Explícito La guerra de la piedra negra

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Elliot, 24 Febrero 2020.

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    Elliot

    Elliot Usuario común

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    Título:
    La guerra de la piedra negra
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    9
     
    Palabras:
    2172

    Kwonos

    —Hace incontables generaciones llegaron a estos lugares desde tierras más allá del mar a donde se hunde el sol nuestros primeros ancestros que fundaron la Aldea. Domaron a las vacas y cabras de las que bebemos leche, comemos carne y llevamos pieles, cultivaron trigo y uvas de los que ahora preparamos el duro pan y el fuerte vino, y construyeron casas como las que tenemos ahora. No fue una estadía fácil, desde el inicio tuvieron que defender su territorio de feroces bestias carnívoras, algunas tribus de gente sin granjas, ¡y hasta de otras aldeas! Y es que, pequeños aldeanos, la vida es una gran guerra constante entre todos los seres con espíritu, y no solo eso, sino que los seres con espíritu también tenemos de enemigos a cosas que no están vivas, como el hambre, las grandes tormentas o los malos espíritus. Pero nuestros ancestros fueron fuertes y le ganaron a todo. Satisficieron su hambre con las granjas, se protegieron del clima con sus casas, y obtuvieron el favor del gran patriarca celeste de la luz en las alturas para protegerlos de los malos espíritus a cambio de honrarlo como hacemos con nuestros padres.

    —¿Pero que tiene que ver eso con el viaje que ustedes harán? — preguntó uno de los niños que escuchaba atentamente la inspiradora y muy gesticulada charla del futuro viajero Kwonos.

    —Paciencia, ya casi llego a esa parte, ¿qué gracia tendría contarlo directamente? —. respondió Kwonos antes de aclarar su garganta y continuar su narración— Nuestros ancestros se defendieron de las amenazas vivas usando armas — explicaba haciendo una pose de sostener una lanza— Como herederos del fuego guerrero de nuestros ancestros nuestro deber es proteger la tierra en la que nuestra Aldea ha estado tanto tiempo. Para eso necesitamos armas, y para las armas necesitamos piedra.

    Los pequeños se miraron entre si y se rascaron las cabezas confundidos.

    —Pero hay mucha piedra aquí, ¿por qué ir tan lejos por ella? —preguntar uno.

    —Pensaste que nunca lo preguntarían, ¿verdad, compañero? —. comentó Dákru, gran amigo de Kwonos al ver como este último sonrío cuando los niños le preguntaron sobre las piedras.

    —Si, si, hay mucha piedra por aquí, piedras con un filo difícil de conseguir y que no dura mucho. Nosotros necesitamos un tipo de piedra mejor, necesitamos... —hizo una pausa leve antes de sacar un cuchillo negro de su bota de piel y enseñárselo a su joven público— ¡piedra negra!

    —Creo que el señor Kwonos iba a explotar si no llegaba a esa parte pronto —. dijo entre risas Yuhnprek, el aventurero más joven.

    Mientras los niños exclamaban impresionados y se acercaban a su narrador favorito para ver el cuchillo de extraño material de cerca, las mujeres que cosían en esa misma casa miraban con ternura a los pequeño.

    —Con esta piedra negra y su superior filo ¡muchos se lo pensarán dos!, no, ¡tres!, no... bueno, si, tres veces, antes de atacarnos. Pero, esta piedras no se encuentran aquí ni en las minas cercanas, hay que ir a lugares muy lejanos para encontrarla. Desde la generación anterior eso no era problema porque podíamos comprarla de aldeas vecinas, pero por algún motivo se han vuelto más agresivos y menos dispuestos a negociar, así que, por primera vez desde la época del gran Hner, tendremos que ir nosotros mismos a buscarla. Mi grupo irá al norte, a las altas montañas, ¡brrr, que frío! —dijo abrazándose—, y y el grupo de mi hermano irá al sur, atravesarán el mar hasta llegar a una isla con una montaña de fuego —. explicaba haciendo gestos de nado.

    Los impresionables infantes se emocionaron mucho con la noticia, soltándole a Kwonos una estampida de preguntas: "¿Cuánto durará el viaje?", "¿qué llevarán?", "¿podemos ir?"

    —Hey, hey, hey, una cosa a la vez, becerros —. gruñó el hombre más grande en esa habitación, mientras bebía vino con una mano y dejaba a dos niños colgarse del brazo opuesto.

    —No hay problema, Pertkos, ya estoy acostumbrado —. comentó riendo antes de girar su mirada de vuelta a su público— Nosotros llevaremos muchas cosas. Las mujeres están terminando ahora mismo las mochilas que usaremos, y mi grupo y yo estamos terminando de hacer nuestros botes —. una de las mujeres soltó una tos para llamar la atención de Kwonos— Ah si, nos tomamos un pequeño descanso para contarles bien sobre esto a ustedes, que también es importante, pero ahora que termine de responderles esto volvemos al trabajo. ¿Algo más? Ah claro, y volveremos en unas pocas lunas llenas si somos rápidos. Y por supuesto —, decía mientras se acercaba a su bote para seguir trabajándolo— ustedes no pueden acompañarnos.

    Tras esa última respuesta, la casa se llenó de niños decepcionados y preguntándose por qué. Kwonos se limitaba a responder que ellos eran muy pequeños, y Pertkos trataba de calmar a los que podía jugando a levantarlos con su fuerza, pero Dákru fue el que mejor supo lidiar con esto:

    —Como dijo mi viejo amigo, somos herederos del fuego guerrero de nuestros ancestros que ha protegido a la Aldea por generaciones. Nosotros somos las grandes llamas que dan calor y luz, ustedes todavía no son más que chispas bajo nuestro cobijo, pero cuando nosotros nos apaguemos tendrán ustedes la tarea de volver a encender la fogata —. se acercó a los niños y se inclinó para decirles— Lo último que necesita la Aldea es perder a esas chispas que le servirán en el futuro.

    El discurso de Dákru le llegó a los infantes, quienes recuperaron y hasta superaron la emoción que sintieron con la narración de Kwonos. Y no solo le llegó a los pequeños, el mismo Yuhnprek soltó un "wow" sin querer por la inspiración que le dio, por más que trató de ocultarla.

    El sol no tardó en ponerse, por lo que viajeros, mujeres y niños regresaron a sus casas a dormir. Los primeros necesitarán estar bien descansados para el difícil viaje que se viene.


    Tor

    —Mañana partes al viaje, deberías estar descansando ya como tu hermano en lugar de estar cavando con nosotros, Tor —. explicaba un señor algo mayor a su compañero de al lado mientras ambos estaban arrodillados cavando con sus manos desnudas en una gran zanja que rodeaba toda la Aldea.

    —Kwonos no está descansando, su grupo está terminando sus botes —. respondió— Puede que de la impresión de estar jugando por las risas que escuchamos hasta aquí, pero es que él no puede evitarlo, es muy popular con los niños.

    —Lástima que no estoy en el equipo de Pertkos para acompañarlo en esos juegos, es muy divertido cuando competimos para ver quien carga más niños —. pensó en voz alta el hombre más alto y grande de la Aldea, era de tales dimensiones que era como una vaca entre el equipo de cabras de Tor.

    —Hijo, ya te he dicho que aprendas a concentrarte mejor en lo que estés haciendo —regaño el hombre de mayor edad al de mayor talla.

    —Y ya dije que no están jugando —añadió Tor.

    —No reconocerías un juego aunque te embistiera —comentó con desdén otro compañero de medidas más convencionales pero algo esbelto que pasaba acompañado en busca de alguna herramienta tirada que pudiera serle de ayuda en su tarea.

    —Me lo dicen a menudo —contestó Tor.

    Tras unos momentos en duda, el acompañante de estatura algo baja del hombre esbelto comentó:

    —Tú puedes ser divertido también, Tor, no le hagas caso a Hedwiro.

    —Jo jo, si que puede, pero con ayuda y no intencionalmente —, dijo maliciosamente Hedwiro— observa: Oye, Tor, ¿ya tenemos todo lo necesario para el viaje?

    El inocente Tor, aunque confuso por no comprender las intensiones de Hedwiro, respondió:

    —Si, tenemos todo. Ambos grupos tienen ya preparadas ropas, armas y herramientas. Cada miembro tiene al menos dos armas y como grupo tenemos buen balance entre largo alcance con hondas y arcos, corto alcance con hachas y mazos, y ambos alcances con lanzas. Tenemos jarrones para transportar agua potable, vino, pan y proyectiles de honda. El grupo del norte ya tiene sus botes para navegar por río. Nuestro grupo no tiene botes pero los recibiremos como regalo por parte de la tribu de hombres pez como agradecimiento por las mujeres que les daremos como acordamos. Las tejedoras de la aldea seguramente ya casi tienen terminadas las mochilas que — conforme Tor daba su explicación, Hedwiro iba fingiendo progresivamente quedarse dormido y roncar— ¿qué pasa? —preguntó ingenuamente Tor, provocando la carcajada burlona de Hedwiro que posteriormente se contagió a Megwer para decepción del padre de este último.

    —No te preocupes, Kred, sé que tenías buenas intensiones, pero se lo pusiste fácil al otro —. dijo el padre de Megwer acercándose al acompañante bajito de Hedwiro cuando vio a este avergonzado.

    Tor sencillamente no entendió lo ocurrido por más que cosas así le pasaban seguido, así que solo continuó trabajando junto al señor mayor y Kred. Le siguieron Megwer y Hedwiro una vez pasadas las risas. Ido el sol, acabó el trabajo y todos fueron a descansar a sus hogares. El viaje estaba a solo una noche.


    Leúksos

    Antes de que volviera la bendición del sol, se levantaba de su cama de heno y pieles una chica aún no llegada a su adultez. Sin necesidad de sigilo, salió de su casa sin despertar a los dos hombres que con ella vivían y se unió a otras mujeres que también estaban fuera siendo guiadas por las antorchas de los sabios ancianos de la Aldea.

    La omnipresente oscuridad huyó como siempre cuando regresó el gran protector del cielo a alumbrar el mundo. Con este milagro diario, salieron de sus casas los diez aventureros hacia su santuario espiritual a recibir su bendición antes de iniciar el gran viaje. Llegaron a la enorme de entrada de una gran cueva en medio de lo salvaje donde fueron recibidos por los sabios y las bailarinas.

    Cada bailarina pintó un motivo diferente la mitad de los rostros de los aventureros que fueran sus seres queridos. La joven pintó las mitades opuestas de los rostros de los dos hombres con los que vivía con mitades de un diseño que había llevado completo un hombre importante para los tres en el pasado. Tras esto, los aventureros se arrodillaron en ronda frente a una gran fogata.

    Las bailarinas empezaron a danzar en círculos al rededor de los aventureros siguiendo coreografía aprendidas de sus madres, cuyas madres aprendieron de sus abuelas, y que nuestras ancestros más antiguas aprendieron de las mismísimas gentes del cielo. Con estos bellos movimientos y atuendos decorados con motivos florales, conchas y ámbar puestos especialmente para estas ocasiones, la joven y las bailarinas satisficieron la visión de Dyeus, el gran patriarca del mundo.

    Los sabios, parados entre los aventureros y las bailarinas, recitaron palabras tan antiguas que mucho antes de que la Aldea se fundara ya habían sido olvidadas tiempo atrás, siendo estos sabios los únicos encargados de conservar sus significados originales traspasándolos sólo a sucesores dignos. Con sus armónicos cantos de garganta que resonaban en toda la cueva satisficieron el oído de Dyeus, gran guerrero del cielo.

    Finalmente, acabados los bailes y cantos, cada equipo de viaje sacrificó una cabra y puso su carne a las brazas de gran fogata, dejando que sus sabrosos aromas subieran hasta lo más alto del cielo antes de empezar a comerlas. Así se aseguraron los aventureros de satisfacer el olfato del altísimo Dyeus, pastor de la luz.

    Antes de separar sus caminos, los aventureros pintaron la mitad del rostro dejada por las bailarinas para pintar motivos distintos.

    —¿Cuantas raciones apuestas a que yo terminaré antes el viaje, hermano? —. dijo Kwonos a Tor con un tono algo presumido pero sobre todo amigable cuando terminó de pintar el rostro de este último.

    —Tú vas con ventaja, Kwonos, mi grupo tiene que visitar primero a los hombres pez antes de dirigirse a la mina, así que no es un reto justo —. respondió Tor cuando empezó a pintar el rostro de su hermano— Aunque por otro lado, nosotros podremos traer mucha más piedra gracias a eso mismo.

    —Si no te conociera creería que estás proponiendo una apuesta diferente —. comentó Kwonos tras unas carcajadas que casi arruinan la pintura de Tor.

    Los miembros de ambos grupos se dieron las manos, intercambiaron intensas miradas desafiantes, y partieron en direcciones opuestas, pero justo antes de que los hermanos se alejaran demasiado, fueron jalados de sus ropas por una chica que los abrazó muy fuerte.

    —Padre nos acompañaba a los tres a viajes así todo el tiempo, no tienes de que preocuparte, hermanita —. explicó Tor mientras devolvió el abrazo.

    —Ustedes dos no han cambiado nada de nada por lo que veo —. comentó Kwonos riendo fuertemente y poniendo sus manos sobre las cabezas de sus hermanos— Pero así los quiero, Tor y Leúksos.

    El momento familiar fue interrumpido por las prisas de algunos sabios y un aventurero. Tras su auténtica despedida, la joven Leúksos oró en voz baja:

    —Grandísimo Dyeus, gran patriarca del mundo, guerrero del cielo y pastor de la luz, por favor protege a mis amados hermanos en su travesía.
     
    Última edición: 12 Junio 2020
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    El grupo de Kwonos zarpó río arriba al norte. Sus botes eran solo troncos ahuecados donde cabían un hombre y poco equipaje, pero eso era suficiente para su misión.

    Pese a que nunca bajaban la guardia del todo, navegaron de forma relativamente tranquila. Admiraban el paisaje cada vez más boscoso y plano conforme se alejaban de su tierra natal de terreno más despejado e irregular. Apreciaban los sonidos del agua y las aves mientras navegaban, y conversaban mientras descansaban en tierra para comer, mas en una ocasión Yuhnprek, el miembro más joven del grupo, soltó una pregunta mientras aún estaban navegando.

    —Por estas tierras camino a la montaña de piedra negra hay aldeas como las de nuestras tierras pero algo diferentes, ¿verdad? — comentó el aventurero con curiosidad— No puedo esperar a verlas, ¿cómo serán exactamente? ¡Oh! ¿podríamos comerciar piedra negra con ellos y así volver antes a casa? ¿no? —. preguntaba emocionado.

    —Buenas preguntas, muchacho —. contestó Kwonos— Empezando por el final: No, probablemente no podremos obtener piedra negra de ellos. Mi sabio padre nos explicó a mis hermanos y a mí que en sus viajes comprendió que la escasez de piedra negra de su tiempo no inicio por nuestras tierras, no, sino que nosotros fuimos los últimos en enterarnos al estar tan lejos de los lugares de donde se extrae, allí donde de verdad inició, por lo que casi seguro ellos tengan el mismo problema.

    —Vaya... — comentó con decepción— descubro que estamos más conectados con los pueblos lejanos de lo que creía y justo después me entero que ni eso es suficiente.

    —¡No te desanimes, chico! A mi padre se le ocurrieron un par de métodos para tratar de solucionarlo. Es cierto que nunca echaron vuelo, o no sobrevivieron, o lo abandonaron... pero mi hermano y yo planeamos continuar su legado luego de este viaje, ¡podrías ayudarnos si quieres! —. explicó Kwonos con una sonrisa que animó al preguntón Yuhnprek— Y hablando del legado de papá ¿también preguntaste por como son aquellas aldeas, verdad? Pues gracias a las historias de sus viajes que le encantaba contar a sus hijos las conozco como si yo mismo hubiera ido —. dijo asombrando a Yuhnprek.

    —Y eso es fascinante —, añadió Dákru— pero por favor cuéntalo en un volumen no tan alto como el alarido de un uro, que cada que te emocionas narrando levantas mucho la voz, viejo amigo.

    Kwonos rió un poco, se disculpó y trató de continuar hablando en voz más baja.

    —Bueno, para empezar ellos tienen granjas como nosotros y también viven en aldeas con muchas casas donde hay varias personas, ¡pero ahí acaban nuestras similitudes! — cada tanto la pasión de narrar hacía que Kwonos se olvidara de no levantar tanto la voz, pero este lo recordaba rápido y volvía a bajarla— Sus casas no solo son mucho más largas que las nuestras, sino que las construyen con mucha más madera que nosotros y no usan tanto barro o arcilla en su estructura. Tres o más columnas sostienen el techo desde dentro. Ah, y siempre orientan sus casas de modo que sus extremos vayan de norte a sur.

    —Suenan muy avanzados —. comentó impresionado el gran y robusto Pertkos.

    —¿A qué si? — respondió el emocionado Yuhnprek casi cayéndose de su bote al inclinarse demasiado.

    —Aunque, si mal no recuerdo, el padre de Kwonos también contó que al lado de las casas largas hay posos de tierra grandes donde... — añadió Dákru a a conversación y fue adelantado por su viejo amigo.

    —...¡los aldeanos tiran su mierda! — gritó jovial Kwonos, espantando a unas aves que estaban cerca y asqueando levemente a Yuhnprek.

    Un rato más tarde luego de su conversación, el grupo divisó a lo lejos casas que identificaron como pertenecientes al tipo de aldea del que habían hablado. Redujeron su velocidad de navegación y se pusieron a hacer saludos que consideraban amistosos para mostrar que no eran hostiles pero ha suficiente distancia del lugar para poder retirarse fácilmente en caso de que la gente de allí pareciera agresiva.

    Luego de acercarse más de lo que esperaban sin toparse con ningún habitante de esa aldea, Pertkos soltó un fuerte y grave "¡hey!" esperando llamar su atención, mas la única reacción que hubo fue la de un par de lobos que salieron corriendo de unas casas alejándose del sitio. Tras una revisión en la que confirmaron que no había nadie viviendo allí, los viajeros decidieron tomar un breve descanso en la aldea.

    —En los cultivos solo hay pasto y arbustos, en los corrales no queda ni la mierda de los animales... este sitio lleva así un buen rato —. explicaba Dákru a sus compañeros una vez reunidos en el centro de la aldea abandonada.

    —¿Qué habrá ocurrido aquí? — preguntaba Yuhnprek.

    —Quizás una pelea con otra aldea, si es así habrá que tener cuidado continuando nuestro camino —. sugería Pertkos, y luego se levantó, tomó su lanza y golpeó el suelo con su base— No trajimos tantas armas sólo para defendernos de lobos y leones después de todo.

    —En realidad esto no es nada de lo que preocuparse —. aclaró Kwonos— Pensaba explicar esto cuando visitáramos una aldea de estas habitada, pero bueno: Estas gentes solo se asientan en un tipo de lugar muy concreto, uno que esté muy cerca de un río y que cuyas tierras sean muy fértiles. Cuando sus tierras dejan de ser fértiles, abandonan sus aldeas y se mudan a un lugar mejor para construir una nueva.

    La explicación de Kwonos sorprendió a sus compañeros.

    —¿S-solo abandonan así sus casas? ¿sin quemarlas? — preguntó Yuhnprek.

    —¡Que gente tan extraña, por el gran Dyeus! — dijo Pertkos disgustado— ¡¿no honran las construcciones de sus antepasados?! ¡¿no tienen aprecio por las tierras que heredaron?!

    —¿Todo eso te lo narró tu padre, Kwonos? Cada vez me sorprendo más de lo mucho que el gran Hner exploró las tierras lejanas y lo mucho que aprendió sobre su gente —. comentó Dákru a su viejo amigo— Así como estos pueblos de las casas largas construyen de forma tan distinta a nosotros, pienso que tal vez también muestren su respeto a sus ancestros y tierras a su manera. Después de todo, no son unos salvajes —. se explayó a sus otros dos compañeros.

    —Creo que a mi sabio padre le encantaría charlar contigo sobre estas cosas, compañero —. comentó Kwonos a Dákru tocándole el hombro tras una alegre carcajada— Bueno, ¡continuemos con nuestra tarea!, y esperemos que la sabiduría de mi padre nos siga ayudando —. añadió.

    El grupo continuó su camino navegando río arriba. Se toparon numerosas veces con otras aldeas de casas largas, pero todas y cada una de ellas no eran más que los esqueletos vacíos de lo que en otros tiempos fueron fueron vivas aldeas no tan distintas a la de los viajeros. "Si solo quedan los huesos ¿algo se habrá comido la carne?" pensaba el grupo. Por más que supuestamente fuera algo normal por esas tierras, sentían que algo estaba mal, y lo que veían no dejaba indiferente a ninguno. Ante la visión de tantos hogares inhabitados, abandonados por tanto tiempo que fueron ocupados por bestias y plantas silvestres, por la mente de los navegantes trotaban pensamientos hasta entonces desconocidos para ellos, sobre como el orden del mundo que siempre dieron por hecho podría llegar a desaparecer, sobre como los logros de ellos y sus ancestros podrían perderse y quedar como meras ruinas...

    Cuando finalmente divisaron a lo lejos personas frente a una aldea de casas largas, Yuhnprek no pudo contener la emoción y saludó ruidosamente desde su bote, y navegó más rápido al sitio, contrario a lo que hicieron él y su grupo con el resto de aldeas. Como el resto de sus compañeros temían, los aldeanos reaccionaron de forma hostil.

    —¡Chico, regresa ahora! — gritó Kwonos— ¡somos muy vulnerables aquí, todos a los árboles! —ordenó cambiando la dirección de su bote a la orilla.

    Dákru cubrió a sus compañeros manteniendo a raya a los enemigos con su honda desde su bote. Desde sus posiciones seguras, Leikw y Yuhnprek contraatacaron a flechazos. Aprovechando la protección de sus compañeros, Kwonos y Pertkos fueron con lanza y mazo a atacar cuerpo a cuerpo.

    Incapaces de sobreponerse a los poderosos viajeros, el grupo de aldeanos se retiró. Los viajeros no pudieron disfrutar de su victoria, sin embargo. En el fervor de la batalla y por su posición alejada, no notaron que Dákru había sido alcanzado por varias flechas, y aún así continuaba tratando de pelear. Como si eso fuera poco, desde río arriba venían en multitud más aldeanos del lugar, los que que se enfrentaron al grupo de viajeros al parecer solo eran vigilantes.

    —¡Son demasiados, no podemos con todos! ¡Vayan dos en cada barco y solo tomen las provisiones que puedan mientras aún están lejos los enemigos! — gritó Kwonos desesperado.

    Como ordenó Kwonos, en su retirada uno remaba y otro cubría a ambos con pieles para protegerse un poco de las flechas. El barco que llevaba a Kwonos, Dákru y Leikw estaba hundiéndose a medias por el peso, pero ninguno abandonó a su compañero herido pese a las insistencias de este.

    La persecución fue más corta de lo que esperaron. No fueron seguidos mucho más allá del horizonte, así que pudieron ocultarse en la aldea abandonada anterior para descansar.

    —... ¿qué hacemos ahora? Dákru está herido, lo poco que rescatamos no es suficiente para continuar el viaje, quizás ni siquiera sea suficiente para regresar a la Aldea... — comentaba Yuhnprek, preocupado y nervioso.

    — Esto no es nada, cazaremos y pescaremos en el camino de vuelta, ¡y regresaremos con suficientes guerreros para APLASTAR a esos patéticos aldeanos larguiruchos! — gruñó Pertkos golpeando el suelo con su puño cerrado.

    —Cálmate, Pertkos —. dijo Dákru algo débil mientras era atendido por Leikw y su viejo amigo Kwonos— Ya deberías saber lo problemáticas que son las guerras contra las aldeas vecinas, ¿cómo se te ocurre atacar a una tan lejana? Condenarías a nuestro hogar —. explicó antes de quedarse sin aliento. Ahora Dákru tenía que dar grandes bocanadas de aire luego de pocas frases para recuperarlo.

    —Huir no sé si sea una opción tampoco —. añadió Leikw— Nuestra Aldea no acostumbra a atacar, pero aún así necesitamos los recursos para defendernos, y no sabemos si el grupo del sur conseguirá la piedra negra.

    —¿Qué planean entonces? ¿ir a pedirles amablemente que nos devuelvan nuestras cosas y nos dejen continuar? — preguntó Pertkos con ironía.

    Al escuchar esto, Kwonos tomó las provisiones que quedaban y se fue caminando en dirección a la aldea hostil.

    —¡¿Pero?!

    —Eso suena a la clase de locura que haría mi gran padre —. comentó con una sonrisa, interrumpiendo al joven Yuhnprek— Leikw, tu vienes conmigo. Pertkos y Yuhnprek, ustedes que quieren regresar quédense cuidando de Dákru hasta el anochecer, si Leikw y yo no hemos vuelto para entonces retírense.

    —No terminé así para que murieras de forma estúpida, idiota —. dijo Dákru, pero en voz tan baja y Kwonos estando algo lejos, así que creyó que no le llegaron a sus oídos.

    Los dos viajeros se acercaron desarmados caminando a aquella aldea, sin ocultarse pero sin hacer barullo, llevando cada uno entre sus manos los jarrones con comida a modo de ofrenda de paz. En cuanto los aldeanos armados se aceraron a ellos, los viajeros detuvieron su paso pero sin perder la calma. Cuando se dieron cuenta, estaban rodeados de guerreros armados y desconfiados de ellos.

    —...¿Ahora qué, Kwonos? — susurró nervioso Leikw, girando lentamente su cabeza hacia su lado. Se sorprendió al notar como temblaban levemente las manas de Kwonos, pero este último tomó un respiro, se calmó, y ofreció sus jarrones con gentileza y confianza, gesto que Leikw pronto imitó.

    Los aldeanos se dijeron entre sí palabras incomprensibles para los viajeros, tomaron los jarrones, revisaron su contenido, y escoltaron a los extranjeros a su aldea sin dejar de apuntarles con sus puntiagudas lanzas.

    —¿Esto es bueno o malo? — preguntó Leikw en voz baja.

    —Si esto ocurriera en nuestra aldea ¿tú que crees? —respondió Kwonos tras pensarlo.

    —Depende de quien escoltara a extraños. Pertkos seguro nos declararía prisioneros, el loco de Hedwiro nos ejecutaría...

    —Creo que será igual aquí, ¡ay! —dijo Kwonos, siendo golpeado por uno de los escoltas gritándole que hicieran silencio.

    El entrar a la aldea, los viajeros fueron empujados bruscamente al suelo y no se les permitió pararse. Fueron recibidos por un hombre de gran presencia y mirada autoritaria. Se le notaba viejo, pero no tanto como los ancianos sabios de la aldea de los viajeros. Se puso a hablar con los guerreros de las lanzas en palabras que los viajeros no entendían.

    Leikw observaba la charla y a los guerreros que aún lo rodeaban junto a su compañero, pero Kwonos se fijó más en el entorno. Notó como las casas largas de esta aldea eran más pequeñas que las de las otras que habían visto, como sus cultivos eran pobres, y no alcanzaba a ver ganado alguno, pero si piel de venado cortada hace poco, las mujeres y niños estaban ocultos en sus casas, algunos asomándose por sus ventanas, ¿se aterraban tanto de unos pocos extranjeros?. Al viejo no pareció gustarle que un extraño se fijara tanto en el estado de la aldea, por lo que le llamó la atención y le dijo algo con un tono como de pregunta. Tras mucho pensar, a Kwonos finalmente se le ocurrió como responder:

    —Kwonos —. dijo lentamente posando sus manos sobre si mismo— Leikw —. añadió posando su mano sobre su compañero. Posteriormente señaló a donde estaba en río, movió su mano siguiendo el curso de este y finalmente señaló a las montañas a lo lejos.

    El viejo sostuvo su mentón, dando la impresión de tratar de descifrar los gestos del extraño, pero en realidad estaba pensando como debería tratar con ellos. "Por como hablan, dudo que sean ellos, seguramente no sean de aquí sino de tierras lejanas. Parece que quieren ir a las montañas de piedra negra, deben venir del mismo lugar que aquellos viajeros del sur que venían aquí antaño. Como sea, lo último que necesita mi gente son más enemigos" pensó. El viejo explicó sus conclusiones a los guerreros y dio unas órdenes. Tras una breve discusión, cinco guerreros escoltaron a los viajeros fuera de la aldea. Unos pocos gestos bastaron para que Kwonos y Leikw comprendieran que querían que los llevaran con el resto del grupo.

    —No estoy seguro si esto es bueno o malo —. comentó Leikw.

    —En el peor de los casos... podemos con estos —. respondió Kwonos.

    Tras un mediano camino hacia la aldea abandonada, los guerreros parecieron ponerse alertas al ver esta, y frenaron su paso junto a los viajeros a una distancia segura. Uno de los guerreros picó un poco a Kwonos con un extremo de un arco y soltó una mirada seria.

    —¡Pertkos, muchacho, pueden salir! No lo parece, pero creo que estos sujetos son nuestros amigos —. gritó Kwonos.

    —...¿Qué entiendes por "amigos"? — preguntó Yuhnprek, oculto. Los guerreros se pusieron más alertas y Pertkos le dijo que se callara.

    —No nos mataron brutalmente a Leikw y a mi cuando tuvieron la oportunidad, ¡y sospecho que las ganas!, de hacerlo, eso es lo bastante bueno para mí. Devolvámosles el buen gesto.

    Yuhnprek no supo como reaccionar, pero Pertkos caminó con lanza en mano fuera de su escondite hasta estar entre la aldea y los guerreros. Sin soltar una sola palabra, miró intensamente a los que tenían cautivos a sus compañeros. Los guerreros no sabían que hacer, no tenían miedo de ser derrotados, su ventaja numérica les daba seguridad, pero Pertkos era tan alto y de porte tan fuerte que podría alcanzar a matar a uno o dos de ellos antes de caer. El gran viajero clavó fuertemente su lanza en el suelo y comenzó a caminar hacia los guerreros sin ella, confundiéndoles tanto como a sus propios compañeros que estaban mudos ante la situación.

    —Kwonos, por tu actitud y forma de ser ha habido más de una ocasión en la que tuve oportunidad y ganas de matarte que he dejado pasar solo por haber crecido juntos, como cachorros de una misma manada —. explicaba Pertkos mientras caminaba hacia sus compañeros desarmados. Yuhnprek temblaba un poco, Leikw y Kwonos estaban visiblemente confusos, los guerreros estaban preparados para atacar— Si estos extraños, que no te conocen de nada, dejaron pasar tal oportunidad... — se detuvo frente a ellos— Es porque el gran patriarca de los cielos les dotó de un gran corazón —. dijo en un tono más relajado arrodillándose frente a ellos, dándoles la mano.

    Todos los compañeros de Pertkos que estaban de pié suspiraron fuerte y cayeron de rodillas ante el alivio, y uno de los guerreros respondió a su gesto dándole su mano.

    Se les fue permitido al grupo de viajeros quedarse a descansar esa noche en la aldea habitada. Cuando estaban llevando sus provisiones recuperadas a la casa en la que iban a dormir, unos sujetos de allí tomaron algunos de sus jarrones y se los llevaron.

    —¡Devuelvan eso! —. exclamó Leikw, a lo que los sujetos se rieron y respondieron con palabras en tono claramente burlesco, retirándose con los jarrones. El viejo de la aldea, que estaba cerca, detuvo a Leikw de perseguir a esos hombres y le habló en tono gentil señalando la casa prestada y las provisiones tomadas. Leikw no entendió las palabras pero comprendió el mensaje, así que se retiro hacia sus compañeros.

    Los aventureros yacían frente a la casa prestada. Kwonos estaba acostado al lado de Dákru, este último cubierto de pieles, y ambos observaban las primeras estrellas del cielo que se iba obscureciendo. Yuhnprek trataba de encender una pequeña hoguera, habilidad que aún no había dominado, por lo que se le complicaba un poco.

    —¿Necesitas ayuda, muchacho? —. preguntó Leikw a su joven compañero tras acercársele— Oigan, ¿y Pertkos? —preguntó al darse cuenta de su ausencia.

    —Creo que se la está pasando mejor que nosotros —. respondió Yuhnprek dirigiendo su mirada a su gran compañero que se acercaba con tarro en mano a unos jóvenes aldeanos no mayores que él bebiendo de uno de los tarros que les expropiaron.

    Los aldeanos escupieron con asco la bebida, preguntándose si los extraños viajeros de verdad la consumían. Pertkos, con una sonrisa sedienta, les arrebató su tarro de las manos y dio grandes tragos a su contenido, suspirando de satisfacción luego de ello, impresionando a los jóvenes a quienes devolvió el tarro con un gesto de tentación. Antes de darse cuenta, se encontraban festejando atontados en torno a la hoguera principal de la aldea bajo los efectos de esa exótica bebida de oriente que no habían experimentado aún en las casas largas y de las que Pertkos era adicto.

    —Y pensar que les quería declarar la guerra esta tarde —comentó Leikw.

    —Parece que Pertkos no es el único llamando la atención —. dijo Yuhnprek luego de finalmente encender el fuego.

    Niños y adolescentes de la aldea, bajo la protectora vigilancia de unos adultos, se acercaron a ver a los extraños visitantes. Leikw y Yuhnprek trataron de ignorarlos para ahorrarse posibles problemas. Kwonos, por su parte, se levantó, caminó hacia los jóvenes, se agachó frente a ellos y los llamó con un gesto de su mano.

    —Sé que no pueden entenderme —, explicaba en tono didáctico— pero es molesto que los pequeños se acerquen a los grandes cuando estamos haciendo cosas importantes, como castigo... — decía mientras habría mucho sus ojos, levantaba sus manos y movía sus dedos como patas de bichos— ¡uga buga buga buga! ¡el gigante nocturno se los va a comer!

    Los más pequeños huyeron asustados, pero los mayorcitos se rieron y se unieron al extranjero en su juego, para más terror de los indefensos pequeños.

    Entre el barullo montado por sus dos compañeros, Dákru comenzó a reír a carcajadas, y continuó riendo aún entre la tos que eso le provocaba.

    —¿Qué te hace tanta gracia, compañero? — preguntó Yuhnprek con curiosidad.

    El viajero herido tomó el aire que pudo y respondió:

    —Veo que mis amigos son los mismos sin importar donde estemos. Faltan algunos, pero ya me siento como en la Aldea de nuestras tierras... mi espíritu no se sentirá perdido si muero en este lugar —. dijo en un tono más calmado antes de cerrar sus ojos para descansar— Buenas noches —. añadió con una sonrisa.

    Los viajeros frente al fuego sintieron gran pesar tras esto.

    —... ¿está... —. trató de preguntar Yuhnprek.

    —... No, creo que aún no —. respondió Leikw.

    —¿Avisamos a los otros?

    —... No creo que a Dákru le vaya a gustar tener una despedida silenciosa y triste por lo que dijo... que la fiesta continúe —. Decía Leikw en tono melancólico.

    Pertkos y Kwonos durmieron tarde esa noche.

    Al día siguiente, tras ayudar a los aldeanos a cazar un caballo para mostrarles que no quedaba rencor entre ellos por el incidente ocurrido, era momento de que los viajeros continuaran su viaje.

    —Dákru quedarse aquí, nosotros ir allí, tomar piedra negra, volver aquí por Dákru, y luego ir a casa —. Explicaba torpemente Kwonos al viejo de la aldea y sus guerreros antes de partir.

    —No creo que te entiendan. Yo no lo hice, y hablar, eh, hablamos el mismo idioma —. comentó Pertkos.

    —Tú ni siquiera podías cazar bien hoy, el vino de ayer te dejó con dolor de cabeza toda la mañana —. respondió a Pertkos— De todos modos, confío en que mi viejo amigo podrá arreglárselas en cualquier caso —. Añadió. Tras eso, abrazó al algo pálido Dákru junto al guerrero que lo cargaba.

    —Que la voluntad del gran Dyeus esté con ustedes... viejo amigo —dijo Dákru con sus pocas fuerzas.

    Antes de que los viajeros se alejaran, Kwonos fue tomado del hombro por el viejo de la aldea, quien ,tras unos momentos pensando, señaló al noreste, donde sabía que habían montañas pero no estaba seguro si los extranjeros también, y dijo con esfuerzo:

    —Si... bien... —. A continuación, pasó a señalar a donde terminaba el río en el horizonte— No, mal.

    Todos los presentes, tanto viajeros como guerreros, se sorprendieron de que el viejo dijera unas palabras en el idioma de los primeros, aunque fueran solo cuatro.

    —Lamento mucho que no se los pueda explicar mejor —. Dijo con pesar en el idioma de su aldea antes de soltar el hombro de Kwonos.

    Los viajeros no pudieron entender lo último dicho por el viejo, Kwonos se limitó a responder con un "Si, bien. Gracias" respetuosamente antes de que el grupo se despidiera y continuaran navegando.

    —¿Estarán bien, padre? — pregunto al viejo el guerrero que sostenía a Dákru.

    —Confiemos en que puedan volver a ver a su compañero —. Respondió tras pensar unos momentos.

    El grupo de viajeros navegó un rato en tranquilo silencio con más cautela que antes, echando en falta la presencia de su compañero, pero lo que notablemente más preocupaba a uno de ellos era la críptica advertencia del viejo.

    —¿Qué te ocurre, muchacho? Llevas un buen rato mirando a donde apunto el viejo, seguro ya hasta lo pasamos —. dijo Pertkos a Yuhnprek.

    —No me pondría paranoico, pero tampoco lo tomaría a la ligera, parecía ir muy en serio cuando nos advirtió de... lo que sea que nos estuviera advirtiendo —. comentó Leikw.

    —¡¿Tú también?! En el peor de los casos se referiría a que hay otra aldea a medias río arriba y por eso era "bien" ir por tierra en su lugar, pero ya sabemos como lidiar con eso. Kwonos, distrae a estos dos con una historia o algo.

    —¿Pero cómo terminaron así? —interrumpió el joven a Kwonos antes de que este respondiera al pedido de Pertkos.

    —¿Uh? —exclamaron confundidos los compañeros de Yuhnprek ante su pregunta poco clara.

    —Aunque esos aldeanos no me fueran a entender, no quise decir esto en su aldea para no faltarles el respeto, pero su villa no es como la imaginaba, no es como la nuestra, está a medias como dijo Pertkos, a medias entre granjeros de verdad y cazadores sin tierras ni casas como los hombres pez —. Se explicó.

    —Seguro están pasando por una época difícil como nosotros —. Comentó Kwonos.

    —Lo que les está ocurriendo es más que una época difícil, todos nosotros tuvimos esa mala sensación viendo tantísimas casas abandonadas, hasta Kwonos que antes dijo que no era raro para ellos. Además, las del principio tenían, aunque vacíos, corrales —, explicaba nervioso Yuhnprek— ¿y si lo que provocó todo esto viene de donde señaló el viejo?... ¿y si llega hasta nuestras tierras? ¡Ni una montaña de piedra negra podría detener lo que sea que sea eso!

    Tras los comentarios del joven, retornó el silencio, pero no uno tranquilizador como el de antes, sino que uno incómodo. Nadie sabía qué responder a eso, el miedo a perder la Aldea no era algo nuevo para ninguno de ellos, pero lo que Yuhnprek indirectamente había planteado era algo más allá, ¿podrían perderse todas las aldeas? ¿volverse todos los granjeros unos nómadas sin casas ni suministros permanentes de comida? ¿qué clase de catástrofe o monstruo podría sacudir el mundo lo suficiente para eso? Deseaban encontrarse río arriba con alguna aldea de casas largas más habitada y avanzada con la esperanza de que esos pensamientos se difuminaran y poder así seguir su viaje con más claridad mental.

    Tras encontrarse con otras pocas aldeas deshabitadas, pero visiblemente abandonadas en un tiempo más reciente, su deseo se volvió realidad. Vieron alzarse a lo lejos altos muros de troncos, los más altos que habían visto hasta ahora, rodeando lo que parecía ser la última aldea de casas largas de ese río, estando no muy lejos de lo que los viajeros identificaron como las montañas de piedra negra. Para ahorrarse otro posible incidente que les resultó en un compañero herido, casi dos muertos y casi una declaración de guerra, evitaron encontrarse con esos aldeanos, por mucha curiosidad que les dieran. En su lugar, fueron a descansar ocultos en el follaje cercano llevando sus botes y provisiones consigo. Aún con todo, su precaución no detuvo su curiosidad. Kwonos y Yuhnprek fueron a observar a una distancia pertinente esa extraña aldea protegida mientras sus compañeros cuidaban su lugar de descanso. Viendo los techos de esas casas que se erguían sobre los muros, notaban como eran considerablemente más altas y largas que las de la aldea habitada anterior. No veían lo que había dentro, pero podían oír a una gran cantidad de personas y, lo que llevaban días sin escuchar, ganado en la aldea, aunque no tanto como esperaban para una tan grande. También pudieron fijarse en la enorme zanja que había frente a esos muros, tan o más grande que la que rodeaba la Aldea de sus tierras, pero con una forma que asemejaba más a las que había al lado de las casas largas. Llegado el ocaso, una multitud de aldeanos, algunos con armas de piedra negra, salió de la villa y empezaron a cavar aún más en dicha zanja. Los viajeros decidieron retirarse con sus compañeros para no arriesgarse a ser avistados. Tras lo visto, decidieron tener a un miembro despierto a la vez para alertar a sus compañeros en caso de que algo ocurriera.

    Un poco más tarde esa noche, antes del primer cambio de guardia, algo ocurrió. Leikw advirtió al grupo como una enorme multitud, como una manada, salió de la aldea y se dirigía río abajo, algunos por tierra y otros por agua. Cuando se habían dormido, la Luna cubría a los viajeros gentilmente con su luz, dándoles una leve sensación de seguridad al poder ver mejor sus alrededores. Ahora esa luz había sido obstruida por oscuras nubes en el cielo, dejándolos en casi total oscuridad y forzando a esos extraños aldeanos a llevar decenas y decenas de antorchas que iluminaran el camino. Era esa oscuridad la que protegía a los viajeros ahora al ocultarlos, y desde su escondite podían ver como la luz de las llamas se reflejaba en las negras hojas del armamento de la multitud.

    —¿Será esto su tradición de abandonar sus hogares como contó Kwonos? — comentó Yuhnprek una vez alejado el peligro.

    —... No habían muchas mujeres entre ellos, y no llegué a ver a ningún niño —, respondió Leikw— así que no lo creo.

    —Entonces, eh, fueron ¡a cazar! Si, eso debe ser —. Añadió el nervioso joven.

    —A menos que estén planeando cazar una manada entera o a un gigante, lo dudo. Además, con tantas antorchas y marchando de forma tan ruidosa, no parecían preocuparse por ocultar su presencia... más bien parecía estar anunciándola a propósito, con orgullo —. Corrigió Pertkos.

    Las conjeturas de Yuhnprek no eran más que la negación de un pensamiento que lo acosaba desde el momento en que vio a ese enorme grupo de guerreros ir río abajo. Sus compañeros lo sabían porque, aunque lograran ocultarlo mejor, estaban siendo atormentados por la consideración nefasta del joven.

    Un gran grupo de guerreros se quedó vigilando fuera del muro, por lo que abandonar su puesto tan oculto era un riesgo para el grupo. No les quedó de otra que esperar allí, con la esperanza de que todos los aldeanos volvieran dentro de los muros en algún momento. Tras lo que se sintió como una eterna noche de espera infructuosa en la que ningún viajero logró volver dormir, las nubes liberaron a la Luna, y esta última reveló con su tenue luz una escena más terrible de lo que los viajeros temían. Aquel pueblo guerrero regresó marchando en júbilo por su victoria, trayendo como trofeo a más de un centenar de los aldeanos que acogieron en su momento a los viajeros. Entre los capturados habían hombres, mujeres y hasta niños. Algunos estaban muertos, muchos parecían tener sus piernas rotas, los niños gritaban horrorizados y tosían pero con rostros secos, hasta sus últimas lágrimas se habían secado luego del largo y abominable trayecto desde sus hogares.

    Los aldeanos de la aldea pequeña fueron puestos forzosamente frente a la gran zanja de la aldea grande. Algunos opusieron en vano toda la resistencia que pudieron con las casi nulas fuerzas que les quedaban. Allí empezaron a morir de a montones, decenas de cráneos fueron aplastados a mazazo limpio, otros aldeanos encontraron su final a punta de flecha o lanza en sus torsos. Este espectáculo pesadillezco era presenciado con impotencia por los viajeros ocultos, paralizados de terror.

    Los cuerpos de algunos de los guerreros de la aldea pequeña parecían ser seleccionados para ser llevados dentro de la aldea grande por hombres con cuchillas de mano. Entre esos cuerpos arrastrados, a pesar del caos de alrededor, fue inequívocamente identificado por los viajeros como su compañero caído Dákru. Al darse cuenta de esto, Leikw ya no pudo evitar vomitar, pero el joven Yuhnprek apretó el suelo con odio con sus puños mientras sus lágrimas caían sobre estos, su miedo pasó a ser una rabia incontrolable, y se levantó dispuesto a combatir sin importarle su propia vida.

    Kwonos, en la reacción instintiva más rápida que había tenido en toda su vida, noqueó a Yuhnprek de un certero golpe desde detrás en el mismo instante en que lo vio dar el primer paso hacia la multitud de asesinos.

    "Grande y altísimo Dyeus, te agradezco por enseñar ese golpe a mi gente, y agradezco a mi sabio padre por enseñármela a mi... siempre creí que solo servía para para que los expertos evitaran que los novatos arruinaran una cacería atacando antes de tiempo, nunca imaginé que la usaría como una presa para evitar que un compañero alertara a nuestros depredadores" pensó Kwonos aliviado a la vez que atormentado.

    —No hay tiempo para llorar... ni para morir de forma estúpida —. Explicó a sus compañeros aún conscientes mientras cargaba al joven noqueado— Hay que huir cuanto antes —. Añadió, decidido a llegar a las montañas.

    Los viajeros arrastraron sigilosamente sus botes y provisiones a una distancia segura de la aldea grande. Estaban lo bastante lejos para no ser fácilmente percibidos, ayudados por la oscuridad de la noche, y lo bastante cerca para reaccionar retirándose rápidamente en caso de ver que los aldeanos, hundidos en la luz de las fogatas, fueran hacia ellos. Decidieron cruzar el río uno a uno para llamar la menor atención posible. Empezando por Kwonos, quien llevó a Yuhnprek consigo. A mitad del río, el inconsciente joven dejó caer su brazo al agua, chapoteando un poco y haciendo que Kwonos se quedara inmóvil con la cabeza baja rezando por no ser vistos. Creyó ver con su visión periférica a un par de aldeanos girándose en su dirección. Ya sea que fuera real o su imaginación, tuvo la suerte de no haber llamado la atención de los asesinos, pero ese incidente le dejó tan precavido que al cruzar el río pidió que sus compañeros se alejaran aún más de la aldea, manteniéndose él en su posición para servir de vigilante para el grupo. Una vez cruzaron todos, abandonaron sus botes en el agua para que flotaran río abajo y no dejaran rastros de su presencia a los peligrosos depredadores. Usaron sus pieles de dormir como mochilas para sus objetos y caminaron hacia las montañas.

    Entre sus intensos sentimientos e ideas que le pasaban a Kwonos por la cabeza, estaba un renovado miedo al futuro, pero al futuro de los hombres como especie. Por las anécdotas de su padre, siempre creyó que las aldeas de casas largas eran como las de su tierra natal, pero ahora se encontraban en este terrible estado, ¿cómo terminaron así? ¿están todos los tipos de aldeas condenados con el mismo destino? Temía que se perdieran las tradiciones de los granjeros, volverse unos nómadas sin techo, pero ¿era esta carnicería a otros humanos el precio a pagar para evitarlo?. "No, no es tiempo de pensar en eso" pensó Kwonos con el joven Yuhnprek a sus hombros, "ya no sé si sirva de algo, pero aunque la piedra negra ya no parezca un arma tan poderosa, cualquier ayuda es bienvenida por si algún día tenemos que enfrentarnos a... demonios como esos"
     
    Última edición: 13 Junio 2020
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    Zireael

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    Leo
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    ¡Hola! Aquí vengo por fin.

    Vamos por partes (ya leí los dos capítulos que me pediste), primero me voy a centrar en cosillas técnicas y luego en lo de la forma de hablar.

    Esto pasa una vez más, creo, así que casi me parecería un dedazo o un olvido a la hora de sustituir el guión por guión largo:
    Está el si condicional y el de afirmación, en este caso es de afirmación, por tanto debería ser sí:
    Cuando es pronombre, debe tildarse, es decir, tú:
    Cuando la acotación del diálogo empieza con verbos de habla (decir, responder, mencionar, etc etc) el diálogo no se cierra con punto.
    Esta observación ya es más personal y es que a mí no me gusta colocar (o cuando colocan) las risas escritas, prefiero que la acotación me diga que la persona rió.
    Acá lo mismo de arriba con el tú.
    Imagino que esto fue un error de dedo o algo así, alrededor va junto.
    De nuevo lo del guión~
    Y este ves era tal vez, por lo que sí, va con z.


    Ahora, respecto a la narración no voy a mentirte, al menos a mí, me hacía leer mucho más lento (cuando acostumbro a leer rápido), haciendo que esas 1000 y 2000 palabras se sintieran casi como el doble, y me obligó en más de una vez a tener que releer un párrafo o una oración porque no lograba entender la idea o el escenario.
    El recurso es interesante, pero cuando me solicitaste el beteo pensé que solo los diálogos estarían escritos de esta forma, no todo el texto (aunque es comprensible por ser primera persona) y creo que para reducir lo tedioso que puede volverse, pues sí sería bueno que pensaras en la posibilidad de no usarlo en todo el curpo del texto, readaptando lo que ya has escrito.
    Yo creo que no es necesario escribir de esta manera para transmitir la idea que quieres, de que estas son personas de tiempos remotos, pero esa es solo mi idea. Te puedes valer de las descripciones (las casas, la forma en que se sostenían los pueblos y todo eso que ya fuiste añadiendo) para eso precisamente, manteniendo la forma de hablar como te digo, para los diálogos. Sin embargo, esa es mi percepción y mi sugerencia, el qué hacer queda siempre en tus manos.

    Ya fuera de eso quiero señalar que me gusta muchísimo que esto tenga un respaldo histórico sólido y que te bases pues en las cosas que se ha comprobado sí ocurrieron, porque así los que sabemos un poco del tema siento que disfrutamos un poco más lo que estamos leyendo. Asumo que la piedra negra es obsidiana, ¿no?
    En fin, que ese es un punto fuerte de tu historia ♥

    Cualquier duda me dices, sea por aquí o en el MP.
    Espero que continúes tu historia~
     
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  4.  
    Elliot

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    Muchísimas gracias por las correcciones y la opinión ^^
    He de admitir que me avergüenzo de haber cometido tantos errores ortográficos, tendré que cuidar más eso.
    Desde el principio considero la idea de solo usar esa forma de hablar para los diálogos pero cada que lo intentaba sentía que entraba en conflicto con la narración en primera persona. Viendo que provoca tantos problemas para el lector creo que reescribiré todo en tercera persona para así limitar esa complicación a los diálogos, me gusta experimentar pero no me gusta que leer mi historia sea un desafío, gracias por ayudarme a decidirme.
    Y sip, la piedra negra es obsidiana, yo pensaba que solo era muy usada para armas en mesoamérica hasta que descubrí que al parecer también fueron de gran importancia en la Europa neolítica.

    Saludos y gracias de nuevo por la ayuda.
     
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  5. Threadmarks: Hombres pez
     
    Elliot

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    Título:
    La guerra de la piedra negra
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    9
     
    Palabras:
    4839
    Mientras un grupo navegó hacia el norte directamente hacia la piedra negra, el otro fue caminando en otra dirección hacia una parada previa para realizar un intercambio importante. El grupo del que Tor, hermano de Kwonos, formaba parte tenía que visitar primero a un grupo de gente primitiva, sin granjas o casas permanentes, pero poseedores de un tipo de embarcación especial que les facilitaría enormemente el viaje a las lejanas islas en las que recolectarían el preciado mineral. A cambio de esos botes, el grupo entregaría a unas cuantas mujeres la Aldea que pasarían a vivir con esos hombres primitivos, conocidos por estos aldeanos como hombres pez.

    Como las mujeres del grupo solo tenían que viajar hasta la tribu de hombres pez más cercana, no fueron preparadas tan exhaustivamente como los hombres para realizar un largo viaje, por lo que requerían descansar más seguido. En uno de estos descansos, el nervioso Kred preguntó a las mujeres:

    —Solo para estar claros ¿ustedes saben como son los hombres pez, verdad?

    —Claro —respondió Tor creyendo que era una pregunta general para el grupo—, son pueblos de sin granjas que habitan cerca de las costas marinas en dirección sur y suroeste de nuestra aldea. Los llamamos así porque-

    —Tú no, las chicas —interrumpió su compañero Hedwiro.

    —Lo sabemos muy bien, nos lo explicaron mucho, en especial a las que nos ofrecimos primero para ir —respondió Meli a la pregunta luego de soltar unas pequeñas risas.

    —¿Están emocionadas por ir? —preguntó Hedwiro confuso, a lo que varias chicas asintieron con la cabeza—. ¿Pero por qué? Hay aldeas vecinas como la nuestra a las que podrían haber ido si tenían tantas ganas de mudarse ¿qué encanto podrían verle a un montón de nómadas sin casas y de apariencia tan rara?

    Antes de que alguna pudiera responder, fueron interrumpidas por uno de los viajeros hablando con su boca llena de pan.

    —Las mujeres tienen gustos raros, yo nunca las entendí tampoco —decía el enorme Megwer mientras se rascaba confuso la cabeza con una mano y devoraba pan con la otra—, ¿por qué no pueden tener gustos simples como nosotros? Yo estaría más que feliz con cualquier mujer bonita, de caderas grandes, cariñosa, que guste de dar abrazos por la noche... —decía mientras cerraba sus ojos y se balanceaba lado a lado abrazándose. La visión del hombre más grande de su Aldea comportándose así atrapó varias miradas—... ¿qué miran todos?

    Tras un corto silencio incómodo, uno de los viajeros respondió:

    —Nada, amigo de gran tamaño —respondió Medwlkwos, recostado en una roca almorzando un duro pan—. Tienes buen gusto, aunque a decir verdad yo prefiero a mujeres con más... carácter, si saben a lo que me refiero —tras decir esto, soltó una especie de gruñido junto a un ademán de garra que hizo con su mano libre y que nadie pareció entender.

    Luego de unos momentos de duda, Kred se animó a comentar también:

    —Umm, yo creo que las prefiero-

    —Ejem ejem —interrumpió Hedwiro abruptamente—, me preguntaba por los gustos de las chicas, no de ustedes.

    —L-lo siento —dijo Kred apenado.

    —Maldito amargado —comentó Medwlkwos con la boca llena.

    —... Tiene un punto —dijo Tor, rompiendo su habitual silencio de los descansos sorprendiendo al grupo—. Nosotros podremos volver a hablar de esto cuando regresemos a la Aldea. En cambio, a las chicas quizás no volvamos a verlas luego de su mudanza, así que mejor preguntarles ahora.

    Los viajeros estuvieron de acuerdo, así que las mujeres empezaron a hablar.

    —¿Cómo explicarlo? Mmm, a nosotras nos interesa... ¡lo diferente!, ¡lo especial!, eh, ¡hacer cosas!... ¿se me entiende? —explicaba Meli emocionada pero torpemente, provocando la confusión de sus congéneres masculinos y los suspiros de las féminas.

    —Casi dieciocho solsticios cumplidos y sigues explicándote tan elegantemente como cuando eras pequeña —comentó Gwen con ironía.

    —Pero la explicación que dio no fue elegante —dijo Tor.

    —... y no eres la única que no ha cambiado. Como sea —continuó Meli—, ustedes, hombres ¿qué tareas hacen fuera de la Aldea?

    —Mmm, cazamos —respondió Tor.

    —A veces vamos de pesca —añadió Kred.

    —Minar es muy divertido —comentó Medwlkwos.

    —Y comerciar con otras aldeas es aburrido —dijo Megwer.

    —Bien, ¿y qué tareas hacemos nosotras fuera de la aldea a parte de recolectar alimentos y materiales? —preguntó Gwen, a lo que los hombres se quedaron pensando sin llegar a ninguna respuesta más de allá de un "uh..." — Exacto. No nos vendría mal estirar las patas para más cosas, y según las historias del gran Hner sobre los hombres pez, con los que él mismo vivió un tiempo, no es raro que sus mujeres hagan sus mismas tareas. Suena más interesante mudarse con ellos que con otra aldea.

    —Estás diciendo puras tonterías, Meli. Y ni siquiera compensará, esas gentes no tienen casas ni granjas, viven como animales buscando refugios o comida a diario —comentó Hedwiro con un notable tono de desprecio.

    —A algunas nos asustaba todo eso al principio —dijo tímidamente Swip, juntando sus manos y mirando al suelo—, pero tras pensarlo, también se nos hizo emocionante poder decidir tener un cambio tan grand en nuestras vidas. ¿Como explicarlo?... tal vez es la misma emoción que sentía el padre de Tor sobre visitar tierras tan lejanas y desconocidas —exclamó sonriente mirando a Tor.

    —También escuché que los hombres pez son más grandes que la gente de la Aldea, eso también suena muy... interesante —añadió Hoku, imitando el gesto anterior de Medwlkwos con una expresión coqueta.

    —¿Más altos que yo? —preguntó Megwer asombrado—... ¿vamos a conocer tribus de gigantes? Wow... ¿y qué significan esos gestos que hacen Hoku y Medwlkwos? Sigo sin entenderlos —preguntó confuso.

    —Ah, no, Megwer. Hoku se refiere a que son más grandes que el promedio de-

    —Como sea —interrumpió bruscamente Hedwiro la aclaración de Tor—, todo lo que ustedes cuentan suena demasiado alegre. Pero sé muy bien que algunas de ustedes tienen motivos menos bonitos, ¿verdad? —comentó dirigiendo su mirada a Merut, una de las mujeres que descansaba muy distanciada del resto del grupo y que casi no había hablado en todo el viaje.

    Tor notó la incomodidad de esa chica, y conociendo la naturaleza insistente de Hedwiro decidió interrumpir la charla para continuar con el viaje. El grupo estuvo de acuerdo, en especial las mujeres y Medwlkwos, quienes también habían notado la incomodidad de Merut.

    Tras unos largos días de caminata, finalmente llegaron al lugar de reunión acordado con los sin granjas. Al principio no parecía haber nadie a parte del grupo de aldeanos, pero pronto eso cambió.

    —Hay un hombre allí a lo lejos haciendo señales hacia nosotros, como saludando, ¿es amigo? —preguntó Hoku al verlo.

    —¿Es un hombre pez? Se ve como uno pero todavía estamos algo lejos de la cost-

    —¡Hey, Woder! ¡¿cómo estás?! —gritó con fuerza Tor interrumpiendo sin querer a Meli e impresionando a las mujeres y a los distraídos Kred y Megwer.

    —¡Tor, viejo amigo, tanto tiempo haber pasado! ¡al fin llegar, eh, llegan ustedes! —saludó amigablemente el tal Woder al acercarse. Tenía los característicos rasgos de los sin granjas del continente: Cabello negro, unos bellos ojos azules y una piel mucho más oscura que la de los granjeros, cubierta por ropas mucho menos complejas que las de estos, pero que aún así cubrían mucho y abrigaban bien. También era un poco más alto que casi todos los varones del grupo, con excepción de Megwer quien le sacaba más de una cabeza.

    —¿Huh? ¿ustedes son amigos? —preguntó sorprendida Swip.

    —¿Y cómo habla tan bien nuestro idioma? —añadió Gwen.

    —Veo que hermosas mujeres que venir contigo tener, no... ¡veo que las hermosas mujeres que vienen contigo tienen muchas dudas! Perdón por mi falta de práctica en su idioma —comentó el hombre pez— Pero no pasa nada, todavía hay camino largo para poder responder cosas, ahora síganme —explicaba con notable dificultad, pero no por ello era menos sorprendente, en el idioma de los aldeanos.

    Mientras el grupo de granjeros se dirigía a la más reciente locación de la tribu de Woder, este explicaba al grupo su relación con la Aldea.

    —Hace mucho tiempo, cuando yo era niño pequeño, el padre de Tor y de Kwonos visitaba mi tribu mucho.

    —Recuerdo cosas sobre que nuestra aldea trató de mejorar nuestras relaciones con los hombres pez —dijo Medwlkwos—, pero creía que no lo habían conseguido, y de todos modos nunca escuché sobre sobre uno de ustedes hablando nuestro idioma. Aunque pensándolo bien, de Hner no me debería sorprender.

    —En realidad tu Aldea tuvo éxito, mi tribu tener buenas relaciones con ella y comerciar mucho. Tal vez no lo pareciera porque nosotros somos, eh, reservados, pero otras tribus serlo mucho más y evitan a Aldeas totalmente. Por desgracia, a muchos aldeanos no les gusta lidiar con nosotros tampoco —algunas miradas se dirigieron a Hedwiro un momento.

    —Por eso mi padre ocultó al resto de la Aldea su plan de criar niños pez como traductores que facilitarían nuestras relaciones —explicó Tor.

    —Así es, viejo amigo. El señor Hner enseñó a mi y a otros niños de mi tribu el idioma de su Aldea... bueno, lo intentó, pero solo yo lo aprendí al final.

    —Y tú casi tampoco lo lograste, pero por suerte nos tenías a mis hermanos y a mí. Mi padre nos llevó muchas veces a tu tribu para ayudarle en su proyecto luego de que le insistimos mucho, y nos acabamos haciendo amigos tuyos —comentó Tor con nostalgia y una expresión alegre, a lo que Woder sonrió de vuelta.

    Poco después de la charla informativa, se encontraron al fin con la tribu de Woder.

    Los hombres pez no vivían en casas como las de los aldeanos, en su lugar sus refugios eran tipis de troncos y heno, con suelos de roca y solo lo bastante grandes para albergar a una pareja y sus hijos. Con al rededor de 70 tipis, el asentamiento de Woder era de los más grandes de ese tipo. Tor recordaba lo divertido que era alojarse unos días en uno de estos cuando su padre y sus hermanos visitaban la tribu, pero no se me imaginaba viviendo el resto de su vida en uno como si parecían hacerlo las mujeres del viaje. Y eso sin contar el estilo de vida tan radicalmente distinto de los hombres pez, quienes al carecer de ganado y cultivos debían cazar, pescar y recolectar diariamente para sobrevivir.

    Muchos de los tipis tenían a su lado o directamente dentro de ellos los objetos por los que los aldeanos le dieron a los hombres pez su apodo tan peculiar: Unas extrañas rocas casi del tamaño de cabezas humanas, con ojos y bocas tallados con apariencia entre hombre y pez, así como muchas veces también escamas.

    El sol ya estaba muy bajo cuando los viajeros llegaron a este destino, pero por suerte les permitieron pasar la noche en la tribu. Los hombres se acostaron temprano en un par de tipis que apartaron para ellos, mientras que varias de las mujeres ya estaban empezando a socializar con los hombres del asentamiento hablando al rededor de fogatas, teniendo a Woder como traductor romántico y divirtiéndose mucho con ello.

    . . .​

    —Pst, ¿siguen despiertos? —preguntó Hedwiro a sus compañeros acostados en el tipi de al lado.

    —Megwer duerme como un tronco —respondió Medwlkwos golpeando el hombro de su enorme y roncador compañero de tipi—. Que raro que tú inicies conversación con nosotros, ¿quieres acercarte a nuestras admiradoras o algo? —comentó refiriéndose a las mujeres pez que los miraban interesadas desde lejos. Los hombres de la tribu al parecer no eran los únicos interesados en lo exótico de los aldeanos.

    —¡Altísimo Dyeus, no! —exclamó Hedwiro indignado— ¿acaso no ven el problema con eso?

    —¿Cuál? Nuestras compañeras parecen divertirse —respondió Medwlkwos.

    —Baja la voz Hedwiro. Y no tienes por qué ponerte así solo porque no sean de tu tipo —aconsejó Tor a su compañero de tipi. No lo dijo en tono conflictivo alguno, pero Medwlkwos pareció entenderlo así y soltó el típico "¡uhh!" animando a una discusión.

    —¡Ellos son unos sin granja! —comentó Hedwiro ignorando la provocación— No tienen cultivos, ganado ni casas, ¡viven como animales! No son como nosotros, son como los venados que cazamos o los lobos con los que peleamos, ¿y piensan dejar a nuestras mujeres mezclarse con ellos? —explicó Hedwiro con tanta pasión que casi olvida controlar su volumen de voz.

    Hubo un silencio incómodo. La expresión relajada de Medwlkwos pasó a una más seria.

    —... Ya veo por qué nos dices esto ahora, con el traductor lejos de nosotros y distraído. Muy... considerado de tu parte. Las cosas se hubieran puesto feas para nosotros si la GENTE de aquí te hubiera entendido. Eres tan~ agradable —respondió Medwlkwos, con ironía que hasta Tor comprendió.

    Hubo otros momentos de silencio. Kred, quien fingía dormir, casi se decide por comentar algo, pero la tensión de la situación lo persuadió de no hacerlo. Finalmente, Tor dijo:

    —Mi padre nos contó que, ayudándose de sus alumnos, estudió las historias de los hombres pez. Aprendió que antes ellos hacían sus ídolos, esas cabezas de pez, de madera, pero que cuando conocieron las esculturas de piedra de mujeres de las aldeas empezaron a hacerlas de roca. Y recuerdo que cuando yo veía aquí de pequeño, ellos usaban herramientas de piedra sin pulir, pero ahora las pulen como nosotros. Tal vez en el futuro los hombres pez y todos los demás sin granjas imiten aprendan a construir casas, cultivar y criar como nosotros, y quizás nuestras mujeres sean las que les ayuden en todo eso. ¿No te gusta la idea de poder ver orgulloso a los salvajes volviéndose civilizados y saber que tú contribuiste a eso al enviar a estas mujeres con ellos? —preguntó a Hedwiro.

    Tor sintió que lo que dijo estaba mal, pero solo lo hizo para calmar los pensamientos de Hedwiro y evitar que este diera más posibles problemas. Hedwiro miró reflexivo el cielo estrellado unos momentos, soltó un "tss" en tono frustrado y se acostó a dormir. Medwlkwos sacó su cabeza de su tipi, respondió con unos "tss tss tss" en tono burlesco y se acostó también. A Tor le intrigó estas respuestas, pero finalmente durmió también.

    La mayoría de las mujeres se habían cansado ya y fueron a descansar como los aldeanos varones, solo que con el acompañamiento de mujeres pez. Pero tres de ellas, Gwen, Meli y Merut, parecían aún tener mucha energía, enseñando sus bailes tradicionales a sus nuevos compañeros masculinos. Estos empezaron a decirse cosas entre si, inentendibles por las chicas debido a la ausencia del soñoliento traductor, pero sonaban a que planeaban algo. De todos modos las chicas lo pasaron por alto, Gwen y Meli estaban más concentradas en lo sumamente feliz que parecía estar su usualmente decaída compañera, más de lo que lo había estado en mucho. "Fue buena idea venir después de todo" pensaban aliviadas.

    Sus compañeros de piel oscura detuvieron su baile un momento y se dirigieron lentamente fuera del asentamiento haciendo señas a las chicas para que los siguieran. Meli empezó a seguirlos sin pensárselo mucho pero fue frenada rápidamente por su amiga de más edad.

    —Parecen buenos chicos —dijo Meli.

    —Si, pero no les daría tanta confianza tan pronto —respondió Gwen—. Yo estoy preparada para cualquier cosa, pero lo último que quiero es darle una mala experiencia a Merut la primera noche en nuestro nuevo hogar —añadió susurrando, a lo que Meli estuvo de acuerdo.

    Los hombres pez trataron de convencerlas explicándose lo mejor que podían verbal y gesticularmente, pero la zanja del idioma que los separaba demostró ser demasiado amplia. Sin embargo, uno de los chicos se animó a tratar de saltarla. Este dibujó un círculo en la tierra e hizo un gesto abarcando todo el asentamiento; luego dibujó seis puntos dentro de este y señaló a las chicas, sus compañeros y él; a continuación encerró esos seis puntos y dibujó una línea serpenteante que iba de estos hasta otro círculo que dibujó, y luego, todavía arrodillado, miró a las chicas con una sonrisa algo incómoda para ver su reacción.

    —Quieren llevarnos con ustedes a otro lugar, no necesitabas hacer dibujitos para que lo entendiéramos —espetó de manera cortante Gwen.

    Justo después uno de los compañeros del dibujante le dijo lo mismo en el idioma de la tribu, deprimiendo a su amigo. Aún con la zanja del idioma entre ellos, Gwen y ese hombre pez comprendieron que dijeron lo mismo, y se rieron al unísono del sufrimiento del dibujante.

    —Jopé, no hace falta ser tan borde con él, ¡hace lo mejor que puede! —comentó Meli, consolando al dibujante abrazándolo y acariciándole la cabeza.

    En medio de la escena, el hombre pez que se había quedado atrás se dirigió hacia Merut danzando como le habían enseñado las chicas pero con movimientos mucho más lentos y pausados. Esta al principio se confundió como el resto de los allí presentes, pero pronto le siguió el juego. El chico dirigió la danza sutilmente hacia fuera del asentamiento, Merut se tropezó en la oscuridad al alejarse de la fogata, pero fue atrapada hábilmente por su compañero, a lo que ambos rieron y prosiguieron su camino, esta vez andando con más cuidado. Pronto, Gwen ofreció su mano a hombre pez que fue tan cruel como ella con aquel dibujante, y el primero la llevó felizmente con su amiga. Meli no fue tan elegante, solo levantó al hombre restante y lo arrastró con ella para seguir a sus compañeras.

    Caminaron varios minutos bajo la tenue pero útil luz de la luna y las estrellas hasta llegar a la entrada de una cueva bastante más pequeña que la que la de la Aldea de las chicas usaba para sus rituales. Mientras el bailarín del grupo encendía una fogata para hacer antorchas para la cueva, el dibujante del grupo pareció explicar con mucha emoción la historia del lugar que veían ahora, de tal manera que a las chicas les recordó a un gran narrador de historias de su hogar anterior.

    —... ¿qué les parece? —preguntó el dibujante, pero su audiencia femenina no supo que responder, o siquiera si había que responder. La zanja del idioma atacaba de nuevo.

    —Deja de hacer eso, recuerda que son extranjeras —le recalcó su compañero cruel en su idioma.

    —Pudiste interrumpirme antes entonces —le replicó.

    —No quería hacerlo, me gusta ver lo alegre que te pones contando esas cosas —le respondió, consolando un poco a su amigo.

    —Oh, antes de entrar —recordó el dibujante—... Michin —dijo a las chicas señalándose a si mismo—, Pali señaló a su compañero de al lado y tocaba su hombro—, Iʻa —señaló al compañero que les pasaba las antorchas.

    Luego de que las chicas se presentaran propiamente como sus compañeros, y que todos trajeran algunas ramas consigo, se adentraron juntos a la cueva. Ya la entrada era apenas lo bastante grande para pararse, conforme se adentraban más y más profundo se volvía más y más pequeña, hasta que se encontraban arrastrándose en sus vientres a través de las rocas. La tranquila luz de los astros nocturnos se desvaneció, la cueva era ahora iluminada solo por las dinámicas llamas de las antorchas. A la distancia se empezaba a escuchar el sonido de agua goteando. Se alcanzaba a apreciar lo que parecía ser la segunda cámara de la cueva. Los hombres, quienes iban adelante, entraron primero y pidieron a sus acompañantes que les pasaran las ramas que tenían y esperaran un poco en el sitio. Fue cuando el interior de la cueva se vio iluminado por una humilde fogata cuando los hombres pez ofrecieron su ayuda para que las chicas pasaran.

    Finalmente, tras lo que se sintió como un pasaje al otro mundo, las chicas se hallaban dentro de la segunda cámara de la misteriosa cueva, y era... no tan impresionante como esperaban.

    —... Hace frío aquí —espetó Merut frente a la fogata.

    —No hay pinturas, o estatuas... ni siquiera luciérnagas o algún otro animal brillante que embellezca esto —dijo Gwen.

    —¿Te imaginabas todo eso? No creí que fueras del tipo fantasiosa —comentó Meli entre risas, seguidas de un "¡cállate!" por parte de Gwen.

    —... No parece que les impresione mucho —comentó Iʻa algo decepcionado.

    —Le dije a Michin que no era una buena idea —añadió Pali con algo de arrogancia. Pali esperaba que su amigo respondiera triste a su comentario, pero Michin estaba demasiado distraído jugando a hacer sombras en las paredes para haberlo oído.

    —Es talentoso —juzgó Meli viendo el show atentamente.

    —¿A lo mejor nos trajeron aquí para ver mejor las sombras que hace su amigo? —dijo Gwen—... me esperaba más de Pali, parecía más interesante que esto —añadió tras mirar al mentado hombre pez.

    Ambas chicas y los dos chicos desocupados se sorprendieron al escuchar repentinamente a Merut empezar a cantar. Resulta que los rítmicos sonidos de goteo haciendo eco en la cueva, la pasión con la que Michin hacía su teatro de sombras, y sus recuerdos de los cantos de los ancianos en los rituales de su Aldea le despertaron la inspiración de imitar a estos últimos. Nunca aprendió el idioma de las canciones de los viejos sabios, pero eso no impidió a Merut tararear sonidos parecidos dejándose llevar por su inspiración.

    Iʻa, inspirado por las dos personas más alegres en la cueva en ese momento, tomó palos y piedras y trató de improvisar algún ritmo que a sus oídos combinara bien con lo que estaba pasando. Meli, no queriendo quedarse atrás, aplaudía, bailaba y cantaba según le parecía que quedaba mejor. El hombre pez más serio, Pali, acabó cediendo al ambiente pseudo festivo y acercó sus manos a Gwen invitándola a bailar, cosa de la que está al principio se rió pero acabó aceptando muy rápido.

    El musical, si así se le puede llamar, resultante de todo esto... era de todo menos armónico. Para cualquiera ajeno a la situación que llegara de repente sonaría como una vergonzosa tortura al oído por parte de gente que ha perdido la cabeza o se encuentra en medio de un trance, y la mayoría de viejos sabios aldeanos se sentirían ofendidos por un uso tan ridículo de sus ritos ancestrales... pero a las seis personas de la cueva les daba igual, hasta las más maduras, que eran conscientes de lo ruidosas que eran sus actividades, se lo estaban pasando en grande. En esos momentos, esos ruidos caóticos y desafinados sonaban mejor que cualquier cántico espiritual.

    Su noción del tiempo estaba completamente perdida por la situación, solo recordaron donde se encontraban cuando inadvertidamente se quedaron sin fuego tras largo rato. Como consecuencia, su salida de la cueva y vuelta a la tribu se vio complicada, pero todos sintieron que valió completamente la pena...

    . . .​

    El gran Dyeus de los cielos devolvió su bendición luminosa a la tierra como acostumbraba cada mañana, y los humanos se levantaron a retomar sus actividades, que para los viajeros provenientes de la Aldea era continuar su camino en busca de piedra negra, por lo que se dirigieron a la costa marina a recibir las embarcaciones especiales que los hombres pez acordaron darles como agradecimiento por las mujeres, de las cuales algunas se despidieron de sus compañeros aldeanos desde el asentamiento, pero la mayoría los acompañó hasta la playa para ello. Varias de las que fueron lucían algo soñolientas y contaban ya con fieles y cercanos acompañantes masculinos igual de cansados.

    Antes de subirse a las embarcaciones, a los viajeros se les ofrecieron como regalo unas icónicas cabezas talladas como las que había en la tribu para cada uno.

    —Esto es un gran signo de respeto por nuestra parte, son representaciones de lo que ustedes podrían llamar "dioses" en su idioma por decirlo de algún modo —explicó Woder sosteniendo cinco de esos ídolos entre sus brazos—. Hasta pensamos darles los de roca, más valiosos, pero eso les podría dar problemas en el agua, así que nos decidimos a darles las de madera, que también son un poco más pequeños.

    —Mejoraste bastante tu, um, ¿aldeanés?, por lo que veo —comentó Medwlkwos—. Hacer de traductor del amor toda la noche te sirvió bastante —añadió más sonriente.

    —Muchas gracias por este gesto, viejo amigo —agradeció Tor los obsequios—. Es una valiosa muestra de confianza por-

    —¡No, no, no, no, no, no! —interrumpió nervioso Kred, quien luego jaló al resto de sus compañeros para juntarlos a discutir lejos de los hombres pez.

    —¿Qué sucede, Kred? —preguntó Tor, confuso.

    —¿No oyeron al traductor? Esos son sus dioses, no los nuestros, ¡¿y si Dyeus, gran patriarca de los cielos, se pusiera en nuestra contra por sus celos al vernos llevar eso?! —sugería histérico.

    Los comentarios confundieron a tres de sus compañeros, pero Hedwiro añadió con un tono de desprecio y arrogancia:

    —Además, esas cosas son feas. Redondas, simples, hechas con manos torpes, son creaciones muy inferiores a nuestras esculturas femeninas de las que Tor dijo que se inspiraron. El solo verlas me da asco, no pienso tolerar llevar una conmigo durante todo el viaje.

    —Para mí se ven graciosos, me gustan —comentó Megwer.

    —...Bajen un poco la voz —comentó en voz baja Medwlkwos preocupado al notar a los hombres pez mirándolos confundidos a lo lejos.

    —Discutamos esto cuando estemos lejos en el mar y no haya peligro de poner a nuestros valiosos aliados en nuestra contra —ordenó Tor.

    —¡Pero!-

    —¡Megwer, ayúdame con esto! —interrumpió Medwlkwos a Kred, dominando a este con ayuda de su gigantesco compañero para llevarlo a su bote y evitar que diera más problemas. Tor aceptó de nuevo los regalos de los hombres pez y los llevó a las embarcaciones.

    Solo habían dos botes, pero eran tan grandes que podían llevar a dos o tres personas y aún así tener mucho espacio extra para transportar cosas. Eran alargados, con puntas triangulares y un poco más anchos por el medio. Estaban hechos muy hábilmente de incontables juncos hábilmente atados. Verdaderamente una maravilla tecnológica al lado de los simples y muchas veces pequeños troncos ahuecados a los que estaban acostumbrados los aldeanos. Su origen era desconocido además. Cuando Tor preguntó a Woder cómo habían fabricado estas maravillas, este último respondió que no fue obra de su gente, sino que otra tribu se los ofreció a cambio de sus tierras, la poca piedra negra que comerciaron con la Aldea, entre otras cosas, y que dicha tribu los había conseguido a su vez de unos misteriosos comerciantes que parecían provenir de tierras muy lejanas. Tor no pudo evitar sentir una emoción interna al escuchar sobre estas gentes misteriosas de lugares desconocidos, había heredado el espíritu explorador de su padre después de todo, pero aún así priorizó concentrarse en su misión.

    —Oh, por cierto —recordó Woder—, tengan cuidado con las vacas marinas si se acercan a los botes. La tribu de la que los conseguimos nos contó que intentaron comérselos, por eso la punta de uno está un poco mordida.

    —¿Vacas marinas? —preguntó Kred confuso e intrigado.

    —Son animales de por aquí. Creo que no tienen nombre en el idioma de los aldeanos, el señor Hner decidió llamarlos vacas marinas cuando los conoció. Son grandes como vacas, pero sus patas no terminan en pezuñas, terminan en grandes garras planas —explicó Woder.

    —Suena peligroso —respondió Kred preocupado.

    —No hay problema, comen plantas acuáticas. Solo deben cuidarse de que no se acerquen a los botes —aclaró el traductor.

    Finalmente el grupo zarpó hacia las islas de piedra negra. Medwlkwos, Megwer y Tor saludaron despidiéndose de los hombres pez y sus compañeras hasta que desaparecieron en el horizonte. Hedwiro y Kred por su parte solo se concentraron en remar y llegar lo bastante lejos para que les permitieran tirar los ídolos al mar de una vez. Una vez que estuvieron lo bastante lejos de la costa, Tor preguntó al grupo:

    —Me quedaré con mi escultura, quiero que mis hermanos la vean, ¿qué harán ustedes con las suyas?

    —La conservaré también —respondió Medwlkwos—, no creo que al gran Dyeus le moleste que sus seguidores fieles tengan de compañía a otros dioses. Es el más grande de los patriarcas después de todo, seguro hasta estos dioses le veneran.

    —Son bonitas —comentó Megwer sosteniendo la suya en una mano—, pero ya que Hedwiro y Kred las van a tirar voy a aprovechar para tirar la mía también, quiero ver que la tan lejos la lanzo desde aquí —se levantó en su bote y la lanzó al mar con tal fuerza que rebotó varias veces en la superficie del mar, salpicando grandes discos verticales de agua al girar—. ¡Bien! —exclamó triunfante— Ojalá tuviéramos de estas en nuestra Aldea, cuando lo hago con piedras no sale tan bien.

    Hedwiro solo dejó caer la suya al agua sin mayor importancia tras verla con desprecio a los ojos tallados. Kred tomó la suya y la tiró con el mismo asco que si se tratase de una herramienta embarrada de mierda. Las cabezas desechadas flotaban a la deriva mirando en dirección a las embarcaciones como si se hubieran sincronizado a propósito, perturbando a Kred cuando lo notó y dando una extraña sensación de lástima a Tor.

    "Espero que esos dioses no se enfaden con nosotros" pensó el viajero.
     
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    Elliot

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    La guerra de la piedra negra
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    Devastados y horrorizados por la carnicería que presenciaron momentos atrás, el grupo de viajeros fue directamente a refugiarse en la primer mina que hallaron en la base de una de las montañas más cercanas.

    —¿A dónde vas, Kwonos? —preguntó Pertkos al ver como este se levantó tras acostar al inconsciente Yuhnprek en el suelo de la entrada de la mina.

    —Hay que recolectar madera para unas antorchas, debemos ir a minar lo antes posible —respondió.

    —Primero vamos a descansar aquí por la noche. Cuando Dyeus vuelva a iluminar al mundo saldremos en busca de una mina mejor —comentó Leikw.

    —Está servirá. Mientras antes consigamos la piedra negra para poder irnos, mejor —dijo con cuerpo y voz temblorosos.

    —Minar no es sencillo —respondió Pertkos—. Podemos revisar esta rápido por la mañana si quieres, pero ahora hay que reponernos —explicó con un tono gruñón—. Así si si nos encontramos a esos monstruos o cualquier otro peligro mientras picamos al menos tendremos energías para enfrentarlo. Así que cálmate y ven aquí.

    Kwonos suspiró y accedió. Los cuatro se adentraron un poco en la mina pero solo lo suficiente para no ser vistos mientras dormían.

    A la mañana siguiente, recolectaron sigilosamente madera y encendieron una pequeña fogata, oculta del alcance de la visión de la cercana gran aldea, para hacer antorchas. Como acordaron con Kwonos, fueron a probar suerte en esta primera mina antes de arriesgarse a ir a otras.

    Vigilando la entrada se hallaban Pertkos y Yuhnprek. Adentrándose en la mina fueron Kwonos y Leikw.

    Lo primero que notó el par que se adentró a la mina fue como esta tenía muchos indicios de haber sido explotada durante incontables generaciones; sus pasadizos tenían una altura cómoda para transitar, pero se extendían hasta las más recónditas profundidades, volviéndose cada vez más bifurcados y sinuosos, siendo más desorientadores que un frondoso bosque en una noche nublada sin luna. Se adentraban más y más con la esperanza de que aún quedara suficiente material fácilmente extraíble para volver a su hogar.

    Los vigilantes en el exterior, por su parte, también podían apreciar los signos de que estas montañas fueron muy visitadas en el pasado. No hacía falta una vista aguda para notar las decenas de entradas a otras minas no muy lejos, y esas solo eran las que se alcanzaban a apreciar a simple vista. También notaban marcas de incendios en dichas entradas.

    —... Nuestra Aldea fue de las últimas en sentir la escasez que empezó aquí ¿verdad? No debe de quedar nada entonces... —pensó en voz alta Yuhnprek, desesperanzado.

    Antes de que Pertkos pudiera responder algo, los vigilantes notaron como un grupo de mineros salían de una entrada cercana. Ambos se paralizaron al verlos, identificándolos de inmediato como los habitantes de aquella aldea maldita. Los mineros, por su parte, los miraron unos momentos antes de reconocerlos como extranjeros, pero una vez lo hicieron se dirigieron corriendo agresivamente hacia ellos.

    —Esto es malo... —comentó Leikw dentro de la mina, cuyas paredes, suelo y techo estaban llenos de huecos donde otrora hubieran menas de minerales muy buscados, entre ellos la preciada piedra negra, pero de la que ahora solo quedaban trozos tan pequeños que la mayoría eran inservibles hasta para usarse en puntas de flechas— Parece que ya está todo picado, y ya nos adentramos bastante...

    —Apenas dejamos de ver la luz del sol y no parece que esta mina vaya a terminar pronto, no hay que desanimarse aún, compañero —respondió Kwonos—. En el peor de los casos, solo tendremos que ir a otra- —Kwonos interrumpió súbitamente su comentario tras fijarse en algo—... ¿escuchas eso? —preguntó alerta.

    —Si —respondió Leikw, preparándose mentalmente para la posible pelea.

    Se escuchaban unos fuertes y rápidos pasos que se dirigían hacia a ellos, pateando y arrojando violentamente las piedras del suelo que habían colocado para marcar su camino. El par de viajeros no tardó en ocultarse en la oscuridad alejados estratégicamente de las antorchas que dejaron en el suelo. Estaban preparados para el inminente combate. Afortunadamente para todos, el corredor en la cueva era consciente de ello, y gritó:

    —¡Kwonos, Leikw, no nos ataquen! ¡somos nosotros!

    —¡Pertkos! —gritaron al unísono los dos viajeros al reconocer la voz familiar de su compañero—. ¿Qué ocurrió afuera? —añadió Leikw luego de que saliera de su escondite junto con Kwonos. Antes de que alguien pudiera responder, el grupo empezó a escuchar muchos más pasos a lo lejos.

    —¡Unos demonios de aquella aldea nos vieron fuera de la mina y nos persiguen! ¡sigan corriendo! —gritó Pertkos sin detenerse, arrastrando al joven Yuhnprek consigo, pues este se había quedado paralizado al no saber como reaccionar tras ver a esos guerreros enemigos de nuevo. Pertkos tuvo que dejar atrás las provisiones para poder traer a su compañero.

    El grupo de viajeros se adentró sin cuidado a las profundidades de la complicada cueva artificial con sus engañosos caminos. Tuvieron que pasar un largo rato así hasta que finalmente dejaron de escuchar los acechantes pasos y gritos de aquellos guerreros. Se habían librado de sus depredadores, pero ahora se encontraban perdidos en una trampa subterránea.

    Privados de la bendición del patriarca de la luz de los cielos, de cualquier punto de referencia convencional que les sirviera de guía como las nubes, las plantas o hasta la dirección del viento, los infortunados aldeanos estuvieron vagando desorientados recorriendo una incalculable distancia por inmedible tiempo. Inevitablemente las únicas dos antorchas que llevaban se apagaron. Hundidos en la más absoluta de las oscuridades conocidas, habiendo perdido la guía hasta de sus propias sombras, y sin nada por hacer, los viajeros optaron por acostarse a dormir, esperando recuperar fuerzas y ánimos antes de continuar. Ese descanso fue de todo menos reparador; las duras rocas y el frío aire dificultaron mucho entrar en sueño, incluso cuando los viajeros se juntaron en busca de calor.

    Dormir fue incómodo, pero despertar era aún más desagradable debido a sus propios gritos a lo largo de lo que estimaban era la noche. El primero en gritar fue Leikw, quien sintió las pisadas de pequeñas criaturas de múltiples patas puntiagudas trepando sobre su rostro. Fue un grito más de susto repentino que de terror profundo, mas estando tan cerca de sus compañeros sumado al eco de la cueva fue suficiente para despertarlos. Continuaron su sueño en grupo, pero más tarde Yuhnprek empezó a moverse violentamente, despertando a los gritos luego de que su compañero Pertkos tratara de calmarlo. El pobre joven tardó unos segundos en recordar que se encontraba perdido en una cueva lejos de casa tras despertar, cosa que le bajó aún más los ánimos. Finalmente, antes de que el grupo pudiera retomar su letargo, Kwonos soltó un grito repentino de desesperación.

    —¡¿Ahora que ocurre?! —preguntó Pertkos enojado.

    —... Nada, lo siento... sigamos durmiendo —respondió Kwonos apenado. Había tratado de mantener la compostura desde ayer, pero poco a poco sentía como esta situación lo estaba destruyendo mentalmente.

    —¡De ninguna manera! —gritó Pertkos— A este paso me volveré un loco gritón como ustedes, ¡hay que salir de aquí... ¡ouch!... cuanto antes! —expresó habiéndose golpeado la cabeza con el techo de la mina tras levantarse rápido. Los viajeros continuaron el camino, agarrándose de las ropas de sus compañeros para no separarse.

    . . .​

    Sintieron como pasaron los días, como sus fuerzas se iban desvaneciendo y su salud deteriorando. Sobrevivían a duras penas sorbiendo la humedad de las paredes de la cueva y consumiendo el cuero de sus propias vestimentas. Pertkos trató de cazar una de las criaturas que se trepaban en ellos cuando dormían, pero una dolorosa cortada en la mano izquierda que lo dejó sangrando lo disuadió de volver a intentarlo, conocía muy bien lo fácil que una herida profunda sin el cuidado apropiado puede matar.

    Aún en sus deplorables estados, los aldeanos continuaron su camino, a veces erguidos, otras arrastrándose a cuatro patas rindiéndose debido a la delgadez de algunos segmentos de los túneles o a su propio cansancio, aún sin un rumbo claro. Cuando su moral llegaba a lo más bajo, pensaban que de ellos mismos solo quedaban almas vagando en un mundo posterior a la muerte, pero lograban alejar esos pensamientos pesimistas al recordar sus lazos con el mundo de la superficie. En el caso de Kwonos eran su hermana, un ocaso que lo esperaba en la Aldea, y Dákru, quien aunque su cuerpo había muerto hace mucho sus palabras sobre ser el fuego protector del hogar que los vio nacer a ellos e incontables generaciones de sus ancestros se mantenían firmemente talladas no solamente en su mente sino que también en las de sus compañeros.

    Tras otro largo tiempo de caminar, los viajeros encontraron al fin algo interesante:

    —¿Huh? —espetó Pertkos, intrigado tras pisar unos objetos que se sentían y sonaban distinto al resto de rocas.

    —¿Q-qué ocurre? —preguntó Yuhnprek.

    —... Huesos —respondió tras manipular uno, confirmando que se trataba de uno por su textura y forma—. Muchos huesos —añadió tras pisar y manipular muchos otros con solo buscar cerca. Pronto sus compañeros se le unieron.

    —¿Son de...?

    —Por este cráneo creo que son de lobo, no... de oso. De uno enorme, de hecho. No sabía que podían crecer tanto —interrumpió Kwonos la pregunta de Yuhnprek mientras manipulaba un enorme cráneo de oso.

    —Encontré otro cráneo, pero creo que es de león —añadió Leikw—. ¿Murieron peleando aquí abajo?

    —Quizás, pero estos huesos están todos mascados —señaló Pertkos—, algo se los comió después. Debe haber una salida cerca de aquí, lo bastante para que lo que se los comió encontrara los restos o los trajera. Vamos.

    La esperanza de poder volver a ver la luz del sol y salir de ese agobiante mundo de las tinieblas subterráneo en que se hallaban los revitalizó en algo, y se dirigieron hacia adelante a través del montón de huesos. Tras un largo rato así, se toparon con otro montón de huesos que elevó aún más sus esperanzas de estarse acercando a una salida. Notaron, sin embargo, como estos nuevos huesos parecían pertenecer a animales distintos; reconocieron decenas de cascos, algunos de caballos, cuernos de renos, unos enormes huesos e irreconocibles cráneos lo bastante robustos para no estar tan fragmentados como el del resto de herbívoros, y...

    —¿Qué te pasa, Kwonos? —preguntó Pertkos al escucharlo respirar fuerte e intranquilo mientras inspeccionaban los huesos. Kwonos no dijo nada, se limitó a pasar lo que había encontrado a Pertkos—... Ya veo —concluyó tras inspeccionarlo.

    —Quiero ver —dijo Yuhnprek impaciente acercándose rápidamente a su compañero—... tss —espetó con miedo, rabia e impotencia.

    —... Es de una persona, ¿verdad? —preguntó Leikw.

    —Si —respondió Pertkos—. Tiene una forma un poco rara y como unas cejas grandes, pero definitivamente lo es.

    Antes de que pudieran pensar más al respecto de su desalentador descubrimiento, los viajeros empezaron a escuchar unas tétricas risas a lo lejos acercándose. Su tono les recordó a la lúgubre noche anterior viendo a los aldeanos vencedores festejando su sanguinaria victoria.

    —Deben ser los come hombres de los que escapamos —supuso Pertkos.

    —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Leikw.

    —No hay forma de que en el estado en que estamos ahora tengamos alguna oportunidad contra ellos, pero si logro llevarme aunque sea a uno conmigo antes caer —explicó tomando una gran roca con una mano y un robusto fémur roto con la otra—... me sentiré mucho más satisfecho que pudriéndome en este inframundo el resto de mi vida —Leikw siguió su ejemplo y ser armó con el sólido extremo de un hueso largo y una puntiaguda costilla, pero Kwonos y Yuhnprek llevaban rato sin decir nada ni reaccionar, temblando en sus posiciones.

    Las risas sonaban cada vez más cercanas a la posición que el grupo mantenía. Llegó un punto en que podían distinguir que habían dos de ellas, pero no había forma de saber si los emisores de esas carcajadas estarían acompañados o no por otros come hombres más silenciosos, ya que no parecían iluminar su camino de ninguna forma, estando tan a oscuras como sus presas.

    Finalmente los viajeros los escucharon a tan solo unos metros de ellos. Pertkos y Leikw arremetieron, atacaron arrojando los pesados objetos que tenían mientras soltaban fuertes gritos de guerra, los cuales parecieron animar a sus temblorosos compañeros, Yuhnprek y Kwonos, quienes soltaron después gritos de rabia y desesperación respectivamente, arrojando todo lo que tuvieran a su alcance contra el enemigo. Esperaban morir brutalmente poco después de su ataque, pero lo que ocurrió los tomó por sorpresa: Escucharon gruñidos y llantos de animal.

    —¡¿Vienen con perros?! —exclamó Leikw agitado.

    Las risas continuaron aún bajo el asalto, como si esas personas fueran inmunes al dolor o amantes de este, pero luego de unos momentos se empezaron a escuchar más distantes.

    —... ¿se retiraron?... —preguntó Kwonos agotado. Los cuatro viajeros permanecieron confusos por la situación unos momentos, hasta que uno de ellos actuó.

    —¡¡¡ARGH!!! —gritó Yuhnprek desde lo más profundo de su ser, persiguiendo a esos risueños monstruos antes de perderles el rastro, dejando atrás a sus compañeros. El resto de viajeros tomó el mismo camino, ahora sin preocuparse por sostener la ropa del otro.

    Tras una corta persecución, avistaron a lo lejos algo que les hizo olvidarse momentáneamente de todo el cansancio y sufrimiento por el que habían pasado los últimos días: Kwonos, Leikw y Pertkos vieron como la silueta quieta de Yuhnprek era bañada con el brillante día que entraba por la apertura de la cueva. La bendición de Dyeus volvió a alcanzarlos, volvieron a ver la luz del día. Elevaron sus puños a lo alto del cielo celebrando su vuelta al mundo exterior, algunos inevitablemente se desplomaron al suelo de rodillas de lo agotados que se encontraban. Lloraron de alegría.

    Mientras admiraba el gran disco de fuego del grandioso Dyeus en los cielos, tapándolo con su mano derecha para no cegarse ante su grandeza, notó tras secarse las lágrimas como dicha mano se encontraba en extremo desnutrida y pálida. Se fijó en el resto de su cuerpo y en sus compañeros, todos compartían el mismo estado físico lamentable. Luego de que se lo mencionara a ellos, notaron también como habían ignorado que todo el sitio estaba helado, nevado y en lo alto de una montaña pequeña. "¿Dónde estamos? ¿cuánto tiempo estuvimos allá abajo?" eran dudas que ahora acechaban a sus mentes.

    En medio de una urgente búsqueda de madera que se pusieron a realizar al momento, encontraron una cueva que parecía más apropiada que de la que habían salido para refugiarse de la leve tormenta de nieve que se acrecentaba poco a poco. Una vez acomodados dentro de la entrada de esta nueva cueva, ahora que la gran tormenta les quitaba la opción de salir en busca de otra, notaron como esta tenía gruesos mechones de animal y unas marcas de arañazos en sus paredes, algunas más grandes que las de cualquier carnívoro que conocieran. Aún desarmados, decidieron confiar en la protección que su gran fogata les daría. Ni siquiera trataron de asignar turnos de guardia estaba vez, estaban todos carentes de fuerzas y no podían resistir el poder dormir en un espacio grande, caliente e iluminado como no lo habían hecho en lo que sentían fue una eternidad.

    . . .​

    La tormenta se había calmado. Lo primero que Kwonos, el primero en despertar, escuchó fueron los cantos amables de las aves mañaneras, y lo primero que vio... fueron las amenazantes lanzas de un grupo de seres extraños como los que no había visto antes.
     
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    Elliot

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    La guerra de la piedra negra
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    Aventura
    Total de capítulos:
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    Sereno y sencillo fue el viaje por mar. Los viajeros se turnaban el dormir durante la noche para hacer de guardia y agilizar el recorrido. Durante los dos descansos diarios para comer, dos de los viajeros en concreto gustaban de devorar rápido su comida para así tener tiempo, mientras sus compañeros aún almorzaban desayunaban o cenaban, de competir por ver quien lograba la atrapada más grande en su competición de pesca.

    —¡Este es enorme! ¡no hay forma en que ganes! —gritó triunfante Megwer sosteniendo un recién atrapado atún mayor que un niño aldeano y que incluso con su enorme fuerza le costaba sostener fuera del agua mientras aún se movía violentamente. Kred lo miraba impresionado, deseoso de unirse pero que evitaba de hacerlo por su miedo a provocar de alguna manera de los dioses extranjeros del mar. Hedwiro en cambio apenas podía tolerar todo el barullo de su compañero de embarcación.

    —No cantes victoria aún, grandote. ¡Tengo a los dioses pez de mi lado! ¿recuerdas? —respondió Medwlkwos refiriéndose a los dos ídolos de que él y Tor mantenían en su bote. Como si de una bendición, o quizás una cruel broma, de estos dioses se tratara, cuando el pez que Medwlkwos tenía enganchado, un extraño animal plano de medidas similares a las del atún de Megwer, al fin se acercaba a la superficie, fue engullido entero de un bocado por un pez aún mayor, de una boca ancha y complexión en extremo robusta, rompiendo la caña del pescador y casi volcando su nave.

    —¿Estás bien? —preguntó Tor sujetando a su compañero que casi cayó al agua tras el empujón del enorme pez.

    —He perdido de nuevo, ¡por su puesto que no estoy bien! —exclamó Medwlkwos desanimado.

    —Ya dejen las idioteces y continuemos remando —dijo Hedwiro malhumorado tras quitarle su captura a Megwer devolviéndola al agua de un golpe con su remo.

    —Aw, lo quería comer cuando llegáramos a tierra para celebrar —espetó el grandote decepcionado.

    —De todos modos puede que la carne de ese pez ya estuviera en mal estado cuando encontráramos la isla que buscamos —comentó Tor.

    —Jamás iba a comer tu mugre pescado, Megwer. Atraparé uno mejor cuando lleguemos —respondió Medwlkwos en un tono competitivo pero amigable para animar a su compañero.

    En los días siguientes, luego de explorar unas pocas islas que se encontraron, hallaron finalmente la que buscaban, identificándola fácilmente a gran distancia por la gran montaña de sima humeante que se erguía en ella, de la cual habían escuchado historias hasta en su lejana Aldea incluso antes de la que la visitara el gran Hner, especialmente de su ardiente sima de la cual al par de competitivos pescadores del grupo visiblemente no les faltaban ganas de investigar, y más discretamente a Tor tampoco, pero este último y los demás miembros los persuadieron de concentrarse en su misión y evitar riesgos innecesarios al ser un trabajo de gran importancia para el bienestar de su hogar.

    Al ver que no parecía haber nadie más aparte de ellos en la isla en el momento, el grupo decidió dejar sus botes cerca de la costa, atándolos a unos árboles como única medida de seguridad. Fueron entonces a explorar la imponente montaña en busca de algún buen lugar para minar, de los cuales encontraron varios rápidamente, teniendo así el tiempo de día y posibilidad de elegir el mejor entre ellos.

    Recolectaron grandes cantidades de madera y hierba seca e iniciaron un gran fuego dentro de una pequeña mina poco explotada. Tor y Hedwiro se quedaron en su sitio cuidando de las llamas en el más absoluto, casi mutuamente incómodo, silencio. En cambio, el resto de miembros aprovechó el momento retomando su competencia de pesca, ahora también con la participación de Kred; esperando repetir las enormes capturas anteriores y tener tiempo de cocinarlas con el fuego de la mina antes de ponerse a trabajar. Para decepción de los competidores, ninguno atrapó algo mayor que sus antebrazos, y cuando se dieron cuenta el fuego de la mina estaba siendo ya extinguido. Su decepción fue tal que ninguno se interesó en proclamarse ganador.

    Aún así, una comida de pescado asado y pan más tarde, los viajeros estaban ya listos para continuar. Con la roca de las paredes de la mina debilitada por las grandes llamas fue fácil picarla con las herramientas de cuerno de reno que traían y llegar así al preciado mineral oscuro que lograron conseguir en grandes cantidades sin adentrarse demasiado bajo tierra. Una vez obtenido lo que vinieron a buscar aquí, los viajeros llenaron sus cestas y jarrones como pudieron y regresaron a sus embarcaciones, todo antes de acabarse la tarde. Sin embargo, al llegar a sus botes se encontraron con unos indeseados visitantes.

    —¡Ey, ey! ¡fuera, fuera de aquí! ¡shu! —gritó Kred al ver a un par de extraños animales de gran tamaño, a los cuales identificó como las dichosas vacas marinas de las que el traductor pez les había contado, mascando la estructura de los botes de lino. Las criaturas no parecieron molestarse en lo absoluto, haciendo sentir un poco débil a Kred. Solo se alejaron cuando el resto del grupo empezó a gritarles también.

    Una vez resuelto ese leve obstáculo, los viajeros empacaron las piedras obtenidas, defecaron una última vez en tierra firme, pues hacerlo en alta mar era incómodo con tanto movimiento, y zarparon triunfantes de regreso a su hogar. O eso esperaban.

    Durante el turno de guardia de Kred y Tor, navegando a través de aguas algo agitadas pero controlables, fueron repentinamente golpeados por una enorme ola que parecía haber salido de la nada. El impacto despertó al resto de la tripulación.

    —¡¿Qué ocurre?! —se preguntó Hedwiro.

    —¡La piedra negra! —exclamó Megwer llevándose las manos a la cabeza.

    —No se preocupen por eso, recuerden que cerramos bien sus recipientes y los atamos bien a los barcos —les recordó Medwlkwos, agitado.

    —¡Ustedes! —gritó el grandote llevándose las manos a la cabeza nuevamente al ver que los botes se alejaban entre si por las fuertes olas. Cuando a duras penas pudieron los viajeros volver a acercar las embarcaciones, el gigantesco Megwer se abalanzó al bote de Medwlkos y Tor para tratar de mantenerlo cerca del suyo con su bestial fuerza.

    —¡¿Pero qué haces, vaca marina?! ¡vas a matarnos a todos! —gritó Hedwiro a su compañero, justo antes de que un gran rayo impactara a lo lejos, anunciando una tormenta aún mayor.

    —¡Son esos dioses extraños! sabía que no eran confiables, ¡el gran Dyeus no los quiere de regreso en la Aldea! —gritaba Kred, al frente del bote intentando pasar por Hedwiro para usar a su gran compañero de puente hasta el bote de al lado y así llegar a los ídolos para deshacerse de ellos.

    "¡Mis compañeros son unos ineptos!" pensaba Hedwiro rabiando mientras trataba de estabilizar su muy caótica nave. El ver como Medwlkwos y Tor eran incapaces de tranquilizar a los problemáticos miembros en su embarcación acabó con la paciencia de Hedwiro, haciendo que este diera un fuerte golpe a Kred con el remo.

    El golpe hizo que Kred perdiera el poco equilibrio que tenía y cayó al ahora más violento mar. Megwer, al tratar de atrapar a su compañero caído, sacó sus piernas del bote de Hedwiro y quedó colgando de un brazo del otro bote, fallando en su intento de rescate. Estando el barco de tres personas demasiado caótico para manejarse, y el de Hedwiro con muy poca fuerza humana con la que contrarrestar a las implacables corrientes, acabaron ambos separándose inevitablemente a afecto de las cada vez más grandes y potentes olas, sin rastro de Kred a la vista de ninguno.

    El tiempo y la situación del grupo no mejoró en lo más mínimo durante lo que quizás fue un día entero, pero que ellos sintieron como una vida, agotándolos físicamente. Por su parte, la pérdida de Kred, Hedwiro y su bote los agotó sentimentalmente. Tras ver el paso de un muy débil disco solar a través del nublado cielo de Este a Oeste sin que la tormenta pareciera calmarse, fueron cayendo uno a uno ante el cansancio y la desesperanza.

    —... Hicimos todo lo que pudimos... dejemos el resto a los dioses pez... o a Dyeus... o quien sea —dijo Medwlkwos antes de rendirse ante el sueño, siendo el primero de los tres en abandonar totalmente el inútil intento de resistirse al feroz mar.

    —A papá no le gusta que esté despierto mucho rato luego de que oscurezca... buenas noches, amigos —pensó Megwer deprimido en voz alta antes de dejar de remar con sus potentes brazos y se acurrucó como pudo en medio del bote.

    Aún siendo el hombre de menor fuerza física en ese bote, Tor se mantuvo despierto un rato más, luchando contra los elementos, pero acabo sucumbiendo también.

    —Dioses celestiales... padre... —pronunció débilmente antes de ser golpeado por una ola mediana—. Hermanos —dijo al recuperarse del impacto para momentos después dejarse caer como sus compañeros—... lo siento.

    . . .​

    Por la mañana, puede que del día siguiente o puede que de una vida más tarde, unos intensos rayos de luz directos a su cara despertaron a Tor de su turbulento sueño. Lo primero que vio al abrir sus ojos fueron las curiosas miradas de unos seres extraños como los que no había visto antes.
     
    Última edición: 24 Septiembre 2020
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    Elliot

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    Desde el que ahora parecía lejano momento en que abandonaron la aldea de casas largas que los había acogido luego de una confrontación, la tragedia no daba ni un respiro al grupo de viajeros que fueron al norte en su persecución. Cuando al fin parecía que obtendrían algo de paz, nuevamente, luego de tan solo una noche de sueño en una cueva al aire libre fueron encontrados por un nuevo peligro.

    Lo primero que Kwonos, el primero en despertarse, vio en su mañana era un grupo de personas apuntando con lanzas a su grupo, listos para el combate. Por si eso no bastara, esas personas tenían unos rasgos físicos como Kwonos no había visto antes. Lo primero en llamar su atención fue lo claro del color de su piel, no tan extremo como la palidez que su grupo había adquirido tras lo que sintieron como una eternidad en el inframundo, pero si mucho más claro que la piel común de los habitantes de la Aldea, como si fuera el extremo opuesto a los oscuros tonos de los hombres pez. Igual de impresionantes eran los colores de las flamantes cabelleras rojas de dos de los cinco atacantes, color de pelo que Kwonos nunca había visto. Si bien podrían parecer algo majestuosos con tales características a primera vista, un vistazo más detallado a su aspecto revelaba otras que en la Aldea eran consideradas inferiores; eran relativamente bajos y robustos, pero lo más desagradable eran sus protuberancias sobre sus cejas y su frente hundida casi inexistente. Verdaderamente unos humanos extraños.

    Mientras Kwonos aún seguía inmóvil, tanto por el peligro de la situación como por lo fascinantes que se le hacían estas nuevas personas, su aguerrido compañero Pertkos despertó. De inmediato, el fuerte aldeano reaccionó a la situación levantándose y rápidamente arrojando un palo carbonizado de la hoguera gritando con fuerza, haciendo retroceder a sus enemigos y despertando a sus amigos.

    —¡Los palos de hoguera, úsenlos! —gritó Pertkos a sus compañeros tras tomar otro, esta vez aún con algo de fuego. Sin otra cosa que poder usar en ese momento, los viajeros hicieron como dijo.

    Afortunadamente, antes de que se iniciara un brutal combate físico entre los dos grupos, uno de los extraños hombres de pelo rojo bajó su lanza y se puso entre medias de ambos. Para los aldeanos, sus palabras sonaban aún más extrañas que las de los habitantes de las casas largas, pero por su tono y los gestos de sus manos pudieron comprender que ese hombre pedía paz. Y no lo notaron solo en él.

    —¿Vieron eso? —preguntó Pertkos a sus compañeros.

    —... Creo que si —respondió Kwonos—. Te refieres a sus expresiones luego de que el guerrero pidiera paz, ¿no?, parecían aliviados.

    —Exacto, son unos cobardes, así que no tenemos que preocuparnos tanto como con los otros —expresó Pertkos con desprecio.

    —O quizás nunca quisieron pelear en primer lugar —sugirió Leikw.

    —¿Tu le apuntas lanzas a gente con la que quieres charlar? —preguntó Yuhnprek.

    —No —respondió Kwonos. Con una actitud de haber recobrado confianza, se acercó lentamente al hombre de pelo rojo cerca de ellos tras haber tirado su palo carbonizado—... pero a cualquiera que haya tenido la oportunidad de matarme brutalmente y haya resistido la tentación de aprovecharla lo considero un amigo —dijo con una sonrisa extendiendo su mano al extraño hombre.

    El hombre de pelo rojo imitó el gesto de Kwonos al interpretarlo como algo amistoso, cerrando así el saludo. Luego de eso, se dirigió hacia los bosques nevados liderando el grupo de hombres extraños, junto a dos de los cuales hicieron claros gestos de invitar a los viajeros a seguirlos.

    —... ¿vamos a seguirlos? —preguntó Yuhnprek al ver que Kwonos se dirigió hacia los hombres extraños.

    —Kwonos les acaba de decir su frase favorita en un tono emotivo, ¿tú que crees, muchacho? —respondió el poderoso Pertkos antes de ponerse a caminar también.

    —Oh... —espetó el joven.

    —Piénsalo así —le comentó Leikw sosteniéndole del hombro—, estamos demasiado débiles para defendernos o huir, y ocultarnos en una cueva perdiéndonos de nuevo no es buena idea. Seguir a estos extraños quizás sea lo mejor que podemos hacer por ahora —explicó antes de acompañar a sus compañeros. Yuhnprek los siguió también.

    Estando en una situación más calmada y a una distancia más cercana a estas extrañas personas, al estar acompañándolos, los viajeros pudieron notar otras rarezas que habían pasado por alto en su primera impresión. Específicamente sus adornos, plumas atadas a sus cabellos y collares de garras colgando de sus cuellos, ambos provenientes de lo que los viajeros más experimentados en la caza identificaron como alguna clase de águilas. Pese a estos curiosos adornos, los hombres extraños llevaban vestimentas y herramientas de técnicas aún menos refinadas que las de los hombres pez que los aldeanos conocían. Los viajeros aún estaban procesando la situación en la que se encontraban en ese momento cuando se encontraron algo que los sorprendió aún más de estos hombres.

    Unos graves y fuertes bramidos cercanos como los viajeros no habían escuchado en sus vidas los hizo a ellos y sus guías dirigirse a investigarlo, los primeros preocupados y los segundos emocionados, encontrándose con una escena de cacería extrema.

    —¡Gran Dyeus en las nubes! ¡¿qué es esa cosa?! —exclamó Leikw al verlo, tan impresionado como sus compañeros. Los guías por su parte observaban la situación sonriendo y con risas algo infantiles viendo como otros hombres extraños de su clase se enfrentaban con sus lanzas y grandes piedras a un enorme animal cuadrúpedo y peludo, como un toro, pero de mayor talla y con sus dos gigantescos cuernos en su hocico, uno detrás del otro, y el de detrás más pequeño.

    Los poderosos cazadores, algo más altos que los guías pero aún así algo bajos, que se le enfrentaban claramente tenían cuidado de no recibir golpes muy severos, pero aún así se levantaban del suelo luego ser impactados por el cuerpo del animal de una forma que hubiera dejado fuera de combate a la mayoría de aldeanos. Una vez la bestia con cuernos se encontraba lo bastante herida como para no poder escapar, los guías se levantaron de sus escondites y empezaron a gritar ánimos a sus compañeros. Uno de ellos, el de pelo rojo que saludó a Kwonos anteriormente, miró a los viajeros para saber si estaban tan emocionados como él, pero se encontró con que estos habían retrocedido varios metros del lugar y veían a los hombres extraños con gran preocupación y desconfianza en sus caras.

    El hombre extraño de pelo rojo que los miraba preguntó, en su idioma extranjero con exóticos fonemas, a los viajeros qué sucedía, lo que llamó la atención de sus compañeros al respecto.

    —Tal vez esta gente no es tan cobarde como pensé —expresó Pertkos en una pose defensiva.

    —No podríamos ganarles en un combate justo, mucho menos ahora en el estado en que estamos —dijo Leikw retrocediendo unos pasos extra—... tal vez huir y escondernos era una mejor idea.

    —¡No huiré de nuevo! —gritó Yuhnprek, bien erguido.

    —¡Silencio, muchacho! —gruñó en voz baja Pertkos.

    —¡No! ¡no voy a dejar que maten más-

    —Aún no han hecho nada contra nosotros, y si sigues gritando así y nosotros seguimos en estas posturas podrían pensar que queremos atacarles —explicó Kwonos cambiando lentamente a una postura más neutral.

    Y como había dicho, la reacción tan repentina de los aldeanos hizo que sus guías se preocuparan, uno de ellos miró de vuelta al enorme animal ya caído y sugirió a sus compañeros que tal vez era sagrado para los viajeros, y al verlo ser cazado se ofendieron. Por su parte, los cazadores al ver a sus compañeros discutir en lo alto y posteriormente escuchar los gritos en una voz e idioma extraño de un desconocido en esa misma dirección los hizo dirigirse allí a ver que ocurría una vez terminada la caza.

    Al ver a unas personas de características y vestimentas tan exóticas, estando además la mayoría en una pose defensiva delante de sus compañeros inexpertos, los cazadores apuntaron sus lanzadas y levantaron sus rocas hacia ellos, preparados para el enfrentamiento de hacer falta.

    Pertkos y Leikw contemplaban la posibilidad de huir, Kwonos aún esperaba poder calmar la situación, pero Yuhnprek se lanzó a la acción atacando de frente impulsivamente. El joven aldeano fue derribado al suelo de una tacleada dada por uno de los cazadores que llevaba una gran roca consigo, quedando fuera de combate con tan solo eso.

    Ver como un enemigo hería a otro de sus compañeros despertó el espíritu guerrero de Pertkos, y ver como la vida del herido corría peligro despertó el mismo instinto de preservación de grupo de Kwonos que cuando noqueó a Yuhnprek para no alertar a los carniceros de humanos cuando se los encontraron. Por lo que ambos, aunque guiados por distintos sentimientos, saltaron hacia al cazador con su roca antes de que este golpeara con ella al caído Yuhnprek directamente.

    —¡Salva al muchacho mientras puedas! —gritó Kwonos a Leikw mientras sostenía junto con Pertkos al atacante con todas sus todavía escasas fuerzas. Sin embargo, los cuatro aldeanos fueron rápidamente inmovilizados por la superior fuerza de los extraños hombres.

    Con el peligro ahora bajo control, el líder del grupo de cazadores se puso a empujar, apretar con fuerza y gritarle a los hombres que guiaron a los aldeanos hasta el lugar, regañándolos y preguntándoles por lo ocurrido.

    —Parecían amigables cuando caminaban con nosotros, no sé que pasó —explicaba un poco nervioso el guía de pelo rojo al cazador malhumorado.

    —¡¿Por qué caminaban con ellos en primer lugar, ibas a llevarlos al clan para jugar o algo?! Ya viste lo que ocurrió, son débiles pero agresivos ¡¿y si atacan a los pequeños y los viejos?!

    La discusión, o más bien regaño, era tan ruidoso y los viajeros estaban tan débiles que los cazadores se concentraron más en esa escena que en vigilar a sus enemigos derribados, permitiendo a estos discutir en voz baja sobre como salir de esta situación.

    —Nos subestiman mucho, podríamos liberarnos con un movimiento repentino usando mucha fuerza —sugirió Pertkos.

    —¿Qué haríamos después?

    —Morir atravesados por sus lanzas en combate —respondió a Leiwk.

    —Uh...

    —Prefiero eso a dejarme ejecutar en esta posición —añadió con orgullo.

    —¿Alguna otra idea, Kwonos? —preguntó Leikw a su otro compañero aún consiente. Yuhnprek se había desmayado poco después del potente golpe que lo derribó.

    Kwonos no respondió, estaba concentrado en el cazador regañando a los guías, sobre todo al que Kwonos reconoció como el mismo que evitó el combate entre sus grupos en primer lugar. El modo en que los guías reaccionaban al castigo no parecía propio de adultos maduros. Quizás...

    —No seas tan duro con el chico, aún está en edad de aprender —dijo Kwonos en voz alta dirigiéndose el aparente líder entre los cazadores, seguido de un discurso paternalista sobre la disciplina de los jóvenes que los hombres extraños por supuesto que no entendían, pero que sus compañeros tampoco debido a que les parecía que Kwonos estaba delirando.

    —¡¿Qué está diciendo?! —preguntó el líder cazador a sus compañeros, quienes le miraron con expresiones confundidas—. ¿Qué está diciendo? —pasó la pregunta al guía de pelo rojo.

    —Uh... ¿qué estás diciendo, hombre extraño? —le preguntó el guía a Kwonos.

    —Oh, veo que mis emocionales discursos han traspasado la zanja del idioma y les han llamado la atención. Verán... —continuó su explicación con más o menos el mismo efecto que antes. Mientras el líder cazador y el guía trataban inútilmente de entablar conversación con el aldeano amante de su propia voz, a otro de ellos, Leikw, se le ocurrió una idea al recordar una anécdota que su compañero les contaba sobre algo que ocurría a su hermano.

    Asegurándose de ser escuchado y no parecer muy sospechoso, Leikw dio un gran bostezo y empezó a fingir ruidosos ronquidos. Para su suerte, dos de los cazadores comprendieron su falsa burla a la aburrida exposición de Kwonos, y se empezaron a reír, seguidos de Pertkos, quien al principio fingió risa para contribuir al plan que comprendió de Leikw, pero que rápidamente se volvieron intensas carcajadas reales debido a lo absurda que se le hacía la situación en la que ahora se encontraba. Los risueños cazadores explicaron la broma al resto de hombres extraños, de los cuales solo a otros pocos les dio gracia, pero bastó eso para relajar suficiente el ambiente como para que los cazadores sobre Pertkos y Leikw los soltaran, y el primero de estos terminó sosteniendo el hombro de su hace momentos enemigo, riendo junto a él.

    Todo esto hizo que el líder de los cazadores dejara de considerar tan a esos hombres raros como un peligro tan serio. Aún mantenía cierta precaución, y tras esta exótica situación los consideraba más extraños todavía, pero acabó ordenando a sus compañeros que los soltaran y permitiendo a los guías llevarlos con el clan.

    "Estuvimos atrapados en el inframundo por a saber cuanto tiempo, un día después de salir nos encontramos con una raza de hombres super fuertes que estaban a punto de molernos, y ahora nos hicimos sus amigos por reírnos del estúpido de Kwonos" pensaba Pertkos mientras trataba de suprimir su risa algo desesperada. "Ni siquiera recuerdo a qué vine en primer lugar..."

    —Cierto, las piedras esas —exclamó en vos alta el recordarlo mientras caminaba con su grupo junto a los hombres extraños—... ¡que les den a esas piedras!

    La gente a su alrededor lo miró confundida por un momento, en especial los aldeanos. Sin embargo, rápidamente dirigieron sus miradas al asentamiento de los hombres extraños, visible a lo lejos. Ya desde allí los viajeros notaron que dicho lugar era tan extraño como los hombres que vivían ahí; una especie de aldea como la de los hombres pez, carente de cualquier tipo de cultivos o ganado, pero con mucha menos gente y casas, pero de las cuales estas últimas eran una especie de choza mucho mayor que los tipis de los hombres pez, y cuya estructura estaba conformada no por madera o barro, sino de enormes huesos que solo podrían venir de criaturas gigantescas como aquel animal con cuerno que vieron ser cazado anteriormente, y posiblemente de otras aún mayores.

    Por su parte, los habitantes de la pequeña aldea también sentían curiosidad por lo que ellos veían como hombres extraños. Les llamaba la atención ver a un grupo de sus miembros llegar acompañados de unas personas pálidas, altas, de ropas raras, rostros planos con grandes mentones, cejas hundidas y enormes, enormes frentes.

    Una vez que los viajeros entraron en la pequeña aldea, fueron rápidamente rodeados de gente curiosa.

    —Entiendo su interés, pero tenemos un hombre herido entre nosotros, ¿pueden ayudar al muchacho? —dijo Pertkos en tono algo irritado hacia la multitud que los rodeaba, señalando al en mal estado Yuhnprek, a quien cargaba a hombros.

    Uno de los hombres extraños, quizás del grupo con los que se encontraron esa mañana o quizás no, los viajeros aún no los distinguían muy bien, fue hasta Pertkos e hizo que lo siguiera a una de las chozas. Allí, Pertkos recostó al muchacho junto a otros dos heridos que se sorprendieron al ver a esa extraña gente por la que estaban escuchando alboroto. Pese a que estaban bien lavados y cubiertos de pieles, Pertkos los identificó como heridos al notar como se movían para darle espacio a Yuhnprek, uno estaba claramente con la perta mal herida y el otro parecía tener problemas con su cadera.

    Tras ir a revisar que su compañero herido se encontrara a salvo, Kwonos se puso a buscar al hombre de pelo rojo con el que estaba más familiarizado. Lo confundió con un par de habitantes en la aldea pequeña al principio, pero rápidamente lo distinguió de entre los demás al ver que iba cargando unas cuantas hachas de piedra de mano en dirección a donde estaban los cazadores. Como la mayoría de la gente había dejado de rodearlo y habían vuelto a lo suyo, aunque igual captaba muchas miradas, caminó rápido hasta el hombre de pelo rojo, una vez frente a él lo detuvo en su camino.

    —Oh, ah... ¿quieres acompañarnos a cortar el rinoceronte? No me molestaría, pero no sé si te hayas ganado suficiente confianza con ellos para- —preguntaba el hombre de pelo rojo.

    —Veo que traes unas útiles hachas contigo —interrumpió Kwonos señalando las herramientas de piedra—. Supongo que planean cortar en trocitos a aquel animal gigante que cazaron.

    Eh... hachas... ha-chas —decía el pelirrojo en su idioma en un intento de mejorar la comunicación entre los dos—. ¿Necesitas una? —le ofreció.

    —Descuida —respondió Kwonos al gesto que pudo entender, y llevó su mano a su zapato—, ya llevo una, eh, uh-cho conmigo —explicaba tratando de imitar los complicados fonemas de la palabra que el pelirrojo usó para la herramienta—. ¡Admíralo! —exclamó presentando con entusiasmo su cuchilla de piedra negra al hombre, quien de inmediato se impresionó al ver un material tan extraño y bonito.

    Kwonos prosiguió a cortar un trozo de su ya en muy mal estado ropa de cuero para mostrar el poder de corte de su herramienta al pelirrojo, quien se maravilló aún más, nuevamente su comportamiento no parecía el de un adulto.

    "Como esperaba de un chico" pensó Kwonos, "gracias Tor por la idea de hacer un bolsillo en mi bota, y gracias Leúksos por tejerlo. De no ser por ustedes seguro me habría quedado sin pie llevándola tanto tiempo en aquella cueva" pensó respecto a la cuchilla negra.

    —Suficientes juegos, ¡a cortar bistecs! —exclamó Kwonos al chico de pelo rojo dirigiendo su mirada y la cuchilla en dirección a donde estaba el cadáver del animal, gestos que el chico comprendió por lo que continuó su camino, emocionado por ver esa hacha negra de nuevo en acción. Kwonos amablemente se ofreció a cargar algunas de las hachas del chico.

    Al llegar con los cazadores, el chico pelirrojo no tardó en anunciarle emocionado a sus compañeros al respecto de la herramienta del viajero, este último a su vez no tardó en presumir de esta. Kwonos hizo gestos a distancia de cortar el aire en dirección al cadáver de la presa, y uno de los cazadores se apartó de su lugar como dándole permiso de hacerlo. Al ver la eficacia del filo del hacha negra del extraño, los cazadores se impresionaron, aunque sus reacciones no fueron tan energéticas como las del chico, sino más apropiada a adultos maduros como Kwonos esperaba. El viajero ofreció su valioso objeto como regalo al cazador que identificó como líder, quien lo empezaba a ver con mejores ojos.

    Devuelta en la pequeña aldea, Leikw trataba de entablar alguna clase de comunicación significativa con los habitantes que aún lo veían con curiosidad.

    —¿Pudieron entender lo que dicen esos feos hombres pálidos? —preguntaba una anciana a uno de los hombres que le hablaba a Leikw. La izquierda de su cabeza tenía grandes cicatrices de una herida que la dejó sorda de ese lado, por lo que se giró para escuchar la respuesta con su oído derecho.

    —Nada, madre, no entendemos ninguna de sus palabras, y algunas son tan extrañas que creo que no podemos ni pronunciarlas —le respondió el hombre.

    —¿Y los otros? —preguntó la anciana al notar que solo veía a Leikw.

    —Oh, uno está acompañando a su compañero herido en aquella choza, y el otro creo que acompañó a uno de los nuestros a cortar carne.

    Luego de escuchar esto, la anciana se acercó a Leikw para examinarlo. Los demás hombres extraños se apartaron de su camino por respeto. La anciana dio una vuelta alrededor del viajero mientras este a su vez la examinaba, ella con una esfuerzo extra pues estaba también ciega del lado izquierdo. Sus miradas se cruzaron un momento. "Que extraño..." pensaron ambos al mismo tiempo. La anciana luego agarró un trozo de la ropa de Leikw para verlo de cerca, disgustándose al notar lo maltratada que estaba, hasta con algunos pedazos arrancados a mordiscos.

    —No sé de donde vienen tú y tu familia, pero no lo deben de haber tenido fácil —expresó la anciana en un tono que denotaba lástima—. ¡Ven para acá! —exclamó en un tono autoritario y algo gruñón arrastrando a Leikw a algún lugar antes de que este pudiera responder.

    —... ¿en qué se metió ahora? —dijo Pertkos al ver a su compañero ser arrastrado por una anciana de aspecto enfadado—. Ahora que lo pienso, ¿qué está haciendo el estúpido Kwonos, que no lo estoy viendo por aquí?... No, ¿qué estoy YO haciendo haciendo aquí tirado en el suelo sintiéndome derrotado y perdiendo el tiempo? Estuve arrastrándome en un inframundo por a saber cuanto tiempo sin comida digna, ¡mi cuerpo necesita recuperarse! —exclamó con energía irguiéndose en alto. Su tamaño y el volumen de su voz llamó nuevamente la atención de los habitantes, el grupo de admiradores de Leikw rápidamente se dirigió a él al ya no tener con ellos al viajero con el que trataban de hablar—... y creo que sé como lo haré —dijo sonriente.

    De vuelta en el lugar de la caza, Kwonos ayudaba a los hombres extraños a trasladar grandes trozos cortados de carne al asentamiento. Antes de empezar a alejarse del cadáver del enorme animal, el viajero escuchó unas tétricas risas exactamente como las que había escuchado en el inframundo, haciendo que se mostrara visiblemente preocupado ante los cazadores quienes solo se pusieron algo alertas.

    —¡Solo son dos! —avisó uno de los cazadores a su grupo— ¡No hay de que preocuparte, extraño! —aclaró a Kwonos en tono risueño.

    El viajero no comprendió nada, pero por el tono confiado con el que aquel hombre parecía haberlo dicho se relajó un poco, y las risas amigables que le dirigió le hizo ir a donde ese hombre estaba para curiosear, cosa que el hombre pareció haber comprendido.

    —¿Vez? Solo dos, creo que son los que sobrevivieron cuando tuvimos una pelea con una manada de esos —explicaba al viajero—, ¿acaso de donde vienes no hay de esos?

    En efecto, animales como esos no se encontraban presentes comúnmente en las tierras de donde venía el grupo de aldeanos. Ni siquiera tenían una palabra para esa clase animal de aspecto canino de pelaje amarillento con motes negras, orejas muy redondeadas y tan risueño.

    —¿Lobos? Lobos extraños —intentaba en vano identificar al par de criaturas.

    —"Lo-... Lo-bo-ecs-tra-nio" ¿así los llaman en tu idioma? —preguntaba curioso el cazador—. Ahora que lo pienso, me daba la impresión de que ustedes nos llamaban no se qué "ecstranios" también, me pregunto que significará esa parte.

    —¡Dejen de holgazanear! —ordenó el líder de los cazadores.

    —Oh, cierto. ¡Vuelve allí! —dijo el hombre a Kwonos haciendo un gesto de su mano señalando que se fuera.

    Unos cuantos cazadores se quedaron protegiendo el cuerpo de la presa mientras los otros, incluyendo Kwonos, iban a la pequeña aldea a llevar lo cortado hasta el momento. Una vez allí, se sorprendieron, en especial Kwonos, al ver como el más alto de los hombres pálidos se encontraba entreteniendo a los habitantes del lugar sosteniendo a los niños, uno a la vez, hasta sus hombros con un brazo mientras comía una pata que parecía venir de esos exóticos lobos moteados con el otro.

    —Recuerda que no eres el único popular con los niños —dijo Pertkos con un tono algo presumido pero amistoso al notar la llegada de su compañero.

    —Deberías cambiarte, por cierto —sugirió Leikw a Kwonos antes de que este respondiera, ofreciéndole las ropas de pieles más sencillas que llevaban los habitantes del lugar, y que Leikw y Pertkos ya tenían puestas.

    Antes del anochecer, Yuhnprek ya se encontraba relativamente bien, por lo que los cuatro como grupo pudieron disfrutar de una cena acogidos en esa extraña pequeña aldea, para posteriormente dormir en una las chozas. Toda esta situación se sintió inevitablemente familiar para los viajeros, cosa que uno de ellos no tardó en referenciar cuando estaban a punto de descansar.

    —Si nos encontramos una aldea como esta pero más grande, ya sabemos que hacer —comentó Pertkos bromeando.

    —Si, ¡pelear! —respondió el joven Yuhnprek, tosiendo después.

    —Muchacho, valoro tu iniciativa, pero ya viste como esa actitud te ha dejado. Sigue así y te perderemos como a Dákru —comentó Pertkos.

    La mención a su compañero caído bajo un poco los ánimos del grupo, pero parecía un evento tan lejano en el tiempo ahora que recordarlo ya no era tan doloroso.

    —Hablando sobre nuestra estadía en aquella aldea pequeña de casas largas, esta en la que estamos ahora es incluso menor. Creo que necesitamos una palabra que la describa mejor —espetó Pertkos.

    —¿Para qué? —preguntó Yuhnprek intrigado.

    —Ahora que lo mencionas, todos aquí parecen muy cercanos los unos a los otros, más que en otras "aldeas". Y teniendo en cuenta lo pocos que son... creo que son más bien una gran familia —argumentó Leikw.

    —Un clan —mencionó Kwonos—... "El clan de los hombres águila que maduran a gran velocidad" —la parte de madurar rápido intrigó y confundió a sus compañeros al escucharla, no tenían claro como Kwonos llegó a esa conclusión—. Si, a mi familia le encantará escuchar sobre ellos cuando regrese —soñaba en voz alta el aldeano.

    —No solo hablar sobre ellos, quizás mostrárselos también —comentó Pertkos luego de una risita—. Podríamos traernos unos cuantos a la Aldea para servir como guerreros. Ya vieron lo poderosos que son, ¡ni siquiera una aldea gigante como aquella podría con nosotros de tenerlos de nuestro lado! —exclamó golpeando su puño contra su palma y con una sonrisa un poco macabra.

    —Creí que dijiste que mi actitud belicosa era problemática —objetó Yuhnprek.

    —En efecto lo es —recalcó Pertkos—, te falta pensar con estrategia y ambición, como yo.

    —¿Ya están pensando en volver? —preguntó Leikw— Antes de siquiera intentarlo deberíamos reponer de algún modo las herramientas que perdimos en la cueva. Cantimploras nos vendrían bien, y armas a distancia para cazar y por si nos encontramos más gente hostil.

    —¡Gran idea! Les enseñaremos a estos hombres águila a fabricarlos, será el inicio del entrenamiento de nuestra futura manada de guerreros —dijo Pertkos emocionado.

    —Si, mañana mismo iremos a buscar arcilla —comentó Kwonos con optimismo—...

    "Esto me recuerda a las locuras de mi gran padre" pensó antes de echarse a dormir, seguido del resto del grupo.

    . . .​

    A la mañana siguiente, esos extraños hombres pálidos salieron del asentamiento en busca de algo. Difícil saber el qué al inicio, pero no parecía que fueran a irse definitivamente, uno de ellos usó gestos raros y palabras cortas para comunicar al líder de los cazadores algo que no sonaba como una despedida.

    Tres de ellos bajaron hasta llegar a un río cercano. El otro, el de mayor talla, se fue a otra dirección a recolectar ramas de diversos tamaños. El chico águila de pelo rojo y el hombre al que le gustaba la palabra "lobo ecs-tra-nio" siguieron a los que fueron al río. Se supone que por orden del líder para vigilarlos, pero lo cierto es que lo iban a hacer por curiosidad de todos modos, y los tres hombres águila lo sabían.

    Allí, el aún pálido trío recolectó una especie de tierra con textura curiosa y en grandes cantidades. No hizo falta llevarla en pieles, pues la juntaban en grandes trozos que se mantenían firmes sin desarmarse, más grandes de lo que lograrían con arena o barro normal.

    Se agruparon entonces cerca de una fogata en el asentamiento del clan, donde empezaron a quitar pequeñas piedras de dentro de ese curioso barro. Posteriormente, sobre grandes piedras planas que se trajeron al sitio, empezaron a moldear el material en cosas con la forma de la parte superior de un cráneo invertido, un poco parecido a como juntas las manos para sostener muchas cosas o beber agua. A algunos de los objetos los dejaron así, a otros les fueron añadiendo tiras del material sobre los bordes haciéndolos mucho más altos. Como si creyeran que su ocupación de una de las fogatas de los hombres águila los molestara, fueron a hacer otra un poco fuera del asentamiento y al rededor de ella colocaron esos objetos, como si los fueran a cocinar.

    —¿El barro es comestible? Parece que de donde sea que ellos vienen, es una receta —preguntó el hombre águila.

    —No lo sé, ¿tal vez ese barro que ellos consiguieron si se puede comer? —respondió el chico águila.

    —Mmm, como mínimo parece tener mucha importancia para estas personas. Mira como se reúnen viendo como se cocinan, y como hablan sobre eso —especuló el hombre águila.

    —... Se ven horribles —comentó el jóven Yuhnprek algo desanimado por ello.

    —Por supuesto que lo son, no he hecho estas cosas desde que era pequeño —respondió Kwonos con sus brazos cruzados—. Pero lo importante es que sirvan, con eso estaré contento... —añadió, sin poder evitar soltar una pequeña expresión de decepción al ver como su obra no cumplió los estándares que se esperaba.

    Mientras sus compañeros hacían cerámica, Pertkos se hizo un par de herramientas filosas con pedernal que recolectó en la entrada de una cueva. Las rocas que consiguió no tenían la forma más sencilla con la que trabajar para fabricar herramientas, pero el solo considerar volver a adentrarse a una cueva le dio un escalofrío, por lo que se conformó con lo que obtuvo.

    Una vez fabricadas las herramientas en un lento proceso, se puso a tallar puntas agudas en algunas de las ramas largas y finas que recolectó. Talló también un par de propulsores y el cuerpo de madera de lo que esperaba pudiera convertir en un arco funcional. También hizo uso del fuego como sus compañeros, en este caso para carbonizar las puntas de madera de las jabalinas y flechas, cosa que también intrigó a los hombres águila, pero en especial de los cazadores y su líder.

    "Bien" pensó sonriente Pertkos por ver como a sus futuros guerreros ya les llamaba la atención su novedoso armamento, discutiendo entre ellos sobre lo que veían.

    —¿Para qué alguien haría lanzas tan flacas y pequeñas? —preguntaba uno de los cazadores desconcertado.

    —Seguro su gente caza animales pequeños. ¿Recuerdan lo que el chico dijo sobre que se enojaron cuando vieron que cazamos un rinoceronte? Puede que tenga relación —sugería otro.

    —Eso fue definitivamente un malentendido nuestro, ¿o te olvidaste como luego cortaron y comieron su carne sin problemas? —dijo su líder—. Aún así me pregunto que es todo eso, los otros tres están haciendo unos objetos raros, ¿será para algún ritual de esta gente? —especulaba—. ¡Bah! Ese muchacho ya me pegó sus distracciones de pensar en cosas inútiles —exclamó desviando la mirada del hombre pálido.

    Al instante siguiente, Pertkos habló a su público para volver a llamar su atención. Sostuvo las lanzas de costado en dirección a los cazadores para enseñárselas y se alejó del asentamiento luego de hacerles gestos para que lo siguieran, cosa que hicieron.

    Los otros tres hombres pálidos, por su parte, tomaron con cuidado los objetos de barro ya secos ayudándose de trozos de sus viejas ropas para no quemarse y se dirigieron a la cueva en la que habían dormido la noche antes de conocer a los hombres águila. Permitieron a sus dos seguidores más entusiastas, el chico de pelo rojo y el hombre que gustaba de la palabra ecs-tra-nio, acompañarlos a ayudarles con ese trabajo. Sorpresivamente, estos dos detuvieron a los hombres pálidos antes de que se acercaran mucho a la cueva.

    —¿Qué pasa? —preguntaron los viajeros a sus acompañantes.

    Entonces los hombres pálidos escucharon los fuertes ruidos de lo que sonaba como un enorme animal desplazándose dentro de la cueva en dirección a la salida. Lentamente salió al exterior, revelando su gran talla, incluso mayor a la de la bestia con cuernos, con una cabeza pequeña en comparación, pero igual de extraña, a lo que más se asemejaba conocido por los viajeros sería, vagamente, a una vaca. Sus extremidades eran en extremo robustas, y las delanteras acaban en largas garras como de oso que encajaban con las dimensiones de los arañazos que los viajeros reconocieron de las paredes de la cueva. Una vez completamente fuera, ese animal tan enorme que era difícil creer que caminara a cuatro patas en tierra se irguió en su par de extremidades traseras. Imponiéndose con su mera presencia a los aldeanos que lo veían, haciéndolos caerse al suelo de la impresión.

    Pertkos lanzó hábilmente una jabalina, dando de lleno a su objetivo en tan solo el segundo intento.

    —¡Si! —gritó victorioso—. No es mi arma favorita, pero aún tengo el toque. Ahora alguno de ustedes inténtenlo —dijo ofreciendo sus dos propulsores al grupo de cazadores que lo acompañaba. El objetivo era un tocón podrido cubierto de la vieja ropa maltratada de Pertkos.

    Los cazadores aceptaban sin molestias los consejos de Pertkos sobre como manejar una herramienta tan exótica a sus ojos, a excepción de su líder quien parecía por orgullo rehusarse a recibir lecciones y trataba de dominar el arma por si solo, actitud que lejos de irritar a Pertkos, le agradó y consideró admirable.

    Se les dificultó acostumbrarse a usar proyectiles tan distintos lanzados de forma tan diferente a lo usual al principio, pero solo era cuestión de practicar. Uno de ellos se animó de más y lanzó la jabalina con tanta fuerza que se rompió al impactar el tocón, clavándose profundamente en este, impresionando a los que lo vieron.

    —Sigo sin pensar que estas cosas sirvan contra rinocerontes. Pero con ese alcance y fuerza... creo que podría ser útil para caballos y renos —opinaba el cazador líder, quien después se fijó en la pieza de madera que Pertkos traía y que no lucía como los propulsores—. Esa pieza, y esas lanzas pequeñitas —espetó señalando a las flechas al lado de Pertkos—. No parecen ser la misma arma que esto, ¿puedes enseñarnos como se usan también?

    —Oh, ¿estas cositas de aquí? —decía Pertkos con una sonrisa confiada por el éxito en captar la atención los cazadores en su tecnología— Este tardará más en terminarse, y necesitamos un ingrediente extra, ¡síganme!

    Se dirigieron al cadáver ya frío y cubierto de nieve del gran animal cornudo, mas no fueron los únicos ni primeros en llegar ese día.

    —Un león... —exclamó uno de los cazadores al ver al peligroso depredador alimentándose de la carcasa. Entonces Pertkos le quitó el propulsor que llevaba y se colocó al frente del grupo, incluso frente al líder.

    —Un blanco —espetó y se preparó a disparar.

    El aldeano guerrero soltó entonces un poderoso gritó de batalla repentino, sorprendiendo tanto al enemigo como a sus aliados, justo antes de arrojar el proyectil con fuerza directo al primero.

    El enorme animal, para sorpresa y alivio de los viajeros, resultó no ser agresivo. Cuando estaban a punto de huir por sus vidas, el chico pelirrojo los detuvo pidiendo que se calmaran mientras el hombre águila que los acompañaba se acercaba a la bestia para demostrar que, al menos para gente que no lo atacara primero, era inofensivo.

    —Es solo un perezoso, no hay de que preocuparse, no es como el rinoceronte que ustedes vieron antes —explicaba el hombre águila.

    —Estas bestias cavan ese tipo de cuevas en las que ustedes durmieron. Mi nana me contó que cuando un clan se muda y no tiene refugios hecho todavía duermen en esos lugares también, ¡son como nuestros protectores! —contaba emocionado el chico de pelo rojo.

    —... ¿Entienden algo? —preguntó Yuhnprek a sus compañeros.

    —Creo que olvidaron que no los entendemos... —dijo Leikw.

    —Que lástima, y eso que el chico parecía muy ilusionado —se lamentó Kwonos.

    —No se preocupe, señor Kwonos, creo que también le ilusionará nuestra cerámica.

    —Buen punto, muchacho —respondió al joven Yuhnprek—, ¡a trabajar!

    Así, luego de charlar en su exótico idioma, los tres hombres pálidos fueron a colocar los objetos moldeados dentro de la cueva. Los tres se detuvieron unos momentos tras dar el primer paso dentro, uno de ellos hasta tembló un poco, pero luego de respirar hondo y susurrar unas palabras continuaron con su actividad. Consiguieron madera a los alrededores en el exterior y prosiguieron a cubrir totalmente los objetos con ella, finalmente iniciando una fogata protegida de los fríos vientos.

    Se sentaron entonces frente a la cueva a esperar.

    —¿No habían cocinado ya esas cosas? —se preguntaba el chico de pelo rojo.

    —Mmm, ¿quizás el fuego de antes no les bastó? Ahora están usando uno mucho más grande —especuló al hombre águila.

    —Guau, ¿qué clase de comida será?

    —Estoy casi seguro de que no es comida —dijo el hombre—. Tal vez tenga importancia espiritual para ellos, como nuestros collares.

    Ante la suposición de su compañero, el chico de pelo rojo se puso a hacer gestos de adoración a ese fuego en señal de respeto a los viajeros, a lo que el hombre se unió.

    —¿Qué están haciendo? —se preguntaba Yuhnprek al verlo, puesto que esos gestos eran de significado desconocido para ellos y no se parecían a los gestos de reverencia de los rituales del culto al gran Dyeus.

    Su confusión y la de Leikw aumentaron al ver como Kwonos se puso a imitar los gestos de los hombres águila como, según explicó cuando le preguntaron, señal de respeto al creer que estaban reverenciando al fuego.

    Pacientemente esperaron hasta que las llamas acabaron de consumirse. Con grandes ramas húmedas removieron las quemadas y coloraron los objetos de cerámica, varios de ellos rotos en mayor o menor medida, sobre las pieles de sus ropas viejas para transportarlos con cuidado de no quemarse.

    El chico de pelo rojo se adelantó en su regreso al asentamiento ilusionado por enseñar lo que los hombres pálidos habían fabricado, pero su primera impresión al llegar fue curiosidad por lo que los cazadores estaban haciendo junto al gran hombre pálido.

    —Oh, regresaste chico, ¿qué tal te fue con las cosas esas de barro? —preguntó uno de los cazadores al verlo.

    —¿Qué están haciendo ustedes?

    —No tengo la menor idea, pero aprendí que este tipo raro viene a enseñarnos a fabricar buenas armas, así que seguimos sus instrucciones. Usan bastante el fuego —respondió el líder.

    —¿Qué haces, Pertkos? —preguntó uno de los viajeros del grupo al llegar.

    —Uso tendón de la bestia cornuda aquella para intentar hacer cuerda para un arco —respondió—. Si sobra, intentaré hacer una honda también, a mis guerreros les gusta conocer nuevas armas.

    —Muy bien, nosotros hicimos cerámica —contestó Kwonos.

    —Desde aquí veo que son horribles, pero con que no goteen nos basta —dijo Pertkos—. Cuando termine el arco y las llenemos de agua podremos partir para intentar volver a la Aldea... ¡oigan, que no la rompan más de lo que ya están! —gritó al ver como la gente águila curiosa se acercaba a ver, y los más curiosos a manosear los objetos traídos por los hombres pálidos.

    —Te preocupas más que nosotros que las hicimos —comentó entre risas Kwonos, enojando un poco a su guerrero compañero.

    . . .​

    Al día siguiente, una flecha atravesó de lado a lado uno de los pequeños recipientes de cerámica que se rompieron en el proceso de su fabricación. El tirador sintió una agradable sensación de satisfacción al ver como su objetivo se destruía de tal manera, aunque hubiera tardado varios intentos en lograrlo.

    —Nada mal —felicitó Pertkos al líder de los cazadores, el cual lo comprendió por su tono.

    Más al centro del asentamiento, los hombre águila más jóvenes, los que se comportaban y lucían como niños aldeanos, se divertían e impresionaban viendo nadar dentro de uno de los recipientes de cerámica llenos de agua a unos peces que los hombres pálidos capturaron usando cañas con anzuelos de hueso.

    La anciana, disfrutando en su choza un tazón con carne molida, observaba alegre como tantos miembros de su familia de distintas generaciones se entretenían con los regalos de esos misteriosos extraños.

    Todos los hombres águila, en mayor o menor medida, estaban ahora encantados con la presencia de los hombres ahora no tan pálidos. Por ello, luego de que estos se juntaran para hablar y se pusieran delante del asentamiento con sus cosas empacadas, no faltó preocupación. Más aún cuando se pusieron a dar discursos en tonos emotivos, por más que nadie entendiera ni una de sus palabras. Finalmente saludaron con sus manos y se empezaron a alejar lentamente.

    —Me hubiera gustado traerme alguno a la Aldea, pero creo que hubiera sido muy complicado —se lamentó Pertkos—. Qué se le va a hacer, volveré luego a buscarlos.

    —¡Hombres extraños!-

    —¡Esperen! —gritó el líder de los cazadores corriendo hacia los viajeros e interrumpiendo al chico pelirrojo. Miró a los extranjeros que se iban y se dio la vuelta para dirigirse a su clan en voz alta—. ¡Familia, esta es una gran oportunidad! ¡nuestra más grande oportunidad quizás!, estos hombres provenientes de algún lugar desconocido, siendo tan solo cuatro, han echo todo esto por nosotros en unos días, ¿se imaginan que clase de vida tendrán en el lugar de dónde sea que esté un clan entero de ellos? ¡podremos-

    —...¿Qué está diciendo? —preguntó Leikw a sus compañeros, tan intrigados como él.

    —No lo sé, pero suena algo enojado ¿no creen?, ¿deberíamos preocuparnos? —dijo el joven Yuhnprek.

    —Descuiden, ese es su tono normal —aclaró Pertkos—. Bueno, quitando lo apasionado en su discurso, eso si es raro en él... A saber que estará diciendo.

    —Tal vez quieren despedirse a lo grande de nosotros —especuló Kwonos.

    Al terminar el líder cazador su discurso, la gente del clan alzó sus puños al aire en gritos de alegría, y posteriormente se pusieron a recoger rápido sus pertenencias en el asentamiento, ante las confusas, impactadas y, en el caso de Pertkos, sonrientes miradas de los hombres pálidos.

    —Creo que ya no hará falta volver para buscarlos —comentó el viajero guerrero.

    . . .​

    La noche de ese día, los viajeros descansaron cálidamente, y algo apretados, en uno de los túneles cavados por gentiles bestias gigantes a un lado de las montañas que ahora exploraban en busca de un camino de regreso a la Aldea, acompañados de poderosos y muy numerosos aliados.

    "... Me pregunto si técnicamente habré ganado la apuesta a Tor si traigo esto y él solo piedra negra" pensaba Kwonos antes de dormir.

    Como notarán, este capítulo es extra largo. Consideré dividirlo en dos, pero me molestaba un poco que eso haría perder la simetría de la temática en la publicación de los capítulos.
     
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    Título:
    La guerra de la piedra negra
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    Género:
    Aventura
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    9
     
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    6724
    Tras el tormento que pasaron en el mar, que bien pudo ser de una noche o de toda una vida, parecía que las aguas habían dado un descanso a los viajeros arrojando su embarcación a las arenas de tierra firme. Una vez estando alto en el cielo, el sol iluminaba tan intensamente directo al rostro de Tor que lo despertó incluso estando este aún muy agotado por su experiencia la noche anterior.

    Lo primero que vio tras protegerse los ojos del sol con la mano fue a unas pequeñas personas desnudas observándolo, a lo que Tor tomó una de las pieles que tenían en el bote.

    —Les dará mucho frío si siguen así, niños —dijo, todavía débil, cubriendo al pequeño más cercano a la embarcación. Las personas se sorprendieron y asustaron de la repentina acción de Tor, quien no tardó en notar algo fuera de lugar en ellos a parte de su escasez de vestimenta.

    "... Ya veo" pensó. Soltó lentamente a la persona que había cubierto, y discretamente golpeó a su compañero más cercano en la mejilla para despertarlo.

    —¡¿Por qué hiciste eso?! —gritó Medwlkwos tras soltar un gemido de dolor y sentarse rápidamente, asustando de nuevo a las personas pequeñas y haciéndolas retroceder un poco— Oh... ya veo —dijo al notar la situación en que se encontraban.

    Los gritos y movimientos de su compañero despertaron al gigante Megwer, quien se irguió en el barco a bostezar y estirarse. Sus ojos aún estaban cerrados, así que no vio como su con su enorme tamaño hacía retroceder aún más a las pequeñas personas intimidándolas involuntariamente.

    Uno de los pequeños, disgustado ante la apariencia vulnerable que daban sus compañeros con su actitud ante cada acción de los gigantes, incentivo a los primeros a ser más agresivos ante los últimos para tratar de afirmar su dominio ante los misteriosos extraños. Empezaron a soltar sonidos fuertes, que a oídos de los viajeros sonaban a un punto medio entre palabras y gruñidos, en tonos insultantes además. Los pocos que llevaban unas rudimentarias lanzas enteramente de madera las levantaban verticalmente al aire, los demás tomaban piedras y arena del suelo y empezaron a lanzarlas a los gigantes provenientes del mar.

    Ante esto, los viajeros movilizaron rápidamente su embarcación devuelta a las aguas, manteniendo a ralla a sus atacantes empujándolos lejos, evitando como pudieran lastimarlos demasiado, y valiéndose de su gran ventaja de tamaño para no ser reducidos ante el gran número de atacantes. Una vez a salvo en el mar, si bien continuaron siendo observados por largo tiempo, dejaron de ser perseguidos rápidamente. No les quedó claro si esas pequeñas personas podían nadar o no, pero desde luego no parecían muy dispuestas a adentrarse demasiado al mar, incluso para algo tan extraordinario como unos visitantes gigantes.

    Se alejaron bastante como para ver aquella costa como un pequeño punto a la distancia y seguramente no ser vistos en su bote por nadie que estuviera en la playa.

    —¿A dónde vamos ahora? —pregunta con curiosidad Megwer, observando el amplio mar vacío en todas las direcciones.

    —De vuelta para allí —respondió Tor apuntando al lugar de donde habían huido.

    —¿Estás seguro de que es buena idea? —dijo Medwlkwos dudoso.

    —¿Por ahora? La mejor —exclamó Tor dirigiendo su mirada a la cubierta del bote para que los compañeros se fijaran en ella y en lo que le faltaba.

    —¡Argh, esos enanos rapiñaron nuestras provisiones! —exclamó enojado Medwlkwos—, seguro no se llevaron nuestras piedras porque pesaban mucho.

    El estómago del gran Megwer rugió al escuchar sobre su pérdida. Los de Tor y Medwlkwos tampoco estaban alegres. Y los labios de los tres estaban resecos.

    —Conseguimos agua dulce y cazamos algo rápido, después podremos buscar alguna tierra más segura en la que descansar y ponernos a pensar como regresar —explicó Tor su plan básico.

    Bordearon una gran distancia del perímetro de la isla y se acercaron con cuidado de no ser vistos al atracar, ocultando su embarcación tras una formación rocosa en la costa. Las primeras bestias con las que se encontraron al adentrarse en estas exóticas tierras desconocidas para ellos fueron unos ciervos que los avistaban a gran distancia y huían rápidamente. A pesar de esto, los viajeros pudieron notar como esos ciervos no tenían un par de astas comunes sino que de sus cabezas salían cinco pequeños cuernos puntiagudos. Curiosas criaturas, desde luego, pero lucirían normales al lado de las cosas que los aldeanos verían después.

    —Por la grandeza de Dyeus, ¿qué son esas cosas? —exclamó Medwlkwos al ver descansando en charcos de lodo a dos especies que no había visto antes. Una de ellas, cuyos individuos se relajaban hundiéndose en medio del barro, era como un cerdo sumamente robusto, de piel grisácea, que se le notaban enormes y amenazantes incisivos al abrir ampliamente sus bocas, y de una talla entre la de los cerdos y las vacas. La otra, más precavida, se acercaba desde tierra seca a recoger barro con cuidado de no espantar a los cerdos extraños, y se lo pasaba en el cuerpo sumamente peludo usando sus manos de forma humana.

    Al principio los aldeanos confundieron a esta segunda especie con los enanos, pero aparte de lo velludos que eran, también se diferenciaban en su robustez y tamaño levemente mayores, y su comportamiento más visiblemente animal.

    Los ciervos de cinco cuernos eran demasiado veloces como para atraparlos sin esperar largos ratos por una buena oportunidad de emboscarlos, y los cerdos grises con su robusta complexión y enormes dientes eran demasiado peligrosos para cazarlos siendo tan solo tres aldeanos debilitados. Si bien las bestias de apariencia de humano estaban protegidas por su gran número, muchas de las crías de estas eran descuidadas y se alejaban del sitio al jugar. La mayoría eran traídas por los adultos de vuelta a la seguridad del grupo, pero una de ellas logró escabullirse a la vegetación más espesa sin haber sido notada por su especie, mas si por otra.

    Los viajeros se acercaron rápidamente con el mayor sigilo posible. Un ejemplar más desarrollado podría haberlos notado, pero el que tenían por objetivo era aún inexperto, distraído mientras jugaba con algún tipo de escarabajo grande. Estaba caminando a cuatro patas, pero cuando Megwer sin darse cuenta se acercó demasiado, haciendo que su presencia fuera notada por la criatura, esta se irguió en sus patas traseras como sus padres y miró en dirección del aldeano. Tor estaban entre la cría y su familia, y Medwlkwos se hallaba a espaldas del objetivo, en una buena posición para lanzar un ataque. Los tres dudaron por momentos, puesto que esa criatura lucía inquietantemente como un niño, y no podían evitar sentir alguna clase de empatía, pero finalmente decidieron no verlo como una persona.

    Medwlkwos lanzó una estocada certera al corazón del pequeño ser, atravesándolo de espalda a pecho con la negra punta de su lanza. La criatura se desplomó casi hasta el suelo, sostenida solo por la herramienta que lo atravesaba, y no llegó a soltar el menor grito.

    Tras unos momentos de silencio pensando en lo que acababan de hacer, los aldeanos decidieron movilizarse a otro sitio para cocinar lo que atraparon, para no arriesgarse a ser encontrados por la familia de bestias peludas de apariencia humana. Una vez encontrado un buen lugar, Tor y Megwer se pusieron a intentar hacer una fogata mientras cuidaban la presa, y Medwlkwos fue en busca de agua dulce. Una vez recogida la leña requerida, Tor se puso a iniciar un fuego mientras Megwer cuidaba, con visible lamento en sus gestos, que ningún animal se llevara la presa cazada.

    —… ¿Te sigues sintiendo mal, compañero? —pregunto Tor al grandote, quien soltó un mmm apenado—. Es solo un animal, como cualquier otra bestia que hemos comido, no te preocupes —trataba de consolarlo al ver como hasta había acostado al cadáver en señal de respeto.

    —Pero se ve como un niño —respondió con tristeza—. No tiene ropa, pero tampoco lo tenían las personas bajitas que vimos antes...

    El ver como su gran compañero empatizaba tanto por una bestia de aspecto humano le recordó, por su fuerte contraste, a como Hedwiro había exclamado en alto como los hombres pez no eran distintos a meras bestias, cosa que Megwer no holló en su momento pues estaba profundamente dormido. Aunque Tor aún estaba preocupado por encontrar a sus dos compañeros perdidos, en cierto modo ahora estaba aliviado de no haber tenido que ver un conflicto entre Megwer y Hedwiro sobre esta situación teniendo en cuenta sus visiones tan opuestas.

    El pequeño alivio no le duró mucho. Megwer estaba tan concentrado en el cadáver de la cría peluda, y Tor tan fijado en su compañero embajonado que, aparte de no haber progresado en encender la fogata por descuido, ninguno vio acercarse a un animal atraído por la sangre de su presa. Una enorme lagartija, más grande que cualquier otra que los aldeanos hubieran visto, cuya longitud superaba la altura del enorme Megwer y su complexión era igual de robusta. No soltaba gruñidos de ningún tipo y caminaba a paso despreocupado, como si no le tuviera el menor miedo incluso a los gigantes visitantes de la isla, lo que sumado a su verdosa piel lo hizo acercarse con eficiente sigilo.

    De un mordisco casi logra alcanzar la presa de los viajeros, pero Tor lo notó y avisó a Megwer justo a tiempo para que este lo impidiera. El animal continuó su paso hacia adelante en busca de alcanzar ese alimento fácil, sin ser intimidado por las personas gigantes, las cuales tuvieron que retroceder y tomar sus lanzas. Megwer, sosteniendo y usando de manera muy ineficiente su lanza con una mano al estar usando la otra para sostener el cadáver de la criatura, lanzó una estocada directo a la boca abierta del depredador, el cual, si bien no sin haber recibido una gran herida sangrante en su interior, logró quitar el arma de la mano del gigante moviéndose violentamente mientras mordía la lanza con fuerza.

    Mientras Tor pensaba sobre si tenían o no buenas posibilidades de vencer a este enemigo reptil, notó como otros como este se acercaban al lugar desde distintas direcciones.

    —¡Hay que buscar a Medwlkwos! —gritó antes de que ambos escaparan del lugar en dirección a donde se había ido su compañero.

    El gran grupo de reptiles carnívoros tras ellos hacía todo un alboroto en el lugar, espantando a todos los animales que lo vieran y escucharan, lo cual acabaría por venirle bien a los aldeanos.

    Tras unos pocos pero intensos y angustiosos momentos de persecución, Tor y Megwer hallaron a Medwlkwos sobre una gran roca rodeado de los pequeños habitantes de la isla, aprovechando como podía su posición para mantener a distancia a los enanos que, al no poder alcanzarlo con estoques de lanzas, le arrojaban piedras violentamente, y ya le habían dejado sangrantes moretones. Esa violenta gente, inspirada sin que los aldeanos lo supieran por el mismo individuo agresivo que hizo que los atacaran anteriormente, abandonó rápidamente su asedio al gigante tras ver a sus dos compañeros acudir en su auxilio con una manada entera de dragones. Medwlkwos, por su parte, vio como vio como sus compañeros se encontraban en una situación aún peor que la de él, para su sorpresa.

    Los tres aldeanos se dirigieron entonces a su bote, no sin antes ver como la mayoría de sus perseguidores verdes cambiaban de objetivo y ahora iban a atacar a los vulnerables enanos, cosa que ninguno de los viajeros buscaba. Los enanos atrapados entre las fauces de esos lagartos eran revolcados agresivamente contra el suelo, a los más afortunados se les rompieron el cuello o sus cráneos aplastados, pero los otros tampoco tardaron mucho en morir al ser despedazados vivos trozo por trozo en el frenesí alimenticio de los reptiles. Los viajeros solo alcanzaron a ver el inicio de esto mientras huían.

    Treparon sobre la formación rocosa que ocultaba a su bote en lugar de rodearla esperando ganar algo de distancia contra los pocos perseguidores que aún tenían. Casi fue suficiente, pero algunos de los reptiles, más pequeños pero más audaces que sus mayores, se abalanzaron al mar alcanzando a los aldeanos en las aguas. Megwer, para su tristeza, no tuvo otra opción que lanzar a la criatura muerta de entre sus brazos a los hambrientos depredadores, efectivamente logrando que estos últimos perdieran el interés en el bote y se pusieran a pelear entre si por el mejor trozo de carne. Así acabó el primer día de los viajeros en la isla.

    Derrotados, pero aún hambrientos y sedientos, decidieron descansar en espera de una mejor oportunidad. Oportunidad que llegó cuando la bendición de Dyeus abandonó el mundo.

    —Si Kred aún estuviera con nosotros seguro nos diría que es mala idea volver ahí sin la protección diaria de Dyeus o algo —comentaba entre risas Medwlkwos mientras remaba con sigilo en busca de otro buen punto en la isla para atracar.

    —… Lo hecho de menos. Y a Hedwiro también —espetó Megwer.

    —Desde que fuimos elegidos para participar en este viaje sabíamos que nuestras vidas peligraban, aceptamos desde entonces que algunos de nuestros compañeros podrían no regresar —explicaba Tor en un tono frío, quien al notar como su discurso bajaba la moral de los tripulantes del bote, cambió a un tono más consolador y añadió—. Pero eso no significa que los abandonaremos al menor problema que surja, pueden confiar que los encontraremos antes de volver a casa.

    Con los ánimos subidos, los aldeanos volvieron a pisar tierra firme en esa isla esperando tener más éxito en su búsqueda de provisiones, cosa que ocurrió. La tarde anterior Medwlkwos había dado con un río mas no había podido recolectar su agua de ninguna manera al haberse encontrado con los enanos. Ahora, si bien no estaba en el mismo punto de la isla, ayudándose de sus recuerdos de a donde parecía ir la corriente de aquel río pudo volver a dar con él sin demasiada búsqueda, y pudo saciar su sed junto a sus compañeros.

    Luego de esto, vieron en lo alto como regalo del cielo a un gran búho descendiendo a las ramas de un árbol. Allí arriba, agarraba firmemente el cadáver de su presa mientras la luna se posaba tras la silueta del gran ave. El animal definitivamente había notado la presencia de los aldeanos, pero como pasó con los reptiles, parecía darle igual, al menos desde su posición. La luz de la hermana menor de Dyeus solo cubría al depredador, mas de su presa solo se notaba una vaga silueta, pero de la que los aldeanos identificaron como una cría de bestia bípeda como la que habían cazado antes.

    —Yo digo que le quitemos su cena —sugirió Medwlkwos—… aunque no sé bien como.

    —¡Le arrojamos las lanzas! —exclamó Megwer motivado.

    —No creo que eso vaya a funcionar, compañero —le dijo Medwlkwos poniendo su mano sobre el hombro de Megwer para que este no se levantara tan rápido.

    —Podría funcionar —mencionó Tor.

    —¿Uh? —reaccionaron sus compañeros.

    —Tendríamos que ser muy habilidosos para quitarle su presa con estos métodos a una ave así de nuestras tierras, pero las de esta isla están acostumbradas a lidiar con las personas pequeñas de aquí, de las que Medwlkwos pudo mantener a raya con la ventaja de estar en un terreno elevado, por eso está tan confiada en su posición —explicaba el hermano de Kwonos—. Tenemos el elemento sorpresa a nuestro favor aún estando en su plena vista, ¡aprovechémoslo!

    Así, tras coordinarse, los tres aldeanos arrojaron sus lanzas en conjunto hacia el búho. La primera de ellas falló, la segunda dio a una de las alas del animal pero fue desviada por su aleteo, y la tercera le produjo una herida en el torso, pero no lo bastante profunda para no caerse cuando este se fue volando. Sin embargo, esta emboscada logró hacer que el ave dejara atrás a su presa al huir de estos extrañamente poderosos cazadores gigantes.

    Medwlkwos no podía esperar a empezar a trocear la carne de su premio mientras veía a Tor trepar cautelosamente el árbol para alcanzarla. Hasta Megwer, aún con sus sentimientos conflictivos al respecto, observaba con apetito. Para su sorpresa, Tor no simplemente tiró el cuerpo desde lo alto para ahorrar tiempo, sino que, tras mirarlo unos momentos, lo sostuvo con gentileza mientras se ponía a bajar con cuidado. Sus hambrientos compañeros no le preguntaron que ocurría en ese momento porque sería peligroso que se comunicaran en voz alta, en especial estando Tor en una posición tan elevada. Una vez este bajó, no dijo nada y se limitó a colocarse entre los rayos de luna que pasaban entre las ramas del árbol para iluminar lo que tenía entre brazos y sus compañeros lo pudieran reconocer. Sintieron lástima y repugnancia el ver que lo que aquel enorme búho había cazado no fue una cría de aquellas bestias peludas con forma de hombre, sino un niño de los nativos, cuya nariz además ya había sido comida por su depredador.

    —… Hay que hacer algo —espetó Tor—… se merece un descanso digno.

    —… Es algo arriesgado en esta situación —objetó Medwlkwos con pesar.

    —Tenemos tiempo —respondió Megwer decidido ya yendo en busca de madera, a lo que le siguieron sus compañeros.

    Mientras Medwlkwos recogía ramas, involuntariamente tocó con su mano a un pequeño carnívoro de aspecto entre roedor y canino, de la talla de un cachorro y agresividad de león, que repentinamente lo mordió con fuerza en su mano sin soltarlo incluso siendo levantado por los aires. Medwlkwos, pese al gran dolor que sentía, aprovechó esta oportunidad y, poniéndolo contra una gran roca del suelo, empezó a golpear repetidas veces con gran fuerza al animal en el cuello hasta matarlo. Una vez agotado y viendo el charco de sangre del animal y de la herida en su mano que se había formado, recordando a los peligrosos seres que la sangre derramada puede atraer en esta isla, fue al lugar donde estaban dejando la madera y la empezó a ordenar para el ritual en busca de acelerarlo lo más posible.

    Durante eso, Megwer y Tor en su recolección de madera, a la que iban juntos, pues el segundo iba con la complicación de cargar el cadáver, se encontraron los restos de una curiosa escena. A las inmediaciones de lo que parecían los restos de lo que alguna vez fue un nido, habían grandes cantidades de plumas de un tamaño considerable así como una única pata palmeada como de pato, también de gran tamaño, bañadas en sangre relativamente fresca. Lo que sea que se hubiera comido a ese colosal pato ya no tendría hambre durante días. En lo que probablemente era el nido de esta desafortunada ave había más de una decena de huevos colosales que no cabían en las palmas de los viajeros. Por supuesto estaban rotos, y su contenido ya consumido por otras criaturas, pero algunos de ellos estaban apenas resquebrajados, con solo una pequeña hendidura hacia su interior pero de resto enteros, por lo que podrían usarse para transportar líquidos en ellos. Aprovechando los recursos encontrados, Megwer y Tor fueron al cercano río a cautelosamente lavar las cáscaras en mejor estado y rellenarlas, con cuidado de que solo uno de ellos se mojara las manos mientras el otro estaba atento a los alrededores.

    Mientras recorrían el obscuro mundo, esperaban por sobre todo no encontrarse con los peligrosos monstruos que en ella habitaban. En su vulnerable estado, ni siquiera el estar en grupo les daba suficiente seguridad para para asegurarse de que no habrían más víctimas en caso de toparse con alguno, en especial si se trataban de esos misteriosos gigantes marinos que al parecer tenían a los dragones bajo su mando, y de los cuales algunos temían que podrían tener dominio también sobre las grandes aves. Los últimos días habían desaparecido otros miembros del grupo misteriosamente, y sospechaban que esos gigantes tenían que ver. Su búsqueda era peligrosa, pero justamente tras haber perdido a tantos de los suyos ese día no podían simplemente ver como aquel monstruo alado se llevaba a otro, un niño además, y no hacer nada para salvarlo. Sin embargo, tras haber caminado desde el otro lado de la isla y no haber tenido éxito, comenzaban a plantearse regresar a la seguridad de su refugio. Hasta que sintieron un olor peculiar.

    Un exquisito y apetitoso aroma a carne asada. No les era desconocido, pero muy rara vez tenían la oportunidad de aprovechar las llamas producidas por las brillantes lanzas azules que caían del cielo para cocinar su comida. Se dirigieron con cautela a la dirección del olor, delatada también por una nube de humo apenas visible en la noche. Pero no habían escuchado ninguna lanza azul caer recientemente, ¿qué pudo haber iniciado esas llamas? ¿acaso esos gigantes marinos tenían poderes también sobre el cielo?. Quizás no debían ir allí, pero tras tanto esfuerzo en esta búsqueda el aroma era irresistible a sus estómagos, lo cual les provocaba el pensamiento desiderativo de que los gigantes se habían ido definitivamente la última vez que los vieron y que los cocineros a los que se dirigían podían tratarse de otras humanos normales aprovechando esas llamas de origen misterioso.

    Una vez lo bastante cercas del lugar, se desalentaron y pusieron alertas al descubrir que los causantes de ese buen aroma eran esos peligrosos gigantes marinos. ¿Qué hacían en tierra de noche? Parecía que dormían en el mar, ¿se habían ocultado en la isla durante las otras noches sin que los notaran?. Mientras el grupo en busca del niño perdido se hacía cada vez más preguntas sobre estos misteriosos gigantes que se cubrían ampliamente el cuerpo con pieles de animales desconocidos, su intriga y preocupación se tornó en horror al fijarse en qué estaban asando esos gigantes. El aroma que los había atraído al lugar provenía del cuerpo muerto del pequeño infante capturado por la enorme ave, lo que confirmó las sospechas que el grupo temía acerca de que esos otros monstruos terribles estaban bajo el control de los gigantes marinos, quienes además parecían poder controlar las llamas de alguna forma.

    No sabían que hacer, estaban paralizados en su sitio, horrorizados. Algunos de ellos rompieron en llanto ahí mismo, alertando de su posición a los gigantes. Unos huyeron tras esto, pero los demás, inspirados por la firme actitud de uno de los suyos quien siempre se abalanzó primero contra esos peligrosos enemigos en cada ocasión, y que murió enfrentándose a sus dragones tratando de salvar a su familia, saltaron al ataque para vengar a sus caídos.

    Gritaron contra esos gigantes, y estos, aún llevando en sus manos esas largas lanzas de puntas negras, salieron corriendo en dirección opuesta tras recoger unos huevos y un tejón muerto. Uno de los habitantes de la isla se quedó atrás para quitar del fuego el cuerpo del niño, los demás siguieron a los gigantes, los cuales, como anteriormente, fueron al mar y se alejaron en su tronco flotante. Debido a su furia del momento, el grupo que perseguía a los gigantes nadó mucho más adentro del mar esta vez, aún estando sus aguas sumamente frías. Sin embargo, aún con su iniciativa, los habitantes no lograron alcanzar a los gigantes, y tras ver como varios se empezaban a ahogar tras agotarse, regresaron a tierra.

    El corazón de los viajeros estaba destrozado tras el malentendido ocurrido y las otras muertes innecesarias que presenciaron, provocadas por esto. Ya no podían hacer nada por los enanos excepto abandonar completamente la isla, lo cual, ahora que tenían un poco de agua y carne, harían pronto. Descansaron una última noche cerca de la isla, por la mañana siguiente la circunnavegarían en busca de sus compañeros perdidos y luego de eso de eso partirían en busca de algún lugar más seguro en el que provisionarse mejor y planear una vuelta a casa. O eso esperaban.

    Mientras circunnavegaban la isla a una distancia segura poco antes del amanecer, pudieron avistar a una manada de aquellas bestias peludas con forma de hombre pastar junto a unos extraños animales que los viajeros no se habían encontrado hasta entonces. Se trataba de unos herbívoros robustos, casi sin pelo, con piel de tonos grises y tamaño comparable al de un toro, similar a los extraños cerdos de enormes bocas y colmillos que vieron antes revolcándose en el barro cerca de las bestias peludas, pero eran aún más bizarros. De sus grandes cabezas les colgaba una larguísima nariz que usaban como si fuera un brazo para tomar la vegetación y llevarla a sus, relativamente, pequeñas bocas, de las que nacían unos colmillos muchísimo más largos que los de las otras criaturas, sobresaliéndoles de la boca en todo momento. Sus orejas también eran grandes, las mayores que los viajeros hubieran visto unidas a animal alguno. Y parecían ser más pacíficos, o por lo menos más tolerantes a la presencia de las bestias peludas, pues estas pastaban junto a estos grandes animales sin tanta cautela.

    Ver a esas bestias peludas con apariencia tan humana alimentarse de una forma tan animal, y en compañía de otros animales de un apariencia tan exótica, era en cierto modo un alivio para Megwer, chocante para Medwlkwos, y fascinante para Tor.

    Un poco lejos de allí, los aldeanos pudieron avistar a una familia de enanos descansando frente a la entrada de una cueva, acompañados de otra manada de bestias peludas. Gracias a la poca luz, pues apenas estaba amaneciendo, al cansancio de los enanos, y una vegetación poco densa entre ellos y el mar, los viajeros pudieron acercarse un poco más para observarlos mejor y sin ser vistos. Los enanos parecían aún no estar dispuestos a empezar su día, estando con el ánimo bajo tras lo ocurrido la noche anterior, igual que los viajeros. A excepción de sus niños, y algunos de los que parecían adultos pero se comportaban como niños, los cuales se entretenían jugando con las bestias peludas que los acompañaban.

    Verlos juntos conviviendo de esa manera resaltaba tanto sus similitudes como sus diferencias, generando una serie de preguntas y reconsideraciones en las mentes de los tres viajeros.

    —… ¿Son esos animales peludos humanos o no? —se preguntaba Megwer en voz alta, rascándose la cabeza.

    —Mmm… —Medwlkwos trataba de soltar una respuesta, pero estaba igual de confuso.

    —¿Qué son los humanos para empezar? —se cuestionó Tor.

    —Antes de llegar aquí hubiera dicho un bípedo sin plumas, como decía papá... —respondió Megwer

    —Que inocente —dijo Medwlkwos tras soltar una falsa risa—, a Hedwiro le hubiera irritado esa respuesta —añadió en un leve tono de desprecio.

    —No seas malo con Megwer —comentó Tor.

    —Oh, no lo dije así para él-

    —Antes —continuó Tor, interrumpiendo la aclaración de Medwlkwos— yo creí que lo nuestro eran la tecnología, pero estos enanos desnudos no parecen haber construido ningún refugio o siquiera fogatas. Tienen lanzas y les falta pelo, pero fuera de eso no parecen tan diferentes de esos animales peludos.

    —Estás sonando como Hedw-

    —Esos enanos son tan humanos como los hombres pez o nosotros los aldeanos —volvió a interrumpirlo, esta vez aliviándolo por lo que dijo. Luego miró al aún confuso Megwer y prosiguió—. Tal vez esos animales peludos puedan ser... ¿un poco humanos? —añadió aún inseguro de su postura.

    Ahora el enorme aldeano se sentía un poco triste por haber cazado a una cría de aquellas bestias peludas, o casi hombres.

    Los tres viajeros dieron un último vistazo al grupo interespecie reunido frente aquella entrada de cueva antes de continuar su navegación. El mayor de los casi hombres se irguió mirando a dicha entrada y empezando a rascarse la barbilla hasta que, repentinamente, una flecha llameante se le clavó en la espalda.

    El animal salió corriendo asustado sin dirección fija alternando entre cuatro y dos patas mientras soltaba fuertes alaridos. Esto estresó grandemente a los demás de su especie, los cuales se pusieron a correr y gritar también descontrolados, y despertó del susto a los enanos, quienes se pusieron alerta, pero no podían concentrarse bien entre tanto caos. Otra flecha en llamas fue disparada a su dirección, y otra, y otra más, una tras la otra casi sin parar. Tenían muy poca precisión, ninguna volvió a dar a hombre o casi hombre alguno, el primer disparo debió haber sido suerte del lado del tirador, pero entre tantas iniciaron un incendio entre la vegetación seca frente a la entrada de la cueva imposible de detener para ese punto. Los casi hombres huyeron en su totalidad del lugar, y los hombres se fueron a refugiar dentro de la cueva, sin haber podido ver a sus atacantes quienes se ocultaban en la vegetación más espesa sobre una pequeña colina cerca del lugar, pero dando por hecho que debían tratarse de esos monstruosos gigantes en busca de venganza.

    Los viajeros, horrorizados tras ver semejante ataque, se arriesgaron bajando de su bote y yendo a ver de qué o quien se trataba. Tenían una sospecha, y tanto esperanza como miedo de que esa sospecha fuera cierta.

    Tanto las ideas de los enanos como de los viajeros eran correctas. Los atacantes eran en efecto gigantes marinos, específicamente los compañeros perdidos de Tor, Megwer y Medwlkwos.

    —¡Compañeros! —gritó Kred sorprendido con alegría al volver a verlos. Alegría que se tornó en susto cuando el enorme Megwer lo derribó al suelo con furia.

    Medwlkwos hizo lo propio con Hedwiro, con algo más de dificultad. Tor, aún estando también enojado, trató de calmar un poco a sus compañeros, no quería presenciar más muertes todavía.

    —¡¿Qué mierda estaban haciendo?! —gritó Megwer en un tono grave y rasposo directo al rostro de Kred.

    —¡Ni siquiera Pertkos es tan desalmado en la guerra, por Dyeus! —exclamó Medwlkwos.

    —Esto... ah... eh... estaba —tartamudeaba Kred de lo intimidado que se sentía en esa situación, casi saliéndole lágrimas—… ¡es por una buena causa!... ¡Dyeus estaría de acuerdo!... uh...

    —Avanzando —respondió lacónicamente Hedwiro calmado sin la menor preocupación.

    A sus tres compañeros enojados les intrigó y confundió su respuesta, por lo que Hedwiro continuó:

    —¿Recuerdas lo que dijiste cuando estábamos durmiendo en las madrigueras de aquellos animales con los que abandonamos a nuestras desafortunadas mujeres a cambio de unos míseros con los que buscaríamos unas simples piedras? —explicaba Hedwiro con un tono de desprecio y superioridad, a pesar de su posición— Algo sobre civilizarlos, volverlos dignos de compararse a granjeros como nosotros, y por ver eso con el orgullo de haber sido responsable de ello. Al principio me desagradaba la idea, se me hacía muy ingenua, después de todo apenas podemos mantener nuestra propia Aldea como para poner en marcha un proyecto tan grande, y un montón de piedras nuevas no van a cambiar eso... y entonces llegué, no, ¡Dyeus me trajo al lugar con la solución!

    —¡Si, si! ¡eso les q-quería explicar antes! Tal vez ustedes no se dieron cuenta porque aún tienen a esos patéticos dioses del mar en su bote-

    — Si aquellos hombres pez pueden avanzar y volverse granjeros, los granjeros podemos avanzar aún más... El ganado es un regalo de Dyeus —continuó Hedwiro interrumpiendo a Kred—. Leche, carne, piel, tendones, huesos, todos valiosos. Y que decir de los cultivos. Pero nada de eso se hace solo, estamos todo el día trabajando duramente para mantenerlo. ¿Saben que otra cosa es un regalo de Dyeus? ¡La vida! ¡nuestras vidas! ¡¿por qué gastarla en tareas tan sucias en lugar de disfrutarla?! —gritó, y posteriormente giró su mirada a la cueva tras las llamas—… y entonces los descubrí... la respuesta a ese problema: unas bestias lo bastante hábiles para hacer el trabajo de los hombres, seguramente lo suficiente hasta para aprender nuestro lenguaje, si aquel otro animal también pudo, pero estas bestias son también lo bastante débiles para ser dominadas por los hombres, ¡son mejores que los perros! —dijo entre risas—, aunque necesitan la misma disciplina, y eso es lo que les estaba dando —mientras explicaba esto, sonreía del gusto de imaginar sus ideas siendo realizadas, y movía sigilosamente su mano izquierda para alcanzar una piedra sin que sus compañeros se dieran cuenta.

    —¿Estas escuchando lo que dices? —preguntaba Medwlkwos crujiendo sus dientes. No sabía si Hedwiro distinguía entre los casi hombres peludos y los enanos, pero él y sus dos compañeros ya daban por sentado lo peor.

    —Soy un visionario adelantado a mi tiempo —dijo con una expresión de orgullo—. ¡Ah! y me faltó añadir... estas criaturas son más sabrosas que cualquier cabra.

    El instante mismo de terminar su frase, sin dar tiempo a Medwlkwos de reaccionar, aplastó la mano derecha de este con la piedra, tomándolo por sorpresa. Apenas este se tomó la mano herida instintivamente, Hedwiro le dirigió un potente golpe al ojo izquierdo enterrándole su pulgar derecho. Inmediatamente después lo tomó de la cabeza con su mano derecha y lo estrelló con fuerza contra las duras raíces del árbol que tenía a la izquierda.

    Antes de que el peligroso Megwer pudiera derribarlo con su enorme cuerpo, Hedwiro le asestó un codazo al ojo mientras aún estaba sobre Kred, y posteriormente golpeó su cabeza con la piedra que aún traía. Con ambos aturdidos momentáneamente, se dirigió ahora hacia Tor. El hijo de Hner trató de combatirlo, pero habiendo apenas comido en los últimos días era débil frente a su oponente quien estaba bien alimentado, posiblemente de carne humana. Durante el forcejeo acabaron ambos rodando a los pies de la colina, cerca del fuego que todavía se expandía. Hedwiro, mientras ahorcaba a Tor en el suelo, miró a su costado para asegurarse de que el fuego aún no le alcanzara, pero al hacerlo pudo ver a la entrada de la cueva la figura de varios enanos fuera, mirando la situación, algunos confundidos pero otros levantando el pecho y empezando a golpeárselo.

    Los gigantes que los atacaron estaban peleando entre si, uno de ellos parecía casi muerto en el suelo. Viendo su escaso número, y recordando como antes habían ahuyentado a tres, algunos en el grupo empezaron a afirmar su dominio ante este enemigo levantando el pecho y golpeándoselo, imitando esta acción de los animales peludos que habían huido. El otro gigante se levantó y empezó a gritarles en complicados gruñidos que tal vez eran el idioma de los gigantes, pero los más bravos del grupo no se dejaron intimidar y se lanzaron a través de las llamas hacia su enemigo.

    Hedwiro no se dejó intimidar, mantuvo su posición y hasta se les acercó unos pasos mientras gritaba un discurso sobre la inferioridad de esas bestias, el cual pareció detenerlas, pero en realidad lo habían echo por otro motivo.

    Otros dos gigantes, heridos de las ojos, salieron de la vegetación, bajando de la colina mientras un quinto los observaba desde lo alto. Eran demasiados ahora, el grupo detuvo su embestida. ¿Había que retirarse o seguir peleando? Sea la opción que tomaran, debía ser rápida, estaban siendo devorados por el fuego cada momento no decidían.

    —¡Larguémonos de aquí! —gritó Medwlkwos mientras él y Megwer levantaban a Tor.

    —¡¿pero y Hedwiro?! —preguntó Kred.

    —¡Que se muera! —exclamó Medwlkwos, y fue y lanzó un golpe a Hedwiro en la nuca, el cual falló. Irritado, continuó su huida con Tor y Megwer mientras Hedwiro seguía con su discurso, ahora de dominación. Kred dudó unos momentos, pero acabó acompañando a sus tres compañeros.

    Cuatro de los gigantes parecían haber huido, pero el último no parecía preocuparse en lo absoluto, y había recibido algún tipo de gesto de su compañero que parecía un golpe pero que no le había echo nada. ¿Era este gigante ahora solitario su líder? ¿era quizás el más poderoso entre ellos? El grupo estaba cada vez más confuso, ¡pero no iban a huir de un solo gigante!. El más valiente retomó su ataque soltando alaridos tanto de batalla como de dolor, y sus compañeros, a pesar de sus quemaduras, lo acompañaron.

    Kred vio como los enanos retomaron su ataque, pero no se quedó a ver el resultado.

    . . .​

    De regreso a altamar, pero con un miembro menos y con una situación algo complicada de uno de ellos con los otros tres, el ambiente en el bote era incómodo y poco amigable, o así lo veía Kred. Este comprendía bien los motivos de esto, y, luego de un tiempo, había reflexionado sobre sus acciones. Tras pensarlo intensamente, esperando recibir algo de su comprensión, expresó el como se sentía a sus compañeros:

    —¡Glu, glu, glu! —dijo elegantemente mientras uno de sus compañeros hundía su rostro en el mar. Cuando se la sacó a la superficie, continuó con su discurso— ¡Ahhh!... ah... ah... ¡glu, glu, glu!

    —¡Oye, era mi turno! —se quejó Megwer cuando Medwlkwos volvió a hundir el rostro de Kred en el agua—. ¡Y lo vas a romper si sigues así! ¿qué gracia tendría entonces?

    —El mar no lo mató cuando se lo comió una tormenta, no creo que esto le afecte —contestó Medwlkwos encogiendo los hombros.

    Y así pasaron sus días mucho tiempo, perdiéndose en el mar nuevamente. Pasó tanto que hasta se aburrieron de ahogar a cada tanto a Kred, lo que había sido hasta entonces su única entretención junto con admirar los ídolos pez que aún traían, los cuales Kred de vez en cuando trataba de arrojar por la borda, lo que daba como resultado él recibiendo más sesiones ahogado.

    Reservaron el agua lo mejor que pudieron, pero sus cantimploras acabaron vacías y ahora su única fuente de agua dulce eran esporádicas lluvias. El animal que había dejado a Medwlkwos una desagradable cicatriz enorme les duró aún menos, y en su desesperación comían trozos de las pieles que llevaban y hasta daban mordiscos al bote, pensando en esa situación que aquellas vacas marinas lo debían encontrar tan apetitoso por buenos motivos.

    Tanto tiempo había pasado... parecía que Dyeus mismo los había abandonado, Su bendición ya no les era sana. Se quitaban las vestimentas en momentos calurosos, después de los cuales acababan con su piel expuesta quemada, cayéndose a pedazos.

    —… lo siento, hermanos —pronunció Tor estas palabras antes de rendirse en su viaje y empezar a cerrar los ojos por lo que creía que sería la última vez. Mientras lo hacía, le pareció ver acercarse a lo lejos a Kwonos y Leúksos en un bote como en el que él estaba. "Eso sería una agradable sorpresa" pensó Tor, dudoso de su propia cordura.

    Al despejarse su imaginación, sus hermanos se tornaron en figuras humanas borrosas y mudas, pero al acercarse lo suficiente sus voces, y sus extraños acentos, fueron oídos hasta por los debilitados oídos de Tor.

    —No sé por cuantas cosas habrán pasado, pero Dyeus ha traído fin a su sufrir, valientes viajeros —espetó Gwen.

    —Dioses del mar sonreír a ustedes también —comentó alegre Pali en el idioma de los aldeanos al ver como estos aún ahora tenían dos de los ídolos que les regalaron. Después de esto los felicitó y les agradeció, en su idioma de hombre pez, por permitirle conocer a Gwen, quien se volvió el amor de su vida.

    Los moribundos viajeros fueron escoltados por sus salvadores a una isla cercana donde se reunieron con otras dos parejas de aldeanas y hombres pez.

    Antes de dormir, Kred inició, estando casi sin voz, una discusión teológica con sus compañeros y salvadores argumentando que cayeron en desgracia por haber traído dos de esos infames ídolos consigo, y que su salvación se debía, de hecho, a que se habían desecho de los otros tres, lo que calmó levemente los celos de Dyeus. La mayoría ignoraba lo que decía pensando que deliraba por el estado en que se encontraba, pero Medwlkwos, también casi sin voz, y Michin, sin saber casi nada del idioma de los aldeanos, continuaron la discusión contra argumentado a lo que decía, el primero solo para disfrutar irritándolo y el segundo intentando responder seriamente, pero cuyos argumentos sonaban incoherentes debido el entendible mal trabajo de traductora que hacía su amada Meli.

    Tor ignoraba todo este barullo de fondo, su cabeza estaba llena de pensamientos que lo estaban sobrecargando en ese estado: "Acompañadas de extranjeros de lenguas incomprensibles, sin un traductor a la vista, y habiendo conseguido esos botes misteriosos... el viaje de nuestras salvadoras seguro es digno de contar, a mis hermanos les encantará, pero... ¿qué contaremos del nuestro?"

    Fue entonces consumido por una manada de pensamientos, hasta que se agotó y acabó dormido como los demás. Al día siguiente, después de alimentarse y beber bien, empezaron finalmente su vuelta a la Aldea.

    El próximo capítulo es el final, que emoción :,D
     
    Última edición: 7 Octubre 2020
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    Dark RS

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    Saludos

    Me ha gustado la historia, al menos la de este último grupo hasta el final. Son los que más penurias pasaron en general, o así me pareció. También son únicos que parece llevan piedra negra de vuelta a su aldea. Al menos creo que no la perdieron en la tormenta. No me quedó claro si la llevaban o no.

    El otro grupo, que termina en el siguiente capítulo, supongo, les ha ido más facil, por decirlo así. Han hecho muchos "aliados" por el camino que les han dado comida y refugio. Solo los cazadores de humanos les han perseguido, pero de un par de incidentes no pas. Y hasta llevan a los hombres águilas como aliados, que han demostrado ser fuertes y hábiles en combate.

    Por el nombre de la historia, creí que se iniciaría una guerra contra la gente de Tor y que por eso iban a conseguir más piedra negra. Para tener más armas. Pero hasta ahora han sido aventuras de dos grupos de la misma aldea para conseguir tal mineral. Han tenido enfrentamientos, pero no lo bastante grandes como para que la aldea de la que salieron se viera envuelta en una guerra.

    Me ha gustado hasta ahora la historia. Algunas criaturas no estoy seguro si son fantásticas o no las reconocí. Los como toro, perezoso y criatura en el lodo no sé qué eran. Y menos el ave gigante muerta. Me aclararías si eran fantasticas o no.

    Las diversas tribus humanas me han gustado. No están tan lejos entre sí, pero evolucionaron distinto cultural y físicamente hablando.

    A esperar el último.
     
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    Elliot

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    ¡Muchas gracias por comentar, y me alegro que te esté gustando la historia! :,D

    El título es un homenaje a la película "La guerra del fuego", de la que me inspiré en gran parte. Las criaturas "como toro" eran elefantes/mamuts pigmeos, las "vacas marinas" son efectivamente perezosos gigantes acuáticos, y las criaturas del lodo eran una especie de hipopótamos isleños. Las tres existieron en la vida real, lo fantasioso es dónde y cuando están (al principio quería evitar este tipo de ancronismos y ser lo más "prehistóricamente correcto" posible, pero pronto acabé haciendo esta mezcla rara de elementos reales con demasiadas libertades creativas de las que sigo sin saber que pensar, pero ya aclararé más sobre eso en el bonus después del final donde hable de las cosas en las que me inspiré).
     
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    Título:
    La guerra de la piedra negra
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    9
     
    Palabras:
    7584
    Kwonos

    Dyeus no había mandado aún su bendición diaria cuando algunos hombres águila, el mismo grupo de niños adultos que fueron los primeros en encontrarse al grupo de aldeanos, se despertaron antes que todos los demás en busca de saciar su curiosidad por explorar. Trataron de ser lo más sigilosos posibles, pero su movimiento no pasó desapercibido por el líder de los cazadores ni por el aguerrido Pertkos, ambos hombres de sentidos afinados por sus labores en las que más se destacaban, y ambos de los cuales tomaron decisiones similares al respecto.

    —Hermano, no quisiera alejarme de nuestro clan, ¿puedes ir a vigilar a esos chicos por mí? —solicitó el líder de los cazadores al apodado por los hombres pálidos como "Lobo Extraño", el cual accedió sin problemas.

    —Kwonos, tu amigo de pelo fogoso se fue a inspeccionar el paisaje con su grupito de nuevo, ve a ver que no hagan ninguna idiotez —ordenó Pertkos a su compañero, despertándolo sin la menor sutileza. Iba a decírselo primero a Leikw, pues se encontraba más cerca, pero no quiso interrumpir el sueño de la anciana a la que vio que el aldeano acompañaba.

    Y con ello, ambos hombres siguieron el camino de los chicos águila, mas sin gran preocupación ni apuro. Había una gran distancia entre los hombres y los chicos, que además no se acortaba pues los primeros estaban más interesados en hablar entre si que en apurar el paso.

    —¡Y un mamut es todavía más grande que un rinoceronte como el que vieron! Ni siquiera nosotros podríamos con uno adulto. Los huesos de mamut que usamos para construir nuestras viviendas los encontramos de carcasas, ¡carcas con un poquito de carne en nuestros días más suertudos! —explicaba el hombre águila entre risas joviales.

    —Mmm... ri-no-ser-ro-nte era aquel animal con cuerno gigante ¿no?, y por tus gestos parece que estás hablando de otra cosa grande... ¡ya se! ¡una vez cazaron una bestia llamada "kar-kar-sas" que era todavía mayor! —especuló Kwonos sobre lo que se supone que le acbaban de contar. La zanja del idioma no le impedía mostrar su gran entusiasmo por escuchar las narraciones de Lobo Extraño, casi tan buenos como las suyas en su opinión.

    —Uh... ¡Si! —respondió también entusiasmado el hombre águila. Tampoco había entendido lo que dijo su acompañante, pero se animó con solo su visible emoción.

    Así prosiguió su plática mientras marchaban. Su dinámica se mantuvo en que uno le explicaba algo al otro y el otro se formaba una conjetura sobre lo que había escuchado basándose en las dos o tres palabras que reconociera más los gestos del hablante, conjetura de naturaleza épica con la que se fascinaba. En uno de estos intercambios, durante el cual ya estaba empezando a amanecer sin que se dieran cuenta, uno estaba contando una anécdota personal para la que tuvo que señalar la cima de una colina cercana, en la cual avistaron ambos entonces al grupo de chicos águila del que se suponía estaban a cargo. Estaban quietos allí, observando con gran interés alguna cosa al otro de la colina, como cuando observaron a los cazadores águila durante la caza de aquel rinoceronte. Los debió de haber impresionado, pues momentos después bajaron corriendo la colina hacia esa dirección. Esto intrigó y en parte preocupó a los hombres un poco, por lo que corrieron entonces hacia donde fueron los chicos para ver que pasaba. Al llegar al otro lado de la colina y descubrir lo que había impresionado tanto a los chicos, unos tormentosos recuerdos embistieron la memoria de Kwonos como un rinoceronte.

    —¡Vuelvan! ¡vuelvan aquí mismo! ¡ahora! —su puso a gritar Kwonos presenciando como aquellos chicos se dirigían directo a la gran aldea de casas largas— ¡es peligroso! ¡huyan!

    Corrió desesperado hacia ellos cuando la bendición de Dyeus se hizo presente, revelando el aspecto actual de aquel macabro lugar.

    El chico águila de pelo rojo exclamó asombrado, y un tanto asustado, al ver en todo su esplendor restos destruidos y quemados que en algún momento era un asentamiento que empequeñecía a los de su clan cual mamut adulto a cachorro de hiena, incluso aún estando en ese estado.

    Lo que en su momento fue una fortaleza de aspecto impenetrable habitada por cientos de guerreros sanguinarios y crueles, causante de pesadillas para aquellos lo bastante afortunados de sobrevivir a su encuentro pero desdichados de presenciar una de las masacres que allí se dio, no era ahora más que unas ruinas deshabitadas. Aún con esto, Kwonos no la tomó a la ligera. Derribó violentamente al chico águila de pelo rojo al suelo, y cuando lo levantó lo pujó de su larga cabellera en dirección de vuelta a con el clan.

    —Lo siento por el susto, chico —dijo, ya más calmado, pero aún agarrándolo del pelo—, pero para esto será mejor que te esperes al resto. ¡Oye, amigo! —habló a Lobo Extraño— ¿puedes decirle a los otros que vengan también? —preguntó dando una mirada a los chicos y luego moviendo la cabeza hacia el lugar a donde quería que se dirigieran, todo mientras aún arrastraba al de pelo rojo consigo.

    —Me pidieron vigilarlos a ustedes para que no se metieran en problemas, ¡y eso —dijo señalando a Kwonos llevándose al chico— parece un problema!, así que vayamos con Kwonos, vamos.

    Los niñeros comunicaron su hallazgo a su respectiva gente, quienes naturalmente reaccionaron de forma muy distinta a lo que cada uno les explicó.

    Los chicos que encontraron antes el lugar volvieron, pero esta acompañados de muchos miembros del clan y los hombres pálidos. Investigando de cerca el asentamiento, los hombres águila quedaron fascinados, así como un tanto preocupados. Aunque en su mayoría derrumbadas y abrasadas, quedaron atónitos ante las gigantescas casas de allí, tan grandes que rinocerontes o hasta mamuts cabrían dentro de las mayores de estas. Rodeando todo el lugar quedaba aún gran parte de un inmenso muro de troncos, una estructura tan poderosa que soporto mejor el castigo por el que haya pasado este lugar mejor que muchas de las impresionantes casas que debió proteger. Lo, por así decirlo, bonito acababa ahí. Tirados por el suelo del sitio habían trozos de carne putrefactos, difícil saber si de hombres o bestias para ese punto. Habían también decenas y decenas de grandes montículos de tierra y rocas que al examinarse revelaban contener cuerpos de personas, en su mayoría hombres y niños. "¿Por qué alguien enterraría muertos?" se preguntaron tanto la gente del clan como los hombres pálidos, extrañados al descubrir tal práctica. Aparte de eso, lo más misterioso en la escena eran las incontables pisadas erráticas de mínimo una manada entera de caballos, de las cuales algunos de sus posibles productores estaban aún en las cercanías del lugar pastando, uno de ellos incluso dentro del asentamiento. Los cazadores más experimentados en ambos pueblos descartaron la posibilidad de que una estampida, al menos una convencional, hubiera causado esto debido a la naturaleza tan caótica y aún así extrañamente ordenada, si eso hacía sentido, de las pisadas.

    Por si el sitio no fuera lo bastante misterioso para la gente del clan, a estos les intrigaba también las reacciones de los hombres pálidos al lugar, quienes mostraban sentimientos conflictivos de tristeza, alegría y miedo al respecto. Al principio los hombres águila pensaron que este pudo haber sido su hogar, pero las momentáneas reacciones alegres entre ellos mientras admiraban los destrozos, por lo que pensaron entonces que podría haberse tratado de algún grupo enemigo pues no podrían alegrarse de la destrucción de su hogar... ¿verdad?. En cualquier caso significaba que de donde vinieran estos misteriosos viajeros, debían de vivir en un pueblo mínimo similar a este de algún modo. Además parecían conocer bien este sitio, pues luego de observarlo mucho y hablar entre ellos, se dirigieron rápidamente a un costado del asentamiento, a un gran parche de tierra falto de vegetación, y empezaron a cavar como en busca de algo, hasta que fueron repentinamente interrumpidos...

    Reposaba oculto en una de las casas del lugar un hombre con recientes cicatrices tan grandes que sobresalían de sus ligeras vestimentas. Las heridas que le produjeron esas marcas fueron tan terribles en su momento, que su propia familia, con mucho pesar, lo abandonó allí creyendo que no llegaría ni a ver salir el sol de nuevo. Mas el hombre logró sobrevivir. Duramente, eso si. Incluso ahora, aunque mejorado, era incapaz de cazar nada en su estado, pero afortunadamente para él había sido abandonado en una aldea tan magnífica que incluso después de haber sido asaltada y destruida era un gran refugio para él. Habían tantas reservas de comida que hasta tras el asalto quedaron bastantes restos para que el solitario hombre subsistiera, y las casas, aún destruidas en gran parte, seguían siendo un buen protector contra los elementos y las bestias.

    Tras tanto tiempo viviendo aislado del mundo y en soledad, el hombre no veía el momento de recuperarse del todo para volver a salir del asentamiento o de encontrarse con otros humanos. La segunda se cumplió mucho antes, o eso le parecía al hombre al ver como gente proveniente de las montañas cercanas se aproximaba a la aldea. El hombre estaba preparado para ir a presentarse ante ellos con cautela hasta que, cuando se aproximaron lo suficiente, pudo notar su chocante aspecto. No solo no se parecían a su familia ni a los habitantes originales de esta aldea, cosa que no le sorprendió, sino que no lucían como ningún otro pueblo que hubiera conocido en toda su vida durante sus extensos recorridos por el vasto mundo, tenían un aspecto casi monstruoso.

    Al vislumbrar tales adefesios el hombre se puso nervioso y decidió adelantar su salida del asentamiento. Todavía esta en mal estado como para huir a pie, si esas personas lo vieran seguramente lo alcanzarían sin problemas, por lo que tuvo que recurrir a buscar ayuda de uno de los pocos fieles acompañantes que tuvo este tiempo. En una parte algo alejada de él dentro de la aldea descansaba despreocupado un caballo, uno que al igual que el hombre tenía marcadas, en uno de sus costados, terribles cicatrices de heridas aún peores. El hombre esperaba que muriera para así consumir su carne como hizo con los otros equinos caídos en combate, pero en su lugar el refugio de la aldea protegió a este corcel, y ahora parecía lo bastante sano como para servir de método de escape.

    El hombre se movió sigilosamente entre las casas, ocultando lo mejor que podía su presencia de los extranjeros ayudándose de su familiaridad con el terreno producto de su prolongada estadía, acercándose poco a poco a su objetivo.

    —¡Mórv! —exclamó en voz baja al encontrarse con la bestia de los cascos, la cual para ese momento ya había caído dormida. En un descuido por exceso de confianza, el hombre se dirigió directo al animal para despertarlo sin antes fijarse bien en los alrededores.

    Cuando el grupo de chicos del clan se acercó a observar a un caballo extrañamente calmado ante la presencia humana, se dirigió a él al mismo tiempo un hombre que al parecer estaba oculto tras una de las casas. Tenía una piel muy clara, casi tanto como la de los hombres pálidos cuando se los encontraron por primera vez, y su aspecto en general era más parecido al de estos que al de los miembros del clan. Por esto le tuvieron confianza, y por las heridas que tenía y claramente aún le complicaban el movimiento le tuvieron lástima, así que trataron de presentarse pacíficamente ante él. Mas su respuesta fue fue saltar repentinamente al caballo que allí descansaba para posteriormente hacer algo que dejó impactados a los chicos: Se subió a lomos del animal y lo usó como si fueran sus propias piernas. Nunca habían visto algo así, ni ningún otro miembro del clan lo había echo. Huyeron entonces intimidados ante los erráticos movimientos de aspecto descontrolado del gran animal chillante montado por ese misterioso extraño, quien no tardó en darse a conocer por el resto de personas allí, igual de impresionadas de lo que presenciaban, retrocediendo u ocultándose entre los escombros para protegerse de las pisadas de la bestia. El hombre a caballo iba de aquí para allí por todo el lugar, sin que pareciera tener verdadero control, varias de las personas águila gritaban, todo este alboroto captó la atención hasta de la gente más allá de los muros de tronco.

    —¡¿Qué ocurre allá dentro?! —se preguntó Pertkos, identificando entre el barullo la presencia de un caballo y los gritos en una lengua extranjera distinta a la de los hombres águila. Fue con sus compañeros viajeros a ver lo que pasaba, dejando de lado su excavación de la zanja rellenada.

    —¡Por Tangiri que escaparé de ustedes, monstruos de las montañas! —gritaba el hombre en una lengua desconocida para los referidos monstruos y para las personas de aspecto más convencional que vio que los acompañaban.

    Nuevamente tuvo un exceso de confianza, además de ego. Al ver la reacción de esta gente ante su montura, se le ocurrió que tal vez no había de que preocuparse, que este sería uno de esos muchos casos que vivió en los que aldeas enteras caían aterrados en su primer encuentro con los jinetes. No fue así, en lo más mínimo. En cuanto tuvieron la oportunidad, cuando el caballo se detuvo unos momentos a recuperar el aliento, varios de esos hombres feos derribaron al animal y lo masacraron rápidamente sin mayor dificultad.

    Los cazadores del clan pudieron haber acabado con el misterioso extraño ahí mismo con aún más facilidad, pero como gesto de confianza en la autoridad de los hombres pálidos, presentaron al atacante a ellos en busca de una opinión sobre qué hacer con él.

    —Mmm... ¿qué hacemos con este tipo? —preguntaba Pertkos a sus compañeros mientras sostenía el mentón del capturado.

    —¿Vieron como se subió a ese caballo? ¿las huellas que dejó? —preguntó el joven Yuhnprek, emocionado por lo que creía— ¡debió de ser su gente la que se encargó de destruir a esos monstruos! ¡son nuestros aliados! —opinó.

    —¿Dices que lo soltemos acaso? Porque no creo vaya a hablar bien de nosotros a su gente si lo hacemos —dijo Leikw.

    —Tiene razón, el enemigo de mi enemigo no es mi amigo, sólo un potencial aliado muy temporal —explicó Pertkos—. Sin embargo~... sería un desperdicio matarlo sin más. Yo digo que lo llevemos a la Aldea para... que lo vean los hermanos de Kwonos —propuso entre risas.

    —¿Huh?... ¡ah! si —reaccionó Kwonos, algo confundido al inicio—. Y tal vez podríamos preguntarle como hizo para montar una bestia de esa manera —sugirió.

    Leikw y Yuhnprek se descolocaron levemente al oír a Kwonos y Pertkos sugerir cosas más propias de la personalidad del otro.

    —Pero por sobre todo —añadió Kwonos—, lo que menos necesitamos ahora son más enemigos —argumento que convenció a sus compañeros de perdonar la vida del misterioso extraño, voluntad que los hombres águila respetaron.

    Una vez solucionado eso, tomaron los botes de esta aldea, encontrados por los hombres águila, quienes al verlos no entendieron al principio su función, y se ayudaron con estos para dirigirse de forma más eficiente río abajo.

    Tor

    —¡Nuestros salvadores nos empezaron a buscar en primer lugar por ver esas cabezas flotantes que desechamos! ¡ahí lo tienen! —insistía Kred en discutir sobre la naturaleza del milagro de su rescate— ¡fue gracias a mi fidealidad hacia Dyeus que ahora estamos con vida!

    —Te recuerdo que ahora mismo estamos en medio del mar, y tu discursos ya me están aburriendo —respondió Medwlkwos. Kred entonces prosiguió a pescar callado.

    —¡Tierra- —fue a gritar Meli momentos después, sabiendo que estaban cerca de la costa.

    —¡Tierra a la vista! —la interrumpió Megwer, gritando y parándose sobre en el bote, haciéndola chillar del susto sin querer.

    Gwen y el hombre pez Pali habían prohibido las competencias de pesca durante el viaje por lo peligrosamente mucho que escalaban cuando participaban Megwer, Medwlkwos y, posteriormente, Michin, quienes incluso a partir de cebos tan pequeños como gusanos podían acabar atrapando peces tan grandes que hacían peligrar la integridad de los botes. Para llenar el vacío de entretenimiento que esto le dejó, Megwer se propuso entonces competir en avistar tierra firme antes que nadie, cosa en la que apenas tuvo éxito ahora.

    Cargaron entonces los botes por tierra hasta llegar con la tribu de los hombres pez, donde Pali, Michin, Iʻa y sus mujeres fueron recibidos como valerosos aventureros, exitosos no solo en salvar a los aliados extranjeros sino que hallaron en el proceso magníficos bienes de gran valor para la tribu. Los aldeanos viajeros, por su parte, fueron recibidos con alivio y cariño por Woder, alegre de verlos a salvo. Mujeres y viajeros fueron entonces a descansar a distintas fogatas para narrar sus experiencias a sus respectivos públicos. Las aldeanos que no dejaron la tribu querían conocer el resto del viaje de sus compañeras, quienes ya habían regresado anteriormente y les habían contado y mostrado cosas fascinantes. Acompañando a sus parejas en la fogata, Pali, Michin e Iʻa relataban los mismos acontecimientos pero en el idioma de público pez. El público de los aldeanos viajeros era el menos numeroso, mas no menos apreciado, pues se constituía solamente de Woder.

    —Compañeros —empezó a hablar Tor antes de que dijeran al traductor el menor detalle sobre los sucesos de su viaje—... esta historia debe morir con nosotros.

    Nadie alrededor de esa fogata que supiera hablar aldeano quedó indiferente al escuchar la proposición de Tor.

    —¿Por qué? —preguntó intrigado Woder—. Estoy seguro que tus hermanos adorarían escucharla, viejo amigo. Y fue con esta clase de cosas que tu gran padre se volvió muy conocido, ¿no es cierto?

    —... Hedwiro no volvió con nosotros —se limitó a señalar Tor.

    —Oh... ¿se trata de algún muy peligroso al que no quieren que nadie vaya, entonces? —especuló el pez.

    —Más bien lo contrario —comentó Medwlkwos.

    —¡Oh, es cierto! —quiso añadir Megwer—, Hedwiro se volvió loco y empezó a atacara al pueblo de allí, ¡y ha nosotros!, por eso tenemos estas heridos —explicó señalando su ojo lastimado agachándose a la altura de Woder, quien se impactó al escucharlo.

    —Ahora que lo recuerdo... ¿qué ocurrió con el trozo de mierda de Hedwiro al final? —se preguntó Medwkwos.

    —No digan tanto de lo ocurrido, por favor —pidió Tor—. Pero ahora que lo mencionan, tengo curiosidad de eso también... ¿Kred?

    Sus tres compañeros y el traductor lanzaron miradas entonces, los primeros con expresiones rencorosas. De entre ellos, el gigante Megwer se puso a su lado, intimidándolo.

    —Mmm... lo último que vi fue como los pequeños saltaban del fuego hacia él para atacarlo, pero me fui con ustedes antes de ver el resto, ¡solo Dyeus quedó de testigo! —respondió nervioso.

    —... ¡¿Qué?! —reaccionó Woder, cada vez más intrigado por la situación de la que escuchaba fragmentos aislados que sonaban bizarros por si mismos—. Viejo amigo, mi curiosidad acerca de su historia me devora a bocanadas cada vez mayores, lo siento.

    —Créeme que me encantaría dártela a conocer, pero sol con nuestra presencia en aquel lugar causamos gran sufrimiento a su gente sin intentarlo siquiera. Hedwiro si que buscó provocarles daño, e incluso si él ya no fuera un problema, temo que podrían haber otros como él que si lo serían de saber sobre el pueblo de aquel lugar.

    —Y de todos modos, no creo que ningún extranjera vaya a ser bienvenido allí sin importar sus intenciones —añadió Medwlkwos—. Entiendo cada vez más por qué Tor no quiero que los demos a conocer.

    Luego de reflexionar sobre lo que habían explicado sus compañeros, Megwer preguntó:

    —¿Creen que el gran Hner haya pasado por estas cosas también? Cuantas anécdotas se habrá guardado por motivos como estos...

    Cuando la imaginación de los allí presentes se preparaba para volar en especulaciones al respecto, Tor le quebró las alas de una certera pedrada:

    —Ninguna. Mi sabio padre no es como yo... el hubiera hecho las cosas bien.

    Con esa discusión zanjada, pues ya todos allí parecían estar de acuerdo en qué hacer, Medwlkwos añadió:

    —Oigan, ¿y qué hacemos con esto? —señalando despectivamente a Kred.

    Cuando los aventureros de la tribu llegaron a la parte de sus relatos en el que hallaban a los aldeanos perdidos casi muertos en el mar, las mujeres entre ellos se dirigieron a la fogata de los viajeros en busca de oír sobre lo que les había ocurrido hasta ese momento, saber como acabaron así. Al llegar con los viajeros, estos se encontraban en medio de una gran discusión.

    —¡Oigan! ¿qué ocurré?

    —¡Quieren hundir mi cabeza en bosta! —respondió el preocupado Kred a Meli.

    —Quienes me suena a manada, eso fue solo idea de Megwer, ¡no tuerzas mis palabras!. Lo que yo sugerí fue cubrirte en paja y mandarte con las vacas marinas —aclaró Medwlkwos.

    —... ¿pero por-

    —Eso suena interesante, ¿pero podrían contarnos sobre su viaje primero? —interrumpió Gwen a la desconcertada Meli—. Me da curiosidad qué le habrá pasado a Hedwiro —mencionó en un tono despreocupado.

    —¡No seas tan insensible! —se quejó Meli—, perdieron a un compañero.

    —Nos libramos de un traidor —clarificó Medwlkwos, desconcertando aún más a Meli.

    —Cuenta, cuenta —pidió Gwen, interesada.

    Por costumbre, Medwlkwos estuvo a punto de explicarlo, pero recordó justo a tiempo el acuerdo recién pactado acerca ello, así como sus buenos motivos. Los aldeanos viajeros intercambiaron miradas entre ellos mientras las aldeanas los veían con intriga al respecto. Finalmente el silencio se detuvo con Tor diciendo:

    —Algunas historias están mejor sin ser contadas.

    Las palabras de Tor provocaron que Gwen y Meli intercambiaran entonces miradas entre ellas, y posteriormente miraron a Merut, parada tras ellas y visiblemente afectada, para bien, por lo que escuchó. Por respeto a su compañera, ambas decidieron no insistir en conocer la historia del viaje del grupo de Tor.

    —¡Oh! Pero antes de que oscurezca —comentó Meli tomando a su hombre del brazo—, quiero que vengan a ver algo muy bonito que hicieron las que se quedaron aquí mientras los buscábamos.

    Tomó entonces a Tor también del brazo y lo arrastró junto a Michin hacia otro lugar dentro de la tribu.

    —No, ¿tal vez se vería más bonito todavía por la noche, alumbrada con la luz del fuego? Pero y si... —movía a los pobres hombres de acá para allá mientras pensaba indecisa. Tuvo que intervenir Gwen para que se centrara y continuara, jalándola a ella del brazo hacia adelante.

    Dirigieron a los aldeanos viajeros en eso a la parte del asentamiento donde se habían juntado las aldeanas a vivir. Allí pudieron apreciar como al lado de los tipis donde ellas habitaban, los ídolos de piedra ya no se encontraban en soledad, sino que eran acompañados ahora por pintorescas figuras femeninas pequeñas talladas de madera que abrzaban tiernamente a esas enormes cabezas de pez, se recostaban en ellas o hasta se les sentaban por encima.

    Los aldeanos se enternecieron al contemplar esto, a excepción de Kred, mas este hizo lo mejor que pudo para disimular su desagrado al menos por esos momentos.

    —¡¿Verdad que es adorable?! No puedo esperar a hacer la mía para Michin, pero quiero que primero el talle una cabeza de pez más sonriente —comentaba emocionada Meli—. Y también quiero ver que lo hagan Merut y Gwen, aunque seguro Gwen y Pali una figura parada en una pose aburrida al lado de un ídolo con cara gruñona, ¡ay! ¡pero si que me da curiosidad qué harán Merut e Iʻa!

    La actitud animada de Meli conmovió a los allí presentes. No volvió a haber tensiones entre los aldeanos viajeros el resto de ese día, y por la noche escucharon los fascinantes sucesos del vieja por el que pasaron las aldeanas para encontrarlos, así como las magníficas cosas que obtuvieron durante este, una de las cuales recibieron como generoso regalo por parte de la tribu de Woder.

    Al día siguiente todos, tanto aldeanos como hombres pez, levantaron sus cosas. Los primeros zarparon y se despidieron nuevamente de su tribu aliada, que también partía de allí, en busca de otro lugar donde establecerse. Una vez esto, Kwonos pidió otro gran favor a sus compañeros...

    Leúksos

    Una solitaria mujer recorría las lejanas afueras de la Aldea, acompañada únicamente de lo poco que quedaba de la bendición de Dyeus para ese día. Desde ninguna dirección vio llegar a los hombres por los que esperaba. Se rindió por ese día y caminó de regreso a su casa a descansar. Mas antes de poner un pio dentro de su morada, escuchó el llamado de alerta de uno de los habitantes. Resulta que mientras regresaba luego de las últimas pescas de ese día, vislumbró dirigiéndose por el lago cercano a una flota de grandes botes, la cual si seguía su ruta hacia el río acabaría llegando cerca de la Aldea. El pescador no pareció haber sido visto por esos desconocidos navegantes debido a la recién llegada obscuridad, la cual también le impidió a él hacerse una imagen más clara de ellos, aunque esto último no impidió a la mujer solitaria centellear en esperanza por la posibilidad de que entre esos tripulantes se encontraran los hombres a quienes más esperaba, por lo que acompañó sin dudarlo a los guerreros que se dirigieron al río.

    Llegados a la orilla la espera fue corta y eterna a la vez, sentimiento al que la mujer estaba tristemente ya acostumbrada, pero del que pronto sentiría de manera más extrema que nunca. Cuando finalmente vio aproximarse a la misteriosa flota, para la mujer fue como un crepúsculo del que no podía distinguir si daría paso a un amanecer o a un atardecer. Una vez Medwlkwos, el de actitud más osada entre los miembros de aquel grupo, se presentó primero ante la pequeña multitud que los esperaba a orillas del río, a la mujer le pareció ver como su crepúsculo se puso a resplandecer con mayor intensidad, pero inmediatamente su sol, aún abajo en el horizonte, fue obscurecido por la negra nube acechante de la repentina duda de si el hombre que ella esperaba de aquel grupo se encontraba aún con ellos. Escuchó y reconoció entonces las voces del gigante Megwer y del fiel seguidor de Dyeus Kred, pero nada de Hedwiro o del hombre a quien más esperaba. Sin embargo, una vez lo bastante cerca, un pequeño rayo de luz se abrió paso entre los densas nubes cuando la mujer pudo notar a un cuarto tripulante que miraba fijamente en su dirección, como tratando de identificarla, y que tras lograrlo exclamó sorprendido en voz alta el nombre de la mujer. A través del hueco en el cielo abierto por el humilde rayo de luz pasó en eso un portentoso y colosal relámpago que hizo desaparecer las nubes que lo rodeaban e iluminó el cielo entero, dando paso al amanecer. Y cuando el sol se levantó del horizonte, Leúksos se hundió con la misma determinación a las aguas, nadando hasta el bote donde se hallaba uno de sus queridos hermanos, perdido durante casi toda una estación en un viaje del que esperaba volver a las pocas lunas llenas.

    Leúksos, los guerreros y los cuatro viajeros regresaron entonces a la Aldea cargando los ocho botes y las cosas que en ellos había, entre ellos mucha piedra negra. Una vez allí, y a pesar de ser ya de noche, sus habitantes celebraron un pequeño gran banquete en honor al regreso de esos aventureros, quienes narraron ahí lo que habían vivido hasta entonces. Contaron como la llegada hasta la isla de la piedra negra había sido sencilla, pero que al aventurarse más allá en las aguas en busca de otras tierras que le pudieran ser de provecho a la Aldea acabaron topándose con monstruosas serpientes marinas que atacaron sus embarcaciones, destruyendo una de ellas, y de las que apenas pudieron escapar con vida cuatro de ellos, perdiendo a Hedwiro ante los monstruos. Relataron como quedaron atrapados en una isla repleta de salvajes gigantes, que empequeñecían hasta a Megwer, de los que tuvieron que ocultarse para evitar ser devorados. Hablaron de como no tuvieron la menor posibilidad de huir hasta que una tormenta divina momentáneamente abatió a relámpagos a sus peligrosos enemigos, y como aún así estuvieron varando sin rumbo hasta ser hallados por las aldeanas y sus parejas pez, quienes les obsequiaron otros siete grandes botes como los que habían recibido de los hombres pez anteriormente.

    Una vez explicado todo esto, Tor fue a su casa descansar mientras el resto de sus compañeros continuaron celebrando, mas su hermana lo acompañó. Cuando ella se disponía a dormir en paz, acompañada por primera vez en mucho tiempo por uno de sus queridos hermanos, este último, ante la silenciosa intimidad en la que se encontraban ambos ahora, preguntó en voz baja:

    —Lo que acabas de escuchar allí —dudaba en continuar—... fue un cuento, uno muy bonito. Pero ningún cuento será nunca tan bueno como la realidad que lo inspiró... ¿quieres escuchar una buena historia?

    Leúksos no se negó.

    . . .

    No pasó ni un ciclo lunar hasta que la Aldea tuvo que hacer uso de sus nuevas armas de filo negro, pues se aproximaban desde el norte, desde la dirección donde se encontraba el río por el que había partido el grupo de viajeros que aún no regresaba, una gran multitud de decenas de personas, varios hombres armados entre ellos. Solo avistarlos a la distancia fue suficiente para que los aldeanos guerreros se pusieran pusieran en posición defensiva juntándose a ese lado de su Aldea, pero la situación se volvió aún más extraordinaria ara ellos cuando esas personas se acercaron lo bastante como para que se pudieran apreciar sus exóticas características físicas, nada parecidas a ningún pueblo conocido por esa Aldea.

    Mientras más se acercaban a esa misteriosa gente, más les preocupaba lo hostil que lucían. Empezaban a brotar dudas entre ellos sobre si los hombres pálidos los estaban guiando realmente a un lugar seguro.

    —Su hogar es tan impresionante como aquel que vimos destruido, ¡pero este está completo! —juzgó el chico águila de pelo rojo, fascinado.

    —Y son mucha gente —comentó el hombre águila cercano a él, preocupado—... solo los de allí que llevan lanzas son como varios clanes como el nuestro juntos, y esos solo deben de ser sus guerreros.

    El grupo de aldeanos entre los hombres águila se movió al frente de estos para tratar de calmarlos al ver lo preocupados que estaban, pero los cazadores de estos últimos se pusieron repentinamente en posición ofensiva, a órdenes de su líder.

    —No queremos pelea, pero no podemos arriesgarnos a parecer débiles ante ellos. ¡Cazadores! —gritó el líder de los cazadores águila, reafirmando su posición mientras los hombres pálidos que los guiaban trataban desesperadamente de hacer que bajaran sus armas.

    Los misteriosos invasores del norte alzaron entonces su lanzas, jabalinas y arcas hacia los guerreros de la Aldea. Y por si fuera poco, traían a los aldeanos perdidos con ellos, claramente asustados y desesperados, "¡esos miserables seguro los capturaron y obligaron a guiarlos hasta la Aldea!" pensaron los guerreros, quienes además notaron la ausencia de uno de los viajeros, Dákru, al que seguro debieron de haber asesinado. Los guerreros más osados de la Aldea se abalanzaron directamente contra el enemigo, confiando en el gran número de sus compañeros para someter a los invasores rápidamente.

    Al ver a algunos de los guerreros atacar impulsivamente, los cazadores águila respondieron lanzándoles jabalinas y flechas. Sin apoyo inmediato de más guerreros, aquellos peleadores osados que se lanzaron al ataque sin pensarlo fueron reducidos sin mayor dificultad. Los demás guerreros, al ver caer a sus compañeros enrabiaron, aún habiendo sido culpa de la impulsividad de estos, enrabiaron y se unieron al ataque, esta vez empleando también proyectiles para mantener distancia. El líder de los cazadores ordenó a uno parte de sus guerreros a velar por la seguridad de las águilas no peleadoras mientras las escoltaban lejos de la escena de batalla, mientras él y los demás cazadores se quedaban a hacer frente al enorme clan de armas negras para frenarlos.

    Desesperado, Kwonos se lanzó en medio de la tormenta de proyectiles con los brazos en alto gritando que se detuvieran. Al ver esto, su hermano al otro lado del enfrentamiento pronto se le unió, y se apoyaron a espalda con espalda para proteger al otro de ataques del bando que tuvieran detrás, y extendiendo las manos a los que tuvieran en frente, mostrando como no portaban armas. Kwonos quedó mirando a los guerreros de su Aldea, a lo que tanto esperaba volver a ver, aunque en un encuentro más pacífico, y Tor quedó mirando a esos exóticos cazadores, quienes en su rareza le recordaron a los enanos que conoció, pese a que eran en realidad muy diferentes a estos, pudiendo ver así lo vulnerables que podían llegar a ser. Sus acciones curiosamente coordinadas convencieron afortunadamente a los beligerantes de detener su corta escaramuza, dando pie a un corto pero eterno silencio incomodo. Tor aprovechó la calma después de la batalla para preguntar a su hermano:

    —¿Dónde te encontraste a esas exóticas personas, hermano?

    —Suenas menos sorprendido de lo que esperaba —señaló Kwonos—. ¡Apuesto a que te encontraste tus propios amigos raritos en tu viaje! ¿a que si? —comentó entre risas.

    —Ah...

    —¡Y hablando de apuestas! —interrumpió Kwonos a su hermano, tomándolo del hombro mientras charlaban caminando hacia los hombres águila, estando estos últimos y los guerreros aldeanos viendo con intriga la situación— ¿cuanta piedra negra trajiste de las islas?

    —Oh, solo pudimos traer que llevábamos en uno de los botes que los hombres pez nos dieron. El otro lo perdimos.

    —Ya veo, debió ser un viaje duro.

    —Pudimos haber traído mucho más, pero quisimos regresar a la Aldea lo ante posible —explicó—... ¿perdí la apuesta? —preguntó Tor, con lo que Kwonos rio.

    —¡No te preocupes!, la única piedra negra que nosotros trajimos fue mi cuchillo que tenía guardado. Nosotros también pudimos haber traído más, pero ahora nos dan miedo las cuevas y pedírselo a los hombres águila de ahí en frente hubiera sido un poco complicado. Además, estábamos en las mismas de querer volver lo antes posible... Resulta que ambos fuimos igual de patéticos, ¿eh?

    —Hombres águila —repitió Tor, más interesado en ese otro extraño pueblo que en los ineficientes que fueron ambos ambos grupos aventureros en su tarea—...

    Kwonos acercó entonces a su hermano y a su amigo de pelo rojo, e hizo que se dieran la mano. Aún quedaba algo de tensión en el ambiente, pero pronto se aligeró cuando Medwlkwos y Megwer se alejaron de la Aldea y fueron a saludar también a esos otros extraños hombres.

    —Son más bajitos de lo que esperaba —dijo el gigante al estar frente a ellos.

    —Y son todavía más feos de cerca —juzgó Medwlkwos en voz alta, aprovechando el haber notado que no hablaban su idioma y que por ende no entenderían su comentario.

    Pronto se inició poco a poco una bienvenida más como la esperaba Kwonos en un inicio. Incluso el verdadero cautivo entre los hombres águila, el maestro blanco de los caballos, parecía estarse relajando. Una de las más alegres ese día fue Leúksos, al volver a tener entonces a los dos soles de vuelta en su firmamento.

    De regreso en su elemento, al fin de vuelta con un público que hablaba su misma lengua, Kwonos narró la totalidad del viaje por el que pasaron su grupo y él con más pasión que la que que jamás había expresado en cualquier otra historia. Echó lágrimas al recordar a Dákru, tembló tanto por los recuerdos del incidente entre las aldeas de casas largas que tuvo que tomar asiento, sufrió escalofrías al recordar su paso por el inframundo, y fascinación al recordar como fue conocer poco a poco a los hombres águila, y todas estas emociones las transmitió a su público a través de su gran interpretación.

    Incluso aunque lo que hubiera contado no fuera tan fantástico como lo que contó el grupo que fue a la isla, por la manera en la que lo contó fascinó más a los aldeanos, y dejó reflexionando a sus hermanos. Una vez se retiró la familia a descansar, ellos contaron secretamente a Kwonos los verdaderos sucesos ocurridos y el por qué de ocultarlos en primer lugar.

    —Lamento mucho todo por lo que pasaste, hermano —dijo Kwonos.

    —Tu experiencia fue horripilante también, hermano, mas la relación que tallaste con ese exótico pueblo con el que se encontraron fue mucho mejor.

    —Podrías decirlo así, si.

    —¿Recuerdas que te pregunté si perdí la apuesta y respondiste que éramos igual de patéticos? Eso no es cierto, tú y tu grupo lograron hacer de forma honrada lo que creí que solo podía ocurrir mediante opresión. Esos hombres águila están ahora durmiendo tranquilamente al aire libre en el suelo de la Aldea, mientras que lo último que vi de los enanos fue a ellos siendo aterrados, acorralados y rodeados de llamas.

    —... Creo que sé a dónde quieres ir con esto —comentó Kwonos con una expresión algo pícara.

    —Ayúdame a reparar el daño que le hice a esa gente —propuso Tor, extendiendo la mano hacia su hermano.

    Kwonos extendió la suya y la colocó encima de la de Tor, sellando el trato. Un instante después, sus manos fueron aplastadas ahí mismo por piedras tomadas por su hermana, ahí presente también.

    —¡Por el altísimo Dyeus, Leúksos! ¡¿eso por qué fue?! —gritó de dolor Kwonos, quien recibió el golpe en la parte superior de su mano, a diferencia de Tor que lo recibió en la palma. Entonces Leúksos comenzó a llorar, y sus hermanos lo comprendieron—. Por supuesto que no nos iremos ahora, hermana. Después de todo, es mi deber cuidar a nuestros invitados hasta que se acostumbren a su nuevo hogar —la consoló Kwonos mientras él y Tor la abrazaban.

    —... Quiero ir con ustedes —pidió.

    —¿No escuchaste todo por lo que pasamos? No podríamos soportar que pasaras por cosas así —negó Tor.

    —¡Y yo no soporto que USTEDES pasen por cosas así! —respondió Leúksos.

    Tor no supo que responder, pero Kwonos tras pensarlo un poco dijo para ambos:

    —Se me ocurren unos cuantos chicos a los que les gustaría acompañarnos y que nos serían de gran protección.

    —¿Te refieres a los pequeños de aquí? ¿o quizás a los pequeños entre esos hombres águila? ¿de verdad querrías traer niños con nosotros a viajes así? —cuestionó Tor.

    —Me refiero a los niños adultos entre los hombres águila —aclaró Kwonos, pero sus hermanos se confundieron al escuchar el concepto de niños adultos—. Es un poco complicado, no lo conté en la narración para la Aldea, pero ya habrá tiempo de explicarlo mañana, este momento no es el más adecuado para discutir sobre si hacer o no un viaje tan grande. Ahora ¡a descansar! —exclamó mientras se echaba a las cómodas pieles del suelo de su hogar abrazando a su familia.

    . . .

    Héroe

    A la vuelta de la bendición de Dyeus, muchos de los hombres águila se levantaron con mareos, náuseas y dolores de cabeza. Pese a su gran fortaleza física, el vino de oriente los había embestido con mayor dureza que cualquier bestia cornuda. Esto al principio dio algunas complicaciones a Pertkos, pues la primera impresión que dieron esos hombres a quienes aspiraba a tallar en grandes guerreros protectores de la Aldea fue la de enemigos feroces de esta, y ahora la segunda fue de potenciales aliados con jaquecas. Pertkos se pondría a trabajar sumamente duro en arreglar esa mala imagen de sus invitados lo antes posible.

    Sin embargo, no todos los aldeanos vieron la poca resistencia de esa gente al vino como algo negativo, o al menos no como algo malo para ellos. Varios de los habitantes, tanto aldeanos como aldeanos, entre ellos Medwlkwos, acabaron en cierto modo cautivados por el físico tan único de estos visitantes, y aprovecharon aquella noche el estado en que se encontraba las personas águila para conocerlas más a fondo. Eso desde luego que ayudo a recibir mejor a esa gente como nuevos habitantes, así como los esfuerzos de los viajeros, sobre todo de Pertkos, en enseñarles tanto las comodidades como las tareas que traía este nueve estilo de vida para ellos.

    Toda esa estación fue una de trabajo especialmente duro, pues había ahora que expandir un poco la Aldea para dar lugar a sus nuevos residentes, a la vez que educarlos y, parte favorita de Pertkos, entrenarlos para proteger su nuevo hogar. Se esperaba que la zanja del idioma se fuera llenando poco a poco con el aprendizaje paulatino de los infantes águila del idioma de los aldeanos, pero aparte de eso los ancianos sabios, conocedores ya de unas dos lenguas, no pudieron evitar tener curiosidad por aprender la exótica forma de hablar de estas personas provenientes de tierras lejanas, que a algunos les parecía que se asemejaba en algo a la lengua ritual. Estos ancianos sabios se interesaron por sobre todo en la anciana del rostro herido, a la que acabaron otorgando un alto rango espiritual junto al líder de los cazadores águila, nombrándolos patrones de los guerreros feos enviados por Dyeus.

    Tras casi un año, con el cual se confirmaron las sospechas de Kwonos sobre el acelerado crecimiento de los hombres águila, le parecía ya a los hermanos un buen momento para la iniciar la misión personal que se habían propuesto. Sin embargo, durante ese tiempo la Aldea se había vuelto de una considerable fama en toda la región, llamó bastante la atención de sus vecinos y gente de más allá debido a sus ahora famosos guerreros deformes y su formidable flota creciente de botes de juncos, de los que conseguían cada vez más gracias a su relación con la tribu de Woder, la cual había formado contactos con misteriosos pueblos a lo largo del basto mar gracias a sus cada vez más aventureras aldeanas. Gente de otras aldeanas en la región se aproximaban en busca de formar parte de la Aldea, acrecentándola más y más. Un grupo de estas gentes que llegó fue uno bastante especial, uno que aunque proviniese de tierras lejanas, pues hablaba un idioma distinto al de los aldeanos, una persona entre ellos preguntó por Kwonos y Tor, como si los conociera, y con palabras de la Aldea. Cuando a los hermanos se les comunicó de esto, ambos se dirigieron a encontrarse con ese hombre por curiosidad, mas el joven Yuhnprek lo encontró antes y, al reconocerlo, se lo llevó consigo a presentarle a alguien.

    —Venerable viejo, este es Njak'u, integrante del pueblo que vengó a tu aldea —presentó entusiasmado Yuhnprek al jinete de piel blanca al que perdonaron la vida. Luego de unos meses de vivir en la Aldea, había aprendido un vocabulario muy básico pero con el que pudo narrar lo ocurrido con aquella infame aldea de cazadores de hombres, ayudado de los viajeros ya acostumbrados a lidiar con la zanja del idioma.

    El venerable viejo, como lo llamaba Yuhnprek, quedó atónito luego de escuchar la historia sobre lo ocurrido con aquel brutal pueblo. Cuando finalmente se encontró con Tor y Kwonos le tomó unos momentos poder volver a concentrarse para hablar con ellos.

    —Aldea de ustedes... más grande de que yo piensaba —pronunció en lo que podía del idioma de estos aldeanos. No era mucho, pero sorprendió aún así a los viajeros que lo conocían de lo mucho que había mejorado desde la última vez que se vieron.

    Tor por su parte lo conocía por primera vez allí, y estaba intrigado de que el venerable viejo supiera su nombre, pues Kwonos no le había dicho nada sobre que se lo hubiera contado. Preguntó entonces al respecto de ello y de por qué los buscaba.

    —Me lo dijo el padre de ustedes —respondió, dejándolos atónitos.

    Narró entonces, arreglándoselas con su limitado dominio de la lengua de esta aldea y de la buena comprensión de Kwonos, como huyó de su hogar junto a los pocos sobrevivientes luego del ataque y escaparon al ser en busca de tierras más seguras en las que habitar. Desde entonces fueron de aldea en aldea en busca de asentamientos menos belicosos. Durante su estadía temporal en una de estas se toparon con un viejo amigo del venerable viejo.

    El más grande viajero Hner se encontraba recorriendo esta región en busca de una famosa aldea en crecimiento, que se decía protegida por guerreros deformes y con una gran flota, de la que estaba escuchando hablar en todos lados desde hace no mucho. Cuando Hner escuchó la historia de lo que quedaba del pueblo de su viejo amigo, le recomendó visitar su aldea natal, de la que le dio instrucciones para llegar, recomendándole que se comunicara con sus hijos. Partieron entonces ambos en direcciones opuestas, pues Hner no tenía idea de que la aldea que estaba buscando se trataba de la suya propia.

    Al escuchar esto, una vez bien recibidos el venerable viejo y su pueblo en la Aldea, el grupo de hijos de Hner en compañía de un grupo de hombres águila, entre ellos el chico de pelo rojo y el apodado Lobo Extraño, aprovecharon y partieron de la Aldea para, según lo que los hermanos contaron, ir en busca de su padre...

    Queda un "capítulo" bonus donde enseñaré las cosas que me inspiraron para este escrito, como prometí en el primer capítulo (antes de editarlo jej), pero la historia como tal acaba aquí. No será solo mencionándolas sin más porque no recuerdo si estaba permitido algo así en la página, y de todos modos quiero hacer algo un poco más creativo :,p
     
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos

    Y finalmente llega a su fin esta historia. Me ha gustado en muchos aspectos. Los petsonajes tienen esa sensación de ignorancia y admiración a lo nuevo que se esperaría ver en una civilizacion tan primitiva. También el hecho de atacar primero y preguntar después es un buen punto a favor para una aldea primitiva guerrera.

    Me decepcionó algo ver que la tribu "malvada" que arrasaba a las demás haya resultado ser algo pasajero y que al final no sería una amenaza para la aldea.

    Al final, esa aldea queda llena de forasteros. Aunque creo será un gran crecimiento para la misma, va a resultar en una destrucción cultural y religiosa para algunos bandos. Y no creo hayan muchos que terminen felices por ello.

    Regresaron bastantes de las expediciones, aunque pienso que quizás, por el tiempo fuera, sobrevivieron más de lo esperado.

    Te recomiendo leas de nuevo el capítulo en busca de errores ortográficos. Encontré muchos y no los marco por lo extenso del capítulo.

    Ya solo toca ver lo que irá en el bonus.
    Y espero sí vayan a ayudar a esos pequeños "humanos" de las islas. Porque al final los masacraron sin intentarlo mucho.
     
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    Elliot

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    La guerra de la piedra negra
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    No esperaba demorar tanto en lo que es solo un pequeño extra acerca de las inspiraciones para esta mini historia, y un pequeño homenaje a los divulgadores y artistas con los que aprendí varias de ellas. Pero weno, aquí ta´.
    PD: Ahora que ya acabé esto, me releeré todos los capítulos para ir corrigiendo errores ortográficos que note.


    Una preciosa niña de una piel muy oscura, bien protegida del frío al cubrirse con pieles, estaba sentada junto al río entre una especie de canasta cónica para pesca y unos patos que su familia cazó. Con sus hermosos ojos azules miraba como con curiosidad a su espectador.

    Así era el cuadro que representaba a una niña que vivió aproximadamente hace 5.600 años, proveniente de los cazadores-recolectores del Este, en lo que hoy es Dinamarca, dibujado por el talentoso artista Tom Björklund. Artista cuyos trabajos fascinaban de gran manera al hombre que se hallaba ahora mismo admirando su cuadro de la niña "Lola" en un museo.

    Las ilustraciones de Björklund no solo estaban bellamente dibujadas y pintadas, casi pareciendo fotos en algunos casos, sino que retrataban de forma tan humana a las gentes del pasado distante que a veces, al menos al hombre que ahora las admiraba, hacían sentir que uno más que estar observando una imagen estática estuviera allí presente junto a esa gente, como alguna clase de antropólogo viajero en el tiempo. Verdaderamente magnífico.

    Aún con lo mucho que le gustaban esos cuadro, el hombre estaba consciente de que la obra de Björklund no era lo único merecedor de admirar en este museo, por lo que continuó su recorrido. Se dirigió entonces a apreciar las sonrientes reconstrucciones de neandertales que tanto que le agradaban, en especial las más modernas, pelirrojas y con adornos de plumas, basados en nuevos descubrimientos.

    Sin embargo, al llegar a aquella exhibición se encontró con una pequeña multitud que escuchaba atentamente las palabras de un señor barbado y en camino a ser calvo frente a las reconstrucciones. El hombre se quedó a darle oídos también al señor, de quien descubrió, preguntando a uno de los espectadores, que era conocido como Stefan Milo.

    Parece que el señor Milo había empezado hablando sobre los neandertales que tenía detrás, habitantes de Europa hasta hace cuarenta mil años aproximadamente, pero para cuando este hombre llegó al lugar ya se había dicho casi todo, así que solo alcanzó a oír sobre como los miembros de aquella especie maduraban mucho más rápido que la nuestra antes que Milo cambiara de tema. El señor fue divulgando acerca de distintos grupos humanos que habitaron Europa en la prehistoria, enseñando lo compleja y diversa que fue aquella era. Esto último le recordó al hombre a la sección Stone Age 101, una colección de dibujos, puede que no tan impresionantes visualmente como los de Tom Björklund pero igual o más didácticos, de temática similar a esa charla de Milo pero sobre culturas de varios continentes.

    Milo habló sobre los cazadores-recolectores nativos del continente en el sexto milenio antes de Cristo, sobre los posteriores colonos granjeros provenientes de oriente y sus curiosas relaciones con los pueblos nativos, sobre florecimiento de la cultura de los primeros constructores de casas largas europeos y su trágico final, y sobre la misteriosa Grotta Scaloria en Italia, todo esto a lo largo de un mismo milenio. "¡Vaya mundo!" pensó el hombre al conocer todo esto, y un comentario del señor Milo gatilló aún más su imaginación:

    —La obsidiana era muy valorada en el neolítico para la producción de herramientas de piedra, pero no todas las regiones tenían acceso a piedra de calidad. Algunas comunidades hubieran tenido que viajar por más de cien kilómetros para minar o comerciar obsidiana, estas hubieran sido expediciones que probablemente hubieran tomado varias semanas, a través de montañas, ríos o hasta el mar. Nosotros solo podemos imaginar los desafíos que los que estos grupos de mineros y comerciantes enfrentaron para obtener estos recursos... y quizás, su gozo al asegurar algo tan valioso y necesario para su supervivencia —dijo más o menos.

    Luego Milo añadió, prudentemente como divulgador, que todo esto podría ser simplemente él romantizando el pasado. Eso sin embargo no detuvo al hombre de fantasear, mucho, al respecto, motivado aún más por habérsele ocurrido que, tal vez, las grandes historias mitológicas de aventura en la antigüedad tuvieran sus primeras raíces en aquellas expediciones antediluvianas.

    Entusiasmado con su propia idea, el hombre siguió añadiendo un elemento tras otro a lo que estaba pensando.

    Incluso más asombroso que las culturas prehistóricas de Homo sapiens se le hacían las demás especies humanas con la que nosotros compartimos la tierra alguna vez, como los famosísimos neandertales fornidos o las rarezas de aspecto primitivo y corta estatura como H. naledi u H. floresiensis, así que las quiso incluir de algún modo. "Y ya que estoy..." pensó el hombre, recordando las variadas y extraordinarias faunas que tuvieron las islas del Mediterráneo en eras pasadas, dándole ganas por mostrar algo de eso también.

    Posterior a eso, tras pensarlo mucho, decidió poner también a los perezosos terrestres cavadores de túneles gigantes del tamaño de auténticas cavernas, y darles una relación especial con sus queridos neandertales.

    Para este punto, ¿qué rayos estaba escribiendo el hombre?. No era una novela histórica, estaba plagada de anacronismos y cosas fuera de lugar para este punto como para siquiera pretender serlo, pero técnicamente nada de eso era falso por si solo, y no había añadido magia de ningún tipo. Ganas no le faltaban de poner más dinosaurios, pero con los perezosos americanos en medio de Europa sentía que había puesto un límite... al menos por esta vez.

    . . .​

    "Colección de cosas destacadas que me gustan de la prehistoria" fue como decidió ver lo que estaba haciendo, algo no muy diferente a las cosas que se imaginaba de niño cada que podía disfrutar de un nuevo documental, con la diferencia de que en esta ocasión la registraría y compartiría con la esperanza de que fuera del disfrute de alguna otra persona.
     
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