La maldición de la rosa

La rosa esta condenada a no ser amada nunca, todo el que se acerca le hace daño, pero ella no quiere, ella solo desea ser amada, alguien que no le tema, que tenga la piel dura y el corazón blando.
La rosa roja, manchada de la sangre de aquellos que la osaron desear. La belleza duele, bien lo sabe ella, en la soledad de un rosal, rodeada de rosas como ella.
Rocío era un diamante en bruto, vivía alejada del mundo, en una pradera cuidando a sus vacas. Y como las rosas estaba condenada a una dolorida belleza.
Varios hombres intentaron tocar su corazón, pero ilusos ellos, que desconocían que Rocío estaba recubierta de pinchos venenosos, que se clavaban en ellos y terminaba lenta y dolorosamente con sus vidas. Por eso se alejo del mundo, se fue donde nadie la viera, donde nadie pudiera enamorarse de su belleza.
Rocío había aceptado la soledad con orgullo, la había hecho su compañera inseparable, ella nunca la abandonaría, nunca moriría.
Pero un día, hasta la soledad se fue, y en un frío amanecer apareció casi desmayado un hermoso hombre.
La maldición de Rocío se había cobrado demasiadas vidas, a si que no dudo en ayudarle. Si no quería que muriese congelado, tenía que meterle dentro de su casa, pero entonces sucedió, su corazón dio un brinco, otra vez la maldición.
Hace muchos años, alguien envidiaba la belleza de Rocío, tenía a todos los hombres que ella quisiera, pero los rechazaba a todos, hasta un día, que un hombre la ofreció una rosa, tan bonita como ella. Pero estaba maldita, y en cuanto Rocío la toco se pincho, atrapando en su interior la maldición. Y en cuanto besó a ese hombre, este murió entre terribles sufrimientos, delante de sus ojos. Nadie pudo saber entonces, que esa rosa con la que se pincho esta maldita por una bruja envidiosa de Rocío, y la condeno para siempre. Su cabello se tornó rojo, cada vez mas, por cada gota derramada de sus amados, su cabello lucía mas rojo
Muchos hombres la amaron, pero todos morían, con tan solo rozarla, y es que su maldición solo era mortal, cuando Rocío era amada y ella le correspondía.
Si, se había enamorado fugazmente de aquel hombre, no podía dejarlo morir. Se puso sus guantes de lana y le arrastró hasta el interior. Le tumbó en la cama, y le tapó con mantas.
Cuando el hombre despertó y la vio, no se sorprendió de su belleza, el sabía muy bien quien era Rocío, llevaba mucho tiempo observándola. La amaba, pero no podía acercarse a ella:
_Disculpa que me acerqué a ti con estos guantes, pero no puede ser de otra manera, si no… te mataría_ Dijo con tristeza en su voz
_ Lo se, te conozco, he oído hablar de ti_ Rocío le miró extrañada_ Llevo tiempo observándote, te quiero confesar mi…_ Rocío le calló, y una lágrima se deslizó por su mejilla
_ No lo hagas, si me conoces, debería saber que estoy maldita, con tan solo rozarte morirías
_ Tranquila, he matado a la bruja que te hizo eso… No podía pensar que tendría que resignarme a vivir sin ti, a si que investigué y descubrí donde vivía, por la noche la decapité y queme sus restos, pero en la batalla terminé malherido y me arrastré hasta tu casa.
_ Entonces…¿ya no estoy maldita?_ El negó con la cabeza, la cogió la mano y le quitó con suavidad el guante, y sin miedo alguno, le agarró con fuerza la mano. Hacía tanto tiempo que Rocío no tenía algún contacto, que no pudo evitar llorar desconsoladamente, la maldición había acabado, su cabello empezó a gotear sangre, dejó de ser rojo, para ser rubio con destellos dorados, como la luz del sol.