One-shot La gran soñadora de los sueños tristes [Clock Tower]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 14 Febrero 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

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    Escritora
    Título:
    La gran soñadora de los sueños tristes [Clock Tower]
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1490







    La gran soñadora de los sueños tristes
    .
    .

    Hanabi siempre se había enorgullecido de ser una gran soñadora. Incluso desde muy, muy pequeña, Hanabi despertaba y tenía la capacidad de narrar sus sueños uno a uno, con lujo de detalle. Recordaba cada color, cada aroma, cada voz y cada sensación. Las horas, los días pasaban, y Hanabi aún no los olvidaba. Luego de cierto tiempo, la tradición se volvió norma y frecuentemente sus hermanos le preguntaban qué había soñado la noche anterior; y Hanabi, casi sin falta, se sentaba junto a ellos sobre el césped y narraba sus sueños. En un orfanato viejo y gris, con olor a moho, comidas insípidas y apenas quince libros de cuentos en las estanterías, los niños no tenían idea cuánto podían salvarlos un par de sueños irracionales y coloridos, directamente sustraídos de las profundas lagunas de la inconsciencia.

    Y los sueños de Hanabi eran tan, tan descabellados y variopintos. Como cuando Sandy se había convertido en la abuelita de los demás, y había horneado galletas dentro de un zapato para alimentar a los corderos. O cuando la Señorita Mary se encogió al tamaño de una pulga, y como pulga encogió también a Timmy, Leah, Carole, Patrick, y decenas de otros niños, pues necesitaba de ellos para hacer una laaaarga escalerita de pulgas y así alcanzar las llaves de su habitación. O cuando les sirvieron un brillante arcoíris de desayuno que a quienes lo bebían de golpe les cambiaba el cabello de colores, y entonces apareció la Señora O’Connor para calmar las aguas del comedor y, engañada por los niños, probó de la sopa mágica, convirtiéndose ella misma en un duende verde. Eran sueños que a todos les encantaba oír, que hasta los preferían por sobre los quince libros de cuento polvorientos que ya se sabían de memoria.

    Hasta que un día las cosas cambiaron. Hanabi nunca dejó de soñar, pero ya no podía compartir sus sueños con sus hermanos. Si lo hacía, no podría verlos sonreír. Porque un día, de repente, los sueños de Hanabi se volvieron tristes. Eran grises, olían a moho y sabían a sopa insípida, y Hanabi se despertaba cada día con la amarga certeza de que, una vez más, sus sueños favoritos aún no habían vuelto.

    Deseó ya no recordar. Deseó dejar de ser una gran soñadora, pues sus sueños ya no le servían de nada. Pero el destino, o la vida, o Dios eran demasiado caprichosos para cumplir su deseo, y siguió recordando. Cada uno de sus sueños. Aunque no fueran más que fotogramas extraídos de la realidad. Y durante el día, frente a sus hermanos, tuvo que sentarse sobre el césped y narrar mentiras de colores. Una y otra, y otra vez. Hanabi era demasiado pura y amaba demasiado a sus hermanos. No sabía cómo negarles el derecho de ser felices por cinco minutos, y jamás se lo enseñaron.

    Con el tiempo, forzada a recluír sus verdaderos sueños detrás del silencio, Hanabi notó que en ellos sólo aparecía aquello que extrañaba. Podían ser cosas triviales, como el par de medias rosas que perdió en la lavandería, o el conejito blanco que desapareció del jardín, o la porción de torta que se comió demasiado rápido. Podían, también, ser cosas importantes, como cuando un día despertó y Hana ya no estaba, ni estaría nunca, en la cama de al lado. Se había esfumado como vapor al viento y Hanabi no volvió a saber de ella. A partir de entonces, Hana comenzó a visitar todos y cada uno de sus sueños.

    Aunque el tiempo pasó y Hanabi, una vez más, deseó ya no recordar. Deseó dejar de ser una gran soñadora, pues sus sueños alimentaban sus dolores más grandes y ya no le servían de nada. Pero el destino, o la vida, o Dios seguían siendo demasiado caprichosos para cumplir su deseo, y siguió recordando. Cada uno de sus sueños. Aunque no fueran más que fotogramas extraídos del pasado.

    Las ideas comenzaban a acabarse y sus hermanos nunca dejaban de pedir sueños, y Hanabi deseó no solo olvidar, sino también no haber sido una gran soñadora nunca, en absoluto. ¿Cuán triste debe estar un niño que desea no soñar? ¿De cuánta felicidad debe haber sido privado para no encontrar colores ni siquiera al dormir?

    Y los años pasaron, y Hanabi fue adoptada, y Hana seguía visitándola noche tras noche. Le hablaba de sus infinitos recuerdos juntas, sentadas en el parque o bebiendo una taza de té. Le recordaba los tiempos donde la ignorancia aún le permitía conservar una chispa de infancia. Como cuando recolectaban mariquitas juntas, o cuando se colaban en la cocina de noche para beber leche tibia, o cuando encontraron muchos libros viejos guardados bajo llave en la biblioteca. Hanabi y Hana habían sido las mejores hermanas del mundo y lo serían siempre, porque Hana le había dado su nombre y eso era para Hanabi el obsequio más hermoso del mundo.

    Un día, Hanabi se despertó algo tarde. Apenas estaba saliendo de la cama cuando Lotte la vio desde la puerta y le indicó que se apresurara, que el desayuno ya estaba servido. La niña se alistó a trompicones, y a trompicones corrió escaleras abajo hasta llegar al comedor. Allí estaban todos sus hermanos, y eso la hacía muy feliz; pero no estaba Hana, y eso la ponía muy triste. Y era difícil evitar la tristeza del desayuno cuando, unos minutos antes, había estado charlando y riendo con ella en sus sueños. Sin importar cuánto tiempo la visitara, nunca era suficiente. Por ello, Hanabi comenzó a hablar de ella. De esa forma, de alguna forma, sentía que Hana estaba un poquito más viva. Hanabi y Hana habían sido las mejores hermanas del mundo y lo serían siempre, porque todo lo habían compartido y en cada palabra de Hanabi, Hana estaba presente.

    —Oye, Kaede, ¿es cierto que tú y Nuvoir encontraron una mariquita negra ayer? —La voz de Hiroshi resonó por sobre las demás, llamando incluso la atención de Hanabi.

    —¡Sí! —respondió Kaede, compartiendo una sonrisa con Nuvoir—. Más tarde te la muestro, ¿quieres?

    —¡Yo también quiero ver! —acotó Hanabi, alzando una mano en el aire—. Y podemos salir a recolectar más insectos todos juntos. Siempre hacíamos eso con Hana, ¡era tan divertido!

    Un pequeño silencio se asentó de repente entre los niños mientras Hanabi le daba un mordisco a su tostada con jalea.

    —Hanabi. —Anne apareció desde atrás, de pie bajo el umbral de la puerta—. La Señorita Mary te llama, dice que hay un desastre en tu habitación.

    La niña soltó un pesado bufido y miró su desayuno con el ceño fruncido.

    —¿No puedo…?

    —No —la cortó Anne, adivinando sus intenciones—. Dijo que fueras ahora.

    Hanabi se bajó de su silla y obedeció a regañadientes, desapareciendo escaleras arriba. Anne, tras comprobar que la niña había hecho caso, se reincorporó a la mesa y bebió de su té. El ambiente aún era pesado y Summer, tímidamente, decidió preguntar por fin lo que le escocía desde hacía tiempo.

    —Oigan —llamó bajito a sus hermanos, aunque sólo unos pocos, los más cercanos, se giraron hacia ella—. ¿Quién es Hana?

    Hiroshi apretó brevemente los labios y desvió la mirada hacia Kaede y Nuvoir, quienes se encontraban sentados frente a él. Ellos comprendieron su pedido y la niña, algo incómoda, se dirigió a Summer.

    —No lo sabemos. Nadie lo sabe.

    —Hace años que habla de una tal Hana —agregó Hiroshi—, pero nunca nadie la conoció en el orfanato.

    —Muchos niños la molestaron durante mucho tiempo por eso —dijo Kaede—, pero Hanabi siguió haciéndolo y entonces se cansaron.

    —Decidimos ya no decirle nada porque siempre se la ve muy contenta cuando habla de ella —anotó Hiroshi—, así que le seguimos la corriente y ya. Te sugiero que hagas lo mismo.

    —¿O sea que miente? —preguntó Summer en voz muy, muy baja, algo agobiada por la atención que estaba recibiendo.

    —No creo que mienta —analizó Kaede, pensativa—. Es más como si…

    Las palabras justas no arribaban a su boca y se giró hacia Hiroshi, buscando ayuda para ayudar a Summer a comprender. Le resultaba lógico, pues Summer apenas había pasado tiempo en el orfanato y no los conocía realmente antes de mudarse a la mansión. Hiroshi se encogió de hombros, entonces, y soltó un largo suspiro antes de decir:

    —Es como si Hana fuera real para ella.


    Hasta que me decidí por escribir esto xd Well, estuve mucho tiempo debatiéndome si volver esto o no canon, más o menos desde que hice la ficha. Y aunque no sé qué vaya a pasar con el rol, tenía muchas ganas de introducir una dimensión así en la personalidad de Hanabi so fuck it, im gonna do it.

    Y eso (? Si llegaron hasta acá, gracias por leer uwu
     
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