de Inuyasha - La Estrella

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por Asurama, 1 Diciembre 2009.

  1.  
    Asurama

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    La Estrella
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    La Estrella

    La estrella
    Prólogo

    Eran casi las ocho de la noche y ella aún no había llegado. Los cuatro estaban sentados alrededor de la mesa, analizando con detalle aquellos viejos pergaminos que le habían sido traídos y que estaban escritos en algún lenguaje arcaico, parecido al japonés, pero cuyo significado aún no había podido descifrar luego de horas, puesto que aquellos extraños caracteres no coincidían con ningún código que ellos conocieran. Ya estaban muertos del cansancio y ella aún no llegaba. Si Había alguien capaz de descifrar semejante rompecabezas, ella era. Tenía un intelecto sobrenatural, no había rompecabezas que se le resistiera, podía adivinar casi cualquier cosa, resolver casi cualquier problema. Ella era brillante, era una estrella y no solo por su inteligencia, sino también por su infinita belleza, que deslumbraba incluso a personas de su mismo género. Magnífica, perfecta, calculadora si la situación ameritaba. Era una suma de cosas buenas. En realidad, no había sido inventado aún un adjetivo suficiente como para definir lo que ella era.
    Eran las ocho de la noche y ella aún no había llegado, seguían rompiéndose la cabeza, intentando averiguar de qué idioma de trataba. No era chino, no era japonés, no era sánscrito. Era una especie de mezcla de todos esos idiomas, pero completamente ilegible. La tinta con la que estaban escritos era muy rara. Según los informes, esos textos tenían una antigüedad de quizás mil años y habían sido encontrados a muchos metros debajo de una vieja edificación a la salida de la ciudad. Según el informe, la tinta parecía estar hecha de sangre, pero los que se habían encargado de realizar ese estudio no estaban muy seguros, pues no respondían del todo a las características de la sangre de animales conocidos. Sobre datos como esos o como la antigüedad y los materiales utilizados, los informes eran confusos y ambiguos. Los cuatro tenían la sensación de que los científicos que habían hecho esos informes tenían tanta idea de los orígenes de los pergaminos, como ellos de lo que éstos decían. Entonces ¿podría ella tener fáciles las cosas?
    Eran casi las ocho y cuarto cuando la puerta se abrió y ella hizo su “triunfal” entrada. Era sumamente sencilla y solo con eso llamaba la atención.
    —Llegas tarde —le dijo enfadado uno de los muchachos—. Hemos estado trabajando durante horas y no hemos conseguido un solo resultado.
    —Yo no llegué tarde —contestó dulcemente en un tono pícaro—, ustedes llegaron antes.
    Otro rió cínicamente.
    —Muy graciosa. A ver qué puedes hacer con esto —la desafió con el mismo tipo de tono amable que ella siempre usaba.
    —¿A ver? ¿Qué tenemos? —dijo acercándose a la mesa con curiosidad.
    Ellos le mostraron los pergaminos y también los informes. Ella se sentó cómodamente en el sillón de terciopelo azul del rincón, con el informe en manos y cruzó las piernas. Se pasó varios minutos ojeando y leyendo los informes. Su análisis fue acompañado de un respetuoso y total silencio por parte de sus compañeros. De vez en cuando, cambiaba de posición o cruzaba la otra pierna. Jugaba con una estilográfica en la boca cual si fuera un cigarrillo —no fumaba— y le echaba vistazos a los pergaminos sobre la mesa. Unos treinta minutos después, dejó los informes de lado en una mesilla de vidrio y se puso de pie para mirar en detalle los pergaminos. Todo era muy hipotético, muy ambiguo, muy confuso… muy inútil.
    —¿Qué… qué es esto? —estaba confundida, aún más que con los informes —esos signos que se asemejaban más a dibujos que palabras, esos materiales ¿qué era todo eso? ¿Estaban escritos con sangre? ¿estaban grabados en cuero? ¿o eran símiles muy buenos?
    —No hemos podido encontrar el origen de esos símbolos, no es ninguna lengua o dialecto que conozcamos, es como una mezcla de varios de ellos, pero no tenemos la menor idea de cómo leerlos o siquiera pronunciarlos.
    Dos de ellos se encogieron de hombros.
    —Tú eres un haz en todos los campos —dijo uno— pensamos que quizás podrías hacer algo con esto, que lo comprenderías.
    Ella se sentó delante de la mesa, puso el teléfono móvil a un lado e ingresó a una base de datos vía Internet. Al instante, se abrió una página privada, una que contenía más de un millón de caracteres de todos los idiomas y lenguas muertas y actuales, divididas de acuerdo a diferentes criterios. Después de trabajar durante casi dos horas, apagó el pequeño aparato, lo metió en su bolsillo, se cruzó de brazos y negó con un rotundo movimiento de cabeza mientras fruncía el entrecejo con claro gesto de derrota.
    —No tengo la menor idea de lo que dice —declaró—. No coincide con nada, es totalmente extraño.
    —Creo que tendremos que archivarlo —propuso el que la había recibido.
    —¿Creen que debamos llamar a algunos otros colegas? —propuso otro.
    —Creo que deberíamos tomarle un par de fotografías, solo para asegurarnos —propuso otro.
    —Yo sugeriría que no lo fotografiáramos y que tengamos solapado a este proyecto —dijo ella.
    —¿Tú crees? —preguntaron los cuatro.
    Ella se encogió de hombros.
    —Tengo la corazonada de que el conocimiento público de este proyecto ocasionaría un menudo revuelo y que llegaríamos a tener problemas. Lo mejor sería evitarlo.
    Después de unos minutos de reflexión, coincidieron con ella.
    La chica dio un largo bostezo.
    —Estoy cansada, he trabajado demasiado —ellos le soltaron algunas críticas, ¡habían estado allí por horas!—. Si me disculpan, iré al baño un momento.
    Se levantó y caminó por el largo pasillo que se dirigía hacia el baño. Luego de cerrar la puerta, sacó el celular y marcó un número.
    —¿Diga? —dijo tranquilamente la voz de un hombre del otro lado.
    —Señor —dijo ella en susurro—. Se han encontrado enterrados a las afueras de la ciudad una serie de pergaminos viejos.
    —¿Y?
    —Están escritos en un idioma completamente desconocido, e incluso los materiales de confección son extraños. No parece algo hecho por humanos.
    —Vas a esperar a que tus colegas se vayan y entonces vas a “tomar prestados” sus pergaminos. Por tiempo indefinido. ¿Has entendido, Kawaii Rin-chan?
    —Sí, señor —contestó como un soldado, pero en susurros.
     
  2.  
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    Re: La Estrella

    Brillante
    —¡Voy a llegar tarde otra vez! —lloraba mientras se abrochaba la blanca camisa de seda ni bien salir de la ducha—. Por su culpa me dormí, ésta sí me las va a pagar —se colocó el chaleco color crema y se ató el moño dorado al cuello, al tiempo que se acomodaba la falda, también dorada y de seda. Después de desenredarse el cabello, se lo recogió en un rodete y se colocó un adorno de oro y perlas y salió corriendo por la puerta mientras se ponía sus zapatos blancos perlados de tacón a medio camino, cazando el portafolio de cuero negro que siempre estaba al alcance por si le sucedían cosas como esas.
    No era la primera vez que despertaba tarde y rogaba que fuera la última. Él quería que ella perdiera la regularidad de la preparatoria, decía que era una pérdida de tiempo, que no lo necesitaba. A él le convenía.
    Bufando, bajó a toda velocidad las escaleras y se puso en camino. Todo el mundo la conocía, todos solían verla haciendo aquel maratón contrarreloj, era algo común. Todos la saludaban. Ella estaba tan concentrada en llegar y tan apresurada, que les devolvía una enorme y brillante sonrisa por todo saludo. Miró el reloj en su muñeca y sintió que le faltaba tiempo, así que decidió cortar camino por un callejón. De repente, cayó al suelo debido a un traspié propiciado por alguien.
    —Hola, preciosa —saludó en forma sugerente un hombre alto, robusto y vestido de negro, que se le acercó luego de haberla hecho caer—. Dame todo lo que tienes —le soltó en forma brusca y le apuntó con una pistola calibre treinta y ocho.
    —No tengo nada.
    —¿Ah, sí? ¿Y eso qué es? —dijo indicando al caro adorno que llevaba en el cabello—. Lo quiero.
    Ella intentó ponerse de pie.
    —Por supuesto que no te lo daré. Es un regalo de mi novio.
    —¿Y supongo que la vida de tu novio vale más que la tuya?
    —Por supuesto que sí.
    En el acto, él disparó el arma directo a su pecho y ella cayó al suelo de espaldas, inerte, con los ojos vidriosos entrecerrados. Él se acercó al cadáver, dispuesto a quitarle todo. Por suerte, la ropa no se había manchado con una sola gota de sangre ¿no se había manchado? Qué raro. La mano de la chica se cerró con fuerza sobrehumana alrededor de su muñeca, mientras se levantaba de golpe y abría los vidriosos ojos.
    Él intentó disparar, pero ella escupió al arma, que se desintegró como si le hubieran arrojado ácido.
    —Tú estabas muerta —gritó espantado.
    —Por mis venas no corre sangre, sino hiel —poniéndose de pie, lo empujó hacia atrás con tanta fuerza que lo hizo golpearse contra la pared—. Yo no quería hacer esto —se quejó.
    Ella amaba profundamente la vida. No quería hacerlo, pero sabía que tenía que hacerlo. Si no, ese tipo saldría de ahí y atacaría a alguna persona inocente, que no estaría en condiciones de defenderse, como ella. Y entonces sería demasiado tarde. Tomó aire y se armó de valor, caminó hasta él y le puso un dedo en la frente.
    —Muere —pronunció su suave y dulce voz, con la misma fuerza y frialdad como Él lo habría hecho si hubiera estado en lugar de ella.
    El alma del ladrón, como obedeciendo a un fuerte mandato, abandonó su cuerpo para no regresar y éste cayó inerte al suelo, como si solo fuera un saco de patatas.
    —De verdad no quería hacerlo —dijo con culpa—, tú me obligaste.
    Apresurada, salió corriendo en dirección a la preparatoria. Ahora sí que estaba tarde.
    A pesar de que era algo natural en su raza, ella no podía acostumbrarse a matar siquiera para sobrevivir, menos por venganza. A pesar de haber crecido en una época violenta y de haber visto cientos de muertes, incluso la suya propia, nunca había podido acostumbrarse, ni siquiera por haber estado bajo la protección de un asesino. Si era posible, evitaba matar, lo evitaba hasta las últimas consecuencias, pero había casos en que sobrevivir y ayudar a otros a sobrevivir pesaba más que su culpabilidad. Cualquiera fuera el caso, ella no se olvidaba de la compasión. En primer lugar, porque eran humanos como alguna vez ella lo fue; en segundo lugar, porque él siempre había tenido compasión y, de ser posible, les daba la espalda a las víctimas y las perdonaba. La misericordia no era algo común en su raza, la libertad ajena no era respetada. Él las tenía. Ella respetaba eso.
    Darles la espalda a las víctimas. Era verdad, ella no recordaba cuándo había pasado de ser víctima a ser victimaria de otros, era lo único que no le gustaba de su naturaleza, pero era parte de ella y tenía que aceptarla.
    Ella se consideraba alguien normal, al menos entre los suyos, alguien que había tenido la suerte de que se le cumpliera su mayor deseo. Ese que, allá, lejos, le había pedido a las estrellas fugaces. Ella se veía normal, pero sabía que el resto de las personas la veían como alguien brillante.

    El muchacho de cabello negro azulado, apoyado contra la pared, miraba atentamente el horario en su teléfono celular.
    —Ya se tardó de nuevo —dijo suspirando—. Llegará en tres, dos…
    —¡Souta! —gritó la muchacha mientras doblaba en la esquina, corriendo agitada. Llegó hasta él y se paró, apoyando las manos en las rodillas mientras tomaba aire—. Lo siento —se disculpo inclinando la cabeza un par de veces—, es que tuve un contratiempo —se frotó la nuca y sonrió ampliamente— y además, me quedé dormida.
    —¿Otra vez?
    —Pero de verdad lo siento.
    —Para ser una youkai de sexto rango, déjame decirte que corres demasiado lento.
    —No puedo venir saltando como acróbata y corriendo como coche de fórmula uno en medio de la calle a pleno día —negaba con la cabeza—. La gente se me quedaría viendo raro.
    Él le puso una mano en el hombro.
    —Querida Rin, yo creo que ni siquiera te verían pasar.
    Ella rió algo nerviosa y entraron corriendo al edificio, mientras rogaban que el profesor aún no hubiera entrado a la clase.

    Souta era un fenómeno extraño en la vida de ella. Tenía dieciséis años y los mismos cabellos y ojos que su hermana. Y era ahí donde comenzaba lo extraño, porque su hermana era Kagome, Higurashi Kagome, la miko-dono que había cuidado de ella durante años.
    Además, Souta le había visto la cara a su o-nii-sama, Inuyasha, un hanyou moreno y peliplateado, que había sido idéntico a su glorioso padre y que ahora llevaba algunos años muerto.
    La Kagome-sama que ella había conocido, llevaba varios cientos de años muerta y su familia se había originado de su propia sangre —curioso—, como si ella fuera su propio antepasado. No obstante, Souta decía que a veces recibía la visita de su hermana. Aquello, se lo atribuía al pozo que devoraba huesos.
    Ella había conocido al pozo en medio del claro de un bosque y muchas veces se había sentado en el borde, como intentando descifrar sus secretos. El mismo pozo se hallaba ahora en una caseta, en el predio del templo de la familia de Souta y se veía igual que hacía quinientos años atrás. También estaba el Goshinboku como hacía siglos, pero ya no en medio de un bosque, y aún tenía la marca de la flecha que había clavado allí a su o-nii-sama Inuyasha, mucho antes incluso de que ella naciera. Ella no había visto nunca a Kagome-sama salir del pozo como para tener la certeza de que existía, pero la fe que tenía en ella, la hacía capaz de creer sin ver.

    Souta era el único que sabía que ella era youkai, sabía también que había conocido tanto a Kagome como a Inuyasha y que había vivido con ambos… y también había oído hablar de Sesshoumaru, un youkai milenario, de poder descomunal, que detestaba a los humanos y al que jamás había conocido en persona, ni deseaba conocer.
    A Souta le alarmaba haber oído que ese youkai era incluso más fuerte que Inuyasha y que era más grande que una montaña. Pero lo más terrible era saber que, aunque Inuyasha había muerto hacía tiempo, el orgulloso daiyoukai seguía con vida y oculto, respirando el mismo aire que ellos en algún lugar de esa ciudad. Le temblaban las piernas de solo pensarlo.

    Tanto en las clases como en su trabajo, Rin llevaba ropa común y el uniforme correspondiente, pero durante el resto del día, ocultaba el rostro y se vestía con un viejo, largo y gastado abrigo gris. Según ella le había explicado, aquel era un código especial entre los de la raza. Cuando una “persona” vestida así se encontraba frente a otra vestida del mismo modo, sabía que estaba frente a otro youkai. Algunos youkai se habían vuelto invisibles y otros habían desaparecido, pero muchos tomaban apariencia humana y se mezclaban entre la gente, vistiendo de aquel modo. Por lo general, los youkai no solían atacarse entre sí, salvo casos muy particulares. Además, cualquier youkai que no vistiera de gris podía ser atacado, “confundido” con un ser humano.
    Souta había tomado aquello en cuenta y si, por casualidad, se encontraba en la calle con alguien vistiendo así, corría lejos. Era mejor prevenir que lamentar.


    En las clases, Rin era brillante tanto para los números como para las letras y los idiomas, pensaba él, como resultado de haber hecho eso innumerables veces, durante años. Él se preguntaba si aquel “pequeño” cerebrito de youkai acaso se memorizaba toda la información y solo la repetía como una máquina, como miles de veces. No había otra explicación para que una “persona” completara una larga y compleja ecuación en solo diez segundos, quedándole tiempo para bostezar de aburrimiento.
    También era brillante para las artes y las ciencias, y principalmente, disfrutaba de todo aquello que implicara estudiar cosas sobre el origen o el funcionamiento de la vida. Amaba investigar y leerse libros enteros. La ciencia y la tecnología tenían ambas un punto en común: siempre descubrían cosas nuevas, no eran repetitivas, como las otras asignaturas, quizás por eso le atraían tanto. Ella, evidentemente, tenía un gran amor por la vida a pesar de ser lo que era.
    Ella le había dicho que él le recordaba a un amigo que había tenido cientos de años atrás, un muchacho llamado Kohaku que, sin embargo, físicamente, no se parecía en nada a él. El chico era moreno, de cabello castaño y ojos oscuros, era fuerte y veloz y provenía de una familia de cazadores de youkai. El pobre había tenido un trágico pasado y había perdido a casi toda su familia; solo tuvo una hermana. Afortunadamente, esa hermana suya tuvo muchos hijos, quizás unos doce o trece —tal vez uno por año, o uno cada dos años, ella no lo recordaba—. Rin los había criado a todos, jugaba con ellos, les contaba historias y los cuidaba, aún siendo youkai.

    La chica no había nacido como youkai, había sido humana, pero nunca mencionaba cómo se había “convertido”. Lo único que Souta sabía por boca de ella, era que su edad física se detuvo en diecinueve años humanos cuando se transformó en algo increíble.
    Le seguían gustando los niños, pero no tenía ninguno. No obstante, cuando ella llegaba a un parque de juegos, éste se convertía en una guardería de tamaño gigante, lo había visto con sus propios ojos, los niños la adoraban. En realidad, cualquiera que tuviera contacto con ella terminaba adorándola, así se tratara de un bebé inocente o de un brusco perro daiyoukai.

    Ella tenía estrella.

    Algunos nacen con estrellas y otros nacen estrellados. Ese había sido el caso de otro del que Rin hablaba maravillas, un pequeño youkai sapo llamado Jaken, al que muchos consideraban horrible, pero ella lo veía muy lindo. Según ella, el pequeño youkai no había sobrevivido tampoco y era extraño oír que esa cosa competía con ella por el cariño del youkai Sesshoumaru. What is it?

    La verdad, era que ella nunca competía con nadie, pero muchos youkai solían querer competir con ella. Y es que ella trataba a todos —pero a todos— como iguales. Para ella, un niño en la calle podía ser tan importante como un youkai, no le gustaba hacer diferencias. Sencillamente, era brillante.
    —Rin, ¿alguna vez te han dicho que eres brillante?
    —No —mintió ella.
    —Higurashi, Fuuno, atención al frente —los regañó la profesora, golpeando el escritorio.

    Al mediodía, ambos salieron al patio y se sentaron debajo de un árbol para almorzar. Él abrió el bento y le invitó un poco a Rin, ya que ella nunca llevaba almuerzo, ni lo compraba.
    —No, gracias, esta tarde tengo merienda —dijo ella mientras se desataba el peinado para arreglarse mejor el cabello.
    Souta había escuchado que, a veces, en la tarde o temprano en la mañana, ella y el youkai se sentaban a tomar algo en un café, pero nunca le había dicho en donde quedaba ese lugar.
    En realidad, ella era la que solía comprar comida o algo de beber ya que, al parecer, al youkai le causaban náuseas. También, se había enterado de que los youkai podían estar días enteros sin comer ni dormir y sobrevivir sin ningún problema. Simplemente, tenían un metabolismo distinto. Muy distinto.
    —Pensé que no tendrías nada que hacer. Quería invitarte a salir pe…
    —Somos novios —lo cortó ella.
    —Son novios. Hace casi quinientos años son novios ¿Qué no piensan casarse?
    —No es como si a Sesshoumaru le importaran mucho esas cosas.
    —Bueno, pero… ¿no habías pensado en tener hijos?
    —Sí, lo he pensado —dijo ella en modo despreocupado—, en algún momento los tendré. Sí, pero tengo tiempo para pensar en eso...
    —Rin, te he visto, por ejemplo en los parques, los niños te encantan —anunció.
    Ella juntó las manos y se mostró animada.
    —Claro que sí.
    —Y a ellos les encantas tú —la miró con complicidad.
    —Hum… no a todos.
    —¿Pero qué dices?, si pareces la directora de una guardería cuando aparece alguno.
    —Ya sabes…
    Él negó con la cabeza.
    —Claro que sí. Ven una mujer pálida, de largo cabello negro, con un largo y andrajoso abrigo gris… se imaginan que soy lo que soy y… bueno, se asustan —negó con la cabeza— ¿Qué es lo que les cuentan los padres a sus hijos hoy en día? —seguro que no algo muy diferente que lo que contaban durante la infancia de ella.
    —Son solo leyendas para asustar a la gente —dijo Souta tranquilamente.
    —No puedo creer que reniegues que tienes frente a ti una leyenda —bromeó ella.
    —No reniego, te estoy viendo. Bueno, ellos no tienen forma de saber si eres buena o mala pero… es ilógico que alguien te vea y diga que eres mala o peligrosa.
    —Mala no —se pasó la mano por la cabeza—, peligrosa sí.
    —Pero solo si estás en dificultades ¿verdad?
    —No disfruto de matar, si es lo que quieres oír. Pero lo uso como método de supervivencia, eso es lo que he ido aprendiendo y…
    De repente, un teléfono móvil comenzó a sonar y ambos saltaron, asustados. La melodía era de una balada típica de la Edad Media.
    Ella sacó rápidamente de su bolsillo el complejo aparato blanco y atendió la llamada. Por la cara de felicidad que puso, Souta se imaginó de qué se trataba.
    —En el edificio de la preparatoria… sí… estaba en clases y…
    Souta solo la miraba hablar, incapaz de asimilar cómo era posible que alguien nacido en la antigüedad fuera capaz de manejar, con tanta naturalidad, una tecnología de esa clase, y menos que estuviera hablando del otro lado con una persona igual. Si es que a eso se le podía llamar persona.
    —¿Qué?... —pareció repentinamente muy entusiasmada— ¿pasar a recogerme aquí?... ¿De verdad?
    El chico comenzó a decirle desesperadamente mediante señas “dile que no”.
    Ella le clavó la mirada por un rato.
    —Está bien, puedo ir a pie… sí, cerca de las seis… no, no, iré rápido.
    Souta se permitió un respiro de alivio. Entre las cosas que no deseaba tener que vivir jamás, estaba conocer al… hermano de Inuyasha, solo había escuchado como era, tanto en su físico como en su mentalidad, pero no se atrevía a verlo. Además, no quería que se desatara el pánico entre la población estudiantil si alguien llegaba a verlo. Había escuchado la opinión de Rin y, según ella, si alguien lo veía, no iba a ser precisamente el pánico lo que alteraría a la población estudiantil.

    Ella mantuvo algunas palabras y cortó la llamada con una sonrisa de oreja a oreja tan amplia y hermosa como la que llevaba cuando atendió.
    —Se nota que lo quieres —murmuró él de forma sugerente.
    Ella inclinó la cabeza de lado y se encogió de hombros. La sonrisa llegó incluso a iluminar sus vidriosos ojos. Era como decir “¿Qué más esperabas?”.
    —¿Me cuentas cómo es? —preguntó él tímidamente. No era la primera vez que hacía esa pregunta, pero a ella parecía gustarle oírla. Solo eso bastaba para que soltara una larga serie de virtudes y cualidades que Souta no podía encajar con “youkai misántropo y asesino”. Pero, bueno, ya había sido advertido en algún momento que ella veía cosas que nadie más veía. Ella veía hacia dentro y con mucha facilidad parecía reconocer cuándo una persona estaba llena o vacía y cuáles eran sus intenciones. Aquello nadie se lo atribuiría a su condición de youkai, sino a su natural intuición. Ella no era para nada torpe, era realmente brillante.
    —Me preguntaba si un día de estos podríamos salir… tú y yo —volvió a preguntar tímidamente.
    —Yo preferiría que no.
    —¿Ni siquiera a tomar algo?
    —Sesshoumaru-sama se mostrará reticente… —lo dijo en forma sugerente. Era un tono que usaba cada vez que daba un consejo orientado a la idea de “por tu bien, es preferible que no…”
    Después del almuerzo, la jornada transcurrió con tranquilidad y, al acabar, Souta acompañó a la chica mientras salían. Ella iba abriendo el portafolio por el camino, mientras sacaba un abrigo gris que tenía guardado dentro.
    —Te acompaño unas calles —no podía evitar seguir viéndola, y la verdad era que nadie podía evitar verla. El abrigo parecía ser un escudo de protección ya que, cuando se lo ponía, parecía volverse invisible. Aunque su enorme belleza no era del todo opacada por esos harapos, la vista de la gente por la calle se desviaba hacia cosas más interesantes que una chica “sin techo”. Ella fingía bien ese papel.
    —Gracias —se limitó a decir ella amablemente con la sonrisa que nunca perdía.
    —Si veo a mi hermana un día de estos… ¿no quieres que la salude de tu parte?
    —No. No quiero que ella sepa de mi existencia —respiró profundamente—. Prefiero que Kagome-sama piense que morí en la guerra y que me perdí.
    —Entonces eres la chica invisible.
    Ella se sonrojó.
    —Si quieres verme así…
    —En realidad, te veo como una estrella brillante.
     
  3.  
    Hikari Azura

    Hikari Azura Usuario común

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    Pluma de
    Escritora
    Re: La Estrella

    "sinceramente maravilloso lube no entiendo por que no eres una escritora fabulosa."

    como siempre me dejas sin palabras, cada vez te admiro mas es mas tu eres para mi...mi sensei cada vez que escribes un ff me sorprendes con cada parrafo que escribes.

    no esntiendo de donde sacas tu imaginacion ...pero eso no importa siempre y cuando nunca te falte ;)..

    ahora me sorprendistes que Rin-chan es una Youkai ... no me sorprenderia que fueras cambien todo..

    preo simplemente te dire una cosa..sigue lube-sensei que no creo aguantarme para leer otro capitulo.

    bessos

    sesshogriss
     
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