de Inuyasha - La Leyenda del Árbol Sagrado

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por Asurama, 1 Junio 2011.

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    Asurama

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    Título:
    La Leyenda del Árbol Sagrado
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1791
    La leyenda del Árbol Sagrado

    Dicen que la vida te sorprende. Y al que me diga que la vida es plana y sin sentido, yo le contestaré que, en realidad, tiene tantos altibajos y es tan accidentada como la región montañosa del noreste.
    Dicen que el Árbol Sagrado creció al amparo de una sacerdotisa antigua y poderosa y que permanecería de pie por miles de años, incólume, ya que tiene un increíble poder. Kagome y su familia creen que este árbol purifica el alma y aclara la mente de la persona que se sienta a su sombra a descansar. Yo no sé cuál es ese poder, pero quizás, tenga que ver con haberme mantenido atado a la vida durante cincuenta años, atado como un niño nacido antes de tiempo, que sobrevive gracias al amado lazo que tiene con su madre, que le llena de amor para que supere con fuerza todas las adversidades. Haberme mantenido atado… lejos e indiferente a la persona que amaba, lejos del mundo real, de todo sufrimiento o placer. Atado en un lugar sin tiempo, sin mundo. Tal vez, eso es la muerte después de todo, un sueño de presente perfecto y continuo y, tal vez, el poder del Árbol Sagrado consista sólo en permitir despertar en el mismo cuerpo, recordando vagamente el velo de aquel presente perfecto.
    Así es… cuando estamos aquí, no importa en cual de tus encarnaciones, tú y yo tenemos un presente continuo y perfecto. Al paso de cincuenta años, la sensación es la misma.
    Muchos temen a la muerte, sin saber que ésta no es más que un sueño y, aún imaginándolo, cada criatura lucha por mantenerse con vida a lo largo del tiempo, sin importar su verdadera condición. Incluso los youkais más orgullosos o los humanos más corruptos tienen pavor a lo que podría haber detrás de ese velo de la muerte y buscan por todos los medios permanecer con vida.

    ¿Es entonces el miedo a la muerte lo que impulsa a todos los seres? ¿La pelea constante entre la nada y el todo? ¿un golpe seco en medio de la luz y la oscuridad? ¿La lucha constante entre los pulsos de vida y de muerte?
    ¿O acaso la vida y la muerte son vanas ilusiones, partes de lo mismo? Tal vez, así como no se distingue el momento en que el día da paso a la noche, así como me pasaron indiferentes cincuenta años, tal vez también así es el paso de este mundo al siguiente.
    Me gustaría que alguien respondiera a esa pregunta, pero tal vez ni siquiera los dioses son capaces de hacerlo. Los dioses se rigen después de todo por reglas diferentes a las nuestras y nosotros, nuestra vida y nuestra muerte le son insignificantes. Nuestra vida es sólo un parpadeo frente a la de ellos, eternos y perfectos. Nosotros somos sólo un falso reflejo de ellos.

    Apoyo mi mano en el Árbol Sagrado, pero éste sólo me responde con un inmutable silencio. El murmullo del viento pasando entre las hojas de los árboles de mi bosque y los olores que éste me trae, revive mis memorias y me recuerda mi soledad. Este árbol tiene también otro poder, que va más allá de la comprensión de todos nosotros, este árbol conectó dos mundos. Aquí me mató la mujer que me amaba… y aquí, ella me revivió. Aquí nos conocimos, aquí es donde recibí un alma verdaderamente humana…
    …pero ¿cómo llegué hasta aquí?

    La sangre manchó de rojo el cielo aquella tarde en que mi madre partió de este mundo, dejándome sólo, pero nunca la culpé de eso. El odio entre los humanos era la causa. Toda criatura parece signada en algún momento a sentir odio por el que es diferente.
    En aquel momento de soledad, la diferencia fue abismal.
    Me sentí impotente por no poder defenderla, por no evitar que le hicieran daño. Además, por mi culpa la molestaban a ella también. Al menos, tuve el consuelo de que nadie más la molestaría. A pesar de que la tristeza embargó mi corazón, me negué a soltar una sola lágrima, pues fui consciente de que la debilidad sólo causaría mi muerte. Huí de los enemigos de mi familia, huí lejos, sin detenerme. Aún aterrado y confundido, huí buscando un lugar seguro ¿Pero existe acaso un lugar seguro para un hanyou? En ese momento, no lo sabía, pero era mi única esperanza y el único motivo para seguir con vida.
    Con unas piedras en el camino, levanté una simbólica tumba a mi madre, tallé su nombre con una piedra con las torpes letras que comenzaba a aprender antes de que ella se fuera y la planté allí, colocándole las flores más hermosas que había podido encontrar, pues ella había sido increíblemente buena y hermosa, tal y como esas flores silvestres. Pero la toda la belleza del mundo parecía desvanecerse ahora que mi vida había cambiado. En los poblados me molestaban, los aldeanos me llamaban youkai y me arrojaban piedras para que me largara, por miedo a que les maldijera… o simplemente porque la gente desgraciada necesita molestar al que es o parece más débil. En las montañas y bosques, los youkai me perseguían e intentaban matarme o comerme. En las noches, debía correr por mi vida e ingeniármelas para engañarlos. Al principio, robaba comida de las aldeas y encontraba maneras de no ser descubierto, a veces comía cualquier cosa que encontrara en la espesura y muchas veces me intoxiqué. En las noches de luna nueva, me creaba escondites como los animalillos más débiles y permanecía en vela. Viajaba todo el tiempo y nunca permanecía en un lugar.
    Myouga, el viejo sirviente de mi padre me encontró y a veces viajaba conmigo, pero me abandonaba si las circunstancias no eran las mejores. Así, aprendí a no confiar en nadie. Me caí, me golpeé y me levanté muchas veces, por muy difícil que fuera. Nunca lloré, sin importar cuánto sufriera, aprendí a no arrepentirme de nada y a no sentir apego por nada ni nadie, a vivir cada momento como si fuera el último y disfrutar de las cosas buenas cuando vinieran, pues podían irse pronto, así como llegaron. Me di cuenta de que tenía que ser muy fuerte por mí mismo si quería sobrevivir y encontrar un lugar donde fuera aceptado pero, al paso del tiempo, comencé a creer que ese lugar era ficticio, tal vez porque ni siquiera yo mismo podía acabar de aceptarme, siendo siempre una mitad, sin identidad definida y abriéndome paso por la vida a los golpes.
    Aprendí a pelear y defenderme y volverme cada vez más fuerte, al tiempo de convertirme en el terror de los humanos…y la burla y deshonra de los youkai. Sesshoumaru me miraba desde lejos, reconociéndome como su hermano pequeño… con una sola y simple condición: rendirme sumisamente a su despótico poder, algo que yo no quería ¡no podía convertirme en su esclavo sólo para que “me defendiera”! Si, en el fondo, no podía ocultar que tenía rencor hacia mí, un rencor que, en ese entonces, yo no podía comprender, un rencor que le impulsaba a querer matarme. Éramos como el día y la noche… y yo estaba lejos de saber que él era un obsesivo y que, tarde o temprano, me encontraría, sin importar cuánto me ocultara.
    Pero había algo que no podía cambiar. Compartíamos y continuaremos compartiendo un lazo de sangre. Entre los animales y los humanos, los lazos se rompen, pero entre los youkai no. Los lazos no pueden romperse, por mucho que se desee y un inuyoukai es simplemente incapaz de matar a sus hermanos por mucho que lo intente. Ese es el dictado de la sangre y es algo que ambos sabemos.

    La vida siguió pasando y yo decidí encontrar el modo de convertirme en el increíble daiyoukai que Myouga contaba había sido antaño mi padre. Legendario, poderoso. Yo no tenía otros motivos para vivir, compartía algo con mi hermano, ese deseo de poder propio de la sangre combativa de un youkai… pero aún así era inferior a él, aunque fuera ya más poderoso que los seres humanos. Mi padre había sido tan poderoso que su poder nunca se había puesto en duda, había sido gentil y había protegido a los humanos… y en ello había dejado su vida, había dejado su vida por mí. Nunca había sentido su afecto... ¿pero debía sentirme orgulloso de que me hubiera obsequiado su vida para preservar la mía? ¿O como decía Sesshoumaru, debía sentirme culpable de su muerte?
    Si lo dejaba todo atrás, me volvería lo suficientemente fuerte como para reivindicar a mi padre.

    ¿Y qué debería hacer luego? ¿Regresar al Oeste y reclamar sus tierras? ¿y luego tener la vida vacía de un youkai sin lazos verdaderos? En ese momento, tan sólo me importaba el presente, no el pasado, no el futuro, me había olvidado de todo eso y mi corazón se había vuelto frío por temor a ser herido.

    Y escuché hablar de ese tesoro sagrado protegido por una sacerdotisa poderosa y pensé en matarla para obtener lo que quería… pero mis planes se vieron frustrados cuando ella se negó a atacarme. Desconcertante y confuso, el victimario vencido por la “víctima”. Si tan sólo las personas se detuvieran, si alguien dijera NO y se negara a pelear, las peleas y las desgracias en este mundo acabarían y todo se convertiría en el presente perfecto mostrado por la luz de este Árbol Sagrado. Ella no quería más peleas, quería una vida normal y tranquila. Su vida se perdió por un sueño tan simple y utópico. Ella pensaba que éramos iguales y yo quise socavar su orgullo de la misma manera en que muchos habían hecho conmigo. Descargué en ella el veneno que otros me habían inyectado durante años, pero ella no se defendió y por eso me arrepentí.

    Y en ese momento, ocurrió. Ese designio en la sangre de todo youkai. Nuestras existencias fueron unidad por un Lazo Fuerte, tan fuerte que nos convirtió en Uno en esa vida… y en la siguiente… y ese lazo me trajo amigos, me trajo una verdadera familia, una vida llena de cosas simples y buenas.

    Y te veo llegar y así me doy cuenta de que esa vida que siempre había deseado, el lugar sin sufrimiento, “ese mundo donde fuera aceptado” no es un lugar. Es un presente perfecto y continuo en el que estoy contigo y con los otros. Tal vez, mi padre lo sabía y por eso no temió dejarme en este mundo. Entre los youkai, se le llama simplemente Lazo, en tu idioma, se le dice amor.
    Ven y abrázame y déjame recordarte lo que aprendí debajo de este Árbol Sagrado.
     
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