una joven mujer de unos treinta años, tenía el cabello del mismo color que su acompañante pero lizo y brillante que caía como una llamarada por sus hombros, en la cabeza también tenía una especie de bincha o tocado negro, cuando me fije bien me di cuenta de que todo el vestido de la mujer era negro. Era de tez sonrosada y con pecas, sus ojos eran de un hermoso tono gris, miraba hacia abajo, como si estuviera triste o se sintiera inferior.

    Al parecer se estaba preparando una junta o algo así pero ninguno hablaba o tal vez esperaran a que alguien tomase la palabra, yo no podía moverme, tampoco decir nada y al parecer esa gente no se daba cuenta de que estaba ahí.

    El resto de las personas que se encontraban en aquel lugar eran hombres, ninguno de ellos sobrepasaba los setenta, aunque la mayoría de los varones presentes vestían con ropas ricas, que delataban que tenían un buen lugar en la sociedad que seguramente tenían en ese extraño lugar.

    Ya que solo podía mover la cabeza, seguí observando el resto del salón. La verdad es que la arquitectura era exquisita, las paredes estaban tapizadas con colores muy bellos, pero hacían especial alusión a las estaciones, especialmente el otoño y el invierno.

    Había dos puertas a los extremos de la habitación, grandes y de doble cara, talladas con detalles de hojas y árboles, en cada una estaban parados dos muchachos de no menos de veinte años, ambos vestidos de rojo oscuro y con dos palos largos en las manos, se oyeron pasos, demasiado suaves para ser otro hombre. De repente el muchacho de la puerta de la derecha golpeó con fuerza el bastón con fuerza en suelo haciendo que todo el mundo volteara.

    —Las honorables Señoras: Luisa y Elena de las tierras de Morilian—anunció con fuerza, detrás de él entraron dos damas.

    Ambas iban cubiertas por capas encapuchadas color azul marino, eran muy altas, todos los presentes incluyéndome las seguíamos con la mirada, parecían gemelas a pesar de que no distinguía sus caras, los movimientos de ambas mujeres eran sincronizados y perfectos, como si una fuera la mitad de la otra.

    Luisa y Elena se sentaron en las sillas al lado del anciano que estaba a mi izquierda, casi al mismo tiempo se bajaron las pesadas capuchas. Una de ellas tenía el pelo negro azulado todo suelto y liso, bajo la capa pude ver que traía un vestido rojo carmín con el interior blanco, movía los ojos hacía todas partes, como si tratara de encontrar algo, aquellas orbes me espantaron; carecían de toda pupila, miré con un poco más detenidamente dándome cuenta de que en el lugar donde debería estar aquel común circulo negro, tenía una circunferencia color gris muy claro pero ella no parecía ciega ni nada.

    La otra dama, a pesar de tener el mismo rostro, era diferente, su cabello era muy blanco, rulado y hasta donde llegaban mis ojos extremadamente largo, a pesar de la apariencia nerviosa y algo hostil de su acompañante ella tenía una expresión de completa calma, ojos extraños al igual que la pelinegra, tan oscuros como un pozo sin fondo, me recordaban a las orbes de un pájaro. El vestido era idéntico al de su compañera excepto que el color era gris perla con el interior blanco.

    —Señoras—comenzó a hablar el anciano—, ustedes han convocado a los nobles más confiables y poderosos de nuestro país por una razón.

    Las dos mujeres se miraron con seriedad y luego a los presentes del consejo (supuse que eso era). La del pelo lechoso hizo un gesto para hablar pero una sería y despectiva voz se le adelanto.

    —Las Señoras nos han llamado aquí porque creen que pueden el destino de Hiemalia a brujerías y cuentos fantásticos—siseó el hombre de barba pelirroja, los pálidos ojos de la mujer de pelo negro le atravesaron.

    —El Conde de Elrrinan, olvida que su propio padre y su abuelo, veneraron y confiaron en la Reina Isabela—escupió ella—, y que esa formidable dama como todo lo de nuestro mundo viene de la magia de La Luz. ¿Está diciendo usted que la aparición de una de las más grandes soberanas de nuestro país, no fue desde ese otro mundo?

    — ¡Paz, Luisa! —Musitó la del cabello blanco, Elena, levantándose de su asiento—Todos aquí sabemos que el último descendiente de Isabela, Rafael, falleció hace diecisiete años y que desde entonces no ha habido otro gobernante de sangre real como lo decretan las leyes de La Luz.

    ¿Insinúa usted que la regencia del Duque de Sirian no es venturosa? —preguntó uno de los hombres más jóvenes, su mirada arrogante me recordó a uno de mis compañeros de clase que tuvo que pasar al frente por decir que sabía mucho sin saber nada.

    —Yo no dije eso, Caballero Dominic —dijo Elena entregándole una sonrisa al anciano que estaba a su lado—. El Duque ha hecho un estupendo trabajo pero hasta hace unos años la propia Luz ha buscado en el otro mundo un heredero de Isabela que tenga las cualidades necesarias y así poder regresar a Alrund y tomar el gobierno de Hiemalia como le corresponde.

    — ¡Eso es ridículo! —Explotó el Conde levantándose y mirando fijamente a los ojos de Elena—. Cuando la Reina llegó aquí se casó y tuvo dos hijos, jamás mencionó nada de otros niños.
    Pude notar como Luisa rechinaba los dientes, sin que su compañera pudiera retenerla saltó de su silla y fulminó al Conde con sus pálidos orbes.

    — ¡Ningún secreto se les guarda a las Guardianas de Alrund! —chilló con rabia, a pesar de que se veía al menos una década más joven que el hombre le observaba como si fuera un niño—La Reina llegó aquí a la edad de treinta años, ya estaba casada y con cinco hijos en el otro mundo.

    —En estos años—continuó Elena—, La Luz nos ha mostrado que de uno de los hijos de Isabela con su anterior marido también contrajo matrimonio y tuvo numerosos vástagos. Precisamente hace algunos años en ese lugar nació uno de los bisnietos de ese hijo; una niña, capaz de en sueños ver nuestro mundo, en Hiemalia será adiestrada tanto en sus deberes reales como en la magia. Con el tiempo seguramente será tan buena reina como su tatarabuela—finalizó con solemnidad, en todo el lugar estallaron murmullos.

    Las damas se sentaron, todos los presentes en el salón hablaban atropelladamente. Honestamente no podía creer que aún no me movía, seguí inspeccionando a las personas por un instante creí que la joven de cabellos de fuego me estaba mirado pero luego se giró regresando a su turbia posición, al parecer para ellos el asiento estaba vacío y no me ignoraban como yo creía. El Duque de Sirian, quien no había hablado se levantó, noté que era un hombre bastante alto, el traje azul y las joyas que portaba me daban la impresión de que era el noble más rico en todo el consejo.

    —Entonces… deberíamos esperar a que La Luz traiga a esta… jovencita, como lo hizo con Isabela—. No me había dado cuenta de lo débil que era su voz, parecía estar enfermo, una punzada de compasión nació en mi pecho por ese pobre anciano, era una persona callada y veía porque él no había saltado en discusión como el impertinente Conde o la orgullosa Luisa.

    Elena suspiró y se pasó la mano por sus pálidas hebras.

    —Ojala fuera así de fácil, mi Señor—murmuró con suavidad—. Pero por desgracia hay alguien más que sabe de ella.

    — ¿Es… el enemigo, mi Señora? —musitó la joven pelirroja hablando por primera vez, su voz era dulce y tranquila como una suave llovizna de verano.

    —En efecto, Viuda Cristina, todos los presentes sabemos que la tierra de Aglariok está desde hace tiempo fuera de nuestro control, las alianzas con la Última Nación se rompieron desde que el tirano de Alfgar tomó el trono—se mordió levemente el labio—, siempre gozamos amistad con ellos y es una lástima descubrir que nos traicionaran.

    La gente volvió a estallar en murmuraciones, los caballeros hablaban entre ellos atropelladamente, noté que mientras los hombres balbuceaban, la Viuda Cristina observó significativamente a Luisa, diciéndole algo, a esta señal la dama asintió; por mucho tiempo me pregunté cuál había sido el mensaje.

    —El Rey Alfgar, ha estado consultando con dos hechiceros rebeldes; antiguos aprendices míos y de mi hermana—volvió a hablar tristemente Elena—. Ellos también saben de la muchacha y no pasara mucho tiempo para que vayan a buscarla.

    —Trataran de que se una a ellos—concluyó Dominic, la mujer asintió.

    —Tal vez o simplemente le quitaran su magia aun no desarrollada y la mataran—dijo crudamente la pelinegra —, y así Hiemalia se quedaría sin un legítimo gobernante, Alfgar aprovecharía el más pequeño error para atacar y no importara si muere porque tiene a esa hija suya que esta igual de demente.

    — ¿Qué propone que hagamos, mi Señora? —dijo uno de los hombres del extremo más alejado de la mesa

    Durante toda la situación Luisa había demostrado orgullo y un fuerte carácter a diferencia de su hermana que se mantenía impasible sin embargo me sorprendí cuando en silencio ella se levantaba posicionando detrás del asiento donde yo estaba “sentada”.

    La paz y la belleza regresarán a Hiemalia, cuando se acaben los engaños de los malvados. Una Dama se sentará en el trono del castillo de Arcis, ella es como el bosque y la montaña. Será sabia y fuerte. Sin embargo ella deberá resolver sus propias confusiones antes de poder ayudarnos con las nuestras.

    No supe si alguien más escucho aquel extraño murmullo, la escena se fundió en negro y el salón desapareció, ahora solo escuchaba una voz, parecía la de Luisa pero más timbrada y joven.

    —Vendrás conmigo al otro mundo—decía autoritaria—, no debes decirle nada ni de su magia ni de nuestro hogar, solo debes hacer que confié en ti y sobre todo protegerla; sabes bien quienes son los que la buscan.
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    Desperté con el sonido del reloj, al que casi rompí por la forma en que lo arrojé a piso. Las seis de la mañana. Salí de la cama y la tendí como todos los días, estaba más que segura que mi mamá seguía dormida, siempre me levantaba antes que ella.

    Decidí hacerme un café, pues era lo que más necesitaba en ese momento, durante esa media hora estuve bloqueada pensando en sueño de la noche anterior ¿había necesidad en que yo supiera esto?

    Pero que estaba pensando ¡ni siquiera era real! Todo era un producto de mi imaginación.
    Mientras tomaba lentamente la bebida escuche que Maura se levantaba, ella se iba a las diez con el auto hacía la capital, donde tenía el restaurante, después regresaba a las once de la noche. Yo sabía cocinar y limpiaba, cuando regresaba de la escuela hacía los deberes y luego me ponía a dibujar.

    —La leche está en la mesa, por si quieres tomar algo—le dije tomando un sorbo de la tasa.
    Se sentó enfrente de mí mirándome fijamente.

    — ¿Cómo vas en el colegio, hija?—preguntó— ¿Lizzy?

    — ¿Qué? —Musité distraída, dándome cuenta de su pregunta—. Eh sí, mamá todo bien.

    —Y los chicos ¿te tratan bien?—está bien ¿a qué venía esto? Me estaba poniendo nerviosa así que tomé de un trago la tasa de café medio llena.

    — ¿A qué viene esto, mamá?—me mordí el labio y agarré la mochila que estaba a lado de la silla.

    Se pasó una mano por su sedosa cabellera.

    —Lizzy, tienes que tener amigos.

    —Tengo amigos, mamá—repliqué levantándome.

    —Sí pero me refiero a la escuela—rodó los ojos como si se estuviera ocurriendo algo— ¿Por qué no invitas a ese muchacho de enfrente a tomar algo?

    Eso definitivamente me dejó helada, a Maura no le importaba que trajera a Cris o Maca u cualquier otra chica que fuera mi amiga, compañera o lo que sea pero que me dejara invitar a un chico mientras ella no estaba era extraño, aunque sabía que mi progenitora se había hecho rápidamente amiga de Julieta, la madre de Benjamín y que él era una persona educada. Así que pensé: ¿por qué no?

    —De acuerdo—respondí agarrando mis llaves—. Nos vemos más tarde.
     
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